«Filósofo del alma mía, la experiencia expiatoria llega a su fin. Lo saben todo. Ella me lo ha contado, la maestra, la palaciana, y me ha dejado más planchado que un cuello de marista. Su marido es el que me ha descubierto. Y no sé por qué, pero en el fondo casi lo estaba esperando, no es broma, y si no deseando, casi. Un poco morboso ¿verdad?, pero a lo mejor la intención más profunda al arriesgarme viniendo aquí era precisamente ésa. Te preguntarás como me pregunto yo qué va a pasar ahora. De momento nada, porque él anda haciendo averiguaciones para estar completamente seguro y al parecer todavía no lo ha corrido. El día que se fame por el pueblo, lo de Troya será pequeño al lado de. Ella se ha portado con toda elegancia, como lo que ha sido siempre; lo que pasa es que se ha puesto basta viviendo estos años con ese cencerro, pero donde hay mata, hay patata.
¿Es usted?, me preguntó. Y yo no caía, ¡de dónde imaginarme ahora! Hasta que dijo, ¿eres tú? El mismo, señora, hecho un reparador. Se echó a llorar, por lo perra que es la vida, supongo; porque si te pones a pensar, ya tiene razón ya, ¿por qué las cosas habían de salir siempre mal? Casi la mataron por mi culpa; esas cosas de los pueblos. Cuando nos fuimos nosotros con el cura, que tú querías liquidarlo allí mismo y yo me opuse, todo el pueblo por esas extrañas reacciones de las gentes nuestras, fueron a la escuela lo menos con ganas de lincharla. “Menos mal que me habías regalado la pistola como recuerdo; no tenía ni idea de cómo se disparaba aquello pero tuve que amenazarles. Y las peores, ¿sabes quién?, las otras chicas que habían estado con los soldados. Que yo era la culpable y una tal y una cual, imagínate, todos los odios contra ti como responsable. Había muerto el palaciano viejo y aunque si vas a ver todos se alegraron la mar, estoy segura, pero alguno debió decir que yo era la que tramaba todo y que te había envenenado a ti para que lo mataras y así yo quedarme con el palaciano joven y de dueña de la casa más rica. Ay, no sé qué me pasa, no acierto a hablarte de tú; y me da la mosca en el morro que no te va a pasar nada bueno en cuanto se enteren. Y a mí… Nunca me han querido, ¿sabes? Por lo visto no me quieren porque en cuanto os fuisteis, se acabaron los billetes que los soldados les daban y ellas volvieron a su miseria y yo me quedé casada con mi marido. Rondaban la escuela gritando ¡es más republicana que Riego! ¡Fuma!, y cosas así. Menos mal, bueno, no sé si mal o bien, que apareció él y ya no me molestó nadie. Entonces, no tuve más remedio que casarme; antes, pero si no éramos novios ni nada, ¡para rato iba yo a pensar que me iba a meter en este pueblo para siempre! ¿Qué vueltas da la vida, no? Tuve que casarme quieras o no, porque él se puso como loco. Te anticipo que te odia a muerte y ha jurado sacarte de aquí sea como sea. Yo me digo, cómo se le ha ocurrido a este hombre pensar que tú tenías algo que ver con el teniente de la guerra. Pero es que no te puedes hacer idea, te suele mentar cuando quiera durante todos estos años. Y ahora, mucho más, lo has humillado ante el pueblo, lo tienes desnudo, y te quiere destruir.
Yo creo que él nos debió de ver, y perdóname que te cuente esto, nos tuvo que ver alguno de los días cuando estábamos en la escuela juntos. Es que él había llegado del frente y estaba escondido en su casa y cuando se enteró que subíais a estar con nosotras, se puso, no sé por qué, ¡si no estábamos ni comprometidos ni cosa que se le parezca!, pero le debieron de entrar celos, porque es de lo que no hay, y nos espió y no te quiero decir porque tú lo tendrás aquello más que olvidado y ahora eres sacerdote, siempre me pareciste de buena pasta y con lo correcto que eras, ¡tonta de mí que ni se me había pasado por la cabeza que podías ser tú con esas gafas tan serias, aunque ya eras serio, de dónde iba yo a imaginarme!, pero todo aquello fue como un sueño y él está que se sube por las paredes desde el otro día que debió de estar en la piscifactoría y te vio la mancha de la pierna, ya me perdonarás pero me he acordado muchas veces de aquella peca que tú decías que te traía suerte, era un cumplido que me hacías, y estoy hecha un lío; estos días de repente me ha resucitado todo el pasado y tantas ilusiones que podían haber sucedido y tantos disgustos que he tenido que tragarme desde que él, hala, nos casamos la próxima semana. No me daba tregua, ¿qué hiciste con ese soldado de mala esto y lo otro?, y ¿esperas algún hijo?, ya sé que no tuviste otra salida pero por favor dime que no has gozado con ese tal por cual, y otra vez imprecaciones contra ti y la guerra; incluso quiso ir a la sierra a ver si os encontraba, ¿sabes lo que es un loco?, estaba encendido y dado a todos los demonios, no lo podía contener me quiso llevar a rastras a la cama, yo estaba asustada, me amenazaba, eres de ellos, una roja, pero mira cómo el pueblo se ha puesto, que gracias a mí has salvado el pellejo; y se me echaba, me estrujaba, no sé para qué te cuento todo esto, era una pesadilla, tienes que ser mía y no has de perder la fama y desde ahora ya te puedes considerar la dueña del Palacio, pero tienes que olvidar a ese soldado, ¿no tendrás dentro un hijo suyo, verdad?, confiesa que lo odias, era atosigante y tuve que dejar la escuela y nos casamos, pero yo como una sonámbula. Después él se serenó un poco, pero ya sabes, ya te lo he dicho como sacerdote, pero ahora no te hablo como a un sacerdote sino como, no sé cómo, por lo menos me estoy desahogando y estoy escupiendo todos los ascos y las vergüenzas que estos años… es un enfermo. Cuántas veces me viene después de haber estado achuchando a otras del mismo pueblo, que eso debe de ser prerrogativa de los palacianos desde siempre, y no sé qué demonios se le desatan, que me desnuda como demente y me muerde, ¡eres mía, sólo mía!, las veces que te he estado soñando y tú me sales con que eres del soldado. ¿Yo del soldado? Sí, tú, los críos lo cuentan por la calle, marrana, te vieron abrazada con él, me insulta, marrana y otras lindezas. ¿Por qué conmigo ahora estás tan fría?, di que sólo has sido mía. Por mi parte, te prometo que te habría olvidado, la vida es así, pero él me ha hecho recordarte un día sí y otro también, debe de ser alguna enfermedad, si no, no me explico tanta obsesión”.
Comprenderás, Filósofo, que yo callara y callara, “pero mujer, mujer”, y viera ya comprometido el porvenir de la cooperativa y de toda mi estancia aquí. Apenas estábamos empezando, no el negocio en sí, que vamos cogiéndole el tino. Es una gozada si vieras, tanto bichillo. Ya tenemos algunas truchuelas de diez centímetros y para Navidad empezaremos a vender. Pero me refería a esa otra labor de formación de la gente. No sé por qué me preocupa menos mi porvenir personal; tendré que marcharme con la música a otra parte. Pero cualquiera sabe cómo reaccionarán, tienen más conchas que un peregrino, como suele decir Mamiño. Quizá levanten los hombros es su gesto eterno; porque ahora lo que les interesa es que el negocio salga adelante, es su sueldo y su libertad. Aunque nunca te puedes fiar de las reacciones de un pueblo con taras de siglos. La guerra no dejó aquí muchas cicatrices, pero los rojos seguimos siendo el mismísimo demonio en persona.
No sé si soy un iluso o qué, pero siempre he soñado con que ellos si se llegaban a enterar, me perdonaran de buena gana, ¡venga hombre, que vamos a vivir cuatro días!, y todos conviviéramos para levantar el pueblo. ¿Pido mucho? “Te harán la vida imposible, me ha anunciado ella. Puede que te lleven a juicio y todo, porque los odios de los pueblos, acuérdate lo que te digo, son eternos. Preferirían aliarse con mi marido al que le tienen un paquete mortal porque es un cacique, antes que decir cruz y raya y todo olvidado y tira millas. ¿Yo?, yo no tengo nada que perdonarte, no me considero ofendida por aquello. Aunque me temo que voy a poder hacer bien poco por ti. Le he negado a mi marido que te reconocía, que no es él, hombre, no te pongas pesado que yo a aquél lo habría reconocido al primer golpe de vista. Vete a verle, me manda, vete y sonsácale, tírale de la lengua, las gafas cambian mucho y si tenía bigote, más aún. Me enfado al fin y he pasado unos días negros disimulando hasta que he podido venir a decírtelo. Él se ha ido por ahí, y ahora debe de estar con el obispo lo menos. No sé si debo decirte, pero lo único que siento es pena, y estoy muy asustada y me vienen ganas de llorar por encontrarte en este trance. ¿Por qué has vuelto?”.
No sé que le he contestado, pero yo también siento pena de que la vida sea tan amarga y estando como está a unos pocos centímetros de ser agradable, a nada que quisiéramos. Me invade una tristeza inmensa, amigo, ahora que voy encajando la noticia. Voy entrando en esa tranquilidad del amor donde la pasión va siendo sustituida por la benevolencia; de repente, cuando veo que otros se empeñan en no amar, me viene un cansancio metafísico. Yo creo que todos los hombres nacemos prematuramente, porque la maquinaria del mundo por la inercia camina demasiado despacio y se nos hace inaguantable contemplar cosas que son elementales. ¿No es esta fatiga mía la misma que tú tenías cuando se te caía el alma a los pies viendo la podredumbre del mundo? Lo que pasa es que el instinto de conservación es, paradójicamente, lo más reaccionario y lo que más frena la marcha de la vida. Y sucumbimos y dejamos pasar, ¡vengan balas por elevación!, o sea, por cabreo infinito. Me canso de ser hombre, dice el poeta; eso, no de vivir sino de ser hombre. Ya me ha dicho ella que me encuentra muy viejo. Será. Otro día te diré en qué para todo esto. Pero no voy a cometer el error de escaparme, es demasiado tarde. También la otra vez era demasiado tarde cuando escapamos de aquí mismo, ¿te acuerdas? Por cierto que el otro día subimos de excursión al monte y estuvimos en el lugar donde nos pescaron. Pude darme cuenta lo cerca que anduvimos de la frontera. El pobre capitán no tenía del todo razón cuando nos dieron el alto y él echó a correr ribazo abajo gritando, corred, corred, que esto es ya otro país. Pero si no era, no habría ni doscientos metros. Ya no lo lamento, ya no lamento nada. Sí que me imagino al bueno del capitán paseándose por el cielo ¡dónde va a estar si no, aquel enamorado de los caballos!, y en compañía del viejo cura don Frutos; los dos paseando sobre un caballo de buena lámina, o sobre el caballo blanco de Santiago que por allá arriba debe de ser bastante más republicano de lo que se dice. Cogí unas margaritas y las puse en la falda del ribazo en memoria de. Arriba, en la altura, igual que entonces, los buitres planeaban vigilantes. Y querido filósofo, también hoy y en este momento siento los buitres planear sobre mi cabeza; pero no me pillarán derrotado otra vez aunque busquen mi sangre. Espero tener fuerzas».