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A mediodía llegan más soldados al pueblo. Traen en brazos el cuerpo de Mamiño. Disparan tiros a las campanas para llamar la atención y las campanas responden con quejidos hirientes, sostenidos.

—¿De quién es este crío?

La madre eterna sale corriendo de todas las casas, rodea a los soldados, arrebata al niño, lo tiende en el pilón de la fuente, brutos, esto no tiene nombre, se quita el pañuelo negro de la cabeza, lo empapa en el agua y lo aplica sobre la carita descompuesta, mira qué cara se le ha puesto, lo menos le han roto la espina. Mamiño se queja como un cachorrillo, le hemos encontrado en la orilla del río, se ha debido de caer de la tapia de una huerta. Llegan los perros pensando aquí huele a enemigo y hacen ¡guau, guau!, don Frutos también llega, Señor, que no muera, mi vida por la suya, Señor, ¡yo os excomulgo, soldados! Los soldados se ríen, viejo, dale fuego al chaparral que te queda poca historia que contar, ¿dónde está el teniente? Se acercan los niños, andá, si está que parece muerto, la maestra toca un silbato y grita, niños, adentro, las campanas todavía hacen ñuimmm por los pellizcos de las balas. Y cuando el sol llega a su pleamar en la plaza del pueblo, se va elevando la espuma del griterío de toda la población, anda, fiuimmm, canallas, ¡el teniente, carajo!, ¡guau!, ¡malditos!, qué valor, atreverse con un niño, ya vuelve en sí, joder, que se ha caído él, ¡hijo mío, qué te han hecho!, muerde a ése, muerde, ¿aún no estáis contentos, soldados de la órdiga?, habrá que encajarle la cara, esto va a acabar mal, prepárale una manzanilla, ya vuelve, ya vuelve, y el alcalde, ¿dónde está?

—El alcalde se ha muerto. He ido a registrar su casa y le había dado un soponcio. Trabajo que nos ahorra. Y vosotros, ¿qué hacéis aquí, so chorrones, tirando tiros a las campanas? —El teniente se dirige a los soldados recién llegados. Uno le tiende una orden del capitán. Se oye la voz de la maestra, ¡niños! El teniente levanta la vista hacia la escuela. Después se dirige al viejo cura.

—Oiga, reverendo, venga con nosotros.

Los soldados rodean a don Frutos y el pueblo se arremolina en su torno: A éste por lo menos, lo dejaréis en paz. Son órdenes, aparta. ¿Qué órdenes ni qué niño muerto? Él ha matado los caballos y alguno de aquí lo sabía. Sí, hombre, él, y no sabe matar una mosca. Dejad, hijos, es mejor que vaya, mejor para todos. Usted se queda aquí, es igual que nos maten a todos. No nos hagáis perderla paciencia, ¡en marcha! Vamos todos con él. Quedaos, hijos y que Dios os bendiga. Al que dé un paso, lo acribillo. ¡Malditos! La bendición de Dios Todopoderoso, ¡malditos!, Padre, ¡malditos!, Hijo, ¡malditos!, y Espíritu Santo descienda sobre vosotros, ¡malditos, mal-di-tos, mal-di-tos! Amen.

El pueblo eterno avanza tumultuosamente como un coro griego que se sale de madre. Los soldados empujan al cura y salen de la plaza al trote.

—¡Está muerto! —grita histérica la Palaciana saliendo a una ventana sobre la plaza. La mujer eterna del pueblo eterno, atraída por el olor de la muerte, cambia de dirección y se dirige ahora al portón del Palacio.

—¿Da usted su permiso? —La mujer eterna penetra en la mansión sagrada de los dioses del pueblo.

En casa de Asunta, se reúnen las bellas Judits comentando, chicas, qué horror, Holofernes se va. En la escuela, la señorita maestra escribe en la pizarra con letras azules: Nuestra historia nacional es muy hermosa. Los perros ¡guau, guau!, han despedido al cortejo militar hasta las eras y desde allí regresan satisfechos del deber cumplido. Ahora toman posiciones en torno a la perra del Palacio, la cual se sabe de buen oler y se hace la importanciosa y reparte calabazas sin compasión; pero al llegar a su casa, la perra huele a muerto y suelta unos ladridos compungidos en tono menor que los otros conquistadores respetan retirándose a prudente distancia, y le contestan con otros guaus de lo más lúgubre como queriendo decir, salud para encomendar, preciosa.

—El mío me dijo que huelo a podrido —las Judits se quitan la palabra de la boca—, tiene trazas de señorito. Pues al mío le da por el petróleo, que apesto a petróleo, ¿a qué voy a oler si mi madre es una exagerada y me vacía la botella encima para matar los piojos? ¿Qué le parecerá, que iba a encontrar mujeres como aquellas de la película que vimos, os acordáis?, hasta en los sobacos se echaban cosas para oler bien, así cualquiera. El mío es un sobón ¡virgen!, no puede estarse quieto con las manos. ¿Y os parece que ya no volverán? Desde luego, si suben esta noche y no traen a don Frutos sano y salvo, soy capaz de pasar la tranca y que ese guarro se harte de llamar. ¿Qué vamos a hacer ahora si don Frutos es el único que nos defiende? No digas eso, mujer, cómo se van a atrever a matar a un sacerdote por muchos demonios colorados que lleven dentro, si él no les ha hecho nada. Otra, tampoco nosotras les habíamos hecho nada, ¡y a ver! Pues yo, de tener miedo, a mi padre. En cuanto se entere, ¡ay, Dios!, la que se va a armar va a hacer época. Pues sólo falta que encima de putas, ahora tengamos que pagar la cama. ¿Por qué nos van a regañar, si no lo hemos hecho adrede? Yo la primera noche, ya sabéis, a limpio puñetazo con el Rubio; pero me atizó un correazo en el pompis que aún tengo la marca. Ah, ¿sí?, dije, por mí, ancha Castilla, ya puedes hacer tu antojo, como tocarle la tripa a un muerto; él se lo cocina todo y aunque de piedra no soy, lo mismo me da arre que so, no le hago ni caso. ¡Anda y que los zurzan! Resiste, resiste, me decía madre como una loca, y al Rubio venga a insultarle desde el otro lado de la puerta, pero en cuanto le largó dos billetes, quedó más mansica que una malva; ya no dice resiste, resiste, sino, hija, sácale todo lo que puedas. No veas, la moral qué fácil cambia la nariz en cuanto se huele algún provecho. Pues ya podéis despediros de los provechos y los simprovechos, chicas, porque esto se acaba. El abuelo estuvo en la otra guerra de antes y dice que éstas son las últimas boqueadas, que éstos sin caballos no tienen más remedio que subir a la sierra esta misma noche. Mujer, ni que fuéramos a saber qué, ¿o no estamos todas deseando que se larguen cuanto antes?, ¿o vosotras no? Oye, maja, ¿por quién nos tomas? Pues figuraos las ganas que yo tendré, que ni he sentido eso del placer. Además mi madre no ha consentido que entrásemos en los cuartos de la casa y nos íbamos al granero. Chica, que romántico, pero no sé qué será pero tu madre y tú tenéis otro color estos días, fíjate que la carne de cabra debe de ser muy buena para el cutis. Te equivocas, guapa, que era de burro. Ah, pues tanto mejor. Vosotras reíros, pero yo sigo siendo hija de María porque no he consentido nada de nada. ¡Vaya suerte, niña, tú siempre tan distinta; a lo mejor en vez de un hijo vas a tener un ángel! Pero ¿es que acaso de esa manera tan tonta se tienen los hijos?, pues ¡vaya avance!, me había hecho otra idea. Ay, rica, que ganas de darte una chufa. Bueno, otro ratito te explicaremos, ¿quieres? Adiós, guapita, que ya se oye tu madre y a lo mejor tampoco le gusta que estemos nosotras en los cuartos de la casa. Hale, vamos.