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«¡La que hemos armado en unas semanas, querido Filósofo! Sucede que el Francés va a salvar al pueblo, y salvarlo por las aguas como un nuevo Moisés. “La Charrapera (él pronuncia ‘chagapega’) es una mina de oro”. Al parecer las aguas del río son de las más adecuadas para la cría de salmónidos y a eso se añade la abundancia de unos bichillos que llaman charrapos, y que son unos crustáceos infinitesimales, una especie de plancton que da una calidad muy particular a la carne de las truchas. “Yo entiendo, padre; yo tengo un criadero en mi país y entiendo”, me dijo. Y yo, que adelante. Y éste es el día en que todos andamos como locos porque hemos puesto la primera piedra, o mejor sería decir, la primera paletada de cemento para levantar las piscinas en terreno del común. Fue lo primero que se me ocurrió, una cooperativa o algo por el estilo. El palaciano ya quiso hacernos la charrada y no hacía más que poner pegas cuando se enteró; que si necesitaba el agua para el molino y el trujal, que si sus tierras tienen adquiridos derechos muy antiguos. Fue decisivo aquel día, te prometo. Vamos a ver, le dije más serio que un plato de habas, ¿cuánto paga usted por usar para su provecho del agua que es de todos? Quedó corrido, pues nunca pagó nada. Y ahí mismo cambió el panorama. Cuando vio que los aldeanos se pegaban con el codo y empezaban a murmurar por lo bajinis, entonces ofreció el oro y el moro, con tal de que sus riegos no sufrieran merma. Recordaba yo aquella norma que en la primitiva iglesia prohibía a los cristianos recibir dinero de los injustos aunque estuvieran muriéndose de hambre, pero me privé de restregarle por las narices su oferta. Tanto insistía en darnos su dinero más barato que el banco, que le dije, bueno, pero con una condición: que solamente podrá ser de la cooperativa el que trabaje en ella. ¿Y usted piensa trabajar?, disparó con coña. Fíjate que es uno de mis sueños, trabajar como uno más y ahora mi sueño cumplido. Filósofo, si me hubieras visto esta tarde metido en medio del río, ¡desde luego, es un cuchillo el agua esta!, y echando mezcla en el encofrado, con toda la chavalería y el mujerío aplaudiendo y diciendo: “Mecagüen mi vida pateada, que como esto resulte, entonces sí que voy a creer en Dios, y mando a paseo la taberna, que es una cosa de mucha sujeción y poco pago”. ¿Es que tú no crees?, pregunté al Cojo. “¡Toma, a ver qué vida!, pero ahora creeré sin que me arrempuje nadie”. Aquí tienes, amigo, condensada la sociología de la religión de nuestro pueblo. Te participo que a veces estoy de acuerdo con Mamiño en eso de desconfiar de la fe de las aldeas pobres. ¿Hasta qué punto son capaces de captar el evangelio? Son buenos, y sin embargo, ¿cuándo los campesinos han ido más allá de una religión de seguros y pólizas de reaseguros? Otras veces se me antoja que es precisamente su pobreza la que les capacita para pescar mejor que yo lo esencial del mensaje de Cristo. En fin, que me hago un lío y unos días pienso que es la alienación religiosa la que produce la alienación económica y otros días al revés; pero tú sabes más de todo esto y a otra cosa. Pronto vamos a tener los primeros huevos de alevín, nos los traerá el Francés; creo que él se los agencia de Italia o de Dinamarca, no estoy seguro. Se trata de unas truchas muy particulares de cabeza pequeña y poca tripa, al revés de las del río, y se hacen antes, claro. Creo que no podía haber ocurrido otro negocio más providencial para este pueblo, porque aquí todos son pescadores, empezando por Mamiño quien según lenguas es un hacha en el arte de Tobías. Hoy andaba desatado y después del discursito que tuve que echar porque el alcalde estaba acoquinado de pura emoción, me dijo el Mamiño con la mayor seriedad del mundo: “Esto tiene que salir adelante ¡por huevos!”. Son de mal hablados, que no te puedes hacer idea; pero esto me trae sin cuidado, más me preocupan otras cosas. Por ejemplo, mi intención es procurar no convertirme en el salsero entrometido que morronea en todos los problemas del pueblo, en el solucionador de todo. Siempre te oí que el defecto que más te molestaba de la Iglesia era su afán de ser protagonista principal de la historia, y en los curas su irritante vanidad. Es el peligro de todos los que tienen una visión global del hombre y del mundo. ¿No nos pasaba lo mismo cuando estábamos en el Partido? Allí cada acólito era un Apolo Musageta con la revelación del Olimpo en sus labios. Y entre clérigos, otro tanto de lo mismo, aunque con más andróminas y arabescos. Por eso recito todos los días la letanía del líbrame, Señor, de ser el clásico ente clerical que se las sabe todas y tiene respuestas para todo; líbrame de ser el misterioso señor que posee la clave de la vida en medio de la general ignorancia de los plebeyos; líbrame de ser dogmático y lo que es peor, de enseñar a otros dogmas en vez de crear vida, y en fin, líbrame de ser el arreglamundos de esta aldea miserable.

Es nuestra tentación, porque por el “hero mecho” que diría Mamiño, de ser cura, te vienen con cada papeleta… Don Chema, que dos mozos se están pegando en la taberna. ¿Y a mí, qué? Don José María, que mi Lucila sale con un chico que no le conviene. ¡Peor para ella! Señor cura, que mi marido tiene el carnet pero necesita un empujoncito para entrar de chófer en el palacio y ustedes pueden mucho. ¡Qué religión tan curiosa! Siempre me acuerdo del Gran Inquisidor de Dostoievski que solucionaba los problemas de los pobres diablos a cambio de su libertad y su adultez; y yo no quiero ser pequeño ni grande inquisidor que mantiene infantiles a los hombres. Que sean mayorcitos de una vez y el que más chufle, capador. Algunos se me mosquean cuando los mando con viento fresco y que se arrasquen con sus propias uñas. Ahora bien, ¿qué se hace un cura las veinticuatro horas del día si reniega de la tentación de ser líder y sólo quiere ser compañero y campesino? Porque para proclamar la esperanza, me basta y me sobra la reunión del domingo y alguna que otra charla. Así que el resto del tiempo, estoy empeñado en ser uno de ellos y no el sursum corda que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Lo mismo que me daba pampurrias en el Partido, lo mismito he encontrado en la Iglesia, el pretender ser los lazarillos privilegiados de los ciegos caminantes de esta vida. Sólo que siendo la utopía cristiana la misma que la que entonces tuvimos pero con el horizonte en Dios, entonces esa pretensión es más presuntuosa y chinchorrera y más de todo.

Mira con qué cuento me vino el otro día tu Asunta, esa señorita de pitiminí en frase de Mamiño. “Pues nada, padre, que estoy muy avergonzada y no me atrevo a contarle las locuras que se me ponen en esta cabeza alborotada que tengo. Y es que, usted me mande callar si le parece oportuno, ya son varias las noches que he tenido unos sueños espantosos. ¡Si yo antes no era así!, pero de un tiempo a esta parte me vienen cosas muy sucias y no sé si debo decirlo pero déjeme que le cuente pues de lo contrario, acabaré por explotar. Resulta que ¡ay Señor, qué horrible es y tiene que ser provocación del Demonio que antes era más discreto para un decir y se contentaba con molestarme en materia menos grave!, pero no, si voy a ser breve, padre, tiene usted que oírme a ver qué me aconseja, porque de siempre he sabido que los sueños no son sujeto de confesión pero es que esto ya pasa de castaño oscuro y ando muy desasosegada y va para varios días que no me atrevo a comulgar como sería mi deseo aunque san Agustín diga que los pensamientos no es obligación ponerlos bajo el sigilo sacramental como usted dice, y ¡si romperé de una vez!, pero ha de tener paciencia conmigo, no se preocupe que no voy a entrar en detalles, lo grueso nada más, y es que parece una tontería pero la imagen de san Sebastián me trae a mal traer, como lo oye y que el santo mártir me perdone. El caso es que siempre me ha conturbado un poco su estatua tan desnuda y en puras porretas y aunque sé que es un santo también en su cuerpo y en el cielo no hay hermosura comparable a la del alma vestida de luz, pero ése es mi tormento; hasta ahora procuraba no mirarle cuando estoy en la iglesia, hasta que no he podido más y le reojeo una y otra vez a escondidas, sí, ya sé que no tiene nada de malo y es carne transfigurada y todo lo que vuestra reverencia quiera decirme, pero van exactamente tres noches que me lo veo en sueños todo como si estuviera vivo, con esos ojazos que le han puesto que ya sé que son abalorios pero no se puede negar que son unos ojos ¡alabado!, y se me acerca sin las flechas del martirio ni nada en su carne y me roza, ay, y se pone mi cuerpo en una turbación y un tembleque, no, claro que no consiento nada malo, pero ¡qué quiere que le diga!, siendo sincera no puedo negar que me da una sacudida y se me abren las carnes que para qué le digo, señor director espiritual; tiene que ser pecado de todas-todas porque, se lo contaré de un tirón, hasta me gusta y todo, entiéndame padre, y tenga compasión de una pobre pecadora, aunque no creo que peque con estas ensoñaciones pero es que eso no es todo y aún no le he dicho lo más peliagudo y a ver si me atrevo de corridica y no se sonría porque estoy pasando unos días que usted estará pensando ésta lo menos se ha vuelto loca y a lo mejor es verdad o me está faltando poco para; y quién iba a decirme a mí que iba a llegar a semejante extremo, enseguida termino padre, no me apure usted que me sofoco más y esta vez va de veras, es un pecado mortal de necesidad porque tanto mirarle al santo, ¡el pobre, qué culpa tendrá de mi lascivia!, y no se me ocurre idea peor que cuando hemos terminado el ensayo con los chicos y se han ido a jugar fuera, yo me voy hasta su altar y me subo a su altura ¡cosa del Demonio sin ningún género de dudas por la tirria que tiene que tener a mi alma pura!, y ahora que lo pienso se me cae la cara de vergüenza y ya dice el Kempis o quien lo dice, Padre, bueno, el caso es que, no le despaciencio más y le digo lisa y llanamente que me subí como pude con ayuda del Diablo y le besé, sí señor, le besé, como lo oye y no me condene usted que yo no era dueña de mí misma y estoy pasando días de auténtico infierno hasta que me he dicho de hoy no pasa y don José María me entenderá porque es hombre de mundo y ahora que se ha quitado la sotana, a la fuerza tiene que entender mejor nuestra naturaleza caída, y lo besé muchas veces al santo, aprisa desde luego y sin morosidad como dice el catecismo, pero en la cara y en el pecho lo besé y ¡Dios me perdone!, en las piernas también ¡ave María!, y en los muslos, porque éstas liviandades me vienen desde que aquel soldado me enseñó a pecar siendo como yo era inocente de todo, y usted verá si soy digna de perdón o estoy condenada y puede que tenga que pedir dispensa a Roma para poder absolver semejante sacrilegio porque disparate mayor no sé si lo habrá oído en su vida”.

Como hace rato te estarás figurando, querido Filósofo, no pude aguantarme más y me salió una carcajada de la que ya me estoy arrepintiendo. Pues estas vestales ofendidas son muy peligrosas para enemigos de uno; si quieres malquistarte a un pueblo, no tienes más que desatar las iras de un par de estas vírgenes resecas, te levantan un tiberio que Dios me libre. Por de pronto, ella ya amenazó: “Padre, ya sospechaba yo que usted no me comprendería; hace tiempos que me escandaliza su manera de entender la religión de nuestros mayores. Y ahora encima se burla de las que no vemos en el sacerdote a un hombre sino al pastor de almas por muchas extravagancias que haga. Pero hoy les doy la razón a las que dicen que usted, en fin, ya lo averiguará si quiere, pero sepa que su falta de tacto ha sido advertida por todas nosotras”.

Y tu dulce Asunta se fue a paso marcial y mirando al frente. De película, chico. Después pregunté a Mamiño qué acusaciones se me hacen por el pueblo y el Mamiño que es muy elemento me dijo que “tranquilo, son cosa de cuatro locabis que usted no les casca un dedo y se ve que están sentidas; de primeras le pusieron por las nubes pero ahora le andan armando el tiesto. En concreto nada, le repito que son esas cuatro zaragatas que no ven más que por los ojos pitarrosos de la Asunta. Hacen ver que usted nos está cambiando la religión, que tiene poco totaño para las cosas de la iglesia y se mete demasiado en política. Pero en resumen y si quiere saber la verdad, que no les hace el caldo gordo a los mamasantos de siempre y yo le digo que hace usted santamente y no se preocupe por esas pavas menopáusicas que esta vez no tienen el curita que les acaricia su alma de machorras. Todo el pueblo está pirrado con usted y si llega a mandamiento lo de la Cooperativa, le vamos a levantar una estatua como hay Dios en los cielos, y si no, al tiempo”. Como ves, Filósofo, una de cal y otra de arena. Pero quizá te alegre saber que este tipo de acusaciones van siendo cada vez más frecuentes en toda nuestra geografía patria.