«Filósofo del alma mía, he de consignar este día como uno de los más gloriosos de mi vida; sin ningún complejo, he puesto una pica en todo lo alto. Le he dicho al palaciano todo lo que tenía que decirle, todo lo que según tú debería la Iglesia haber dicho hace muchos años a los caciques y traficantes del pueblo: que ése no es el camino. Además, ¿no me he hecho cura principalmente para esto? Y nuestras posiciones han quedado muy claras. Él sólo se ha atrevido a llamarme ingenuo, pero hervía por dentro y se iba sobrando como la leche, más que nada en el tono de su voz. Ella, mutis; tiene esos hijos hermosos y andaba trajinando para darles de cenar y mandarlos a la cama. Cuando se sentó por fin, yo me iba. “Pero ¿cómo, Padre ya se va? Sí claro, la media hora de todos, es mejor, no se lo perdonarían nunca”. Él había comenzado con la gaitica de siempre, que no siendo yo de esta región, se notaba que no conocía la manera de ser de los naturales, ¡como si en todas partes no cocieran las mismas habas! Pero es que el evangelio hace polvo a cualquiera y yo le iba por ese lado, trayéndole a colación la Biblia y de cuando Dios mandó que las tierras se repartiesen por igual y cada siete años quien hubiera acumulado más de lo necesario debería devolverlo a los pobres; ahí es donde me llamó ingenuo y me citó a los Papas. ¡Otra que tal!, salté, donde esté la Biblia, déjeme tranquilos a los Papas; y que si la iniciativa privada, argumentaba, que si la pachorra de los lugareños que se la pegan al amo en cuanto pueden para no dar golpe, usted no conoce el percal, reverendo, lo de reverendo me daba dentera, y que estaba de Dios que los hombres fueran desiguales y no todos como borregos uniformados, ¡la sagrada propiedad privada! Y ahí me lancé yo como una catapulta pedrada tras pedrada, porque esos argumenteos suyos me los sé, imagínate, de nuestros años de Partido, como si los hubiera inventado yo mismo. ¡Qué habría sido del mundo sin la burguesía! Ya estamos, pensaba yo, en fin, que ahí palpé lo imposible que es querer convencer a un rico y hacer la parida exacta que necesita para que se dé cuenta de que está en orsay. Sólo te digo que habíamos molido tantas veces estos asuntos antes de y en la misma cárcel, que fue pan comido y estuve audaz, sarcástico y cuando lo tenía acorralado, me puse paternal: Pero hombre, ustedes que son tan religiosos y adoran con tanto aparato a un Dios que fue muerto por los poderosos de su tiempo porque lo que decía les hacía una pupa feroz, ¿cómo ahora sacan los mismos pretextos judíos y repiten sus mismas acusaciones de entonces? Que ya veía claro, me cortó, qué pie calzaba yo y las doctrinas extranjeras que traía y que enterado del recado; que anduviera con cuidado, padre; ¡pero si no hago más que anunciar el evangelio a los que se dicen cristianos!; sí, pero hasta el presente nunca han existido problemas con los otros sacerdotes que sin hacer comparaciones eran más buenos que el pan y unos santos varones, porque sus amigos del Obispado, como queriéndome decir: toma nota, enviaban siempre a sugerencia suya muy escogidos pastores y que anduviera con cuidado, padre, porque podía salirme la taba culo, con perdón. Le contesté con mala baba, que el único problema del pueblo era él mismo y que sobre el evangelio por mucho que leyera a los Papas, no iba a enseñar al padre a hacer hijos; y que en el Obispado también esta vez habían elegido aunque indignamente el mismo párroco adecuado. Todo esto con suavidad, como un guante estuve y tontín-tonteando soltándole zambombazos con toda la elegancia del mundo, pero con tal tensión interior que el estómago ya empezaba a engarabitarse y pedía bicarbonato, pero yo tranquilo, misericorde y tal. Usted no debe considerarme como un adversario, escogí la palabra al despedirme, sino todo lo contrario porque quiero con toda mi alma que usted descubra su camino que no es el camino que hasta ahora ha llevado. Se quedó de un aire y como viendo visiones el pobre diablo. “Ojo con ese gilipollas, me había advertido Mamiño, que ya se ha dejado decir por ahí que el cura nuevo viene muy altanero y que él le iba a rebajar los humos. Usted, don Chema, cumpla con su deber pero sin pisarse el escapulario, o séase, sin pasarse de rosca, que el maricueca tiene vara alta hasta con el obispo y con estos malasangres hay que ser muy zorro. Ya me alegraría que le diera usted en los mismos morros, pero ojo al Cristo que es de plata y usted va demasiado deprisa y de torear entiende poco, o séase, templar y mandar, templar gaitas para poder mandar a hacer puñetas a ese pamplinero, rácano y todo lo que se diga es poco”.
Pero si Mamiño no aprobaría mi sistema, tú en cambio, ínclito filósofo, seguro que estarías orgulloso de mí; soy tu discípulo desde que hiciste la guerra por el amor de Dios y por el mismo amor según tú, capabas de un solo tajo proxenetas y bastardos, y tú fuiste la causa de que yo esté ahora aquí. Aquella noche en la cárcel nos habías dicho que no podías soportar que el pueblo hubiera perdido la guerra. Yo te dije, por favor Filósofo, con el alambre del retrete no lo hagas, que eso es lo que quieren ellos, que les demos ese gusto. Todos sabíamos que nuestros carceleros habían puesto aquella cadena en el retrete por si alguno se animaba a colgarse de él, así les ahorrábamos preocupación y mala conciencia. Y nos habíamos juramentado para no satisfacer tan bellísimo deseo. Pero tú, espíritu purísimo, no pudiste soportar la visión de nuestra causa perdida y en la madrugada te descubrí balanceándote en el alambre; entonces comprendí que tu Dios podía ser algo más que la cortina de incienso que empleaban los hijos del infierno para adormecer al pueblo. ¡Qué descubrimiento, gracias a ti, del Dios humilde del pueblo humilde, antidiós de los feligreses del dinero! Jamás olvidaré tu lengua desdeñosa haciendo la suprema burla al mundo de la mentira. Después he entendido que también Cristo desde la cruz sacaría la lengua enseñándonos su desdén por toda la basura de las gentes de mal vivir, que son las gentes que viven mejor. Al amanecer y mientras te hacía la respiración artificial vi claro el camino de mi vida. Por eso te digo que hoy podrías estar orgulloso de mí, querido Filósofo columpiándote en la ventana de la cárcel, morado de satisfacción por poder mostrar tu cabreo infinito a los guardianes de la Cloaca Máxima, a los oficiantes de la liturgia de la Gran Prostituta, que dice el Apocalipsis; porque hoy hice yo lo mismo ante el palaciano, este eunuco, pequeño servidor de la Grandísima Ramera que tú no aguantabas. Yo no sé cuánto aguantaré, no sé si algún día la Grandísima Paridora de bastardos me digerirá y me hará claudicar; pero de momento aquí estoy, orgulloso de ser predicador del evangelio de Cristo, poca cosa para tan Gran Zurriaga como es nuestra sociedad; pero a lo mejor lo suficiente para que no me devore como ha devorado a tantos ministros de tantas iglesias con arrumacos y limosnas de Navidad.
“Solemos hacer una limosna por Navidad —dijo él— ¿cómo quiere que se la mande, o prefiere que se la lleve mi esposa?” Ella entendió enseguida que yo no aceptaría, porque ya sabe por experiencia que no entro en sus juegos, que no ha conseguido traspasarme su compasión de frustrada y le obligo a quedarse sola y que ella misma sacuda el yugo y deje de ser el simple receptaculum seminis de ese eunuco que es aquí el representante de la Gran Medusa estranguladora del pueblo. “Si le sobra algo —respondí— usted conoce a sus peones, y ese dinero será suyo; de la parroquia desde luego no es”. ¡Vaya cara que puso el copulante interrumpido! No macho, no colaboro en tus orgasmos caritativos, a otro perro con ese hueso. He, meditado a fondo el evangelio del Supremo Burlador y no estoy dispuesto a acostarme con la Grandísima Meretriz. Ella entendió y le miró a su marido, me pareció, con aire de conmiseración, con cierto mohín de venganza. Él me miraba como a una aparición, pero ya se sabe, comentaba Mamiño, de despiste de rico, cojera de perro y llanto de mujer, no debes creer. Porque, sí señor, yo perdí la guerra y cometí muchas estupideces, pero ahora veo claro y si logro sobrevivir a las tentaciones de la Grandísima Golfa, este pueblo te destruirá porque le voy a enseñar un evangelio que es fermento que pudre la barriga de la Grandísima Fulana. El cristianismo en este pueblo no va a ser ya una casa de tolerancia para citarse con los sementales de la perdición. Ya podéis cerrar el negocio que os traíais con la Grandísima Furcia porque la religión que yo represento no os va a guiñar ya al ojo a los que traficáis con la grasa del pueblo, ni este cura se va a casar con el primer sultán majadero que le prometa favores de serrallo burgués-capitalista.
Cuando volví a casa, Mamiño preguntó: ¿Hay guerra?; y si tuviéramos diez Mamiños nada más, ganábamos la pelea en un credo. Comprendo, Filósofo, que esta fe cristiana contiene mucha más carga política que mil manifiestos de izquierda envolviendo mil granadas explosivas. Y oye, si las derechas del mundo, si la Grandísima Zorrupia del mundo ha sido capaz de engañar a las iglesias y secuestrar el evangelio, ¿qué te crees que va a hacer con vosotros desde el momento que negáis el Absoluto y el hombre infinito? ¿No seréis pan comido? Vuestra hermosa utopía está ya domesticada y coagulada, si me permites, os quedan unos años de empujar al mundo y luego la mortaja. El año tres mil, ¿quién alimentará la esperanza infinita y la sed infinita de los hombres infinitos? Lo malo de todo este tinglado es que los que estáis dispuestos a hacer la revolución permanente, no estáis dispuestos a hacer la revolución infinita, ¿o es lo mismo? Ya solías tú decir que “la revolución es Dios” o al revés, da igual. ¿Y qué nos hacemos con vencer a este palaciano, si no rompemos los huevos que la Grandísima empolla en todos nuestros corazones? Le digo a Mamiño que sí, que tenemos guerra, y hace un corte de mangas.
Luego nos vamos los dos a ver al Francés que está en la tasca de El Cojo cenando unas truchas y me ha enviado un recado. “Padre, le voy a proponer un plan; me he dado cuenta de que en este país no se puede hacer nada, ni bueno ni malo, sin avisar al clero”. ¡Qué hay que oír, amigo! Pero es un buen plan. Mamiño al oírlo, gagueaba con su garganta rota: la guerra, la guerra».
—Es una patochada eso de que el teniente recibía órdenes. Según eso, nadie es responsable de nada porque todos obedecen al jefe supremo y si el jefe supremo está chalado perdido tampoco es responsable; pero el mal está hecho y entonces ¿quién tiene que pagar los platos rotos y los sufrimientos y todo? El Tato, no. Él es un asesino, ya pueden decir lo que digan. ¿Y que sois católicos, decís? Bueno, también yo, o ¿qué?, como el que más soy yo católico. A ver quién ha cumplido siempre con la Iglesia y ha pagado la araña grande y el armonio, media parroquia como quien dice es mía; hasta el tejado en la última reparación se pagó a mi costa. Pero una cosa es ser católico y apostólico y otra cosa es dejar las cosas como deben estar, y todavía otra cosa más anterior es honrar padre y madre y esposa, y mi padre no me perdonaría nunca si no hiciera justicia. Y vosotros, igual; tú, Melitón y tú Nicomedes y Nicasio y Juan Cruz y todos ¡puñeta!, que el honor del pueblo no es cuestión de unos pocos; ¿no os predica eso el cura, que todos somos la comunidad y esas vainas que os mete? Pues vais a poder demostrarle en su misma persona que habéis aprendido de primera sus catecismos.
«Y ¿por qué no lo haces tú solito, señor matón? Tantas ganas que tienes de vengar a tu padre, que en gloria no estará, y si está yo me borro ahora mismo y me paso al Islam, ¡pues arregla tus cuentas pendientes sin enjambrar al prójimo! Pero una cosa estoy viendo, que estos sinsustancias ya están cirriadicos de miedo y si han empezado a poner dificultades es porque están más que convencidos y sólo hablan para justificarse la guarrada que van a hacer. Porque lo que es el honor de sus mujeres les trae sin cuidado. ¡No habrán ellos achuchado a todas las mujeres que encontraron y alguna más que se inventarían! Pues no es nada la de veces que el Nicasio y el Juan Cruz han contado y con chulería encima, las burradas que hicieron a bayoneta calada y a bragueta desplegada. ¿No recuerdas que por dondequiera que pasaba vuestro glorioso ejército de ursulinas, los pueblos se vaciaban porque las mujeres se escondían antes de que llegarais vosotros? Todos estaban enterados de vuestro voto de castidad y no querían exponeros a tentaciones. Y tú mismo, cara de culo, no has fanfarroneado que digamos con aquella hazaña que os pegasteis no sé donde, que medio batallón pasasteis por una muchacha y cuando estaba para el arrastre y sangrando como un grifo, la acabasteis de sangrar con la bayoneta, ¡qué alma! Pero aquello no era un crimen sino una obra de misericordia, ¡la órdiga, qué papo tienes!, porque los vencidos son todos unos hijos de Hilarión y se merecen lo que se merecen. Y ya te digo, las cosas claras y el chocolate espeso; pero pase aquí lo que pase, este menda está dispuesto a jugársela por el Gafas, ni que sea católico ni que sea sacristán, sino que la guerra es la guerra, si señor, y en guerra estamos permanentemente con vosotros. Y el único defecto de los del otro bando fue que futriquiñaron a unos cuantos meapilas, pero dejaron vivas sus podridas crías como tú para poner un buen ejemplo, y ya lo decía mi padre que no tenía un pelo de tonto, aquél. Y en resumiendo, que si estos cincuenta sinsonios se achantan y hacen el canelo me tendré que encargar yo de terminar lo que la santa guerra no terminó. Porque aunque no lo creas, sé yo muchas cosas, y amadísimos hermanos la guerra es un mal menor según los sanos principios de la moral católica, esto es, es legítima cuando están en peligro las esencias cristianas y las bases mismas de la sociedad, como ya dejó establecido san Alfonso María de Ligorio y el mismo santo padre acaba de refrendar con su última pastoral. Y en consecuencia, hijos míos queridísimos, vais a recibir estos santos escapularios con los que entraréis en combate, para que reboten en ellos las balas enemigas y las tentaciones del Demonio. Y aunque este servidor de ustedes, el Mudo Mamiño no lleva escapulario, pero guarda en su casa una escopeta del doce con la que te voy a pegar una perdigonada en los mismísimos, porque ya estoy pensando en lo que voy a hacer nada más salir de aquí».
—Echaos más vino, venga, que son las ondarras de la cosecha. Y en cuanto a la operación que os digo, vosotros no tenéis que hacer nada, sólo firmar. Dejadme a mí los detalles, lo tengo todo pensado. A ver tú, Aurelio, trae de mi escritorio un papel de barba y un bolígrafo. Va a ser mucho más fácil de lo que creéis, ya lo veréis: Se hablan unas palabritas con él y se acaba el problema; sin tocarle un pelo, la cosa saldrá bordada. Si yo comprendo perfectamente que le tengáis tanta ley. Los tiempos, sí señor, se han puesto muy difíciles, y al fin y al cabo él ha tenido su parte en lo de la Charrapera y le estáis agradecidos. Aunque sin el Francés y sin mí, él es un cero a la izquierda porque de negocios no entiende ni palabra, pero vamos a dejar eso. Aquí lo único que tenéis que tener en cuenta es que el asunto de las truchas se os viene abajo, y que nada más con una firma lo enderezáis de una vez; y aún puede que salgáis ganando más. Porque no olvidar que la piscifactoría es en su mayor parte mía; aún me debéis una porrada de duros del préstamo que os hice para ponerla. Si desaparece, yo soy el que pierde, porque vosotros no tenéis ahí metidos más que cuatro chavos y a una mala podéis buscar trabajo en cualquier parte, mientras que yo perdería dinero a escombro. Y no me importaría, fijaos, ya estoy perdiendo con haberlo sacado del banco para daros a vosotros a menor interés. Y todavía el chulo ese me acusa de vivir en pecado, ¡pues no te toca la pera! Y no sabéis la última; pero os la voy a decir para que sepáis con quién os estáis jugando los cuartos.
No me deja entrar en la iglesia ¡qué me decís!, sí, no pongáis esa cara, el Palaciano que tiene escaño reservado y lo ha tenido de siempre en la primera fila, pues por algo mi familia ha beneficiado a la parroquia con buenísimos regalos, y si vas a ver la parroquia es mucho más mía que suya, cuando él no es más que un ave de paso y en resumen un forastero de sabe Dios dónde, pues bueno, me ha llegado a decir que tengo que ir cambiando y buscar otros caminos ¡qué bobadas no dice!, o de lo contrario se verá obligado a predicar duro contra mí y echarme fuera; que la misa es la igualdad de todos y si no, es una comedia y que él no es un payaso. ¡Vaya si lo es, está loco! Ya le dije al obispo, este señor está loco rematado y hay que sacarlo del pueblo, pero cuanto más que es un comunista disfrazado de cura. Pero luego le llamaron a él y como tiene tanta labia no sé si los emboba o qué, el caso es que lo dejan donde está con unas palabritas de que sea más prudente, ¡válgame, más prudente! Yo ya os digo, no me arrimo a esta iglesia y me alegro; si no, explotaré y le armaré alguna buena. A eso hemos llegado, pero todo se andará, me decía yo, paciencia y barajar y claro, al fin cae la breva y se descubre todo. Y a lo que estamos, si firmáis todos ahora mismo, os rebajo el interés de lo que me debéis; más perderé, pero para demostraros a quién le interesa de verdad que el pueblo suba y progrese y haya conquibus. Además, a él ¿para qué lo necesitáis, si puede saberse? Desaparece éste y ya mandarán otro, de eso me encargo yo, pero otro con más de aquí y que no sea un moscovita camuflado, que lo único que busca es hacernos perder la fe católica.
«Ahí te duele, compañero. Por la boca muere el pez y si estos negados entendieran de la misa la media, te calarían las intenciones de cerdo y te darían para ir pasando. Lo que menos te preocupa es la fe católica, apostólica y romana, aunque siempre te has creído que eres del sobaco de Cristo; lo único que te interesa es que el Gafas no te deje al descubierto para que todos vean lo abencerraje que eres. Si tú eres católico, qué seremos los demás. Ahora que empezamos a entender lo que es ser católico gracias al Chema y tú de eso ni oler, lo que quieres es conservar el tipo encima de hundir al pueblo y despacharnos a todos para quedarte tú solito con unos cuantos esclavos y un pantano inclusive de tu propiedad; pero esta vez no te va a valer y has tropezado en hueso y éste te canta las cuarenta y la Intemerata si se tercia, y por un regular eso joroba a cualquiera pero a ti más, porque siempre has meado muy alto y te has creído el señor de cielos y tierra. Pero ahora estás quedando como un bandido que ha desvalijado durante siglos a todo cristo con el benedícite de los curas antiguos, y no hay nada de venganza de tu padre, ni de la honra del pueblo sino pura y simplemente la mala leche infinita que te hace hacer la nueva ola del clero, que te cierra la puerta de la iglesia; y no le des vueltas, porque a este tío no le llegas ni al zancajo y a nada que te descuides, te cierra también las puertas del cielo. Porque amigos, está muy claro, es más difícil que un rico entre en el reino de Dios, que un camello pase por el ojo de una aguja, o sea, imposible. Y éste ya no predica como los curas viejos con tanto requilorio ni etiqueteces sino que te suelta los zaborrazos a la misma boca del estómago, y eso te sabe a teta agre y no lo estomagas pero toma del frasco, que lo dice aposta para ti y tú eres el camello que ha engordado la giba a puro comer y beber y perder de lo de otris. O séase, que si hay justicia de Dios, tú no has de ver la cara del Padre Eterno. Sigue, sigue, atonta a estos ceporros pero ya llegará mi turno y os diré más de cuatro cosas bien dichas. ¡No firméis so calamidades, que lo menos estáis borrachos!».
—Ya está. Yo firmo el primero y se me va una pila de duros, pero como buen español prefiero la honra a los barcos. Ahí tenéis ahora, no diréis que en esto salgo ganando nada; renuncio a lo del arroz, que según, debe de ser un negocio redondo. Venga tú, vete pasando y echad la firma y os perdono el interés del préstamo; podéis devolver cuando queráis, sin prisas. Además, otra cosa: los que me debíais de antes, que no es gran cosa pero a algunos no hay modo de cobraros nunca, pues nada, voy a ponerme farruco y os perdono también los adelantos que os he ido haciendo estos años, olvidado, no se hable más, empieza igual de esa esquina, firma tú, Melitón, eso es, debajo de la mía; y no os preocupéis, si el Francés os llegara a fallar, aquí estoy yo para echaros una mano en lo de la cooperativa, porque eso tiene mucho futuro, la gente tiene ahora mucho morro y con esto del turismo y el vicio que va entrando en todas partes, a todos les apetece comer trucha con jamón. Claro que no es lo mismo una de criadero que una de río, pero ni lo notan, se ha puesto de moda y hace fino y todos a pedir trucha, no sé qué le encuentran, la verdad, nunca he visto un pescado más soso ¡y que hay que saberlo poner!, pero es la tontería, chicos, es la tontería que va entrando hasta en los pobres. Vete dando la vuelta y no hace falta que apretéis el bolígrafo, escribe solo.
«Ah, ladrón, cómo los estás hipnotizando con esto que os rebajo y esto otro que os perdono y aquello que os regalo. ¡Quien no te conozca te compre! Y a vosotros, idiotas, cómo se os ocurre. Si os ha de sacar las mantecas por otra esquina; en cuanto consiga lo que quiere, mandará venir al intendente ese de agricultura y pantano que te crío, ¡qué burros que sois! Anda, hombre, Aurelio, no hagas como que estás dudando, que ya sabemos lo tontolaba que eres y el alma de pelotudo que llevas dentro; tú con tal de figurar y sacar tajada, eres capaz de vender a tu propia madre si la tuvieras, y luego te harás el agonías y que no querías, ya visteis todos cómo estaba de afligido y me temblaba la mano cuando eché la firma; ¡tienes más papo que Dios talento! Di que sí, te tiembla la mano de lo analfabeto que eres, y así le vas a dar a tu hermanita Asunta la oportunidad de desmayarse y hacer una escena, que eso le va de primera. Únicamente que ahora perderéis los primeros viernes de mes, porque supongo que después de esto no te atreverás a comulgar y hacer el payaso como sueles. Pero tu patrón te curará pronto los remordimientos con la propina que te largará este mes, y lo comido por lo servido, si señor. Y pásame de una puñetera vez el papel, que os voy a hacer cisco la combinación. Vamos a ver, os lo voy a poner con letra bien clarica para que me entendáis. “SOIS TODOS UNOS ASESINOS Y VOY A TOCAR A REBATO EN CUANTO SALGAMOS DE AQUI”. Eso es, macho, ahora toma tú, que corra la bola y a ver qué pasa. No me mires, desgraciado, ya has leído bien, pero qué te crees, ¿que soy de tu misma calaña? Anda, enséñaselo al usía”.
—¿Qué pasa ahí? Trae. ¿Qué es esto? ¿Quién ha… tú has puesto esto, Mudo? No me hagas reír. Si aquí nadie va a asesinar a nadie. Dice que somos unos asesinos y que nos va a denunciar. Tú estás majareta, chico. Yo ya comprendo que siendo sacristán le hayas cogido un querer mayor que los otros; pero ¿te has mirado alguna vez al espejo?, ¿quién te crees que tiene la culpa de tu cara bonita, eh? Bueno, no voy a esperar más ni a repetir mi envite. Firman todos los cabezas de familia, o aquí se acaba el pueblo. Elegid. Es la última vez que hablo. No, no, dejadle, que se vaya si quiere, que lo piense más, ya volverá por la cuenta que le trae. Yo le comprendo, el pobre, en fin, ha recibido estos años un poco más de cariño y le cuesta hacerse a la idea, a todos nos cuesta. Aurelio, id vosotros a ver si le convencéis. Y a lo que estamos, tuerta; vamos a seguir nosotros, continuad, hale, acabemos de una vez y cada uno con su cada una.