«Las abejas tienen un muy acabado lenguaje para comunicarse, consistente en vuelos circulares…».
Los niños de la escuela canturrean la lectura que les ha puesto la señorita maestra. Amparándose en el guirigay, Mamiño se va al retrete y escala la pila de leña que sube hasta la ventanuca. Desde allí espía al teniente y la muchacha. Apenas les entiende lo que hablan, pero se fija en las manos del teniente, unas manos peludas que suben suavemente, que bajan, que suben, que abrazan. Mamiño, de repente, salta de su observatorio y entra en el aula. Vuelve enseguida con una compañera de la mano; tira de la cadena del agua y le dice a la niña:
—¿Quieres que te suba? Para que vayas aprendiendo.
—No, que me verán.
—Mira, se hace así, arrímate sin miedo, agárrame con los brazos.
—Que es pecado, carota.
—No seas tonta, ¿somos novios o no? Estáte quieta; tienes poca tetica, le está haciendo así ¡papí, papí! Es rico, ¿verdad?, te da la risa, no sé si vas a valer.
—Te digo que es feo y la señorita se condenará.
—Si son novios formales como nosotros, no. Oye, cuando yo sea mayor me he de dejar bigote. Dame un beso, déjame, hay que cerrar los ojos, a ver.
—Calla, marrancho, que nos van a oír.
—Eres triste, Carmela, ponte en facha, hay que mirar fijo a los ojos, mírame, anda; pon cara rara como la señorita, ¿me quieres o no?
—Te tienes que confesar, Mamiño, esto no se hace, es pecado y grande. ¡Suéltame, suéltame, so cocho, que si no, se lo cuento!
—Pues cuéntale, prostituta, más que prostituta, si todas sois iguales; déjame, déjame, y por dentro la gran gozada. Arrea pues.
Mamiño tira otra vez de la cadena y se queda pensando en lo que estos días oye en su casa a las mujeres del barrio. Que las chicas de ahora son todas unas cualquiera. Unas zorronas, dice la vecina, y unas barraganas y unas lagartas, chicos, hale, salid a la calle a jugar. Pero él se queda detrás de la puerta escuchando y, no te quedes ahí, repuñetero, no madre, ya me voy. Pero se queda y oye lo de prostitutas, que don Frutos el domingo las llamó así, encima parece que les sacó la cara a esas dejadas, que no son más que unas dejadas; pero el cura ¡no te giba!, que las prostitutas entrarán en el cielo antes que las decentes o poco menos que dijo. Pues ¡estamos buenas, chicas!, o séase, que el evangelio es que éstas encima van a ganarse el cielo meneando el pompis para los soldados, ¡haberlo avisado, reverendo! …Cómo eres, mujer, no te callarás… Si no exagero; figúrate que vienen todas las noches al asunto sin perderse ni una, ¿has visto tú qué descaro y qué afición? Si es que ya no hay temor ni cosa que Dios fundó. Y éstas, unas pasmadas. ¿Que no pueden hacer otra cosa? Con no dejarse, en paz. ¿Tú no le mandas a la porra a tu hombre cuando estás de non y se pone pesado?, le das dos puñetazos en su lugar descanso y verás cómo se le bajan los humos al pedigüeño. Y a una mala, sí, sí, vosotras reíros, pero si una quiere, se las apaña muy bien para descojonar al penco más pintado. Yo sólo sé que entre varios insurrectos podrían hacer de mí lo que quisieran, pero ¿uno sólo? Está fresco el lagarto que me quiera meter el morro. Y con la excusa de la guerra, ve tú, algunas se están poniendo las botas. Y no veas la maestra, porque el teniente o demonios ese, vaya tipazo se gasta el maromo, oye; que los nuestros son unos espantajos al lado de. Y luego, chica, que es muy educado; en mi casa estuvo cuando ya sabéis, a llevarse el cordero, ¡ojalá le dé el cólico, eso por descontado!, pero educado, oyes, un rato largo. Y guapo, todo hay que decirlo, porque el palaciano en comparación parece una mierda seca pinchada en un palo; ésa sí que ha salido ganando con el cambio, y ya me alegro que el chuleta ese cuando venga del frente se encuentre con unos hermosos cuernos en el escudo del portón… Pero demontre, que don Frutos aún para postre de lo bailao les dé el pase a la gloria delante nuestra, lo que nos faltaba por oír… Mujer, si es por evitar males mayores, ¿qué te parece, que él se alegra?, ¿o no lo conoces lo carcamal que es? Se le ve la idea. Porque en estos particulares del sexto, a ver cómo nos ha tenido siempre, más atadas que burro en melonar. Con decir que a la Pascuala misma, ahora la tiene que defender el pobre hombre y disimular y comerse los hígados de lo que pasa en el pueblo, pero hace un mes sin ir más lejos, ¿qué?, si no le dejaba ni andar en bici; que se pusiera medias, le dijo, ¡si será palomo!, las medias de la abuela, para que no se le viera la garra. Pues pásmate, hijo, ahora la garra y el garrón también; en fin, todo sea por evitar una catástrofe. Porque tú, muy fácil lo dices, que no se dejen, ¿y si se ponen tontos esos braguetas y empiezan a tiro limpio? Ten en cuenta que ésos están con el pellejo en un tris y se van acercando al monte poco a poco para escapar escopeteaos en cuanto acabe el lío; no tienen ya nada que perder, y qué más les da matarnos a todos si no les hacemos el gusto. Aguantar el tipo, maja. Lo que sí te doy la razón es en lo hipócritas que se han puesto ellas, haciéndose las que no pasa nada de particular, como si nos chupáramos el dedo; que ya nos conocemos todas, nena. Y la tonta de la Asunta, bien que tonta, se está poniendo de un subido, pues hija, ni que te cortejara el Alfonso Trece. El otro día en el molino ¡habráse visto boba mayor!, justamente llevaba un almute de avena para moler y no te digo nada, sacó un billete de los grandes y nos lo refregó por las narices a la Mercedes y a mí que estábamos, ya os podéis figurar cómo estábamos, de una pieza. Si sois unas prostitutas o como se diga, pues coña, calla la boca por lo menos y no hagas alardes, que ya sabemos todos que en tu casa les hacéis asco a los billetes desde que tu tatarabuelo calzaba abarcas. ¿A santo de qué tiene que presumir ésa, digo yo? Bastante trabajo va a tener tu madre para encontrarte novio después que se pase el fregado del pim pam pum. Alta sí que es y tiene tipillo mono, pero más sosa que la calabaza. No, si los soldados saben escoger los muy granujas… Si os he de decir la verdad, me dan pena esas mocetas; incluso con el cielo ganado pero qué quieres, una es compasiva y se enternece con las desgracias ajenas y me dan pena…
Mamiño entra en el aula, va donde la señorita y le pide un diccionario.
—¿Para qué lo quieres?
—Para mirar una palabra, prostituta.
—Mamiño… ponte de rodillas. Ponte de rodillas y mirando a la pared.
El teniente baja a la plaza donde le esperan los soldados junto a la fuente.
—Por lo que veo, no habéis encontrado nada de provecho.
—Lo único, que las viejas nos han puesto tibios; —tienen unos higadazos las brujas esas, que daban ganas de romperles la boca.
—Luego hemos de dar otro repaso más a fondo, si no sale el meapilas, que no saldrá. En estas casas grandes se pueden esconder todos los guerrilleros del mundo. O lo más seguro, algunos del mismo pueblo que han superado nuestras líneas de retirada y están en casa escondidos a la espera de que acabe el zafarrancho. No me extrañaría nada que el cura los estuviera ocultando, porque ése sabe algo; ha venido a decirme que él había hecho la cagada pero claro, era para tentarme.
—Pues ya está, teniente —propone uno pequeñajo de cara ancha—, nos cargamos al cura y asunto terminado, ¿para qué dar más vueltas?
—No me gustaría a estas alturas liquidar a un cura, esos sujetos son gafes y traen mala suerte.
—Yo lo haré, a mí no me dan pampurrias, al contrario, atocinar a uno de esos magos de aldea me excita más que acostarme con la pava que me ha tocado. Como también yo estudié para cura, les veo el trampantojo y estos hechiceros comercian con lo más sagrado. Yo creo en Dios, no vayáis a pensar, pero no en el gato por liebre que éstos meten a la gente. No sé quién habrá envenenado el río, pero la clerigalla envenena la mente del pueblo dándole achicoria de religión. Precisamente yo estoy haciendo esta guerra porque creo en Dios, pero en el verdadero. Déjamelo de mi cuenta, tendré mucho gusto.
—Querido filósofo, te estás volviendo un pájaro de cuenta. El cura ya veremos, pero yo me inclinaría por ése que llaman el palaciano, el alcalde; ése lo pongo en tus manos con todo cariño, él ha tenido que ser.
—¿Y las mozas? Si nos bajáramos con las mozas…
—Ya está el Rubio echando su giña. Pues las mozas, ya podéis irlas despidiendo, porque no las cataréis más noches. Sin caballos, el capitán querrá que vayamos hoy mismo hasta la raya porque se acabó lo que se daba. Hala, vamos ahora a la tasca del Cojo a echar un trago.
Detrás de los cristales de las ventanas, las mujeres ya van por el cuarto misterio del Santo Rosario. En la iglesia, don Frutos va desgranando minuciosas plegarias por todas y cada una de las almas de su feligresía, «señor san Blas bendito, por lo que más quieras, no me falles en esta hora apocalíptica».
En la escuela, la señorita Eugenia intenta hacer entender a los niños que no se puede ir por el mundo adelante sin saber la regla de tres simple. Mamiño, desde su postura arrodillada vuelve la cabeza:
—Pero ¿después de la guerra va a hacer falta la pijadica de las matemáticas o qué?
—Más que antes, cabeza dura.
—Pero oiga, ¿si el teniente nos mata a todos?
—Mamiño, no me saques de quicio y estáte callando.
—A la orden, señorita.
—¡Si serás calamidad!
En la plaza solitaria, el chorrito de la fuente hace gurigurigloc gloc, guri-guri, gloc gloc y así.