—¿Queréis saber cómo lo descubrí? Una corazonada; por una peca me enteré de quién era, sí señor, de la manera más tonta. También vosotros le habréis visto, tiene una peca grande en la esquina de una pierna, ¿os habéis fijado? Un día que me había asomado a ver cómo iban las obras de la Piscifactoría, estaba el cura metido en el agua y con el pantalón arremangado, que ni parecía cura; y enseguida le vi, tenía una mancha grande marrón. Oye, le dije a mi mujer, ¿no será éste el teniente de la guerra? Porque tiene, vamos a ver, ¿no me has contado tú alguna vez entre bromas y veras que aquél enseñaba un lunar en la entrepierna? Pues ése, lo mismo. Tonterías, decía ella, que yo estaba loco, como si no hubiera más piernas manchadas en el mundo. Pero yo me puse a rumiar la idea y me vino así como un rayo, ¡es él!, se me metió aquí la tema, ¡es él!, a mí no se me escapa una. Porque este señor tiene algo raro. ¿Por qué con todos los curas anteriores me he entendido la mar de bien y cada uno en su lugar y tú me ayudas y yo te ayudo y todos contentos y aquí paz y después gloria, mientras que con éste…? Pero si no ha hecho más que revolverla desde que llegó y meterse conmigo y sembrar odio, los ricos para arriba los ricos para abajo, que hemos cambiado el evangelio, que si patatín y patatán; y una indirecta un día y el alfilerazo mañana y a la cara, así a la cara me ha dicho cosas que si esto no es paciencia, venga Dios y lo vea, de no ser cura no se lo habría consentido. Este elemento se trae algo entre manos, me repetía yo. Con decir que en Navidad, que de siempre habíamos hecho en casa una buena limosna a la parroquia, este año nos la devolvió, ¡es un enviado de Satanás!, me repetía yo y me iba convenciendo más y más, rechazar una limosna para las necesidades de la parroquia, pero ¡qué no tendremos que ver aún!, no necesitaba me dijo, que a lo mejor mis peones, no sé qué gaitas comunistas me sacó. La cosa se iba poniendo fea, hasta que justo, la mancha de la pierna me da la pista, una corazonada. La Eugenia, que no es él, que aquel tenía bigote y era flaco; yo a lo mío, una persona cambia mucho con los años pero el que de joven come sardina, de viejo caga la espina y a éste se le notan sus ideas rojas por todas partes. En el Obispado sabrán, y allí que me fui; pero me dijeron que no y que no, igual que mi mujer, todos terne que no. Y yo me tranquilicé un poco. Hasta el día de la Victoria, que este año cayó en domingo y se nos arrancó con un sermón de no te menees, ¿os acordáis? Ahí cogí el hilo otra vez. Yo en su lugar habría predicado lo mismo, del perdón, claro, quiere saber que le perdonamos, tiene que estar comiéndose los hígados de remordimiento, y que hay que olvidar lo pasado y Dios sólo es juez y ¿eh?, se las arregla muy bien para llevarse el agua a su molino. Y yo me puse a remugar mi idea y se me ocurrió entonces ir a lo de Prisiones; porque yo aquello no se lo perdono, o le perdono al teniente de entonces, pero eso de venir a hacerme la vida imposible y negarme el pan y la sal, ¡alto la burra, farolero, yo te voy a leer a ti los evangelios! Que de un palaciano no se ríe nadie ni se puede pisotear su sangre así como así; tú, mucho explique y la religión a tu manera, pero mi mujer no ha tenido día sano desde entonces ni ha sido lo que debiera haber sido, una mujer con todo en su sitio original ¡y todo por tu culpa!
«Por fin lo has dicho, marrano; tu mujer no es como esperabas, ¿eh? Pues ya te diría yo por qué, es que le das para atrás y se casó contigo no por tu facha agarena ni menos por tu dinero, sino porque te pusiste hecho una furia cuando volvisteis de la guerra y te encontraste con que otro te la había desayunado; llegó la fiebre del casorio, había que casar a escape a todas las mártires que en la retaguardia habían ofrecido su cuerpo al enemigo en aras de la patria, ¡ay morena, que la lírica no me va! O séase y dicho en cristiano mozárabe que tú ni siquiera sabes qué es eso; porque todo el mundo se puso de boda y tú no ibas a quedar como un derrotado y un cornudo. Pero tú no sabes que todo el mundo comparaba y salías muy malparado porque eres un insoportable mastuerzo y el teniente, si es el mismo que viste y calza los hábitos sacerdotales, sería un tío de pelo en pecho y con casta donde los haya. Y desde entonces no te ha soportado tu señora palaciana ni le has dado la más pequeña satisfacción como una mujer como ella con carrera y merecimientos podía esperar, porque eres un fiemo y aunque te ha dado hijos no son tuyos, pues ella estaba disfrutando con el teniente y odiando la barriga de mierda que tenía encima, porque eso eres tú con toda tu pasta y tu apellido, un saco de lástimas. Y dices que no es venganza, ¿eh? Estos boboncios a lo mejor se lo creen pero a Mamiño tendrás que nacer otra vez y algo más espabilado para engañarle. Tú te quieres vengar de ella, porque has hecho el ridículo al lado de ella, porque eres un berrozpe y te has creído siempre el macho irresistible, el amo de todo el valle, pero la señorita maestra te ha hecho sentirte un pobre majadero, y ya dice muy bien la Escritura, amadísimos en el Señor, que quien se humilla será ensalzado pero quien se ensalza será humillado; y basta leer la historia para darnos cuenta de cómo se cumple esta máxima sagrada: Desde Luzbel hasta nuestros días con las hordas marxistas, pasando por Napoleón que abofeteó al Santísimo Padre el Papa y le obligó a que lo coronara emperador, y el funesto Renán y el malicioso Voltaire que anunció que la religión tenía contados sus días… todos ellos perecieron y perecerán, y no me hagáis recordaros una vez más vuestra satánica costumbre de blasfemar, porque la blasfemia, ya lo trae santo Tomás, es el primer y peor pecado contra Nuestro Señor, ¡y qué diremos si son blasfemias contra su Santísima Madre! Tú, hermano que me escuchas arrepentido, en fin, que eres un importancioso de lo más desgraciado y ni siquiera en calzoncillo puedes enseñarle una peca estratégicamente situada, ¡chúpate ésa! Y ahora que caigo, tu doña Eugenia no se arrima últimamente a la parroquia, pero ¿por qué?, porque lo reconoció a las primeras de cambio y te ha dado sopa con hondas a ti que te crees tan corrido. Yo era muy chico y apenas me acuerdo de su cara pero ella clarito que sí, le ha puesto el bigote, le ha encajado el uniforme militar y aunque sea en las mientes le ha vuelto a besar en los mismiticos labios, unos labios que ahora son puros y dicen cosas muy divinas pero labios de besar, sí señorito; que yo también los vi abrazarse y besos no preñan pero tocan a vísperas y aquellos no se pueden olvidar. Porque el día que envenenaron los caballos y pasó lo que pasó, yo los tuve abrazados y abulladicos a menos de un metro de mí. Fue el teniente a la escuela y tu mujer nos dijo seguid estudiando que ahora vuelvo a preguntar la lección, pero por la ventanica del retrete yo me los guipé, y ya puedes decir lo que quieras pero ella no besaba por compromiso, que eso sí que se me quedó bien grabado. Él le tocó un poco la teta, como una pera de goma y ella se reía, cachondona la tía pero se reía muy a gustico, ¡como si lo estuviera viendo ahora mismo! ¿Y que ése es don Chema? Y, ¿qué cojonian tiene que ver una cosa con otra? La caca cuanto más se revuelve, más mal huele, y aquello pasó y estamos en otro capítulo y no vamos a estar toda la vida recordando aquella podrida guerra. Más motivos tendría yo, si vas al caso; ahora que cuando tenga seguridad del lechuzo que me hizo cisco la cara, y a saber si no fuiste tú o tu padre, que bien cerca de vuestra huerta me cascaron, pues alguno puede prepararse si llego a averiguarlo. Pero ¿por eso sin más ni mangas cargarnos ahora un cura que es el único con todas las de la ley de Dios que hemos tenido? Tienes que estar borracho, batueco del alma mía».
—Al fin en el Obispado tuvieron que cantar claro, sí señor, es él; pero eso cuando yo les di su nombre y todos los pelos y señales, pero usted comprenderá, es secretísimo, porque si llegaran a enterarse, ¡menuda la que se organizaría! Pues ya está organizada, yo por esto no paso. Un domingo llegó inclusive a desafiarme públicamente desde el pie del altar, ¡cuándo se ha visto semejante!, y me llamó enemigo del pueblo, con palabras, eso ya sabe, más retorcidas pero en resumiendo decía que veremos a ver quién gana porque el Diablo al fin tiene que arrugarse si se unen las fuerzas del bien. Oye, yo el Diablo. Pero ¿quién se ha creído este advenedizo para que venga a mí a darme lecciones de hacer el bien en el pueblo, cuando todos vosotros, a ver si no es verdad, os habéis despiojado en nuestra casa y en mi casa os habéis sacado el vientre de mal año? Desde entonces no me arrimo aquí a misa, pues ¡ésas podíamos tener, a mí amenazarme, bueno soy yo cuando me provocan! Aún no se ha muerto Dios de viejo y este señor tenía que caer y caerá. Pero bueno, Aurelio, no nos tengas a seco, vamos a echar un trago a ver si os vais soltando la lengua, porque aquí llevamos una hora y sin vender una escoba como quien dice; parece que soy el único que tiene que cobrarse ofensas y más de uno y más de dos también tendríais que estar echando espuma. Anda Aurelio, sube de paso unos pedazos de queso, que aunque estamos todos cenados, no vendrá mal un bocado.
«Beber, beberé, eso menos que tendrás, pero no me la das con queso ni con nada. Y a éstos, te va a costar Dios y ayuda echarlos a la perdición; que cuando los mudos hablan, licencia tienen de Dios y aún le tendréis que oír a este hijo de mi madre. Amadísimos, invoquemos a nuestra Madre con el saludo del ángel: Ave María».