La desvalorización emocional
Cuando no se aísla la crítica de los sentimientos personales de irritación o decepción de quien la formula, no puede evitarse que su efecto sea destructivo. Ciertamente, es difícil separar las emociones del contenido de nuestras palabras, o hablar desapasionadamente cuando el sentimiento nos domina. Pero gritar coléricamente, reírse con intención de ridiculizar, fruncir el ceño o hacer muecas para mostrar desaprobación, son formas de proceder que desvalorizan lo que se está tratando de expresar. El jefe que vocifera al dirigirse a un empleado indefenso, o el maestro que se burla de un niño que no puede responder una pregunta, no sólo están usando mal la crítica; están negándola. Sus palabras no tendrán una influencia útil sobre el comportamiento de la persona criticada, porque es más probable que ésta responda a los matices emocionales desagradables de la crítica que a la sustancia de la misma. La respuesta a la cólera será el miedo (o el enojo), y al ridículo, el resentimiento. Cualquier resultado positivo que se pudiera haber obtenido a partir del contenido de la crítica, se perderá en el tumulto del choque emocional.
Es virtualmente imposible entender y evaluar las críticas cuando cualquiera de los dos, el que las hace o el que las recibe, se halla bajo la influencia de un estrés emocional. Como resultado, lo más probable es que la modificación del comportamiento sea pequeña o inexistente. Esto, a su vez, justificará, o por lo menos reforzará, la actitud negativa del crítico, que se dirá: «No prestó atención a lo que le dije y sigue cometiendo los mismos errores. ¡Ahora, realmente tengo motivo para enojarme!». Las emociones contraproducentes de quien formula la crítica y las respuestas negativas de la persona criticada se influyen recíprocamente, perpetuando así el círculo destructivo. (Véase más adelante, con el título de «Las interferencias emocionales», un análisis de la forma en que, incluso, una crítica positiva puede ser recibida de manera destructiva).