Cómo afectan los sentimientos a la crítica

Tendemos a pensar que las emociones son sentimientos desencarnados. Decimos que nos sentimos tristes o alegres, tranquilos o enojados, románticos o deprimidos. Pero una emoción es más que eso; es el producto de cambios fisiológicos a los cuales ponemos un rótulo mental subjetivo. En otras palabras, lo que pensamos tiene mucho que ver con la forma en que identificamos y denominamos cualquier clase de cambio corporal que experimentemos.

Por ejemplo, mientras se viste para salir esa noche con el hombre que ama, Lynn siente que el corazón le late un poco más rápido. Como lo que anticipa es una experiencia placentera, dice que se siente «emocionada» o «feliz». Pero mientras recorre una calle oscura en busca de su coche, Lynn oye a sus espaldas un ominoso rumor de pasos, y el corazón vuelve a acelerársele. Sólo que esta vez se siente «asustada». El mismo cambio en el nivel de excitación física —la aceleración de los latidos cardíacos— ha sido reconocido y etiquetado como una emoción completamente diferente.

Como tradicionalmente se considera que la crítica es negativa o destructiva, la excitación corporal (o el «sentimiento») que se produce cuando nos critican —tensión muscular, aceleración cardíaca, elevación de la presión sanguínea— recibe por lo común una etiqueta desagradable: enojo, frustración, angustia, resentimiento.

Sara, una estudiante de magisterio de 23 años, tenía cada vez más dificultades para tolerar las críticas que recibía de su supervisor de prácticas cuando le observaba dar una clase.

Yo no sabía durante cuánto tiempo podría seguir aguantándolo. Mi supervisor encontraba mal todo lo que yo hacía. A mí ya me producía bastante ansiedad dictar la clase, pero cuando él terminaba de hacerme la crítica, era un despojo.

Cuando me llamaba para hablar conmigo, tenía siempre la misma sensación, un vacío en la boca del estómago. Me aterraba oír lo que tuviera que decirme. «Ya empieza otra vez», me decía para mis adentros, y siempre tenía razón. Cuando salía de su despacho, tenía siempre ganas de romper algo… ¡y a veces lo hacía!

El caso de Sarah es un buen ejemplo de la interacción entre pensamientos, sentimientos y comportamientos.

• Como continuamente valoraba las críticas de su supervisor en el sentido de un enfrentamiento negativo, Sarah llegó a tener ante ellas una actitud negativa.

• Esta actitud negativa influía sobre el rótulo emocional que ponía Sarah a sus reacciones físicas ante las críticas.

• Como la totalidad de la secuencia —actitud negativa, nivel de alteración emocional y etiqueta (sentir «un vacío»)— se repetía en cada ocasión, las críticas se convirtieron para ella en una experiencia cada vez más destructiva. De hecho, Sarah se decía que cuando el supervisor la llamara a su despacho, ella tendría un conjunto determinado de respuestas emocionales, que ella misma anticipaba porque esperaba sentirse angustiada e inquieta. Su propia expresión —«Ya empieza otra vez»— influía sobre su manera de sentirse, en cuanto le decía qué tipo de alteración iba a notar y le indicaba qué rótulo ponerle.