—Dioses —exclamó Pyanfar—, ¡ésa es Dur! ¡Tahar! ¿Dónde están las otras?
Dur Tahar gritó algo en respuesta y pasó corriendo por la zona de fuego hasta encontrarse con Gilan Tahar… las dos primas entre la humareda, Gilan y Víhan, las parientes lejanas, reunidas en un rápido abrazo. Mientras Pyanfar luchaba por acercarse a ellas con Canfy en sus brazos, Tahar miró a su alrededor y entonces llegó corriendo Haral, que se volvía a cada dos o tres zancadas hacia la zona más oscura del muelle, donde seguían resonando sin pausa los disparos de los francotiradores.
—¿Dónde? —le gritó Pyanfar a Dur Tahar—. Maldita sea, ¿dónde está mi tripulación?
—Ehrran… —jadeó Tahar, y giró en redondo, cogiéndola por los dos brazos—… tuvieron un problema con Ehrran… Pyanfar… —Tahar tragó aire ansiosamente por segunda vez—. Vamos…
Pyanfar la examinó de pies a cabeza con la esperanza de que llevara más cartuchos para su automática, pero en la mano de Tahar sólo había una pistola ligera, nada más. Pyanfar sintió que su corazón se desplomaba.
—Tahar, ¿dónde está Jik? ¿Has visto a Jik o a Ismehanan-min?
—Esos condenados mahendo’sat se encuentran dispersos por todos los muelles manteniendo sus posiciones… no lo sé.
—¡Capitana! —gritó Haral. Pyanfar miró por encima del hombro de Tahar y vio más figuras que se aproximaban, pieles rojas y marrones y una camisa blanca que relucía por entre la humareda con un blanco natural.
—¡Dioses! —les gritó Pyanfar—. ¡Hay francotiradores! ¡Corred!
Vio a su tripulación que aparecía corriendo por entre el humo, y sintió que el corazón se le subía de un salto a la garganta. Tirun, Geran, Hilfy, Khym y Tully, todos armados; Khym con el brazo ensangrentado, Hilfy con una herida en la pierna y Tirun la última, cojeando, con el rostro fruncido en una mueca de dolor.
—¿Qué te ha hecho tardar tanto? —le gritó Haral a su hermana.
—Eh… —dijo Tirun, que se había detenido ante ella con la respiración entrecortada, y señalaba el muelle cubierto de humo—. ¿Qué esperabas? ¡La próxima vez que prepares una fiesta, Haral, danos la dirección, por todos los dioses!
—¡Salgamos de aquí! —gritó Pyanfar, moviendo el brazo—. ¡Levantad a las heridas y no dejéis que se caigan, vámonos de aquí!
Khym cogió a Haury Savuun en brazos, y ambos quedaron cubiertos de sangre al hacerlo. Tirun y Geran rodearon cada una con un brazo a Canfy Maurn mientras intentaban recuperar el aliento y algo de serenidad. Partieron entre el humo y el estruendo de las sirenas, el profundo y ronco bajo de las sirenas que indicaban emergencia en el muelle y se alternaban con los altavoces que emitían crujidos y silbidos, retumbando con las amenazas e instrucciones de los kif.
Un repentino resplandor de sodio hendió la humareda a su izquierda, cerca de ellas, una claridad que se llenó de sombras al emerger una serie de siluetas cubiertas con túnicas por el acceso de una nave.
Un centenar de kif, toda una tripulación se dirigía hacia ellas, nadie sabía por órdenes de quién. Quizás habían decidido por fin a qué bando unirse. Las sirenas empezaron a gemir nuevamente en un tono mucho más agudo. Sobre su flanco empezaron a llover nuevos disparos en tanto que otros kif se preparaban para responder al nuevo ataque.
—¡Corred! —chilló Pyanfar y se lanzó cojeando a través del muelle. Se volvió para disparar su último cartucho hacia donde más daño podía hacer, al punto en que los disparos eran más intensos y desde donde enviaban una lluvia de proyectiles que silbaban en sus oídos. Luego giró nuevamente y siguió corriendo, sin aliento, casi ciega, viendo sólo una serie de soportes metálicos junto a la conducción de carga principal, donde una cinta transportadora llevaba a los niveles superiores de la estación.
Frenó en seco al doblar la esquina y ver delante a un grupo de kif, con las automáticas apuntando hacia ella y su arma vacía.
Dioses, tuvo tiempo de pensar, sintiendo un profundo disgusto consigo misma.
El disparo de una automática dio de lleno en el grupo de kif. Pyanfar alzó instintivamente el brazo para protegerse los ojos, y sus piernas la hicieron saltar a un lado, moviéndose rápidamente para hacer más difícil los disparos del enemigo; acabó rodando sobre sí misma hasta quedar arrodillada, los ojos clavados en el único kif que seguía en pie, quien sostenía su automática muy apartada del cuerpo en una clara actitud de rendición al lado del confuso y humeante montón de lo que habían sido cinco compañeros suyos.
—Capitana —elijo Skkukuk, con la voz más alegre que Pyanfar le había oído nunca emplear a un kif, un segundo antes de que su tripulación apareciera para rodearla con un muro defensivo.
Pyanfar intentó levantarse y estuvo a punto de caerse otra vez, pero Tully, que era el más cercano a ella, la cogió por el brazo y le ayudó a recobrar el equilibrio.
—Temía traición —dijo Skkukuk agitando una mano hacia el resto de la tripulación—. Y, de ese modo, te seguí utilizando mis propios caminos, capitana, para serte de utilidad.
—Que los dioses nos salven —murmuró Tirun.
—Creo que lo más aconsejable sería volver a la nave —dijo Skkukuk—. El hakkikt Sikkukkut te recompensará por tal acto de prudencia.
—¡Tú eres uno de sus agentes! —gritó Pyanfar.
Una oscilación de sus negras mangas y la mano que sostenía el arma hacia el montón de cadáveres kif que aún humeaba.
—¿No te ofrecí acaso mis armas? Soy skku de Chanur y de nadie más, y te he entregado a tus enemigos. —Skkukuk se volvió y señaló hacia el final del muelle donde se encontraba el dique de la Orgullo—. Los mahendo’sat han restablecido la seguridad en el muelle un poco más adelante. Ven y te enseñaré un camino sin problemas.
—Entonces, vamos —dijo Pyanfar, medio aturdida todavía—. ¡Adelante!
—¡Aparta a ésta de mi espalda! —Skkukuk señaló con una garra hacia Hilfy—. Esta…
—¡Sucia criatura! —gritó Hilfy y avanzó hacia él, pero Pyanfar la cogió por el brazo.
—¡Venga! —le gritó al kif.
El kif se dio la vuelta y echó a correr hacia otro refugio.
—Vamos —dijo Pyanfar mientras cogía todavía a Hilfy por el brazo y le daba un empujón hacia adelante para hacer que siguiera los pasos del kif que ya se estaba desvaneciendo igual que una mancha negra perdida en el humo.
¡Whump! Los sistemas de energía volvieron a encenderse en lo alto de la estación; las luces brillaron y el lejano zumbido de los ventiladores se hizo más próximo y firme. La estación de Kefk intentaba sobrevivir. Los altavoces continuaban su emisión inaudibles entre el estruendo.
Los disparos se hicieron más dispersos y casi dejaron de sonar; como si la entropía hubiera recobrado su dominio: una organización cada vez menor y un creciente deseo por parte de los kif que todavía luchaban de encontrar una salida conservando lo que hubieran podido ganar; y vivos. Ahora lo único que intentaban era defenderse.
Seguir al kif. Confiar en el kif que le había salvado la piel. Se encontraban dentro del radio de comunicaciones de la Orgullo. Pyanfar buscó el comunicador de bolsillo sin dejar su trote vacilante. Tosía a cada paso; parpadeaba para limpiar sus ojos de las lágrimas provocadas por el humo; esperaba por los dioses, que todo hubiera quedado ya a sus espaldas mientras iba siguiendo la veloz silueta del kif que saltaba de un refugio a otro.
—Chur —jadeó por el comunicador—. Chur, aquí Pyanfar… ¿me oyes?
No hubo respuesta.
Una docena de zancadas más.
—¡Chur!
Silencio en el comunicador. Podía haberse roto en una de sus caídas. Sí, podía haberse roto.
Skkukuk se detuvo repentinamente entre un conjunto de vigas y se pegó a ellas. El humo que tenían delante estaba surcado por luces que se encendían y apagaban rápidamente, una columna de luces que subía hasta el techo, y destellaba sin parar, convirtiendo en hielo el corazón de todo navegante espacial.
De repente, toda la estación tembló. Pyanfar agitó salvajemente las manos para evitar la caída y se encontró junto a Skkukuk en tanto que los mecanismos hidráulicos y los giróscopos sonaban como truenos y un cambio de presión le causaba un agudo dolor en las orejas.
—Oh, dioses… —dijo. Se apoyó en una columna metálica y contempló la humareda mientras las demás se reunían con ellos. Las grandes puertas de la sección se habían cerrado. El dique de la Orgullo, de la Mahijiru… la Vigilancia, la Aja Jin… Estaban atrapadas.
—¿Qué…? —La voz de Khym, entrecortada por los jadeos, débil y asustada. Se apoyó en dos vigas cruzadas, jadeando, Haury hecha un ovillo en sus brazos—. ¿Qué ha pasado?
—No lo sé —dijo Pyanfar. Toda la estación parecía haber quedado súbitamente silenciosa. Las sirenas se habían callado—. Puede que haya un agujero… La Orgullo. Oh, dioses. No podemos pasar. —Intentó usar nueva mente el comunicador—. Chur, Chur, ¿me recibes?
No esperaba conseguir respuesta y no la consiguió. Dejó el comunicador otra vez en posición de recibir y sus ojos se encontraron casualmente con los de Geran.
—Probablemente es que la señal no puede pasar —dijo Pyanfar con voz ronca—. Con esa puerta cerrada, la recepción es casi nula.
—¡Ktiot ktkijik! —tronó el altavoz… EMERGENCIA. Y siguió repitiéndolo una y otra vez… Skkukuk alzó su largo y oscuro rostro para oír mejor, pero las palabras kif se perdían en un tumulto de ecos.
Otro altavoz aparentemente situado a un nivel más bajo empezó hablar en otra dirección.
—¡Capitana! —Haral señaló hacia cuatro mahendo’sat de brillantes atuendos que habían salido de un refugio y empezaban a correr, muy cerca de ellas.
Desesperadamente.
—Dioses —dijo Pyanfar—. Jik… Jik, bastardo sin orejas. ¿Qué está pasando?
Jik llegó casi sin aliento y la cogió por los brazos.
—Venir… tener que ir… otro camino. Tener no ir nave, no ir nave…
—¿Qué ha pasado ahí?
—Tener problemas, tener Vigilancia… creo que ella reventar dique. Creo que ella ir… ir Punto de Encuentro.
—¿Dónde está la Mahijiru? ¿Qué está haciendo la Aja Jin, en nombre de todos los dioses? ¿Tienes contacto con ella? ¡Destruid una de sus toberas! ¡Detenedla!
Jik parpadeó, respirando entrecortadamente.
—Perder contacto con Aja Jin… Mahijiru conectar energía. Mahijiru… Vigilancia… ir.
—La está persiguiendo.
—Él no disparar, no disparar, Pyanfar. No saber qué hacer él… ¡Salir muelle, tenemos que salir muelle. Mi compañero… él… él no disparar!
—¿Quieres decir que huye con ella? ¿Que se ha ido con la Vigilancia?
—Afirmativo —dijo Jik, sacudiendo a Pyanfar—. Tenemos… problema…
—Kkkt —dijo Skkukuk—. Es algo más que eso. El hakkikt no estará hoy complacido con los mahendo’sat o las hani.
—¡Cállate! —gruñó Pyanfar; y Skkukuk metió la cabeza entre los hombros.
—Mira a tu alrededor —dijo Skkukuk.
—Uuhhhnn —dijo Haral; y Pyanfar miró.
Por entre la humareda empezaban a brotar sombras, sombras cubiertas con túnicas que convergían sobre ellas desde todos los lados, cautelosa y decididamente. Y sostenían rifles que las apuntaban.
—Serán del hakkikt —dijo Skkukuk—. Dado que no disparan… Nos devolverán a vuestras naves. O quizá no, según plazca al hakkikt. Kkkt. Espero que no le ofendieras cuando hablaste con él.
—Cuidado con Dientes-de-oro —murmuró Pyanfar, absorta—. Cuidado con Ismehanan-min.
—¿Qué decir? —preguntó Jik—. ¿Qué hablar, Pyanfar?
—No fui yo quien lo dijo. Fue Stle stles stlen. El stsho me avisó en Punto de Encuentro. Me avisó desde el primer momento. Pagué muy cara esa advertencia. Sí, pagué mucho por ella. —Guardó su automática sin municiones en la funda y contempló con ojos inexpresivos el círculo de kif que se iba estrechando a su alrededor—. Que nadie pierda la calma. Si es posible, intentaremos conservar las armas.
—Kkkkt. ¿Parini, ker Pyanfar?
—Lo apreciaría, hakkikt, —Pyanfar alargó una mano cubierta de suciedad y sangre seca para recibir la copa que un ayudante le tendía en la penumbra del salón de la Harukk.
Había vuelto al punto de partida. La sangre y el hedor de los muelles seguían pegados a ellas. Estaban cubiertas de heridas que no habían sido curadas. Aparentemente el hakkikt había decidido ignorar el mal olor, quizá le encantaba ver a sus oponentes sudando e incómodas.
Todas estaban allí, incluyendo a Hilfy y Tully, sentadas ante la mesa de Sikkukkut, en los asientos de patas parecidas a insectos: Haral; Dur Tahar; Jik; el resto de las tres tripulaciones, tanto hani como mahendo’sat, se encontraban junto a las sombras de la pared, flanqueadas por kif armados… salvo Haury Savuun. Los kif se la habían llevado pese a que ellas habían protestado todo lo que la situación les permitía. No sirvió de nada. El que Hilfy y Tully estuvieran como invitados ante la mesa de Sikkukkut era, seguramente, una burla, así como lo era la presencia de Dur Tahar. Desde luego, la burla era todavía menos sutil con Skkukuk, que permanecía agazapado en el suelo junto a la silla del hakkikt, con las rodillas cubiertas por la negra túnica y casi tocando su cabeza encapuchada, los brazos invisibles: un Skkukuk muy, muy callado y quieto que permanecía encogido al máximo.
Sikkukkut tomó un sorbo de su bebida. No era parini. Sus negros ojos relucían.
—Si en el futuro deseo ver destruido algún muelle —dijo Sikkukkut—, no deberé sino invitar a mi amiga Pyanfar. Primero los stsho, luego los mahendo’sat y ahora los kif. Eres una huésped muy cara.
—Me gustaría entrar en contacto con mi nave.
—Por supuesto, ya lo harás. Kkkt. Chur Anify se ha quedado a bordo. Herida, según dices. Pero quizá todavía sea capaz de manejar los controles. ¿Quién sabe? Keia, la tripulación de reserva que dejaste en la Aja Jin se halla… virtualmente al completo, sólo faltas tú y tus cuatro acompañantes. Tú e Ismehanan-min retirasteis vuestras tripulaciones de los muelles al mismo tiempo que la Vigilancia. Para decirlo de un modo directo… ¿por qué?
—Afirmativo. Porque… —Jik hurgó en su bolsillo y extrajo un encendedor y un cigarrillo. Se llevó el cigarrillo a los labios y prendió el encendedor.
—No —dijo Sikkukkut en un tono que no admitía réplica. Jik, hizo una pausa en sus gestos y le miró, con el cigarrillo sin encender y la llamita aún ardiendo—. No —repitió Sikkukkut.
Jik se quedó totalmente inmóvil durante un segundo, como si estuviera indeciso. Luego cerró diestramente el mechero, se quitó el cigarrillo de los labios y guardó nuevamente los dos objetos en el bolsillo.
—¿Bien? —dijo Sikkukkut.
—Número uno seguro que la Vigilancia hacer problemas. —Jik señaló con el pulgar curvado hacia las siluetas de la pared y luego señaló vagamente a Tahar, que se hallaba a su derecha—. Ehrran salir, pensar quizá que echar mano a Tahar. Querer mucho malo ella. No bueno probar. Orgullo no dejar. Cosas ir mal rápido, disparos empezar, esas hani recibir orden de vuelta. Tripulación Orgullo ellas intentar encontrar capitana, ¿eh? Intentar cruzar muelle… al mismo tiempo salvar pieles todas esas Ehrran por accidente. Correr como en infierno, subir nave. Cuando yo ver tripulación Vigilancia correr por muelle, yo rápido nervioso también.
—Sabías lo que ella haría. —Sikkukkut tomó un sorbo de su copa y pasó la lengua con rápida delicadeza por sus labios—. Bien, mientras nos hallamos cómodamente sentados aquí, la Vigilancia prosigue su viaje hacia el exterior del sistema… y, sin duda, su objetivo es Punto de Encuentro. Tu colega y compañero de negocios Ismehanan-min anda tras ella a toda velocidad, y ninguna de las dos naves ha hecho ni un solo disparo. ¿Te sorprende eso, Keia?
—Condenadamente seguro sorprendido —dijo Jik con el rostro ceñudo.
—¿Y a ti, ker Pyanfar?
Pyanfar agachó las orejas.
—Hakkikt, ya te dije lo que haría Ehrran apenas tuviera su oportunidad. No, no estoy nada sorprendida.
Esta respuesta no complació mucho al hakkikt. Pyanfar notó la tensión de los dedos que sostenían su copa, el relieve de las venas y los tendones bajo la piel gris oscuro. Pero el hocico se alzó nuevamente de la copa en un gesto lleno de gracia. En sus oscuros ojos brilló una lucecita ingenua.
—¿Qué harías tú, skth skku?
«Mi vasalla». Las orejas de Pyanfar se agacharon todavía más.
—Lo que sea necesario. El hakkikt no precisa mi consejo, pero nuestros intereses siguen siendo los mismos. Pukkukkta. Está claro que Ehrran pretende matarnos, y no tengo la intención de ofrecerle un blanco inmóvil. Con tu permiso, claro está, hakkikt… Lo que dije antes de que empezara el combate sigue siendo cierto.
—Sktohk nef mahe fikt. Alguien situado muy cerca quitó el seguro de una pistola con un chasquido. Un centinela acercó esa pistola a la cabeza de Jik y éste no movió ni un solo músculo: un segundo después cogió su copa de vino y tomó un sorbito de ella.
—¿Confías en nuestro amigo Keia? —preguntó Sikkukkut.
—Sigue aquí. Él también ha salido perjudicado en este asunto, igual que nosotros.
—Realmente le han engañado. Segunda pregunta: ¿es amigo mío?
—Como siempre ser —dijo Jik con una leve inclinación de su más bien amenazada cabeza, su anterior animación había dejado paso a un fruncimiento de ceño—. Hakkikt, largo tiempo yo trabajar con Ana Ismehanan-min. El algunas veces loco. Yo pienso quizás él tener idea, quizás ir ese sitio…
—Humanos. —Sikkukkut se inclinó hacia adelante, dejó la copa sobre la mesa y apoyó las manos en las rodillas, dejando que su larga mandíbula sobresaliera hacia ellos—. Ismehanan-min sabe con exactitud lo que intenta conseguir. Intereses mahen… los cuales quizá tengan muy poco que ver con los míos… o incluso con los tuyos, ker Pyanfar. Me pregunto qué discutieron esos dos entre ellos antes de que Ismehanan-min saliera del muelle. Me pregunto qué acuerdos existen. ¿No estarás tú casualmente enterada de tales cosas?
—Jamás encontré a Dientes-de-oro muy dispuesto a hablar de sus planes. —El cansancio que sentía era tal que temía echarse a temblar; quizá fuera el frío, o el miedo angustioso que despertaba en ella el angosto sendero por el que caminaban o la incertidumbre de cuál sería la próxima desviación. El arma seguía junto a la cabeza de Jik; su estómago estaba lleno de hielo y apenas podía respirar por la nariz—. Dejó a Jik aquí. Así que a Jik no le dijo nada. Lo mismo ocurre conmigo. No me confió sus planes.
—Pero confió… ah, me desagrada tanto ese concepto… confió en esa Rhif Ehrran.
—No necesariamente, hakkikt. No creo que confíe en nadie.
—Pero Ehrran tiene una nave en su cola y, según los últimos informes, no está disparando. ¿Es característico de Ehrran eso?
—Lo es si tiene a la espalda una nave de caza. Sólo se muestra valiente en los muelles. No le he visto exhibir su estilo en el espacio. Pero sé que en un combate no podría enfrentarse a Dientes-de-oro. Es imposible, si él tiene mejor posición que ella. Una nave excelente, los últimos ordenadores, montones de programas exóticos… programas para todo. Pero yo no apostaría por el sistema de armamento de la Vigilancia contra la Mahijiru y tampoco apostaría por su tripulación. Es evidente que ella piensa lo mismo.
—Hay otra posibilidad. Ismehanan-min subió a la Vigilancia durante el tiempo que estuvo en el dique.
Pyanfar sintió que se le erguían las orejas, sin que hiciera falta fingirlo.
—¿Antes o después de que viniera a verme, hakkikt?
—Después. ¿Te sugiere algo eso?
—Sigue siendo posible que guardara relación con nuestros asuntos. —El sudor hacía que ardieran las heridas. Al otro lado de la estancia Canfy Tahar resbaló lentamente a lo largo de la pared hasta quedar medio sentada en el suelo: no se había desmayado; sencillamente, estaba al borde de su resistencia. Tav se arrodilló junto a ella y las armas de los kif se desviaron para cubrirlas. Seguían conservando sus armas: cortesía kif. Pero no las habían desenfundado, en tanto que los kif sí.
Y la pistola seguía junto a la sien de Jik. Tomó otro cuidadoso sorbo de su bebida, haciendo caso omiso de ella. Pero su acto había sido calculado y, además era peligroso.
—Dudo que la tuviera —dijo Sikkukkut—. Si todavía no son viejos conocidos que duermen en el mismo lecho, ya lo serán dentro de poco. ¿No dice así el proverbio hani?
Pyanfar parpadeó.
—Un niño de cien años… Ése proverbio es mahen. Un problema que perdura durante mucho tiempo a causa de una sola acción. Hakkikt, o Dientes-de-oro está cometiendo un serio error o sigue actuando en interés tuyo. Estará en Punto de Encuentro, allí donde resulta útil. Y no entra en su estilo consultar con sus compañeros de negocios.
—¿Qué hay de eso, Keia?
—Yo gustaría fumar ese cigarrillo ahora, hakkikt.
—¡Responde!
Los ojos de Jik giraron lentamente hacia Sikkukkut.
—Ella razón. Pienso que quizás Ana tener idea colocarse ahí donde poder hacer muchos problemas.
El largo hocico de Sikkukkut pareció encogerse levemente. No resultaba una expresión muy agradable. Dobló sus largos dedos bajo su mandíbula.
—Kkkkt. ¿Te das cuenta, Keia, de que tu posición no es muy cómoda? ¿Y añadir que ahora mismo tengo naves que se dirigen hacia el salto, naves que advertirán a mis enemigos? Que toda esa maniobra de diversión en los muelles… ¡Diversión, Keia!… ¿que fue quizá creada para dar tiempo a que esas dos naves escaparan?
—Ser kif quienes lucharon, hakkikt.
—¡Son gusanos que carecen de iniciativa hasta que alguien los mueve! ¡No me hables de los motivos kif! ¡No te hagas el inocente conmigo, mahe, o no me encontrarás tan cortés como he sido hasta ahora!
Pyanfar flexionó las garras e intentó pensar en algo que no fuera el martilleo de su corazón. Sus ojos amenazaban con nublarse: visión de cazadora. Hizo retroceder los bordes negros del túnel con un gran esfuerzo.
—Ella estaba en el puerto con él.
—Él… —dijo Sikkukkut secamente. El Kit se volvió hacia ella, olvidándose de su primera presa y cambiando de objetivo—. ¿Quién?
—Dientes-de-oro estaba en Punto de Encuentro al mismo tiempo que Rhif Ehrran; al mismo tiempo que tú, hakkikt. Me estoy preguntando quién hablaba con quién entonces. Tú hablaste con Dientes-de-oro. Él aludió a eso. Pero ¿quién se reunió con el stsho? ¿Y quién tuvo una cita con quién dentro de las oficinas stsho?
—No —dijo Sikkukkut, como si le hubiera estado dando vueltas a un trozo de comida dentro de la boca y hubiese decidido rechazarlo, delicadamente. Sus ojos ardían con toda una nueva serie de ideas—. No. No creo que los stsho posean tal valor.
—Entonces —dijo Pyanfar—, al menos los stsho debieron pensar que formaban parte de este trato. Pensaron que estaban guiando la cacería. O dirigiendo a los cazadores para que fueran donde ellos deseaban.
—Las suposiciones son un puente muy frágil, ker Pyanfar. Particularmente cuando las aguas son profundas… Intentas distraerme. Ya ves… sé qué es la amistad. La considero en la misma categoría que el martirio… la categoría de los términos que resulta útil conocer. Amistad… es algo que guarda relación con el cambio de lealtades en los momentos más inoportunos. Créeme si te digo que comprendo cuáles son las exigencias del comercio de alianzas y de la obtención de ventaja en el momento idóneo. Operemos con tales exigencias, ¿quieres? Consideremos lo que ha motivado este intento de atentar contra mi vida… dado que, con toda seguridad, de eso se trataba. Consideremos cómo, de paso, se creó la situación adecua da para esa huida… la Vigilancia utiliza sus armas para despedirse de nosotros y con ello deja expuesto todo un muelle al vacío, un muelle que se encuentra convenientemente libre de mahen o hani que puedan convertirse en bajas. No está vacío de kif. Pero, y ello es notable, tu tripulación y las de la Mahijiru, la Aja Jin… Keia; y, por supuesto, la de la Vigilancia no se hallaban en ese muelle cuando éste perdió la presión.
Pyanfar Chanur, dijo:
—¡Hakkikt, no nos encontrábamos en una situación demasiado favorable!
—Calma, ker Pyanfar, y deja que mi viejo amigo Keia se encargue de sus propias explicaciones. Permítele hablar, que me cuente cómo fue tan afortunada la Aja Jin en sus cálculos de tiempo… ¿Quieres tu cigarrillo, Keia? Cógelo. Quizá eso te hará más fácil pensar.
—Afirmativo. —Jik metió nuevamente la mano en su bolsillo, controlando cuidadosamente sus gestos: no tengo prisa, decían sus movimientos. No has conseguido presionarme.
Y esa paciencia repentina por parte de Sikkukkut hizo que a Pyanfar se le erizara el vello de la nuca. Acechar a la presa, dando vueltas a su alrededor. Cógelo. Puedes tener lo que desees cuando yo lo permita. Cuando yo lo decida. Si así lo decido. Tu dependencia es tu vulnerabilidad y yo la controlo, se lo demuestro a los que se encuentran aquí, y tú debes consentirlo.
Y muy pronto habrá otras cosas.
Mira, cazadora Pyanfar, cuán fácil y peligroso es perder mi favor. La amistad y los parientes son tu propia dependencia. También puedo volver ese cuchillo contra ti.
Dioses… al oír que Hilfy dejaba escapar un largo y cuidadoso suspiro… quédate quieta, sobrina.
Una nubecilla de humo gris contra el resplandor anaranjado del sodio, flotando sobre la cabeza de Jik, rápidamente absorbida por la ventilación.
—Yo decir ti. —La voz de Jik sonaba tranquila y calmada y, dioses, apenas había un leve rastro de olor a miedo; así de resistentes eran sus nervios. El potente aroma del cigarrillo ocultaba otras pistas olfatorias, quizás en una deliberada estratagema por su parte—. Yo decir ti, no contento. Ana ser viejo amigo. Pero política hacer diferente. Nosotros mahendo’sat, hakkikt. Yo saber qué hacer él. Él apostar hasta el límite. —Hizo un gesto con la mano que sostenía el cigarrillo y guardó el encendedor—. Él llamar mí estúpido. Quizás yo ser. Nosotros no confiar ninguno en Ehrran. Yo saber condenadamente seguro cuando tripulación de Ehrran salir a toda prisa de muelle nosotros tener problemas. Mahijiru ya cerrada en compuertas. Enviar toda tripulación a bordo, decir que salir muelle como de infierno, intentar encontrar malditas estúpidas hani… —Señaló hacia Pyanfar y, por encima de su hombro, a las demás—. Ellas ir buscar capitana. Condenadamente seguro yo no tener modo de pararlas. Ser condenadamente buena idea, de todas formas. Pyanfar ser aliada val-io-sa. Quizás hacer favor para hakkikt, ¿eh? Rescatar Pyanfar. —Otra profunda calada de su cigarrillo. El humo brotó lentamente de sus fosas nasales—. Yo no gustar que todo mundo salir de la Orgullo… pero ellas ir aprisa salir muelle. Eso idea número uno buena. No confiar en Ehrran. Yo correr como en infierno, intentar coger esas hani. No servir. Quedarnos atrapados. Nosotros no tener permiso hakkikt para estar en muelle, ¿eh? Todo maldito idiota ahí fuera querer dispararnos. Hani pasar. Nosotros atrapados. Así entonces tener un trabajo… mantener camino abierto para hani, volver a su nave. Hacemos. Esperamos que Ana coja a Ehrran. Yo pienso que él hacer. Él seguirla. Sigo esperando que él tener buena idea. Quizás ayudar. Él no gustar decirme lo que hacer. Quizás eso poner mucho nervioso amigo. Ahora ponerme condenadamente nervioso, ¿eh? Yo ser como ti, hakkikt. Yo siempre gustar saber qué hacer mi amigo.
—Pues tu amigo te ha dejado en una posición muy precaria. O quizás has escogido quedarte aquí para poder mentirme.
—Ah. No mentira. Tener que saber verdad para hacer mentira. Yo no saber. Él no hablar mí.
—Con eso quieres decir que nada puede sacarte esa verdad.
—No tener. ¿Qué querer? Yo decir dar ti Kefk. Yo dar.
—Kefk se encuentra en ruinas, Keia. Parece un regalo bastante dudoso.
—Tú tener mucho sfik. Tú entrar en Kefk, irte luego, tener recompensa mucho más grande, ¿eh? Akkhtimakt no tener. Tú ser rico, tú arreglar, fácil.
—Ah. Pero sigues suponiendo que Ismehanan-min nos apoyará en Punto de Encuentro.
—Él no como Akkhtimakt.
—Doy eso por sentado. Tú mismo sirves a tu Personaje, no a mí. Igual que hace él. ¿No quiere decir eso que existe cierto acuerdo en cuanto a la acción?
Jik dio otra profunda calada a su cigarrillo y después buscó un sitio para la ceniza. No había ninguno. Le dio unos golpecitos y la dejó caer al suelo.
—Yo sirvo Personaje. Yo digo claramente ti tener razón para querer ver como tú ser hakkikt. Pienso que eso bueno para todos. Así que sirvo a Personaje. Sirvo ti. Equilibrio, hakkikt. Tú ser Personaje que nosotros reconocer. Tú tener montón sfik con mahendo’sat. Estos ser locos tiempos. Mejor que kif tener Personaje mucho listo, ¿eh?
—Halagos, Keia, halagos de la más baja especie. Nuevamente diversiones. Yo te digo que no estoy convencido de que fueran kif quienes empezaron ese combate en los muelles. Y éste…
… en el espacio de tiempo necesario para guiñar el ojo Sikkukkut extendió un brazo y varios guardias saltaron sobre Skkukuk, haciéndole levantarse a la fuerza.
—¡Kkkt! —La protesta de Skkukuk sonó muy ronca y angustiada.
—Él es mío —dijo Pyanfar con voz tensa. Nunca retrocedas, nunca cedas, nunca permitas que un kif te robe algo tuyo, sea lo que sea—. Es un regalo tuyo, hakkikt.
Peligroso. Oh, dioses, peligroso. También lo era dar muestras de temor cuando ese rostro de largas mandíbulas se volvió hacia ella.
—Sigue siendo tuyo —dijo Sikkukkut.
—Ha conseguido un poco de sfik —dijo Pyanfar—. A nuestro servicio, ahí fuera. Me gustaría conservarlo.
—¿Kothogot ktktak tkto fik nak fakakkt?
La pregunta iba dirigida a Skkukuk; y Skkukuk echó la cabeza hacia atrás como si quisiera estar muy lejos de Sikkukkut y no a su derecha.
—Nak gothtak hani, hakkikta.
—¿Nakt soghot puk mahendo’satkun?
—Hukkta. Hukktaki soghotk. Hani gothok nak uman Taharkta makkt oktkaikki, hakkikta.
«No». Desesperadamente. «No vi connivencia alguna entre ellas. Las hani discutieron sobre la posesión del humano y de Tahar y se fueron, hakkikt».
Un gesto de Sikkukkut. Los guardias soltaron a Skkukuk y él volvió a convertirse en un informe montón de telas que emitía silbidos y crujidos junto a la mesa.
—Así que él atestigua el comportamiento que me has narrado —dijo Sikkukkut—. Tu sfik sigue atrayendo poderosamente su servicio. Me pregunto si le impulsa la esperanza en tu favor o el miedo que me tiene.
—Es útil.
—Y, mientras hablamos, la Vigilancia junto con Ismehanan-min se apresura a traicionarnos en Punto de Encuentro. Me pregunto qué podrá atraerles de tal modo ahí, qué ha impulsado a Ismehanan-min a abandonar aquí a Keia, dejándole a mi capricho… Keia, amigo mío, ¿recuerdo correctamente un proverbio mahen según el cual las hojas verdes caen durante las tormentas y las amistades más robustas en la política?
—Largo tiempo amigo, Ana Ismehanan-min.
—Pero dejaría que murieses.
—Como tú decir, política. También… —Jik pellizcó el cigarrillo y dejó caer la colilla en el interior de su bolsillo—. También Ana mucho enfadado con mí. —Jik alzó los ojos, líquidos y vulnerables, ahora sin la menor duda al respecto—. Él sabe yo trabajar con tc’a. Estúpido, decir; Jik, tú ser condenadamente estúpido meter en esto la gente del metano. Ana, yo decir, yo no mucho preocupado, yo largo tiempo hablar con tc’a. Tener montón de tc’a conocidos desde mucho tiempo. Quiero que tc’a venga a Kefk… estupendo. Peligroso, quizá. Pienso que ahora quizá knnn tener interés. Quizá bueno, quizá malo…
Oh, Jik, qué astuto. La conexión con los respiradores de metano. Eso es algo que le ha dado miedo a Sikkukkut. Por todos los dioses, no exageres ahora.
Jik se encogió de hombros.
—Así que Ana montón preocupado. Mucho interés knnn en este asunto humano. Muchísimo interés.
Un profundo silencio. Pyanfar se dio cuenta que contenía el aliento, y que no se atrevía a soltarlo. Mantuvo erguidas las orejas; e incluso ese gesto traicionaba su tensión, la tensión ya traicionada por las posturas de todos los presentes en la estancia, tanto hani como kíf. Los ojos de Tully volaron hacia Jik, hacia ella, hacia el kif, un solitario movimiento de zafiros brillantes en un mundo negro y gris.
—Sí —dijo Sikkukkut—. Habría interés por su parte. Y también yo he pensado que tenemos entre nosotros una fuente de información, en esta misma mesa. Tully… me comprendes, Tully.
Oh, dioses… Pyanfar percibió el levísimo encogimiento de Hilfy; la tensión de sus músculos, los de Tully, los de Haral… Mira hacia aquí, Tully…
—Entiendo —dijo Tully con su tono de voz más claro, al mismo tiempo que fijaba los ojos en Sikkukkut sin mirar a ningún lado, sin hacer ni una sola pausa para que pudieran aconsejarle de alguna forma—. No sé, hakkikt. No sé ruta. No sé tiempo. Sé que humanos vienen aprisa.
Durante un largo segundo Sikkukkut le miró, en tanto que los ojos de Pyanfar iban del uno al otro. Los brazos de Tully empezaron a temblar visiblemente, sus manos apretaban con fuerza sus rodillas.
—Tú y yo hemos hablado ya antes de este asunto —dijo Sikkukkut—. Pero ahora pareces haber adquirido una repentina fluidez de palabra al respecto.
—Yo tripulante, hakkikt, a bordo de la Orgullo. Pertenezco a la capitana Pyanfar. Ella decir hablar, yo hablar.
Que los dioses nos ayuden, ten cuidado, Tully.
—¿Dónde es más probable que aparezcan?
Ahora Tully miró hacia ella, una mirada desesperada y tranquila al mismo tiempo.
—¿Lo sabes? —le preguntó Pyanfar, y al hacerlo obró impulsada en parte por el deseo de saberlo y el de seguir le el juego a Sikkukkut. Tully nunca dejaba de sorprenderla—. Tully, maldición divina, habla.
Tully se volvió nuevamente hacia Sikkukkut.
—No sé. Creo que humanidad ir a Punto de Encuentro. Creo que Dientes-de-oro saber.
—Kkkkt. Sí, eso pienso yo también. Y eso piensa también Akkhtimakt, que logró arrancarle ese conocimiento a tus compañeros de nave. Ahora posee lo que llevaba esa nave, información que, sin duda, ya se ha difundido a varios puntos del espacio mahen. Finalmente, la verdad llega de la fuente que menos probable, parecía. Me diviertes… Tully. Nunca cesas de divertirme. ¿Qué haré con Keia?
—Amigo —dijo Tully en voz baja y tranquila. Su mejor palabra. Casi la primera que había pronunciado. La palabra a la cual volvía siempre cuando no sabía qué decir.
—Pero ¿amigo de quién?
Silencio. Un largo silencio.
—Creo que Keia será mi invitado durante un tiempo. Volved a vuestras naves. Pondré en libertad a tu tripulación, Keia… pronto. No deseo que peligre el funcionamiento de tu nave. Y estoy seguro de que tu primer oficial es muy competente.
Jik buscó otro cigarrillo. Nadie intentó impedírselo. Sus ojos incidieron por un segundo en los de Pyanfar: Vete.
—Bien —dijo Pyanfar en voz baja—. Entonces, hakkikt, ¿debo interpretar que podemos irnos?
—Coge todo lo que té he dado. Volveréis a vuestra nave mediante una lanzadera. El acceso del muelle no puede ser utilizado.
—Comprendido. —Se levantó de la silla-insecto, entre la penumbra y el brillo anaranjado del sodio; y les hizo una seña a su tripulación y a las Tahar. Jik permaneció sentado donde estaba, fumando su segunda cigarrillo y dando la impresión de que iba a encontrarse en la tranquila compañía de sus mejores amigos en cuanto le dejaran solo.
Oh, dioses, Jik. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—El hakkikt prometió que sería todo —le dijo Pyanfar al centinela, con las orejas gachas y la nariz fruncida—. Quiero a la hani herida. Savuun. Haury Savuun. Ya sabes dónde se encuentra. Debes traerla.
Estaba ejerciendo presión… casi toda la que podía ejercer en esos momentos.
—Sí —dijo el kif encargado de la vigilancia con el cuerpo envarado y tenso. La hostilidad era palpable. No había odio, no era odio lo que ahora estaba en juego. Se trataba sencillamente de poner a prueba el crédito de esas extrañas ante el hakkikt. Cuándo matar. Cuándo avanzar y cuándo retirarse en nombre del hakkikt. Un kif nunca cometía dos errores.
Sí. Dio la vuelta e impartió las órdenes adecuadas.
Después de eso hicieron el viaje en silencio: bajaron por las entrañas de la Harukk hasta llegar a la zona de transportes; y no pararon ni un segundo de caminar hasta que se encontraron cerca de la gran sala de espera. Haury llegó por el otro ascensor, aturdida, se tambaleó sobre sus pies cuando la sacaron de él, pero avanzó con paso cojeante algo ayudada por los kif. Haury alzó la cabeza, irguió las orejas durante un segundo y sus pupilas enturbiadas se dilataron en un momento de confusión para cobrar luego una expresión taciturna. Se movió por la estancia abarcando en su trayecto a sus amigas, los centinelas y la compuerta de entrada. Los dioses sabrían qué terrores había estado esperando al verse metida en el ascensor. Pero sólo la tensión de su mandíbula delataba sus emociones: era una hani que se había acostumbrado a los kif hacía ya mucho tiempo, callada y de expresión ceñuda, jugando eternamente al juego que mantenía con vida a cada kif.
—Vamos a salir de aquí —dijo Dur Tahar cuando Haury y sus centinelas estuvieron un poco más cerca—. ¿Te encuentras bien?
—Estupendamente —dijo Haury con una voz que apenas era un ronco murmullo. Eso fue todo. Miró a Pyanfar durante un par de largos segundos con ojos inexpresivos y luego se encargó de ayudar a su hermana Tav, sustituyendo en ello a los kif. Había vendajes sobre sus costillas y plasma en sus heridas. Al menos los kif habían hecho algo por ella… aunque si habían sido o no corteses ya era otro asunto.
—Id —dijo el kif de la compuerta, al tiempo que agitaba su oscura mano hacia la entrada de la navecilla—. Saludos del hakkikt.
El «honrado sea» se quedó atascado en la garganta de Pyanfar. Lanzó al kif una mirada ceñuda y se quedó inmóvil, con las manos en el cinturón, muy cerca de sus armas descargadas, mientras desfilaban las dos tripulaciones. Haral se quedó junto a ella. Entraron juntas en el breve tubo oscuro que había tras la compuerta.
Gracias a los dioses en esa navecilla no hacían falta trajes: nada de lo que tuvieran los kif podría haberles ido bien. Pyanfar recorrió el pasillo central hasta llegar a la parte trasera de la navecilla usada para transportar carga, donde Chanur y Tahar estaban sentadas codo a codo en los bancos, bajo una luz tenue y sin demasiadas comodidades. En la parte delantera el piloto kif dio su confirmación a la dotación de lanzamiento con una gutural serie de chasquidos y silbidos. Pyanfar tomó asiento y se puso el cinturón en tanto que empezaba el ciclo final de preparación para el despegue de la navecilla y la compuerta de la nave principal quedaba sellada. Las luces del interior envolvían a piloto y copiloto en un espectral resplandor anaranjado, creando sombras a cada uno de sus movimientos. El aire estaba frío y apestaba a maquinaria y amoníaco.
Nadie hablaba. Se balancearon, agarrándose a los soportes en tanto que la navecilla salía del compartimento de carga para entrar en el brazo de lanzamiento. Se movieron con suavidad, sin un solo temblor en el mecanismo. La Harukk estaba bien cuidada. Pyanfar se dio cuenta de esos detalles, recordando el ruidoso y poco fiable mecanismo de carga que la Orgullo había soportado durante años. En esta delgada y veloz nave asesina no había fallos, no había ni un pequeño error aun en aquellos mecanismos con un margen de tolerancia para ellos. A partir de tales detalles era posible deducir algo de su capitán, y Pyanfar guardó la información entre otras cosas que ya sabía de Sikkukkut an’nikktukktin, inquisidor de Akkukkak, intrigante de Mirkti, príncipe y señor de la medio destruida Kefk.
El amarre del brazo retumbó secamente y dejó libre su pequeño casco mientras el piloto, envuelto en sombras, alargaba su delgada mano conectando suavemente la impulsión a popa. Más allá de su sombra y del resplandor que emitían, el inmenso casco de una nave kif se fue levantando por la doble mirilla y luego giró a medida que su propia nave aceleraba, con una maniobra simultánea para salir de su plano de rotación de forma que la deriva de la estación trajera a la Orgullo hasta su punto de contacto.
Arrogante, pensó Pyanfar, irritada ante lo aparatoso de la maniobra de salida. Ahí tienes un defecto que apuntarte.
Demostraciones para los pasajeros. Sikkukkut le habría arrancado la piel a este piloto por eso. Y luego recordó la rampa de acceso a la Harukk y sus horribles adornos. Literalmente. Oh, dioses, dioses, Jik…
Los kif hablaban entre ellos y sus mirillas se oscurecían gradualmente. Ahora se encontraban en caída libre, en situación de inercia. A partir de aquí, lo más complicado quedaba a cargo de los ordenadores y las instrucciones con que les guiaba Kefk: las maniobras más difíciles, la conexión con el acceso de emergencia de una nave posada en el muelle, en una trayectoria computerizada de intercepción por entre las toberas y todas las superestructuras de unas naves unidas a un cuerpo en rotación. Lo que se proponían no era utilizar la abrazadera por cable y luego remolcarse con ella, sino entrar en contacto con la misma grúa de carga de la Orgullo y abordarla utilizando su energía. Eso requería un código de acceso para activar la escotilla y la grúa, una preciosa llave para entrar en los ordenadores de la Orgullo que ya estaba en posesión de los kif. Ese código tendría que ser cambiado inmediatamente cuando estuvieran a bordo. Hazle algún daño a mi nave, condenado imprudente, y me quedaré con tus orejas.
Era más fácil preocuparse por una compuerta averiada o un cambio de códigos que por otras cosas. Como la ausencia de comunicación con la Orgullo.
—Tu nave no responde —había dicho el oficial kif cuando le pidió que transmitiera la petición de atraque. Y eso quería decir que era Chur quien no respondía. Chur no podía responder. Geran lo sabía y estaba sentada con las demás, en silencio, con el rostro perfectamente inexpresivo cada vez que a Pyanfar se le ocurría mirarla.
La residencia de Chanur. La puerta del patio por la que entraron un día Geran y Chur, jóvenes, atrayendo las miradas allí por donde iban con su delicada belleza de Anify: Chur era todo encanto y Geran guardaba silencio con el rostro ceñudo incluso cuando Chur le estaba pidiendo favores al señor de Chanur y un puesto en sus propiedades.
—Vigila a las dos —había dicho el viejo señor, na Dothon, su padre—. Vigila a las dos. —Chur, la que siempre tenía lista la sonrisa, y Geran, la que siempre tenía a punto el cuchillo.
Ahora Geran tenía la mente ocupada con el cuchillo. Una disputa de sangre. Pyanfar lo sabía. Se mordió los bigotes, temiendo lo que ya podía encontrarse en la Orgullo, inquietándose ante el retraso que suponía utilizar esta lanzadera; aborreciendo todos los procedimientos de atraque que debían emplear y a los kif con su oscura mano en los códigos de la Orgullo, su presencia en los vulnerables accesos inferiores. Aliados. Aliados… mientras estaban haciendo sólo los dioses sabían qué con Jik.
«Traidor» era una de las palabras que se le ocurrieron, entre otras, para Ana Ismehanan-min. La Vigilancia debía estar ya entrando en el salto y la Mahijiru correría detrás suyo, mientras Dientes-de-oro sabía… por todos los dioses, sabía que dejaba a Jik en una situación desesperada. Pero ignoraba que le había dejado como prisionero. Pyanfar se negaba a creer que Dientes-de-oro estuviera enterado de que su maldito y loco compañero no había de volver inmediatamente a la Aja Jin con su tripulación, que ese estúpido demasiado leal se había encaminado en persona al muelle en busca de una amiga hani, intentando sacarlas de ese muelle que se encontraba amenazado y alejarlas de las represalias kif.
Y sólo había conseguido ser atrapado por los kif y quedarse solo en su guarida.
Soje Kesurinan estaba ahora al mando de la Aja Jin: era un oficial capaz, de primera categoría, como lo eran todos los tripulantes de Jik. Dado que era la segunda a bordo no debía de ser ninguna estúpida. Pyanfar esperaba que ahora no se portara como tal. Dioses, ésa era su esperanza.
Traición por todos lados. Sólo los kif no habían traicionado a nadie. Sólo los kif habían mantenido su palabra. Como Skkukuk en el muelle, un bulto de sombras al que era fácil olvidar, escondido en lo más recóndito de la popa. Skkukuk, que todavía no había cometido ninguna falsedad con ellas.
¿Lealtad?
«Tu sfik sigue atrayendo su servido», había dicho Sikkukkut de Skkukuk.
Y, un instante después, se había interrogado sobre la alternativa que motivaba la devoción de Skkukuk a su nueva capitana.
Chur. Jik. El frío de la atmósfera penetraba en la piel de Pyanfar. Pyanfar siguió sentada, con el cuerpo entumecido mientras la fuerza gravitatoria del giro la golpeaba, haciendo aparecer con su movimiento una gran masa blanca por la mirilla. El blanco y el negro se alternaron por la mirilla a medida que empezaba la secuencia de frenado y la rotación de Kefk hacía pasar una nave kif por debajo de ellas. Más despacio, cada vez más despacio, bajando continuamente hacia el lugar que ocuparía la Orgullo, arrastrada por la rotación. Lo consiguieron a la primera pasada y lo agradecieron a los dioses: no habría que esperar nuevos giros. El código de acceso ya habría sido emitido. La Orgullo extendería su grúa de atraque y esperaría a que hicieran contacto con ella, siguiéndolas continuamente, alineando la nave de forma precisa a su trayectoria de aproximación.
El borde cónico de la Orgullo se acercó desde abajo, y adquirió una apariencia gigantesca por la diferencia de las escalas respectivas. El copiloto alargó la mano y se oyó el gemido de los sistemas hidráulicos que hacían extenderse los parachoques de su nave, un anillo concebido para abrazar el casco e impedir que el cono se los tragara por completo. Avanzaron lentamente hacia el interior, iluminado por una luz verdosa.
Contacto, y un suave rebote hidráulico al absorberse el choque gracias a su anillo, quedando finalmente conectadas las abrazaderas. Ni un arañazo, ni un chirrido. Una maniobra de atraque ejecutada a la perfección.
Arrogante y bueno, reconoció Pyanfar. En caso contrario, nunca hubiese llegado a ser piloto de la Harukk, ¿verdad? Una docena de preocupaciones distintas le roían el cerebro, sucediéndose rápidamente unas a otras a medida que dejaba de pensar en alguna. Otro gemido de los sistemas y un estremecimiento: la grúa de la Orgullo, que no había sido utilizada durante años, las estaba atrayendo hacia la escotilla. Los dos sistemas de compuertas emitían continuos timbrazos para que la grúa supiera la extensión que debía dejar entre ellas.
Ahora tenían una gravedad estable, al haber sido unidas por la grúa de la Orgullo al giro de la estación. Pyanfar se quitó el cinturón del asiento y tanteó con los dedos la rodilla de Khym y luego la de Haral hasta que los dos se quitaron sus cinturones y le hicieron sitio para que se instalara junto a Dur Tahar.
—Dur —le dijo—, eres bienvenida a bordo. Quiero decírtelo de nuevo. Por todos los dioses, espero que aún tengamos un poco de tiempo para estar aquí.
—Tienes problemas, lo sé.
—Tenemos equipo médico. La Luna Creciente…
—Estamos preparadas para ocuparnos de eso. Tenemos equipo bastante bueno. La piratería… rinde bastante, Pyanfar. Cuidaremos de Haury. Y de las demás.
Pyanfar asintió, se dispuso a dejar el asiento y recorrer la navecilla hasta la proa en tanto que la cubierta temblaba con el último contacto. El tubo de acceso empezó a chirriar y a moverse sobre ellas.
Dur Tahar la cogió del brazo.
—Lo que hiciste… ir en busca de mi tripulación; quedarte con ellas… me contaron cómo tú y Haral llevasteis a Haury por el muelle…
—Sí, bueno…
—Eh. —La mano apretó con fuerza su carne—. Chanur, ¿quieres mi palabra? ¿Quieres cualquier cosa de lo que poseo? Es tuya.
—¿Me seguirás en lo que haga?
—Hogar y sangre, Chanur.
Pyanfar asintió lentamente. Había ciertas cosas que no debían decirse a bordo de esta navecilla, donde cada una de las palabras que susurraran podía ser transmitida a los controles de proa o grabada para examen posterior. Ni el dialecto resultaba seguro: podía haber traductores kif. Y había un montón de cosas a las cuales no debían hacer ninguna alusión… como los planes para Punto de Encuentro o lo que harían si encontraban que en el otro bando había también hani. Cosas como lo que podía ocurrirle a la Luna Creciente respecto a su crédito con el hakkikt si salía huyendo.
—Cuando estábamos al borde del abismo hablé en favor tuyo —dijo Pyanfar.
—Ya te he respondido que estamos contigo.
Pyanfar clavó los ojos durante largos segundos en el rostro sombrío de Tahar y el último agarre entró en su sitio con un golpe seco mientras se abría la compuerta y su tripulación se quitaba los cinturones. Pensó de nuevo en la posibilidad de que las estuvieran grabando: movió sus ojos hacia lo alto y vio el leve movimiento de los párpados de Dur Tahar, señal de que se daba cuenta de ello y que pensaba lo mismo.
—Hay una nave a la que deseo en particular —dijo Pyanfar.
—Te refieres a la Vigilancia —dijo Tahar.
—Me refiero a la Vigilancia.
—No pienso disputártela.
—Bien. —La compuerta de la navecilla se abrió con un zumbido y dejó entrar una claridad anaranjada. Pyanfar se dio la vuelta y buscó la escalerilla, al tiempo que dirigía una seña cortés a los dos tripulantes kif. Haral la precedía hacia el pálido círculo que silueteaba la compuerta de la Orgullo entre los oscuros remaches del acceso; Haral sacó de su bolsillo un pedazo de tela kif y, envolviendo con ella la palanca, que estaba a temperatura espacial, tiró de ella. La compuerta se abrió con un soplido de aire a distintas presiones, dejando brotar un hálito de aire fresco y limpio. Haral miró hacia abajo desde la parte superior de la escalerilla, bañada por una claridad blanca; Pyanfar le indicó que siguiera adelante y que mandara al infierno los protocolos. Haral trepó por la escalerilla y cruzó la compuerta.
Pyanfar la siguió, sintiendo cómo temblaban los peldaños bajo el choque de otro cuerpo con el metal. Emergió a la brillante claridad blanca que iluminaba la compuerta de emergencia de la Orgullo y dio la vuelta para tirar de las manos de Tirun, ayudada por Haral. Luego entraron Geran, Tully, Hilfy y Khym con su brazo sangrando de nuevo tras la apresurada rociada de plasma que le habían dado los kif. Lo había olvidado, lo había olvidado por completo. Ya se había erguido para ocuparse de Khym cuando oyó que algo subía ruidosamente por la escalerilla y vislumbró una sombra que avanzaba hacia ellas.
Se agachó y le ofreció su mano: Haral no pensaba hacerlo. Los oscuros y huesudos dedos de Skkukuk se cerraron sobre los suyos y apareció de un salto a través de la escotilla, con toda la agilidad de su especie, los ojos muy abiertos y la cabeza erguida.
Así que la capitana le había ayudado con su propia mano… Los ojos de Skkukuk brillaban y sus fosas nasales se habían dilatado por la emoción. Pyanfar sintió una mezcla de disgusto y frustración. La escotilla se cerró con otro zumbido y el sello quedó asegurado con un golpe ahogado después de que Haral pulsara el botón de control. La escotilla interior se abrió dejándoles libre el corredor de entrada.
—Geran —dijo Pyanfar al instante, dándose la vuelta—. ¡Adelante!
—¡Bien!
Su delgada silueta las precedió por la compuerta, a toda velocidad.
—¡Poned los sellos de seguridad! —le gritó Pyanfar a su tripulación en general, dejando que ellas se encargaran de ese problema. Siguió los pasos de Geran, subiendo hacia lo alto de la nave para… que los dioses las ayudaran, para encontrarse con lo que hubiera en el puente, fuera lo que fuera.
Oyó el sello de la compuerta. Las luces se encendían ante ella en el corredor a medida que los monitores captaban el sonido de Geran a la carrera y, un poco después, el ruido de sus pisadas.
El ascensor la estaba esperando: la orden de que se abriera la compuerta lo había hecho bajar automáticamente. Su puerta se abrió al apretar Geran el botón de llamada. Pyanfar entró patinando después que ella, y cerró rápidamente la puerta mientras Geran tecleaba el código que las enviaría primero hacia arriba y luego hacia el lado, con un rápido recorrido a través de los rieles internos en busca del pozo principal de ascensores.
Geran estaba jadeando. Tenía las orejas pegadas al cráneo y en sus ojos se veían círculos blancos. Estaba cerca del pánico y se negaba a mirar hacia donde estaba Pyanfar, mantenía la vista fija en las luces del indicador en tanto que la cabina subía y subía por el interior de la nave hasta encontrarse en el pozo principal y el pasillo que las llevaría al puente.
Ahora no había tiempo para intentar consolarla. Y tampoco serviría de nada.
Fueron a la carrera por el pasillo principal: una cosa pequeña y oscura huyó chillando de su camino para meterse por un corredor lateral, y otra las precedió durante un trecho, aterrorizada… dioses, ¿qué son? Pyanfar las apartó de su mente, concentrada en un problema y sólo en ése. Miró rápidamente hacia el interior del camarote que Chur había ocupado; la puerta abierta le mostraba… dónde no estaba Chur. La cama vacía, las ropas arrojadas a un lado, los tubos colgando, la maquinaria de apoyo vital con sus luces de alerta encendiéndose y apagándose. Pyanfar giró sobre un solo pie y corrió en pos de Geran. Entró a toda velocidad en el puente, donde una delgada figura roja y marrón yacía derrumbada en el puesto de Hilfy, con la cabeza sobre la consola. Junto al hombro de Chur había una pistola. Su brazo inerte colgaba sobre el respaldo del asiento.
Geran se detuvo con la mano en el asiento, y levantó la cabeza de Chur, usando las dos manos para apoyar su nuca en el acolchado. La mandíbula de Chur colgaba flojamente. Pyanfar se acercó para ayudar en lo que pudiera, sintiendo cómo le temblaban las manos.
Las orejas de Chur se agitaron rápidamente, su mandíbula se cerró y sus ojos se medio abrieron: un segundo después se lanzó salvajemente hacia los controles y la pistola que había sobre ellos.
Pyanfar la contuvo.
—Todo va bien, todo va bien —dijo mientras la sostenía y colocaba su rostro allí donde los ojos de Chur, paralizados por la emoción y el aturdimiento, fueran capaces de comprender quién era—. Somos nosotras.
—Dioses —dijo Geran, y se dejó caer lentamente de rodillas junto al asiento. Tenía las orejas gachas. Se agarró al brazo del asiento, temblando visiblemente—. Por todos los dioses, Chur… ¿Qué haces aquí?
Las orejas de Chur se agitaron rápidamente y luego se ladearon hacia su hermana, volvió también la cabeza hacia ella.
—¿Lograsteis salir todas? —preguntó con la voz convertida en un fantasma casi inaudible.
El ascensor estaba funcionando otra vez.
—Ahora suben —dijo Pyanfar—. Incluso Skkukuk ha logrado volver, mala suerte.
—¿Está con vosotras? —preguntó Chur con voz pastosa—. Dioses, creía que andaba suelto por la nave. He visto cosas… pequeñas criaturas negras. No podía encontrar a nadie en la nave… Dioses. —Chur se apoyó en el acolchado del asiento y parpadeó, lamiéndose los labios—. La Vigilancia… se fue, capitana. Intenté apuntar los cañones, intenté detenerla. No conseguí fijar las coordenadas. El armamento todavía sigue activado… —Señaló vagamente hacia el puesto de Haral—. Regresé aquí… no recuerdo… encontraba condenadas criaturas negras por todos los pasillos…
Pyanfar se puso en pie y se dirigió hacia su asiento. La luz que indicaba el armamento activado encendía y apagaba su destello rojo en los tableros. La desconectó, colocó otra vez la cubierta protectora, y alzó la mirada al abrirse la puerta del ascensor al final del pasillo: unos instantes después su cansada tripulación se encaminaba rápidamente hacia el puente incluido el kif.
—¡Está bien! —les gritó desde el puente, violando la regla cardinal que ella misma había establecido. Luego se acercó nuevamente a Chur, y sólo entonces se dio cuenta de que Chur no llevaba encima absolutamente nada—. Dioses… —murmuró sin tener a mano ni una manta y con dos machos, no, tres—, a punto de entrar en el puente; luego decidió que a nadie le importaba eso. Todos eran tripulantes, incluso el kif, Skkukuk, que les había seguido de un lado a otro quisieran o no. Tully entró corriendo con los demás, Chur sonrió y alzó la mano para dar una palmadita en su ansioso rostro, delante de Khym y de todo el mundo.
—Vamos a llevarte de nuevo a la cama —dijo Pyanfar—. Esa condenada máquina está a punto de quemar todos sus fusibles ahí abajo.
—Uhhnnn. —Chur puso una mano sobre el brazo del asiento para incorporarse y volvió a caer en él—. Dientes-de-oro —dijo de repente, con voz aturdida—. Dientes-de-oro.
—¿Qué pasa con Dientes-de-oro?
—Salió después de Ehrran… mandó ese mensaje…
—¿Lo tienes?
Chur señaló con la mano hacia el panel de comunicaciones.
—Debe estar en algún sitio de ahí. En el descifrador… funcionando…
Pyanfar se acercó al panel dispuesta a escuchar el mensaje ahí mismo, pero luego se detuvo con la mano sobre los controles al recordar que Skkukuk estaba también ahí, en el puente. Se dio la vuelta y agitó la mano hacia la tripulación.
—Tirun, encárgate de los controles. Quiero una comprobación general de sistemas. Rápido. Geran, Hilfy, llevad a Chur a su cama. Haral, Khym, Tully, llevad a Skkukuk a su camarote y luego lavaros un poco, cuidad de vuestras heridas y subid aquí a toda velocidad. Tenemos cosas que hacer.
Las orejas de Haral cayeron hacia los lados.
—Tú estás en peor estado que yo.
Las partículas de metal se le clavaban a cada movimiento que hacía; la mayor parte del vello no cubierto por sus ropas estaba lleno de sangre seca procedente de los alfilerazos metálicos que había recibido. Su cabeza, golpeada varias veces, le latía dolorosamente de tal forma que ya se había acostumbrado a esa sensación. Probablemente era cierto que se encontraba en peor estado que cualquiera de los presentes. Pero:
—Venga —dijo, porque había ese mensaje de Dientes-de-oro en el descifrador. Haral supo lo que pensaba gracias a su callada manera de seguir siempre sus mismos procesos mentales. Aunque había protestado y su protesta había sido archivada, Haral se dio la vuelta y fue hacía Skkukuk para llevárselo del puente.
—Soy un aliado valioso —dijo Skkukuk, irguiéndose ofendido—. Capitana, no quiero que mi puerta se cierre con llave, no soy…
—Cállate —dijo Hilfy, encarándose con él sin dejar a Chur—. Muévete.
—Pretende hacerme daño —dijo Skkukuk—. Kkkt. Kkkt. Capitana… —Se apartó a un lado al mismo tiempo que Khym extendía la mano hacia su brazo—. ¡Se han levado mis armas! Te advierto de que sus intenciones…
—¡Fuera! —dijo Pyanfar. Skkukuk se encogió rápidamente y agachó la cabeza. Haral le indicó que se pusiera en movimiento. No tendría que haber gritado, pensó Pyanfar. No tendría que haber gritado; después de todo, me ha salvado la vida, por decirlo claramente. Pero es un kif.
Le hicieron salir del puente y se lo llevaron por el corredor entre Haral, Tully y Khym. Y, mientras tanto, Hilfy y Geran le dieron la vuelta al asiento de Chur y, con el mayor de los cuidados, se inclinaron sobre ella y la cogieron en brazos.
—Puedo caminar —dijo Chur—. Puedo caminar, sencillamente estaba cansada y… —Pero no le dejaron poner los pies en el suelo y se la llevaron a lo largo del pasillo, mientras murmuraba protestas durante todo el trayecto. Sólo entonces, se dio cuenta, de que había olvidado ponerse los pantalones.
Pyanfar se dejó caer en el asiento vacío y conectó el sistema de comunicaciones para que repitiera lo grabado. Nada. La frustración hirvió en su interior: cambios en los sistemas, cada vez que se daban la vuelta había un nuevo artilugio introducido en la nave.
—Por todos los dioses, ¿cuál es la secuencia de acceso al descifrador?
—Es la CVA12 —dijo Tirun desde el puesto de Haral—. Lo pondré en tu monitor uno, lo estoy localizando… ya lo tengo.
El mensaje empezó a pasar.
—¡Maldita sea, está en mahensi! —Pyanfar lo detuvo, lo rebobinó y lo hizo pasar por el traductor.
—Situación en deterioro —dijo la monótona voz del traductor—. Aviso destino humanos Punto de Encuentro. Mismo yo. Tengo que hablar con Stle stles stlen. Quizás hacer trato. Ehrran partir; yo también partir. Hacerle compañía. Salir ambos muelle número uno rápido. Tener que empezar un poco jaleo.
—¡Que los dioses se lo lleven!
—… Mejor oportunidad que yo poder dar.
—¡Que se lo lleven a su propio infierno! ¿Sabes lo que has hecho, condenado bastardo presumido, sabes dónde has dejado a tu propio compañero de negocios?
El mensaje había terminado. Pyanfar desconectó el aparato con manos algo temblorosas. Y se quedó sentada con los dos puños muy apretados, hasta que el túnel negro se esfumó de sus ojos. Luego, con mucho cuidado, tecleó otra llamada.
—Aja Jin, aquí Pyanfar Chanur, adelante.
No lo había puesto en el codificador. Los kif del muelle, los kif en la estación de mando… sí, indudablemente estarían controlando incluso las líneas que teóricamente se definían como protegidas. Todo. No resultaba político estar demasiado relacionado con la Aja Jin en estos instantes. O hablar con ella en secreto.
—Capitana, aquí Soje Kesurinan, Aja Jin. ¿Vuelto ya? ¿Tener noticias?
—Malas noticias, Kesurinan. Vuestro capitán y sus acompañantes han sido detenidos. Se encuentran bajo la custodia del hakkikt. Creo que vuestro personal será liberado. No se ha dicho nada respecto a vuestro capitán. El hakkikt… —Manténte neutral, sé ambigua, informa de la situación a Kesurinan esperando que sea capaz de leer entre líneas—… el hakkikt desea tener alguna garantía sobre la buena conducta de la Aja Jin. Después de que la Mahijiru se marchara de ese modo… Y quiere discutir el asunto. ¿Algunas noticias sobre eso?
—Saltar —dijo Kesurinan después de unos segundos—. Confirmado. ¿Tener datos sobre situación actual de capitán?
—Sólo que el hakkikt, honrado sea, quiere hablar con él. A solas. Cuando le dejé se encontraba bien.
Honrado sea. Nos están espiando, Kesurinan, recuerda eso, estamos en un auténtico apuro. No me hagas demasiadas preguntas.
Una larga pausa al otro extremo de la línea.
—¿Tener sugerencia, capitana?
—Creo que si podéis ofrecer una buena explicación de lo que anda tramando la Mahijiru con Ehrran, eso supondría una gran ayuda.
—Tener —dijo Kesurinan. La tensión de su voz era audible incluso a través del acento y la estática de la comunicación—. Yo hacer número uno rápido.
—Si tú te enteras de algo más, comunícanoslo a toda velocidad. Creo que la situación de vuestro capitán es extremadamente delicada. Creo que no sabe la información que el hakkikt, honrado sea, quiere obtener de él. Si puedes averiguarlo quizás eso le ayude. ¿Entendido? Usaremos toda la buena influencia de que disponemos.
Otra larga pausa.
—Sí, entender. Gracias, capitana Chanur. Gracias tú llamarnos.
—Lo siento —dijo ella, hablando con toda sinceridad, y cortó la transmisión. Apoyó su dolorida cabeza en sus manos y no pudo evitar un respingo al tocar uno de los varios morados que había en su cráneo. Estaba sangrando. Sintió la humedad y contempló el pelaje que se había manchado entre las almohadillas de sus garras. Empezó a temblar—. Voy a lavarme —le dijo a Tirun—. ¿Puedes encargarte de todo durante un tiempo?
—Sí —dijo Tirun sin volverse. En los tableros se sucedían rápidamente las series de comprobaciones, que investigaban cualquier tipo de daño exterior poco visible que pudieran haberles causado los kif o la misma Ehrran.
O la Mahijiru. No podía creer que la Mahijiru hubiera desertado y que Dientes-de-oro les hubiera vuelto la espalda.
Pero todo eso era política. Igual que la política del han, igual que la loca carrera por el poder que había provocado que ella y Ehrran se convirtieran en enemigas. En este caso se trataba de dos socios que habían discutido violentamente sobre cómo tratar a los kif: Jik quería un compromiso; Dientes-de-oro jugaba a un juego distinto, que involucraba a los knnn, un juego en el cual quizá las apuestas fueran demasiado altas, tan altas que resultaba inconcebible imaginarlas, un juego en el que la amistad no tenía lugar alguno dentro de la ecuación.
Los asuntos de los gobernantes, los Personajes. La especie hani jamás había tolerado ningún tipo de derecho divino; para decidir en sus propios asuntos sólo contaba el derecho de los clanes, o los derechos que grupos de éstos tuvieran para conservar un territorio. Y, por los dioses, las hani jamás habían doblado la rodilla ante nadie que no fuera sus parientes y el señor de la mansión.
Honor a él. Honor a un príncipe de piratas que torturaba a sus amigas y se reía en silencio cuando una hani tenía que hablarle de forma cortés.
Pagaría por la vida de Jik con el discurso que a él le viniera en gana, sin importar lo educado que debiera ser; y, por todos los dioses, a la primera ocasión que tenga le pagaré con algo muy distinto.
Es probable que él también lo sepa.
Me quería a mí antes de querer a los mahendo’sat. Me ofreció una alianza en Punto de Encuentro. No podía confiar en los mahendo’sat. Eso ya lo sabía. Sabía cómo engañar a una hani: aprecia lo que Chanur puede hacer y lo que hará… el modo en que el han considerará todo eso, oh, sí, el han, que desea ver nuestras pieles clavadas en una pared. El han lo vio claro antes que los kif… vio lo que éramos capaces de hacer después de que elimináramos el poder de Akkukkak, después de que entráramos en contacto con los humanos. Sabían lo que haríamos… si éramos ambiciosas. Y pensaron que lo éramos. Y nos obligaron a serlo.
Salió del puente y se detuvo ante la puerta de Chur, donde habían vuelto a instalarla Hilfy y Geran.
—Malditas agujas —le dijo Chur.
—Claro. Si vuelves a soltarte de esa máquina me encargaré de hablar personalmente contigo.
—El mensaje de Dientes-de-oro.
—Ambiguo, como siempre. —Notó el modo en que Hilfy y Haral la miraban—. No sé lo que pretende hacer. Seguramente no le habían hablado a Chur de Jik y sus compañeros y le habían ocultado las malas noticias tanto como les había sido posible. No te muevas de ahí, ¿de acuerdo?
—¿Adónde va?
—Cree que se dirige a Punto de Encuentro. Eso mismo piensan todos los que conocemos. Va a celebrarse una gran fiesta.
—¿Iremos nosotras?
—Oh, sí. Apuesta por ello, prima. Estaremos ahí.
Chur parpadeó y giró la cabeza hacia Geran, que estaba conectando tubos en su codo.
—La capitana no me lo está contando todo, ¿verdad?
Geran apretó los labios y no dijo nada.
—Una conspiración —murmuró Chur.
—Hizo un buen trabajo —dijo Pyanfar, pensando que Chur aún podría oírla.
—Sí —respondió Geran.
Pyanfar se quedó en el umbral durante unos instantes, observándolas a las tres. Chur, Geran, Hilfy. Todas ellas habían cambiado en algo, salvo Chur, salvo, quizá, Chur. Geran se movía en silencio, con delicadeza y sin hacer gestos innecesarios: en su rostro había una especie de tensa animación: una máscara. Seguramente Chur debía haberlo notado, conocedora de la rabia asesina que estaba enterrada bajo ella. Geran la del cuchillo; Geran, la silenciosa. Geran, que últimamente sonreía con la boca y no con los ojos. E Hilfy… Hilfy se había convertido en un mecanismo que podía saltar con el simple roce de un cabello. Ya no existía la joven Hilfy, ahora no había nada de joven en ella. Hilfy se había templado igual que un cuchillo; y cuando permanecía quieta y callada, siempre había sombras moviéndose detrás de sus ojos, cosas de las cuales Hilfy Chanur nunca hablaba. Ahí había oscuridad y el fuego del sodio, y ningún baño era capaz de eliminar la pestilencia de la sangre y el amoníaco.
Pero Hilfy había estado ahí con ellas, sentada, inmóvil, escuchando cómo Pyanfar andaba sobre el alambre con los kif; al igual que Geran, consumida con la preocupación que sentía por su hermana, sin delatarla jamás; y Tirun había hecho su trabajo igual que Haral, siempre en el lugar donde más se las necesitaba.
Y sentados codo a codo en el oscuro salón de consejos… Tully, que estaba respondiendo tranquilamente al kif; y Khym, que jamás había perdido el dominio de sí mismo; dos machos que habían contenido calladamente la ira en su interior aguardando las órdenes de su capitana. Tripulantes. Igual que el resto de ellas. Lo mejor. Su orgullo, la Orgullo. Algo que los kif jamás tendrían.
—Ah —dijo Pyanfar como resumen de todo lo ocurrido, y se alejó por el pasillo.
Terminará en
EL REGRESO DE CHANUR