En el ascensor de la Harukk había nueve hani y dos kif armados. La puerta se abrió para dejarles junto a la entrada de la nave, en esa luz más tenue y ese aire más frío que dominaban el último tramo abierto a los muelles.
Vamos a conseguirlo, pensó Pyanfar, cosa que había dudado en lo más hondo de la nave, cuando se hallaban en la prisión. Había dudado de todo hasta que los kif las llevaron al ascensor y dos entraron en la cabina con ellas, superados en número al menos durante esa distancia y mientras se hallaran dentro de la cabina; y empezó a creerlo cuando vio abrirse la puerta que les permitía la salida al nivel correcto de la nave, en un pasillo donde no las aguardaba ninguna emboscada, ningún contingente de guardias kif oculto detrás de una esquina. Cuando miró por encima de su hombro hacia los kif y las tripulantes de Tahar, sus ojos se posaron en Haral y percibió el leve movimiento de sus orejas y sus ojos, clavados en los de ella como por telepatía, el mismo pensamiento: Estamos cerca, capitana, quizá tengamos una oportunidad de salir con bien después de todo.
Pyanfar se dio la vuelta y siguió caminando al paso que les marcaba su guía. Esta vez quienes pasaban junto a ellas sí las miraban, por fin despertaba su curiosidad, haciéndoles calcular de nuevo el tipo de juego que se estaba librando ahí, le pareció a ella.
Haciéndoles pensar en cuál era el juego y quiénes lo estaban jugando.
—Esa maldita estúpida —dijo Jik por el comunicador—. Ella no hacer, ella no hacer…
Y cortó bruscamente la conexión. Ése fue el comentario de Jik a la decisión tomada por Rhif Ehrran de aventurarse en los muelles de Kefk. Hilfy lo oyó en compañía de las demás y se volvió hacia la derecha al entrar la capitana Dur Tahar rápidamente en el puente.
—¿Qué ocurre con mi tripulación? —jadeó Tahar sin perder ni un momento.
—Estamos trabajando en ello —dijo Hilfy y se levantó de su asiento, dejó el monitor en posición de alerta. Dur Tahar en el puente de la Orgullo merecía que al menos una tripulante se pusiera en pie para evitarle molestias a Tirun. Khym ya se estaba empezando a levantar, decidido a encargarse de tal misión en un momento que quizá no era el más apropiado.
—Bien, ¿qué está pasando? —preguntó Tahar, mirando hacia el puesto de mando y a Tirun, que estaba enzarzada en una urgente comunicación con Dientes-de-oro y no tenía tiempo para hablar—. ¿Qué problema hay?
—Bien ¿qué dicen? —La parte esencial de la conversación parecía estar a cargo de Tirun—. ¿Tiene alguna buena razón el hakkikt para que nuestra compuerta haya recibido disparos? ¿Por qué esas malditas alimañas andan sueltas correteando por toda nuestra cubierta inferior? ¿Dónde está nuestra capitana, eh? ¿Lo saben?
La respuesta del comandante de la Mahijiru fue inaudible.
—La capitana está fuera intentando que liberen a tu tripulación —le dijo Hilfy a Tahar—. Mientras tanto, nos acaban de atacar. ¿Quieres ocupar un puesto de tripulante, capitana? Estamos metidas hasta la nariz en problemas. Nos sería realmente una gran ayuda tenerte ahora en un puesto de observación. Tully no sabe interpretar demasiado bien las pantallas.
Había esperado alguna protesta de rango. Tahar bajó las orejas y se dirigió hacia el puesto indicado sin hacer ni un solo comentario. Pero Tirun hizo girar su asiento antes de que Tahar pudiera acomodarse.
—Esperad. Dientes-de-oro dice que no puede entrar en contacto con Sikkukkut. Los kif se están mostrando tozudos. Intentan ganar tiempo. No fue ningún accidente. —Tirun abandonó el asiento de Haral y, después de dirigir un gesto a Dur Tahar, ocupó el de Pyanfar—. Siéntate —dijo mientras accionaba de un manotazo el control de giro del asiento—. Tahar, ocupa el puesto número dos. Yo me encargaré de ponerte al corriente. Hilfy, Khym: haced que ese maldito kif suba aquí. Quiero hablar con él ahora mismo.
Hilfy cogió a Khym por el brazo y se puso en marcha.
Nadie ocupaba nunca el asiento de Pyanfar. Pero ahora sí. Ningún clan que no fuera el de Chanur se había colocado en los puestos de la Orgullo. Pero también eso había ocurrido… harían literalmente cualquier cosa que pudiera mejorar un poco sus probabilidades.
Caminaron rápidamente por el corredor principal y de repente se oyó el seco golpe de los generadores poniéndose en marcha, una vibración que recorrió toda la columna vertebral de acero de la Orgullo. Khym resbaló medio metro y se detuvo, dándose la vuelta antes de que Hilfy le cogiera por el brazo.
—¡Es la secuencia inicial de energía! —gritó Khym.
—Es sólo una precaución —dijo Hilfy, mientras tiraba de él y le hacía correr de nuevo hacia el ascensor—. No vamos a soltarnos. Tirun no haría eso. Por todos los dioses, sigue las órdenes que te ha dado.
Así que ahora todos nuestros sistemas se han calentado. Así que ahora los kif saben que podemos movernos. O disparar. Pueden destruirnos. Si llegamos a eso, podríamos llevarnos con nosotras todo Kefk. Eso es lo que Tirun les hace saber.
—Kkkt —dijo el kif de guardia en la compuerta de la Harukk—, kkkkt —añadió al ver lo que tenía delante, sin alzar la voz y usando un tono que una hani podía entender. Pyanfar mantuvo su mano cerca del arma y agachó las orejas, ya que el kif parecía estarla desafiando.
Entonces el guardia les hizo una seña con un movimiento de la oscura tela de su manga que trazó un amplio arco. Pyanfar siguió andando hasta encontrarse en la fría atmósfera del acceso y se volvió bruscamente, con un fruncimiento de ceño en parte dedicado al kif y en parte motivado por la preocupación de que todo su grupo saliera con bien de la nave.
Las tripulantes de Tahar andaban tan bien como les era posible, Gilan sin ayuda, Naun y Vihan arreglándoselas para sostener a Haury entre ellas, Nif y Canfy con Tav. Haral iba la última, con el rostro serio y tenso… no te inclines, no muestres ninguna debilidad. Sikkukkut no se había olvidado de ellas; sentiría mucha curiosidad por ver lo que hacían, sospecharía todo tipo de alianzas secretas… les cortaría el cuello a la primera señal de que las cosas no eran tal y como se le habían presentado, o a la primera y confusa sospecha que los motivos hani pudieran hacer nacer en su mente.
Venga, seguid caminando. Pyanfar frunció el ceño con impaciencia al mirar a Gilan Tahar y giró sobre sus talones justo cuando Haral cruzaba la escotilla, bajando por la rampa hacia los muelles.
—Kkkkt —dijo Skkukuk, el kif, alzando su encapuchada cabeza del limpio lecho sobre el que reposaba en su ordenado camarote—. Kkkt. Joven Chanur…
—Arriba —dijo Hilfy. Tenía el arma en su funda y no hizo ningún gesto de amenaza. Khym estaba detrás de ella y eso era más que suficiente.
—El hambre me ha debilitado. Hani, no sirve de nada…
—Levántate, kif. Muévete. Hemos tenido un pequeño problema con tu cena. Anda dispersa por toda la nave. Nuestra compuerta tiene ahora una preciosa quemadura recién hecha. Querernos hacerte algunas preguntas al respecto.
—Traición —dijo Skkukuk. Salió de la cama con cierta dificultad, apoyándose con una mano para no perder el equilibrio—. Kkkt. Traición.
—Lo has entendido a la perfección —dijo Hilfy—. Vamos. Iremos arriba y lo discutiremos con el resto de la tripulación.
—No obra mía —dijo Skkukuk—, hani, no fue mi…
—¡Venga! —dijo ella.
Skkukuk avanzó hacia ellos. Khym cogió entre sus dedos el cuello de su túnica y Skkukuk se retorció, con los ojos desorbitados por el miedo y la alarma. Sus mandíbulas emitieron un preocupante chasquido.
—No ofrezco resistencia, quiero ir a vuestro puente, no hay necesidad de…
—Apuesto a que lo deseas —murmuró Hilfy, y le cogió de un brazo mientras Khym le cogía del otro; llevaron al kif casi a rastras, entre chasquidos y protestas. Algo pequeño y negro salió huyendo por el pasillo y se escabulló doblando la esquina para meterse en un corredor secundario menos frecuentado.
—Os he dado todas mis armas —siseó Skkukuk, luchando para liberar sus brazos—. ¡Soltadme! ¡Soltadme, hani idiotas! ¡Soy vuestro, soy leal a la capitana…!
—Sí, en el infierno mahen —murmuró Hilfy.
Llegaron al final de la rampa, pasando ante la hilera de cabezas ensangrentadas, y Pyanfar miró nuevamente hacia atrás con su mano sobre la pistola automática que llevaba. Las tripulantes de Tahar hacían cuanto les era posible sosteniendo en pie a Haury Savuun y manteniéndose en movimiento. Haral cerraba la marcha: era bastante fácil darse cuenta de que Haral hubiera preferido ir más rápido, pero había un límite a cuanto podían hacer las Tahar. Varios grupos de kif las observaban desde el muelle y en lo alto de la rampa.
—Kkkkt —el sonido llegaba a ellas desde todas direcciones—. Kkkkt.
Bien, fíjate en esas estúpidas, tradujo Pyanfar para sí, y se le erizó el vello. Miró por segunda vez a las tripulantes de Tahar y, en particular, a la primer oficial de la Luna Creciente. Escogió un instante en el cual no se la podría oír desde ningún extremo de la rampa.
—Ker Dur está a salvo —dijo rápidamente—. Ésa es la verdad. Y he conseguido recuperar vuestra nave. Sois libres. ¿Qué tal te encuentras?
Las pupilas de Gilan parecieron desenfocarse por un segundo, dilatándose y contrayéndose, convertidos en dos círculos oscuros rodeados de un mar ambarino a medida que iba comprendiendo el mensaje.
—La capitana está contigo… ¿Y la Luna Creciente?
—Tengo a las dos. Estáis a salvo. Vamos a llevaros a un lugar seguro tan pronto como podamos, vamos a dejaros libres… ¡No te tambalees, maldición, el cuerpo erguido! Tenemos mucho por andar, Gilan Tahar. En este muelle no hay ningún transporte que yo desee utilizar.
—Bien, capitana. —La voz de Gilan era ronca y nerviosa—. Estamos contigo.
Los kif murmuraban a los lados, emitiendo sus chasquidos guturales y alegrándose de lo que veían…
Sfik, pensó Pyanfar sintiendo que el corazón le daba un vuelco. Que los dioses las ayudaran: esta maltrecha tripulación de hani demostraba su vulnerabilidad como especie. No son enemigas, los kif no ven a Tahar como enemigas nuestras. No les estamos tratando adecuadamente. Es una trampa, por los dioses. Sikkukkut tiene su propio sentido del humor y no ha querido hacerlas venir con una escolta kif. Vía hecho que nosotras las acompañáramos, con la esperanza de que alguna de ellas se desmayara durante el trayecto y ofreciera un buen espectáculo.
—Capitana… —dijo Haral, unos cuantos pasos detrás de ella.
Los kif estaban ocupando posiciones en el muelle, cortándoles el camino que debían seguir. Tendrían que pasar por entre ellos o dar un rodeo.
—Lo haremos en serio —dijo Pyanfar, la mano sobre la culata de su arma, intentando que el balanceo de su cuerpo al andar fuera todavía más exageradamente desafiante. Después de pensarlo durante un segundo sacó la automática de su funda y quitó el seguro, la empuñó con el cañón hacia abajo y la hizo oscilar a cada paso—. ¡Fuera! —gritó, agitando ante los kif el cañón de su arma—. ¡Honrado sea el hakkikt, maldita basura, tenemos que llevarnos a estas prisioneras y no vais a meter el hocico en ello!
Un lento movimiento que a Pyanfar le pareció perfectamente calculado, lo suficiente como para apartarse de ellas el mínimo necesario… si se les obligaba. Pero se apartarían. Mantuvo su dedo en el gatillo. Supuso que Haral, a su espalda, actuaba igual que ella, apoyándola y cubriéndola.
—¡Hani!
Un grito kif detrás de ellas. Pyanfar se detuvo de inmediato, con las piernas bien abiertas, apuntando con el arma hacia la multitud de kif que tenía delante. Sostuvo su automática con las dos manos, y supo que Haral se estaba dando la vuelta en una postura similar para enfrentarse a los problemas que tuvieran a la espalda.
—Tres. —La voz de Haral llegó a sus orejas, algo inclinadas hacia atrás; su espalda rozó la de Pyanfar—. ¡Dioses! ¡Le han dado a un kif! ¡Alguien ha disparado a…!
Pyanfar lanzó un grito de advertencia a los kif que tenía delante y giró para colocarse al lado de Haral justo a tiempo de ver cómo primero un kif y luego un segundo y un tercero se desplomaban sobre el muelle, francotiradores. Moviéndose rápidamente, empujó a Gilan Tahar hacia el revoltijo de grúas y cables que había junto a los diques.
—Cúbrete —le gritó—. ¡Maldita sea, busca refugio, muévete!
Las tripulantes de Tahar echaron a correr. Pyanfar se detuvo y volvió a girar, viendo cómo Haral cubría su retirada mientras los disparos seguían llegando de alguna parte. Los kif se derrumbaban y devolvían el fuego al mismo tiempo que emitían su parloteo en medio del tumulto.
—¡Cúbrete! —le gritó Pyanfar a Haral, y Haral retrocedió rápidamente. Los disparos se dirigían ahora hacia el muelle. A su espalda algo estalló con un ruido ensordecedor, emitiendo una lluvia de fragmentos que las golpearon como insectos—. ¡Adelante! —gritó Pyanfar, se dio la vuelta e hizo a las Tahar señas de que se movieran, de que cubrieran tanto trecho como les fuera posible.
—¡Moveos! —gritó Gilan Tahar, haciendo eco de su orden, al mismo tiempo que usaba su brazo bueno para tirar de Canfy Maurn—. ¡Venga, salgamos de aquí!
Kif disparando contra otros kif.
Los partidarios de Akkhtimakt se alzaban contra Sikkukkut.
—Tenemos una revolución entre manos —jadeó Haral, apareciendo junto a ella con un brazo alrededor de Haury Savuun y con Tav y Naun detrás de ella, casi sin aliento—. Capitana… tenemos que…
Un disparo rebotó cerca de ellas y Haral alzó la mano que sostenía el arma para protegerse los ojos, medio aturdida. Pyanfar giró rápidamente y disparó hacia el lugar de donde parecía venir casi todo el fuego.
—Por los dioses, están disparando hacia aquí, han…
Una ráfaga de disparos contestó al suyo, un trueno estremecedor, un impacto que la hizo caer de espaldas estrellando su cabeza sobre el muelle. Pyanfar rodó sobre sí misma y buscó refugio ciegamente.
—¡Capitana! —gritó Haral.
—Esperad, esperad —dijo Geran en tanto que el caos hacía erupción en el comunicador de la Orgullo—. Lo tengo… Tirun, tengo a Jik en el uno y a un kif en el dos…
—Pásame al kif —dijo Tirun. Se puso a la escucha mientras Hilfy y Khym se encargaban de mantener inmovilizado a su furioso prisionero kif.
—¡Cállate! —le dijo Hilfy a Skkukuk; y quizá fuera su orden o quizá fueran las noticias que brotaban de la con sola de comunicaciones, pero se calló.
… Honrado sea el hakkikt Sikkukkut an’nikktukktin —decía la voz—. Un ataque suicida llevado a cabo por elementos incontrolados ha puesto en peligro a vuestra capitana y a su tripulante. Estamos tomando medidas de represalia. Aconsejamos a todas las naves situadas en este mando que se muestren extremadamente alerta ante todo posible ataque externo durante la crisis. Orgullo de Chanur, no actúe de forma imprudente. El hakkikt tratará muy duramente a estos aventureros.
—Vigílale —murmuró Hilfy, lanzándose hacia el comunicador—. Tully, cambio de puesto. Encárgate de la pantalla de observación número uno… la capitana Tahar tiene el monitor de ese puesto…
Tully se levantó. Hilfy se dejó caer con un golpe seco sobre el acolchado y cogió rápidamente una conexión de comunicaciones. Llegó a tiempo de recibir la retransmisión que los kif emitían por la conexión mahendo’sat, unos segundos después de que la recibiera Geran.
—Jik ya lo ha captado —murmuró Geran cuando el kif finalizó su mensaje y la Aja Jin acusaba recibo por ese canal.
—Aquí la Orgullo de Chanur —transmitió Hilfy por la conexión kif, hablando a toda prisa y sin tener autorización—. Comunicaciones de la Harukk… ¿dónde se encuentra nuestro personal? ¿Cuál es su posición?
—Pediré autorización para dar tales datos, comunicaciones de Chanur.
—Tienen miedo —siseó Skkukuk a su espalda—. El hakkikt Sikkukkut se encuentra en apuros… No son prisioneras suyas, ahora no…
Hilfy hizo girar su asiento y clavó sus ojos en las pupilas del kif, rodeadas de círculos rojizos.
—¿Por qué?
—Porque, joven Chanur, dice que se encuentran en peligro. Admite una debilidad suya. Promete represalias. Esto no es precisamente controlar una situación. No es obra suya. No admitiría una debilidad ni tan siquiera como subterfugio.
Y en el canal de Jik, oyéndose por el altavoz general:
—Tener personal fuera en muelle, tener Mahijiru en acción… ¿Dónde estar Pyanfar, Orgullo de Chanur? ¿Tener contacto?
—¿Contra qué? —le preguntó Hilfy a Skkukuk—. ¿Qué está pasando ahí fuera?
—Serán los partidarios de Akkhtimakt, joven estúpida. Tienen la esperanza de poder dar un buen golpe que cambie la situación. Es probable que se esté combatiendo incluso dentro de la Harukk. El hakkikt se estará en cargando personalmente de eso. Estará ocupado.
—Probablemente es cierto —dijo Dur Tahar mientras hacía girar su asiento y lo apartaba del monitor.
Hilfy se puso en pie con la pistola de bolsillo en la mano, apuntando hacia Tahar.
—Ése ha sido tu último bando, Tahar, ¿no es cierto? Estabas con Akkhtimakt.
Tahar agachó rápidamente las orejas. Sus ojos se volvieron casi blancos y se quedó helada en el asiento.
—Dispara o escúchame, Hilfy Chanur. El kif está diciendo la verdad. Pero se trata de algo local… no hay nada exterior coordinado con todo esto. Al menos, nada que yo sepa. Y podría saberlo. No. Es algo local. Tenemos a mi tripulación y a tu capitana ahí fuera, en los muelles. El kif está haciendo meras hipótesis, pero me parecen bastante buenas… no están donde el hakkikt pueda cogerlas ahora mismo, o ya lo habría hecho. No, esto se encuentra relacionado con el asalto de la compuerta. La estación de Kefk está contraatacando… los partidarios de Akkhtimakt han decidido actuar, y mi tripulación y tu capitana se encuentran atrapadas entre los dos bandos, por todos los dioses… escúchame y baja esa condenada arma…
Tirun hizo girar su asiento, todavía atenta a los mensajes y con la conexión pegada a su oído. Sus ojos se movieron rápidamente.
—Ehrran acaba de encontrarse con los kif… ¡Maldita sea! Hay disparos en los muelles…
—Voy a salir —dijo Khym con voz átona.
—Vendrás con el resto de nosotras —dijo Tirun, levantándose de un salto—. Dioses, la capitana nos arrancará la piel a todas, pero cuando la hayamos rescatado puede empezar conmigo. Vamos a sellar la Orgullo por completo y saldremos a los muelles. ¡En marcha! Geran, encárgate de los cierres y pon la compuerta en automático. —Tirun atravesó el puente a toda velocidad y abrió el cerrojo del armario de las armas, entregándole una pistola a Dur Tahar.
—Yo —dijo Tully, puesto en pie, extendiendo su mano—. Yo.
Tirun le metió una pistola de bolsillo entre los dedos.
—Usa ésta.
—Vamos —le dijo Hilfy a Skkukuk y lo cogió presurosamente por el brazo con las garras fuera—. Te pondremos otra vez abajo.
—¿Y que se quede prácticamente solo a bordo? —dijo Tirun—. No, gracias. Él también viene. Y el primero: tú irás delante, kif.
El flaco cuerpo de Skkukuk se fue irguiendo lentamente y su cabeza se alzó al extremo de su largo cuello.
—Devuélveme mi arma, hani.
—Oh, será mejor que te consigas alguna —dijo Tirun, arrugando la nariz—. Alguna del otro bando.
—Capitana… —Haral se inclinaba sobre ella en el refugio al que habían logrado llegar, situado bajo una gran grúa, envueltas en una roja red de fuego que perforaba la humareda general y rebotaba en el muro y la estructura de la grúa. Haral había conseguido encontrar en algún sitio un pedazo de tela y le estaba limpiando la cara con cierta rudeza, moviéndose rápidamente al mismo tiempo que le zumbaban los oídos y el tiroteo continuaba. Todo estaba muy lejos de ella y, cuando por fin se aclaró, vio el rostro angustiado de Haral y sintió un fuerte dolor en la nuca.
—Dioses —murmuró Pyanfar. Apartó de ella la mano que la había estado cuidando e intentó moverse. Le dolía la piel. Se llevó una mano a la cintura y se limpió la sangre.
Fragmentos de metal. Astillas. Estaba cubierta de ellas, las sentía clavándose en su piel, notaba su vello pegajoso. Miró hacia las tripulantes de Tahar y parpadeó al descubrir sus rostros asustados: vio que Haral tenía la nariz lívida, y el pánico en Haral Araun era algo tan fuera de lo común que sintió temblar el mundo.
Un segundo temblor: esta vez una automática había dado en el muro de la estación, por encima de sus cabezas, y había hecho caer otra rociada de fragmentos. Quinientos kilos de cable seccionado cayeron sobre el suelo del muelle, lo bastante cerca como para que notaran el aire desplazado por su caída.
—¡Dioses! —exclamó Pyanfar. Logró ponerse de rodillas y buscó su arma para encontrar que no había nada en su funda.
—Ten —Gilan Tahar le puso la gruesa culata entre los dedos y Pyanfar miró primero a la oficial de Tahar y luego a su propia oficial: Haral se había asomado cautelosamente durante unos segundos al exterior de su refugio y había vuelto luego hacia ella con el rostro ceñudo.
—Ahí fuera está bastante animado —dijo Haral.
—No me des la información meteorológica, por todos los dioses… ¿tenemos algún sitio que nos cubra para seguir avanzando?
—Aquí nos encontramos bastante protegidas pero…
¡Bang! Otro gran trueno, otra lluvia metálica desde lo alto.
—¡Están disparando contra la condenada pared! —gritó Pyanfar—. Esos malditos imbéciles van a conseguir que todo este muelle salga volando hacia el espacio…
—Al final del muelle hay productos explosivos —le respondió Haral, también a gritos para hacerse oír por encima de los disparos, y señaló hacia los recipientes que llevaban la mortífera etiqueta amarilla de los combustibles—. ¡Si corremos hacia ahí puede que atraigamos el fuego sobre ellos y entonces sí que estaríamos realmente listas, capitana!
—¡Si nos quedamos aquí sentadas tampoco vamos a tener ninguna oportunidad! ¿Cuánto piensa esperar esa hermana tuya, eh?
—Yo estoy esperando a Jik —le contestó Haral.
—¡Bueno, pues va retrasado! ¡Y en caso de que Sikkukkut no pueda decirles nada tranquilizador, pronto vamos a tener en este muelle a todas nuestras condenadas tripulantes, y no creo que Sikkukkut tenga ahora tiempo para eso! Tenemos que movernos, prima, con recipientes o sin ellos. —Se volvió hacia Gilan Tahar y la encontró casi inconsciente debida a la pérdida de sangre. Gilan tenía un vendaje que cubría la herida de su hombro, pero ahora casi no se lo podía ver debido a la gran cantidad de sangre que lo empapaba. Haury Savuun seguía consciente y sólo los dioses sabían el esfuerzo que ello le costaba—. Gilan… tenemos por delante un largo trayecto. No queremos disparos… no queremos que se fijen en esos recipientes. —Buscó el interior de su bolsillo y, sacó la pistola ligera que tendió a Gilan—. Por si acaso… pero, por todos los dioses, no te separes de nosotras.
—Estamos contigo —dijo Gilan. Algo hizo explosión en lo alto y otro trozo de cable y tubería cayó sobre el suelo del muelle, rebotando locamente hacia el otro lado… del mismo modo que habría podido caer sobre ellas.
—¡Vamos! —gritó Pyanfar, lanzándose hacia el dique siguiente entre una espesa humareda surcada por los disparos láser. Había tanto humo que casi no se veían los soportes metálicos de la pared. Corrió hacia los recipientes que llevaban los círculos amarillos, recordando mientras corría que, por lo menos, los kif eran parcialmente ciegos al color.
Las alimañas correteaban asustadas por todas partes cuando llegaron a la escotilla y la abrieron con un golpe seco. Tirun se volvió para accionar el cierre bajo la tenue luz anaranjada del tubo de acceso. Hilfy echó a correr, dando un rodeo para apartarse de la jaula rota y el recipiente…
Explosivos… pensó de repente aterrorizada, explosivos, si es que los kif habían venido con la intención de abrir la compuerta como fuera.
—¡Sigue! —gritó, con todo el vello erizado, y Skkukuk pasó junto a ella moviéndose a la máxima velocidad posible en un kif, con Khym y Geran pisándole los talones, cada vez más cerca. Tirun tropezó con la jaula y lanzó un juramento. Hilfy apretó con más fuerza su arma y corrió hasta reunirse con Khym al otro lado de la curva del tubo, con Tully y Dur Tahar siguiéndole de cerca—. ¡Tirun! —gritó, al tiempo que intentaba darse la vuelta, pero Tirun le contestó con un «¡Corre!», sin frenar su paso, viendo que ya estaban llegando al final del tubo… Tirun, que pese a no poder correr mucho lo haría tan bien como le fuera posible, cerrando el grupo y cubriéndoles la espalda aunque fuera ella quien estaba al mando.
—¡Sigue corriendo, sal de aquí!
Hilfy corrió y rebasó a Tully y a Tahar, alcanzando a Khym en las puertas de presión que se hallaban al final de la rampa. A lo lejos se oía levemente el chasquido de los disparos.
Un disparo dio en la pared interior. Skkukuk se detuvo con el cuerpo encogido y buscando un lugar donde refugiarse.
—¡Seguir, tú seguir! —gritó un mahe que se levantó de su escondite junto a la rampa agitando frenéticamente el brazo. Había mahendo’sat por todo el dique de carga, los tripulantes de Jik o de Dientes-de-oro. Hilfy buscó refugio inmediatamente tras la consola de control de la grúa en un intento de protegerse por entre su estructura metálica. Se apoyó en una viga y notó que el corazón le latía desbocado por el terror, miró hacia atrás para ver a Tirun, Tahar y Tully que corrían tan rápidamente como podían, escapando al peligro de la rampa. Oh, dioses, dioses, sacadnos de esto… no puedo, no puedo… Miró en dirección contraria pensando que Khym se habría refugiado entre los recipientes que había más adelante.
No lo había hecho.
—¡Na Khym! —gritó desesperadamente, acurrucada en la solidez de su refugio metálico, pues Skkukuk había seguido corriendo y Khym iba detrás—. ¡Dioses! ¡Khym! ¡Tío! ¡Detente! ¡Espera!
Y entonces todo pareció muy claro: la dirección que habían seguido los kif enemigos y la dirección del fuego coincidía con la que habían tomado Pyanfar y Haral. Consiguió que su miedo se escondiera en algún lugar frío y remoto y dejó de preocuparse por la supervivencia o la mortalidad.
Sigue, Hilfy Chanur, sigue, es sólo un macho enloquecido que quién sabe cuánto tiempo hace que debería haber muerto ya o un kif que va a cambiar nuevamente de lado… Sifué, idiota, Haral está ahí fuera, y Pyanfar… Corre hasta que los disparos, te rodeen y entonces busca refugio y dispara hasta que dejen de hacer fuego sobre ti. Es realmente muy sencillo, niña.
La voz de Haral le daba otra vez instrucciones.
Y la de Pyanfar: «condenada tonta».
Más disparos que hacían brotar nubecillas de humo allí por donde corría Khym.
Pyanfar llegó a la hilera de recipientes y siguió corriendo detrás de ella, sintiendo el dolor de sus huesos y su cabeza a cada golpe que daban sus pies sobre las placas metálicas del suelo. El aire era demasiado tenue y le quemaba los pulmones, el olor del amoníaco se mezclaba con el humo acre y el aroma del ozono. Logró tragar otra bocanada de aire con un jadeo cuando miraba hacia atrás y se detuvo un instante para hacerle una seña a Gilan y Naur, cubriéndolas sin disparar… no quería que se dieran cuenta de dónde estaba, pero mantenía el dedo fuertemente apretado al gatillo. Vihan guiaba a Canfy por el brazo, Nif y Tav venían después y, en último lugar, Haral con Haury a la espalda, avanzando tan deprisa como les era posible, teniendo en cuenta que no era Haury ningún peso ligero y teniendo en cuenta la corpulencia de la misma Haral.
—Sigue —gritó Pyanfar a la espalda de Gilan y volvió corriendo para alcanzar a Haral, que intentaba apartarse de los recipientes explosivos. Cogió a Haury en el mismo momento que empezaba a resbalar de entre los dedos de Haral, sin que ésta protestara por ello. Haral siguió corriendo y Pyanfar, sosteniendo como mejor podía el cuerpo de Haury, avanzó de nuevo prácticamente a ciegas debido a la falta de aire. Una repentina ráfaga de disparos incidió en el otro lado de los recipientes, sin alcanzarles: evidentemente, los kif comprendían el peligro que albergaban los recipientes. Siguieron avanzando y por fin llegaron al precario refugio que les ofrecía un transporte de carga. Pero después de eso había un espacio abierto, y la carrera no les ofrecería otro refugio que los soportes metálicos del muro. Después de eso tendrían que seguir corriendo sin parar durante un largo trecho.
Y si para entonces Jik no había logrado llegar hasta ellas, encontrarían en su camino algo que no podrían rebasar.
—¡Na Khym! —gritó Hilfy, haciéndole senas a su tío para que se pusiera a salvo. Él la oyó, por todos los dioses, la había oído; dio la vuelta y se reunió con ella junto a la grúa, apestando a sudor en tanto que Geran llegaba también a su refugio.
—Dioses —dijo Geran, señalando hacia adelante. Ahí estaba Skkukuk todavía corriendo, con un kif que se había quedado inmóvil ante él, como paralizado, como si estuviera intentando analizar lo que ocurría. Un instante después el otro kif disparó, dos veces, zig, zag, hacia el lugar en que Skkukuk había estado pero donde ya no estaba, porque ahora ya se estaba lanzando sobre el otro kif y lo hacía caer en un remolino de tela negra.
—Uhhn —dijo Khym.
La cabeza del kif caía una y otra vez sobre el cuerpo de su enemigo: sólo los dioses sabrían qué estaba haciendo. Hilfy se estremeció y miró hacia atrás justo cuando Tully se reunía con ellas. Tahar y Tirun venían con él. Tully jadeaba desesperadamente, con el rostro lívido y sin aliento bajo la atmósfera kif.
—¿Dónde está Skkukuk? —preguntó Tirun—. ¿Ha huido?
—Los dioses sabrán cuál de esos dos sigue con vida —dijo Hilfy—. Yo no lo sé ni me importa. —Alzó la pistola, aunque no tenía muy claro si iba a disparar o no.
La mano de Tirun saltó velozmente hacia ella, y la agarró por la muñeca.
—¿Qué pretendes? ¿Qué pretendes, Hilfy Chanur?
La furia que había en el rostro de Tirun la dejó asombrada y luego, muy lentamente, empezó a comprender. Hani. El hogar. Y la conducta civilizada.
—¡Es un maldito kif!
—¿Quién está al mando aquí?
Dejó que su brazo se fuera aflojando poco a poco y agachó las orejas en callada sumisión. Tirun le soltó la muñeca, con las orejas también gachas.
—Py-anfar… —dijo Tully, cogiéndola por el hombro, con fuerza—. Hilfy, Py-anfar…
Hilfy apartó su mano de una sacudida.
—Por todos los dioses, ¿podemos continuar? —preguntó Dur Tahar.
—Vamos —dijo Tirun. Esta vez fue ella la primera en avanzar, asumió el mando, esperando quizás el momento en que alguna otra, probablemente Hilfy, le arrebatara la dirección. Como una sombra, en los límites de su campo visual, vio cómo el kif se levantaba de un salto y corría hacia las sombras al otro extremo del muelle, entraba y salía por entre ellas buscando refugio, para desvanecerse por fin.
Pyanfar se tambaleó, y cayó de rodillas sobre el suelo metálico, girando en el último instante para proteger el cráneo de Haury… pero Haral y Tav fueron lo suficientemente rápidas y se lanzaron al mismo tiempo para recoger a Haury, mientras Haral conseguía también coger a Pyanfar por el cinturón, y la ayudaba a refugiarse tras una consola metálica.
—Oh, dioses —gimió Pyanfar mientras acomodaba como mejor podía sus rodillas heridas. Le dolían el pecho y el vientre, sentía que sus riñones se habían convertido en líquido, hacía ya mucho que no tenía sensibilidad alguna en las rodillas. Se apoyó en el brazo de Haral y por un momento dejó reposar todo su cuerpo en ella—. Soy demasiado vieja para esto… oh, dioses…
—Cierto —jadeó Haral. Las dos se sostenían mutuamente, agarrándose para no caer.
Y el mundo se convirtió en fuego y ruido.
—¡Bondad divina! —gritó Geran.
—¡Algo ha estallado! Dioses… —exclamó Hilfy.
El humo se alzó en el muelle como una pared negra y oscureció a los grupos de kif que parecieron convertirse en miniaturas, al mismo tiempo que por un segundo se hizo claramente visible el fuego de los láseres antes de oscurecerlo todo. Más adelante había algo rojo y marrón por entre toda esa negrura grisácea, unas siluetas pegadas unas a otras en el muelle.
—¡Mirad! —gritó Khym y corrió hacia allí sin esperar a nadie. Hilfy cogió a Tully por el brazo y corrió también. Las sirenas emitían la alerta que indicaba una descompresión, las series de tres timbrazos espaciados que servían de aviso a todos, sin distinción de especies o lógicas diferentes… los muelles se encontraban en situación inestable. Uno de los muros exteriores corría peligro. Y los disparos no cesaban. El fuego de las automáticas seguía salpicando las paredes internas y los kif les bloqueaban el camino manteniendo atrapado a ese grupo de hani que había ante ellas.
Geran abrió fuego e Hilfy la imitó, apuntando tan bien como podía y cambiando luego de postura, pues Khym se había puesto en mitad de su línea de tiro. Khym había empezado a correr, disparando sin cesar y aquí no importaba que fuera un pésimo tirador porque no era necesario escoger el blanco. Los kif se dispersaron ante ellas e Hilfy se tambaleó al recibir una astilla en la pierna: recobró el equilibrio y siguió avanzando por entre los soportes metálicos y los cables. Aún les disparaban, y ella devolvía el fuego a cada oportunidad que tenía, hasta que por fin salió de su refugio y corrió a través del muelle detrás de Geran para reunirse con el grupo de hani.
Y se detuvo, paralizada por la sorpresa.
Eran tripulantes de Ehrran, pantalones negros, pistolas y rifles vueltos hacia ellas.
Era el segundo impacto para un cráneo ya maltrecho y Pyanfar se quedó tendida en el suelo. Luchó contra las arcadas que amenazaban con ahogarla, sintió el aire cargado de sudor, humo y sustancias volátiles. Cuando recobró el oído fue para percibir el estremecedor gemido de una sirena por encima del tiroteo. Sintió que algo se agitaba junto a ella, consiguió enfocar sus ojos pese a su tendencia a bizquear y contempló el rostro aturdido de Haral a su lado.
—Creo que le han dado a esos recipientes —comentó Haral, también tendida en el suelo—. Oh, dioses, mi cabeza. —Y empezó a moverse, maldiciendo en voz baja e inconexa. Pyanfar rodó hasta apoyarse en un codo y logró sentarse.
—Gilan…
Todas las Tahar se movían… lenta y torpemente, pero se movían. Haury demostró estar viva al darse la vuelta sobre un costado e intentar levantarse sin ayuda. Pyanfar vio la expresión de sus pupilas, el brillo de locura, y giró sobre sí misma para mirar hacia donde éstas le indicaban. Los reflejos le hicieron apretar el gatillo de un arma que no recordaba sostener entre los dedos. El disparo dio en un kif que ya saltaba sobre ellas, sus despojos se estrellaron sobre los recipientes que las protegían y cayeron luego al suelo a dos metros de ellas. Tres kif más huyeron en busca de refugio.
Pyanfar se quedó inmóvil, temblando igual que una adolescente aún lampiña; y luego recobró el aliento y logró mover los pies, usando una mano para apoyarse.
—Seguid —dijo con voz no demasiado firme. Alzó los ojos hacia el dique y se encontró con el hosco espectáculo de unas puertas de presión cerradas. Un dique vacío. O una nave que había decidido protegerse conectando los sellos de las puertas. Si era eso, en cualquier momento esas puertas podían abrirse para derramar sobre su refugio una oleada de kif hostiles—. Tenemos que continuar…
—Haury —protestó Tav, levantándose con las rodillas temblorosas—. Haury…
Estaba en lo cierto. Haury Savuun necesitaba que la llevaran. Ninguna de ellas tenía fuerzas suficientes para hacerlo. Pyanfar se dejó caer nuevamente al suelo y se quedó en cuclillas. Haral permaneció inmóvil, con las manos cruzadas detrás de una cabeza que, indudablemente, estaba funcionando en esos momentos igual que la suya, con el incesante latido de la sirena indicándoles que en cualquier momento el muelle podía hallarse expuesto al vacío.
—Han dejado de disparar —dijo Nif Angfylas, alzando sus orejas llenas de heridas pese al agotamiento—. Quizás…
Un disparo dio en la pared y todas se agacharon en busca de refugio.
—¡Dioses! —El ángulo de tiro era nuevo, unos cuarenta y cinco grados respecto a su ruta de huida, y bastante alto—. ¡Nos han atrapado!
Otro disparo estalló en lo alto y Pyanfar escondió la cabeza entre los brazos, alzándola luego con una expresión parecida a la desesperación… ese disparo había venido del otro lado.
—Nos tienen cogidas por dos direcciones —le gritó a Haral—. ¡Intenta localizar a ese maldito francotirador de ahí arriba, y cuidado con tu cabeza! ¡Creo que se encuentra en la pasarela del segundo nivel!
Avanzó a rastras buscando el otro lugar de donde procedían los disparos y sintió que había alguien cerca de ella: era Vihan Tahar, que examinaba el cuerpo del kif en busca de su arma y sus municiones. Vihan se pegó a su hombro mientras Haral se encargaba del otro lado de la consola que les ofrecía su pequeño refugio de forma triangular. El humo se alzaba en nubes cegadoras que parecían hervir. Fuera lo que fuera lo que había reventado, lo hizo a toda velocidad: olía como el combustible, pero un lago de esa sustancia seguía ardiendo sobre el muelle, despidiendo una claridad infernal que iluminaba el telón de humo suspendido sobre ellas. Los ventiladores no funcionaban en este muelle; los conductos del aire se habían cerrado para evitar la propagación del fuego.
El inconveniente era que eso también evitaba que respiraran. Su nariz estaba medio tapada. Se limpió los ojos con una mano cubierta de suciedad y comprobó los cartuchos de su automática. Sólo seis, y nada para volver a cargarla.
—No desperdiciemos los disparos —le dijo a Vihan, detrás de ella—. ¿Hay algo compatible con nuestras armas en ese kif?
—Tengo dos cartuchos —dijo Vihan, metiéndoselos entre los dedos—. Su arma ha quedado hecha pedazos.
—Ve al otro lado, quizás a Haral le hagan más falta; tengo…
Nuevos disparos; Pyanfar se arriesgó a disparar una vez y percibió el brillante destello de un rifle que las apuntaba, luego se lanzó al suelo, empujando a Vihan con el hombro.
Un trueno y un diluvio de partículas. Pyanfar alzó nuevamente el cuerpo y tuvo que contenerse para no gastar otro cartucho.
—Puede que haya logrado darle… no lo veo bien…
Los kif avanzaban, siluetas negras y lejanas que parecían bailar por entre el humo rodeadas por un lago de fuego dorado. ¿Son de Sikkukkut? ¿O de Akkhtimakt?
¡Boom! Del otro lado. Giró en redondo y se pegó a la consola con Vihan y Naur agazapadas junto a ella. Miró a Haral, que había imitado sus actos igual que en un espejo al otro extremo de la consola.
—¿Le diste?
—No lo sé —dijo Haral mientras se limpiaba los ojos llenos de lágrimas con una mano ensangrentada—. Maldito humo…
Pyanfar miró hacia arriba y vio que el humo caía sobre ellas, oscureciendo ya la mayor parte de la grúa y haciendo colgar sobre sus cabezas un techo negro y asfixiante.
—Por los dioses, pronto tendrán que hacer funcionar esos ventiladores. —Estaba a punto de toser. Sus ojos también lloraban y sentía la garganta en carne viva.
—Tenemos cuatro diques hasta el muelle de al lado —dijo Haral.
—Ahí arriba hay una maldita barricada —dijo Gilan—. Tenemos kif entre nosotras y cualquiera de las salidas. Estoy segura de que las tuyas deben estar inmovilizadas por los francotiradores. Sikkukkut está perdiendo el combate…
—La consola… —dijo Pyanfar de repente. Se puso de rodillas y encontró el panel a su espalda con los caracteres kif que decían «EMERGENCIA».
La abrió de un tirón y sacó el equipo de primeros auxilios. Espuma de plasma, unos cuantos vendajes plásticos. Arrojó el contenido del equipo hacia Gilan Tahar. No había inyectables, ni oxígeno, ni suministros médicos de clase dos.
Miró de nuevo hacia arriba. Por encima de sus cabezas se encontraba el puesto de llamada de la consola, si alguien se atrevía a erguirse lo bastante como para intentar usarlo. Y, cuando lo hubiera conseguido, tendría que indicarle a los kif de la central su posición exacta. Pero las sirenas comunicaban más desastres inminentes. El humo era cada vez peor.
Todavía de rodillas, Pyanfar se arriesgó a levantar la cabeza. Dio un rápido manotazo al micro, y otro golpe a los botones de línea situados en unos huecos del panel. No logró establecer conexión.
—Capitana… —exclamó Haral con voz angustiada en tanto que Pyanfar lo intentaba de nuevo.
—Ese condenado cable es demasiado corto, maldición… Orgullo, oídme, Orgullo, ¿me recibís?
—¡Prueba con la Mahijiru! —gritó Haral, agazapada junto a su hombro—. ¡Y baja la cabeza!
—Capitana —le respondió una voz hani, ronca y débil, medio ahogada por la estática—. ¿Qué está pasando?
—¿Chur? ¿Chur? ¿Dónde está Tirun? Necesitamos ayuda…
Algo pasó silbando junto a su cabeza e hizo explosión a su espalda; sintió que la cogían por las piernas y la hacían caer al suelo bruscamente, en tanto que Haral la cubría con su cuerpo y un segundo disparo hacía volar la esquina de la consola de control, levantando una acre nube de humo. En algún lugar de las tinieblas que colgaban sobre ellas se oyó el chirrido de un soporte que cedía, protestando, algo enorme que se estaba soltando…
—¡La grúa va a caer! —gritó Nif Angfylas—. Dioses, la grúa se está derrumbando…
Pyanfar rodó sobre sí misma y el ruido metálico se hizo aún más agudo y rechinante. No fue la única que se lanzó sobre Haury; Tav Savuun había cogido ya a su hermana por el otro brazo: hubo un confuso tumulto de manos bien intencionadas que pretendían ayudar. En lo alto, entre la humareda, la grúa seguía desprendiéndose entre gemidos chirriantes, impulsada por el inexorable giro de la estación y su propia masa de acero. Los cables cayeron a su alrededor, retorciéndose como serpientes.
—¡Corred! —chilló Pyanfar, luchando por levantarse y, al mismo tiempo, levantar a Haury. Sus rodillas temblaron bajo la carga que intentaba sostener—. ¡Corred!
—¿Dónde está mi tía? —le gritó Hilfy Chanur a las Ehrran por encima del estruendo de los disparos y el horrísono choque de algo que caía al final del muelle—. ¿Cuál es su posición? ¿Las habéis visto?
—¡Por ahí! —gritó en respuesta la más veterana de las Ehrran y agitó la mano hacia el humo—. ¿Cómo voy a saberlo? —Cuando Tully apareció jadeando, acompañado por Tirun, la tripulante se quedó boquiabierta—. Dioses… ¡Estúpidas!
Hilfy extendió rápidamente un brazo: Tully escapó a la presa de la Ehrran encogiendo el cuerpo y girando rápidamente sobre el pie… Hilfy se interpuso en el camino de la oficial Ehrran y casi chocó con ella.
—Maldita chiquilla bastarda… —La Ehrran lanzó su mano izquierda, con todas las garras fuera, hacia el hombro de Hilfy. Como si surgiera de la nada, una mano pasó volando junto al hombro de Hilfy y la Ehrran retrocedió tambaleándose con un juramento.
Era el brazo de Tirun. Tirun, con las orejas gachas y una automática en la otra mano.
—¡Adelante! —gritó Pyanfar mientras observaba la ruidosa caída de la grúa que rebotó como si poseyera la maligna voluntad de un ser vivo, primero hacia las posiciones kif y luego hacia ellas, hecha pedazos que, en muchas ocasiones, se movían de forma independiente. El humo se agitaba a causa de la conmoción.
Y, por un precioso instante, esa loca violencia dominó los muelles, tan grande como la de los propios kif, impidiendo con sus rebotes que éstos se movieran.
—¡Adelante! —gritó Pyanfar. Las Tahar cogieron a Haury por los dos brazos y avanzaron cojeando. Pyanfar gastó un valioso disparo hacia el otro extremo del muelle para que los kif mantuvieran agachada la cabeza: Haral gastó otro de los pocos cartuchos que le restaban y Gilan Tahar hizo el tercer disparo, al mismo tiempo que las tres corrían agazapadas tras el refugio que les proporcionaba el montón de escombros en que se había convertido la grúa.
—¡Vamos! —le gritó Tirun a la oficial Ehrran—. Déjalo para más tarde, Ehrran… ¡Tenemos problemas ahí abajo! Si después quieres hablar de ello, perfecto. ¡Ahora, tenemos que ir hasta el final del muelle!
—¡Es Tahar! —La Ehrran señaló a Dur Tahar—. Por todos los dioses, Chanur…
—Déjalo para después —chilló Tirun—. Lo arreglaremos todo después, ¿me has oído? ¡Maldita sea, estás hablando con la oficial de una nave y tenemos vidas hani en peligro!
—No tengo porque respetar lo que me diga una Chanur. Has llevado al muelle a un macho armado, tienes también a un alienígena no-ciudadano y a una fugitiva declarada, con armas… —La Ehrran alzó su pistola—. ¡Estáis todas arrestadas!
—Condenada loca… —rugió Khym, avanzando hacia ella. Sonó un disparo y Khym dio media vuelta, sin dejar de avanzar…
—¡Dioses! —gritó Hilfy. Sus músculos saltaron y la impulsaron hacia adelante al mismo tiempo que Geran, Tirun y Tully.
Pero Khym no había llegado a detenerse; completó su giro, su puño llegó al blanco previsto y la Ehrran salió volando a través del muelle. El blanco que Hilfy había escogido para ella continuaba con la boca abierta cuando Hilfy la golpeó. La hizo caer de rodillas, luego la enderezó con ayuda del cañón de su arma bajo el mentón: la Ehrran retrocedió.
—Una automática —dijo Hilfy con un feroz gruñido, por si a la tripulante de Ehrran le quedaba alguna duda en cuanto a qué tenía bajo el mentón—. Tira tu arma… ¡Tírala!
La tripulante, con los ojos casi en blanco, dejó caer su arma que produjo un golpe sordo al chocar contra el suelo. Hilfy le dio un leve empujón para apartarla. Las Ehrran se dispersaban, huían, dos de ellas algo retrasadas para recoger a su oficial al mando, que estaba inconsciente en el suelo. Tully se estaba levantando, con la nariz sangrante y las rodillas algo flojas, pero conservaba su arma entre los dedos y la última Ehrran salió corriendo al verlo. Hilfy tragó aire y apuntó con su automática al grupo que huía…
Su dedo estaba paralizado. Le temblaba la mano. Ninguna de ellas había disparado y tampoco ahora lo Hicieron. Las pantalones negros cruzaron el área descubierta, y atravesaron un grupo de mahendo’sat que habían salido de sus refugios.
—¡Mahend’nai cashem-te! —les gritó Tirun—. ¡Hai na Jik!
—¡Pau nai! —le respondieron, también a gritos, agitando los brazos—. ¡Esperar!
—¡Malditos seáis, ayuda!
Nuevos disparos azotaron el muelle. Los mahendo’sat retrocedieron desordenadamente en busca de cobijo.
—¡Dioses! —gritó Tirun, no con su voz normal sino con un áspero graznido a punto de romperse; y también ellas buscaron refugio.
—¿Te encuentras bien, Khym, te encuentras bien? —preguntó Geran.
—Uhhhnnn —murmuró con la mano sobre el hombro. De entre sus dedos brotaba la sangre. Tenía los ojos muy negros y daba miedo verlos—. Sigamos adelante.
—Venga —dijo Tirun y se levantó de un salto. Hacia el final de los muelles. Hacia donde estaba el combate. Era el único camino y era el que habían escogido seguir.
—¿Dónde está Tahar? —gritó Hilfy al darse cuenta repentinamente de que faltaba la capitana cuando empezaban a correr—. Tirun… Tahar…
—Sigue —le gritó Tirun. Agitó su brazo para indicar la dirección a tomar y jadeó para encontrar algo de aire en tanto que intentaba no quedarse atrás—. ¡Tahar se ha ido!
Estaba ya delante de ellas.
Pyanfar se detuvo y se volvió para disparar de nuevo hacia el muro interior de los muelles, con la intención de cubrir a las tres Tahar que llevaban a Haury Savuun, interponiéndose con otro de los últimos cartuchos de su automática entre la indefensa Haury y la posibilidad de otro disparo.
Un proyectil muy bajo respondió a su disparo e hizo explotar una lluvia de partículas en la grúa derrumbada. Otro disparo pasó junto a ella y dio en la pared. Pyanfar se tambaleó y se dejó caer al suelo para aprovechar el mínimo refugio que tenían; se limpió la suciedad de los ojos, intentando ver con claridad.
—Tenemos que continuar —dijo, apartando a Nif para tirar débilmente con una mano del inerte brazo de Haury—. No tenemos otra oportunidad, nos hemos quedado sin refugio…
—¿Dónde esta Jik? —preguntó Haral, casi sin aliento, mientras seguían avanzando y un disparo se estrellaba en la pared y algo estallaba a su espalda—. Que los dioses pudran a ese bastardo sin orejas, ¿dónde está?
¿Dónde está Tirun?, tradujo mentalmente Pyanfar. Haral no había preguntado eso, ninguna de las dos se había preguntado eso en voz alta.
Y ante ellas, en todas partes al mismo tiempo brotó con la fuerza del trueno un mensaje por el sistema de comunicaciones públicas:
—… Ktogot ktoti nakekkekt makhaikki… kothoggi gothikkt nakst… sotkot naikkta… hakkikktu… skthsikki… nak sogjt makgotk Kefku…
—Sikkukkut… está proclamando… su victoria —jadeó Naun Tahar, mientras avanzaba penosamente con Canfy Maurn apoyada en ella.
—Qué suerte tiene —respondió Pyanfar con otro jadeo, agarrando a Canfy por el brazo libre al ver que ésta se tambaleaba.
Y se detuvo, parpadeando, con los ojos llenos de lágrimas debido al humo. Una solitaria silueta hani avanzaba hacia ellas a la carrera, y estaba armada.