12

La atmósfera de Kefk las golpeó como una pared impregnada de amoníaco. Cuando estaban en la rampa, Haral tosió y Pyanfar tuvo que estornudar sintiendo que le escocían los ojos pese a los antialérgicos. Haral se había vestido con sus mejores atuendos para el muelle: unos pantalones azul oscuro con toda una colección de pendientes dorados, un juego de brazaletes, una tobillera con un colgante y un cinturón con cadenitas de oro y plata que tintineaban añadiendo su ruido al de una monstruosa pistola automática negra y un cuchillo. Pyanfar llevaba los pantalones de seda roja, brazaletes de oro, gran cantidad de aros en las orejas y el cinturón. Además de la automática que colgaba de su cadera llevaba también un cuchillo y una pistola de bolsillo.

—Parecemos un buen par de piratas —había dicho Haral antes de que la compuerta se cerrara a sus espaldas.

—Son los piratas de ahí fuera los que me preocupan —había contestado Tirun, que las acompañó hasta la compuerta.

Khym había dicho otras cosas, mientras Geran e Hilfy se removían inquietas mordisqueándose los bigotes hasta casi arrancárselos.

—Eh… —había dicho Geran con los ojos llenos de cansancio y preocupación—. Iré con vosotras…

—Es cosa mía —respondió Haral.

Y Tully, algo después:

—¿Dónde ir ella… dónde ir, Py-anfar?

A Tully no le había dado ninguna respuesta clara.

—Fuera —le dijo al encontrarse con él en el corredor de abajo, deseando no haberle visto—. Tengo cosas que hacer, Tully. Tengo prisa.

—Cuidado —le había dicho mostrando un rostro lleno de ansiedad. Indudablemente se había asustado ya al oír que la compuerta interior se abría dejando a la Orgullo expuesta a los muelles kif. Pyanfar supuso que la tripulación le diría dónde habían ido una vez llevaran recorrido un buen trecho. O, mejor todavía, cuando ella y Haral hubieran vuelto.

Cuando hubieran vuelto.

Pyanfar y Haral empezaron a caminar por el muelle, en un infierno de luces de sodio y humo que apestaba a lubricante y amoníaco, bañadas en una fría humedad que les recordaba un pantano bajo la puesta de sol. Los kif se movían como manchas negras entre la penumbra que ocultaba el muro más lejano de esa sección de almacenes y fábricas. En los muelles de Kefk no se percibía ningún color, sólo el enfermizo resplandor del sodio. El único brillo que se veía era la feroz blancura de alguna farola de argón situada sobre una puerta circular de acero.

—Kkkkt. Kkkkt. —El sonido llegó hasta ellas cuando pasaban por delante de unas naves kif. Kif, indudablemente algunos de sus anteriores compañeros de viaje. Las habían visto salir de su nave y se habían reunido formando grupos para hablar en murmullos y quizá, pensó Pyanfar, para preguntarse si las dos hani que recorrían los muelles de Kefk habían perdido la cabeza.

Mírate», había exclamado Khym desesperado en tanto que ella se vestía para ese paseo. ¿Piensas llevar todo eso para meterte en una cueva de ladrones? ¡Py, por todos los dioses!»).

Era una locura llevar tanto oro en una madriguera de kif si no se poseía el sfik suficiente como para conservarlo.

—Así parecemos peligrosas —le dijo Pyanfar a Haral mientras hacían sus planes—. Para las mentes de los kif, muy peligrosas. Ésa es la idea.

Anunciar su presencia y meterla justo bajo las narices de los kif hasta que la olieran, vieran el oro y las armas, y recordaran que la tripulación de la Orgullo no tenía precisamente la reputación de ser estúpida.

Por lo tanto, debían pertenecer a esa otra categoría. La peligrosa.

Además, eran las invitadas del hakkikt. Al menos, lo eran en el camino hacia la reunión.

—Hay algo maravilloso en los kif —murmuró Pyanfar cuando ella y Haral estaban bien lejos de sus oídos, entre uno de los oscuros diques y el siguiente—. Tengo la impresión de que todos esos kif de los muelles se sienten tan inquietos como lo estamos nosotras. Estamos en lo más alto de la ola, igual que ellos; y los kif navegan ahora por un mar bastante agitado. Siempre deben estarse preguntando cuándo va a cambiar el viento.

—Son diferentes, eso es cierto —le respondió Haral, también en un murmullo—. Los agravios no duran mucho entre ellos… y, que los dioses se cubran de plumas, no hay nada con lo que no puedan comerciar. Son gente muy variable. Creo que las hani jamás hemos logrado entenderles correctamente. Quizá deberíamos haber traído a nuestro amigo Skkukuk en este viaje, ¿eh?

—Pensé en ello. Pero me preocupó pensar que ése estuviera un poquito demasiado loco, incluso para los kif. No le quiero ver cerca de pistolas y cuchillos.

—Ya. Ahora que lo pienso, yo tampoco.

Una vaharada inconfundible las alcanzó cuando llegaban al final del muelle. Sangre, sin duda alguna, eran capaces de notarla incluso por entre el olor de amoníaco. Pyanfar lanzó un bufido y carraspeó.

—Bondad divina —dijo Haral disgustada—. Eso es suficiente para quitarte el apetito.

—Ya casi hemos… —«llegado» empezó a decir Pyanfar. De repente vio los números kif que indicaban el dique 28, y eso hizo que se olvidara de terminar la frase: el dique de la Harukk. En esa zona había muchos kif que iban y venían, y el olor de la sangre se hizo más fuerte.

Cuanto más se acercaban a él, más empeoraba. Había una serie de postes metálicos sujetos con cadenas a la rampa de acero, y sobre cada uno de ellos se veía un objeto oscuro.

—Dioses y truenos —murmuró Pyanfar—. Haral, no muevas ni un músculo cuando subamos.

Eran cabezas de kif. Los kif circulaban por la rampa número 28, sin hacer caso de los horrendos espectadores que parecían vigilarles. Ella y Haral subieron por la rampa, rodeadas de kif, esperando que algún centinela las interpelara.

Ninguno lo hizo. Cruzaron la primera sección de la rampa y Pyanfar contempló con fría curiosidad el objeto ensangrentado que la coronaba.

—Adiós a la oposición —dijo Haral.

—Desde luego, eso debería mantener quietecitos a los nuevos conversos —murmuró Pyanfar. Cada kif que entraba o salía de la Harukk tenía que verlos forzosamente: para unos sería el recuerdo de la victoria, para otros una terrible advertencia.

Al menos, pensó sintiendo un profundísimo alivio, ninguna de esas cabezas era hani.

Los kif se volvieron para mirarías a medida que subían, como todos los que tenían algo por hacer a bordo de la Harukk. Un pequeño grupo de kif que se encontraba al final de la rampa emitieron leves silbidos y chasquidos al verlas pasar, pero no intentaron detenerlas.

Y, finalmente, se encontraron ante los centinelas, situados en el interior de la gran compuerta.

—Hakktan —dijo uno en kif. ¿Capitana?

—Ukt —respondió Haral señalando con la cabeza a Pyanfar. «Sí». Pyanfar permaneció inmóvil con los brazos cruzados, desprendiendo arrogancia toda ella, incluso en el ángulo de sus orejas, y dejó que Haral se encargara de hablar. Dos de los tres kif tenían las manos metidas dentro de sus mangas, indudablemente ocultando otras armas aparte de las que llevaban sobre sus túnicas. Estaban impidiendo todo tráfico por la compuerta en sus dos direcciones, en tanto que el tercer kif informaba de su presencia por el monitor que había arriba.

Cuando llegó la respuesta, se ordenó que las dejaran entrar. El centinela de la compuerta interior se apartó a un lado y el tercer guardia les hizo una reverencia, añadiendo a ella el gesto de las manos vacías.

—Dentro —les dijo ese centinela.

—Ya —respondió Pyanfar. Respondió con otra reverencia y echó las orejas hacia atrás al inclinarse. Haral no se apartó de ella y las dos cruzaron la escotilla de la Harukk. Poco después se encontraban en su interior que estaba saturado de amoniaco.

Más kif las aguardaban en el pasillo interior. Uno de ellos giró para detener el tráfico y cuatro kif bastante altos y armados continuaron inmóviles.

—Seguid —dijo uno de ellos, y se puso en marcha sin mirar hacia atrás. Tres kif fueron detrás de él en tanto que otros dos se quedaban en la compuerta. Y ni una sola protesta ante todo el surtido de armas que sus visitantes habían introducido en la nave. Silencio total. Una vez dentro de esos oscuros pasillos que apestaban a maquinaria, amoníaco, sangre y otras cosas imposibles de identificar, pasaron junto a otros kif, pero ninguno de ellos se volvió a mirarlas.

Costumbres kif, pensó Pyanfar. No te fijes en los extraños invitados del hakkikt, no les mires, no les ofendas. El aura de miedo y ferocidad contenida que dominaba ese lugar era infecciosa. Hizo que se le erizara el vello en la espalda, su pulso empezó a latir más rápido y sus nervios empezaron a enviar rápidos mensajes de lucha y huida a través de su organismo.

Hilfy conoce este lugar, pensaba Pyanfar a medida que avanzaban, sintiendo que sus entrañas se anudaban de forma involuntaria, cada vez más tensas. Hilfy estuvo en este horrible lugar.

Cuando le dijo adonde pensaban ir ella y Haral, Hilfy se había quedado en silencio junto a Khym, sin moverse. Khym tenía su opinión en cuanto a lo que pensaban hacer. Igual que Geran. Pero las orejas de Hilfy se derrumbaron sobre su cráneo y sus fosas nasales se contrajeron.

—Ya —había dicho Hilfy—. ¿Por qué? —En sus ojos se veía la negrura de los recuerdos y la cautela de estar sopesando los riesgos; aparte de eso, nada más resultaba legible—. Ya sabes que es una trampa.

—Lo sé —había dicho Pyanfar—. No tenemos nada mejor donde elegir.

Hilfy conocía mejor que ninguna de ellas cómo obraban los kif. Y no había protestado. Tampoco le había sugerido nada, no le había hecho ninguna oferta mejor. La situación requería una fría calma y evitar en lo posible cualquier ocasión de provocar a los kif. Y eso, tanto por veteranía como por temperamento, era un trabajo reservado para Haral Araun.

Haral andaba ahora junto a ella con la misma cautela que si estuviera recorriendo uno de los muelles de mala fama del Pacto: con las orejas erguidas y el rostro sereno durante todo el viaje en ascensor que hicieron en compañía de sus dos centinelas kif.

El ascensor se detuvo, uno de los centinelas salió y los demás le siguieron un poco más atrás tal y como habían hecho abajo. Y después vino otro largo trayecto por un corredor en penumbra en dirección a popa; luego una puerta abierta y una habitación casi a oscuras donde un puñado de kif rodeaban a otro kif sentado en una silla cuyas patas recordaban a las de un insecto, un kif que llevaba un medallón de plata, un kif cuya túnica y capuchón ribeteados de plata brillaban débilmente bajo las luces de sodio.

Hakkikt —dijo Pyanfar, aproximándose a su austera magnificencia, y haciéndole una reverencia cuidadosamente medida en la cual se equilibraban el respeto y su propia posición.

—Kkkt. —Sikkukkut agitó su delgada mano de color gris oscuro—. Ksithikki. —Varios kif abandonaron a toda prisa los rincones de la habitación para traer casi corriendo dos asientos y dejarlos ante una mesita—. Ksithi.

Pyanfar asintió y tomó asiento en uno de ellos, colocando los pies debajo. Haral ocupó el otro. Más órdenes de Sikkukkut y un gesto de su mano por entre la manga ribeteada de plata. Otros kif fueron rápidamente en busca de vasos y un recipiente. Colocaron en la mano que extendía Sikkukkut un vaso antes de que pudiera haberse cansado de esperar. Pyanfar recibió otro vaso y un tercero fue para Haral. Un kif se había encargado ya de servir a Sikkukkut y después de hacerlo, sin perder un segundo, las sirvió del mismo recipiente que a él.

Alabados fueran los dioses, era parini. Licor. Fuerte y solo: lo más probable era que se les subiera a la cabeza, pero eso no era algo de lo que pudieran protestar. Pyanfar tomó un sorbo cautelosamente e intentó apartar su mente de cosas obvias, como su duda sobre si el residuo de sabor que dejó en su boca se debía al amoníaco que saturaba su olfato o si era algo que habían puesto en la bebida.

Pero estaban sentadas en el salón de Sikkukkut, en la cubierta de Sikkukkut, en su estación estelar, en el espacio kif. Las bebidas drogadas parecían aquí tan superfinas como lo habría sido el quitarles las armas, cosa que nadie había intentado aún. Haral la imitó y bebió: Haral, cuyo estómago era temido en todos los bares de estación desde Anuurn a Punto de Encuentro y que siempre ocupaba después su puesto en los controles sin rastro de resaca. Por segunda vez, Pyanfar se alegró de que fuera Haral quien estaba junto a ella y no Khym.

—Rechazaste mi invitación en Punto de Encuentro —dijo Sikkukkut.

—Lo recuerdo. —Un estornudo, toda una amenaza para su dignidad. Y para sus vidas. Pyanfar intentó contenerlo y lo consiguió con un esfuerzo que hizo acudir lágrimas a sus ojos. Esa aversión a los kif era algo psicológico. Había tomado las píldoras. Y, dioses, las píldoras eran una combinación bastante peligrosa con el licor; le habían secado la boca y hacían más lentas sus reacciones. Y le seguía escociendo la nariz.

—Entonces te dije que esperaba verte cambiar de opinión algún día. —Sikkukkut metió su hocico en el vaso cubierto de tallas y bebió—. Y ya ha llegado. Kkkt. Después de una emergencia en tu nave. ¿Te importa decirme qué tipo de emergencia era?

Piensa, Pyanfar Chanur, haz trabajar tu mente.

—Hubo un problema médico, pero la llamada de emergencia a los mahendo’sat fue más bien por razones de comodidad. —Clavó sus ojos en el hakkikt y rezó a los dioses, tanto mayores como menores, para que no hubiera más estornudos. Atacar directamente el asunto. Despojar a ese bastardo de todas las trampas y sorpresas que les había tendido cuidadosamente—. A decir verdad, fue una excusa para consultar con dos de mis aliados… sin tener que sufrir la molesta presencia de un tercer aliado, por hablar claramente. Sobre varios asuntos. Tu regalo, hakkikt… me ha dado ciertas posibilidades de tratar con esa molestia. Por eso he venido. Quizá también te libre a ti de una molestia… dado que, según pienso, mis molestias y las tuyas tienen una sola fuente.

—Kkkkt. —Otro sorbo y una mirada fugaz desde la oscuridad de su capucha ribeteada de plata. Sus ojos negros reflejaban el brillo de las luces de sodio—. Entonces, doy por sentado que no pretendes matar a la hani de Tahar.

—No. No pretendo hacerlo.

—Y has pedido que se te entregue a la tripulación, además de a la capitana. Eso sería un considerable regalo por mi parte, se sale de lo corriente… kkt. Ikkthokktin. Una pequeña rareza. Son divertidas. No digo que esté personalmente interesado en ellas, pero algunos de mis skkukun quedarían complacidos si pudieran ocuparse de unas cuantas. ¿Se trata quizá de cierta… reluctancia ética por tu parte? ¿Deberían pesar más tus deseos que los de mis capitanes?

Piensa.

—Tengo otras razones aparte de mi diversión. —Lógica kif. Pukkukkta. Deja que se confunda él solo. Cuando te veas superada en ingenio, crea complicaciones plausibles y deja que el enemigo piense basta morir de agotamiento—. Hakkikt, debes comprender, y estoy segura de que lo comprendes, que Rhif Ehrran no es amiga mía. No dudo que has oído hablar de ella y de cómo deseaba que le entregara a las tripulantes.

—También he tenido noticias de Keia y de Ismehanan-min. Esas hani de Tahar parecen interesar mucho a tus aliados. Podría llegarse a decir que son un artículo de sfik ¿por que razón debería entregarte toda la recompensa?

—Tahar interesa a bastante gente, especialmente a gente hani. Son una gran familia, tienen extensas propiedades en el mismo continente que Chanur. Y también son hani del espacio, lo cual las hace igualmente valiosas en ciertos círculos. No. Voy a pedirte un favor todavía más grande, hakkikt… confío en que la Luna Creciente se posó en la estación sin sufrir daños. Quiero que se me entregue esa tripulación… y quiero su nave.

—Kkkt. Pyanfar Chanur, tu audacia crece a cada hora que pasa. Primero Tahar, luego la tripulación, ahora la nave. ¿Qué me pedirás luego?, ¿Kefk?, ¿Akkht, quizás?

Un profundo silencio reinaba en la habitación. Ni un solo kif se había movido.

Hakkikt, mis ambiciones particulares son distintas. Quiero esa pequeña nave y su tripulación. Por razones también particulares.

—¿Dónde están los mahendo’sat? ¿Dónde está Keia? Seguramente él podría hacer que las hani se mostraran razonables conmigo. Kkkt. Cuando trato con una especie tan inclinada al suicidio nunca doy nada por sentado. Y… kkt, la llamada de emergencia y la consulta. Kkkt. Kkkt. ¿Quién es la enferma?

—Un miembro de mi tripulación. No es nada grave. Me dio la ocasión de hablar con Dientes-de-oro, Ismehanan-min. Tiene algo que ver con la nave. (¡Volvamos a lo importante, hakkikt, no te desvíes!). Dientes-de-oro me entregó cierta información que me hace estar más segura que nunca de dónde se hallan mis intereses. Rhif Ehrran y yo estamos a punto de discutir muy seriamente; es posible que nos ataque de forma directa, pero lo dudo… quiere sobrevivir. Tiene medios para crearme dificultades en Anuurn. Cuando lleguemos a Punto de Encuentro, tendré que ajustar algunas cuentas con ella.

—A Punto de Encuentro.

Pyanfar parpadeó.

—Punto de Encuentro. Decididamente. Punto de Encuentro.

—Lo das por sentado.

—Allí irá Akkhtimakt, al sitio donde cierto tratado con los stsho puede hacer que el han y todas sus naves formen parte de su bando. No te hagas el sorprendido, hakkikt. No pensé que fueras a sorprenderte por ello.

—Lo único que me sorprende es la claridad con que hablas. Estoy enterado del tratado con los stsho.

—Entonces, explícame uno de los motivos kif. ¿Por qué no has eliminado a Ehrran, dado que las molestias que presenta son superiores ahora a su utilidad?

—Kkkt. Ahora se encuentra en Kefk. Resultaría peligroso y poco conveniente. Esperaremos hasta que parta. Explícame ahora tú a cambio: ¿por qué, para empezar, deseó Keia adquirir una aliada tan insegura?

—Para impedirle que fuera a otros sitios. Y por la misma razón por la que tú la has usado: el sfik del han. Por expresarlo toscamente, claro. Hakkikt, honrado seas, no sé si has estado siguiendo nuestras comunicaciones, pero Ehrran tiene toda una colección de informes con los que confía dañar el sfik de Chanur en Anuurn… estoy traduciendo eso tan bien como puedo, entiéndeme… piensa causar un daño tan profundo que el partido pro-stsho podrá destruirnos. No pienso dejar que eso suceda. ¿Quedan claros ahora mis motivos?

—Son tan laberínticos como había esperado. Kkkt. Una vez que esté fuera del muelle puedo resolver con un solo gesto lo que ahora es una dificultad para todos.

—Ah, pero ése es otro favor que te pido: deja que me encargue yo de su nave. Destruirla podría resultarme cómodo ahora, pero acabaría siendo una dificultad con el tiempo, cuando la historia de lo ocurrido se fuera conociendo… puedes estar seguro que se conocería. Habiendo tantas naves aquí, alguien terminaría hablando, quizás incluso alguien de tus propias naves, para causarme daño y al mismo tiempo lograr ventaja para ellos. No me cabe duda. Si ese rumor se difundiera no haría falta que los informes de Ehrran llegaran hasta Anuurn. El partido pro-stsho tendría toda la munición que precisa para arruinarme. Mártir. ¿Conoces ese concepto?

—No he oído esa palabra.

—Es una especie de sfik que consigues muriendo por un objetivo concreto, hakkikt. El sfik es doble porque has muerto y porque ya no se te puede desacreditar. La gente morirá por ti, te seguirá para siempre. Y eso crea más mártires. Destruye a Ehrran y nos causará dos veces más problemas.

—Kkkkkt. Kkkkkkt. Kkkkkt. —El hocico de Sikkukkut se frunció hacia abajo como si algo hubiera ofendido su olfato. Sorbió de su vaso y su lengua lamió delicadamente sus labios—. Vaya idea. Kkkkkt. Cazadora Pyanfar, creo que el rumbo más sencillo es, sencillamente, destruir la nave de Ehrran como próxima acción, cuando los asuntos se encuentren adecuadamente confusos.

—Ah, pero entonces me quedo con Tahar, lo cual arruinaría mi sfik… a no ser que primero pueda desacreditar a Ehrran. Y no se puede desacreditar a una heroína muerta. Es de mal gusto. El martirio. No, puedo expresar este sencillo concepto hani en kif sin ningún tipo de dificultad: pukkukkta. Venganza. Tengo que tratar con Ehrran al modo hani, de un modo que les demuestre a las demás hani que ella es lo que nosotros dos sabemos: una completa estúpida. Y para hacer eso necesito a Tahar.

—¿Por qué debería arriesgar mis naves en beneficio de tu pukkukkta?

Sfik. Soy tu aliada. Puedo eliminar un problema. Equilibrio, hakkikt. El equilibrio dentro del Pacto. Escalar una montaña es una cosa, construir una casa en ella es algo muy distinto.

Los kif se removieron entre las sombras de la habitación. Sikkukkut se había quedado como paralizado con el vaso en su mano. Demasiado lejos, dioses, has dado un paso de más.

Pero:

—Para ser hani sabes captar excelentemente la política —dijo Sikkukkut, y tomó un sorbo de su parini. Su lengua lamió cuidadosamente sus labios cuando hubo acabado.

Hakkikt, puede que las hani lleven poco tiempo en el espacio, pero la política es el aire que respiramos.

Sikkukkut arrugó el hocico.

—Así que tus deseos se refieren al pequeño asunto de siete hani más y una nave bien armada, cuya conducta futura respecto a nosotros tú garantizas. Y quieres también la nave Ehrran para entendértelas con ella. Kkkt, hani, me diviertes. Puedes quedarte con la tripulación de Tahar y la Luna Creciente. Kgotk skkukun nankkaíkt nok takkif hani skkukunikkt ukku kakt tokt kiffik sikku nok-kuunu kokkakkt taktakti, ¿kkkt?

Algo sobre entregarle también un millar de kif, más o menos. Los bufidos de la risa kif resonaron por toda la habitación.

—Bien —dijo Sikkukkut—. ¿Qué más tenía que contarte Ismehanan-min cuando se encontró contigo?

Dioses. Por el flanco y apuntando hacia adentro.

—Aparte de avisarme sobre lo que estaba ocurriendo en mi planeta, el problema de Akkhtimakt en dirección a Punto de Encuentro. Era eso, básicamente. Y me advirtió también sobre el tratado de los stsho con el han, cosa que ya sospechaba. —Al darse cuenta que le estaba dando tal cantidad de información cierta se le formó un nudo de angustia en las entrañas, pero tenía que dejar caer algo de moneda sobre la mesa, y esto era, muy probablemente, lo que Sikkukkut ya sabía… teniendo en sus manos antiguos partidarios de Akkhtimakt.

—Kkkt. Sí. Y los humanos van a venir. ¿Te habló de eso?

—Dijo que venían en esta dirección.

Su lengua se hundió de nuevo en el vaso. Un destello de sus oscuros ojos.

—Sé más precisa.

—Él no fue más preciso.

—Tt’a’va’o —dijo Sikkukkut—. Continúa.

Pyanfar volvió a parpadear. No hacía taita fingir sorpresa. Lo que sí le costó un gran esfuerzo fue vencer la oleada de miedo que nació en su interior. Lo poco que había bebido estaba combinándose con la medicina que había tomado antes y zumbaba dentro de su sangre.

—Tt’a’va’o —dijo—. Sé que los stsho están muy asustados. Los mahendo’sat no pueden contenerles. Esta alianza con Akkhtimakt es lo peor que podían haber hecho para su futuro, pero era la única esperanza que tenían los stsho de conseguir naves armadas, cosa que el han no estaba en condiciones de proporcionarles en cantidad excesiva. Los kif son algo conocido. Los stsho siempre se asustan más de lo que menos entienden. Y piensan… aunque, creo yo, equivocadamente, que saben cómo engañar a un kif haciendo que se enfrente a otro kif.

Un murmullo, un roce de túnicas que se agitaban.

—Kkkkt. Este lugar es una mina de información. Aquí acaban llegando a mis oídos todo tipo de cosas. ¿Dónde irán ahora los humanos?

—Los stsho piensan que a Punto de Encuentro. Quizá lo hagan, no lo sé. —Tomó un sorbo casi imperceptible del licor y decidió correr un riesgo que le helaba la sangre—. Puede que los tc’a intervengan en cierta medida en esa decisión.

El hocico de Sikkukkut se movió levemente. Un punto. Miedo.

—¿Eso es lo que piensas tú, o lo que piensan los mahendo’sat?

—Tengo la impresión de que es la realidad. No me gusta, hakkikt.

—Dices que no conoces el rumbo de los humanos. Kkkt. Tienes un recurso para averiguar algo al respecto.

—¿Mi tripulante humano? Hakkikt, los mahendo’sat podrían saberlo, pero Tully lo ignora. Tengo la impresión de que las naves humanas están improvisando su rumbo… sabiendo dónde pueden ir. Y Tully abandonó a la humanidad… hace meses ya. No tiene más idea de adonde van los humanos que yo… de hecho, menos aún porque yo he hablado con Dientes-de-oro.

—Kkkt. —Sikkukkut la contempló pensativo durante largos segundos—. Interesante. Interesante este humano. Amigo tuyo. Amigo mío. Yo no dejaría de sacarle todo el provecho a un regalo… ya que esperas mi generosidad.

—Sigo siendo hani, hakkikt. Tenemos nuestras diferencias. No puedo abandonar a un tripulante para entregarlo. Pero la pukkukkta es un buen regalo para un hakkikt, ¿no? Pukkukkta es algo que tenemos en común. Y si gano… Chanur tendrá que hacer ciertos cambios en el hogar. Pukkukkta, desde luego. Si no quieres más tratados hani-stsho, hakkikt, puedo ofrecerte ese regalo con mis mejores saludos. Motivos comunes. ¿No era ésa tu descripción de una buena alianza?

—Tienes ciertas aspiraciones en Anuurn.

—Oh, sí. En Anuurn y en el espacio.

Otro largo silencio. Un seco resoplido.

—Las prisioneras carecen de importancia. —Sikkukkut agitó su mano izquierda y depositó su vaso en una mano que apareció instantáneamente para ocuparse de él—. Vete. Ya he gastado bastante tiempo con esto.

Pyanfar se puso en pie e hizo una reverencia; Haral la imitó.

—Y la nave —dijo Pyanfar.

—Detalles —Sikkukkut agitó nuevamente la mano—. Cuida de ellos, Skktotik.

Unos kif aparecieron en el muelle con algo para entregarles.

—Podrían esperar, por todos los dioses —dijo Tirun; e Hilfy se volvió hacia ella y la miró sintiendo que el corazón le latía fuertemente. Tirun era la veterana; Tirun era quien tomaba ahora las decisiones en la Orgullo y quien ocupaba el puesto de Haral. Hilfy se limitó a mirarla, conocía a Tirun Araun durante el tiempo suficiente para saber que con Tirun estaban por un lado los impulsos y, por otro, el sentido común con el que domeñaba los impulsos. No te eches atrás, no muestres miedo…—. Dioses —murmuró Tirun con furia en los ojos—. Hilfy… esos kif están apretando fuerte: no me gusta nada su momento de aparecer, pero están apretando tanto como pueden, aunque con suavidad. Tenemos que aceptar lo que traen.

—No podemos darles largas, tan seguro como que la lluvia cae —dijo Hilfy—. Yo bajaré.

—Llévate a Khym contigo.

—Prefiero a Geran.

—Quiero dos ojos más aquí arriba en los tableros. Llévate a Khym.

—Está bien. —Hilfy puso el comunicador general de la nave a poco volumen—. Geran, Tully: hacéis falta en el puente. Na Khym, dirígete a la cubierta inferior.

Al dejar su puesto sintió que algo temblaba dentro de su estómago. Terror, puro y simple. Pyanfar estaba fuera con Haral, y los kif querían entrar por la compuerta con su inofensiva carga de una jaula repleta de apestosas alimañas y un pequeño recipiente de cereales.

«Saludos del hakkikt».

De Sikkukkut, que llevaba ya un tiempo bastante largo y preocupante reteniendo a Pyanfar y Haral en su nave.

Geran llegó al puente antes de que Hilfy hubiera podido dirigirse al compartimento de las armas.

—Kif abajo —dijo Tirun a su espalda dirigiéndose a Geran—. Tenemos visitantes.

Un asiento suspiró al recibir el peso de Geran en tanto que Hilfy se colgaba de la cintura una automática y cogía una pistola ligera para Khym y otra para ella. Le temblaban las manos. Cuando Tully entró en el puente, alzó la mirada hacia él.

—Siéntate en el puesto de observación —dijo Hilfy al ver que Tully la miraba—. Ayuda a Geran.

—¿Py-anfar tener problema? —preguntó Tully. Había pánico en sus ojos, el pánico de sus pesadillas—. ¿Qué hacer?

¡Siéntate! ¡No me hagas preguntas! —No pretendía hablarle de ese modo, casi en un rugido. Había sido el instinto quien la había impulsado; el terror, la indignación ofendida. Machos. No era el tipo de combate en el que ellos pudieran participar… todavía no. Y todo lo que tenía para ayudarle en la cubierta inferior era un macho que no le pertenecía. Pyanfar podía manejar a Khym. Pyanfar podía meter la cordura a golpes en ese duro cráneo, pero ella estaba ahora fuera de la nave, con los kif, sólo los dioses podían saber en qué clase de apuros… y na Khym estaba enterado de ello.

Dioses, dioses. Cerró secamente el armario y al otro lado del puente Tully se instaló en el asiento contiguo al de Geran, dos ojos y dos manos más en una crisis… ésa, al menos, era una tarea que podía hacer. Bastante hábil y analfabeto. Y mortalmente asustado.

—¡No te muevas de ahí! —le estaba diciendo Geran por el comunicador. Hilfy adivinó a quién se dirigía, seguramente Chur también había oído esa llamada al puente.

Hilfy fue corriendo hacia el pasillo superior. El peso del arma golpeaba su pierna, con una pistola ligera en cada mano camino del ascensor que la llevaría abajo.

—Por aquí —dijo su guía en las entrañas de la nave kif, tras haber recorrido estancias que apestaban y corredores bañados por luces de sodio, y después de cruzar un par de puertas que parecían ominosamente capaces de cerrarse mediante sellos de seguridad.

Al otro extremo de ese último umbral había celdas con barrotes.

—¿Espero fuera, capitana? —dijo Haral.

—Sí —respondió Pyanfar. Haral se quedó ante el umbral de esa puerta, con la mano sobre el arma en un gesto tan rápido como firme. Pyanfar bendijo el sentido común de su primer oficial al ver lo que hacía.

Pero los kif ejecutaron una maniobra similar: uno de sus oscuros guías cruzó el umbral y le indicó que entrara mientras que los demás se quedaban fuera montando guardia junto a Haral.

Un movimiento, una respuesta.

Una especie muy vieja en el arte del asesinato y la traición; en tanto que la especie hani apenas había salido de la era de las residencias amuralladas y las brillantes banderas. Pero sí, por los dioses, tenían sus propias formas de traición: una casa contra la otra, sin llegar jamás al veneno en la copa pero con muchos duelos, alianzas secretas y pequeñas delaciones. Pyanfar aspiró una honda bocanada de ese aire contaminado y cruzó el umbral, examinando el interior en busca de información. Distinguió una brizna de color en ese infierno negro y gris, más allá de los barrotes, acurrucadas en un rincón, emitiendo apenas un destello de marrón color óxido, había un montón de cuerpos hani unidos en su miserable condición actual.

… Hilfy…

En este sitio. Aquí. Ninguna hani habría construido jamás un sitio parecido a no ser que estuviera loca, una jaula para criaturas racionales, un lugar de horrores y tormento.

Se suponía que este lugar debía dejarla impresionada. Sikkukkut así lo había dispuesto. Ni una sola palabra de explicación previa… sólo guías que habían venido para llevarlas hasta lo más hondo, para que vieran lo que les ocurría a las hani en este lugar.

—… órdenes del hakkikt —habían dicho los guías en el pasillo contiguo a la habitación del hakkikt, y las habían llevado a un ascensor, haciéndolas bajar más y más por el inmenso anillo de la Harukk, conduciéndolas hasta la popa. Para recobrar a las prisioneras, habían prometido. Y el mensaje estaba muy claro: «enfréntate a lo más oscuro de mi hospitalidad, hani; o dime que tienen miedo. Dímelo delante de mis capitanes y mis sicofantes y sabremos qué lugar ocupan las hani en nuestras filas, y en nuestros planes futuros. Sabremos cómo debemos tratar contigo… cuánto puedes soportar y cuánto eres capaz de conservar. ¿Eres como Ehrran, cazadora Pyanfar? ¿Dónde se halla tu punto débil?

»¿Sería muy útil saber eso… cuando nos encontremos en el espacio, cuando tus nervios y los míos guíen naves y tenga que medir el tiempo de tus reflejos?

»¿Dónde están tus reacciones, cazadora Pyanfar… para que, de ese modo, pueda predecirlas?».

Pyanfar recorrió la mitad de la distancia que la separaba de los barrotes y se detuvo allí. Hubo un pequeño movimiento en el montón de hani acurrucadas en la esquina de su celda. Un tensarse de músculos y luego unos ojos que se abrían unos milímetros, apenas una rendija; si es que habían estado dormitando, el que se abriera la puerta exterior había atraído su atención. Y ahora su presencia ante ellas haría que despertaran del todo.

Chanur, su enemiga, resplandeciente con su oro, sus sedas y sus armas, inmóvil junto a su centinela kif en el corazón de esta cárcel.

—Quédate a mi espalda —dijo Hilfy cuando ella y Khym llegaron a la compuerta, volviéndose y alzando la mirada hacia ese imponente corpachón—. Cúbreme. No dispares hacia la entrada; podrías hacer que nos encontráramos todas de repente expuestas al vacío. ¿Me escuchas na Khym?

—Sí —dijo él, y sus orejas se movieron, con lo que Hilfy supo que la había escuchado. Pero sus ojos estaban muy oscuros. Y eso significaba problemas, igual que el silencio que había mantenido mientras iban por el corredor hacia abajo.

—Si cometes un error puedes matarla… ¿entiendes? Probablemente esto no es nada, sólo los alimentos que se supone debemos recibir para ese kif, los dioses se lo lleven…

—No estoy loco —dijo Khym, y el vello se erizó alrededor de sus hombros—. Pero son tripulantes de Sikkukkut. Está intentando algo.

Estaba pensando.

—Estoy segura de ello —dijo Hilfy, apretando la tecla del comunicador junto a la escotilla—. Abre, Geran.

Estoy en el monitor —dijo la voz de Tirun—. Con cuidado, prima. Y no toques nada de lo que traigan.

Las tripulantes de Tahar se fueron poniendo en pie. La sangre se había secado sobre su vello y en sus melenas. La más antigua —Gilan, ése era su nombre—, había recibido el mordisco de un kif en el hombro izquierdo y la espantosa herida relucía bajo la capa de plasma que le había impedido desangrarse hasta morir. No era la única con heridas semejantes. Canfy Maurn tenía una mano envuelta en un trozo de tela y, a juzgar por la sangre que había en él, la herida era muy fea.

—Sácalas de aquí —le dijo Pyanfar al kif, sin dudar de que el kif iba a hacer precisamente eso, y rápido—. Ya te han dado órdenes.

—Kkkt. —El kif alzó su rostro de largas mandíbulas, presintiendo la ocasión de verter sangre—. No acepto órdenes tuyas, hani.

Capitana para ti, bastardo sin orejas. Estoy segura de que el hakkikt no te echaría de menos.

—Ssss. Mis órdenes vienen sólo del hakkikt. No me presiones, hani.

La compuerta se abrió. Un grupo de kif se encontraba ante ella, una masa negra que se recortaba ante las luces anaranjadas del tubo de acceso. Los dos primeros sostenían una gran jaula metálica en la que se removían veloces criaturas oscuras que no paraban de chillar. Hilfy aspiró el aire frío que entraba por la escotilla. Había en él un olor sofocante y ponzoñoso aparte del amoníaco que ya esperaba encontrar.

—Podéis dejarlo ahí mismo —dijo Hilfy, sosteniendo la pistola en su mano y apuntando a los kif en general—. Nosotras lo entraremos.

—Pero se nos ha ordenado que seamos corteses —dijo el kif situado a la izquierda, cruzando el umbral con un extremo de la caja entre las manos.

¡Quieto! —Hilfy cogió la pistola con las dos manos y recordó el peligro de disparar. Hacer que se colocaran en ángulo hacia la pared. Apuntar bien, que cada disparo diera en su blanco. El pánico hacía que sus manos oscilaran.

Una muralla viviente de color rojo y marrón se interpuso ante Hilfy, apartando el arma a un lado.

—Ha dicho que quieto —gruñó Khym y, con una rapidez que parecía imposible en él, su mano avanzó hacia el kif.

—¡Cuidado! —gritó Hilfy. La jaula cayó ante Khym y chocó contra el suelo en un estrépito de metal y chillidos. Khym la aplastó bajo sus pies. Sus manos giraron en el aire sosteniendo un kif envuelto en su túnica y lanzándolo contra el muro de la compuerta en tanto que los demás avanzaban—. ¡Khym, sal de en medio!

Khym había cogido otro kif con una sola mano y, tras arrojarlo a un rincón, se estaba encargando de un tercero. Hilfy alzó la pistola y usó su culata sobre el hocico de un kif. Las criaturas que habían logrado huir de la caja chillaban y gemían por entre sus pies. Pisó algo duro que le hizo perder el equilibrio justo cuando el kif intentaba coger su arma. De repente, el kif que la atacaba salió disparado hacia atrás. Khym lo tenía cogido por el pescuezo y lo arrojó por la escotilla, pero falló el tiro. El kif dio en la pared y se quedó inmóvil, derrumbado sobre una segunda jaula que se encontraba en el suelo del tubo de acceso, lo que provocó unos chillidos de pánico por parte de las criaturas que contenía.

Un kif situado al final del tubo de acceso les apuntó con su arma.

—¡Khym! —aulló Hilfy—. ¡Una pistola!

Khym se quedó inmóvil, como helado en mitad de la línea de tiro.

La escotilla se cerró en aquel preciso instante, y a ambos lados hicieron luego las armas.

Hilfy se dejó caer sin fuerzas sobre la pared y Khym siguió inmóvil donde estaba.

¿Estáis bien? —preguntó Tirun por el comunicador—. Hilfy, Khym, ¿estáis bien?

—Bondad divina —jadeó Hilfy. Tirun la había oído… la veterana navegante espacial había accionado el control de la compuerta desde el tablero principal. Khym seguía inmóvil con las orejas pegadas al cráneo. Cuando se volvió hacia ella, en su rostro había una expresión de aturdimiento—. Es una trampa —le dijo Hilfy con voz ronca a Khym y Tirun—. Pretenden apoderarse de la nave y la capitana y Haral están a bordo de la Harukk mientras ellos intentan tomar la Orgullo.

El kif, sin apartar los ojos de ella, fue hacia la celda, hurgando entre sus negras ropas para acabar sacando una ficha-llave.

—Vosotras —les dijo a las tripulantes cíe Tahar—, id saliendo una a una. Pasáis a la custodia de esta hani. Si hubiera alguna dificultad… mataré a una de vosotras. Escogeré al azar. —Metió la ficha en la cerradura. La puerta se abrió.

—Chanur os va a sacar de aquí —dijo Pyanfar.

—La capitana está a bordo —dijo Gilan con voz ronca, al otro lado de la puerta abierta.

—Está en mi nave. Vamos, Tahar.

Gilan Tahar parpadeó en silencio, aturdida, puso una mano en el umbral y salió de la celda, con el brazo herido colgando a un lado y el paso inseguro. Sus compañeras de tripulación la siguieron: Nahum y Vihan Tahar; Nif Angfylas; Canfy Maurn, Tav y Haury Savuun. Haury daba la impresión de que realizaba un inmenso esfuerzo al caminar, se apretaba las costillas con los brazos y cojeaba. Tenía una pierna manchada de sangre, las orejas desgarradas y abundantes heridas en la piel. Estuvo a punto de caer sobre los barrotes y Tav la sostuvo, manteniendo su propio cuerpo entre su hermana y los kif.

—Vamos —dijo Pyanfar en un ronco murmullo… Rápido, moveos, no nos hagáis perder más tiempo aquí. Y no intentes ninguna locura, Gilan Tahar. Señaló la puerta de salida y sintió que sus entrañas se convertían en un tenso nudo. Haral estaba más allá de la puerta, no podía verla. Los barrotes de metal, la crueldad de este lugar: algo que le hacía enfermar el alma, infeccioso y paralizante. Mata, pensó, caza, y sus garras brotaron en un acto reflejo. Era el olor del miedo, omnipresente en toda la nave, un olor endémico entre los kif.

El guía-centinela se dio la vuelta y fue hacia la puerta, dirigiéndola en silencio, sacándola de aquel lugar con la recompensa que había ganado. Un puñado de vidas hani. Una promesa… la promesa de un kif.

—El hakkikt recibirá mi informe —dijo, no permitiendo que se le escapara esa oportunidad—. Me lo pedirá, kif. —Cruzó el umbral, aliviada al ver que Haral seguía allí, con la mano sobre la culata de su arma y plantando cara a los centinelas kif—. En marcha, nos vamos.

Hilfy entró jadeando en el puente y se apoyó en el asiento de Tirun. Khym entró algo después que ella, y Geran y Tully se dieron la vuelta.

—¿Hemos perdido alguna sección de ese tubo? —le preguntó a Tirun.

—Sigue estando seguro —dijo Tirun—. La presión está bien. Nos hallamos en contacto con Jik y Dientes-de-oro por canales abiertos… la capitana nos arrancaría la piel si usáramos ese código.

—¿Qué dicen?

—No están muy contentos. Jik dice que va a mandar unos cuantos tripulantes a este muelle…

—Por todos los dioses, Tirun, Pyanfar está con los kif… tenemos que entrar ahí…

—Hilfy… —Tirun se dio la vuelta con las orejas gachas y los ojos muy oscuros—. ¡Por todos los dioses, estás hablando del condenado hakkikt! ¿Qué más quieres, una incursión contra la Harukk? Nos han intentado presionar y lo hemos impedido. ¿Qué más quieres que hagamos? ¿Quieres que vayamos ahí pegando tiros y que las maten a las dos?

Hilfy dejó escapar el aliento con un suspiro, apoyada en el asiento de Tirun, sintiéndose como una estúpida, sabiendo que lo era. Notaba que sus articulaciones estaban fláccidas y temblorosas, ya fuera por la carrera hasta el puente o, simplemente, a causa del pánico.

—Que Tahar suba al puente. La capitana está arriesgando la piel por su tripulación… y Tahar conoce a los kif que hay ahí fuera.

Las orejas de Tirun se irguieron de golpe y luego oscilaron indecisas, adelante y atrás.

—Bueno, siempre será de provecho la presencia de dos manos más en el puente. Hazlo, Geran. —Otra oscilación de sus orejas, un fruncimiento de su ancha nariz y su labio superior subió levemente—. Y, ahora que lo pienso, en esta nave tenemos otro cerebro que conoce a esos kif.

—Skkukuk —dijo Hilfy. Sus entrañas parecieron desplomarse en un abismo. Sabía que no podría comportarse racionalmente en esta situación, pero era una orden de Tirun. Era ella quien lo había dicho y no podía discutirlo bajo ningún concepto.

—Si le necesitamos —añadió Tirun, agitando una vez más sus orejas cargadas de anillos… veterana de cien crisis, Tirun Araun, correcta y difícil de sorprender. Y mientras tanto, su hermana Haral estaba ahí fuera, con Pyanfar, en peligro: era fácil olvidar que entre las dos existía ese lazo personal tan desesperadamente íntimo. Tirun hacía que se olvidara eso, al obrar sin vacilar, sin dejar que su interés personal se interpusiera entre ella y la nave. Hilfy miró a la vieja navegante y luego se volvió hacia Geran Anify, cuya eficiencia se encargaba ahora a la vez de comunicaciones y observación. El trabajo pasaba de ella a Tirun y otra vez a ella, igual que una máquina en perfecto funcionamiento, mientras el mundo se derrumbaba a su alrededor. Por primera vez en su vida de adolescente supo verdaderamente lo que valían quienes la superaban en edad, y supo lo que le faltaba todavía por conseguir. Fue como si le hubieran dado un golpe en el vientre: lo que ella era, lo que eran ellas y, probablemente, que no viviría lo bastante para alcanzarlas. Pero incluso esa idea era puro egoísmo, algo con lo que Tirun no perdería el tiempo en un instante de crisis. Lo vio todo en un relámpago parecido al de una detonación, un segundo de pánico. Y entonces descubrió que sus rodillas volvían a estar firmes, que en un lugar secreto de su ser había algo de Tirun, algo que nunca había sido consciente de tener guardado allí, justo al lado de donde guardaba su mal genio y su ira.

Al infierno mahen contigo, Hilfy Chanur, con tus miedos y tus preciosas necesidades… La nave tiene un problema.

—Tahar ya viene hacia aquí —dijo Geran. Otra luz destelló en el panel de comunicaciones, otra llamada. Hilfy ardía en deseos de alargar la mano e interceptarla, recobrar su puesto en los controles. Pero ahora Geran ocupaba su asiento, con Tully a su lado allí donde pudiera ayudarla mejor, con los ojos clavados en la pantalla de observación y acechando cualquier movimiento en Kefk: incluso algo tan minúsculo como un vehículo de remolque podía acabar con ellas si se estrellaba en sus toberas; o si algún saboteador utilizaba una de las entradas de servicio provisto de un traje espacial y colocaba algún explosivo en los grandes paneles de tobera de la Orgullo, o en su eje. Eso, como mínimo, las dejaría medio lisiadas. Haría que cualquier salto desde Kefk fuera incierto, quizá lo bastante para matarlas si lo intentaban. Lo suficiente para que…

… oh, dioses, para obligarlas a negociar…

—Tirun —dijo Hilfy, apoyándose en el respaldo de su asiento—. Si nos causan alguna avería… tienen a Pyanfar y Haral a su alcance. Quizás es lo que están intentando. Apoderarse de la nave si pueden; si no, dejarla averiada… Nada personal por parte de los kif: si tienes la ocasión de rebajar a un aliado demasiado poderoso conviniéndolo en un subordinado, lo haces.

Las orejas de Tirun se movieron. La había oído. Hilfy dio unos cuantos pasos hacia adelante para ocupar el asiento contiguo al de Tully y encargarse de las funciones de observación con unos ojos capaces de leer y unas manos que podían usar los botones.

Y, entonces:

—Eran unos ocho kif —le estaba diciendo Geran a otra nave por el comunicador—. No. No. No, capitana. Permítame preguntárselo a mí… Permita que… Deje que se lo pregunte a nuestra oficial al mando, capitana. Tirun, es la Vigilancia. Ehrran va a mandar tripulantes suyas para garantizar la seguridad del muelle.

—Que los dioses la… Dame esa línea.

—Acaba de cortar la conexión.