—No debe salir de esa cama —dijo la doctora hani. Las orejas de la Ehrran estaban pegadas a su cráneo; de pie en el corredor, mientras se disponía para la partida, sus fosas nasales se habían reducido a dos tensos y pequeños agujeros. Alzó la cabeza hacia Pyanfar, que le llevaba medio palmo de ventaja en estatura—. Piense lo que quiera de mi ética profesional, capitana, pero hice cuanto me ha sido posible por ella. Por otra parte los mahendo’sat han metido ahí dentro un equipo condenadamente caro al que estará conectada durante todo el salto, el equipo se encargará de hacer el trabajo de su corazón y sus riñones, evitando así que siga empeorando. Con suerte… —Geran había aparecido en el pasillo y las estaba mirando con una cara más bien cargada de nubarrones emocionales—. Con suerte puede que incluso logre recuperarse un poco durante el viaje. Eso depende de muchas cosas. De momento han tenido suerte, y ella también. Normalmente no contamos con ese tipo de recursos, no podemos pagarlos. —Había cierta amargura en su voz, la tensa ira que hacía apretar las mandíbulas a una hani ante la riqueza de otras especies, y las leyes y acuerdos entre mahendo’sat y stsho que mantenían eternamente apartadas a las hani de tal riqueza. Y ésa era una historia muy vieja que Pyanfar entendía perfectamente bien.
—Aprecio su esfuerzo como profesional —dijo Pyanfar con voz suave y, sin poderlo impedir, añadió—: Y la comprendo, Ehrran.
—Gracias —dijo Geran por su parte. Le costó mucho pronunciar esa palabra, pero lo hizo.
La doctora hani les dirigió un seco gesto de cabeza y luego se ajustó la correa de su equipo a la espalda mientras el médico mahen salía de la habitación.
—¿Ella explicar? —preguntó el mahen—. Yo poner en marcha máquina, ella seguir conectada. No apartar de ahí. Tener lista que explica procedimiento para funcionar. Yo dejar suministros en armario.
—Sí, me lo ha explicado. Gracias. Mashini-to, ¿verdad?
—Afirmativo. —El mahe sonrió, hizo una extraña reverencia y se alejó por el pasillo seguido de la hani. La extraña pareja se encaminó hacia el ascensor. Los guardias mahen se fueron apartando de las paredes del pasillo y les siguieron lentamente, llevándose con ellos los únicos restos de la reciente intrusión de Dientes-de-oro.
Geran parecía cansada y tensa. Ni tan siquiera en estos momentos se mostraba locuaz. Pyanfar le puso la mano en el hombro.
—Eh, va a ponerse bien… Ese equipo es lo mejor que Iji ha fabricado, es como estar en un hospital. Y hay más buenas noticias. No creo que tengamos que salir de aquí muy pronto, al menos no tan pronto como nos temíamos. Puede que pase un día o más todavía. Sabemos dónde se encuentra Akkhtimakt; Dientes-de-oro acaba de contármelo y me parece que tendremos tiempo para recobrar el aliento. Eso implica bastantes cosas pero, en cuanto a Chur, creo que son las mejores noticias que podíamos tener por el momento.
Geran no dijo nada, pero en su rostro se esfumaron bruscamente todas las defensas. Su expresión volvió a ser la de siempre, como si por fin hubiera vuelto de un largo viaje. Pyanfar le apretó el hombro con las manos y Geran dejó escapar un largo suspiro.
—¿Qué dijo Dientes-de-oro?
—Me dijo muchas cosas que requieren ser explicadas —Pyanfar miró hacia Chur, perdida en un camarote repleto de equipo situado junto a la pared y con una auténtica multitud de visitantes: Hilfy, Tully y Khym seguían dentro de la habitación—. Eh, vosotros —dijo Pyanfar—, fuera de aquí, dejad reposar a Chur, ¿queréis? —Y, después de que uno a uno hubieron salido de la habitación, dijo—: Chur… prima, ¿me oyes?
—¿Eh? —Chur levantó su cabeza de la almohada.
—Acabamos de recibir un regalo, un poco de tiempo para descansar. Ha llegado un mensaje comunicándonos dónde se encuentra Akkhtimakt, tendremos tiempo para recobrarnos un poco. No quiero verte fuera de esa cama o tendrás que volver andando hasta Kshshti.
—Malditas agujas —dijo Chur—. Odio las agujas.
—Tengo más noticias para ti: te esperan unas cuantas agujas más por el camino. Duerme un poco, ¿eh?
—Lo estoy intentando —dijo Chur. Se removió en la cama y se colocó tan bien como pudo debido a los tubos de la máquina y a tener un brazo colgando fuera del lecho.
Pyanfar cerró la puerta y contempló los rostros sombríos de su tripulación en el pasillo.
—¿De qué se trata, capitana? —preguntó Geran.
—No es algo que tenga ganas de contaros ahora mismo —dijo Pyanfar—. Aunque quizás haría mejor contándolo.
—Chur…
—No es sobre ella, se refiere a nosotras. Al puente todo el mundo.
La siguieron. Tirun y Haral hicieron girar sus asientos al verles entrar. Pyanfar fue hacia su puesto, junto al de Haral, y se apoyó en el respaldo del asiento. Mientras, el resto de la tripulación se instaló sobre los brazos de los asientos o se acomodó en los compartimentos de la pared.
—Haral y Tirun, ¿os habéis enterado de lo que ha sucedido en el pasillo?
—Sí —dijo Haral—, las dos lo oímos. Buenas noticias para Chur. Alabados sean los dioses.
—Alabados sean los dioses y demos gracias a los amigos que nos quedan, sean como sean… ¿Hay algo esencial de lo que debamos ocuparnos ahora?
—No.
—Bien. —Sacó el código de Dientes-de-oro de su bolsillo y lo dejó sobre la consola junto a su asiento. Luego dio la energía y lo hizo girar para encararse con su tripulación—. Los humanos vienen de Tt’a’va’o. No sé qué ruta han tomado; puede que tú sí lo sepas, Tully, pero a partir de ahí no hay mucho donde elegir. He hablado con Dientes-de-oro. Sé un montón de cosas. —Estaba observando el rostro de Tully y vio ansiedad en él, un destello casi imperceptible de sus extraños ojos—. Los humanos se han puesto en movimiento. Y eso no es lo peor de todo: Dientes-de-oro ha estado rondando por la zona de Kefk y ha mantenido cerrada la ruta que lleva a Punto de Encuentro. Con ello ha creado serias dificultades para Akkhtimakt… Jik dijo hace algún tiempo que Dientes-de-oro podía estar tramando algo en esta zona, pero al final ha resultado que sus planes no estaban demasiado bien coordinados entre sí. Parece que Jik actuó por cuenta propia e hizo un trato con Sikkukkut, aunque no tenía autorización para ello. O, al menos, no consultó cuándo habría debido hacerlo. Ha hecho que Dientes-de-oro se vea obligado a ponerse en acción. Tully, intentaré hablar de la forma más clara posible. Dientes-de-oro llegó desde muy lejos… como mínimo desde fuera del Pacto, con Tully a bordo, en la Ijir. Luego dejó esa nave para que siguiera su camino, pero tenía un duplicado de los mensajes que llevaba la Ijir, tenía a Tully y tenía algo más… una especie de mensaje de los knnn. De los knnn, que los dioses nos ayuden. Al menos, eso es lo que deja suponer Dientes-de-oro. Entretanto, Akkhtimakt pretendía tomar Kita, y sus agentes estaban ocupados eliminando toda la oposición en el mundo natal de los kif, estableciendo su poder como hakkikt de todos los kif: eso es lo que pretendía. Y volviendo a esos momentos, hace unos cuantos meses Sikkukkut no era más que un pequeño jefe provincial de Mirkti… tenía ambiciones. Sikkukkut empezó a cortejar a sus viejos contactos mahen situados en Punto de Encuentro y se aproximó a Dientes-de-oro intentando rebasar por el flanco los planes de Akkhtimakt, buscando todas sus posibles debilidades… Punto de Encuentro siempre ha sido un buen lugar para las intrigas, es un sitio realmente bueno para enterarse de los rumores. Y justo por aquel entonces había un montón de rumores… muchos rumores sobre tratos hani con los stsho; tratos hechos por los mahen… todos los que habían sido advertidos gracias a sus elevadas posiciones intentaban obtener la mayor ventaja posible contra este nuevo hakkikt kif, contra Akkhtimakt.
»Pero Sikkukkut tenía un espía junto a él, sólo los dioses pueden saber dónde o cómo logró situarlo. Indudablemente, tenía algún stsho en Punto cíe Encuentro. Sabía que la nave correo había caído en manos de Akkhtimakt. Sabía, sospecho que gracias a su espía con Akkhtimakt, del mismo que probablemente obtuvo el anillo, que Dientes-de-oro tenía a Tully en su nave. Y no resultaba demasiado difícil imaginar que Dientes-de-oro nos había entregado a Tully en Punto de Encuentro, una vez que éste apareció con nuestros documentos arreglados mediante un soborno terriblemente caro pagado por los mahendo’sat; cosa que nosotras ignorábamos. Sin embargo es muy posible que Sikkukkut lo supiera.
»Sikkukkut nos puso deliberadamente en un buen aprieto en Punto de Encuentro. Hizo que nos pusiéramos a su alcance, jugó con Ehrran y también con Banny Ayhar y luego nos guió para que saliéramos de la trampa de Akkhtimakt, en Kita. Paso a paso nos lúe encerrando en su trampa. Y teniéndonos en su red, logró también atraer a Jik de paso. Gracias a lo que ocurrió en Kshshsti logró reunir el sfik suficiente como para tomar Mkks por sus propios medios, y ahora tiene a Kefk. De repente tiene todos los ases en su mano y Akkhtimakt se ha quedado solo: sus partidarios empiezan a desertar muy rápidamente. Lógica kif: dispara a tus antiguos aliados por la espalda y ve corriendo para unirte al bando ganador. Akkhtimakt tiene razones para estar preocupado.
»Segunda parte: Jik. Jik tiene la idea de que los mahendo’sat se encuentran mucho mejor con su viejo vecino de Mirkti como hakkikt de todos los kif. Así hace que Ehrran se meta en ello y que nosotras nos metamos también. La seguridad de Mkks no importa, no era eso lo que buscaba durante todas las negociaciones de Mkks. Y, si es medianamente inteligente, ahora Ehrran tiene ante ella mucho más que el rastro de Tahar… se encuentra en lo alto de esa pequeña pirámide de información. Tiene acceso a la estrategia del más alto nivel…, si no es idiota y sabe algo de todo esto, desde luego verá que se encuentra ante algo mucho más importante que Tahar, y eso ya la hizo acudir a Kefk. Sí, la ley del tratado. Estoy segura de que las credenciales de Jik proceden de las altas esferas. Y Jik le dijo claramente que se fuera de Mkks y viniera hacia aquí… bien lo saben los dioses. Pienso que la prisa por encontrar a Tahar tiene mucho que ver con las negociaciones entre el han y los stsho, y el miedo de que los kif consigan un líder. Pienso que deseaban ver muerta a Tahar. Querían eliminar cualquier posibilidad de que aconsejara a un hakkikt prediciendo lo que harían las hani. Xenofobia otra vez. Pero, en este caso, xenofobia con muy buena razón. Tengo la teoría de que el auténtico motivo de que Ehrran accediera a venir a esta loca expedición es que no tenía la menor posibilidad de volver entera a Punto de Encuentro y a las rutas hani si no se pegaba a Jik… y descubría lo que él andaba tramando. Mientras tanto, debéis recordarlo, se suponía que Akkhtimakt estaba en posesión de Kita.
—¿Se suponía? —dijo Haral.
—Creo que Jik sabía condenadamente bien adonde fue Dientes-de-oro cuando salió de Punto de Encuentro: directo a lo más hondo del espacio stsho-tc’a; camino a una cita con alguien que debía guiar a los humanos en su entrada. Y luego se suponía que iría a Kefk, probablemente desde Tt’a’va’o (¡Una vez más la conexión con los tc’a!). De paso acosaría a las fuerzas de Akkhtimakt y le haría dividir su potencia entre conservar Kita y mantener abierto el camino de Kefk que Dientes-de-oro se esforzaba por cerrar. De ese modo Punto de Encuentro se veía atacada por dos frentes, con el comercio cortado por los kif de Kita y por Dientes-de-oro en Kefk. El plan de Dientes-de-oro consistía en debilitar el poderío de Akkhtimakt hasta hacerle caer, erosionando su credibilidad. Mientras tanto, se dedicaba a otro juego destinado a ir ablandando toda esa condenada zona, desde Kefk hasta Punto de Encuentro, porque sabía que los humanos aparecerían por algún sitio de esta zona. Si podía establecer una ruta comercial mahen-humana pasando más allá de las fronteras kif, destruiría de una vez por todas la credibilidad de Akkhtimakt. Acabaría con él para siempre.
»Mientras tanto, el mundo natal de los kif se encuentra sumido en un caos total, con escuadras de caza y asesinatos por doquier. Intentan encargarse de Dientes-de-oro, cazar a los humanos y repartir sus atenciones entre dos hakkiktun rivales. Los kif reciben información de lo que está pasando en Kefk; y parte de esa información llega a Mkks… a los kíf, pero no a las autoridades mahen… a menos que los tc’a hablaran. Y puede que éstos no lo hayan hecho si los mahendo’sat no tenían la autoridad necesaria. No, Sikkukkut sabía durante todo ese tiempo dónde se hallaba exactamente Dientes-de-oro. Pero no estoy muy segura de que Jik lo supiera cuando aceptó el trato de Sikkukkut para venir a Kefk. Creo que entonces Jik ni tan siquiera estaba seguro de que Dientes-de-oro siguiera con vida. Por eso, cuando se le ofreció un trato que quizá pudiera darle a los mahendo’sat un hakkikt con el que fuera posible tratar… lo aceptó. Eso le llevaría a Kefk y le permitiría contactar nuevamente con Dientes-de-oro, si es que seguía vivo. Creo que fue en ese crítico momento cuando los mahen dejaron de tener información suficiente. Y ahora Dientes-de-oro se encuentra en peligro… creo que Sikkukkut puede deducir sus planes mucho mejor de lo que Dientes-de-oro imagina, y puede que todavía más de lo que imagina Jik. Ahora Sikkukkut ha conseguido que Dientes-de-oro actúe abiertamente. Le ha vuelto accesible y Dientes-de-oro ha venido, solo, hasta colocarse muy cerca de Sikkukkut. No está actuando con disimulo, desde luego. ¿Lo veis?
—Tenemos problemas —dijo Haral—. Dioses, tenemos problemas.
—Oh, prima, lo que viene ahora es todavía peor. Jik usó el crédito que tenía en Mkks para hacer que ese tc’a viniera con nosotras, los knnn andan decididamente metidos en ello. Ya han mandado un mensaje a Maing Tol… ese paquete de documentos que enviamos con Banny Ayhar, si es que en eso se puede creer todavía a Dientes-de-oro. No sé qué más hizo Jik en Mkks, pero apuesto a que le dio al maestre de estación tc’a nuestros datos de navegación. Seguramente consiguió que un tc’a se encargara de cubrirnos y hacer que Mkks cayera sin un solo disparo. Quizá los knnn hayan consentido en ello o puede que lo hayan considerado una forma de sacar ventaja. Podéis estar condenadamente seguras de que ha cogido al tc’a. No sabemos cómo piensan o lo que quieren. Pero la humanidad, recordadlo, se está acercando mucho al territorio de los knnn para llegar aquí, incluso puede que lo hayan atravesado directamente: sólo los dioses saben hasta dónde creen los knnn que se extienden sus zonas… si es que comprenden el concepto de fronteras. Y Tully dice que los humanos han disparado contra naves knnn.
Una dilatación general de pupilas a lo largo de todo el puente, un rápido agacharse de orejas.
—Así que ésta es la situación —dijo Pyanfar—. Fuimos hacia Kefk y la cogimos por sorpresa. Con eso pusimos muy alta la jugada de dados, y Kefk se portó como se portan los kif: pegando rápidamente el vientre a la cubierta sin perder ni un segundo. Sikkukkut cobra todas las apuestas que hay sobre la mesa de juego.
»Con una excepción: Akkhtimakt tiene un recurso. Los stsho contratan guardias mahen para las tareas que requieren mayor seguridad, ¿correcto? Los stsho sólo confían en las hani para el nivel más bajo de las tareas de vigilancia, y confían en los kif para los trabajos que requieren malos modales. Pero. Pero… Los mahendo’sat intentan meter a los humanos dentro del Pacto del mismo modo que en el pasado asustaron a los stsho para que admitieran a la especie hani. Ahora tenemos una frontera común con los mahendo’sat que nos mantiene satisfechas con el comercio que durante largo tiempo ha fluido en esa dirección; y tenemos una barrera natural en el lado stsho, con un golfo que nuestras naves no pueden saltar. La especie hani no ha resultado ser mala vecina para los stsho. Las cosas son muy distintas con la humanidad. La humanidad quiere cruzar el espacio stsho, quiere cruzar por el espacio tc’a y knnn. Y, si no le es posible pasar por las demás rutas, quiere pasar por el espacio kif. Eso tiene a los stsho preocupados, realmente preocupados. Y mientras tanto, en Anuurn nos hemos dividido: tenemos hani que se han ido al espacio y hani que son tan condenadamente xenófobas como los stsho o casi, hani del viejo estilo que no conocen a los stsho. No pueden conocer a los stsho… dioses, ni tan siquiera pueden imaginárselos. Pero el dinero stsho llega hasta ellas y compra votos en el han. Eso sirve para arreglar uno de los problemas fronterizos. Por lo tanto, se contratan centinelas hani. Se aparta a los mahendo’sat de todos los puestos de vigilancia que ocupan en las propiedades stsho. Se les echa. Con eso logran solucionar el problema del funcionamiento interno de las oficinas y se libran de la presa que los mahen ejercían sobre ellos; y así eliminan los dedos mahen de las líneas de comunicación stsho. Pero los stsho necesitan algo más para detener a los humanos, algo que la facción no espacial de las hani es incapaz de darles y que ningún stsho puede manejar por sí mismo: naves armadas. Y en abundancia.
—Oh, dioses —dijo Tirun.
—Lo has entendido bien, prima. Los humanos se dirigen hacia Punto de Encuentro o hacia Kefk. Dientes-de-oro lo planeó de ese modo: someter a los stsho a una buena presión para que se acercaran nuevamente a los mahendo’sat. Hacer que trataran con la humanidad. Derribar el poder de Akkhtimakt cuando éste se mostrara incapaz de frenar el avance de los humanos. Pero el plan ha salido mal, en parte gracias a Jik y en parte gracias a nosotras. Al tomar Kefk, Sikkukkut ejerce presión sobre Akkhtimakt y eso le obliga a portarse de una forma muy fuera de lo normal… no puede manejar a Sikkukkut, a los mahendo’sat y a los humanos sin más ayuda de la que tiene ahora. Por lo tanto, Akkhtimakt se va a Punto de Encuentro para tratar con los stsho. Lo mismo que ha hecho el han. El han ha acabado luchando en el mismo bando que Akkhtimakt.
Hubo un profundo silencio. Los ventiladores silbaban, una conexión de comunicaciones suelta emitía un leve susurro.
—Bueno, tenemos un auténtico problema, ¿no? —dijo Haral.
—¡Bueno, es el han! —dijo Geran—. Ehrran y las suyas son como Naur y como todas las viejas del hogar. ¡Condenadas idiotas!
—Hemos acabado por encontrarnos solas con los mahendo’sat —dijo Pyanfar—. Y con los kif. Iremos a Punto de Encuentro. Ahí es donde irá el hakkikt, seguro… si está convencido de que los humanos irán allí y no aquí para apoderarse de Kekf. Eso es lo único que debe temer, lo único que podría hundirle y destruir cuanto ha edificado… y es posible que Dientes-de-oro intente hacerle eso. Quiere saber si lo hará, quiere saberlo desesperadamente, y Dientes-de-oro no habla al respecto. Y si queréis algún otro motivo posible para que Dientes-de-oro entrara tan mansamente en el muelle… pensad en la posibilidad de que esté a punto de recibir ayuda, una ayuda muy considerable. Eso tiene que preocupar a Sikkukkut. No se atreverá a moverse hasta que tenga algún modo de cubrirse, y tampoco se atreve a quedarse aquí y perder el apoyo que ha conseguido entre sus propios seguidores. Dientes-de-oro le tiene muy preocupado y Dientes-de-oro quiere seguirle teniendo así.
»Hay otra cosa que también podéis imaginar: Ehrran. Ehrran se volverá contra nosotras apenas entremos en el espacio que rodea a Punto de Encuentro. Lo menos que hará será volver corriendo a casa… ir en línea recta hacia el han para intentar que tome una decisión política. Y les llevará todo lo que hay en esos registros suyos. Todo. Puede que nuestros problemas se discutan en el hogar antes de que nos resulte físicamente posible presentarnos ahí… si es que podemos llegar ahí. Y no tenemos modo alguno de informar a la Casa y a Kohan de lo que se avecina. No tenemos forma de avisarles… a menos que lo dejemos todo plantado y salgamos corriendo hacia el hogar. No pienso decirle a Chur lo que está pasando; no se encuentra en condiciones de afrontarlo ahora. Pero es mejor que las demás lo sepáis todo. Será mejor que penséis realmente bien en ello. Podemos largarnos de aquí a la primera excusa que se presente y poner rumbo a casa. Podemos trazar un rumbo en línea recta desde Punto de Encuentro, correr tan rápido como sea posible nada más entrar en ese sistema, mientras que todo el mundo se encuentre muy ocupado. Y podemos enfrentarnos a lo que nos espere en Anuurn, sea lo que sea. Nos es imposible vencer en una carrera a la Vigilancia, pero podríamos llegar ahí con el tiempo suficiente para enfrentarnos a las acusaciones. Podríamos arreglar las cosas con el han. Organizar una buena pelea, pensando en que, los dioses nos ayuden, quizá todo se haya perdido aquí antes.
»O podemos quedarnos y pelear junto a los mahendo’sat cuando llegue el momento, enfrentándonos a las naves de Akkhtimakt y a la fuerza que el han pueda haber enviado para ayudar a los stsho en Punto de Encuentro, sea cual sea. Ya podréis imaginaros a qué capitanas habrán convencido para meterse en el asunto. Y en cuanto a cómo terminaría eso, no lo sé. Pero de una cosa si estoy completamente segura: si Akkhtimakt vence… entonces será el amo de Punto de Encuentro. Y una vez haya logrado rebasar los sistemas de seguridad de los stsho, se lanzará sobre ellos sin que nadie pueda detenerle. Y sólo los dioses pueden saber lo que los knnn, los humanos y el han harán cada uno por separado en su locura particular. Pero en eso no pienso tomar ninguna decisión, sois vosotras quienes debéis indicarme el rumbo a seguir.
—¿Qué piensas que deberíamos hacer? —le preguntó Haral.
—Ya te lo he dicho.
—Dínoslo claramente.
—Sí —murmuró Tirun—. Ya has logrado desenredar gran parte del embrollo… ¿qué otras cosas ves?
Pyanfar tragó aire y se apretó los ojos con las manos. El tiempo parecía girar en círculos. El crepúsculo de Anuurn. La vieja parra en el muro de la residencia. Hilfy jugando sobre el polvo.
Una nave en Punto de Encuentro, que era destruida meramente por ser hani y encontrarse en un mal sitio…
Tully, tendido sobre su cubierta, desnudo, escribiendo números con su propia sangre…
Chur, entregándoles un paquete envuelto en plástico, desangrándose en un muelle de Kshshti… Una madriguera kif. El ridículo chorro de humo que soplaba Jik por entre sus labios… jugando una partida de sfik con los kif.
—Yo iría con los mahendo’sat. Puede que sea una estúpida. Puede que se trate de la peor clase de estupidez posible… pero ser una estúpida no ha impedido que Ehrran hiciera tratos a diestro y siniestro, ¿verdad que no? No puede irnos peor que a ella. No puede irnos peor que al han. Quizás eso sea también la arrogancia de una estúpida. Quizá, quizás y una vez más, quizá. Quizás es la última oportunidad de Anuurn, la última oportunidad para que las hani hagan algo con independencia de todas las demás especies en el universo… suena raro, demasiado condenadamente noble y elevado para nosotras, pero es la pura y simple verdad. No estoy segura de dónde acabaremos, de lo que eso puede causar en casa, en Chanur, o de cómo sobrevivirán a todo esto. Tampoco sé lo que pasará si ganamos… y estamos en el mismo bando que Sikkukkut. Pero no quiero ver lo que ocurrirá cuando Akkhtimakt se trague a los stsho como aperitivo. Eso es lo que pienso. Si pensáis lo mismo, entonces tendremos que concentrarnos en los problemas a corto plazo y cabalgar sobre estas olas lo mejor que podamos. Si queréis ir a casa, decídmelo y saldremos corriendo tan deprisa como podamos mientras que aún nos sea posible.
—Estoy de tu parte —murmuró Haral—. Si los stsho caen… todos los problemas que hemos visto no serán nada comparados con eso.
—Opino lo mismo —Tirun. Y luego:
—Lo mismo —dijo Geran—. Sin preguntas.
—Yo también digo lo mismo —Hilfy, en voz baja y calmada—. No hay elección, ¿verdad?
Pyanfar descubrió que sus garras se habían clavado en el acolchado del sillón y las sacó cuidadosamente.
—Os debo una disculpa por esto —dijo. Resultaba un modo bastante suave de expresarlo, pero tenía miedo de que se le quebrara la voz. Se inclinó hacia un lado del asiento, cogió el paquete con los códigos de la consola y se los entregó a Haral—. Códigos mahen. Acabamos de hacerlo oficial. Ahora somos culpables de todo lo imaginable en los archivos de la Vigilancia. Lo único que quiero es no asustar demasiado pronto a la Vigilancia para que no salga huyendo y nos abandone. Por lo tanto, seguiremos actuando igual que hasta ahora sin dar ninguna pista de lo ocurrido, si es que por alguna loca casualidad Ehrran no ha logrado adivinar ya lo que anda tramando Dientes-de-oro y lo que ha hecho Jik. Que los dioses nos ayuden: si tuviéramos realmente un poco de suerte, Ehrran recobraría el sentido común y se aliaría con nosotras; haría que el han se pusiera de nuestra parte y saliera del jaleo en que se ha metido. Pero ésa no es una esperanza en la que confíe mucho.
—Tiene lo bastante de reptil en ella como para arrastrarse en dos direcciones distintas a la vez —dijo Tirun.
—Si de mi dependiera, yo le arrastraría las entrañas fuera del cuerpo —dijo Geran.
—Mientras tanto —dijo Pyanfar—, aunque tengamos un poco de tiempo, y no podemos decir que nos sobre, sigue habiendo trabajo que hacer. Hilfy, Tully, Khym: están a punto de mandar algo para el kif. Me gustaría librarme de él, pero no veo modo de hacerlo sin crear un problema con Sikkukkut, y ahora no necesitamos nada de eso. Por otro lado, sea como sea, ha logrado aguantarlo todo bastante bien. Quiero que se le transfiera a un camarote normal y quiero que el camarote sea seguro, ¿entendido? Tendremos que ocuparnos de unos cuantos animales vivos. Skkukuk tendrá que encargarse de cuidarlos. Quiero que se efectúe una descontaminación. Durante este turno no os preocupéis de vigilar el muelle, salvo por los filtros, la sala de control y el sistema de apoyo vital: luego ya nos encargaremos de todo lo demás. Que alguien le eche un vistazo a Chur de vez en cuando mientras Geran descansa; ocúpate de arreglar eso, Geran. No te agotes. Tirun, llama a Tahar y dile que no nos olvidamos de su problema, probablemente está a punto de comerse los muebles. No tengo tiempo para hablar con ella. Tirun y Geran, Hilfy y Haral: cuando tengáis tiempo quiero que esos códigos sean introducidos y cotejados con el traductor. Y cuando hayáis hecho todo eso, quiero una cena decente, nada de esos malditos bocadillos.
En los rostros cansados de la tripulación reinó el abatimiento hasta que Pyanfar habló de la cena.
—Descansaremos cuanto sea necesario —dijo Pyanfar—. Cuando tengáis un momento libre, dormid. Quedáis en total libertad de intercambiaros los turnos de trabajo y de vigilancia… no me importa quién lo haga, con tal de que se haga antes del final del turno y se haga con las precauciones debidas. Nadie visitará a Skkukuk o Tahar sin compañía. Lo siento por el horario previsto. Dientes-de-oro me ofreció una tripulación de refresco pero yo la rechacé: la confianza es algo maravilloso, pero no pienso entregarle a nadie los códigos de la Orgullo. Al menos, no por ahora.
—Tienes razón, maldita sea —dijo Haral.
—Bien —dijeron a coro los demás, apretando las mandíbulas y agitando las orejas.
—Pues entonces, en marcha, ¿eh? —Pyanfar les despidió con un gesto de cabeza. Hilfy se puso en pie y se alejó con Geran por el corredor. Tirun volvió a las comunicaciones en tanto que Haral se concentraba nuevamente en el tablero principal y las comprobaciones de los sistemas. Los dos machos fueron los últimos en salir y lo hicieron por separado. Y…
—Khym —dijo Pyanfar antes de que pudiera irse del puente—. ¿Estás de acuerdo con todo esto? ¿Tully?
Khym se detuvo y metió las manos en el cinturón, contemplando el suelo del puente con la deferencia natural en todos los asuntos de Chanur.
—Has escogido pelear y yo me encargaré de ajustarle las cuentas a esos bastardos. ¿No fue algo así lo que nos prometimos mutuamente hace cincuenta años? —Era su voto de matrimonio, aunque su forma de expresarlo no resultaba tan elegante como la del original. Pero luego alzó la mirada y en su rostro había una expresión curiosa, una vivacidad que Pyanfar no había visto desde hacía años—. Pero creo que tú tendrás que ayudarme también, esposa.
Pyanfar rió sin poderlo evitar y él sonrió, como si estuviera contento al ver que ella también lo estaba. Pyanfar se fijó en lo erguidos que estaban sus hombros al salir del puente. No sabía dónde, pero en algún momento del camino Khym había empezado a caminar igual que una hani del espacio.
Y, gracias a eso, Pyanfar sintió que los huesos le dolían un poco menos.
—¿Py-anfar?
—Tully. —Se levantó del asiento y se acercó a él. Tully estaba inmóvil con el rostro confuso—. Tully, ¿seguiste bien lo que le dije a la tripulación? ¿Lo comprendiste?
Él sacudió enérgicamente la cabeza: sí, quería decir ese gesto tan peculiar.
—Yo trabajo —dijo—, yo trabajo. —Y casi le dio la espalda para mirar hacia el panel de observación, con las manos ocupadas con una serie de datos que le era tan imposible leer como se lo habría sido respirar metano.
La estaba rehuyendo.
—Tully —dijo ella—, Tully.
—Yo trabajo —dijo él.
—Deja esos ridículos papeles. —Se los quitó de entre los dedos y los arrojó sobre la consola. Tully retrocedió, se golpeó con el asiento y se sostuvo apoyando un brazo sobre el respaldo de éste, con los ojos muy abiertos y brillantes. Olía a sudor humano y a flores de Anuurn. Y, de pronto, también a terror. Tirun dio media vuelta a su asiento y les miró sin saber qué hacer. Tully estaba paralizado, pálido como un stsho. Miedo. Ciertamente, miedo que hacía que su corazón empezara a redoblar y que ponía en marcha sus reflejos defensivos. Pyanfar se obligó deliberadamente a pensar. Niño, se dijo, haciendo a un lado su mente de cazadora, y luego pensó alienígena, amigo y macho fácil de asustar.
No era su movimiento el que provocaba su miedo. Tully ya había superado ese punto. Sabía que ella jamás le pondría las manos encima y ella sabía eso. Se trataba de algo más hondo.
—¿Estás preocupado por algo, Tully?
—No entender mucho tú decir… —agitó vagamente la mano señalando hacia el puente y el panel de observación—. Yo trabajo. No necesito entender.
—Tully, viejo amigo… —Pyanfar posó la mano sobre su hombro y sintió que sus músculos se movían levemente, como si él hubiera preferido no tener su mano ahí. Olió el sudor de su cuerpo aunque la atmósfera era más bien fría para un humano—. Escucha… sé que me has engañado. —El traductor empezó a chisporrotear en el comunicador que Tully tenía puesto en su cinturón. Pyanfar no llevaba ninguna conexión en su oreja: a esta distancia no le hacía falta—. Tú y Dientes-de-oro trabajabais juntos. Me lo dijo. Maldito seas, Tully, me engañaste para que…
El traductor dijo algo con su voz átona que parecía un eco de Tully y él se derrumbó sobre el brazo del sillón para escapar a la mano de Pyanfar, quedándose sin espacio para seguir huyendo.
—Dime la verdad, ¿eh, Tully? ¿Qué te ha hecho sentir frío en la espalda? ¿Algo de lo que dije?
—No entender.
—Claro. Hablemos de algunas cosas. Cosas que quizá me gustaría saber… ¿Cuál es el rumbo de los humanos?
—Ta-va…
—Tt’a’va’o. Acabas de oírme decir eso ahora mismo. Quizá sepas algo más. Quizá sepas lo que Dientes-de-oro no piensa soltar. ¡La verdad, Tully, así se te lleven los dioses!
Tully se encogió violentamente en el asiento.
—Verdad —dijo. El traductor le había dado ahora la voz de una hani pero el timbre no estaba demasiado lejos del suyo—. No miento. No miento.
—¿Dónde antes de eso?
—No seguro. Ta-vik. Pienso Tavik.
—Tvk. Como mínimo, es un puerto kif. Tvk. Supongo que no se detuvieron para saludar. Entraron a toda velocidad y se largaron. Y luego a Chchchcho, no es probable que fuera Akkt. Chchchcho, el mundo natal de los chi. Ése es un curso realmente espléndido, Tully. Realmente soberbio. ¿Quién lo planeó?
—Yo venir… Ijir.
—Quieres decir que no lo sabes.
—No saber.
—Tully, esos documentos… El paquete, ¿entiendes? ¿Qué decían?
—Hacer oferta comercio.
—¿A quién? ¿A quién se la hacían, Tully?
Un desesperado gesto de su mano.
—Todos. Todo Pacto.
—También a los kif, ¿eh?
—Mahe. Hani.
—Tully, ¿qué más había en ellos? ¿Un mensaje de los knnn, por ejemplo? Los knnn, ¿sabes quiénes son?
Un gesto de su cabeza: eso era un no. Sus ojos se convirtieron en dos grandes círculos azules llenos de ansiedad.
—No. No saber cosa knnn. Py-anfar… te lo digo, te lo digo todo. # # yo no miento ti.
—Es curioso el modo que tiene ese traductor de quedarse siempre atascado con las frases de las que realmente me gustaría estar segura.
—Yo amigo. ¡Soy tu amigo, Py-anfar!
—Claro, ya lo sé.
—Piensas que miento.
—No he dicho que mintieras. Pero me habría gustado que dijeras la verdad antes de que las cosas se pusieran al rojo vivo, ¿eh? Sencillamente, sigo teniendo la desagradable sensación de que algo sigue oculto detrás de esos lindos ojos azules tuyos. Algo lleva ahí escondido desde hace mucho tiempo. —Se apartó la melena del rostro con una garra y luego posó nuevamente la mano sobre el hombro de Tully, con mucha suavidad—. Mira, Tully… no me tienes miedo, ¿verdad?
—No.
—Entonces, ¿por qué no me dices la verdad? ¿Por qué te callaste unas cuantas cosas después de haber empezado este viaje?
—Yo decir.
—Sí, lo de las naves sí. Lo intentaste. ¿Por qué no el resto?
—Yo intentar… intentar decir… Tú todo tiempo ocupada # no #…
—La palabra «knnn» me habría llamado la atención de forma realmente rápida, Tully. ¿Has hablado alguna vez con Dientes-de-oro de los knnn, eh? ¿Le has hablado de esos disparos contra los knnn?
Un parpadeo, un gesto de cabeza, los ojos mirando a un lado. Evasivas.
—Bien, realmente has sido una gran ayuda para muchos, ¿no? ¿Me has contado la verdad sobre cómo te sacó de esa nave correo?
—Verdad.
—¿Fue él personalmente?
—Dientes-de-oro.
—¿Has oído alguna vez hablar de otra nave? ¿Otra nave de caza que anda por ahí fuera… con el resto de los humanos?
—No.
—Entonces, quieres decir que esas naves humanas andan dando vueltas por el espacio del Pacto sin nadie que las ayude. ¿Sin mapas, sin guías? ¿Sin nadie que las observe? Venga, Tully… ¿Cuántas son?
—No sé.
—¿Dos, diez?
—No sé. Diez. Quizá diez. Quizá más.
—Más.
—¡No sé!
—¿De dónde vienen esas naves, Tully? ¿Quién las ha hecho llegar hasta aquí? ¿Quién se lo ordenó? ¿Sabes algo de eso?
—No saber.
—Dientes-de-oro lo sabía. La verdad, Tully. ¿Qué sabes de esos otros humanos?
Sus ojos se movieron velozmente hacia otro lado, hacia un punto indeterminado alejándose de ella y volviendo a mirarla para apartarse de nuevo.
—¿Eh? —le preguntó Pyanfar—. ¿Qué sabes, Tully?
—Venir luchar kif. Ellos venir luchar kif.
—Uhhnnn. —Pyanfar clavó los ojos en los de Tully, sosteniendo su mirada. Sus pupilas se agitaron de un lado a otro y por fin quedaron centradas en ella, muy dilatadas bajo la fuerte claridad del puente—. ¿Cómo saben a qué kif deben combatir, eh, Tully? ¿Quién se lo dice?
—Kif es kif.
—¿Eso piensas? ¿Qué clase de plan es ése? ¿Atacar a la condenada especie kif como un todo? Estás loco, Tully. No. Los mahendo’sat no hacen tratos con locos. Y tú estás tratando con los mahendo’sat, ¿verdad que sí?
—Yo pedir ir traer ti, Pyanfar, traer ti. No # los mahendo’sat.
—Dilo otra vez.
—Mahendo’sat no decir toda la verdad. Yo asustado. No saber qué hacer ellos. Pensar que ellos quizá querer ayudarnos pero yo… ¡yo! —Se puso la mano en el pecho y lo dijo en hani, haciendo que el traductor enloqueciera—. Yo Tully… miedo yo, Py-anfar.
—¿De qué? ¿Qué te da miedo?
—Pienso que mahendo’sat querer más ayudarse ellos. Quizás hani querer mismo. No sé. No entiendo demasiado. El traductor hace palabras mal. Yo miedo… no sé…
—Ahora hablas con toda claridad, Tully. Me entiendes. Y nada de evasivas. No me digas que no entiendes, ¿de acuerdo? Ya sabes en qué clase de lío nos hemos metido.
—No entiendo.
—Oh, sí, sí que lo entiendes. ¿Quién está con esas naves, Tully? ¿Qué acuerdo hicieron? ¿Dónde irán después?
—No entiendo.
—Ya te he dicho que no quiero oírte decir eso. Quiero saber todo lo que sabes. Dime una cosa, Tully… ¿qué preguntas te hizo Sikkukkut? ¿Qué te preguntó cuando estabais a solas?
—No… no… —Sus ojos se abrieron todavía más. De pronto se retorció salvajemente y miró hacia atrás. Pyanfar miró en esa misma dirección y vio a Hilfy. Un reflejo, un movimiento reflejado en la pantalla apagada del monitor. Eso habría atraído la atención de Tully y había decidido aprovechar la oportunidad.
—Hilfy —dijo Tully con voz suplicante—. Hilfy…
—¿Algo va mal? —preguntó Hilfy.
—Estamos hablando, nada más —dijo Pyanfar. Un condenado mal momento para aparecer, por los dioses—. Ve a echarle una mirada a Chur, ¿eh?
—Geran estaba ahora mismo con ella. —No se había enterado de su indirecta. O no se daba por aludida.
—Estupendo. Ve a revisar los filtros. Si quieres meterte dentro de ellos para hacerlo mejor, adelante.
Las orejas de Hilfy se pegaron a su cráneo. No se movió.
—Yo ir ayudar —se ofreció Tully, haciendo el gesto de ponerse en pie.
—No te muevas. —Pyanfar hizo que se sentara nueva mente con un empujón sobre el brazo del asiento—. Aún no he terminado contigo. Hilfy, fuera.
—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando aquí?
Miedo. Sudor humano. Un olor muy claro que flotaba en la atmósfera. El silencio del puente pese a que dos puestos estaban ocupados y trabajando, la expresión que había en el rostro de Tully…
—Estamos discutiendo sobre los rumbos —dijo Pyanfar con voz calmada, poniendo suavemente la mano sobre el hombro de Tully. Tully se encogió y sus ojos, aterrados, miraron a su alrededor—. Discutiendo sobre alguna información que puede tener. Algo que podría haberle dicho a los mahendo’sat sin darse cuenta. Y, en particular, a los kif.
—No hablar, Hilfy, yo no hablar.
—No he dicho que fueras un mentiroso, Tully. Te he preguntado qué fue lo que te preguntó Sikkukkut. Me interesa saber lo que Sikkukkut pretendía averiguar de ti.
—Por todos los dioses, tía…
Había sudor en el rostro de Tully. Su piel se había vuelto blanca. Alzó el rostro hacia ella.
—Maldita sea, tía, déjale en paz, ya ha tenido que soportar bastante.
—Eso ya lo sé. Sé lo que ha sufrido y…
—¡No lo sabes! ¡Aparta tus manos de él!
Pánico. Rabia asesina. Oh, dioses, dioses, Hilfy. Un rostro con esa expresión no podía ser el de una niña, nunca podría serlo.
—Está bien, Tully. Vete. —Le dio un leve empujón para que se moviera—. Anda, ya hablaré contigo después.
—Enviamos naves —dijo de repente Tully, agarrándose ferozmente a su asiento, ahora se negaba a moverse. Las palabras salieron en un chorro y cuando ella hizo un gesto con la mano, como despidiéndole, Tully agarró su muñeca. Sus ojos fueron de Hilfy a ella, de Tirun a Haral y luego volvieron a Pyanfar, ojos extraños que no paraban de relucir, como si no vieran lo que tenían delante—. Largo tiempo… largo tiempo… yo intentar… Ellos dejar Tierra, entender. Ellos hacer # # propio un #… —Y cuando Pyanfar intentó soltarse, sintiendo el dolor de su muñeca, él la apretó todavía con más fuerza—. Tú escuchar, escuchar, Pyanfar, yo digo ti…
—Maldita sea, intenta hablar claro, el traductor está quemando la mitad de lo que dices.
—Enviamos naves… —Soltó su algo magullada muñeca para hacer un vago y desesperado gesto de partir, de perderse a lo lejos—. Naves ir de Tierra, del mundo natal, para hacer # propia # ley, hacer # propio # Pacto. Ellos no gustar Tierra. Nosotros luchar largo con esos humanos. Ahora no tener comercio ser # de la Tierra. Hay dos Pactos humanos. Ellos # quieren #. Quieren Tierra. Queremos ser libres. Queremos hacer nuestra # # ley. Queremos ir… ir al espacio… no la misma dirección que antes. Encontramos nueva dirección, nuevo comercio. Encontramos vuestro Pacto, os encontramos. Queremos comercio. Ésta es la verdad. Si conseguimos comercio, hacemos tres Pactos. Tierra # ser el tercero. Tierra ser la # amiga # de hani, de mahendo’sat.
—Dos pactos humanos. —Pyanfar parpadeó y se echó la melena hacia atrás, sintiendo un agudo dolor en la mano. Miró a Hilfy que parecía confundida.
—Tres —dijo Tully—. También Tierra. Mundo natal mío. Nosotros tener problemas # dos humanidades. Queremos comercio. Nosotros el hogar de la humanidad necesitar esto #. Queremos hacer camino dentro de espacio Pacto, ir y venir # # #.
—¿Sabías algo de esto? —le preguntó Pyanfar a Hilfy.
—No —dijo Hilfy—. No, ignoro de qué está hablando.
—# #. Humanos ser tres clases. —Tully alzó ante ella tres dedos—. # #. Tierra. Yo hombre-Tierra.
—Política —murmuró Pyanfar—. Nos hemos metido en un condenado asunto de política humana, eso es lo que ocurre. Bueno, ¿quién se encarga de indicarles a las naves humanas dónde deben ir?
—Tierra. Tierra decir.
—¿Y tú qué eres, Tully?
—Yo espacial.
—Has contestado muy rápido a eso.
—¡Tía!
—¿Quieres preguntárselo tú?
—¡Por todos los dioses, no le trates de ese modo!
Pyanfar tragó aire.
—Mira, es posible que nunca llegara a hablar con los kif. Aceptaré su palabra si me la da. Es posible que no llegara a despegar los labios. Pero miente muy mal, nunca ha sabido mentir.
—A nosotras no.
—Habla el idioma, sobrina. Observa los ojos cuando le hagas alguna pregunta, olvídate de las orejas, observa sus ojos… Es un pésimo mentiroso. Estaba solo con Sikkukkut. Había drogas y montones de preguntas que hacerle. De acuerdo, tú lo sabes y yo no. Incluso si no habló… puede que se le haya escapado algo sin que él se diera cuenta. ¿Se te ha ocurrido esa posibilidad?
—¿Me has preguntado alguna vez qué sacaron de mí?
Pyanfar parpadeó, totalmente sorprendida, y meneó la cabeza ante esa idea.
—Un cráneo roto y nada más —dijo Hilfy—. No sacaron nada, no les di nada. Y lo intentaron, tía, ese precioso amigo tuyo lo intentó. Si aceptas mi palabra, acepta la suya. Sé que no les dijo nada.
—Hilfy, le tuvieron a su disposición durante bastantes horas. Mientras, todos los fragmentos de este condenado embrollo empezaban a encajar en el cerebro de Sikkukkut; y nosotras en el puerto, dejándole unas cuantas horas preciosas para que intentara sacar algo de Tully, lo que fuera… algo más aparte de lo que había descubierto estando con esos otros kif en Mkks. Por lo tanto, si quieres ayudar un poco a Tully, deja que responda él mismo a sus preguntas, por todos los dioses.
—Ya te ha respondido. ¡No! ¡No habló! Le conozco muy bien.
—Claro que sí. —Gruñó Pyanfar. De repente, las orejas de Hilfy se cubrieron de un intenso color rosado por dentro y se doblaron sobre sí mismas. Sus ojos reaccionaron también. Toda en ella gritaba la misma reacción: vergüenza. No era eso lo que ella había pretendido decirle. Pyanfar sintió que sus orejas ardían también y el apartarse de todo aquello era inevitable, no había modo alguno de evitar que sus ojos se alejaran una vez más del asunto alrededor del cual habían estado dando vueltas desde hacía tanto tiempo. Intentó disimular tosiendo y agitando la mano—. Mira, sobrina…
—Le conozco realmente bien —dijo Hilfy con fría deliberación—. Quizá puedas aceptar mi palabra por una vez, ¿eh, tía? Quizá puedas confiar en que yo logré salir de ahí sin haberme vuelto loca, ¿eh? Y ahora te estoy diciendo cómo se portó, cómo era; y te estoy diciendo que no es ninguna criatura y que no es el imbécil por el que siempre le tomas. No le hables de ese modo.
Pyanfar la miró y no vio en ella ninguna petulancia infantil.
—Nunca he dicho que lo fuera. Te estoy diciendo que puede encontrarse algo lejos de su territorio habitual… y la inteligencia, sobrina, la inteligencia consiste en saber cuándo se está en esa situación. Si no eres tan lista como tu enemigo, ya puedes confiar en los dioses para que éste cometa un descuido. Y puedes estar tan segura de que la lluvia caerá del cielo como de que tú no debes cometer ese mismo error. Ese kif no es ningún rufián de muelle. Ese kif es lo bastante listo como para haberle pillado la cola al han entre unas tenazas, para haber engañado a Jik y para vencer claramente en astucia a todos los planes de Akkhtimakt; y, por todos los dioses, se encuentra a punto de hacerse con todo el Pacto. ¿Pretendes decirme que se limitaba a formular preguntas y observar vuestras reacciones? No quieres recordar todo eso. Estupendo. No quieres pensar en ello. De acuerdo. Pero esa actitud te impide funcionar como deberías. Y si ya eres el número dos en cuanto a inteligencia, no necesitas añadirte otra desventaja. Estamos metidas en este lío hasta el hocico. ¿Recuerdas lo que dije hace un momento sobre cuáles eran las apuestas de este juego? Tenemos un problema, Hilfy Chanur. Necesito que nuestro amigo nos dé una respuesta clara. Necesito saber en qué anda metido ese maldito kif y en qué no anda metido; necesito saber si los humanos vendrán aquí o a Punto de Encuentro, algo que Sikkukkut daría mucho por descubrir en estos momentos. ¿Piensas que el Pacto es una maraña de ambiciones? Pues yo apostaría que a la humanidad la impulsan las mismas razones… una política que no entendemos. ¡Tres Pactos, bondad divina! Te diré algo más. Es muy posible que Tully no conozca las respuestas que yo realmente necesito ahora. ¿Piensas que le habrían dejado enterarse de todo para mandarle luego con los mahendo’sat? No. Ese tipo de cosas sólo las saben las viejas de dientes largos que se sientan en los grandes consejos. La política es la política, al menos entre las especies que respiran oxígeno y a las que podemos entender. No doy nada por sentado y creo que hay que pensar cuidadosamente en todo. Por ejemplo, los tratos que haya hecho Dientes-de-oro. O Jik. O… —miró a Tully—… lo que Sikkukkut y tú hayáis podido deciros en esas pocas horas durante las que él estaba condenadamente seguro de que tú hablabas hani. ¿Qué hay de eso, Tully? ¿Qué te preguntó? ¿Qué dijo?
Las pupilas de Tully se dilataron, se contrajeron y volvieron a dilatarse. Intentó hablar, pero le falló la voz.
—Dijo… dijo él saber que mis amigos morir, él decirme… decirme # # # ellos #. Decirme hablar con él, cuál ser trato humano con los mahendo’sat. Qué trato contigo. Mucho tiempo preguntar. Querer saber ruta. Mismo que tú. Saber que humanos venir. No saber dónde.
—Eso no lo he entendido.
Los labios de Tully temblaron.
—Mucho tiempo. Mucho tiempo. Hacerme daño. # #. ¿Tú hacer trato ese kif?
—No soy su amiga, Tully.
—Yo conozco ese kif.
—Le conoces… —Pyanfar apartó los ojos de él y advirtió que Hilfy había cambiado repentinamente de postura.
—Sikkukkut dijo… —Hilfy hablaba en tono muy bajo, casi inaudible—. Dijo que conocía a Tully de antes.
—De cuando estaba en la nave de Akkukkak.
Tully asintió enfáticamente. Sus ojos estaban enfocados en otro lugar, como si contemplara algo horrible. Un instante después volvieron a ellas.
—El ser Akkukkak # #. Largo tiempo preguntar mí, preguntar también mi amigo.
—Dioses. El interrogador de Akkukkak. ¿Era eso? ¿Le conoces de entonces?
—Él matar mi amigo —dijo Tully—. Él matar mi amigo, Pyanfar. Con sus manos.
—Oh, bondad divina… —Pyanfar se apoyó en el borde de un panel, las manos sobre las rodillas—. Tully…
—Cuando volvimos —dijo Hilfy—, Tully me preguntó hasta dónde llegaba tu amistad con Sikkukkut. Ahora sé por qué me lo preguntó.
—Dioses —dijo Pyanfar—. Tully te aseguro que no soy su amiga. Sólo intento salvar nuestras vidas, ¿me entiendes? ¿Le dijiste algo, le diste alguna cosa?
Tully meneó la cabeza. Ahora no tenía la límpida e ingenua mirada azul que presentaba generalmente. Era un Tully distinto. El Tully del interior, tranquilo, frío y pensativo. Pyanfar había visto ese Tully muy pocas veces, pero siempre lo había reconocido de inmediato.
—No decir nada, no mirar él. Ir muy lejos. Esperar. No estar. Tú decir que tú venir a por mí. Así que yo esperar.
Pyanfar dejó escapar un larguísimo suspiro. Durante un instante reinó el silencio.
—Política —dijo—. Todo política… ¿Entiendes qué es la política, Tully? Los kif no son amigos de nadie. No son amigos míos, no lo son de nadie. Pero hay kif malos y kif todavía peores. ¿Sabes por qué mantengo tratos con él? ¿Lo entiendes? ¿Puedes entenderlo?
—Política —dijo Tully. No, desde luego ahora no actuaba como un ingenuo—. Sé que tú venir sacarme de donde kif. Esa ser tu política.
—No soy amiga de Sikkukkut. Eso puedes creerlo.
—Mala cosa ocurrir. Yo no entiendo. Tú mucho miedo. ¿Adónde vamos? ¿Contra qué luchamos? Tenemos enemigo que ser amigo, hani y stssts…
—Stsho.
—… ser enemigo. No confiar en Dientes-de-oro, no con fiar en Jik. No confiar en hani. No confiar en kif.
—Dientes-de-oro y Jik son amigos. Pero no podemos confiar demasiado en ellos. Al menos, no cuando se interponen los intereses mahendo’sat.
—¿Dónde estar hani?
Pyanfar miró hacia Hilfy y sintió que Tirun estaba junto a ella, con los ojos clavados en Tully.
—Buena pregunta.
—¿Qué hacer yo? —preguntó Tully—. ¿Qué hacer yo, Py-anfar?
—¿Qué hiciste? ¿Qué harás? Ojalá tuviera respuestas para esas dos preguntas. Amiga, Tully, eso es cuanto puede decirte. Igual que Dientes-de-oro es amigo mío y tuyo. Sólo los dioses pueden saber de qué va a servir eso. Me gustaría tener alguna respuesta que darte. Me gustaría que tú pudieras darme alguna.
—Yo luchar —dijo—. Yo tripulante de la Orgullo. Tú querer luchar # hani, kif, yo no # morir con #.
—Qué los dioses frían a ese traductor. ¿Entiendes algo de lo que digo? ¿Hemos vuelto a confundirlo todo?
—Tú ser mi amiga. Tú. Hilfy. Todas. Yo morir con vosotras.
—Dioses… gracias —murmuró Pyanfar algo aturdida. Un escalofrío supersticioso recorrió su espina dorsal—. Otra vez el traductor… espero. —Las orejas de Hilfy se habían pegado a su cráneo—. Desde luego, también espero que se te ocurra alguna idea mejor que ésa.
Quizá no logró entender la intención humorística de sus palabras. Su rostro siguió totalmente inexpresivo, dominado únicamente por la ansiedad.
—Amigo —dijo.
—Tienes trabajo que hacer. Anda. Hilfy, llévatelo.
—Bien —dijo Hilfy, poniendo la mano sobre el respaldo del asiento—. Tully.
Tully se puso en pie, Tirun, al otro lado, se había dado la vuelta para atender algún mensaje que le había llegado por su conexión personal y ahora se volvía nuevamente hacia ellas agitando levemente las orejas y con la cabeza ladeada. Alguna nueva dificultad. Un mensaje. Pyanfar se apartó un poco para permitir que Tully se levantara y, al pasar junto a ella, le puso una mano en la espalda como signo de consuelo.
—Amigo. Ayuda a Hilfy, ¿eh? Te necesitaba para algo… Uhhhnnn, Tully.
Tully se volvió hacia ella, le había pillado por sorpresa e intentaba prepararse para un nuevo interrogatorio.
—¿Hay algo que tú sepas y nosotras no?
Un destello en sus ojos.
—Uhhhn —dijo nuevamente Pyanfar, con los ojos medio cerrados.
—Py-anfar…
—Si se te ocurre algo, ¿eh?, ven a verme. Ven y dímelo, ¿de acuerdo?
Los kif habían usado descargas eléctricas contra él y no habían conseguido nada. Los mahendo’sat usaron la inteligencia y lograron algo. Pyanfar clavó sus ojos en él, implacablemente, sin compasión. E intentó sacar algo de su interior.
—No confiar —dijo de repente, con expresión abatida y miserable—. No confiar humanidad, Py-anfar… —Y salió casi huyendo por la puerta… estaba andando, sí, no llegaba a correr, pero de todos modos era una huida. Hilfy se quedó unos segundos en el umbral, a su espalda, y miró a Pyanfar con ojos angustiados. Luego se dio la vuelta y siguió a Tully.
Pyanfar no estaba demasiado sorprendida de la profunda convicción con que había hablado Tully. Todo era un engaño. Dientes-de-oro. Jik. Ella misma. La humanidad. Todo el mundo estaba jugando a las mentiras salvo Tully… quien, al igual que Chanur, había traicionado ahora misma a su propia especie. Los dioses sabrían cuáles eran sus razones.
¿Qué le impulsaba?
¿Algo parecido a lo que podía encontrarse entre las hani? ¿Dónde estaba la familia, el clan, la Casa? ¿Qué era Tully?
Tully.
Un macho. Sin casa. Sin hermanas, sin esposas. Un renegado. Nau haurun.
Pero no era un hani. En Tully no había analogía alguna con esa especie de huérfano destructor que andaba sin rumbo, al acecho, matando sin motivo: Nau haurun.
No, ése no era su amigo Tully. Tully sin-apellidos. Tully, de la lejana Tierra, de donde venían las naves y los desconocidos.
—Capitana —dijo Tirun en voz baja—. Capitana… Ehrran en el comunicador. Me temo que las hemos hecho esperar un poco. Se están poniendo bastante nerviosas.
—Bien —dijo Pyanfar con voz átona. Se dejó caer sobre su gastado asiento y activó la energía para que se volviera hacia los tableros.
Piensa en el negocio, Pyanfar Chanur. Despierta. Huele el viento y vigila las ramas que hay sobre tu cabeza.
—Yo me encargaré de eso. ¿Has sabido algo de la Harukk respecto al problema de Tahar?
—Nada —dijo Tirun—. Mantengo la llamada, pero siempre recibimos la misma respuesta. Sikkukkut no está disponible todavía. Asuntos de negocios, dicen.
—Condenados juegos de sfik. Ya empiezo a ver un poco cómo funcionan, y no me gusta lo que está pasando. Apenas termine con Ehrran, llama de nuevo. Que le digan a Sikkukkut que estoy personalmente interesada en la tripulación de Tahar. Dile que es un asunto relacionado con el sfik.
Estas palabras hicieron que Haral, sentada a su lado, se volviera a mirarla…
—Capitana, con tu permiso…
Haral no llegó a terminar la frase. Tuvieran un pleito con Tahar o no, había vidas hani en juego. Un error de cálculo con los kif podía hacer que la tripulación de Tahar fuera ejecutada de inmediato. Era posible que Jik estuviera a punto de tener éxito por su parte, desde luego… Pyanfar pensó en todo eso, y al sentir la preocupación que había en los ojos de Haral volvió a pensar en ello. Notó que Tirun la observaba de forma similar por encima de la espalda de Haral. Un agitarse de orejas cargadas de anillos. Un hondo fruncimiento de ceño.
—Mándalo —dijo Pyanfar—. Con tacto, eso es todo.
—Con tacto —murmuró Tirun y se dio la vuelta para ejecutar su primera orden.
Pyanfar hizo girar nuevamente su asiento y apretó el botón que le transmitiría esa llamada largo tiempo pendiente de Rhif Ehrran. Mientras tanto escuchaba cómo Tirun hablaba con la oficial de comunicaciones en la Vigilancia.
Más juegos políticos y protocolos entre capitanas. La oficial de comunicaciones insistía en obtener respuesta de la capitana de la Orgullo antes de que la suya se pusiera al comunicador.
—Yo me encargo —dijo Pyanfar. Curiosamente, a medida que pasaba el tiempo, el hecho de mantener su orgullo ante Ehrran había disminuido de importancia. Ni tan siquiera logró sentir una punzada de irritación ante la oficial de Ehrran que intentaba provocarla para dejar constancia de ello en sus registros—. Aquí Pyanfar Chanur.
Mantener tranquila a Ehrran. Ocuparse de lo esencial: la emergencia actual era Tahar. Chur estaba a salvo. Tully le había asegurado que nada de importancia crítica había caído en manos de los kif. Había cosas que Sikkukkut todavía necesitaba, y eso quería decir que el kif era más seguro y al mismo tiempo menos predecible.
—Vigilancia. Oficial de comunicaciones al habla. Un momento más, capitana. Me temo que la capitana no se encuentra ahora mismo en la línea. —Fría y calculadamente insolente. Juegos de provocación.
¿Tres pactos humanos? ¿Peleas entre ellos?
Un Pacto humano, la Tierra, el mundo natal de los humanos, ¿intentaban oponerse a dos poderes humanos rivales con nuevas rutas comerciales? ¿O acaso el comercio era lo único que les interesaba?
Esa zona del espacio era grande, desde luego, si en ella cabían tres economías capaces de viajar por él… corrección: dos. Y una que, simplemente, quería ser aún mayor.
¿Conocía Dientes-de-oro la situación dentro del espacio humano? Los mahendo’sat con sus científicos y su loco hurgar en todos los fenómenos extraños… siempre analizando las cosas, siempre dándoles vueltas, con la esperanza de… ¿de qué? ¿Encontrar nuevas especies? ¿Nuevas alianzas? ¿Nuevas situaciones que pudieran usar para entendérselas con sus viejos vecinos, los kif?
«Cuidado con Dientes-de-oro». Eso le había dicho el stsho, miembro de una raza que había elevado los engaños a la categoría de arte.
—Ker Pyanfar, aquí Rhif Ehrran. Confío en que, fuera cual fuera la emergencia que te mantenía ocupada, no se tratara de nada serio.
—No. Todo está arreglado. No habrá más problemas. A menos que tú tengas alguno.
—No. En realidad, voy a librarte de un problema. Voy a enviar un grupo para que recoja a Tahar.
—Me temo que no será posible. Hemos aceptado su petición cíe custodia. Lo siento, Ehrran. Por decirlo así, se halla bajo nuestro techo. Y soy jefe de la casa… aquí.
—Esto no es Anuurn y no estamos en la edad del sofhyn y sus lanzas, ¿me entiendes, Chanur?
—Claro. Ahora tenemos juguetes mucho más grandes, ¿no? Sé que te encanta citar la ley. A mí, las viejas leyes me parecen estupendas… leyes como el derecho de parentesco, esa clase de leyes que no se puede encontrar en ningún libro, Ehrran.
—Que se ponga Tahar.
—Quizá deberías concentrarte en su tripulación. Ellas sí que tienen un auténtico problema. Puede que apreciaran tu intervención. Pero Dur Tahar se encuentra bastante cómoda donde está. ¿No deseas nada más?
Click.
—Archiva eso —dijo Pyanfar—. Y manda el otro mensaje.
—Bien —dijo Tirun.
—Excelente disparo —dijo Haral inclinando levemente las orejas. Se refería a Rhif Ehrran y al modo en que Pyanfar había sabido caminar junto al abismo sin perder el equilibrio.
—Ya —dijo Pyanfar—. ¿Por qué no podían haberla cogido los kif, eh? Nos habrían hecho un favor.
—¿Les proponemos un trato al respecto? —sugirió Haral con expresión casi alegre.
—Dioses, eso es…
—Capitana —Tirun alzó una mano, pidiendo silencio—. La Harukk parece tomárselo en serio esta vez… creo que van a intentar transmitir la llamada. Quizá… Sí. La capitana está esperando, comunicaciones de la Harukk, si es posible. Sí… Bien. Capitana, saludos del oficial de comunicaciones de la Harukk. Van a intentar hablar con el hakkikt siempre que seas tú personalmente quien transmita el mensaje.
Protocolos. Otra vez los juegos de sfik. Pyanfar agitó las orejas y movió la mano en una señal afirmativa. La luz de preparado se encendió inmediatamente y Pyanfar pulsó las teclas. Sus garras se flexionaron sobre los botones. Tragó una honda bocanada de aire y apartó de su mente toda ansiedad, confinándola a un lugar frío y lejano en el cual no había futuro.
—Harukk —dijo con voz calmada—, aquí Pyanfar Chanur. Tengo un mensaje urgente para el hakkikt, honrado sea.
—Honrado sea el hakkikt y que él pueda prestarte atención, cazadora.
«… Así que ya hemos olvidado nuestros oscuros comienzos, ¿verdad, kif? Jefe de provincias y torturador de primera… ¿convertido en príncipe? Y, por todos los dioses, somos nosotras las que te hemos colocado en ese puesto».
Esperó. Fríamente, sin perder la calma. Durante largo tiempo. Y, por fin:
—Aquí Sikkukkut, ker Pyanfar. ¿A qué viene tanta prisa?
—Hakkikt, aprecio la cortesía. Y el regalo que me has enviado. Me gustaría hablar de algo más contigo. Según tengo entendido ahora tienes bajo tu custodia a la tripulación de la Luna Creciente…
—Cazadora Pyanfar, tu falta de rodeos al hablar sería capaz de asombrar incluso a un chi. ¿Acaso mi regalo es demasiado pobre para que lo aprecies?
—Hakkikt, veo un modo de usarlo en tu beneficio y en el mío. Y debe hacerse con rapidez. Si quisieras mandarme un mensajero, quizá podría ser más precisa al respecto.
Una pausa.
—Cazadora Pyanfar, me interesas. Pero no veo razón alguna para que uno de mis skkukun deba ir de mi nave a la tuya y volver después cuando todas tus tripulantes parecen hallarse en buenas condiciones. Y no tengo nada que decir les a ninguna de ellas. Te hice una propuesta en Punto de Encuentro, puede que lo recuerdes: la rechazaste. La hago otra vez… lo cual no es corriente. Esta vez ven tú a mi cubierta, siempre que esta oferta que piensas proponerme sea tan valiosa como afirmas. Confío en que lo sea. Te espero… dentro de una hora.
Click.
Pyanfar se reclinó en su asiento.
—Capitana —dijo Haral junto a ella—, bondad divina…
Pyanfar miró a Haral.
—No ha salido del todo bien.
—¿Y ahora qué? ¿Llamamos a Jik?
—¿Llamar a Jik para que arregle el desastre? Acabamos de recibir un desafío, prima. Yo he recibido un desafío. Sfik. Aceptó mi envite y lo ha doblado.
—Quieren atraparte, por todos los dioses, ya que no pueden llegar hasta Dientes-de-oro… ¡es a ti a quien quieren! Ya has oído quién es Sikkukkut según Tully, y tú misma dijiste qué desea ahora por encima de cualquier otra cosa… Dientes-de-oro estuvo aquí hace poco, hablando contigo. El kif debe saberlo. Y saben que puede habernos dicho lo que tanto desean conocer…
—Matarán a las prisioneras. Si no voy a esa cita las matarán con toda seguridad y nos lo harán saber. Por si eso no fuera bastante, nuestra reputación entre los kif caerá hasta el fondo. Y el golpe será duro.
—¡No puedes hacerlo!
—Tampoco puedo escurrir el bulto. No. Estoy segura de que ese bastardo sin orejas va a ponernos a prueba de una forma o de otra. Y creo que estoy empezando a pensar como un kif, creo poder deducir lo que pretende. Estaré perfectamente a salvo ahí dentro… siempre que pueda mantenerle en vilo haciéndose preguntas y dudando. Voy a necesitar compañía una vez fuera. ¿Quieres dar un paseo?
—Oh, claro —dijo Haral encogiéndose de hombros con cierta desesperación—. Dioses, ¿por qué no?