Hilfy y Tirun se reunieron con ellas ante el ascensor de la cubierta inferior, armadas con pistolas que habían sacado del armario situado en ese nivel, con las orejas pegadas al cráneo y las dos más mojadas de lo que había estado Haral.
—¿Qué ocurre ahora? —preguntó Tirun mientras iban por el corredor hacia la escotilla.
—Tenemos un regalo de Sikkukkut —murmuró Pyanfar. Miró de soslayo hacia Hilfy, pero en su expresión no parecía haber nada excepto atención hacia el problema que tenían entre manos—. Al menos, eso es lo que han dicho: el último regalo no me gustó demasiado y, por los dioses, como Sikkukkut me entregue otro desecho sin orejas al que atender, se lo daré de alimento a Skkukuk y así arreglaremos dos problemas de una vez.
—No me gusta —dijo Haral—. No me gusta nada. Capitana, deja que Tirun y yo nos encarguemos de lo que haya en la escotilla. Podríamos encontrarnos con más kif de lo que esperábamos y podrían sabotear esa compuerta…
—La esclusa de aire les da una buena ventaja de posición —dijo Pyanfar—. Geran, ¿tienes imagen de ellos?
—No, capitana… veo a uno en la curva; hay más, pero no han avanzado y la luz de ese tubo de acceso es pésima.
—Condenado embrollo —murmuró Pyanfar—. Sigue a la escucha, Geran.
Un solo disparo procedente de su esclusa de aire hacia el tubo de acceso podía dejarlas expuestas bruscamente al vacío, aunque fuera un simple disparo de una pistola; y Kefk estaba repleto de suicidas en potencia dispuestos a jugarse la vida suponiendo que las hani vacilarían durante ese segundo esencial, antes de llevarse por delante a sus oponentes.
—Podríamos manejarlo todo desde la sala de control inferior —dijo Haral.
—Sfik —respondió Pyanfar, sacando la pistola de su bolsillo y quitando el seguro—. Además, si hay algo que no necesitamos es un sabotaje en esa compuerta: es una esclusa de aire, no lo olvides. Entraremos tú y yo, prima. Hilfy y Tirun se encargarán de vigilar la retaguardia. Quiero que tengáis la mano bien cerca del interruptor de cierre. Y, Geran, por los dioses, mantén los ojos bien abiertos ahí arriba.
—No los pierdo de vista —dijo Geran.
Tirun tenía las orejas echadas hacia atrás. Si por ella fuera, no habría vacilado en poner en acción el sello de emergencia, algo en lo que Geran la habría apoyado. Hilfy estaba ahí porque, casualmente, se encontraba en la cubierta inferior, y mandarla al puente habría sido como decir algo que Pyanfar no tenía ningún deseo de pronunciar en voz alta.
—Ya —dijo Tirun por todo comentario.
Doblaron la esquina que llevaba hasta la compuerta.
—Geran. Sólo la compuerta interior, Geran.
Ssssnnk. La gran compuerta interior se abrió al instante y ante ellas brillaron las blancas luces de la entrada. Tirun tomó posición al borde de la compuerta, donde estaría algo más protegida de los disparos y tendría una fracción de segundo más para sobrevivir a una descompresión explosiva, con la mano izquierda sobre el interruptor de emergencia. Hilfy se quedó al otro lado de la compuerta con el arma preparada.
—Calma —dijo Pyanfar; y entró en la escotilla con Haral detrás—. Geran, abre.
La compuerta exterior se abrió con un susurro. Un kif se alzaba solitario a cierta distancia de ella, bajo el resplandor anaranjado de las luces, sus dos manos bien visibles. No pareció sorprenderse ante el par de pistolas que le apuntaban y, muy sabiamente, no hizo ningún movimiento brusco.
¿El mismo Sikkukkut?, se preguntó Pyanfar. Pero no era tan alto, como Sikkukkut. Olía distinto. Pyanfar notó el aroma característico de la estación de Kefk, moho y amoníaco, que había entrado con él por el tubo, un olor capaz de erizar el vello en una espalda hani. Arrugó la nariz. Dioses, soy alérgica a esos bastardos…
—El hakkikt lo envía —dijo el kif—. ¿Aceptarás el regalo?
—¿Qué regalo?
El kif se volvió lentamente.
—¡Kktanankki! —gritó. Traedlo… una palabra que implicaba otros matices aparte del traer, como, por ejemplo, que el regalo era capaz de caminar.
Un débil sonido le llegó de más allá, al otro lado de la esquina del tubo de acceso. Aparecieron más kif, una oleada de sombras con el rojo y oro de una hani en el centro, una hani que vestía unos harapientos pantalones de seda azul.
A Pyanfar el corazón le dio un vuelco debido a la sorpresa y porque reconocía ese rostro: la revuelta melena con el tono broncíneo de las tierras situadas al sur de Anuurn, la oreja izquierda medio arrancada, una cicatriz negra que hendía la boca y el mentón.
—Dur Tahar —dijo Pyanfar.
La capitana de la Luna Creciente alzó sus ojos cuando los kif la condujeron hasta el umbral de la escotilla. Parpadeó y sus orejas se irguieron, cayendo de nuevo cuando el primer kif y otros dos más la hicieron cruzar el umbral hasta encontrarse bajo la luz blanca de la entrada. Tenía los ojos del mismo color bronce que la melena, salvajes, duros y con un brillo de locura.
—El hakkikt te entrega a tu enemiga —dijo el primer kif—. Sus saludos, Chanur.
—Y los míos a él —murmuró Pyanfar.
—Kkt —dijo el kif y se dio la vuelta haciendo oscilar su túnica. Se marchó seguido de sus oscuros compañeros, con la típica parquedad de cortesías que utilizaban los kif.
—Mi tripulación —dijo Dur Tahar. Intentó que su voz sonara tranquila y firme pero fracasó—. ¡En nombre de los dioses, Chanur… síguelos! ¡Pregunta por ellas; sácalas de ahí!
Pyanfar dejó escapar el aire de sus pulmones y volvió a inhalar, cruzando luego la entrada para seguir a los kif que se alejaban por el tubo de acceso.
—¡Capitana! —gritó Haral a su espalda; pero Pyanfar sólo llegó hasta la curva del tubo, donde podía ver el grupo de kif que esperaban al pie de la rampa—. ¡Skkuhakkiktu! —gritó dirigiéndose hacia el montón de sombras—. ¡Quiero al resto de las hani! ¿Entiendes?
El kif frenó el paso hasta detenerse y alzó los ojos hacia ella mientras sus seguidores se detenían también a su alrededor.
—Díselo al hakkikt —gritó Pyanfar, y su voz resonó por la helada extensión de la rampa—. Aprecio su regalo. Dile al hakkikt que quiero al resto de las hani. Es muy importante para mí. ¡Dile eso!
—Kkt. Chanur-hakto. Akktut okkukkun nakth haktihakkikta.
Algo sobre que transmitiría el mensaje. Los detalles y sutilezas de cuándo o con qué rapidez lo haría se le escapaban, entretejidos en las palabras que los kif usaban unos con otros igual que si fueran afilados cuchillos.
—¡Asegúrate de hacerlo! —gritó ella.
El kif se inclinó ante Pyanfar con una gesto fluido, se dio la vuelta y siguió bajando por la rampa rodeado por sus compañeros. Pyanfar torció el gesto, puso el seguro de la pistola de un golpe seco y luego se dio la vuelta y subió presurosa hacia la escotilla.
—¡Cierra, Geran! —gritó Pyanfar por el comunicador—. ¡Y asegúrate de que sigue así!
La puerta emitió un silbido a su espalda y los sellos electrónicos quedaron en su lugar con un golpe ahogado.
—¿Dónde está tu tripulación? —le preguntó a Tahar.
—Según mis últimas noticias, en la central de la estación. —Tahar se tambaleó cuando Haral la cogió por el brazo y la hizo cruzar el umbral hacia el calor del pasillo: tenía las manos atadas. Mientras lo cruzaba, Tahar miró primero a Hilfy, que estaba a su izquierda; y luego a Tirun, a su derecha. Con Hilfy, cuya madre era del clan Faha, tenía pendiente un pleito tan espinoso como el que tenía con Chanur. Pero Dur Tahar no mostró en su expresión ni una sola chispa de animosidad o desafío: cuando Pyanfar la empujó contra la pared del corredor, en su rostro sólo había cansancio y abatimiento—. ¡Sácalas de ahí! —dijo Tahar con voz ronca—. Chanur, lo que quieras, pero sácalas de ahí. Rápido.
—Tirun, ¿tienes un cuchillo?
—Sí. —Tirun sacó su cuchillo plegable del bolsillo, hizo que Tahar se pusiera de cara a la pared y cortó las cuerdas que le ataban las manos. Luego le hizo dar otra vez la vuelta para cortar la que tenía alrededor del cuello. Una vez hubo acabado, se guardó los trozos de cuerda en el bolsillo, como la veterana bien ordenada que era. Mientras, Dur Tahar se había apoyado en la pared y se frotaba las manos para hacer que circulara la sangre, los ojos algo vidriosos por la conmoción.
—Desde luego, no pensaba volverte a encontrar en estas circunstancias —dijo Pyanfar.
—Cuando llegaste estábamos fuera de nuestra nave. Nos mantuvieron en las oficinas… Dioses, no me importa lo que hagas conmigo, pero haz que los kif las suelten.
—Voy a intentarlo. Cuando fui al tubo de acceso le mandé un mensaje a Sikkukkut. No estoy segura de tener suficiente crédito con él como para ser escuchada por el hakkikt, pero creo tener el suficiente como para que le llegue el mensaje.
Dur Tahar se apartó de la pared.
—¡Puedes hacer algo más que eso, Chanur!
—Oye, Tahar, si me das algún problema morirás sin orejas. ¿Me has entendido?
—Sí. Pero hazlo. Habla con ellos. Ya sabes lo que harán…
—Lo sé. Pero antes de hacer nada, el kif debe recibir el mensaje. Tú deberías saberlo mejor que nadie. Voy a llamar a la Harukk por el comunicador. Y ahora, supón que me cuentas lo que estabais haciendo en el puerto y dónde se encuentra Akkhtimakt. Quizás eso pueda darme algo con qué hacer un trato, ¿eh?
Tahar apretó los labios. Señaló vagamente hacia el exterior, hacia otro lugar, nadie sabía dónde, y al mismo tiempo alzó los ojos.
—Ahí. Ahí fuera. En Kshshti, muy probablemente. —Su voz había quedado reducida a un mero fantasma—. Si quieres nuestra promesa, yo te la doy. Cualquier cosa. Pero, en nombre de los dioses, no permitas que mueran así.
Pyanfar se la quedó mirando. Las viejas palabras significaban algo en Anuurn; palabras como «nuestra promesa», como «dan» y «ley» y otras cosas igualmente ajenas a este lejano y oscuro lugar donde se habían metido, en la moderna era donde la Vigilancia y los stsho actuaban como aliados.
—Estamos muy lejos del hogar. Muy lejos. Tahar.
Dur Tahar apoyó su cabeza en la pared y cerró los ojos.
—Se volverán contra ti. Tanto los mahendo’sat como los kif. Lo harán. Fíjate en mi ejemplo… sal de aquí. Líbrate de todos ellos y corre, Chanur.
—¿Sabes de algún sitio hacia donde pueda ir?
Dur Tahar abrió sus ojos y la miró. En su mirada había todo el dolor, el cansancio y el miedo acumulados durante meses y años de huida.
—No. Al final, no. No si eres como yo, y realmente te estás acercando muy aprisa, ¿no, Chanur?
No era algo que ninguno de los presentes hubiera esperado ver: la capitana de la Luna Creciente sentada ante la mesa de la cocina de la Orgullo, junto al puente, bebiendo la taza de gfé que Geran le había puesto entre los dedos. Dur Tahar bebió y Pyanfar la miró, sentada al otro lado de la mesa con una taza en sus manos y con la tripulación apretujándose entre los armarios con la comida que Tully había logrado preparar: dos machos en la cocina… pero Dur Tahar se encontraba en tal estado que apenas si se tomó la molestia de mirar con suspicacia a Tully y, en cuanto a Khym, ni tan siquiera hizo eso.
Sabía que Tully estaba con nosotras, notó Pyanfar. O. al menos, sabía que eso era posible. Por lo tanto, el rumor ha llegado hasta Akkhtimakt. Tirun estaba otra vez en su puesto, intentando hablar con la Vigilancia para preguntarles por la ayuda médica y avisar a Jik de lo ocurrido con Tahar… («Deja que me encargue de este turno», se había ofrecido Tirun mientras Geran iba a ver cómo estaba Chur. «De acuerdo», dijo Pyanfar. Y, sin que las demás se enteraran: «Pon el fuego algo alto bajo la Vigilancia, ¿eh? Discretamente. Malditas sean… Haz que se den un poco de prisa»). Khym, Haral, Hilfy y Tully estaban pegados a las paredes, con las pistolas en las caderas, todos con armas salvo Tully. Tahar bebía su gfé en silencio, los ojos clavados en el infinito.
—Quiero que me lo cuentes todo sin rodeos —le dijo Pyanfar—. Quiero toda la historia, ker Dur. Y aprisa. Cuéntamela.
Sus ojos perdieron la lejanía y los enfocó en ella.
—Mi tripulación…
—La Mahijiru está en el muelle, Dientes-de-oro está recibiendo ahora las líneas de comunicación. Pronto empezaremos a tener movimiento por parte de los kif. Las naves no andan muy sobradas de tripulación, igual que nos pasa a nosotras. Ni siquiera los kif tienen mucha. Tus primas están a salvo por el momento… los kif no harán nada hasta no recibir una orden directa de Sikkukkut, o hasta que Sikkukkut encuentre el tiempo necesario para ocuparse de ellas. Y ahora Sikkukkut está realmente ocupado, puedes estar segura de ello. Bébete eso. Mi oficial de turno está hablando con la Aja Jin. Hacemos más de lo que parece. Pero si intentas engañarme, Dur, yo…
—No. —Tahar tomó un sorbo. La taza temblaba en sus manos—. Te has buscado compañías peligrosas. Ese hakkikt tuyo…
—No es mío.
—… está ganando, ¿lo entiendes? Los kif piensan que Akkhtimakt ya ha perdido. La noticia se está difundiendo… ¿Conoces bien a los kif?
—Lo suficiente como para ir tirando, y eso ya es más de lo que deseaba conocerles.
—Yo sí les conozco, dioses, créeme. Sfik. Esos condenados kif cambian de bando tan aprisa como un stsho en una situación parecida a ésta. Dos kif en la cumbre y ambos prácticamente iguales: Sikkukkut y Akkhtimakt… los dos sirvieron en distintos cargos al hakkikt Akkukkak hasta que desapareció, y ahora los dos han conseguido que todo el espacio kif se convierta en un caos. Cada ráfaga de viento, cada susurro que viene con ella… los kif corrientes lo huelen y cambian de política. Y, de repente, Akkhtimakt se convierte en un pececito sin importancia. Su acción en Kita fue una gran amenaza; dioses, es de Akkht, un pez gordo… tiene al poderoso skkukun cazando a todos sus rivales en el planeta natal, en tanto que Sikkukkut no es más que un jefe provincial de Mirkti que ha subido algo, por todos los dioses. Pero los mahendo’sat le conocen. Sikkukkut ha sido vecino suyo durante mucho tiempo, están acostumbrados a tratar con él; y de hecho están tratando con él. ¿Lo ves? De repente Akkhtimakt se ha convertido en un kif que está muy lejos de su base de poder y que, además, lo está perdiendo. Sikkukkut está operando en su propio territorio. Usa sus viejos enlaces. Sikkukkut ha hecho disminuir el poder de Akkhtimakt… gracias a ti y a los mahendo’sat. Sí, le ha dejado realmente mal.
Pyanfar apoyó los codos sobre la mesa.
—¿Dónde encaja la humanidad en todo esto, eh?
En los ojos de Tahar se veían círculos blancos y, por un segundo, sus pupilas se contrajeron mirando a Tully. Pero Tahar no volvió la cabeza, ni tan siquiera cuando Geran entró sin hacer ningún ruido en la habitación y se quedó inmóvil, con los brazos cruzados y un presagio de tempestad en el rostro.
—Los humanos van a llegar —dijo Tahar—. Se están moviendo despacio… pero eso ya debe habértelo contado tu aliado.
—¿Te refieres a Sikkukkut?
—Me refiero a este humano. O a los mahendo’sat. El programa de Akkhtimakt era detener a las naves humanas; mantenerlas fuera del espacio del Pacto. O irlas cazando una a una en los límites de éste. Tal y como lo entienden los kif, los humanos son aliados de los mahen. Pero Sikkukkut tiene a los mahendo’sat trabajando con él. Y te tiene a ti, los Ojos del han. Por el dulce nombre de los dioses… tiene su propio humano domesticado. ¿Cómo se puede luchar contra semejante combinación? Kefk observó la situación y todos los partidarios de Akkhtimakt allí presentes empezaron a mirar con cuidado a sus vecinos y a calcular de nuevo todos sus compromisos… he pasado antes por ello. Un kif examina la situación, calcula su propio sfik y si representa alguna ventaja para el otro bando y, si no la representa, sabe que sus vecinos están calculando también y uno de ellos puede intentar obtener más sfik matándole. Si mata a su atacante tendrá más sfik de momento, pero si de repente consigue demasiado, puede dar la impresión de que es una amenaza y perder todo el beneficio que eso le proporcionaba. Es un juego sangriento, Chanur. Llevo dos años jugando a él.
—Parece que has dado un paso en falso, ¿no?
—Oh, lo intenté. Los kif no entienden a las hani, eso es todo; no saben cómo funcionan nuestras mentes, no durante una crisis… pero saben que somos distintas. Para su inteligencia, nuestra forma de elegir bando no es ni predecible ni racional. Y eso es lo que nos sucedió. No tuvimos ocasión de cambiar de bando. Estábamos en una oficina… el personal apareció de repente, sin avisar, y mató a un kif que ocupaba una posición demasiado elevada: demasiado sfik, no se podía confiar en él. Cogieron a unos cuantos más para entregárselos a Sikkukkut para… oh, dioses. —Tahar se estremeció y dejó la taza con las dos manos sobre la mesa—. Mi tripulación, Chanur, mi tripulación… Sikkukkut me ha entregado como regalo. Tengo el sfik suficiente para ello. La situación también lo tiene. Pero mis primas… si no las sacas de ahí… Chanur, he visto lo que sucede cuando un kif quiere celebrar algo. Lo he visto.
—Estoy trabajando en ello. Te doy mi palabra, Tahar. Bien saben los dioses que te rompería alegremente el cuello si las cosas fueran distintas. Pero ahora y aquí no, desde luego, no de ese modo. Estoy ejerciendo todo el poder con que cuento. ¿Quieres un poco más de gfé caliente?
—No.
—Anda, tómalo. Te sentará bien. —Cogió la taza de Dur Tahar y se la tendió a Tirun para que volviera a llenarla, luego la dejó ante las manos de Tahar—. ¿Tienes noticias del hogar?
Tahar alzó sus ojos hacia ella con cierta aprensión.
—Seré breve —dijo Pyanfar. Dioses, sentía un sabor amargo en la boca al tenerle que comunicar las noticias que antes, por sí solas, habrían bastado como venganza—. Tahar está en apuros… pero supongo que eso ya te lo pensabas. No sé cuál es su magnitud, ni si son internos en parte. Tampoco sé lo que está pasando ahora en Anuurn, pero eso también puedes imaginártelo. Tahar tuvo problemas el año pasado para conseguir cargamentos. La Victoria, la Fuego Solar y la Anillo Dorado están trabajando en zonas muy distantes, según mis últimas noticias, tan lejos de los kif como pueden. Si manejan su propia mercancía, alguien empieza a preguntar si no se tratará de bienes robados que pretenden camuflar; si son mercancías de otros, entonces tienen que depositar una garantía para evitar que decidan robarla ellas mismas.
—¡Basta, Chanur!
—Te estoy diciendo la verdad. ¿Qué esperabas haber hecho por la reputación de Tahar? ¡Maldita seas, ya sabías todo eso cuando te marchaste con los demás kif de Gaohn! Al menos, podrías escucharme y enterarte de ello.
Las orejas de Tahar se agacharon y dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. Daba la impresión de que saltaría por encima de la mesa en cuanto hubiera tragado aire, pero un instante después dejó escapar un largo y tembloroso suspiro, inclinó la cabeza y sacó las garras, dejando reposar sus puntas sobre la dura superficie.
—Por los dioses, no me dejas mucho donde elegir. ¿Qué debía hacer? ¿Volver a casa y enfrentarme con mi hermano? ¿Seguir llevando los cargamentos de Tahar después de lo que los kif hicieron con las hani de Gaohn?
—Sabías que eran kif cuando decidiste dormir en la misma cama que ellos.
—También tú lo sabes. —Tahar alzó la cabeza, sus ojos rojo bronce ardían con dos centros de oscuridad—. Recuerda eso. Recuerda eso, Pyanfar Chanur. No puedes librarte de tu clan como si fuera vello viejo. Nunca podrás. Tus acciones afectan a tus parientes en casa. Y los kif son kif y las hani son hani, y al final nadie puede confiar en el otro bando. Sácanos de aquí. Saca a mi tripulación y regresemos a casa, Chanur, ¡por todos los dioses, te lo estoy suplicando en su nombre, vamos las dos a casa!
—Capitana. —La voz de Tirun por el comunicador de la pared—. La Vigilancia transmitiendo, cito: «Hay personal de Tahar a bordo». Lo estoy leyendo tal y como nos lo han enviado, capitana. «Exigimos que prepare la transferencia de dicho personal a la custodia de la Inmune».
—Que los dioses las pudran —murmuró Pyanfar, y se levantó del banco sobre el que estaba sentada.
—Ehrran —murmuró Dur Tahar con una voz cargada de oscuros presagios. Se levantó con el gesto brusco que hizo que todas las tripulantes de Chanur se apartaran de sus puestos junto a la pared. Las orejas de Tahar se agacharon rápidamente, alarmadas, y volvió a dejarse caer en su asiento.
—La ley —dijo Pyanfar—. Están aquí, Tahar. La ley del han. Han estado buscándote durante dos años.
—Chanur… ¡acepta mi palabra!
Encárgate de mi custodia, quería decir Tahar; de clan a clan. Que la llevara de vuelta a la justicia de Anuurn, bajo la custodia de Chanur. Eso quizá pudiera hacer callar a los enemigos de Chanur; y humillar a Rhif Ehrran. Eso era lo que le estaba ofreciendo Tahar, sabiendo muy bien qué le ofrecía.
Claro que los resultados podían ser totalmente opuestos.
Pyanfar clavó sus ojos en los de Dur Tahar rodeada por el semicírculo de tripulantes Chanur, y el vello se erizó en toda su espalda. Dioses, que deba tener miedo. Que una hani deba mirar a otra de este modo y tenga que preocuparse por el han.
Pasó bruscamente junto a ella y se dirigió al puente.
—¡Chanur!
Pyanfar miró hacia atrás y vio a Tahar con la mano de Haral apretando firmemente su brazo. Pyanfar alzó el mentón en un gesto que dejó nuevamente libre a la capitana Tahar, se dio la vuelta y siguió el estrecho pasillo que trazaba una curva hacia el puente.
—¿Siguen en línea? —le preguntó a Tirun, sentada en el puesto de comunicaciones número uno, mientras ocupaba su propio asiento.
—En el dos de tu tablero —dijo Tirun y Pyanfar hizo girar su asiento y conectó ese canal en el control, activando también la grabadora.
—Habla Pyanfar Chanur.
—Rhif Ehrran —fue la respuesta transmitida por el tablero hasta el altavoz general, en tanto que las demás iban apareciendo en el puente para escuchar la conversación—, tenemos entendido que los kif te han entregado a una Tahar.
—Correcto, ker Rhif. Dur Tahar. Nos ha contado que sus parientes siguen bajo custodia por las fuerzas del hakkikt y que se encuentran en inminente peligro. Hemos pedido de inmediato por todos los canales que están a nuestro alcance su liberación. La mantendremos a bordo hasta que la situación se haya calmado un poco en los muelles…
—Has hecho todo eso sin notificárnoslo.
—La notificación al hakkikt era un asunto de emergencia. Hay vidas hani en peligro. Respecto a la situación general, Tahar apareció en mi compuerta custodiada por los kif sin que se me avisara de antemano. Y, si se me permite, deseo recordarle a esta enviada que no hablamos por un canal protegido.
—Chanur, estás poniendo obstáculos a una orden del han.
—Para que sea registrado, Tahar nos ha pedido que aceptemos su custodia.
Un instante de silencio total al otro extremo. Luego:
—Cooperación, Chanur. No aceptes esa custodia. ¿Me has oído? ¿Me has oído? Quieres nuestra cooperación, ¿no? Pues nosotras queremos la tuya. Entrégala.
El pulso de Pyanfar pareció perder el compás. Durante un segundo sus ojos se volvieron hacia la luz verde de la grabadora. Sabía que la conversación estaba siendo grabada en los archivos de la Vigilancia y, por ello Pyanfar quería tener una cinta de todo aquello en los registros de la Orgullo.
—Entonces, ¿estás dando a entender que nuestra petición de ayuda médica para una tripulante enferma depende de que rechacemos la petición de Tahar?
Otro silencio. La trampa resultaba demasiado obvia. Rhif Ehrran era demasiado cautelosa como para confirmar eso si había alguna posibilidad de que sus palabras quedaran registradas.
—Nada de eso, Chanur. Pero no pienso enviar a tripulantes mías para que se vean mezcladas en una situación de la que no me fío. Y, en tanto se resuelve este asunto, no voy a tomar ninguna decisión sobre lo que se me ha pedido.
—¡Que los dioses te pudran, estás hablando de una tripulante que se encuentra muy grave y, por los dioses, no tenemos mucho tiempo! Eres una…
Click.
—¡Los dioses te lleven!
La voz de Tirun, sin perder la calma:
—¿Lo archivo todo?
—Archívalo. Archívalo hasta el mismo segundo en que cortó. —Pyanfar desconectó la grabadora. Cuando hizo girar su asiento descubrió que estaba temblando y al contemplar los rostros que la rodeaban sintió un agudo dolor en sus entrañas: Geran, y Tahar…— Geran —dijo Pyanfar con toda la calma que pudo encontrar, dirigiéndose a la rabia asesina que veía en sus ojos. Y luego, sintiendo la más profunda vergüenza—, Tahar. Sigo intentándolo.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Tahar con un hilo de voz—. Chanur, ¿qué está pasando?
—La ley. La ley que te busca me dice, por todos los dioses, que debo dejar morir a Chur Anify si no te entrego ahora mismo. Eso es lo que ha ocurrido en Anuurn después de Gaohn. En eso se ha convertido ahora el han, un montón de espías que rellenan impresos, dispuestos a conseguir pruebas a toda costa. La ley se impone mediante la amenaza, la ley del provecho, los beneficios y las ganancias políticas: eso es lo que hemos conseguido. Tratos con los stsho. Compras y ventas. Maldita sea, las hani sienten tal ansiedad por aventajar a sus rivales, que no ven nada más… no nos ven ni a ti ni a mí, Tahar. Somos un par de estúpidas, maldita sea… Yo te vigilaba mientras tú hacías lo mismo. Las dos peleábamos una con la otra, igual que hacían nuestros machos, y mientras tanto, las viejas de Naur y Schunan se lamían los bigotes y planeaban cómo arrancarnos la piel a las dos. Usaron a Ehrran. Los stsho encontraron una grieta en nosotras y la utilizaron, aún lo hacen… dinero stsho; y la condenada estupidez hani encarnada en Ehrran. Por todos los dioses, Tahar, ayudaré a tu tripulación, lo juro. Pero me piden que te entregue a Ehrran junto con tu tripulación, y no veo el modo de evitarlo. Tengo a bordo una enferma y hay un salto por delante, sólo los dioses saben cuándo. Ellas tienen la ayuda médica que puede salvarla, y piensan jugar sucio…
—Mi hermana —dijo Geran en voz baja. En su voz había una ronca dureza que nunca había mostrado antes y, aunque se callara, estaba muy claro que Geran tenía muchas cosas que decir. Una vergüenza, sí, era una vergüenza que semejante trato tuviera que cargarse en la cuenta de Chanur y Anify, y no se podía hacer otra cosa.
—Chanur —dijo Tahar, con las manos apretando el acolchado del asiento del piloto hasta que las garras abrieron surcos en él—. Chanur, soy un regalo, un regalo kif, ¿entiendes? ¿Acaso quieres que el hakkikt piense que Chanur no es capaz de conservar lo que le entrega?
—Dioses, ahora estás hablando igual que un kif.
—Estás tratando con kif, Chanur. Te encuentras en su estación. Éste es su juego, no el juego del han. Tampoco es el tuyo. Si me entregas al han pierdes sfik. Y a causa de ello, puedes acabar perdiendo la vida. Puedes perder cuanto tienes.
—¡Cállate, Tahar!
—¡No me eches, todavía no! Dioses, Chanur, si piensas perderlo todo, al menos saca antes a mi tripulación de ahí, ¡hazlo mientras tengas todavía el sfik suficiente para hacer tratos!
—Tengo a una tripulante enferma, maldita sea, no tengo tiempo suficiente para hacer tratos.
—Te matarán. Los kif te matarán si das un paso en falso. ¿Me oyes? ¿Dónde quedará entonces Chur Anify o cualquiera de vosotras, eh? ¿Piensas que las vidas de Tahar son las únicas que se encuentran en juego en esta maldita estación olvidada de los dioses?
Otro silencio, aún más profundo y letal. La tripulación escuchaba. Tully estaba tenso y pálido, aunque no entendiera gran cosa de lo que se decía.
—Quizá… —La voz de Geran, casi inaudible, ronca y áspera—. Quizás un médico mahen… Capitana, quizá Chur estuviera mejor atendida por alguien que no perteneciera al personal de Rhif Ehrran. No confío en ella. Y sé lo que piensa Chur.
Por todos los dioses, ¿qué nos está pasando? Los ojos de Pyanfar se llenaron de tinieblas, un túnel que se iba estrechando y en el cual sólo podía ver un camino posible, iluminado claramente por un resplandor blanco.
—¡No, por todos los dioses! No vamos a consentir que esa lamepiés vestida con pantalones negros nos haga esto. ¡Tirun! Quiero hablar con Jik. —Pyanfar hizo girar su asiento hacia el tablero y conectó bruscamente el grabador de comunicaciones—. Prioridad… —El comunicador se activó—. La Orgullo de Chanur a la Aja Jin, prioridad, prioridad; aquí Pyanfar Chanur. Quiero hablar con el capitán… —Y, al oír el confuso zumbido de una voz mahen, añadió—: Venga, tripulante… Tirun, por todos los dioses, dame esos informes médicos. —Empezó a teclear en los controles, trabajando en dos bancos a la vez—. ¿Dónde has metido ese condenado informe, en un infierno mahen?
—En el cuatro, capitana, en el cuatro de tu ordenador, estoy buscando el…
—Aja Jin, prioridad, transmisión de ordenador preparada para que la reciban… ¡Dónde está Jik, así se os pudran los ojos!
—Tengo —le respondió una voz más grave que la anterior.
—¡Jik, coge los datos de nuestro ordenador y manda aquí un médico, prioridad, prioridad uno! Mahen, hani, no me importa quién sea, pero date prisa, código uno, ¿entendido? ¡Date prisa, Jik!
—Tú tener. Listo tú mandar.
Pyanfar envió los datos, dos golpes de tecla.
—Tener. Nosotros ir, ir.
—¡Rápido! —Cortó la conexión y dio nuevamente la vuelta a su asiento—. Tirun, programa en los archivos una emergencia médica. Archiva también nuestra llamada. —Se apoyó en el asiento y contempló a su tripulación y a Tahar, que parecía sentir una oscura satisfacción ante todo lo ocurrido—. Al parecer, aquí hay más de una forma para conseguir lo que quieres. Ahora, Ehrran ya puede dedicarse al juego político con una llamada de emergencia.
Era peligroso. Moverse de repente y sin avisar en una estación llena de kif nerviosos podía tener resultados totalmente imprevistos. Pero quedarse quieta resultaba totalmente inconcebible. Miró a Geran, que tenía las orejas echadas hacia atrás y los ojos rodeados por círculos blancos enmarcando destellos negro y ámbar.
—Bueno, hemos metido a Jik en el asunto —dijo Pyanfar—. Y, por todos los dioses, si puede hacer que Pantalones Negros venga a Kefk, estoy condenadamente segura de que podrá hacer venir aquí ayuda médica hani, tanto si a Rhif Ehrran le gusta como si no y, maldita sea, harán lo que deban hacer.
Geran le dirigió una sonrisa que distaba mucho de ser agradable, un mero fruncimiento de sus labios. El resto de la tripulación no hizo ni tan siquiera eso: una mirada preocupada de Khym, una todavía más preocupada de Tahar y, de Tully, unos ojos perdidos en el vacío, claramente angustiados. Puso la mano sobre el hombro de Haral, interrogándola con la mirada.
—Vamos a conseguir ayuda para Chur —dijo Pyanfar con deliberada sencillez, en beneficio de Tully, y se levantó de su asiento—. Tahar, tu tripulación tiene toda mi ayuda, sin condiciones. No soy Rhif Ehrran. Si intentas engañarme o interponerte en mi camino, me limitaré a romperte el cuello y mandaré tus restos a los kif. Y deja que te diga claramente algo más: mi tripulación no se encuentra en condiciones de tratarte con paciencia, así que vigila tus palabras. Andamos cortas de sueño y, maldita sea, nos enfadamos con facilidad. No sé si podría salvarte en caso de que hicieras enloquecer a cualquiera de nosotras. ¿Me has entendido?
Las orejas de Tahar cayeron hacia atrás y su cuerpo se encogió visiblemente Era la verdad, al menos en parte todavía era totalmente cierto. Y Tahar, al parecer, no dudaba de ello.
—Será mejor que nos preparemos para la visita —dijo Pyanfar, mirando a Haral—. Tirun, sigue en tu puesto. Ya sabes con quien has hablado. Hilfy. Khym, por el momento instalad a Tahar en el camarote de Tully. —Era uno de los pocos sitios en toda la nave que resultaban relativamente seguros y, al menos, tenía una cama—. Venga. Geran… cuida de Chur, eso es todo.
La tripulación partió en todas direcciones, con excepción de Tully. Sus ojos seguían perdidos en el vacío… asustados, llenos de ansiedad. Chur. Probablemente, eso era cuanto había sacado en claro de todo el asunto. Después de Hilfy, era su amiga más próxima. Pyanfar se acercó a él y le puso la mano en el brazo. Tenía las garras a medio salir. En los ojos de Tully había algo cercano a la histeria y Pyanfar le apretó fuertemente el brazo para hacerle reaccionar.
—Eh —dijo Pyanfar—. Todo va bien, ¿de acuerdo?
—Tahar —dijo él—. Kif. Kefk. ¿Qué hacer, Pyanfar? ¿Qué hacer, qué hacer?
¿Qué pretendes? ¿Qué clase de juego andas jugando? Confiaba en ti. ¿Qué está pasando, Pyanfar?
—Capitana —dijo Tirun—, el grupo de Jik se acerca por el muelle. Dentro de unos tres minutos estarán aquí. La Mahijiru pregunta si queremos ayuda.
—Afirmativo. —Se apartó de Tully y se encaminó al puesto de Tirun, apoyándose en el respaldo de su asiento.
—Mensaje de los kif —dijo Tirun—. Es la Harukk.
Así que los posibles problemas planteados por su truco empezaban a dejarse notar.
—Responde: emergencia médica. Tripulante enferma.
Tirun transmitió sus palabras.
—Tenemos una llamada entrando… —añadió luego Tirun en beneficio de los kif que había al otro extremo de la línea—. Lo comprendemos. ¿Seguirán intentándolo? —Otra luz del tablero indicaba un mensaje. Haral se encargó rápidamente de recibirlo.
—… Correcto. Recibimos, sí. Ahora abriremos. Capitana, los médicos.
—Dile a Hilfy que les salga al paso apenas hayan entrado. Tully… ayuda a Geran. Ve con Chur. Haz lo que te mande Geran.
Tully obedeció sin hacer preguntas. Así estaría fuera del puente, no estorbaría para nada, y siempre podía encargarse de traer cosas y llevar mensajes si alguien lograba hacerle entender lo que se deseaba de él. Leal, pensó; eso era Tully. Amigo.
Y tan extraño y peligroso como los mahendo’sat cuando se le metía algo en su incomprensible cabeza.
Idas y venidas en el nivel inferior, personal mahen de rostros ceñudos y armados hasta los dientes ocupaban posiciones en el tubo de acceso, a lo largo del corredor principal del nivel inferior y ante el ascensor.
En el pasillo principal de la cubierta superior, una médico de Ehrran trabajaba torciendo el gesto junto a un alto y negro mahendo’sat Ksota. Todas las tripulantes de Chanur que se encontraban fuera de turno permanecían pegadas a las paredes del camarote de Chur, sin apartar los ojos de lo que ocurría y con expresiones no muy alegres. Había también dos machos, cualquiera de los cuales habría bastado para que a Ehrran se le erizara el vello por razones completamente distintas. Geran Anify e Hilfy Chanur también estaban presentes, Hilfy muy quieta con la mano, consciente o inconscientemente, sobre la culata de su pistola. Iban armadas y la escotilla estaba custodiada por centinelas mahen cuyo actual motivo de preocupación no eran sólo los kif.
Pyanfar se había quedado junto a la puerta, con una conexión de comunicaciones en el oído, escuchando todas las operaciones que se efectuaban en el puente a medida que Tirun las iba clasificando y aclarando.
Los médicos intercambiaban tecnicismos con el ceño fruncido y la voz apagada.
—No está bien, maldita sea —dijo la hani. Geran se acercó a ella con las manos en el cinturón y la mandíbula apretada en una tensa línea.
—¿El qué no está bien?
—Capitana —protestó la hani, y no por primera vez—, me gustaría que este camarote quedara vacío.
—No pasa nada —dijo Pyanfar desde el umbral—. Todas somos sus amigas y estoy segura de que a Chur no le importa que estemos aquí.
—Sáquelos de aquí… —Con una significativa mirada hacia los dos machos de la Orgullo.
—¿Por qué? —dijo Pyanfar—. ¿Piensa protestar también ante la presencia de su colega? —Continuó refiriéndose al médico mahendo’sat, que era macho.
La hani la miró dura e inexpresivamente y se dio la vuelta un segundo después para rebuscar entre los suministros médicos. Estaba claro que sí tenía objeciones a que los machos ejercieran la medicina, fuera cual fuera su especie, pero tuvo que callarse.
—Será mejor que todo vaya bien —dijo Geran.
La hani vaciló durante un segundo, con una botellita entre los dedos.
—Un error podría causar un daño realmente grande a su carrera —dijo Hilfy, con la mano todavía sobre la culata de su pistola.
—No he venido aquí para recibir las amenazas y los malos tratos de una tripulante novata.
—Será mejor que no se equivoque —dijo Chur, incorporándose en el lecho para volver la cabeza sobre la almohada y contemplar el soporte del gota a gota que los enfermeros estaban colocando junto a ella—. Mahe, haosti.
—Compruébalo, ¿quieres?
—Shishti —accedió el mahe.
La doctora hani le miró fijamente y luego entregó las botellas y las bolsas una por una al mahe.
—Los cierres —dijo, señalando hacia las botellas—. Esta tripulante no tendría que haber salido nunca de Kshshti. Y, por todos los dioses, no tendría que haber estado trabajando en el puente…
—¿Piensa citarnos todavía alguna otra regla? —preguntó Khym con su profunda voz de bajo—. Pues yo voy a citarle algunas leyes. Leyes que hablan de cosas tales como la imprudencia criminal, el no ejercer adecuadamente la profesión médica y el derecho de parentesco…
—¡Sáquele de aquí!
—Ya —dijo Pyanfar. Se apoyó en el umbral y giró utilizándolo como punto de apoyo hasta encontrarse en el vestíbulo, fuera del camarote.
—Capitana —dijo una voz por el comunicador—. El médico que está con Skkukuk dice que se encuentra bastante bien. Dice que tenemos sólo un problema de alimentación y quieren mandarnos algo para solucionarlo.
—¿Algo vivo?
—Dicen… bueno, dicen que esas criaturas son francamente muy poco inteligentes y que se reproducen muy rápido.
Pyanfar torció el gesto, sintiendo cómo se tensaba la piel entre sus hombros.
—Alimañas, ¿eh? ¿Eso es lo que come?
Un instante de silencio.
—Se lo preguntaré.
Pyanfar hizo girar nuevamente su cuerpo y miró hacia el interior de la habitación. Cuando la puerta del ascensor se abrió al final del pasillo, alzó los ojos hacia ella y se encontró con otro grupo de mahendo’sat. Por un instante el modo en que uno de ellos la miró hizo que los dedos de Pyanfar se dirigieran instintivamente hacia la culata de su arma.
Y, una fracción de segundo después, le reconoció y, apartándose del umbral, fue rápidamente hacia él.
—¡Dientes-de-oro! —gruñó.
—Ah, Pyanfar… —Era un mahendo’sat de piel muy oscura, casi negra, y ahora vestía imitando el negro sombrío de sus compañeros, sin un solo destello de oro en su cuerpo salvo el brillo de su dentadura cuando sonreía. Rodeado por sus oscuros compañeros se alzaba como una torre negra en la cual el único metal existente era el negro resplandor de las pistolas automáticas, los cinturones y las hebillas. Y la sonrisa no tardó en morir—. Decir Chur ella toda bien, ¿eh?
—¡No gracias a ti, bastardo de orejas roídas! —Pyanfar se quitó bruscamente la conexión de su oído y alzó los ojos hacia su negro y preocupado rostro—. En Urtur me destrozaron la cola, en Kshshti le dispararon a mi tripulación…
—Mensaje ir.
—Sí, maldito seas, tu condenado mensaje fue enviado. Banny Ayhar y la Prosperidad se han encargado de ello, si es que lograron pasar con vida. —Recordó que la puerta estaba abierta y que la doctora de Ehrran estaba dentro. Cogió a Dientes-de-oro por uno de sus largos y fuertes brazos, y lo llevó casi a rastras hacía su camarote—. ¡Quedaos fuera! —ordenó secamente a su escolta armada mientras abría la puerta y metía dentro a Dientes-de-oro. Cerró la puerta en las narices de sus acompañantes, se volvió y le miró fijamente, en la intimidad insonorizada de su propio camarote—. Bueno, basta ya de fingirte comerciante. Basta ya de juegos. Éste es tu rostro real, ¿eh, capitán de una nave de caza? Dejarnos un mensaje en Urtur… mandarnos hacia donde estaba Jik sin explicarnos nada al respecto. Tú te dedicas a jugar, bastardo sin orejas, en tanto que nosotras dejamos nuestra sangre y nuestro dolor a lo largo de los muelles de Kshshti. Intenta engañarme una vez más, prueba a seguirme la corriente ahora y te romperé ese condenado cuello. ¿Dónde has estado?
Las pequeñas orejas de Dientes-de-oro estaban pegadas al cráneo. En su rostro había ahora una expresión muy distinta a la habitual, y esa expresión no mostraba ni una gota de buen humor.
—¿Querer lista? —Su voz era muy ronca y casi inaudible, no como de costumbre—. Jik estúpido número uno, Pyanfar, él estúpido escuchar ese kif.
Pyanfar sintió un frío en las entrañas todavía peor que el de antes.
—¡Es tu amigo, maldita sea! Tú le mandaste a Kshshti en mi busca. ¿No lo hiciste acaso?
—Yo enviar. El amigo. También estúpido primera clase. Quizá todo esto funcionar. Quizá yo también estúpido. —Dientes-de-oro buscó un lugar donde sentarse y acabó dejándose caer en su revuelta cama, apoyándose en un brazo para contemplarla—. Tener problemas, Pyanfar. Estúpido Jik hablar tc’a. Knnn tomar nave tc’a. Tener montones naves humanas, venir Tt’a’va’o pronto ya. Tener humanos venir, tener knnn inquietos, tener problemas stsho, tener kif haciendo pelea… Jik conoce este Sikkukkut. Él decir… tener que derrotar Akkhtimakt. Sikkukkut hacer. Jik decir que él ser pobre pro-vin-ciano, tener que acabar haciendo gran sucio revuelto jaleo en trato con mundo natal, problema mucho grande largo tiempo. Yo creo Jik equivocado. Creo que él gran error. Este kif no pequeño problema. Tener número uno hakkikt querer ser realmente amistoso con mahendo’sat, contigo… Tú vigilar, Pyanfar, tú vigilar. Sikkukkut no ser kif tonto.
—Pyanfar contestó:
—No pienso que lo sea.
—Estúpido. Gran estúpido, Jik.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
Las orejas de Dientes-de-oro bajaron y volvieron a erguirse.
—Quizás intentar hacer kif muy ocupados. Yo ir, venir, golpear aquí, allá. Yo cerrar ruta kif a Punto de Encuentro. Ellos mucho preocupados. —Un destello de dientes dorados—. Mantener Akkhtimakt mucho ocupado, ¿eh? Ese kif querer mi corazón número uno urgencia, tres veces haber intentado.
—¿Qué hará Sikkukkut ahora que estás aquí? Responde a esa pregunta, ¿eh?
—Él no enfadado conmigo. Yo traigo él montón sfik. Igual que tú, hani. Mismo Jik. Misma Vigilancia. Damos a ese kif tanto condenado grande sfik que él comer Pacto entero.
Tenía sentido. Tenía mucho sentido, sí, y no resultaba demasiado tranquilizador.
—Entonces, ¿por qué has venido?
Las orejas de Dientes-de-oro se agitaron y sus oscuros ojos mahen asomaron bajo sus párpados a medio bajar.
—Quizá yo no tener más dónde elegir. Quizá Jik tener todo asunto en sus manos.
Un puño se cerró en torno a su corazón.
—Me estás mintiendo, Dientes-de-oro. Ya he aguantado bastante.
Un largo silencio.
—Quizá buena cosa que mahe listo estar realmente cerca de este kif, ¿eh?
—¿Estás planeando matarle?
—Afirmativo. Quizá tú tener idea, hani.
—¿Crees que otros kif no lo han intentado ya?
Dientes-de-oro respondió:
—Kif no hacer. Kif no intentar. Ellos kif, ellos quieren vivir, Pyanfar. Nosotros mahendo’sat, nosotros un poco locos, ¿eh? Yo decir ti verdad, Pyanfar. Si tú hablar con ese kif yo morir realmente despacio. Tú saber, ¿eh?
—¡Dioses, no quiero oír nada de esto! ¡No me conviertas en tu compañera de conspiración!
—Vieja amiga.
—¡Amiga! —Pyanfar fue hacia la cómoda de la esquina, abrió el cajón y hurgó en su interior buscando una cajita. Dientes-de-oro se había erguido bruscamente: Pyanfar encontró la cajita y se la tiró. Dientes-de-oro la pilló al vuelo.
—¿Qué esto?
—Un regalo muy caro. Un regalo de Stle stles stlen, tu precioso amigo en Punto de Encuentro. El stsho en quien tú me dijiste que tuviera confianza. Una nota. Anda, léela. Es muy corta.
Abrió la cajita, desdobló el papel y sus orejas se pegaron bruscamente a su cráneo.
—¡Bastardo!
—Estuvo a punto de entrar en fase. Quizá sufrió un grave ataque de traición. «No confíen en Dientes-de-oro». Ese consejo le ha costado muy caro a tu gobierno. Y ese bastardo stsho ha estado haciendo tratos con Rhif Ehrran, con los kif y con los tc’a; no tengo duda alguna. Y contigo. Y conmigo. Y cada una de las hijas sin tierra propia que hay en el Pacto ha estado husmeando en busca de alguna ventaja. ¡Fue una gran ayuda, oh, sí! Igual que tu Maestre de estación en Kshshti. La misma condenada clase de ayuda que me dio Stle stles stlen. ¡Que los dioses te frían, me has hecho cruzar todo el Pacto igual que si fuera un maldito imán de traiciones y engaños con acción en cuarenta años luz a la redonda!
Dientes-de-oro se puso en pie y le arrojó de nuevo la cajita. Pyanfar la cogió al vuelo, la metió en el cajón, cerró éste con fuerza y puso de nuevo el pestillo.
—Tener montones razón estar preocupada, Pyanfar. Pero tú ser mucho lista. Tú nunca pensar eso. Tú mejor condenada capitana que Anuurn tener. Yo montón confianza en ti. Tú casi mismo buena que yo, quizá mejor piloto, ¿eh?
—Oh, no. Nada de eso, no más favores. ¡Por todos los dioses, ya no tengo una tripulación, ahora tengo un condenado zoológico! Tengo un técnico de observación humano, un kif que se ha olvidado de presentar sus documentos y quieren darle de comer alimañas vivas…
—¿Querer mahe? Yo dejar ti número uno primera clase. Dos, tres centinelas.
¿En mi nave? ¿Un tipo de primera clase para que informe de todos los movimientos que hago?
—No, gracias. Ya tengo bastantes quejas archivadas en la Vigilancia. Si acepto tripulantes mahen eso sería el final, amigo.
—Tú tomar. Tú necesitar. Ellos aceptar órdenes ti. Juro. Yo darte cinco.
—No. ¡Imposible! Puedo arreglármelas.
—Tener muchos problemas cerca. Akkhtimakt… él ir Punto de Encuentro.
—Oh, bondad divina… —Era creíble. Era demasiado creíble. El panorama se desplegó ante ella igual que un rollo de tela—. Piensa venderse a Stle stles stlen.
—Tú acertar.
—¡Hay hani aliadas con el otro bando!
—Salvo tú; salvo quizá Tahar. Amiga.
Se había quedado sin maldiciones que lanzar. Permaneció inmóvil ante Dientes-de-oro, mirándole fijamente, con el aliento a medio camino de su garganta, sintiendo que la oscuridad les rodeaba. Tosió para aclararse la voz y sintió un temblor que iba creciendo en sus entrañas hasta salir finalmente de ellas.
—Tú —acabó diciendo—, tú…
—Tú no tonta, Pyanfar. Tú tener cerebro. Tú, yo, Jik… no importar si parecer bien; importar lo que hacer. Akkhtimakt tener hani, tener aliados stsho, él usar ellos, hacer quedar tontos. ¿Dónde armas hani, eh? Dos, tres naves. Stsho no tener ninguna. Tener proverbio, hani… tú ir cama con algunos media hora después tú tener cría de cien años, y ella tener más crías y entonces tú tener parientes que cuidar. Mismo que hacer trato con kif cuando tú no tener armas.
Pyanfar siguió allí en silencio, contemplando al mahe, viendo ese lado sombrío de su personalidad que Dientes-de-oro nunca había mostrado en los muelles. «Mataré a este kif», había dicho. Tratos, engaños. Podía hacerlo. Atacar a Sikkukkut después de que toda esa frágil estructura hubiera sido construida, y todo volvería a derrumbarse nuevamente en el caos.
Más vidas y naves. Más años llenos de peligros. Y los knnn con sus negras patas metidas en el asunto, tejiendo algo que sólo los dioses podían saber qué era en los límites del Pacto; con los humanos intentando entrar en él para ser libres de ir y venir.
Mahendo’sat. Está luchando por la supervivencia mahen. Toda su especie se halla en peligro.
¿Y dónde está la supervivencia de las hani? Desde luego, no en la alianza con Akkhtimakt.
Tragó aire y se cruzó de brazos.
—Bien. Has conseguido que te escuche, mahe. Pero es mejor que oigas esto: ese tc’a que los knnn se llevaron no fue lo único que se nos ha escapado de aquí. Una nave stsho salió disparada de Mkks y vino por este camino, dirigiéndose a toda velocidad rumbo a Punto de Encuentro.
—Ah, no. No Punto de Encuentro. Ir por vector Tt’a’va’o. —Un pequeño destello de dientes dorados—. Intentar quizás atajo, ¿eh? ¿A Llyene?
—¿Hacia las naves humanas?
—Xenófobo stsho tener gran sorpresa, ¿eh?
—Amigo, los condenados stsho se encuentran muy a gusto con los tc’a.
—Quizá nosotros arreglar eso.
—Oh, dioses, dioses, la locura de los humanos es contagiosa… ¡estás intentando jugar al escondite con los knnn, bastardo de orejas roídas!
—Eso hacer problema, cierto.
Pyanfar contempló sus oscuros ojos y sintió otro frío instante de duda.
—¿Más secretos? ¿Adónde van los humanos, amigo? ¿Dónde irán luego? ¿Aquí? ¿Punto de Encuentro?
El buen humor de Dientes-de-oro había desaparecido de su rostro como si fuera una capa vieja que acabara de quitarse. La miró en silencio durante largos segundos, con expresión pensativa.
—Quizás hacer trato con knnn. Quizás e-qui-librio. Cinta tú tener, cinta yo dar ti en Punto de Encuentro, tú decir que Banny Ayhar llevara… una cosa que haber en esa cinta ser grabaciones knnn, hani, nosotros esperar que esa cosa llegar a Maing Tol. Tú correo mensaje knnn.
—Bondad divina.
—Tully… él cubrir mensaje. Él saber. Y yo saber que tú cuidar bien este humano. El tener papel que decir él tripulante de la Orgullo. Tú luchar salvar él si no luchar por mí.
—Bastardo. Hijo de una…
—Tú escuchar. —Alzó la mano y con la otra hurgó en el interior de su faltriquera.
—¿Qué tienes ahí?
—De Jik. Tú tener nueva estupenda unidad ordenador, abajo, ¿eh? Tú alimentar estos datos. Tener entonces código claro. Tú procesar nuestros mensajes privados, bueno de veras; tú poder hablar con nosotros. Ehrran no poder.
—El mejor regalo que me han hecho durante una larga temporada. —Pyanfar aceptó el sobre y lo guardó en su bolsillo.
—También —dijo Dientes-de-oro— médico mío examinar datos sobre Chur Anify; tener equipo nosotros traer a bordo. Número uno primera clase para ella pasar bien salto. Mismo que estar en hospital, darle todo lo que necesite.
—Maldita sea, ¿por qué no nos lo dio Jik en Mkks?
—Él no tener. Esto de la Mahijiru. Nosotros nave grande… tener puesto mando zona. Gran hospital. Aja Jin puede que la más rápida, Mahijiru tener más tripulación… necesitar tener esta cosa. Salvar unas cuantas vidas. Ahora tú necesitar, ¿eh? —Puso sus manos sobre los hombros de Pyanfar y los apretó con fuerza; ella sintió el peso de sus dedos—. Luego arreglar detalles. Yo tener que ir, no gustar mucho tiempo fuera de mi nave. Maldito sitio asqueroso, Kefk. Pero una cosa más yo dar… —Metió nuevamente la mano en su faltriquera y sacó otro pequeño objeto, cogió luego la mano de Pyanfar y dejó en su dedo un pendiente con una gran perla perfecta—. Mejor que yo encontrar. Yo deber ti largo tiempo por herramientas, ¿eh? Venir de océanos Llyene, número uno más hermosa.
—Dientes-de-oro… Ismehanan-min… —Pero, por segunda vez, no encontró las palabras adecuadas y Dientes-de-oro puso la mano sobre el cierre de la puerta.
—Tú estupenda —dijo él—. Cosa her-mosa pertenecer ti.
—¿Adónde van? Por todos los dioses, ¿cuál es su ruta?
—Siempre querer hablar negocios —suspiró Dientes-de-oro y abrió la puerta saliendo al pasillo.
—Dientes-de-oro, por todos los dioses…
Pyanfar fue corriendo hacia la puerta tras él, pero tuvo que pararse de golpe porque en ese mismo instante dos mahendo’sat que llevaban encima de una carretilla un gran bulto envuelto en poliestireno estaban pasando por delante de la puerta. Dientes-de-oro se pegó a la otra pared del pasillo para dejarles sitio, agitó su mano hacia el bulto que se alejaba camino del camarote de Chur, y dijo:
—Ver, ahí estar, nosotros mover rápido, yo prometido. Estar hecho. —Le dirigió una amplia sonrisa—. Tú confiar. Tú confiar, Pyanfar.
—Ismehanan-min…
—Chur ahora ir bien —dijo Dientes-de-oro con voz firme, y se alejó hacia el ascensor. Movió la cabeza en una seña que hizo agruparse junto a él a todos sus tripulantes de oscuras ropas, envolviéndole en una marea negra tan formidable como irresistible.
Pyanfar se quedó sola en el umbral con la perla entre sus dedos, completamente aturdida.