9

La Harukk se posó en el muelle, la Aja Jin, la Vigilancia y la avanzadilla de naves kif la siguieron en la última etapa de su aproximación.

—Hakkikt tomar muelle ahora —les llegó entonces el mensaje de la Aja Jin. Poco después de que se hubiera producido el atraque, una voz de la central de Kefk dijo:

Control tráfico lado oxígeno cerrará emisiones brevemente. —Primero en kif básico, luego en hani—. Orgullo de Chanur, aquí central de Kefk: control tráfico lado oxígeno cerrará emisiones brevemente y las reanudará con personal de la Harukk, saludos del hakkikt Sikkukkut an’nikktukktin; las operaciones en el lado de metano continuarán. Por favor, manténgase a la escucha.

—¿Skkukuk? —preguntó Pyanfar.

—El hakkikt Sikkukkut ya ha asegurado el muelle alrededor de su nave —dijo el kif desde su asiento al otro lado del puente—. Sus fuerzas se dirigen a la central de la estación para tomarla; la central indica que no habrá resistencia alguna. Hani, estoy sufriendo. Kkkt. Estoy…

—También sufrimos todas nosotras. Cállate.

—Cuidado con trampas. Cuidado… Sikkukkut las conoce. Cuidado con resistencia oculta. Habrá… Kkkt. Resistencia oculta.

—¿Dónde?

—Oculta. Oculta.

—Eso es una gran ayuda, kif.

—Kkkt. Ktkot kifik kifai…

—Bueno, desde luego no somos kif. Gracias a los dioses.

—Estúpida. Kkkt. Estúpida.

—¡Qué se calle! —(De Hilfy, en un tono ronco y desesperado).

—Silencio. Kif, cállate ahora mismo.

—Kkkkt. —(Más bajo)—. Kkk-kt.

—Cállate. —(Tirun)—. O te romperé el maldito brazo.

Después reinó el silencio, roto sólo por unos cuantos chasquidos. En el puesto de Hilfy, un silencio aún más profundo. Lo perdiste, niña, todo el mundo lo sabe, el kif lo sabe. Vuelve a conseguirlo, ¿eh, sobrina? Volvamos a empezar, concentrémonos en el trabajo, lo estás haciendo muy bien, niña.

Y un poco después:

—Tía —dijo Hilfy. Y, por el comunicador:

Aquí control de tráfico en Kefk, saludos del hakkikt, reanudamos la transmisión. Ikkiktk, siga con las instrucciones anteriores. Orgullo de Chanur, saludos del hakkikt, siga con las instrucciones. Aquí Tikkukka, skku de Sikkukkut an’nikktukktin akkiakkikt pakkuk Kefktoki. Saludos del hakkikt, su muelle será el 12 tal y como había sido asignado. Ikkiktk, honrado sea el hakkikt, ocupará el muelle 14; Makkurik, honrado sea el hakkikt, ocupará el muelle 25…

—Cortesía —murmuró Chur—. Cortesía. Escúchales…

—¿Skkukuk? —preguntó Pyanfar—. ¿Has oído eso?

—Parece normal —dijo Skkukuk desde su puesto situado en la parte trasera del puente—. El hakkikt ha consolidado su control sobre la central de la estación. Hani, estoy cansado de estar en este asiento, el cable me hiere en las muñecas. Necesito comida… Kkkt. Kkkt. Te advierto que mis servicios no te serán de ninguna utilidad si…

—Limítate a contestar directamente a mi pregunta, kif. ¿Qué debe de estar pasando ahí arriba?

—¿Qué harán los mahendo’sat? Kkkt. Kkkt. ¿Qué pretende ese aliado tuyo que acaba de entrar en el sistema? Kkkt. Si los mahendo’sat intentan traicionar al hakkikt, no sería muy prudente que nos posáramos en el muelle.

La Mahijiru de Dientes-de-oro seguía acercándose, ahora en condiciones de inercia. No iba a la velocidad máxima pero, decididamente, se aproximaba.

—Tía —dijo Hilfy—, la Aja Jin nos aconseja que nos posemos en el muelle y que no aceptemos ninguna conexión aparte del acceso personal y los cables de comunicación protegidos.

—Acuse de recibo afirmativo.

—Kkkt. Por encima de todo, cuidado con vuestros aliados. Cuidado con…

—Cállate, kif.

—Estúpidas, estoy en poder de unas estúpidas.

Seguían viniendo. Por delante de ellos el tc’a que les había servido como escolta continuaba con sus lunáticas evoluciones, aproximándose al muelle que le había sido destinado en el lado de metano de Kefk. El control de la zona de metano enviaba matrices de datos para comunicárselas al tc’a. Y ahora en el monitor 4 aparecían imágenes de cámaras transmitidas por Haral. La estación de Kefk brillaba con sus luces igual que una estrella de mal augurio, bañada en un resplandor rojo y naranja.

—Un condenado infierno mahen —dijo Chur.

—¿Tendrán infierno los kif? —se preguntó Tirun—. ¿Qué dices a eso, Skkukuk?

No hubo respuesta alguna.

—Tampoco maldicen —dijo Hilfy—. Los kif no maldicen, ¿verdad, kif?

—Ocupaos de vuestros asuntos —ordenó secamente Pyanfar.

—Kefk —dijo Haral, transmitiendo a los otros puestos una llamada general que, muy probablemente, procedía del tablero de Khym. Los datos enviados por Kefk empezaron a llegar y Tirun los hizo pasar por el ordenador para examinarlos por si presentaban problemas y anomalías.

—Todo bien, todo bien —dijo Tirun—, tenemos un rumbo normal de aproximación a esta velocidad, dentro de los parámetros normales para el tamaño de Kefk.

Más números empezaron a desfilar por las pantallas.

—¿Lo pongo en automático? —preguntó Haral.

—Afirmativo —dijo Pyanfar. No había razón para obrar de otro modo. La Orgullo aceptaba las cifras que Haral iba tecleando en el mecanismo automático de aproximación: cansadas, por los dioses, qué cansadas estaban todas… Una luz roja empezó a parpadear rápidamente, el ordenador les avisaba de que el armamento estaba activado y que le estaban pidiendo una violación de la ley. Pyanfar pulsó tres teclas a la vez, ordenándole que lo hiciera, y luego archivó su decisión apretando otra tecla—. Aproximación bajo condiciones hostiles —murmuró en el micro de la grabadora—. Los armamentos seguirán activados hasta llegar al muelle. —La pantalla de vídeo atrajo su atención. Había una diferencia de tonalidades perceptible en el lento giro de la estación: algunas naves no reflejaban la luz igual que las otras naves atracadas en Kefk, tres… no, dos puntos brillantes en lo que todavía era una confusa hilera de naves posadas en el sector de los respiradores de oxígeno, situado junto al límite del sector destinado a los de metano. Pyanfar tecleó en sus controles pidiendo una imagen aumentada y luego pidió otro aumento más.

—No percibo calor alguno —dijo Haral—, salvo de las naves que me parece son nuestras.

Eso quería decir que ninguna nave con intenciones hostiles preparaba sus motores, que no se había producido ninguna llegada imprevista ni se preparaba ningún brusco despegue del muelle. Todavía.

—Tenemos algo más que kif en la estación —dijo Pyanfar—. Haral, échale un vistazo a la pantalla de vídeo número uno. En el límite de los sectores hay más puntos brillantes de los que deberíamos ver.

—Ya lo tengo. Es probable que sea nuestro stsho fugitivo. Puede que haya atracado aquí, quizá no tuvo más remedio.

—Podría ser.

—¿Puede ser otro de los trucos planeados por Jik?

—O Dientes-de-oro.

La Orgullo afinó su rumbo y las líneas se centraron en la pantalla: la estación de Kefk seguía emitiendo, ahora en tiempo real para todos los efectos prácticos. El diagrama del sistema indicaba un considerable número de naves mineras dispersas, todas dentro del sistema y apenas más fáciles de maniobrar que los mismos asteroides. También estaban ahí las naves de vigilancia, que ahora ya habían perdido su velocidad y empezaban a regresar sin prisas hacia su base. Y la Mahijiru, que avanzaba con la mayor velocidad detectable en todo el sistema, aparte de la suya propia, cuya trayectoria todavía merecía el honor de estar indicada con una línea roja que se encendía y apagaba en el trazador de rumbos.

—La Aja Jin dice que el muelle está controlado —explicó Hilfy—. La Mahijiru pide instrucciones para atracar.

—Ya —dijo Haral.

—Alabados sean los dioses. —Geran.

Entonces, no pensaban atacar. Una vez que hubiera empezado la secuencia de frenado… Dientes-de-oro tenía intención de posarse en el muelle.

¿Por qué… en nombre de todos los dioses, por qué, cuando se encontraba perfectamente a salvo protegido por el secreto en su posición anterior?

¿Por qué has dejado de esconderte, Dientes-de-oro? ¿Qué pretendes… amigo mío? ¿Otro engaño?

¿O acaso Jik sabía desde el principio dónde te encontrabas?

—Capitana —dijo Haral, dándole imagen de la estación—. Vídeo uno. Esa anomalía parece producida por los mahen.

Pyanfar miró hacia la pantalla. La mancha brillante situada entre los oscuros cascos de las naves kif fue cobrando relieve y definición. Sí. ciertamente era otra nave de diseño mahendo’sat. Eso significaba que en el muelle de Kefk había una nave mahen con la cual no habían contado… o una hani.

Cada vez más y más cerca. Pyanfar se frotó los ojos. Idiota, sigue despierta, manténte preparada o no tendrás que preocuparte por nada. El olor del kif había impregnado el puente. Su nariz se frunció, prometiendo un fuerte estornudo. Pyanfar logró contenerlo, pero el estornudo se arrastró nuevamente por su garganta y acabó explotando. Se limpió la nariz. Otra revolución.

La Aja Jin, la Vigilancia y una nave que brillaba demasiado.

—Debe ser en el dique 18 o en el 20 —dijo Haral—. Desde luego, me gustaría saber de qué se trata.

—A mí también me gustaría —dijo Pyanfar. Pregúntaselo a Jik, quería decir Haral con sus palabras. Pero Jik no mencionaba para nada en sus mensajes esa anomalía luminosa. Nadie hablaba de ella. Ni la Aja Jin ni la Vigilancia—. Llama a la Vigilancia. Pídeles que confirmen la situación del muelle.

—Bien —dijo Hilfy, y transmitió el mensaje. Pyanfar se mordió una garra y observó la estación de Kefk en su lento giro con el máximo aumento de imagen que la Orgullo era capaz de emplear. Decididamente, era una nave mahen. Decididamente. No era su stsho. Ese stsho tenía que haber logrado huir sin daños: habría sido necesaria una suerte fenomenal para que incluso las estaciones de vigilancia kif, siempre con el dedo encima del gatillo, pudieran detener una nave estelar que pasaba a través del sistema con intenciones de volver a saltar sin detenerse dentro de él. La posibilidad de que una tuerza inmóvil dentro del sistema pudiera disparar contra algo que pasara por él a una gran velocidad, y lo interceptara, era muy pequeña… a no ser que estuvieran prácticamente dentro de su camino. Era algo implícito en la misma naturaleza de las estaciones, y ahí radicaba su vulnerabilidad. Y ahí estaba la vulnerabilidad de las naves que habían perdido su velocidad y se dirigían hacia los muelles.

—Mensaje de la Vigilancia —dijo Hilfy—. Confirmación. La central ha sido tomada. Nos indican que debemos seguir adelante con precaución.

—Dales las gracias —murmuró distraídamente Pyanfar. ¿No se han dado cuenta? ¿Ehrran ha entrado en una estación kif que se ha negado a transmitir su lista de naves, y no ha probado ni tan siquiera una vez con el vídeo? ¿Y Jik tampoco? No, ni en un infierno mahen. Jik sabe que ahí hay una nave que no debería estar. Y Rhif Ehrran no puede ser tan estúpida. ¿Qué andan tramando esos dos? ¿Saben qué nave es?

Pyanfar conectó los retrocohetes. Con fuerza.

—¡Huhhh! —dijo Haral. Los corazones de todos los presentes en el puente tenían que haber dado un buen brinco.

—Estamos fuera de horario —dijo entonces Tirun con voz tranquila, E Hilfy:

—Mensaje de Kefk, de nuestra escolta, preguntan…

—Acabamos de esquivar una roca —dijo Pyanfar—. Diles que barran mejor sus senderos de entrada, ¿eh?

—¿Vamos a echarle una mirada a esa nave? —preguntó Haral, que había imaginado el motivo de su maniobra sin que nadie se lo dijera.

—Puedes apostar con los dioses a que sí. —Había sacado a la Orgullo de su sincronización automática con las revoluciones de la estación y del sendero de entrada previsto. Ahora tenían que revisar sus números y tomarse la molestia de calcular de nuevo el sendero asignado y el rumbo de aproximación. Unos cuantos pulsos más de los motores, medidos cuidadosamente, podrían hacer que se aproximaran a la estación de tal forma que el giro de ésta hiciera entrar el ojo investigador de la cámara en la nave que no debía estar ahí.

—Dioses —dijo Haral—, prioridad, prioridad… imágenes de motores knnn activados cerca del límite de su sector.

—Por los dioses. —Pyanfar examinó la oleada de nuevos informes que brotaban en sus pantallas y oyó cómo Khym hablaba a toda velocidad en un canal mientras Hilfy hacía preguntas por otro.

—Tenemos esa información —dijo Khym—. Py, Jik dice…

… una nueva imagen. En la pantalla de observación.

—… se está moviendo, se aparta del muelle, dioses, dioses, mirad cómo se mueve esa cosa.

—Cáptala, cáptala… ¡Chur, ayúdame, la he perdido!

—Kkkt. Kkkkt.

—Prioridad, prioridad… está transmitiendo… el tc’a está contestándole.

Una canción Knnn gemía por el comunicador. La matriz tc’a apareció en la pantalla, estaba totalmente compuesta de números.

—¿Qué es? —La voz de Khym.

—Tengo el traductor trabajando en ello —dijo Hilfy—. Nuestra escolta tc’a habla con el knnn.

—Transmisión de Kefk —dijo Tirun—. El sector de metano está hablando en varias longitudes de onda.

—Seguid así —dijo Pyanfar, mordisqueándose los bigotes—. Seguiremos acercándonos por este rumbo hasta que intenten detenernos.

—Prioridad. Traducción: pregunta, pregunta, pregunta, del knnn. Respuesta del tc’a: indeterminada. El traductor no puede descifrarla. ¿Les mandamos un mensaje preguntándolo?

—Negativo, negativo en cuanto a eso. Seguid manteniendo el rumbo de aproximación, calma.

Otras matrices aparecieron en la pantalla.

Tc’a

knnn

kif

kif

hani

mahe

mahe

Mkks

Kefk

Mkks

Kefk

Mkks

Kefk

Mkks

Kefk

ir

Kefk

Kefk

Kefk

Kefk

Kefk

—Suena como si estuviera hablando sólo con el knnn —murmuró Haral.

—El tc’a sigue manteniendo su curso, más o menos. Dioses… el knnn está cambiando su curso para situarse junto a él… Oh, bondad divina…

—Prioridad —dijo Hilfy—. Kefk nos está mandando una nueva asignación de entrada. Nos han incluido en el plan de acercamiento.

—¿Knnn? —preguntó Tully—. ¿Qué hacer, qué hacer?

—Calla —dijo Chur—. Silencio. No… no… no está haciendo nada, sencillamente está ahí fuera.

—Vamos a entrar en el muelle, Tully. Cállate.

—Kkkkt. Kkkkkt. Kkkkkt.

—¡Cállate! —dijo Tirun—, o te entregaremos a él.

—Calma, calma —murmuró Pyanfar—. Chur, ¿te encuentras bien?

—Prioridad… Jik nos aconseja que entremos en el muelle.

—El knnn está cerca… cerca de nuestro sendero, interceptando con el tc’a, parece como si…

—Ahí… no está en nuestras cifras… —dijo Geran.

—Está moviéndose para colocarse en el rumbo del tc’a. Ahí está el knnn…

—Síguelo. Quiero imagen visual.

—Lo intento —dijo Haral—. Dioses…

La imagen apareció en la pantalla, aumentando en una rápida serie de sacudidas. Los extraños perfiles de la nave tc’a emitían un chorro cambiante de luz y energía: el rastro de fuego donde se encontraba el knnn… ninguna luz de navegación, ningún número, ningún nombre. A los knnn no les importaban las reglas de navegación y no respetaban los senderos asignados. Estaba ahí, eso era todo: aparecía en la pantalla. Un destello de fuego. Frenando.

—Intercepción en el rumbo del tc’a —informó Geran—. Menos 23, 22, 21…

Dientes-de-oro estaba ahí atrás… unos minutos fuera de la línea temporal, intentando sacar todo lo posible de la vieja información que llegaba hasta él. Quizás ya hubiera localizado al knnn. Podía estar haciendo cualquier cosa. O quizás estuviera aguardando a que ellas le indicaran lo que sucedía. Frenando… siguiendo a la misma velocidad… cualquier cosa era una provocación potencial cuando se trataba con los knnn. Pyanfar se mordió los bigotes y luego los soltó con un bufido, su corazón retumbaba contra sus costillas.

—… 3, 2… Prioridad.

Una imagen de observación. El knnn se estaba moviendo junto con el tc’a, en el mismo rumbo. Estaba igualando su velocidad con la de él… así de rápido, así de sencillo. Frenar en seco para invertir el rumbo: el metal jamás podría aguantar algo así. Los cuerpos se convertirían en láminas.

Tully hablaba consigo mismo en voz baja. Parecía que estuviera maldiciendo, que soltara un chorro continuo de juramentos y blasfemias. El tc’a y el knnn aceleraron al unísono, su señal conjunta se movía cada vez más rápida, alejándose de la estación.

—Dioses —murmuró Geran—, se van, se van. Más 10, 25… ¡Mirad eso!

Dirección opuesta. El knnn se estaba dirigiendo hacia el exterior del sistema, en el nadir, con el tc’a o sujeto a él o siguiéndole muy de cerca en sus evoluciones. Los colores se confundieron sobre la pantalla, la aceleración era increíble.

—¡Ah! —dijo Tully.

—¡Ha saltado!

—Kkkt. Kkkkt.

—¡Ocupaos de la nave! —ordenó secamente Pyanfar. Nada se había detenido y, desde luego, la Orgullo tampoco: seguía lanzada hacia la estación y el cronómetro hacía desfilar rápidamente números cada vez más bajos. El tc’a se había ido. Desaparecido. Y el ordenador de navegación estaba haciendo aparecer brillantes líneas rojas en el segundo monitor—. Fuera de curso, fuera de curso, maldita sea, Haral… Quiero pasar cerca de ese punto. Prepara el equipo, prepáralo, ¿oyes?

—Bien, bien, preparado y acercándonos.

—Nos observan —dijo Skkukuk con voz débil—. Kkkkt. Los respiradores de metano, te advertí. Sácanos de aquí. Kkkt. Estúpidas.

—Cállate —dijo Tirun.

—¡No hay beneficio alguno en esto!

—Skkukuk —gruñó Pyanfar—, cállate.

Después de eso, el silencio. El chasquido y el zumbido de los instrumentos siguió a su ritmo habitual. Las naves kif hablaban entre ellas.

—…honrado sea el hakkikt —dijo la estación, continuando con su cantinela de antes—, no hay daños. Estamos a salvo. Seguid nuestros rumbos fijados. Por favor, acusar recibo.

De la Mahijiru, que seguía acercándose, sólo se recibía silencio, en tanto que todo lo ocurrido con el knnn volvía a desarrollarse en la línea temporal de Dientes-de-oro.

—Seguid en los puestos —dijo Pyanfar—. Tirun, quiero ese cálculo de aproximación. Coge todos los datos y vuelve a prepararlo.

—Lo tengo, lo tengo, estoy trabajando en ello.

Y, un poco después, cuando la estación les entregó los cálculos revisados según el nuevo sendero:

—¡Bastardos! ¡Lo había terminado ahora mismo!

—No van a cambiarnos de lugar en la lista de entradas —dijo Haral—. Revisarán toda la posición de las que van detrás nuestro. Quieren vernos entrar antes que los kif con toda su alma, ¿no?

Nadie respondió.

—Pásame ese programa de entradas —dijo Pyanfar—. ¿Podemos hacerlo? ¿Van a darnos nuevamente una ruta en la que estemos ciegas respecto a esa nave?

—La tenemos, la tenemos —dijo Tirun un instante después, cuando en la pantalla apareció un cálculo de rumbo.

Cerca, cada vez más cerca después de eso. El vídeo se fue haciendo más claro. Una vuelta entera de la estación de Kefk. Dos.

—Vamos, Haral, quiero esa nave —murmuro Pyanfar—. Grabación digital. Si la perdemos cuando nos encontremos encima, podemos probar suerte con eso.

La estación giró lentamente hasta quedar más allá de las cámaras montadas en la cúpula de la Orgullo. No hacía falta amplificación alguna: los números de serie aparecieron claramente al siguiente giro de la estación, pintados sobre la brillante columna de una tobera.

Una nave hani. 656 YAAV.

—La Luna Creciente —murmuró Haral—. Ésa es la Luna Creciente. ¡Tahar! —El comunicador del puente emitió un torrente de maldiciones.

Pyanfar siguió sentada en silencio. No estaba sorprendida. Encajaba. Encajaba muy bien. Entonces, ¿cuántos invitados va a tener esta fiesta? ¿Cómo sabía Dientes-de-oro que nos encontraría aquí? Dioses, ¿dónde nos hemos metido?

Le tocó el turno a los pantalones rojos y después a un chorro de perfume lo bastante grande como para ocultar todo el sudor que le esperaba en las siguientes horas: Pyanfar se tomó todo el tiempo necesario para ello, aunque tenía a la Orgullo posada en el muelle de forma casi provisional. Sus naves sólo aceptaron de la estación el tubo de acceso personal y las líneas de comunicación protegidas. El personal de los muelles protestó sin gran entusiasmo, alegando problemas de seguridad y la tensión que sufrirían las abrazaderas, pero acabaron tragándose sus protestas. Las naves de Sikkukkut estaban listas para moverse en cualquier instante, y ellas hicieron lo mismo.

El arreglarse no era cuestión de vanidad: al menos una de ellas tenía que presentar un aspecto y un olor convenientes para sus anfitriones kif, y Pyanfar se apresuró febrilmente para conseguirlo. En ese momento había tres hani fuera de turno. Había conseguido que Chur descansara, pese a sus protestas y su intención de seguir sentada en su puesto en tanto que su capitana se daba una buena ducha.

Arriba —había dicho Pyanfar, y Chur se había levantado de su asiento y había tomado por el pasillo que llevaba del puente hasta el camarote de Khym con paso algo vacilante. El vendaje que le cubría el flanco se había soltado un poco y sus pantalones colgaban peligrosamente bajos sobre sus caderas—. Métela en cama y dale algo de comer —le ordenó a Geran, apoyando la mano en el respaldo de su asiento—. Ocúpate de que se encuentre bien, ¿eh? Khym… —Hizo una pausa pensando en las demás órdenes que debía dar, pasando revista a la tripulación útil de que disponía en esos instantes: las combinaciones personal-trabajo no eran demasiado buenas, pero tenía que arreglárselas con lo que había—. Khym, te ha tocado la cocina. Tully, tú le ayudarás, ¿entendido?

—Bien —dijo Tully, sin ningún gesto de inquietud en su cara. Sólo distinguió una mirada indescifrable por parte de Khym al levantarse de su puesto y dirigirse hacia la cocina.

Pyanfar salió de su camarote aún algo mojada, colocándose bien los brazaletes en tanto que se encaminaba hacia el puente por el corredor principal. Tully salía del camarote de Chur y Pyanfar supuso que le habría llevado algo de comer.

Pyanfar le preguntó:

—¿Está bien?

Tully se puso la mano en un costado.

—Duele —dijo en hani, y su expresión reveló que tenía bastante más que decir pero que no confiaba en la capacidad del traductor. Se le puso delante, impidiéndole continuar, y señaló hacia la puerta—. Ver. Ir ver, capitana.

—Ya. —Pyanfar bajó las orejas. Tully tenía cierta tendencia a preocuparse por todo: como no podía entender la mayor parte de lo que sucedía a su alrededor, casi siempre sacaba conclusiones equivocadas en las crisis. Ahora no tenía tiempo para atenderle a él o a sus preocupaciones. Pero esta vez la mirada de preocupación que había en sus ojos era mucho más contenida de lo normal; y Chur…—. Anda —le dijo—, ve a bañarte. —Era el que peor olía de todas, aparte del kif—. Yo me ocuparé de Chur. Vete.

—Chur… —se negaba a dejarse apartar de ese modo—. Malo dolor.

—¡Vete! —Pyanfar agitó el puño hacia él, fingiendo que iba a golpearle sin mucha convicción. Se dio la vuelta y accionó el control de la puerta.

Al abrirse la puerta con un silbido, Geran se apartó del lecho de Chur a toda velocidad, intentando erguir las orejas y serenar la expresión tan rápido como pudo. Chur estaba tendida con un brazo sobre las sábanas. Sí, ciertamente, las cosas no parecían ir demasiado bien… la inmovilidad de Chur no era normal. Y tampoco era normal que esa bandeja estuviera sobre la mesa, con su contenido intacto, que después de un salto Chur no hubiera querido comer nada.

—¿Qué tal está? —preguntó Pyanfar dejando que la puerta se cerrara.

—Está bastante cansada —dijo Geran.

—Estoy bien —dijo Chur.

—Claro. Claro que sí. No quiero que trabajes en el próximo salto. —Pyanfar miró levemente hacia Geran. Hablaré contigo después. Y, hablando consigo misma: Dioses, dioses, dioses—. Haz que coma algo, ¿eh? No me importa si quiere comer o no.

—Bien —dijo Chur, removiéndose en la cama e incorporándose sobre los codos—. El costado me duele mucho menos. Me encuentro mucho mejor que antes, lo juro.

Pyanfar se acercó a la cama y pasó la mano sobre el hombro de Chur. El roce hizo caer sobre las sábanas una buena cantidad de vello muerto. Demasiado.

—Cuidaré de ella —dijo Geran—. Capitana, se encuentra bien. Se está recuperando, es sólo que ha trabajado demasiado y está cansada.

Pyanfar agachó las orejas y se limpió la mano en los pantalones.

—Cuida de ella —dijo—. Chur, no quiero que te muevas de aquí, ¿me has entendido?

—Me pondré bien, capitana.

Pyanfar se quedó un instante más ante la cama, sin moverse. Una conspiración de silencios. Chur y Geran… Chur, que siempre había sido la más alegre de las hermanas, la de ingenio más vivo, la que nunca se estaba quieta ni un segundo.

… el viejo salón en la mansión de Chanur, en los días de na Dothon Chanur. El día en que las primas habían venido de su hogar en la montaña para pedir que se les permitiera vivir en la residencia de Chanur…

… Chur contestaba siempre la primera, reía, hacía que fuera imposible sentir rabia ante el destino y la caída de Anify a manos de su nuevo señor. Geran, mostraba el ceño fruncido y el rostro amargo; dejaba que Chur se encargara de hablar, dejaba que Chur tomara a broma la terrible decisión que habían tomado al abandonar a su nuevo señor, dejándole con su locura.

—Señor Chanur, ese macho es un estúpido —había dicho Chur—. Y, peor aún, es aburrido. —Mientras, Geran permanecía sentada, en silencio, grave y pálida como un fantasma, la lengua inmovilizada por la ira.

… Geran miró a Chur cuando Pyanfar le dirigió la palabra; una breve respuesta y una mirada pensativa hacia Chur… Cúbreme, hermana, habla por mí, trata con ellos

Geran había salido de su reticencia en cuanto se acostumbró al espacio y la libertad: cuando descubrió algo en lo que podía destacar aprendió a reír, a tratar con desconocidos, a caminar orgullosamente con anillos en sus orejas y el grácil paso de una navegante espacial.

Pero, de pronto, apareció nuevamente el salón de Chanur. Dos hermanas que llegaron sin hogar después de haber sido voluntariamente exiliadas de las lejanas colinas; Chur se encargaba de pensar y Geran de manejar el cuchillo. Una conspiración. Y estaba muy claro quién de las dos llevaba sobre sus hombros la responsabilidad.

—Ya —dijo Pyanfar—. Ya. —Chur pidió con un gesto la bandeja que había sobre la mesa. Tenía las orejas erguidas. Geran puso la bandeja sobre el regazo de Chur.

—Se encuentra bien —dijo Geran.

Pyanfar salió del camarote y cerró la puerta. Luego puso en funcionamiento su comunicador de bolsillo.

—Hilfy, ¿sigue todo sin problemas ahí arriba?

Estamos bien. —La voz de Hilfy, desde el puente, casi sin dar tiempo a que Pyanfar acabara su pregunta—. Tenemos una llamada de Jik, lo único que ha dicho es que nos lo tomemos con calma, él se encarga de todo lo necesario. Dientes-de-oro se acerca sin prisas y no tiene muchas ganas de posarse en el muelle hasta que las cosas no se hayan calmado. Ahora nadie muestra gran actividad, hay un poco de movimiento en el sector de metano… parece que un par de tc’a/chi locales se pusieron nerviosos y los chi están corriendo como locos de un lado a otro. Los kif no hablan de ello. Al menos ahora no hay más knnn en el puerto y parece que las cosas se van calmando en el sector de metano. Dioses, eso espero.

Pyanfar entró en el puente y la voz de Hilfy se superpuso a su mensaje en el comunicador. Arrugó la nariz al percibir el acre olor del kif. Skkukuk yacía con el cuerpo fláccido en su asiento, olvidado de todas, aún atado, formando un montón de negrura. Hilfy y Tirun se encargaban de atender los mensajes y Haral dirigía las operaciones. Al menos el kif había dejado de hablar.

Ése era otro de los problemas que ocupaban su mente. Otro pedazo de protoplasma que habían descuidado y que estaba sufriendo. Se detuvo junto a él y puso la mano sobre el respaldo de su asiento. Skkukuk giró su cabeza de largas mandíbulas hacia ella y la miró con ojos ribeteados de rojo.

—Kkkkt. Capitana, protesto por el trato que se me da.

—Estupendo, estupendo. —El olor a amoníaco era casi asfixiante. Pyanfar sintió una mezcla de compasión y repugnancia. Y ganas de estornudar—. Hilfy, Tirun, tomaos un descanso… llevad a este kif abajo, dadle de comer, dejad que se lave un poco. —Ella misma soltó la hebilla que cerraba el cinturón de Skkukuk y le dio un tirón, levantando sus brazos todavía atados—. Arriba.

Skkukuk cooperó hasta llegar al borde del asiento.

—Capitana… —dijo.

Y se deslizó por entre sus manos, cayendo como una piedra. Skkukuk le golpeó las piernas y Pyanfar retrocedió. El cuerpo del kif se derrumbó de bruces hasta convertirse en un montón de telas negras que desprendían un fuerte olor amoniacal. Hilfy y Tirun se levantaron de sus asientos y Haral, después de volverse a mirar, se concentró rápidamente de nuevo en su trabajo.

—Dioses —murmuró Pyanfar, no sabiendo si decidirse por el enfado o el abatimiento. Se acuclilló junto al kif que empezaba a moverse, en tanto que Tirun avanzaba para ayudarla.

… Chur, Chur tendida en su cama, el vello desprendiéndose de su piel; Chur, la de la melena rojo dorada, la melena reluciente que hacía volver la mirada a todos los machos que se cruzaban en su camino… apagándose. Consumiéndose bajo sus mismos ojos…

Cogió al kif por su flaco hombro y recordó entonces esas mandíbulas capaces de partir el cable de un mordisco. El hombro era duro como una piedra.

—Cuidado —dijo mientras Tirun intentaba levantarle tirando de la cadera. Skkukuk se apoyó sobre un codo, usando sus manos atadas para sostenerse. Su capucha había resbalado hacia atrás. Alzó su cabeza, ahora al descubierto, como si estuviera aturdido, parpadeando y apartando los ojos de ella para mirar a Tirun—. Tráele agua —dijo Pyanfar. Hilfy no se había movido después de levantarse. Fue Tirun quien obedeció su orden.

—No le pongas las manos encima, tía —dijo Hilfy.

Sí, teniendo en cuenta esas mandíbulas era el consejo más prudente que podía darle.

—Ayúdame —dijo Pyanfar, agarrando mejor que antes los hombros de Skkukuk por encima de su túnica y levantándole de un tirón—. Ocúpate de sus pies.

Hilfy torció el gesto y le cogió por las rodillas: entre las dos lograron poner nuevamente al kif sobre el asiento del cual había caído.

Tirun cruzó nuevamente el puente a toda velocidad con un vaso de agua en la mano. Pyanfar lo cogió y lo sostuvo bajo la boca de Skkukuk. Su lengua brotó con la rapidez de un dardo y el nivel del agua fue bajando velozmente hasta que el vaso quedó vacío con un suave gorgoteo. Luego el kif apoyó la cabeza en el acolchado del asiento y parpadeó como si estuviera medio inconsciente.

—Nos advirtió, desde luego —dijo Pyanfar en un murmullo—. Id a la cocina… descongelad cualquier cosa. —Tirun volvió a marcharse rápidamente y Pyanfar, a regañadientes, metió la mano en la manga de Skkukuk, sintiendo el frío anormal de su brazo—. Creo que ha sufrido una conmoción. Maldita sea, no quiero perderle…

Hilfy la miró con recelo, una chispa de hostilidad asomaba en sus ojos.

—¿Quieres conservarle a bordo? —le preguntó fríamente.

—Por los dioses, lo que no quiero es verle morir así. Olvídalo de una vez, sobrina. ¿Todo eso te lo he enseñado yo… o es algo que aprendiste de otras compañías?

Las orejas de Hilfy cayeron bruscamente hacia atrás, sus fosas nasales se dilataron y volvieron a contraerse. Se dio la vuelta y se alejó por el corredor como si asuntos muy urgentes la estuvieran aguardando.

—¿Dónde crees que vas?

A cuidar de tu maldito kif —le respondió secamente Hilfy—. Capitana. Con su permiso, ker Pyanfar.

—Sobrina… —murmuró Pyanfar.

Pero ante ella sólo tenía la espalda de Hilfy que se alejaba rápidamente por el corredor principal, dejándole entre sus brazos un kif medio inconsciente que custodiar. Dioses. Dioses… Desató el cable que había dejado su mordedura en las muñecas del kif. Tenía las manos frías y fláccidas, y la contemplaba como perdido entre nubes, sin mostrar ninguna reacción ante una pelea entre hanis que en mejores circunstancias debería haber sido una gran diversión para él.

—Kkkkkt. Kkkkkt. —Eso era cuanto podía decir en su miserable estado actual.

Cállate, le habían dicho cuando empezó a emitir ese ruido.

Khym apareció en el puente procedente de la cocina, y se quedó inmóvil con las orejas gachas. Tully entró después que él, y también se quedó quieto, observando la situación con una de esas expresiones inescrutables que indicaban una tormenta de emociones dentro de su rubia cabeza. Quizá deseaba la muerte del kif, igual que Hilfy. Quizá tenía miedo o deseaba advertirles del peligro que representaba esta criatura, y no tenía palabras para hacerlo.

—Lavaos un poco —les ordenó secamente Pyanfar a los dos—. ¿Creéis que nos sobra tiempo para quedaros así mirando? Este maldito kif ha decidido desmayarse en nuestras manos, eso es todo. Venga, venga. Las demás queremos descansar también. Adelante, moveos. Las demás os estamos esperando.

—Comida… —dijo Tully, como si no supiera qué decir, y señaló hacia la cocina.

—Ven —dijo Khym y le cogió del brazo, arrastrándole a través del puente hacia el pasillo. Tully fue con él, pero se volvió a mirar cuando llegó al umbral.

—¡Venga! —dijo Pyanfar.

—Capitana —dijo Haral desde su puesto—. La Harukk llamando. El hakkikt nos advierte de que las estaciones de vigilancia se han rendido de forma oficial.

—Demos gracias a los dioses por ello. Acusa recibo.

—Bien.

Tirun volvió de la cocina con un recipiente que contenía trozos de carne cruda que aún olían a causa de su rápida descongelación, tan fríos que su temperatura era perceptible a medio metro de distancia.

—Kkkkt —gimió Skkukuk, y apartó su rostro al ofrecérselo Tirun.

Pyanfar frunció el ceño.

—Cállate y come, kif, ¿me oyes? No tengo tiempo para tus estúpidos gustos particulares.

—Kkkkt. Kkkkt. Kkkkt.

—Que los dioses te frían… —Cogió el recipiente de entre los dedos de Tirun y lo sostuvo bajo la boca de Skkukuk—. Cómetelo. No me importa que no te guste. No tengo tiempo para esto.

—Kkkkt. —Y las mandíbulas se cerraron secamente, en tanto que los músculos se hinchaban a lo largo de todo el hocico. Sus fosas nasales se apretaron hacia dentro. Skkukuk se estremeció durante largos segundos y mantuvo el rostro apartado del recipiente, los ojos cerrados, su cuello retorciéndose en una serie de espasmos.

Pyanfar apartó el recipiente de su boca.

—¿Comió algo de lo que le dimos antes del salto?

—No estoy segura —dijo Tirun—. La mayor parte se había secado.

—Capitana —dijo Haral—. Tenemos una localización definitiva sobre ese stsho que salió de Mkks: pasó como un rayo por aquí esta mañana y no se detuvo ni para saludar.

—Que los dioses le pudran. Naturalmente que lo hizo. ¿Qué ha sido de Tahar? ¿Alguna noticia sobre la Luna Creciente?

—¿Hago averiguaciones? —preguntó Haral.

—¿Alguien ha hecho preguntas?

—Negativo.

—Dioses. Era de esperar que la Vigilancia preguntara algo al respecto, ¿no? Nada de preguntas, déjalo. Limítate a seguir escuchando.

—Quizá deberíamos pedirle consejo al hakkikt sobre cómo se alimenta a un kif —murmuró Tirun junto a ella—. Capitana… quizá si le pedimos a los kif que nos consigan algo…

Pyanfar se volvió hacia ella y la miró fijamente con las orejas gachas. Tirun se apresuró a recoger el apestoso recipiente y lo tapó. Hilfy entró en el puente procedente del pasillo con otro recipiente en la mano.

—¿Ha comido algo?

—No.

Hilfy le ofreció su recipiente. Olía a sangre. Era sangre. Pyanfar arrugó la nariz cuando Hilfy pasó el recipiente ante su rostro.

—¿De dónde has sacado esto, por todos los dioses?

—Suministros médicos —dijo Hilfy con las orejas gachas y la mandíbula apretada.

El kif empezaba a arrugar la nariz, olisqueando. Su cabeza giró, los ojos se abrieron y una lengua desesperada investigó el aire. Skkukuk alzó las manos para cerrarlas en torno a las de Hilfy, que sostenían el recipiente; y su contenido, de color rojo oscuro, desapareció entre el enérgico palpitar de sus mandíbulas provistas de grandes músculos.

—Bondad divina —dijo Tirun.

—Es muy selectivo, eso es todo —dijo Hilfy—. Un apetito auténticamente delicado. La comida del congelador lleva demasiado tiempo guardada para él.

—Limpiadle —dijo Pyanfar—. Si es necesario, dadle de comer otra vez. Pero, por los dioses, nada de generosidad. Necesitamos esos suministros. Y tú…

La reprimenda murió en su boca dejándole un mal sabor. Hilfy estaba a punto de estallar. Lo percibió en el brillo de sus ojos, la firmeza de su mandíbula.

—Descansa un poco —le dijo; y eso hizo que las orejas de Hilfy se abatieran tan rápidamente como lo habría conseguido un golpe en la cara.

—Estoy bien.

—¿Realmente lo estás?

Hilfy no respondió. Sus ojos seguían estando muy oscuros y sus orejas pegadas al cráneo.

Sacarle de esta nave, echarle de mi puente, devolvérselo a Sikkukkut.

Dioses, dioses, dioses, los suministros médicos. ¿Cuántas veces tendremos que desangrarnos para alimentar a esta criatura?

—Kkk-t —jadeó Skkukuk. Pyanfar miró al kif y se dio cuenta de que sus pupilas empezaban a ser capaces de enfocarse en los objetos. Tirun se movió para apartarle del asiento—. Kkkkt —dijo en voz baja—, kkkkt… —intentaba mover sus pies calzados con botas para que le sostuvieran. Su cabeza se levantó y sus ojos enrojecidos miraron a Pyanfar. Sabía qué había bebido. ¿Quieres el resto, eh, kif?

Tirun le hizo levantarse. Hilfy le cogió de un brazo y se lo llevaron, lentamente, sujetándole y sosteniéndole al mismo tiempo. Tendríamos que atarle esas mandíbulas cuando estuviéramos manejándole. Había una zona de su brazo izquierdo donde el vello nunca había vuelto a crecer bien: cirugía plástica, una sola vez, hacía ya mucho tiempo, en su juventud, cuando era más imprudente que ahora. Me pregunto si se ahogaría… sus orificios nasales están tan cerca de la superficie de las mandíbulas.

¡Dioses, sacadle de mi nave, eso es todo!

Y mantened a Hilfy lejos de él.

—Voy a entregar ese bastardo a Jik —murmuró Pyanfar, instalándose en su asiento al lado de Haral. Y, antes de que Haral pudiera aventurarse a comentar una situación de familia, añadió—: Vete. Aséate un poco. Puedo manejar yo sola las cosas durante un tiempo. Ya tenemos bastantes problemas, por los dioses. No sé cuánto tiempo vamos a estar aquí, pero supongo que no será demasiado. Puede que horas, con suerte un día o algo más.

—Bien —dijo Haral sin hacer comentario alguno, sin protestar y sin perder el tiempo traspasando las funciones a su tablero, lo que retrasaría el instante de abandonar su asiento—. ¿Necesitas algo de abajo?

—Negativo. Pero date prisa. Cuando las veas, que Hilfy y Tirun hagan lo mismo.

—Bien. —Haral se alejó con paso rápido y decidido. Algo de agua y jabón encima, unos pantalones nuevos y limpios, acercarse a la cocina si había tiempo para ello y meterse comida en el vientre.

Durante los últimos días ninguna de ellas tenía exceso de grasa. Toda la tripulación tenía un aspecto agotado y habían enflaquecido, pasando un turno tras otro sin comer o sin dormir más que a ratos perdidos, brevemente, en tanto que un salto detrás de otro las iba quemando por dentro. A cada salto se pagaba una penalización fisiológica. El kif la pagaba, ellas también. Pyanfar comía únicamente porque sabía que era necesario hacerlo, no porque la comida le resultara atrayente, cuando en realidad tendría que haber estado muriéndose de hambre. Sólo la debilidad y los temblores de su cuerpo le indicaban que debía comer, no el apetito. Otro salto… dioses, otro salto y con toda seguridad empezaremos a notar los efectos. Nadie puede soportar este ritmo.

Chur… no puede hacerlo. Fui una imbécil escuchándola en kshshti. Ahora tiene serios problemas, cada vez está más y más delgada. Luego vendrán el vello y los huesos. Las funciones digestivas. Los riñones, el corazón. No es sólo el fuego de los kif lo que puede matarnos. Ahora no podemos correr. Si algo va mal aquí, no podremos salir huyendo. Chur necesita esas horas. Necesita días enteros aquí.

¿Conseguir un médico? ¿De quién?

No. No. Chur se curará. Su costado ya está mejor. El salto le ha robado muchos minerales de su organismo. El proceso de curar también la ha despojado de muchas sustancias. Hay que darle vitaminas, montones de carne roja. Lo conseguirá. Ha pasado la crisis y aún tiene reservas.

Pero yo he perdido un montón de vello. El kif se derrumbó. Pyanfar se pasó la lengua por la boca, sintiendo que una parte de ella estaba irritada y que un diente le prometía un agudo dolor después de haber sido tocado. Sí, hemos corrido mucho. Ese maldito kif se desmayó después de un salto. Hemos estado… dioses, ¿mantos saltos con raciones escasas y poco sueño? Y seguimos aguantando en pie.

Necesitamos un médico hani, maldita sea. No un mahendo’sat, sino un médico que realmente sepa cuál es el margen. Y el personal médico hani es muy escaso por aquí. Si hablo con la Vigilancia…

Antes se vería en un infierno mahen.

Pero mientras su mente seguía discutiendo consigo misma, su mano ya había pulsado las teclas del comunicador entre naves.

Vigilancia, aquí la Orgullo de Chanur, Pyanfar Chanur al habla. Ponedme con vuestro personal del servicio médico.

Dioses, Chur se comerá las sábanas si hacemos venir alguien de la Vigilancia. Pero que se las coma, por los dioses… No me gusta esto. No me gusta el aspecto que tiene, su forma de mirar.

—Orgullo de Chanur, aquí oficial de turno de la Vigilancia. Capitana, tenemos operaciones en curso. Nuestros tableros están ocupados. Transmitiré su petición y volveré a llamar.

Pyanfar leyó entre líneas: una nave grande que se tomaba las cosas con calma cuando tenía personal de sobras. Eso significaba tripulantes descansando, el relevo encargándose de las operaciones, Rhif Ehrran descansaba junto con el resto de sus primeros mandos, dándose una ducha, durmiendo, pudiendo comer sin prisas. Y no querían que nadie se enterara de cuál era la situación a bordo.

Que los kif supieran cuáles eran los ritmos y costumbres internas de sus naves era algo que no beneficiaba a ninguna hani.

—Está bien, Vigilancia. —Conectó el canal de Jik—. Aja Jin, aquí la Orgullo.

—Aja Jin aquí, tener todo personal ocupado. ¿Esto emergencia?

¡Soy Pyanfar Chanur, maldito sea tu pellejo, ponme con Jik! Pero eso era puro pánico. Jik estaría probablemente comunicándose con la Mahijiru, y la tripulación de la Aja Jin estaría metida hasta el cuello en sus tableros, pasando códigos y comunicaciones con Dientes-de-oro a medida que éste seguía aproximándose. La Aja Jin intentaba mantenerse al corriente de la situación y quitar todo el peso de las operaciones de la Vigilancia porque no confiaban en esa nave, y no querían ni podían darle trabajo a la Orgullo porque su tripulación no bastaba para encargarse de ello.

—No —le dijo Pyanfar al oficial de comunicaciones de la Aja Jin—. Transmita el mensaje cuando las cosas se hayan calmado un poco.

Un asunto delicado… cómo entrar en contacto con Jik para que él se encargara de darle un tirón de orejas a Ehrran y les consiguiera ayuda médica sin que la cosa resultara demasiado evidente. Hasta ahora no se habían tomado muy en serio el fajo de pruebas que Ehrran había acumulado en su contra. Pero no quería más pruebas, nada que pudiera completar el cuadro actual y suponer su condena definitiva ante el han.

Seguir los canales. Hacerlo todo del modo más seguro. No apartarse de los protocolos.

Debían tener tiempo para ello. Aunque ese stsho hubiera salido corriendo hacia Punto de Encuentro y hubiera contado todo lo que sabía, incluso si los knnn estaban poniéndose nerviosos. Dientes-de-oro y Jik actuaban como si hubiera tiempo. Hacían planes. Dientes-de-oro seguía acercándose al muelle, y eso quería decir que esperaba tener al menos cierto número de horas antes de que llegaran los problemas; que, como mínimo, tenía algún asunto personal que atender aquí, y ese asunto hacía que el viaje valiera la pena.

Pero Chur…

Geran la está protegiendo, eso es lo que ocurre. Y Geran tiene miedo. Yo también lo tengo Por los dioses, jamás debí permitir que continuara después de Kshshti.

Pero la necesitábamos. Seguimos necesitándola.

Dioses, no mejora. Está peor.

El comunicador seguía parloteando. Kefk se ajustaba a la realidad de su ocupación. El sector de metano por fin estaba calmándose. Sólo representaba una pequeña parte del territorio de Kefk, pero era una zona que los kif se tomaban muy en serio y de la cual salía muy poca información coherente, aunque al menos ahora el caos parecía haberse reducido bastante. Y no había más knnn metidos en él.

Geran volvió al puente. Se dirigió hacia el asiento de Pyanfar y se inclinó sobre él. Pyanfar se volvió a mirarla.

—¿Está bien? —le preguntó Pyanfar.

No. No está nada bien, pensó Pyanfar sintiendo un repentino escalofrío. La boca de Geran formaba una tensa línea recta, su mandíbula estaba fuertemente apretada.

No podía hablar, otra vez. Igual que en el salón de Chanur, como ocurría siempre en todos los asuntos que implicaban oponerse a Chur, resistir su voluntad. Vio cómo la boca de Geran se agitaba levemente, la tensión de su cuello, el esfuerzo que le costaba hacer brotar las palabras.

—Capitana, lo ha vomitado.

—Oye, prima, ya he llamado pidiendo un médico.

—Bien —dijo Geran y, para sorpresa suya, no protestó ni intentó discutir. Luego, con expresión aún más abatida que antes, sin tomarse ya la molestia de disimular, añadió—: Creo que sería lo mejor, realmente. Capitana, estuvo a punto de ahogarse cuando intentó comer. Está muy débil. Le costaba mucho respirar.

Durante un par de segundos las dos guardaron silencio. Ecuaciones mortales. Puntos de los que no se regresaba. Curar de una herida durante los saltos era algo muy difícil y que representaba un gran esfuerzo para el cuerpo. Y si la herida había exigido demasiado de los recursos físicos de Chur y las tensiones de los saltos seguían acumulándose…

Después de esto las esperaba otro salto; podía llegar en un día… o en horas; y si las cosas iban realmente mal aquí, podía tratarse de un salto seguido de otro y otro, con los kif siguiendo su rastro y en algún momento, en algún lugar de ese rumbo… tendría que hacer saltar a la Orgullo sabiendo con toda certeza que Chur moriría debido a esto. A eso se enfrentaban ahora.

—Está bien —dijo Pyanfar en voz baja—. Está bien, lo haremos. Traeremos aquí un médico ahora mismo. Hani. La Vigilancia tiene personal médico, conseguiré que venga alguien. No me importa lo que haga falta.

Otro esfuerzo convulsivo para hablar.

—Déjame hacerlo. Capitana, deja que lo haga yo. —Y luego, con más calma, rota ya la presa—. Perdóname pero… quizás yo pueda hablar con su personal, hacerlo con discreción, de forma no oficial, ¿eh? Como un derecho de parientes.

Sin la arrogancia de una capitana metida en el asunto, quería decir Geran.

—Hazlo —dijo Pyanfar sin guardarle rencor por ello—. Su oficial de comunicaciones responde a las llamadas, pero nada más. Tendrás que arreglártelas con ella.

—Bien. —Geran se instaló en el puesto de comunicaciones número uno y empezó a manipular los controles, sin hacer ruido, moviéndose con urgente rapidez.

No era algo que Pyanfar tuviera muchos deseos de oír: Geran suplicando, exponiendo la situación de Chur a una tripulante de Ehrran que desearía discutir sobre los canales burocráticos a seguir en algo que significaba la vida o la muerte de Chur.

Tendría que haberlo hecho antes. Tendría que haberles suplicado. Dioses, no me importa, tenemos que apresurar todo esto. Pero era más probable que Geran tuviera éxito allí donde ella no lo habría tenido. Indudablemente el asunto acabaría llegando al nivel de las capitanas y ella tendría que suplicarle personalmente a Ehrran que accediera antes de que el problema estuviera resuelto; pero aun así tenía que seguir existiendo algo sagrado entre las hani… como el derecho de parentesco y el lazo entre hermanas. Si una nave llegaba al puerto de Anuurn con una crisis familiar inminente tenía derecho a pasar ante cualquier otro tipo de tráfico. Una hani que debiera llegar a su hogar por ese tipo de asuntos podía viajar en cualquier vehículo y ordenar que se pusiera a su disposición todo lo necesario sin tener que perder el tiempo con el mero formalismo de un billete hasta que todo hubiera acabado. El derecho de parentesco era capaz de eliminar toda la burocracia de un tirón, venciendo barreras, acallando todas las objeciones y la oposición que pudiera encontrar. Había una ley más alta que la ley del han. Siempre había existido. La Vigilancia tenía que respetar eso.

—Capitana. Quieren que tu petición sea archivada.

Pyanfar hizo girar su asiento y respondió con calma silenciosa a la mirada angustiada de Geran antes de aceptar la transmisión.

—Aquí Pyanfar Chanur —dijo por el comunicador.

Chanur. —Era Rhif Ehrran en persona—. ¿Quieres que vuestra tripulante sea transferida a nuestras instalaciones?

—Quiero que sea tratada aquí, si es posible. —Dioses, poner a Chur en las manos de Ehrran—. Se trata de la petición de una pariente, ker Rhif. —Humildemente, sin levantar la voz. Con toda la dignidad de Chanur que le era posible conservar—. Geran Anify par Pyruun tiene derecho a acompañar a su hermana si ella debe ser trasladada. —«Si te la llevas tendrás a una Chanur sana suelta por tu nave, maldita bastarda sorbehuevos, condenada Ehrran; no tendrás la suerte de poner tus manos sobre una de nosotras indefensa, sin nadie que la proteja… y nos quedaremos sin dos tripulantes, así te estallen los ojos, y tú tendrás dos rehenes, y lo sabes»—. Capitana, apreciaría mucho que se diera un poco de rapidez a todo este asunto. Se encuentra bastante enferma.

Un largo silencio.

Enviad los informes del caso, los que haya. Mi personal médico no trabaja con suposiciones.

—Ya sabes que no tengo personal médico a bordo, Ehrran.

Esperas que me encargue de esa enferma sin ningún tipo de informe adecuado, Quiero una declaración firmada de Geran Anify como pariente más cercana, y otra tuya como responsable del clan antes de que mi personal la toque.

—Las tendrás. —«Cúbrete la espalda, maldito parásito. Protégete. Dame una sola oportunidad y cuando vaya a por ti no tendrás que enfrentarte a una mera demanda legal»—. Con todo mi respeto, ¿podemos empezar ya? No sé cuánto tiempo vamos a seguir en este puerto.

Habrá que esperar a esas declaraciones, Chanur. O si no, en caso de que prefieras confiarle tu problema a los mahendo’sat o los kif

—Mandaremos las declaraciones, aceptamos toda la responsabilidad. Gracias, ker Rhif, Estoy en deuda.

La conexión se interrumpió con brusca descortesía.

—Que los dioses la frían —murmuró Geran.

—Por todos los dioses… —dijo Pyanfar mientras se volvía hacia Geran y la contemplaba con una furia idéntica a la suya—, le debemos un favor, Chanur está en deuda con ella por esto.

—Sí —dijo Geran con voz ronca. El aire surgía de lo más hondo de sus entrañas con un ruido sibilante, como si le costara recorrer el camino—. Hogar y sangre, capitana. Cuando tengamos una oportunidad.

—Cuando… —Pyanfar agitó las orejas. Los anillos tintinearon, recordándole viajes y experiencias. Estaban tratando con una Inmune. Según todos los principios de la ley civilizada, no se la podía desafiar. Pero Chanur era más antigua que cualquier clan Inmune. Era más antigua que Ehrran, en todos los sentidos—. Prepara esas declaraciones. Que venga Khym. Y pon en marcha el automed y manda las funciones vitales de Chur a la Vigilancia; démosle a su personal médico toda la ayuda posible y ahorrémosle tiempo a Ehrran, tanto por nosotras como por Chur.

Khym entró en el puente y empezó a revolver en los archivos legales; Tully apareció un poco después en el umbral.

—Aquí —dijo Pyanfar llamando a Tully con una seña. Se inclinó bajo su asiento para coger una sonda tipo tres del compartimento de herramientas situado bajo la consola. Extendió una garra y, para hacerle una demostración, apretó con la sonda un botón de los que no producían ningún efecto peligroso estando en el muelle. Tully la observaba y luego, dándose la vuelta, Pyanfar le metió la sonda entre los dedos. Sus ojos azules se iluminaron en una súbita comprensión y Tully apretó la herramienta en su mano—. Vamos a conseguir ayuda para Chur —le dijo—. Mientras tanto, necesitamos un tripulante, ¿eh? ¿Entendido? Botones. Controles. Dioses, no puedes leer. Usa tu imaginación. Ve con Khym, dile que harás lo que te indique, ¿puedes?

—Yo entiendo —dijo—. Hago. Trabajo, ayudo.

—Bien por ti. —Le dio una palmada en la pierna que tenía más cerca y le indicó que fuera con Khym. Se trataba de que el medio inútil ayudara al que no tenía experiencia alguna, y que entre los dos hicieran cuanto pudieran. Dioses, dioses. Dejó caer la cabeza sobre las manos y se echó la melena hacia atrás. Estaba temblando de fatiga. Oyó que alguien más entraba en el puente. Geran había vuelto con los datos disponibles de su escaso instrumental médico y se instaló rápidamente en el asiento vacío que había junto al puesto de Haral para mandar los datos a la Vigilancia, sin hacer un solo gesto superfluo.

Sólo los dioses pueden saber cuánto tiempo estaremos aquí. Geran adivina el riesgo que corremos… si tenemos que salir huyendo de repente. Chur… sólo los dioses saben si en estos momentos puede pensar de forma racional. O quizá piensa que de todos modos va a morir y no quiere que perdamos el tiempo ayudándola. Condenada montañesa tozuda. Vamos al espacio. Nunca logramos sacarnos el hogar de la sangre. Dioses, dioses… Por un instante, cuando estaba tratando con la Vigilancia, en el rostro de Geran hubo una expresión idéntica a la que había visto en Hilfy con los kif y ninguna de esas dos expresiones parecía mostrar demasiada preocupación por la supervivencia personal. Cuando pensaba en Ehrran, el corazón de Pyanfar también se aceleraba. Meditaba en lo que había hecho, en cómo una estúpida había logrado involucrar a una pequeña nave y a una tripulación de comerciantes en los asuntos de los Personajes, los hakkiktun y, los dioses no lo quisieran, los knnn.

No les quedaba ningún sitio adónde huir aparte del hogar, y allí sólo las aguardaban acusaciones y desafíos. Con una enferma a bordo no tenían modo alguno de correr hacia ahí sin matarla. Desde aquí podían volver a Mkks. O podían alcanzar Tt’a’va’o, en una zona espacial que ninguna hani había visitado y donde ninguna sería bienvenida, o salir huyendo hacia Punto de Encuentro donde la Orgullo tampoco era bienvenida y unos cuantos poderes deseaban sus pieles. Quizá Chur no viviera para llegar a ninguno de esos sitios y también era posible que la Orgullo no siguiera intacta mucho tiempo después de su llegada.

Peinó por segunda vez su melena con los dedos, agitó sus orejas para colocar en orden los anillos y escuchó cómo Geran iba mandando los datos e insistía en que el personal médico de Ehrran enviara su acuse de recibo.

Haral entró de nuevo en el puente, aún algo mojada después de su baño. En ese momento Khym se levantó de su tablero y, sin decir palabra, le entregó a Geran el documento legal para que fuera enviado mediante telefax a la Vigilancia.

—¿Qué ocurre? —preguntó Haral.

—Vamos a tener aquí ayuda médica de la Vigilancia —dijo Pyanfar en voz baja y tranquila; y las húmedas orejas de Haral se agacharon en muda comprensión. Haral sabía de quién se trataba y por qué; sentía alivio y confesaba que no le molestaba que hubieran pedido ayuda… y todo con ese simple gesto de orejas. Esa tranquila familiaridad, amistosa y tan cercana a su propia mente, la consoló un poco. En su juventud ella y Haral habían intercambiado más de un golpe, pero eso jamás había ocurrido en las cubiertas de la Orgullo. Jamás, desde que se habían sentado hombro con hombro ante los controles de la Orgullo.

—Chur no se encuentra demasiado bien, ¿eh? —preguntó Haral.

—Su estado no es crítico —dijo Pyanfar—, pero tampoco es muy bueno. No es su estado actual lo que me preocupa.

Haral frunció el ceño y, con eso, hizo una callada mención de otras cosas: su mala suerte, la de Chur y los aliados en que se veían obligadas a confiar.

—Dientes-de-oro empezará ya la… —«entrada de aproximación», pretendía decir Pyanfar, y el comunicador empezó a encenderse y apagarse. Pyanfar alargó la mano hacia él, inclinándose sobre el micro—. Orgullo de Chanur. La capitana al habla.

No eran ni Ehrran ni Jik. Era el chisporroteo metálico de la línea de comunicación protegida que las unía con el muelle.

—… kokkitta ktogotki, Chanur-hakto. Kgoto naktki tkki skthokkikt.

—Por todos los dioses, no pienso abrir esa escotilla.

—… kohogot kakkti hakkiktu.

—Ni tan siquiera para él.

Khoiakku. Sphitktit ikkti ktoghogot.

—¡Usa la jerga!

—… Regalo. Del hakkikt.

Pyanfar tragó aire y alzó los ojos hacia Haral, viendo cómo sus orejas se agachaban. «No me lo preguntes», significaba esa expresión. «Ya sabes las opciones que nos quedan».

—Ya voy —dijo Pyanfar por el comunicador—. Kgakki tkki, skku-hakkik-tu. —Las palabras corteses rechinaron entre sus labios. Y, cuando el contacto quedó cortado, dijo—. Dioses, ¿qué más nos ocurrirá? Khym, Tully. Haral y yo vamos a la escotilla. Decidle a Tirun y a Hilfy por el comunicador que se reúnan con nosotras en la cubierta inferior… armadas, y rápido. Geran: pon esa cámara en funcionamiento. —Pyanfar se levantó de un salto en tanto que Haral se dirigía ya hacia el armario que contenía las pistolas—. Y, Khym, cuando hayas hecho eso, pon la onda corta y avisa a Jik de que tenemos kif acercándose a nuestra escotilla con regalos. ¡No uses las líneas de la estación! ¿Entendido?

—Bien —dijo Khym. Se cambió al asiento de Hilfy, y empezó a manipular los controles del comunicador. Sin protestas. Dioses, los machos se habían logrado aclimatar y empezaban a resultar útiles… algo había ocurrido en algún momento y el peso que había estado empujando cuesta arriba desde el puerto de Anuurn empezó a moverse por su propio impulso. Cogió la pistola ligera que Haral le rendía, comprobó el seguro a toda velocidad y salió del puente un paso por delante de Haral.

—Regalos —murmuró Pyanfar al mismo tiempo que Haral se colocaba a su altura una vez en el pasillo principal—. ¡Regalos! Así es cómo nos metimos por primera vez en este maldito jaleo, Knnn. Chur enferma. La Vigilancia con sus juegos. Y un maldito kif quiere darnos regalos.

Con Dientes-de-oro en las últimas fases de su aproximación al muelle, perdían el escudo espacial que les había proporcionado. A partir de ahora, su más importante misión iba a ser prepararse para una rápida desconexión del muelle y, en cualquier instante, una loca carrera para defenderse.

Habían sorprendido a la estación con la guardia baja. Era un truco bastante sencillo eliminar a una estación… bastaba con emerger del salto llevando consigo unas cuantas rocas cargadas de velocidad lumínica y dejar que siguieran su curso… si el atacante carecía de escrúpulos.

Y, recordaba constantemente Pyanfar, en la reputación de Akkhtimakt no se incluían los escrúpulos, ni tan siquiera los pocos que pudieran tener los kif.