5

Tenemos acuerdo, Ehrran —fue el lacónico mensaje de Jik. Había tenido el tiempo justo para que Jik hubiera podido volver a su nave y transmitirlo. («Por los dioses», había murmurado Haral entonces. «¿Qué tipo de chantaje está usando?». («Debe ser bueno…», había dicho Tirun). Y Jik había añadido—: Tenemos hakkikt enviando datos alimentar ordenador, mucho asunto interesante. Pasar por biblioteca. Tú aceptar, luego hacer comprobaciones.

Y después llegaron datos de la Harukk de Sikkukkut:

Yo, Sikkukkut, envío un regalo. Kefk no es Mkks. Lo descubriréis pronto. Saldremos del puerto dentro de doce horas o menos.

Aja Jin —protestó Pyanfar de inmediato—, es un tiempo muy cono. Ya que tenemos prisa, pero, maldita sea, no hemos tenido ni un momento para descansar.

—Siento —dijo Jik—. Tengo que hacer. Intenta, amiga. Tenemos problema.

—¿Qué problema?

—Como vector en ese stsho.

—Ha ido a Kefk, ¿eh?

—Justo maldito acertado.

—Dioses… —Pyanfar se pasó los dedos por entre la melena, con los codos apoyados en la consola, sintiendo que la tensión le acechaba detrás de sus ojos.

El ordenador emitía un continuo crujido de parloteo kif y mahendo’sat. Las oficinas centrales de la estación estaban todavía bajo el control de los kif, pero unos cuantos mahendo’sat hablaban ya desde las oficinas del muelle. Rápidas oleadas de luces recorrían los tableros de sistemas. Eran los datos enviados por la Aja Jin de Jik, que estaba filtrando los datos de la Harukk a través de su propio ordenador y los comparaba con sus registros antes de transmitirlos.

—Me gustaría echarle un vistazo a ese sistema de ordenadores que tiene ahí —dijo Tirun—. Por el modo en que nos llevó hasta aquí, apostaría a que es condenadamente complicado.

—Pues todo lo que puedo decir yo es que prefiero comprobar todos sus datos por duplicado —dijo Haral—. Khym, ¿quieres terminar con eso? Ayúdale, Geran, creo que se ha armado un lío.

—Ha desaparecido. Lo siento. Se me ha escapado de los registros.

—Tan sólo es una factura más —dijo Geran.

Dos tripulantes menos. Chur no estaba en condiciones de trabajar por ahora e Hilfy estaba descansando y recuperándose con Tully en la cubierta inferior. Mientras tanto, el universo accesible intentaba abrirse paso a través del sistema de ordenadores con un montón de quejas.

—Denunciamos… —era uno de los mensajes más frecuentes.

—Maldito optimista —acabó gritándole Pyanfar a un mahe mucho más insistente que los demás—. ¡Manda tu denuncia a Maing Tol y, por los dioses, espero que llegue!

Luego deseó no haberlo dicho. Le temblaban las manos y sentía en las entrañas ese vacío que la hiperactividad ocasionaba en el organismo después de un salto. Comió concentrados y bebió, pero no sirvió de nada.

Pasara lo que pasara, necesitaban dormir; todas tenían que dejar los turnos ante los tableros y descansar un poco, pero las comunicaciones de Jik llegaban en un torrente continuo que no les daba reposo.

—Ese maldito mahe no tiene nervios —murmuró Pyanfar—. Ha debido conseguir una tripulación de refresco mientras entraba en el sistema. Probablemente se ha tomado toda una cena de cinco platos. ¿Qué se cree que somos?

Nadie respondió a eso.

—Dioses —murmuró Geran cuando el plan de curso y la información sobre Kefk empezaron a cobrar forma—. Esto tiene realmente mal aspecto.

—Y todo antes de que lleguemos ahí —dijo Haral—. Apuesto a que en ese sistema hay más sorpresas de las que quiere darnos a entender el kif.

—No pienso apostar a eso —respondió Geran.

No había ningún punto de salto en su camino hacia Kefk, ni tampoco ningún punto de masa en el cual tres naves en malas condiciones pudieran aparecer, sumirse en el silencio, descansar y dormir un poco. La ruta se hallaba justo donde se superponían las influencias gravitatorias de dos estrellas; la Orgullo iría con el impulso de su propio campo de salto y el tirón de Kefk, entrando directamente a toda velocidad. Tres estrellas, contando a Mkks, Kefk 1 y Kefk 2. Kefk era una binaria cercana, y eso implicaba en el mejor de los casos una navegación difícil.

—Seis naves van con Sikkukkut, Jik y nuestra amiga Rhif —dijo Tirun—. Nos han colocado atrás para vigilar las colas.

—Solitas con siete kif —dijo Geran—. Dioses, vaya fiesta.

—Siempre es mejor que entrar las primeras.

—¿Qué intervalo tenemos?

—No el suficiente, por todos los dioses —Haral garabateaba notas furiosamente y el ordenador de Pyanfar escupió un documento por su ranura de salida.

Pyanfar no pensaba en otra cosa que en dormir, en la oportunidad de tender sus doloridos huesos sobre una cama y dejar que su mente se perdiera… mientras, se hallaban inmóviles en un muelle kif, con una fuerza de ataque kif, que muy probablemente estaba a punto de aparecer en el sistema, a su espalda, procedente de cualquiera de sus dos enemigos: las autoridades kif en Harak o las naves de Akkhtimakt procedentes de Kshshti. Su única esperanza era que Akkhtimakt no estuviera más cerca aún, que hubiera salido de Kshshti.

Sólo los dioses podían saberlo. Si un ataque las sorprendía en esta situación, si Akkhtimakt llegaba a Mkks antes de que hubieran salido o de que hubieran podido acumular velocidad, entonces se convertirían en blancos inmóviles con el morro pegado a la estación. No tenían ningún modo de acumular la velocidad necesaria con el tiempo de que disponían… lo mismo que le había ocurrido a la Harukk y sus aliadas.

No hacía falta ser telépata para adivinar la razón práctica por la cual Jik quería salir a toda prisa de Mkks.

Pero Pyanfar pensaba en otras cosas, como en la posibilidad de que Jik tuviera datos sobre operaciones que se desarrollaban en otras zonas, y que se los callara. Eso era una posibilidad: estaba absolutamente segura de que Sikkukkut sí lo sabía y no hablaba de ello.

«Hay fuego, hani. De Llyene a Mkks y Akkt. Incluso Anuurn».

Incluso Anuurn.

Y la Vigilancia había accedido a participar en un acto al que sólo se podía llamar de una forma: piratería.

«Supuse correctamente que me seguirías tan pronto como tu nave pudiera moverse, cazadora Pyanfar».

Entonces, ¿por qué nosotras? Dioses y truenos. Aparte de Tully, ¿qué poseemos que deseen los dos bandos? Y Sikkukkut nos lo ha devuelto. Jik podría haberlo reclamado. Y Jik no lo ha hecho.

¿Por qué deseaba Sikkukkut que nos metiéramos en esto?

Kif por todas partes. Un kif en el lavabo de abajo. Montones de pleitos llegaban a cada instante, porque una nave mercante hani era más fácil de acusar que una enviada del han o una nave de caza mahen. Y desde luego, mucho más fácil que los kif.

—Tenemos un mensaje de la Vigilancia —dijo Haral—. Un aviso oficial de que se ha presentado una queja.

—Diles que se la coman.

—Capitana…

—No, no les digas eso. Acusa recibo. —Pyanfar se concentró en otro tablero en el cual acababa de aparecer una comprobación de sistemas: todo despejado—. La tobera número dos está bien. —Verificó la comprobación de Tirun, tecleó la secuencia de la número tres y volvió nuevamente al sistema con los datos de Kefk.

El diagrama mostraba las estaciones de vigilancia armadas, tres de ellas en Kefk. Dentro de la distancia de salto el faro robot de navegación no proporcionaba datos sobre senderos de aproximación a las naves que llegaban hasta que no obtenía su identificación; y si la información que recibía no le parecía correcta, se desconectaba por completo. Eso significaba que muy pronto deberían reducir su velocidad para evitar la colisión, e incluso a esa velocidad reducida correrían el riesgo de chocar. Y con una velocidad de entrada insuficiente se convertirían en blancos fáciles para cualquier cosa que las estaciones de vigilancia decidieran hacerles caer encima. Dioses, era una locura.

—Desde luego, funcionar con un equipo en buenas condiciones es algo grande —dijo Tirun—. Ya me había acostumbrado a las alarmas.

—Uh. —Pyanfar leyó la previsión de secuencias que había surgido en la pantalla dos, la eliminó y se frotó la oreja derecha. Los caracteres se apartaban unos de otros formando una neblina verdosa y luego volvían a juntarse. Ni una queja de la tripulación. Ahí estaba sentado un macho hani con los huesos molidos por el cansancio, apretando teclas, gruñendo de vez en cuando en una especie de gemido reflejo que podía convertirse en un murmullo: pobre Khym, estaba demasiado bien educado como para maldecir como ellas, pero realizaba el trabajo de una tripulante con la firme y continuada concentración de una hembra, sentado junto a Geran.

—Dadme vuestra información. —Ésa era su letanía, recitada impecablemente—. Se la transmitiré a la oficial correspondiente. —Y, luego—. Lo siento, eso es totalmente imposible.

Oyó que el ascensor empezaba a funcionar: Pyanfar le dio media vuelta a su asiento, encarándose hacia el corredor. Un puro reflejo nervioso con un kif a bordo y las tripulantes de Ehrran montando guardia en la compuerta de la Orgullo.

Hilfy se acercaba al puente y, al parecer, tenía prisa. Cuando hubo cruzado el umbral, Pyanfar pudo apreciar que sus ojos eran dos círculos oscuros.

—Tía, ¿qué es todo ese asunto de Kefk?

Pyanfar hizo girar su asiento hacia Hilfy y apoyó la cabeza en el acolchado. Nadie podía entrar en el puente de la Orgullo y utilizar ese tono con ella. Pero Hilfy… Hilfy necesitaba cierta indulgencia en estos momentos. Pyanfar se la concedió.

—Vamos ahí, cierto. Tenemos un pequeño asunto del que encargarnos.

—¿Un asunto kif?

Ahora fueron las orejas de Pyanfar las que se pegaron al cráneo. Pudo ver claramente las líneas de tensión en el rostro de Hilfy, los lugares por donde podía estallar. Y se quedó callada durante unos instantes.

—Bien, ¿lo es?

—Es un asunto de Jik. Mira, sobrina, tenemos una factura que pagar. Una factura condenadamente grande, por los dioses.

—¿A quién?

—Para empezar, a Jik. —Sin poderlo evitar, sintió que su corazón latía a toda velocidad. Sus orejas seguían gachas. Sus garras salieron a medio camino de sus dedos y empezaron a hundirse en los acolchados del asiento—. Hilfy, ¿crees que tengo la influencia suficiente como para conseguir que una nave de caza mahen y una enviada del han nos ayuden a sacarte de apuros sin dar algo a cambio? Eres cara, sobrina.

Eso fue como una bofetada en el joven rostro de Hilfy. Círculos blancos aparecieron en sus ojos. Sus fosas nasales se dilataron.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Lo que vamos a hacer… —La voz de Pyanfar se quebró: estaba agotada. Levantó una mano. Hilfy oscilaba ante ella, insegura, casi en tan mal estado como ella. Era una locura. Todas estaban igual de agotadas—. Lo que vamos a hacer, sobrina, es lo que debemos hacer, sea eso lo que sea: no hay más remedio. Sí, vamos a Kefk. No tenemos dónde elegir. Empiezan a reclamar el pago de las deudas y no podemos engañar a Jik. Incluso Ehrran va a participar en esto, y no me preguntes por qué. Puedes estar condenadamente segura de que en parte es para espiar. En cuanto a nosotras, ya te lo he dicho. Deudas. Logramos sacarte de ahí. No supe hacerlo mejor.

—Tenemos un kif en esta nave.

—No por mi gusto.

—¿Algo de lo ocurrido últimamente ha sido decisión tuya?

Durante un segundo Pyanfar fue incapaz de creer lo que había oído; luego sus músculos se movieron en un espasmo que la levantó del asiento. Hilfy retrocedió un paso, con el rostro lleno de pena y confusión y las orejas pegadas al cráneo, como si tampoco ella fuera capaz de creer lo que había dicho.

Khym abandonó su puesto; con las orejas gachas, y eso sí que era un auténtico problema ambulante.

—¿Cuánto territorio tengo que darte? —preguntó Pyanfar—. ¿Cuánto te mereces, eh? —Las puertas del ascensor se abrieron otra vez al final del pasillo. Chur y, dioses, Tully, los dos se acercaban al puente, más aprisa de lo que deberían caminar ninguno de ellos. En todo el puente reinaba un silencio cargado de aciagos presagios, un murmullo de cuero a medida que la tripulación giraba sus asientos—. ¿Tienes alguna recomendación particular que hacerme, sobrina?

—No. —Por fin logró pronunciar la respuesta. Chur y Tully entraron en el puente: durante el último trecho del camino, prácticamente se habían sostenido mutuamente.

—Quizá será mejor que sigas descansando —dijo Pyanfar—. Tenemos trabajo que hacer.

—Tía, por todos los dioses…

¡Quiero verte fuera de aquí! Dioses y truenos. Hilfy Chanur, ¿acaso vas a enseñarme cómo llevar esta nave?

Tully se apartó de la consola en la que se había apoyado: débil, medio aturdido por la fiebre, dispuesto a interponerse entre dos hani enloquecidas. Pero por fin se detuvo oscilando atrás y adelante sobre sus pies, con pánico en los ojos.

Entonces Pyanfar comprendió y por un instante vio cómo habían sido las cosas cuando estaban con los kif. Y toda la tripulación lo entendió también. No quería seguir por esa línea de pensamiento. Hilfy cogió a Tully por los hombros y, con mucho cuidado, lo apartó hacia un lado en dirección opuesta a donde se hallaba Khym, confiándolo nuevamente al cuidado de Chur.

Después de eso reinó un silencio mortífero, roto sólo por el zumbido y el destello inanimado de los sistemas.

—Hilfy —dijo Pyanfar, y se hundió en su asiento—. Hilfy… —oía esos zumbidos y el crujido de la impresora escupiendo los mensajes que llegaban—. Todas estamos cansadas. No nos encontramos en condiciones de enfrentarnos a esto. Otras naves han podido cambiar de tripulación, han tenido tiempo para descansar… Geran, llama a Jik. Dile que a su maldito plan de operaciones se lo pueden llevar los dioses; vamos a descansar un poco. Hilfy: cuando recogimos a Jik había tenido una escaramuza con los kif no sé dónde. Le había dado un buen pisotón al rabo de Akkhtimakt. No sabemos dónde se encuentra Akkhtimakt ahora, pero quiere nuestros pellejos, de eso no cabe duda alguna. Sikkukkut jura que fueron los agentes de Akkhtimakt los que prendieron fuego a los muelles de Kshshti disparando a diestro y siniestro, intentando apoderarse tanto de Tully como de ti…

—¿Acaso importa qué condenado kif…?

—Cállate y escucha. Sikkukkut se apoderó de ti por razones particulares. Y eso no es que exija gratitud, basta con aplicar el sentido común. Los agentes de Akkhtimakt salieron corriendo de Kshshti. Ahora ya se habrán reunido nuevamente con él, y eso quiere decir que tenemos muy poco tiempo: es muy probable que uno de los exploradores de Akkhtimakt esté ya sobre el sistema de Kshshti. Y, de ser así, descubrirá adónde fuimos cuando empiece a examinar el sistema, obtendrá de ahí toda la información sobre lo ocurrido antes de que reduzca velocidad, y que los dioses les ayuden si se queda el tiempo suficiente como para arreglar un poco las cosas. No creemos que lo haga. Creemos que vendrá a por nosotros sin detenerse. Pero no podemos apostar sobre eso. También tenemos un informe de que ese stsho sin orejas que salió corriendo de aquí tomó la ruta de Kefk hacia su hogar. Y soltó todo lo que sabe durante el camino, no lo dudes. Tenemos un montón de problemas aquí, sobrina.

—¡Por los dioses, nos encontramos a un salto de Maing Tol o Idunspol! ¿No teníamos que sacar a Tully de aquí? ¿No tenía eso prioridad?

—La prioridad dejó de existir cuando Banny Ayhar salió de Kshshti. La Prosperidad se ha encargado de llevar se el paquete de Tully junto con una cinta traductora del lenguaje humano, puesta al día. Si Banny no ha tropezado con ningún problema, el paquete habrá llegado ya a Maing Tol. O llegará pronto. —En su estado de agotamiento, tenía algunos problemas con las cifras translumínicas—. Somos más rápidas que antes. Y si tanto te preocupa el bienestar de Tully… piensa en esto: si le llevamos a Maing Tol con los mahendo’sat, ten por seguro que se apoderarán de él. ¿Por qué pensabas que no quería entregárselo a Jik ahí fuera? Le encerrarían y se lanzarían sobre él hasta que hubiera soltado cuanto sabe. ¿Quieres eso para él, eh? Puede que aún sepa algo. Puede que yo esté loca por no quitármelo de entre las manos; pero no pienso hacerle eso. Después de lo ocurrido, sería como matarle. ¿Entiendes? Nunca le dejarían libre.

—¡Estabas más que dispuesta a entregarle en Kshshti! —gritó Hilfy y junto a ella se oía el continuo zumbido del comunicador-traductor que llevaba Tully. Sus ojos estaban muy abiertos y oscuros.

—Eso era antes —dijo Pyanfar—, por todos los dioses, antes de que todo explotara, antes de que nosotras…

—… acabáramos con un montón de facturas y deudas. Admítelo. Está en venta. Prescindirás de él si eso sirve para sacarnos de apuros. ¡Eso es lo que te estás callando! ¡Un trato mejor, por todos los dioses!

—¡Cuidado con tus palabras, chiquilla!

—Bien, ¿acaso no es la verdad?

—Dioses y truenos, no, no lo es. No lo es desde… —desde que lo había visto en esa habitación, pensó Pyanfar. No desde que entró en una fortaleza de los kif en su busca y pudo ver por sí misma en qué situación se encontraba, cómo le habían tratado—. No, ya no es así.

—Entonces, ¿nos aliamos con ellos? ¿Vamos a poner en peligro todas nuestras vidas cuando nos hallamos a un salto del espacio mahen?

—Tal y como tú dijiste, tenemos una deuda. Y es el espacio mahen. Se encuentra bajo la ley mahen. Política mahen. ¿Quieres meterte ahí dentro, quieres que todas confiemos en su caridad? ¿Quieres poner en juego todo lo que tienes por una prioridad que no es la tuya?

—Pensé que debíamos desmayarnos de pura gratitud ante nuestros aliados. Pensé que se trataba de una deuda. Nosotras y ellos. Ahora se trata de otra cosa.

—Sobrina, en nombre de los dioses, quizá si pudiera saber qué es todo este asunto no tendría que meterme de cabeza en él. Los mahendo’sat se rigen por la posición personal. ¿Quieres ver a Jik muerto, se trata de eso? ¿Quieres que desaparezca… y entonces, qué será de su Personaje, y qué será de sus amigos, como Dientes-de-oro y nosotras? Tenemos algunos intereses en esto. Y tampoco nos piden que confiemos ciegamente en ellos.

—¡Tía, no somos una nave de combate!

—No —dijo ella. Le dolían las tripas. ¿Falta de comida? ¿Falta de sueño? ¿Miedo puro y simple?—. Somos una nave mercante sin cargamento, estamos metidas hasta el cuello en deudas y la enviada del han tiene suficiente material en sus archivos como para arruinarnos. Por otra parte, los stsho de Punto de Encuentro acabarán enviando sus propias quejas al han… si no puedo echarle la vista encima no confío para nada en ese bastardo de Stle stles stlen. Y de todos modos anda suelto por ahí un kif que nos considera el primer blanco en todo este maldito universo olvidado de los dioses. Akkhtimakt quiere ser el jefe de todos los kif, y si lo consigue, tú misma puedes hacer tus propias hipótesis en cuanto a cuáles son nuestras oportunidades. Así pues ¿quieres saber por qué me he aliado con los mahendo’sat?

—No puedes creer que nos dejen participar en ningún comercio humano que se consiga. Nos engañarán, estoy segura de que nuestros preciosos aliados nos echarán de ese negocio a la primera ocasión.

—Ya lo creo que lo intentarán, claro. Son buenos en eso. Pero en estos momentos son todo nuestro crédito. ¿Quieres ir a Maing Tol, quieres intentar el camino más largo hasta Punto de Encuentro para rescatar nuestra carga… con qué recursos, sobrina? ¿Quieres regresar a casa, quieres discutir todas nuestras acusaciones con el han en Anuurn? Cuando esto termine, tu padre va a tener muchos desafíos, cada mocoso provisto de ambiciones va a probar suerte con él; Ehrran se asegurará personalmente de que eso ocurra… y Kohan se está haciendo viejo, chiquilla. No puede enfrentarse a todos. Así están las cosas.

—Entonces, ¿vamos a poner en peligro la Orgullo?

—Ése es el camino que he elegido.

Nadie se movió. Hilfy se quedó donde estaba, intentando recuperar el aliento. En el comunicador se oía un insistente zumbido.

—Lo que haremos —dijo Pyanfar—, es tomarnos el descanso que tanta falta nos hace. Vamos a colaborar en esta loca misión de Jik y le guardaremos el trasero a esa enviada de pantalones negros. Y confiaremos en todos los dioses para que Dientes-de-oro esté donde debe. Lo mejor que podemos hacer es mantener la actual buena disposición de los mahendo’sat hacia nosotras. Sikkukkut no está demasiado loco. Tú saliste viva de aquí. Lo que he oído sobre Akkhtimakt no me gusta ni la mitad de lo que sé sobre Sikkukkut. Ese kif tiene un verdadero agravio personal contra nosotras, comparado con Sikkukkut es el doble de malo que él… ésa es la verdad, sobrina. Escúchame. ¿Quieres que Akkhtimakt sea el gran hakkikt, el que una los mundos, el líder que los kif han estado esperando desde que descubrieron la piratería? ¿O quieres a Sikkukkut que, al menos, tiene sus límites? Puede que haya algún interés nuestro en esta lucha de los kif, ¿eh?

—Entonces, ¿vamos a dejar que Sikkukkut se meta en nuestra cama?

La aspereza de su tono hizo que las orejas de Pyanfar se fueran hacia atrás.

—No vamos a dejar que ese maldito bastardo se meta en ningún sitio. Sí, hicimos un trato. Beneficia a los dos lados.

—Lo siento, lo siento, pero ese bastardo me ha puesto las manos encima. He recibido drogas, sacudidas eléctricas y cada uno de los sucios trucos que se le han podido ocurrir a ese kif… y sólo los dioses saben lo que le hicieron a Tully, no quiere contármelo… ¿Quieres que apruebe este trato?

—No. No quiero eso. No te lo he pedido. —Pyanfar apoyó la cabeza en el respaldo—. Sólo he intentado informarte de la situación. Si quieres pasarte este viaje en tu camarote, anda, ve allí. Te mereces el descanso. No te recomiendo que te quedes en Mkks. Las cosas van a ponerse realmente calientes aquí dentro de muy poco, tan pronto como las noticias lleguen hasta Akkt y Maing Tol. Estamos hablando de que los mahendo’sat van a perder una estación estelar, ¿entiendes? O que los kif van a conseguir una. Y, realmente, nadie está demasiado contento. No eres la única que tiene problemas. Sólo los dioses saben qué harán los mahendo’sat o si el crédito de Jik sigue teniendo valor en su terreno. Hemos perdido todo el apoyo que pudiéramos tener entre el han. Todo lo que nos queda es Jik. Y Dientes-de-oro. Y, si desaparecen, entonces no tenemos nada. Nada. Lo más probable es que nos engañen tal y como tú has dicho. Pero si desaparecen… es probable que el Personaje para el cual trabajan caiga también; y entonces habrá un nuevo Personaje. Nuevos tratos, nuevas políticas. No estoy segura de que eso fuera a gustarme mucho. No estoy segura de que ni tan siquiera le gustara a Ehrran.

Los hombros de Hilfy se abatieron bruscamente. En su rostro había una expresión de dolor. El zumbido del comunicador seguía sonando en su puesto habitual. Agitó una mano con aire derrotado, fue hasta su puesto y cogió el auricular, apretando el botón.

Orgullo de Chanur —le dijo a quien fuera—. Oficial de comunicaciones al habla.

Hilfy ocupó su asiento, dándole la espalda a todos.

—Tully —dijo Pyanfar. Extendió la mano y él fue hasta su asiento. La contempló con su expresión de costumbre, ojos azules y pensativos. Pero tomó su mano suavemente, como había aprendido; y ella curvó sus garras rodeando su mano con cuidado de no herir su delicada piel—. Ve abajo. Descansa. Todo está bien. Todo está bien, Tully. Es sólo una discusión. No son más que palabras. Ve abajo y descansa.

—Yo tripulación. Técnico observación. Yo trabajar.

—En estos momentos no eres más que carne picada. Y no sabes leer nuestros tableros, ¿cómo harás funcionar los controles sin ayuda? ¿Quieres trabajar? Pues duerme un poco. Luego trabajarás. Vete. —Dejó libre su mano y le dio un golpe en el trasero para ponerle en movimiento, pero Tully se quedó quieto. Khym estaba ahí mismo, viéndolo todo. Pyanfar sentía deseos de rechinar los dientes. Su esposo. Este macho. Y una adolescente con un dolor muy profundo dentro y sólo los dioses sabían qué ideas adquiridas en una celda kif—. Todas vamos a dejar de trabajar y dormiremos un poco. Descanso. Comida. ¿De acuerdo? —Un segundo golpe, ahora con la punta de las garras asomando. Tully se movió, algo sobresaltado, y la miró con expresión aturdida—. Fuera —dijo Pyanfar con una voz que no admitía discusión y las orejas hacia atrás. Tully empezó a retroceder.

—Tía —dijo Hilfy. Su voz oficial, cuerda y controlada—. Es la Aja Jin. Saludos del capitán. Tiene un problema. Dice que debe hablar contigo directamente. No acepta una negativa. ¿Quieres hablar con él?

—Aceptaré la llamada. —Cualquier cosa… lo que fuera, con tal de mantener tranquila a Hilfy—. Ya supongo lo que es. —Hizo girar su asiento—. Tully, Khym, Chur, Geran: fuera de aquí inmediatamente; id a comer y luego a la cama. Ahora mismo, venga. Hilfy, tú también… otra cosa, Hilfy…

—¿Sí? —A la defensiva.

—Los kif dicen que Tahar se ha hecho amiga de Akkhtimakt.

—¿La Luna Creciente? —Las pupilas de Hilfy se dilataron.

—Desde Gaohn. Encaja, ¿no? Estuvo siguiendo las indicaciones de Akkukkak; después de Gaohn, ¿a qué otro sitio podía ir? La Vigilancia está realmente interesada en eso. Pensé que te gustaría saberlo.

—Por todos los dioses. Tía…

—Vigila ese lenguaje. Has vuelto a la civilización, sobrina. —Apretó el interruptor al mismo tiempo que Haral le pasaba la transmisión. Una corriente casi sólida de peticiones y exigencias mahen fluyó en su oído—. Dioses, Jik…

—… tiempo. Tener aceptar datos ordenador. ¿Qué querer tú, esperar Akkhtimakt, esperar kif Harak?

—¿Y tú que quieres, que mi tripulación caiga agotada a mitad del salto?

No maldito tiempo descansar. Tengo misma autoridad estación encima cuello mío, quieren subir nave. Tengo que explicar kif tú querer sueño, ¿afirmativo?

Pyanfar se echó la melena hacia atrás y agitó las orejas. Los anillos tintinearon levemente, a toda velocidad.

—Entonces yo se lo explicaré al hakkikt, amigo mío. ¿Eso es lo que deseas?

Un instante de silencio al otro extremo.

Yo hablar hakkikt. Maldición.

—Gracias.

Antes que cerrar, quizás aceptar datos ordenador transmisión. Trato, ¿eh?

—¡No! Mi tripulación ha llegado al límite, ¿entiendes?

Tenemos stsho corriendo a Kefk.

—No podemos hacerlo, Jik.

Yo envío tripulación.

—No la quiero en mi nave, nada de eso. Imposible.

¿Quieres yo venir ahí explicar? Tenemos problemas estación, tenemos petición urgente despejar muelle, tener gran miedo, Pyanfar. Tener problema kif. ¿Qué decir yo kif? ¿«Siento, hani ir echar siesta»?

—Explícaselo como quieras. Estoy a punto de caerme de bruces, bastardo. Estoy agotada, no puedo más; la tripulación va a dejar de trabajar ahora mismo.

Tener terminar datos alimentación ordenador.

—Doce horas. Sólo entonces lo haremos.

Nueve.

—Once.

Maldición, hani, esto no trato comerciantes. Nueve. Nueve todo podemos posible obtener. Cubrirte cola ese tiempo. Escucha.

—Nueve —musitó ella—. Nueve. —Desconectó el canal, hizo girar el asiento y se levantó.

Hilfy y Chur se habían ido, así como Geran y Khym. Pero Tully seguía ahí, solo, apoyado en el umbral metálico de la puerta con las manos a la espalda.

Mirándola.

—Te he asustado, ¿eh?

—Pyanfar.

—No estoy enfadada contigo. Te di una orden, na Tully, y cuando te doy una orden tienes que moverte, ¿entendido? ¿No dije que te fueras?

—Pyanfar. —Seguía sin moverse. Tenía la boca convertida en una línea apretada y había pánico en sus ojos. Pero se apartó de la pared y fue hacia el asiento de observación… y de pronto dio un par de pasos más y la rodeó con sus brazos. Pyanfar odiaba eso. Pero el gesto quería decir mucho más de cuanto Tully era capaz de expresar con palabras. Pyanfar le dio unas palmaditas en la cabeza, le apartó de un suave empujón y le miró.

Confianza. Bien sabían los dioses que no tenía razón alguna para confiar en ella.

—Tully, por todos los dioses, eres un condenado tonto.

—Hilfy decir tú venir.

—Hilfy es otra tonta. —Pero eso la había conmovido. Y, ¿qué había pensado él cuando ella le dejó con Sikkukkut? ¿Qué había creído entonces… no siendo hani, no siendo pariente de ellas, no siendo nada aparte de un problema y un estorbo?—. Ve a descansar, ¿eh? Cuidaremos de ti.

—No ir kif.

—No, no irás con los kif. No irás con nadie. Te conservaremos aquí, con nosotras. —Pensó en lo que había dicho y le clavó suavemente una garra para atraer su atención—. Tenemos un kif. ¿Te lo ha dicho ya Hilfy?

—Kif… ¿en la Orgullo?

—Un prisionero. Su nombre es Skkukuk. ¿Le conoces?

Una sacudida de cabeza.

—No. ¿ # prisionero?

—Se me ha escapado algo de eso que has dicho. Sikkukkut nos lo entregó. No tengas miedo de él, ¿eh?

Una segunda sacudida de cabeza.

—Hilfy… Hilfy… querer # decir… ella # kif.

—Eso también se me ha escapado. No está muy contenta con la situación, ya lo sé. Pero también cuidaremos de ella.

—Es buena. Buena.

—También estoy enterada de eso. —Le dio un golpecito en el brazo—. ¿Te han preparado algo de comer?

—No quiero.

—No quiero… Venga. —Cogió a Tully por el brazo y le hizo cruzar el puente. Se detuvo un instante y miró a Tirun y Haral, de cuyos ojos fluían oscuros hilillos de líquido a causa del agotamiento. Pyanfar sintió que los suyos estaban a punto de hacer lo mismo y se los limpió—. Dejadlo, estáis fuera de servicio.

—¿Y tú? —dijo Haral.

—Yo también lo estoy —contestó Pyanfar. Mantuvo a Tully cogido por la muñeca mientras subía la suave cuesta que llevaba a la cocina. A su espalda hubo un zumbido de asientos y el ruido de los interruptores desconectados.

En la cocina había bastante actividad: Geran y Khym habían ido hacia allí y, dioses, Pyanfar tendría que haber temblado ante la idea de meter a Tully en ese lugar, con Khym, pero ya había superado ese punto.

—Siéntate —le dijo a Tully. Éste ocupó el sitio libre más cercano y cogió luego la taza que Geran le puso entre las manos… la taza particular de Geran. Bebió—. Tenemos que llevarle algo de comida a Hilfy —dijo—. Y a Chur.

—Yo lo haré —dijo Geran, poniendo nuevamente en marcha el percolador al mismo tiempo que aparecían Haral y Tirun y empezaban a trastear en los compartimentos de las provisiones.

—Toma. Lo necesitas. —Khym le entregó una taza a Pyanfar—. Siéntate tú también.

—Ya. —Se dejó caer en el banco y bebió el humeante contenido de la taza, sosteniéndola con las dos manos. Luego la dejó sobre la mesa y se apartó la melena del rostro.

El comunicador zumbó.

—Maldito sea… —dijo Haral, echando mano a su comunicador de bolsillo—. Orgullo de Chanur, ya han oído nuestra grabación; estamos desconectadas por el momento. ¿Se trata de una emergencia?

Tengo un mensaje personal del hakkikt. Estoy esperando en su muelle.

—Dioses y truenos —gimió Pyanfar—. Kif.

—No vayas —dijo Khym—. Que se largue.

—Si hiciera algo semejante podrías acabar lamentándolo. —Tragó un gran sorbo de gfé—. Dile que venga y que la guardia de Ehrran le deje pasar. Hablaré con él en la cubierta inferior.

—Kif —dijo Tully en voz baja. Sus extraños ojos se movieron a un lado y a otro, con ostensible alarma—. Kif venir…

Pyanfar le indicó que se calmara con una seña. Haral transmitió el mensaje.

—Ya viene —dijo Haral y luego, alzando el mentón, añadió—: Ya sabes que esa condenada Ehrran va a informar de esto.

—Lo sé. —Pyanfar se levantó—. ¿Vienes?

—Yo iré también —dijo Khym.

—No tiene sentido que venga todo el mundo. Manteneos al corriente desde aquí arriba. No queréis dar la impresión de que estamos preocupadas, ¿verdad?

—Quizá Sikkukkut lo ha mandado para que le devolvamos a ese kif —dijo Haral, mientras se dirigían en el ascensor a la cubierta inferior.

—Eso resolvería un problema. Se lo entregaría adornado con cintas. Pero no creo que se trate de esto.

La puerta se abrió con un susurro y salieron del ascensor.

El kif estaba ya en el pasillo, una sombra oscura recortada contra las luces, los brazos escondidos dentro de sus anchas mangas.

La mano de Pyanfar estaba igualmente escondida en su bolsillo, con el dedo curvado sobre el gatillo de su pistola. Pensó que Haral estaría haciendo lo mismo.

El kif se inclinó al ver que se acercaban. Pyanfar no le devolvió la cortesía.

—¿Bien?

Unas manos negras y flacas emergieron de las mangas, mostrando que no había nada en ellas. El kif era alto, impresionantemente alto. En su pecho relucía una medalla plateada de muchas facetas.

—¿Vienes de parte del hakkikt?

—Cazadora Pyanfar, nunca aprenderás a distinguirnos. Pyanfar le examinó con más atención.

¿Sikkukkut?

El hakktkt extendió las manos hacia ella, con las palmas hacia fuera.

—Los mensajeros no son de confianza en este asunto, cazadora Pyanfar. E, indudablemente, se les escaparían ciertos matices. Habrá una transmisión de datos para el ordenador, ¿o la has recibido ya?

—Sí, me la transmitirá la Aja Jin. La recibiré.

Sikkukkut alzó su cabeza para mirarla mostrando su flaco mentón y su hocico cubierto de una piel muy suave sobre la cual se distinguía el relieve de las venas. Sus ojos brillaban.

—Tienes confianza en tus aliados.

—Digamos que nuestros intereses coinciden.

—Tienes demasiado sfik para que vuestros intereses sean los mismos.

—¿Se trata de algún tipo de acuerdo?

—He ofrecido oro.

—No me interesa.

—¿Y te llamas comerciante?

—No me interesa cualquier tipo de mercancía.

—Tu humano no quiso hablar para mí. Ni una sola palabra.

—Ya. —Pyanfar tragó aire, ignorando el olor del amoníaco.

—No me esforcé demasiado en ello. Pero, indudablemente, sus camaradas de la Ijir hablaron con Akkhtimakt cuando se apoderó de esa nave. ¿Qué le dirían? ¿Le dijeron quizá que los humanos están decididos a establecer conexiones comerciales… y que con eso destruirán el Pacto? ¿Disgustarán a los respiradores de metano? ¿Inquietarán a los stsho? ¿Ves las fuerzas que se alinean contra ti, ker Pyanfar? Incluso tu propio han se vuelve contra ti. Te has aliado con los mahendo’sat y conoces sus motivos.

—Dime cuáles son.

—Disminuir nuestra posición. Intentan colocar una especie más a nuestra espalda igual que trajeron a la especie hani para proteger su flanco izquierdo. En Ninan Hol hay puestos de escucha. Los mahendo’sat dirigen su atención al espacio que hay más allá de Ninan Hol; mandan constantemente sondas con la esperanza de hallar otro contacto que puedan utilizar. Han metido la nariz en todo, igual que mi viejo amigo Keia.

—Amigo, ¿eh?

—Nuestros intereses coinciden. Quiere que yo derrote las fuerzas de Akkhtimakt, pues no le gustan los objetivos inmediatos de éste. Yo quiero lo mismo, por descontado. Y tú también deberías querer eso.

—Quizá sea así.

La nariz de Sikkukkut se cubrió de nuevas arrugas y luego volvió a quedar lisa.

—Kkkt. Demos por sentado que somos aliados. Recuerda esto en Kefk. Si las cosas tomaran un mal aspecto, acude a mí.

Pyanfar le contempló durante unos segundos interminables.

—¿Eso es lo que has venido a decirme?

—Me resultas interesante.

—Dioses, gracias.

Más arrugas.

—Posees ingenio. Tienes enemigos en tu hogar.

Las orejas de Pyanfar cayeron bruscamente hacia atrás.

—¿Qué relación guarda eso con el aquí y el ahora?

—Tiene mucho que ver con el futuro. ¿Me enviarás a ese humano?

—No.

—¿Qué harás con él? Dímelo. Confieso que siento curiosidad.

—No sé si al final haré algo. Es un tripulante.

—Las hani siempre lográis dejarme confundido. Pero lo has prometido, ¿no es cierto? Me entregarás Kefk.

—Eso ya lo dijo antes Jik. ¿Hace falta también un acuerdo privado conmigo?

—Te ofrezco pukkukkta sobre todos nuestros enemigos.

—No me hace falta la venganza.

—¿No? Los tc’a cantan tu nombre. Lo he oído.

El vello se le erizó en la espalda.

—Estupendo. Me imagino que deben hablar de montones de cosas.

Pukkukkta. —Los negros labios se fruncieron hacia atrás dejando al descubierto unos agudos caninos en forma de uve; un brazo se extendió hacia ella, haciendo aletear la negra manga—. Hani, llegará un día en el cual la desearás.

—¿Qué quiere decir eso, por todos los dioses?

Pero Sikkukkut ya había dado la vuelta y se iba, era ya una mancha negra que disminuía contra las luces. Se detuvo y dio media vuelta, siempre tan fluido en sus gestos.

—Por supuesto, tendrás que dejarme salir… amiga.

Tirun. Un visitante se marcha. Déjale salir.

Bien —Llegó la respuesta. Sikkukkut se alejó con una serena dignidad y Pyanfar tensó la piel de su nuca para alisar el vello. Los músculos se resistieron, y transformaron el gesto en un escalofrío.

—Dioses —murmuró Haral.

—Comprueba que se marche realmente —dijo Pyanfar; y Haral se alejó por el pasillo en la misma dirección por la que había desaparecido el kif, doblando la esquina hacia la compuerta.

Su vello no decidió calmarse hasta que Haral hubo aparecido de nuevo y se reunió con ella.

—¿Has grabado eso, Tirun? —le preguntó al aire.

Lo tengo —respondió la voz de Tirun—. No en vano fui la abogada oculta de Mahn durante mucho tiempo.

Pyanfar tragó aire y dejó escapar una seca carcajada. Era como si una tormenta hubiera flotado en el aire de la Orgullo y ahora hubiera vuelto a salir el sol.

Pero entonces Haral se quedó inmóvil, mirando hacia el pasillo por encima de su hombro.

Pyanfar se volvió en redondo y vio que Hilfy empuñaba una pistola.

—¿Qué crees que haces? —le gritó Pyanfar.

—Oí la compuerta —dijo Hilfy. Su voz era demasiado suave.

—Ya nos encargamos de eso. Vuelve a tu camarote.

—Bien —dijo Hilfy. El seguro de su arma chasqueó al cerrarse. Hilfy se guardó la pistola en el bolsillo y desapareció por la esquina.

—¿Por qué le he gritado? —le murmuró Pyanfar a Haral, aunque en realidad no se dirigía a nadie en particular—. No tenía que gritar, por todos los dioses.

—Se encuentra bien —dijo Haral.

—Claro.

Pero no logró quitarse el frío de las entrañas hasta que no hubo cruzado de nuevo el puente y se encontró en la cocina.

—¿Qué querer él? —preguntó Tully con aire preocupado, levantándose de la mesa. Pyanfar le hizo sentarse nuevamente con un empujón sobre su hombro.

—Nada, salvo molestar.

—Dar dinero. Querer mí.

—Ya sabe que no lo aceptaría. —Se dejó caer sobre el banco y extendió la mano hacia la taza que había abandonado antes. Sí, ¿qué deseaba?

Khym se apoderó de la taza antes de que su mano llegara a ella y le deslizó entre los dedos otra llena de gfé caliente.

—Bien —dijo Khym.

Pyanfar alzó los ojos hacia su esposo, confusa.

—Bien —repitió Khym y ella pensó que se refería a lo que había hecho: buen trabajo. Sin embargo, ella no estaba muy segura de haber actuado adecuadamente. Pero sorbió el gfé y siguió mirándole. Vio paciencia en sus ojos color ámbar. Una paciencia que había conseguido de la forma más dura posible.

—Tu camarote está ocupado —dijo ella con cierta malicia.

—Ya. —Khym pareció algo incómodo al comprender la invitación. Geran estaba presente. Y había también otro macho.

Y luego, sin poderlo evitar, pareció muy complacido. Sus orejas se agitaron rápidamente. Dioses. Tc’a. Respiradores de metano. Recordó al knnn que las había precedido al salir de Punto de Encuentro y el vello de su espalda sintió nuevos deseos de erizarse.

Algo de lo que dijo era importante. Algo valía lo bastante como para que viniera hasta aquí. Él. El futuro señor de todos los kif. Visitándome.

«Demos por sentado que somos aliados. Recuerda esto en Kefk».

—¿Algo anda mal? —le preguntó Khym.

«Venganza sobre todos nuestros enemigos. Hani, llegará un día en el cual la desearás».

—Todavía no —dijo ella. Cogió el recipiente envuelto en plástico que Geran había lanzado hacia ella por encima de la mesa. Haral y Tirun se acercaron también en busca de gfé y comida. Pyanfar arrancó el plástico y empezó a tragar la carne a grandes bocados, lo que probablemente le produciría hipo, haciéndolos pasar con gfé—. Dioses, tofi. —La especia la hizo estornudar.

—Por todos los dioses, ve más despacio.

—¿Cómo que más despacio? Tenemos ocho horas y media para dormir. —Se puso en pie y cogió a Khym por el brazo—. Ven, esposo, me han entrado ganas de repente.

—Dioses, Py…

—¿Quién se va a dar cuenta? Acábate el gfé. Ven.