En los muelles reinaba un extraño silencio. En puntos estratégicos se podían distinguir algunos pantalones negros pertenecientes a miembros del clan Ehrran armados con rifles, aunque indudablemente había otros que no resultaban visibles. Otras dos tripulantes de Ehrran permanecían inmóviles en el interior de la rampa, vigilando el acceso y la compuerta de la Orgullo. La solitaria silueta de una mahendo’sat con una pistola automática, al mismo tiempo más y menos ominosa que las anteriores, apareció por la rampa en dirección a su capitán. Era delgada y de piel negra, con los mismos destellos de oro que adornaban a Jik: le faltaba media oreja y en su mandíbula se veía una zona sin pelo, resultado de la cicatriz dejada por una quemadura.
Jik habló rápidamente con su tripulante en algún lenguaje que ambos compartían, uno entre la gran multitud de lenguajes que se hablaban en Iji.
—Afirmativo —dijo la hembra mahen y, con la mano sobre la culata de su automática, se perdió nuevamente entre las sombras que rodeaban a la grúa.
—Khury —murmuró Rhif Ehrran a su ayudante—, vuelve a la nave y toma el mando. Y, si no volvemos, regresa al hogar sin pérdida de tiempo y presenta un informe completo al han.
El hani que Ehrran hablaba era el dialecto de Enaury: Pyanfar lo entendía, igual que Geran, pero nadie más de las presentes era capaz de comprenderlo. Pyanfar agachó la cabeza y se frotó la nariz, pensando que siempre era mejor aparentar saber menos de lo que sabía en realidad. Con la enviada del han, estaba segura de que ésa era la mejor estrategia. En aquella nave había ya montañas de informes que causarían las delicias de los enemigos de Chanur en cuanto Ehrran volviera con ellos al planeta Anuurn y toda la colección de quejas se presentara ante el han para ser debatida…
Y cierto cheque stsho iba camino a un banco mahen en Maing Tol, si es que no había llegado ya hasta ahí. Cuando eso apareciera sobre el escritorio de cierto Personaje…
La enviada del han todavía no había descubierto ese pequeño asunto.
Y Jik tampoco.
Pyanfar alzó la cabeza y, después de pensar en todo ello, el comité de bienvenida kif que se les acercaba casi le pareció amistoso.
No fueron por el pasillo que habían tomado antes. La media docena de guías kif les llevó cada vez más lejos por el muelle. En este sector el aroma a amoníaco y papel reseco era tan fuerte que incluso hacía olvidar el frío. La luz, tenue, tenía un pálido brillo rojo anaranjado, representaba el único calor visual en ese ambiente negro y gris que las rodeaba. Todos los letreros y señales estaban escritos en la enrevesada caligrafía kif.
A su izquierda observaron una hilera de naves kif; a su derecha una serie de edificios y cobertizos kif, abandonados y silenciosos, que no resultaban nada tranquilizadores. A medida que el horizonte se iba desplegando ante ellas el vello de la espalda de Pyanfar se erizó más y más. Llegó a su punto máximo cuando, de repente, más allá de las grandes vigas que formaban la curvatura de la estación, aparecieron todos los kif que no habían visto hasta ahora… una masa oscura, miles de kif concentrados en el muelle.
Oh, dioses, pensó. Sus piernas querían detenerse aquí mismo; pero Jik no vaciló ni una tracción de segundo, y tampoco Ehrran… quizás esperaban que fuera Chanur quien tomara la iniciativa, creyendo que ya conocía el camino.
—Hay más que la última vez —dijo Pyanfar, olvidando toda cautela al hablar—. Un maldito y condenado montón más.
Jik emitió un sonido gutural. Ante ellos empezaba a oírse un ruido que no se parecía a nada que hubieran oído anteriormente: era una mezcla de palabras y chasquidos, el rugido de la lengua kif surgiendo de miles de bocas kif juntas. Y no tenían más remedio que pasar a través de la multitud… Pyanfar era totalmente consciente de la presencia de Khym a su espalda, con el vello indudablemente erizado. También sabía que a su lado caminaban Haral, Tirun y Geran, en la misma posición que antes. Por último estaban Rhif Ehrran y su puñado de tripulantes; y Jik, con sus piernas capaces de igualar la zancada de los kif pero que, en vez de ello, se mantenían al paso de las hani, para obligar a sus guías a mantener ese mismo paso.
Quitó el seguro de su rifle a medida que la curvatura del suelo avanzó hacia ellas y la escena que tenían delante perdió su ángulo inclinado para enderezarse con esa loca variación de perspectivas propia de los muelles de la estación. Pronto pudo distinguir sus rasgos aislados. Vio kif vestidos con sus túnicas ante ellas, y pronto hubo kif rodeándolas por todas partes, tan cerca que casi podían tocarles. Se volvían a mirarlas mientras ellas pasaban con su escolta. De la multitud brotó un chasquido gutural: «Kk-kk-kk. Kk-kk-kk». El sonido, suavemente burlón, podía oírse por doquier.
Territorio kif, desde luego. Superadas en número y en armas más de mil veces. Si tenían que abrir fuego… que los dioses las ayudaran, porque nadie más lo haría. Y si tenían que entrar en una de las naves atracadas para llevar a cabo la negociación… bueno, no estaban en posición de protestar ante ello.
Los kif que les guiaban hacían que los demás kif se apartaran de su camino con un susurro de telas negras, como si estuvieran hendiendo un campo de hierba oscurecida por la noche. Finalmente, les indicaron las puertas de un corredor que daba a una oscuridad igual a la anterior, un lugar que apestaba con el olor de los kif y las bebidas.
Kokitikk, decía el cartel que había sobre la puerta… o, al menos, a eso se parecían los barrocos símbolos. Entrada prohibida, decían unas letras mahen. Sólo para kif.
Dioses, desde luego eso mantendría alejados a los turistas.
—Sala reuniones —dijo Jik.
Cuando entraron se vieron sumergidas por el ruido de varios kif sentados a cada lado de una hilera de mesas. Se oía el tintineo de los vasos y en el aire flotaba el olor del alcohol. Y el de la sangre.
—Que los dioses nos salven —murmuró Geran—. Kif borrachos. Es lo último que necesitábamos…
Pyanfar entró en primer lugar, el rifle preparado, con Jik a su lado. Rhif Ehrran se puso a su altura alargando un poco la zancada. Por todo el lugar se observaban asientos como el que había utilizado Sikkukkut; también había lámparas y cuencos donde humeaba el incienso. Emitían desagradables vapores y de ellos se alzaban nubecillas de vapor iluminadas por la sucia claridad anaranjada de las luces. Sombras kif, siluetas kif… kkkt, susurraban burlándose. Kkkt.
Y su media docena de guías kif avanzaban ante ellas flotando como espectros negros, abriéndoles camino. Los murmullos de la multitud se fueron haciendo más roncos. Chasquear de mandíbulas, vasos llenos de hielo tintineante. En los extremos de la gran habitación se veía un resplandor de lucecitas rojas, indicadores de rifles listos para hacer fuego.
—Por todos los dioses, es un maldito bar —dijo Rhif Ehrran.
La multitud se despejó ante ellas creando un pequeño espacio abierto en cuyo centro había sillas kif y una mesa encajada en el suelo.
En la mesa estaba sentado un kif y del techo colgaba una luz.
La silueta alzó un brazo cubierto de tela negra y les indicó que avanzaran.
En la habitación hubo una agitación general: los kif se levantaban de sus asientos para ver mejor.
—Sentaos —dijo el kif de la mesa—. Keia. —Era el nombre de Jik, su nombre auténtico—. Pyanfar. Amigos míos…
—¿Dónde está Tully? —preguntó Pyanfar.
—Tully. Sí. —Sikkukkut movió la mano y los kif que le rodeaban se removieron. Se oyó un inconfundible grito mahen; el chillido de una criatura que sufría—. Pero la cuestión del humano ya no es el único asunto que debemos discutir.
La oscura multitud se abrió junto a las puertas traseras. Un instante después, unas oscuras siluetas que no eran kif fueron empujadas a través de las puertas: prisioneros mahendo’sat, algunos con faldellines, varios con los atuendos de funcionarios de la estación. Uno de ellos llevaba insignias que indicaban su rango religioso. Y había un stsho muy pálido, con sus delicadas ropas llenas de manchas, su piel color perla ensuciada por la iluminación kif y cubierta de zonas oscuras. Se encontraba en un estado lamentable: apenas podía sostenerse sobre sus pies y varios kif le agarraban por los brazos.
—Ah —dijo Jik—. Por lo tanto, el stsho que marchar Mkks tener razón ello.
—La estación de Mkks está bajo mi poder —dijo Sikkukkut—. Sus funcionarios me han cedido formalmente todas sus operaciones. Sentaos y hablemos, amigos míos.
Jik fue el primero en moverse y se instaló en una de las varías sillas negras con patas de insecto que rodeaban la mesa. Pyanfar se dirigió hacia el otro lado de Sikkukkut y, poniendo primero un pie sobre la silla, se agazapó en ella con el rifle sobre su rodilla, apuntando más o menos hacia Sikkukkut. Quedaba un asiento libre. Rhif Ehrran lo ocupó. Haral y Tirun se colocaron a espaldas de Pyanfar; Khym, Geran y el resto de las hani del clan Ehrran se quedaron junto a la mesa, con un muro de kif detrás.
—Deja marchar ellos —dijo Jik. Con una sola mano abrió una pequeña bolsa y extrajo de ella un cigarrillo y un pequeño encendedor que emitió una breve llamarada. Jik aspiró el cigarrillo y dejó escapar una nube de humo grisáceo—. Viejo amigo.
—¿Me propones un trato? —dijo Sikkukkut.
—Yo no comerciante.
—No —dijo el kif—, yo tampoco lo soy. —Agitó negligentemente su mano y Pyanfar notó en el aire una leve sombra de otro olor, un olor extraño que le pertenecía, el olor del miedo. Una fracción de segundo antes, otra silueta blanca había aparecido empujada por entre el muro de kif. Tully cayó ruidosamente sobre la mesa, golpeando con los codos el borde que había entre ella y Sikkukkut—. Toma. Acéptalo como un regalo.
Pyanfar no se movió. Su visión de cazadora estaba centrada únicamente en el kif. Sentía el gatillo bajo su dedo, el peso del rifle sobre su rodilla. Si Tully se erguía un poco más quedaría en mitad de la línea de fuego. Era lo que pretendían, Pyanfar estaba segura de ello. Movió levemente la rodilla y el rifle subió unos centímetros. Ahora apuntaba al rostro de Sikkukkut.
—¿Quieres que te devuelva a tu rehén?
—¿Skkukkut? No. Es para que te diviertas con él. Ahora hablemos de cosas importantes.
Las orejas de Rhif Ehrran se habían erguido bruscamente. Jik dejó escapar una densa nube de humo que ascendió hasta el techo, mezclándose con el incienso de los kif.
—Tenemos tiempo.
—Excelente. Hokki. —Sikkukkut cogió su copa de la mesa y la llenó con algo que apestaba a petróleo y que parecía hierba podrida. Bebió y volvió a dejar la copa, sin dejar de mirar a Pyanfar—. ¿Y tú?
—También tengo tiempo.
—Incluso antes de Kshshti —dijo Sikkukkut—, incluso ames de eso, en Punto de Encuentro yo mantuve una conversación con Ismehanan-min. Dientes-de-oro, como le llama la cazadora Pyanfar. Le aconsejé que evitara ciertos puntos y ciertos contactos. Ya te habrás dado cuenta de que la nave stsho no se halla entre nosotros.
—También yo dar cuenta —dijo secamente Jik.
—Habrás notado cierta inquietud en el stsho que está con nosotros… quizá sientas deseos de interrogarle personalmente. Afirma ser un buen negociador y…
—Tú dices eso —replicó Jik, lanzando otra nube de humo—. ¿Tener algo beber, amigo kif?
—Ciertamente. Koskkit. Hikekkti ktotok kkok. —Un gesto de su mano. Uno de los kif abandonó la estancia—. ¿Estabas siempre cubriendo la retirada de Chanur?
—No, no yo estar. Loco accidente yo venir Kshshti. Amiga Pyanfar decir ella tener problemas. Por tanto, yo venir. Traer esta excelente noble hani. —Señaló a Rhif Ehrran con un gesto de su cabeza—. Tú recordar, ¿afirmativo?
—Punto de Encuentro —dijo Sikkukkut. Su rostro de largas mandíbulas se levantó un poco hacia ella pero no se observaba ninguna expresión legible en él—. Sí. Esta hani estaba negociando con los comedores de hierba…
Rhif Ehrran tosió.
—Permíteme recordarte que por el tratado…
Sikkukkut agitó la mano.
—No quiero más tratados. Lo que me interesan son las operaciones. Chanur me interesa.
—Cazador Sikkukkut, ha habido un largo y persistente malentendido en cuanto a los canales de autoridad hani.
Oh, dioses, pensó Pyanfar, sintiendo que se le revolvía el estómago. Cazador, desde luego. Con una sola palabra Rhif Ehrran había insultado al kif, rebajándole ante todos sus subordinados.
—El malentendido parece ser mutuo —dijo irónicamente Sikkukkut, sin mostrar ira y apartando deliberadamente sus ojos de Ehrran—. Cazadora Pyanfar, hablaré contigo. Y con mi viejo amigo Keia. ¿Cuándo intercambiamos disparos por última vez? Fue en Kita, ¿no?
—¿Tú en Mirkti? —preguntó Jik.
—No.
—Entonces, Kita. —Otra calada al cigarrillo. Jik dejó caer un poco de ceniza sobre el suelo—. ¿Disparos allí?
—Torpeza mahen… Un hábito muy desagradable, Keia.
Jik rió, colocando otra vez el cigarrillo entre sus labios.
—Cierto. —Volvió la cabeza, sintiendo que se acercaba un kif con un vaso. Tomó un sorbo después de husmear el contenido—. Mahen. Estupendo.
—Ssskkt. Me gusta tomarlo de vez en cuando.
—¿Qué tener?
—¿Mi asunto? Es un asunto muy serio. Interferencias mahen. Complicidad stsho con las hani. Esta humanidad… —Sikkukkut alargó la mano y cogió a Tully por el mentón alzándole la cabeza—. ¿Qué tal te encuentras? ¿Estás bien, kkkt? ¿Comprendes todo esto? —Soltó a Tully y éste mantuvo la cabeza erguida. Tenía la tez pálida y estaba cubierto de sudor. Se mantuvo casualmente en mitad de su línea de fuego hasta que se dejó caer de nuevo sobre la mesa, apoyando sus brazos en ella—. Esta humanidad es un problema. No sólo ha perturbado el comercio con su presencia: nosotros, después de todo, no dependemos tanto del comercio… ¿kkkt? Pero los stsho sí. Los stsho temen cualquier cosa que se les acerque demasiado. Por lo tanto, el equilibrio del Pacto se ha visto alterado. Y cuando ese equilibrio vacila, los acuerdos se rompen; y cuando los acuerdos se rompen la autoridad se derrumba… con lo cual surgen los trastornos. Esto es lo que pensamos. Y ésta es nuestra oportunidad. Akkukkak trajo por primera vez esta criatura al espacio del Pacto. Si eso hubiera sido obra mía, naturalmente, habría actuado mucho mejor que él, ¿kkkt?
—Akkukkak muerto. Montones des-acuerdos, ¿eh?
—Confiamos en que esté muerto. Los knnn resultan impredecibles. Es posible que al final aparezca en algún puesto comercial… pero demos por sentado que está fuera de la escena. El que sí está presente es Akkhtimakt, quien se hace llamar a sí mismo hakkikt. Posee Kita, interrumpe el tráfico…
—… hace gran sucio problema —dijo Jik.
—¿Le habéis echado de allí?
—Puede sí. Puede no. ¿Por qué atacar muelle Kshshti?
—Ah. En eso estás confundido. El Personaje de Kshshti tenía un traidor entre sus seguidores y…
—Ahora no tener.
—Kkkt. Estás logrando que vuelva a tenerte en mejor opinión. Pero ese espía trabajaba para Akkhtimakt, no para mí.
—Ummmm. ¿Tú tener también espía en Kshshti?
—Ya no. Pero entonces sí lo tenía. Cuando el humano estaba cruzando los muelles… los agentes de Akkhtimakt se pusieron en acción para apoderarse de él. Yo, por fortuna, supe prever tal acción, con lo cual me uní también a la cacería. Kkkt. ¿Acaso crees que Kshshti habría salido tan bien parada en esa pelea si en los muelles no hubiese habido kif disparando contra otros kif? Los mahendo’sat deberían darme las gracias; creo que ésa es la expresión… de cualquier modo, entré en escena y me apoderé del premio antes de que los agentes de Akkhtimakt pudieran capturarle. En Kshshti no había posibilidad alguna de negociar, no con todo patas arriba y con una alta probabilidad de que los agentes de Akkhtimakt pudieran obtener información de todo lo ocurrido… bien, ahora ya no pienso mantener mi discreción al respecto. Mediante esta intervención en Kshshti he desafiado abiertamente a mi rival. Ahora estoy luchando con él. Supuse que me seguirías tan pronto como tu nave pudiera moverse, cazadora Pyanfar, y no me equivoqué.
—¿Cuál es el trato? —preguntó Pyanfar.
—¿Sabes? Podrías ponerle el seguro a esa cosa.
—Ah. Sí, podría. Pero así me encuentro a gusto, hakkikt.
Su hocico se frunció en una mueca de diversión.
—¿No confías en mi palabra?
—El trato, hakkikt.
—Ah. Kkkt. Sí. Sencillamente: he escogido Mkks para que sea mi base temporal. Y nuestros intereses coinciden.
—¿De veras?
—Kkkt. En este asunto hay demasiados idiotas sueltos. Montones de idiotas y locos. Los stsho buscan un modo para evitar que la humanidad cruce por su espacio. Los stsho entran en tratos con las hani… ¿estoy en lo cierto, enviada?… tratos contra los mahendo’sat, los cuales desearían que los humanos aparecieran a nuestras espaldas, por razones que desconocemos. ¡Qué rápidamente me intentó distraer Keia cuando mencioné a los negociadores stsho! Pero lo sabemos: los mahendo’sat hacen pasar a los humanos a través del espacio tc’a para conseguir una cabeza de puente en la estación. Poco sabio. Los stsho no tolerarán esto como tampoco pensaban tolerar la llegada de los humanos. La sola posibilidad de una ruta humana que se aproxime a su territorio o incluso al de sus vecinos y aliados los tc’a, les pone tan nerviosos que pierden totalmente la cordura. Akkhtimakt actúa con el puño. Yo lo hago con el cuchillo. Akkhtimakt desea que los humanos desaparezcan. Pero yo soy amigo vuestro, el único entre todos los kif. Nuestros intereses coinciden frecuentemente. ¿No estamos más ante una alianza que ante una amistad?
Jik emitió una nubecilla de humo.
—Error, amigo. Humanos ideas propias ellos. Malditamente estúpidas. Pero ellos quieren pasar.
—Han insistido. ¿No es cierto?
—¿Quién saber? Yo digo ti algo ser cosa seria primera clase: respiradores de metano preocupados. Tenemos problema. Kif tienen problemas. No todo provechos, cada lado. ¿Afirmativo?
—Estás dispuesto a cerrar un trato.
—Puede. —Otra nubecilla de humo—. ¿Qué tener tú yo quiera?
—Mkks.
—Ah. Ahora hablamos lógica kif.
—Entonces, lo comprendes.
—Claro sí. No comercio. Quizá dar regalo. Tú darme Mkks. Entonces yo mucho sfik. Yo hacer buen aliado, ¿eh? Quizás hacer algo más.
—Apoderarnos de Kefk.
Las gruesas cejas de Jik se lanzaron hacia lo alto. El cigarrillo vaciló brevemente durante el trayecto hasta sus labios. Al final llegó.
—Ya. Puede.
Apoderarnos de Kefk. Conquistar nada menos que la única puerta de los kif hacia Punto de Encuentro, el único canal kif hacia el mayor punto comercial de todo el Pacto… una estación de gran importancia y probablemente el punto más delicado de todo el espacio kif, aparte de la mismísima Akkht. Pyanfar logró mantener erguidas las orejas con el mayor de los esfuerzos y su rostro no cambió de expresión. Durante toda la conversación pensaba que tanto el kif como su aliado se habían vuelto locos de atar.
—¿Piensas que es posible? —preguntó Sikkukkut.
—Tener aliados. Tú también tener. Nosotros ir tomar Kefk. —Jik le dio una última calada al cigarrillo y luego lo apagó entre los restos de su bebida—. Personal estación recuperar trabajos suyos. Luego yo tomar Kefk. ¿Quieres trato?
—Espera un momento —dijo Rhif Ehrran—. Espera un momento…
—Yo hablar con ella —dijo Jik, sin ni tan siquiera mirar en esa dirección—. Tener mismo buena amiga Pyanfar, dura bastarda hani. Tú querer Kefk, perfecto bien. Tú tener.
—Alianza —dijo Sikkukkut—. Yo y tu Personaje.
—Tener.
—Hay que hacer algo más que hablar —dijo Ehrran.
—La enviada del han quiere saber cuál es su ventaja en todo esto —dijo Sikkukkut—. Pero las hani se han aliado ya antes con los kif. Por lo tanto, la enviada sabe de qué hablo. Las hani han formado varias asociaciones.
Pyanfar miró de soslayo a Ehrran: la enviada tenía las orejas gachas.
—¿Qué sabe el hakkikt sobre alianzas hani con los kif? —preguntó Ehrran.
—Una palabra: Tahar. ¿Te interesa?
—¿Dónde está Tahar?
—En una misión de servicio para Akkhtimakt. La Luna Creciente es una de sus naves y Tahar una de sus skkukun. No le tiene en gran estima… pero le es de cierta utilidad.
—Por los dioses… —murmuró Pyanfar y, por primera vez, miró directamente a Sikkukkut.
—Una hani famosa por su traición… traición, ¿no es la palabra?
—Se le acerca bastante. ¿Dónde está?
El kif se encogió de hombros en un gesto tan fluido como el resbalar del aceite sobre la seda.
—¿Dónde está Akkhtimakt? Ahora, ¿te interesa la confrontación?
—Ella hacer perfectamente —dijo Jik, estudiando el hielo que aún quedaba en su vaso, mientras Rhif Ehrran permanecía en silencio—. ¿Qué decir, hakkikt?
—Ssko kjiokhkt nokthokkti ksho mhankhti akt. —Sikkukkut agitó una mano—. El personal de la estación es libre de irse.
—Ah. —Jik se giró un poco en su asiento para que los mahendo’sat y el stsho le vieran bien—. ¡Shio! Ta ham-hensi nanshe sphisoto shanti-shasti no.
Todos empezaron a parlotear de inmediato. El stsho lanzó una especie de trino y los mahendo’sat se soltaron de los kif que les sujetaban. Se dirigieron hacia la puerta, andando, pero aumentaron paulatinamente la velocidad de su marcha. El stsho echó a correr, cayó, se incorporó con dificultad y huyó a través del gentío de kif que no paraba de emitir chasquidos y crujidos, logrando adelantar finalmente a los mahendo’sat.
Cuando se hubo aclarado la momentánea confusión creada en el umbral, Jik se dio la vuelta. Sacó otro cigarrillo de su cinturón y lo encendió.
—¿Cuántas naves tú tener? —preguntó.
—¿Aquí? Todas las naves kif son mías salvo una. Y esa nave se encuentra inmovilizada; su tripulación… se está operando un cambio de lealtades entre ella.
—Catorce naves. Nosotros tener tres. No problema. Akkhtimakt quizá venir Kshshti; quizá venir Mkks. De todos modos, no bueno tú quedar aquí. Ser consejo gratis, ¿eh?
—Así que Mkks volverá a caer… si Akkhtimakt viene aquí.
—El no quedar. No tener razón quedar. —Otro gran chorro de humo—. Rápido saber nosotros ir Kefk, ¿afirmativo? Por tanto venir. Él dejar Mkks, ir a Kefk número uno primera velocidad, hacerte visita.
En el hocico de Sikkukkut se formó una cadena de arrugas.
—De manera que ayudándome, ayudas a Mkks.
—Tú correcto, amigo.
—Cazadora Pyanfar, ¿dónde se encuentran tus lealtades en todo este asunto?
—Yo. Mi tripulación. Mis amigos. Jik nos quiere aquí y no dudo de que hablaremos sobre ello.
—Bien. Y una promesa. ¿La mantendrás?
—Pensé que los kif no tenían esa palabra.
—Tú sí la tienes.
Pyanfar frunció el ceño.
—Sí, la tengo.
—Entonces, llévate al humano como regalo. Únete a nosotros. Yo daré las órdenes en este ataque. Me encargare personalmente de que tengas información sobre las defensas de Kefk.
—¿Jik?
—Tú prometer. No problemas.
Pyanfar clavó sus ojos durante unos largos instantes en Jik. Pero él no respondió a su mirada, estaba muy ocupado estudiando el contenido de su vaso. Pyanfar apartó los ojos y contempló el rifle que sostenía sobre su rodilla.
—Jik y yo hablaremos de ello.
—Tú ir —dijo Jik.
—Ya —dijo ella.
—Ella prometer.
—Excelente. —Sikkukkut se alzó lentamente de su silla. Los kif se agitaron—. Estáis todos libres. Aceptadlo como un regalo.
Se fue. Las negras túnicas de los kif les rodearon.
—Tully —Pyanfar alargó la pierna y tocó suavemente a Tully con el pie, sosteniendo el rifle con las dos manos—. Tully. Arriba. Hemos logrado sacarte de aquí. Camina, Tully.
Tully logró ponerse en pie agarrándose con dificultad a la silla que había dejado vacía Sikkukkut, y se quedó inmóvil, tambaleándose.
Nadie dijo nada. Era probable que Rhif Ehrran estuviera a punto de atragantarse ya que había contenido con gran esfuerzo todo lo que tenía pensado decir sobre la situación, pero éste no era el tiempo ni el lugar apropiados para ello. Pyanfar se puso en pie, se colgó el rifle a la espalda y posó su mano sobre el hombro de Tully que mostraba una herida de garras kif. Su hombro estaba frío como el hielo. En su brazo había un profundo corte que empezaba a cicatrizar.
—Ven —le dijo—. Ven con nosotros.
Tully empezó a caminar. Geran le cogió del brazo con la mano izquierda y mantuvo la derecha sobre la culata de su pistola. Jik ya se había puesto en pie: aún tenía el cigarrillo en la boca y estaba aspirando otra calada de su repugnante humo. Rhif Ehrran ya se había puesto en movimiento, seguida por su tripulación.
El trayecto por entre la silenciosa multitud kif hasta llegar a la puerta fue muy largo y lento debido al precario estado de Tully. Pero finalmente lograron salir a la luz de los muelles y a su atmósfera cargada de aceites y sustancias volátiles, que les pareció brillante y fresca después del asfixiante encierro en la sala de reuniones.
Khym iba a su lado y Haral delante. Tirun sostenía el rifle con la mano izquierda para ayudar a Tully, en tanto que Jik y Rhif Ehrran cerraban la marcha. Pyanfar miró hacia atrás; dioses, Jik no paraba de darle caladas a su repugnante cigarrillo, esparciendo la ceniza mientras caminaba. Pero los kif se mantenían apartados del grupo. Les miraban, sí, y no dejaban de murmurar, pero eso era todo.
—Llegar rápido tu nave —dijo Jik una vez que Pyanfar hubo frenado un poco el paso para quedar a su altura—. Montones trabajo tener, hani, auténticos montones trabajo.
—¿Tienes intención de seguir adelante con todo esto? —preguntó Rhif Ehrran.
—Seguro sí. ¿Quieres esperar aquí, decir hola Akkhtimakt? Tener también otro gran problema. Ese stsho que salir de aquí. Puede ir Kshshti o quizás en lugar eso ir a Kefk, ¿eh?, en su camino a Punto de Encuentro. Quizás hablar demasiado. Stsho mucho hablar. No buena cosa, nosotros tener complicaciones. Stsho hacer tener eso, ¿eh? Ir.
—Hay un límite a lo que el tratado me permite hacer. Tendremos que discutir esto, na Jik.
—Perfecto. Discutir mientras tú hacer curso. Nosotros hacer igual. Yo digo ti, apostar algún kif salir de aquí, ir a Kshshti. Ellos decir Akkhtimakt qué pasar aquí en Mkks, nosotros tener pequeño tiempo. Akkhtimakt tiene nave rápida. Tener mismo problema si kif quizá ir Harak. Tener mismo problema si stsho ir Kefk… mucho listo, stsho, quizá ya tener rumor Akkhtimakt venir Kshshti, así que correr maldito rápido a Kefk, ir Punto de Encuentro… quizá Tt’a’va’o, quizá Llyene… Apostar Sikkukkut mucho poco feliz, no detener esa nave.
—Tus intereses ya no coinciden con los del han.
—Ah. Entonces quizá desear ti adiós, mucha suerte. Akkhtimakt comer corazón ti.
—Has echado a perder todo este asunto…
—… él comer mío. Número uno seguro, hani. Akkhtimakt quiere mí, hace mucho tiempo. —Posó su mano sobre los hombros de Rhif Ehrran y les hizo apresurar el paso—. Mejor movemos, ¿eh?
—Kefk, por todos los dioses —murmuró Pyanfar.
—Cosa fácil.
—Entonces, en nombre de todos los dioses, ¿por qué no se ha encargado de hacerlo Sikkukkut?
—Sfik. —Jik se sacó el cigarrillo de los labios y emitió una nube de humo—. Necesitar sfik, hacer así convencidos otros kif, ¿eh? Ahora tiene nosotros. Todos tenemos montones sfik, le-gi-ti-midad, ¿eh?
—Locuras —murmuró ella.
—¿Tú correr, buena amiga?
—Que los dioses te lleven, sería mejor que encontraras una buena razón para que no lo hiciera.
Jik sonrió y volvió a ponerse el cigarrillo en la boca.
—Tú debes mí. ¿Cuándo Chanur ha fallado en deuda?
—Que los dioses te pudran la piel.
Pyanfar siguió caminando junto a él, pero miraba de vez en cuando hacia atrás al igual que hacían las tripulantes de Ehrran. Dioses, sacadnos de este muelle. Cada vez iban apareciendo más kif a lo largo del camino, todos hablando entre ellos con agudos chasquidos y murmullos. Nuestros aliados. ¡Dioses!
Tully avanzaba cojeando, tan rápido como le era posible. Ante ellas se encontraba la zona de seguridad, la parte del muelle que estaba bajo la vigilancia de sus armas. Llegaron por fin hasta ella y Pyanfar miró hacia atrás. Los kif no las habían seguido al otro lado de esa línea imaginaria… alabados fueran los dioses.
—Estamos a salvo —dijo una tripulante de Ehrran. Las tripulantes que habían estado montando guardia abandonaron sus refugios en el muelle; algunas de las siluetas visibles eran gente de Jik.
—Estamos todas bien —dijo Haral por su comunicador de bolsillo, ya que ahora se hallaban en el radio de recepción de la Orgullo—. Soy Haral. Le tenemos y se encuentra bien.
Pyanfar no logró oír la respuesta. Vio cómo Rhif Ehrran hacía una señal con la mano a su tripulación cuando pasaban ante el muelle de la Vigilancia de Ehrran: la señal no indicaba que fueran hacia ella, sino de que siguieran acompañándola. Rhif Ehrran apretó el paso y detuvo a Tirun, Tully y Geran al pie de la rampa de la Orgullo. Al llegar, puso su mano sobre el brazo de Tully.
—El humano estará más seguro con nosotras —dijo Rhif—. Nos lo llevaremos.
—No —dijo Pyanfar, cuando hubo llegado hasta el grupo—. Por todos los dioses, Ehrran, ya discutiremos en algún otro lugar. Sal de nuestro camino. Tenemos kif ahí atrás… suéltale. ¡Ya ha tenido bastante! Que los dioses te consuman, le estás poniendo la mano encima a uno de mis tripulantes. —Pyanfar lanzó un golpe, pero el antebrazo de Jik, lo detuvo.
—Yo llevo —dijo Jik—. Yo llevo, ¿entendido?
—No, por los dioses. ¡No! Figura en las listas como miembro de mi tripulación. Que los dioses te confundan, déjale en paz… —En ese mismo instante, Haral derribó a una tripulante de Ehrran y la pelea se generalizó. Se formó un confuso grupo de combatientes con Tully en el centro. Pyanfar apartó a Jik de un codazo e intentó abrirse paso al mismo tiempo que aparecía Khym.
—¡Fuera! —gritó Khym, con su voz de macho hani que despertó ecos entre las vigas del techo. Se lanzó entre el tumulto y se apoderó de Tully. Luego se volvió hacia Ehrran con las orejas gachas y una mueca feroz, con Tully medio aplastado contra su pecho.
Ehrran se quedó inmóvil. Todos se quedaron inmóviles.
—Estoy loco —dijo Khym—. ¿Recuerdas?
Incluso Pyanfar pensó que en ese instante podía perder el control. Abrió la boca y la cerró de nuevo. Tully no se resistía: se agarraba con los puños al vello del hombro de Khym. Ehrran parecía aguardar a que los pedacitos de carne ensangrentada empezaran a volar por los aires. Macho y macho, Tully colgaba entre las manos de Khym igual que un juguete mecánico sin cuerda.
—Es un tripulante de Chanur, ¿no? —gruñó Khym—. Igual que yo. —Agitó los brazos y Tully giró en ellos. El rifle colgaba de su codo… por todos los dioses, un rifle capaz de agujerear blindajes con el seguro quitado. La cabeza de Tully osciló flojamente y su cuerpo quedó repentinamente fláccido—. ¿Vamos dentro, capitana?
—Adelante —dijo Pyanfar. Su corazón empezó a latir de nuevo.
—Hhhunnh. Disculpadme. —Khym pasó deliberadamente por entre las tripulantes de Ehrran, liberando las piernas de Tully con un gesto.
—Chanur —dijo Rhif Ehrran.
—Ya lo sé. Presentarás una protesta. Saca a tu tripulación de nuestro camino o pronto tendrán que quitar mechones de pelo de todos los filtros de Mkks.
—Loca tonta —murmuró Jik, Apagó su cigarrillo con la punta de los dedos y lo dejó caer en una pequeña bolsa—. ¡Mover! ¿Pensar que no tenemos testigos? —Agitó una mano hacia los kif que aguardaban al final del muelle—. ¿Querer qué? ¿Darles diversión?
Rhif Ehrran movió bruscamente la mano hacia arriba. Los rifles se apartaron ruidosamente de su camino. Sus ojos eran círculos negros rodeados de anillos color ámbar. Su melena revuelta se levantaba en mechones rizados como si estuviera cargada de electricidad estática.
—Arreglaremos esto más tarde, Chanur.
—Estupendo. —Pyanfar condujo a sus tripulantes y esperó al pie de la rampa, junto a la barandilla, con la cabeza vuelta para asegurarse de que no sucedía nada a su espalda. Las tripulantes de Ehrran permanecían inmóviles mientras ker Rhif la miraba con las orejas pegadas al cráneo con una expresión que prometía muchas cosas—. Entra —dijo Pyanfar al ver que Geran vacilaba durante una fracción de segundo: ¿necesitas ayuda?, quería decir en realidad. Geran empezó a subir y Pyanfar la siguió. Cuando entraban en el pasillo de acceso recordó a las centinelas de Ehrran en el nivel inferior—. Dioses —murmuró, y echó a correr, arrastrando con ella a la tripulación.
Khym había llegado a la escotilla sosteniendo a Tully en sus brazos. La compuerta estaba abierta y en ella se veía a dos centinelas de Ehrran, inmóviles, con el pánico en los ojos y los rifles entre sus dedos, sin saber muy bien qué hacer con ellos.
—No pasa nada —dijo Pyanfar con tanta amabilidad como pudo, aunque casi no tenía aliento. Logró que sus labios se fruncieran en una sonrisa dirigida a las dos centinelas que ignoraban el tumulto exterior—. No os mováis de aquí. Vamos, Khym. ¿Necesitas ayuda?
—No pesa gran cosa —Khym movió el brazo para sostener la cabeza de Tully contra su pecho en tanto que cruzaban la compuerta y entraban en el pasillo interior. Tully se agitó levemente y realizó un débil gesto con la mano.
—Py-an-far.
—Estás con nosotras —dijo Haral. Cogió el rifle que Khym llevaba todavía en el brazo y se encargó del arma antes de que ésta pudiera dispararse haciendo un boquete en el techo—. No debes preocuparte más, Tully, estás con nosotras.
Cuando entraban en el pasillo principal el ascensor ya estaba llegando. Hilfy salió de él y se acercó corriendo hacia ellas.
—Se encuentra bien —dijo Geran.
Hilfy se detuvo ante Khym con expresión preocupada, pensó que se enfrentaba a un grave problema; pero, con Khym o sin él, Tully alargó la mano y ella le cogió del brazo.
—Hil-fy… —Tully intentó darle un apretón en el brazo, algo bastante difícil ya que Khym lo llevaba en vilo, reanudando otra vez la marcha—. Hilfy… —repetía una y otra vez.
—Bueno… —dijo Pyanfar. Le alegraba ver de nuevo a Hilfy con las orejas levantadas y ese brillo en los ojos. Era como si algo se hubiera arreglado—. Dioses, metedle en cama. Tenemos otros problemas.
Una vez que Khym se hubo alejado llevando a Tully en brazos se apoyó en la pared del corredor. Tirun la imitó, sosteniéndose con un solo pie. La herida que Tirun había recibido hacía dos años en Punto de Encuentro, la herida que nunca habían tenido tiempo para tratar adecuadamente durante el viaje… dioses, ya estaban otra vez corriendo, presas del pánico. Pensó en Chur y en la apresurada cura que había recibido en Kshshti. Igual que la misma Orgullo.
—Kefk —dijo Haral, apoyándose en la pared junto a su hermana—. Va a ser un condenado jaleo, capitana.
Pyanfar la escuchó en silencio. Geran llegó junto a ellas y se unió a la fila de cuerpos apoyados en la pared. Pyanfar apenas sentía sus músculos. Le dolían las entrañas de tanto caminar y del esfuerzo que había realizado para contenerse y no romperle el cuello a Rhif Ehrran.
—Sí, un condenado jaleo, por todos los dioses… —Se apartó de la pared con un brusco empujón y fue por el pasillo hacia el ascensor, sola.
Dioses, la preocupación y la confianza que había en los ojos de Haral. La más vieja de sus amigas y la más sincera. Le seguía Tirun que tenía un año menos que ella y Geran y Chur, con dos años menos. Cinco hani con unos cuantos pelos grises alrededor de la nariz y algunos dolores sí corrían demasiado; una niña joven y tonta. Un humano perdido y un macho hani que ya había dejado atrás sus mejores años… Hubo un tiempo, cuando se metió en todo esto, en el cual tuvo ambiciones… hacer tratos comerciales con los mahendo’sat y los humanos, corregir los desarreglos financieros de Chanur; conseguir que la nave volviera a estar en condiciones. Bueno, al menos eso lo había conseguido. Y la Orgullo tenía ahora un perfil distinto, unas toberas más grandes, sistemas diseñados por otra especie que, desde luego, serían capaces de darle un buen susto a los enemigos de Chanur si las cosas desembocaban en un conflicto espacial.
Pero había otras clases de enemigos, como los que surgirían en la reunión del han, cuando Rhif Ehrran se pusiera en pie para enunciar las acusaciones que habían de traer la ruina de Chanur.
Khym, dioses, Khym… el momento en que había desafiado a Rhif Ehrran en los muelles era un tesoro precioso para Pyanfar, algo que guardaría siempre con ella. Pero tendría que pagar un precio. Y cuando Ehrran y la Vigilancia llegaran al hogar, el precio sería muy alto. Chanur había puesto demasiado en este trato con otras especies, había corrido demasiados riesgos. Chanur se había vuelto como la Orgullo, medio hani, con un perfil extraño, de otra especie. La riqueza extranjera traía siempre tales cambios.
… Pero ¿volver otra vez a casa? ¿Ver de nuevo el hogar de su clan? ¿Hacer tratos de nuevo como si se tratara de una hani y no de una agente mahen a la cual se pagaba, comprándola con dinero?
Apretó el botón del ascensor. Se volvió. La tripulación se había quedado al final del pasillo, nadie la había seguido. Quizá percibían sus pensamientos. Les hizo una seña y Haral, al verla, puso en marcha a las demás.
Otra nave hani se había separado de la especie hacía dos años: la Luna Creciente de Tahar. Ahora la Luna Creciente servía a los kif. Hubo un tiempo durante el cual Pyanfar se habría lanzado sobre Tahar, ya fuera en el muelle o en el espacio abierto, con la seguridad de quien sabe que actúa correctamente.
Llegó el ascensor casi al mismo tiempo que su tripulación. Entonces se le ocurrió algo que le hizo sentir un viento helado en su espalda.
—Seguimos teniendo a ese kif en la nave —dijo.
—Podemos echarle —dijo Tirun—. Ya tenemos lo que deseábamos.
Pyanfar pensó en ello, su garra curvada sobre el mando del ascensor. Pero cuanto sabía sobre los kif hacía sonar en su interior un sinfín de pequeñas alarmas.
—Sfik —dijo. Dejó que entraran en el ascensor y las siguió—. Si le soltamos perdemos un artículo cargado de sfik, sea cual sea el significado que los dioses le den a eso, ¿no? Posición. Honor.
—¿Qué pretende Sikkukkut que hagamos con ese kif? —preguntó Geran, disgustada.
—Lo que él hizo con Tully —se aventuró a decir Haral, interrumpiendo el silencio general mientras el ascensor seguía su camino—. Quizás algo peor. ¿Qué puede importarle eso a un kif? Quizá sea sólo un poco de ungüento para nuestro orgullo herido, sólo eso.
Pyanfar sintió un escalofrío en todo su cuerpo.
—Dioses.
—¿Capitana?
—Nos habló de una nave kif que no le pertenecía. —El ascensor se detuvo y la puerta se abrió—. Un cambio de lealtades, eso dijo.
—¿Ese kif es uno de los agentes de Akkhtimakt? —preguntó Haral siguiendo el mismo rumbo que habían tomado los pensamientos de Pyanfar.
—Puedes apostar a que sí.
—Bondad divina, ¿qué hacemos con él?
Pyanfar salió del ascensor y miró por encima del hombro hacia el puente, donde estaba Chur.
—Si consigues suponer cómo es una mente kif, ya me informarás. Afirma que pertenece a Chanur. Si le dejamos ir perderemos sfik. Y si hacemos eso tendremos toda una estación llena de kif dispuestos a tirarse sobre nuestro cuello.
—Podríamos lanzarlo en el espacio —murmuró Tirun con cierto anhelo en la voz.
—Podríamos entregárselo a Ehrran —dijo Geran.
—Pyanfar miró hacia atrás, a unos pasos de la puerta del puente.
—Ésa es la mejor idea que he oído hasta el momento.
—¿Lo hacemos?
Pyanfar se mordisqueó los bigotes lenta y repetidamente durante varios segundos.
—Uh —dijo, guardando la idea en su mente para el futuro—. Uh. —Y entró en el puente.
—¿Kefk? —preguntó Chur, haciendo girar su asiento bruscamente.
—Te lo he traído —dijo Khym, enorme y sucio, con las manos engarfiadas alrededor del cinturón de sus maltrechos pantalones color marrón. Sus orejas llenas de quemaduras y cicatrices estaban medio caídas y su curtida nariz se fruncía en un gesto de incomodidad. Hilfy fue hacia él y le ordenó la melena, alisándola. Las orejas de Khym subieron lentamente hacia la vertical. Había otro macho en esa habitación, Tully, que estaba tendido sin moverse en el lecho y presenciándolo todo.
—Estuviste maravilloso —dijo Hilfy.
—Uh —murmuró Khym—. Uh. Huele fatal. Y yo también. —Y, con un encogimiento de sus grandes hombros, salió al pasillo.
Entonces Hilfy se estremeció. Y pensó en matar kif, algo que había llegado a convertirse en una llama que ardía constantemente en su interior.
—Hilfy —Tully intentó levantarse de donde le había dejado Khym: su propio lecho en su propio camarote, tendido sobre una manta manchada con la sangre de su pobre espalda. Hilfy le miró y él, con una mueca, intentó ponerse en pie. Pero no pudo y se dejó caer nuevamente en el lecho, dándose un golpe en el codo.
—Dioses. —Cogió el comunicador de bolsillo que llevaba y conectó el canal del traductor—. Tully, no te muevas, tiéndete. —Se acercó a él y le puso el comunicador entre los dedos de modo que le fuera posible hablar y comprender gracias a esa unidad que transmitía toda la información al ordenador del puente.
Pero Tully dejó caer el comunicador y la cogió por los hombros. Se agarró a ella, sólo eso, como cuando le causaron daño, o cuando se lo habían hecho a ella, o cuando los kif amenazaron con separarles.
—No pasa nada —dijo Hilfy. Le abrazó, algo que ya había hecho en su oscura celda, cuando él era incapaz de entender poca cosa más aparte de ese gesto—. No pasa nada. Estás con nosotras. No más kif.
Tully levantó la cabeza y la miró. Hilfy le vio como un ser extraño, de otra especie, que olía terriblemente mal. Su barba y su melena, el más hermoso de todos sus rasgos, como oro tejido cuando estaban limpias, ahora parecían una masa revuelta y sucia. Sus extraños ojos estaban enrojecidos y derramaban lágrimas que corrían sobre su rostro: el olor de los kif también había afectado los ojos de Hilfy, y sus harapos estaban llenos de ese olor y de la peste a incienso de los kif.
—Pyanfar —dijo—. Pyanfar… ¿amiga esos kif?
—Dioses, no.
Tully se estremeció con tal violencia que pareció se le iban a dislocar los miembros. Hilfy le abrazó con fuerza, como a un talismán de su propia seguridad. Al igual que en su prisión de la Harukk, era consciente de su masculinidad de un modo tan vago como turbador; pero Anuurn, el hogar y los machos estaban muy lejos de aquí… excepto Khym, que bastaba para recordarle esas cosas aunque él perteneciera a Pyanfar y fuera, con mucho, demasiado viejo. En cuanto a Tully, fueran cuales fueran las sensaciones de los humanos eran tan complicadas como ajenas a ella. Sólo los dioses podían saber si alguna vez él pensaba en ella como en una hembra.
Pero alguien debía defenderle. Hilfy había sabido toda su vida que los machos eran objetos preciosos; que su equilibrio mental era precario y que sus temperamentos eran tan vastos e incomprensibles como su vanidad. Na Khym era… bueno, era excepcional; por otra parte, tenía la nariz rodeada de canas y la edad le había calmado, a pesar de lo que creyera Pyanfar. Los machos jóvenes eran otra cosa. Había que construir un sitio para ellos y mantener alejado de ahí todo lo desagradable.
Vestían sedas, cazaban y hacían que una hembra se sintiera orgullosa de ellos. Luchaban sólo cuando sus esposas y hermanas habían fracasado, cuando llegaba el desastre. Y su valor era la valentía del último recurso, no era nada complicado ni que pudiera aprenderse… nadie esperaba que los machos mostraran astucia. No cuando la locura se apoderaba de ellos y menos cuando eran jóvenes.
Pero Tully era inteligente. Y valeroso. Hubo un momento en el cual los kif le pusieron las manos encima y Tully se lanzó sobre ellos, aunque no tenía garras. Le habían apartado brutalmente a un lado, pero él siguió defendiéndola hasta que le dejaron inconsciente a golpes. En aquella ocasión no pudo llegar hasta él, no pudo tocarle. Eso le dolió mucho más que todo el dolor de los golpes y heridas. La habían drogado. Y cuando se lo llevaron para interrogarle, ella estaba indefensa.
—Chur está bien —dijo, acordándose de que debía comunicárselo, pues él todavía no había podido subir al puente para enterarse de ello—. También ella ha podido salir.
Él la miró y parpadeó.
—Chur a salvo.
—Todas estamos a salvo.
Tully emitió un sonido gutural, se limpió la cara y luego pasó sus dedos sin garras por entre los enredos de su melena.
— # # —dijo, algo que el traductor mutiló, incapaz de comprenderlo. Pasó un pie por encima del borde de la cama y luego sacó también el otro—. Yo # tripulación. Yo tripulación. Hilfy, ir trabajar… quiero trabajar… entiendes.
Logró ponerse en pie. Durante el proceso se tambaleó un poco, pero logró conservar el equilibrio gracias a la mano que ella le ofrecía. Luego dijo:
—Baño. —Y fue en esa dirección.
Hilfy comprendió perfectamente que deseara un baño.
—Te esperaré —dijo.
Bueno, así que todos estaban un poco locos. Tenía la impresión de que iba a derrumbarse de un momento a otro y la cabeza todavía le daba vueltas debido a uno de los golpes que había recibido. Pero la Orgullo estaba a punto de moverse. Pronto saldrían del dique, pronto saldrían de todo esto; y ella había pasado por la prolongada pesadilla de un salto en manos de los kif…
… atrapada abajo, en lo más hondo de la nave, sin tener ni la menor idea de adónde iban, de dónde estaban o de cuándo morirían.
Chur le había dicho que estaban en Mkks. Y también le había contado muchas cosas… como, por ejemplo, que en la estación de Kshshti se había hecho un trato, que eso había hecho partir a Banny Ayhar como un rayo hacia Maing Tol con mensajes; y que había traído luego a la Vigilancia y a Jik… una alianza improbable pero muy útil.
«Jik tiene en su poder parte del pellejo de Ehrran», había dicho Chur mientras esperaban que algo sucediera. «Le enseñó un documento en Kshshti y ella se encogió de pronto. Ese Jik no sólo es capitán de una nave de caza, desde luego que no. Tiene enlaces y conexiones… nos sacó del sueno, usó ese extraño ordenador que lleva en la Aja Jin y trazó para nosotras un curso que nos llevó directamente a Mkks a las tres naves sin un solo problema. Salimos justo donde debíamos y, por los dioses, cuando llegamos de nuevo estábamos donde teníamos que estar. Tiene unos motores nuevos que…».
Chur se los había enseñado con las cámaras de popa. El ver en la pantalla de vídeo lo que ahora llevaban en la cola había hecho que Hilfy sintiera un estremecimiento en la espalda.
La Orgullo había cambiado. Desde que atracaron en Kshshti se había convertido en algo totalmente diferente.
Igual que ella. Habría preferido ver en la cola los viejos contornos y sentir que había vuelto al hogar, a un sitio conocido y que nunca cambiaba.
«¿Pyanfar amiga esos kif?».
Hilfy conjuró ciertas escenas en su mente… cosas que Tully había visto y ella no, cuando Pyanfar estaba sola en esa habitación llena de kif; y algo más tarde, cuando Pyanfar había ido en busca de Tully con Jik y Ehrran y toda la tripulación excepto Chur. Así que, por los dioses, ¿cómo se le ha ocurrido preguntar eso?
Cierto, tenían un kif a bordo pero Tully no lo sabía. La presencia del kif hizo que Hilfy sintiera un cosquilleo mental y un temblor en los huesos. La criatura se hallaba al final del corredor, sólo unas cuantas puertas más allá de la curva.
Se sentó sobre la cama de Tully y apretó fuertemente los brazos alrededor de su cuerpo, abrazándose, deseando algo con una intensidad que no había sentido desde que suplicó ir al espacio y consiguió que su padre, incapaz de negarle nada, le diera su consentimiento… Quería recobrar su hogar, y la seguridad; no quería ver lo que se le avecinaba. Hubiese preferido cazar en las colinas, era otra clase de matanza: una muerte limpia. Encontrar un compañero. Merecía tener todo eso, sentir de nuevo la hierba bajo sus pies y el sol sobre su espalda, en algún lugar donde ningún hani a su alrededor supiera qué era un kif ni lo que ella había visto.
Tully salió tambaleándose del baño, desnudo. En su cuerpo había heridas que aún sangraban y también morados, quemaduras y todo tipo de malos tratos concebibles. Ella llevaba cicatrices parecidas. Tully abrió un cajón buscando otro par de los vicios pantalones inservibles de Haral. Por fin encontró el que debía ser el último.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Hilfy.
Él meneó la cabeza, una negación humana. Cuando se hubo sentado, hizo varios intentos de meter una pierna en el pantalón. Descansó un poco y la apartó con un gesto. Apoyó el cuerpo al borde de la silla y, finalmente, logró meter al menos una pierna.
Alguien abrió la puerta sin haber llamado antes. Chur apareció en el umbral, cubierta de vendajes. Sus ojos se abrieron un poco más por causa del asombro, sus orejas cubiertas por los anillos de los viajes oscilaron hacia atrás.
—Chur —dijo Tully, y logró meter la otra pierna. Luego consiguió ponerse en pie, subirse los pantalones y atárselos a la cintura, apoyándose de vez en cuando en el respaldo de la silla para no caer.
—Queda muy poca parte de nuestros malditos cuerpos que no hayamos visto ya —murmuró Hilfy dirigiendo un pequeño encogimiento de hombros hacia Tully y sintiendo cierto calor en torno a las orejas—. Tanto él como yo… No pasa nada, Chur.
—Tú bien —dijo Tully. Se apartó de la silla y tendió as dos manos hacia Chur. Chur, instintivamente, dio un pequeño respingo; pero él no la abrazó, lo único que hizo fue cogerle las manos y apretarlas entre sus dedos—. Chur, bueno verte. Bueno verte…
—Lo mismo digo —contestó Chur. Sus labios se fruncieron en una débil sonrisa en tanto que Hilfy se levantaba—. Tenemos un aspecto soberbio, ¿verdad?
—Nosotros perfectos —dijo Tully, y en sus labios la sencillez de esas palabras resultaba dolorosa. Empezó a sonreír y luego, con un esfuerzo, dejó de hacerlo para componer su rostro en una expresión de placer más parecida a una hani—. Chur, pensaba…, pensaba que tú muerta.
—Pues no… —Chur le palmeó la mejilla con mucha delicadeza—. Dioses, desde luego, te masticaron un buen rato y luego te escupieron, ¿eh?
Hilfy frunció el ceño, medio apoyándose en la silla.
—Por todos los dioses, deja que se siente. Y tú también, siéntate. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Tengo un pequeño descanso. Ahí arriba están recogiendo los datos que llegan; Tirun anda en ello, y pensé que podía aprovechar para bajar un momento y veros ahora que tenía tiempo.
—Vamos a salir de aquí, ¿no?
Las orejas de Chur se abatieron rápidamente.
—¿No?
—Todavía estamos negociando algunas cosas —dijo Chur.
—¿Qué cosas?
—Jik. Tenemos… bueno, tenemos una pequeña deuda que saldar. Jik nos ha pedido que vayamos a Kefk. Ha convencido también a Ehrran de que vaya.
—Por los dioses… —Las garras de Hilfy se hundieron en el acolchado y un segundo después volvió a esconderlas. Miedo. Miedo, puro y simple. Sabía que, en lo más hondo de su ser, en sus nervios y en sus huesos, había escondidos para siempre pequeños temblores de miedo—. ¿Qué hay en Kefk aparte de kif? ¿Acaso perseguimos todavía esa loca fantasía del comercio con los humanos?
—Es otro tipo de acuerdo —dijo Chur. Sus orejas estaban medio erguidas y en sus ojos se veían leves círculos blanquecinos—. No sé muy bien en qué consiste. La capitana está hablando con Jik sobre ello.
—¿Ir Kefk? —preguntó Tully. Estaba junto a la pared y por unos instantes osciló sobre sus pies y tuvo que apoyarse contra ella para no perder el equilibrio—. ¿Kif? ¿Ir kif?
—¿Qué trato?
—El trato de Jik —dijo Chur—. Hilfy… te sacamos de ahí mediante un soborno. No sé muy bien de qué se trata, pero lo que sí sé es que tenemos problemas pisándonos la cola. Vamos a salir rápidamente de aquí para apartar a ese Akkhtimakt de Mkks, ya que es muy probable que se le ocurra venir por esta dirección. Tenemos a dos kif preparándose para una batalla en Kefk, y Jik ha escogido su bando. Política mahen. Y estamos metidas en ella.
—¡Dioses, no! —La habitación se oscureció, sus ojos se perdieron en el túnel de la caza. Hilfy apartó la silla con un empujón y se lanzó hacia la puerta, apartando bruscamente la mano que Chur tendía en su dirección.
—Hilfy… —La voz de Chur la seguía.
—¡Hilfy! —Ése era Tully, un grito áspero a punto de quebrarse.
—Y un infierno mahen… —dijo Hilfy a cualquiera que pudiera escucharla, dirigiéndose rápidamente hacia el ascensor.