—Tú. Kif. —Pyanfar se inclinó sobre la consola de comunicaciones y vio al intruso en la cámara que habían montado estando en Kefk, una silueta encorvada y cubierta con su túnica negra bajo el resplandor amarillo que iluminaba su tubo de acceso. Ahí fuera hacía frío y no era un lugar apropiado para permanecer demasiado tiempo. El aliento del kif formaba una blanca nubecilla sobre la oscuridad de su silueta—. Kif, aquí Pyanfar Chanur. Puedes hablar conmigo desde ahí. ¿Tienes algo nuevo que comunicarme?
—Mi nombre es Skkukuk. Déjame entrar, Chanur. El hakkikt an’nikktukktin me ha enviado.
—Antes me veré en el infierno mahe.
—Entonces, debo congelarme aquí.
—¡Saca tus despojos medio helados de mi tubo de acceso!
El kif permaneció inmóvil y luego alzó los brazos. Las mangas cayeron hacia atrás, mostrando sus largos y negros miembros carentes de vello y sus flacas manos provistas de garras retráctiles.
—La seguridad de Chanur es la mía. Le ofrezco mis armas.
—Biblioteca —le musitó a Haral; y Haral se lanzó sobre el ordenador, intentando ver lo que Lingüística era capaz de sacar en claro de esa frase. Mientras tanto Pyanfar intentó ganar tiempo, sintiendo cómo se le erizaba el vello de la espalda—. Kif. Skkukuk. ¿Qué esperas de mí?
—Espero descubrir.
—Capitana —murmuró Haral—, la biblioteca no tiene nada sobre eso.
—Soberbio. Por todos los… Kif, aceptarás mis órdenes, ¿no?
—Soy de Chanur.
Pyanfar quitó el sonido y se irguió.
—Sólo los dioses saben qué puede significar eso. Estamos ante toda una situación —dijo, y se quedó boquiabierta al ver que la pantalla número cuatro, en la cual aparecía toda la información del control de tráfico y de la central de la estación, se cubría repentinamente de caracteres kif—. Que los dioses les frían…
Tirun manipuló rápidamente los controles, pero no hubo ningún cambio en la pantalla.
—Ésa es la emisión de control de navegación —dijo Tirun, tecleando a la máxima velocidad de sus dedos. La traducción empezó a surgir en la pantalla: Dificultades de transmisión. En otro lugar del tablero de comunicaciones empezaron a parpadear las luces, indicando las comunicaciones urgentes que llegaban de la Vigilancia y la Aja Jin, que habían visto cómo sus monitores de navegación se llenaban de caracteres kif.
Durante un instante todo se convirtió en un caos, en tanto que Haral maldecía y empezaba a probar distintos sistemas. Las imágenes se sucedieron en una rápida secuencia sobre los monitores.
—¡Dioses! —siseó Pyanfar, apartando de su mente al kif y la compuerta, sintiendo que le esperaban desastres mucho peores. Hizo sonar la alarma general para convocar a la tripulación en el puente—. ¿Tenemos algo que transmitirles?
—La estación no pone obstáculos a eso —dijo Haral—. Podemos mandar a nuestros amigos de ahí fuera nuestra imagen de observación, teniendo en cuenta que nuestra posición no es gran cosa. Lo que sí podemos hacer es servirles de faro para el muelle.
El ascensor estaba funcionando en la popa. La tripulación acudía de los niveles inferiores al puente tan aprisa como podían llevarles sus pies y el mecanismo del ascensor de la Orgullo. La alarma seguía sonando a ráfagas, ahogando periódicamente cualquier otro sonido.
—Mensaje de la central —dijo Tirun—. Los kif dicen… transmiten saludos del hakkikt y aseguran que no van a interferir en la maniobra de atraque de nuestras naves. Tenemos otra llamada: stsho… una protesta. Mahendo’sat: un grupo está enviando una protesta a los kif y piden que se les rescate. Parece que están atrapados en algunas tiendas al final del muelle y temen salir de ellas. Quieren que venga la policía. Mientras tanto los kif dicen que las cuadrillas mahen se encargarán del atraque de la Vigilancia y la Aja Jin… Otra vez saludos del hakkikt.
Un leve ruido, el silbido del acolchado de un sillón al ser aplastado; era Chur, que había llegado al puente sin ayuda y ocupaba su sitio. En el corredor se oyó ruido de pasos.
—¿Qué tenemos? —preguntó Chur, sin más rodeos.
—Tenemos que los kif se han apoderado de toda la maldita estación —murmuró Pyanfar—. Tenemos que en nuestro condenado acceso hay un kif, los dioses se lo lleven… ¡Vuelve a la cama!
—Dame eso —le murmuró Chur a Tirun, su mente va concentrada en los controles. Las dos se enfrascaron en una conversación casi inaudible, entre el parloteo del comunicador.
Una tormenta de pasos, el chirrido de unas garras sobre las planchas del suelo: más cuerpos ocuparon los asientos, uno, dos, tres. Haral informó brevemente con voz tensa a los recién llegados de lo que ocurría y Pyanfar la dejó hacer, descubriendo que en sus pantallas iba apareciendo cada vez más información a medida que los monitores cobraban vida. La Vigilancia y la Aja Jin seguían con su maniobra de aproximación a los muelles.
—Negativo. No hay fuego ni disparos —respondió a la pregunta formulada por los mahendo’sat que se acercaban—. Dales la información disponible, Tirun. —Hizo dar media vuelta a su asiento y vio el puente de la Orgullo más concurrido de lo que lo había estado nunca desde Kshshti: tanto Hilfy como Khym estaban en sus puestos—. Los kif cuentan con nosotras para que no armemos escándalo y ayudemos a calmar las cosas —les dijo a todos en voz baja—. Por los dioses, nos están presionando con toda la fuerza que tienen a su disposición. Esos bastardos kif, que los dioses les maldigan, saben que no dispararemos las primeras sin que haya provocación.
Hilfy volvió su cabeza hacia ella.
—Tienen a Tully —dijo secamente sin añadir nada más. Estaba claro que eso representaba toda una diferencia.
Y que los dioses se cubrieran de plumas si Pyanfar deseaba verse obligada a hacer algo que ya la había hecho pensar que estaba loca por hacer sin que nadie la obligara: quedarse sentada en el muelle en vez de arrancar todas las conexiones y salir corriendo con lo que había conseguido salvar…
—Bueno, también nosotras tenemos un prisionero —repuso Pyanfar, ante el desconcierto de Hilfy, cuyas orejas se inclinaron a causa del asombro. Pyanfar conectó un canal con el comunicador que había en el tubo de acceso—. Skkukuk. ¿Qué hacemos contigo?
El kif se había encogido formando una bola. Al oírla se puso en pie.
—Me estoy congelando, cazadora Pyanfar.
—Bien. ¿Qué tal si te vuelo la cabeza? ¿Le gustaría eso al hakkikt? ¿Le has ofendido en alguna forma?
—No tengo la menor posición ante él.
—¿Acaso esperas conseguirla?
—Carezco de toda esperanza, a menos que tu sfik sea más grande de lo que parece.
Pyanfar pegó las orejas a su cráneo.
—Kif, ¿quieres vivir?
—Naturalmente.
—Entonces, desnúdate y mete todas tus ropas en ese compartimento. Luego ve por el corredor principal. Y espera ahí.
El kif se inclinó en una reverencia, sus manos quedaron nuevamente ocultas dentro de sus mangas.
Pyanfar se acercó al tablero y tecleó la secuencia de apertura de la compuerta exterior. Hizo girar luego su asiento y se encontró con Hilfy, que la miraba con las orejas aún pegadas al cráneo.
—Tenemos un artículo dotado de sfik ahí abajo, y no se trata de Tully. Ya veremos lo que nos han mandado. Transmite a la Vigilancia y la Aja Jin que intentaremos seguir con este juego y que nos quedamos en el muelle; ellas pueden hacer lo que quieran.
—Tenemos ya imagen de observación y la estoy mandando —dijo Haral—. Jik dice que va a entrar en la estación.
—Quieran los dioses que no esté bromeando —replicó Geran.
—Así sea —murmuró Pyanfar. En su mente aparecían una y otra vez imágenes de un ataque. Un rápido barrido del muelle por parte de cualquiera de sus dos aliados y todo habría terminado. Pero confiaba en Jik. Ésa era su esperanza—. Khym, vamos.
—¿Vas a bajar ahí? —preguntó Hilfy, haciendo girar su asiento.
—Ten la nariz bien pegada a ese tablero, jovencita. No te muevas de ahí. Ven, Khym. Éste es asunto tuyo.
Las orejas de Khym se irguieron rápidamente. No había parecido tan animado desde que le hicieron entrar en acción y soportar el fuego real en los muelles durante el jaleo de Kshshti.
Mientras bajaban en el ascensor sostenía en la mano su pistola de bolsillo y se ajustó un comunicador en el cinturón con la potencia puesta al máximo. Khym sólo contaba con sus manos desnudas y, desde luego, no estaban nada mal… a menos, pensó ella, que el kif que había en su compuerta tuviera un cuchillo o algo peor. Los dioses eran testigos de que la Orgullo no era una nave de combate: carecían de precauciones de seguridad y de los detectores necesarios. Debían actuar siguiendo su intuición, correr el riesgo…
… lunática, dijo una vocecilla. Poner en peligro la Orgullo por un humano harapiento y medio loco.
—Ve con cuidado —le dijo a Khym mientras el ascensor seguía bajando. Quitó el seguro de su pistola—. Quieran los dioses que no haya decidido que estamos fanfarroneando y se haya traído una granada…
—Y si es así, ¿qué harás? —le preguntó Khym.
—¡Intentaré devolvérsela, por los dioses! ¿Cómo quieres que lo sepa? —La sola idea hizo que se le erizara el vello de la nuca. Apretó el botón del comunicador interno—. Haral, abre el pestillo de esa compuerta interior cuando yo te lo ordene.
La puerta del ascensor se deslizó a un lado. Pyanfar salió de él detrás de Khym, con el arma preparada en la mano.
—¿Ahora, capitana? —preguntó Haral.
—¡Ahora!
A un pasillo y medio de distancia se abrió la compuerta interior de la entrada. Pyanfar cogió a Khym por el brazo y le arrastró hacia uno de los lados del pasillo, desde donde podrían ver mejor y estar algo más a cubierto.
El kif dobló la esquina igual que una resbaladiza mancha de aceite negro, y luego se inmovilizó a una buena distancia de ellos dos en el mayor pasillo que poseía la Orgullo: una silueta inmóvil, desgarbada, de un color negro grisáceo, con las manos extendidas para demostrar que estaban vacías.
—Está bien —dijo Pyanfar, sin apartar ni un solo instante su arma del vientre del kif—. Mantén esas palmas bien abiertas, kif, y que yo las vea siempre.
—El aire apesta.
—Ahí fuera también, kif. Ahora acércate un poco más… párate ahí. Khym, ve al compartimento y trae sus ropas. Examínalas por si hay armas.
—Llevan sólo mi cuchillo y mi pistola —dijo el kif.
—Estupendo. Muévete, Khym.
Khym obedeció y, por la forma en que se movía, estaba claro que no le hacía demasiada gracia tener que recorrer ese trozo de pasillo. Al pasar junto al kif sus orejas se pegaron al cráneo. El kif volvió levemente la cabeza con los hombros encorvados y al hacer ese gesto su prolongada mandíbula adquirió la extraña gracia de un reptil. Luego invirtió su gesto, volviéndose de nuevo hacia ella. Sus manos se alzaron, mostrando las palmas vacías.
—Eres mío, ¿eh? —dijo Pyanfar con áspero sarcasmo—. ¿Qué se le ha metido en la cabeza a Sikkukkut para hacer este intercambio? No pienso abandonar al humano, todavía quiero recuperarle, ¿entiendes?
El kif movió lentamente sus manos.
—Entiendo.
—Pues responde, bastardo sin orejas. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperando —dijo.
—¿Esperando qué?
Un encogimiento de hombros kif.
—No lo sé.
—Si vas a seguir hablando en acertijos, kif, te arrancaré la piel.
Khym apareció de nuevo en el corredor a espaldas del kif sosteniendo en sus manos una masa de cuero y tela negra.
—Un cuchillo y una pistola —dijo—. Nada más.
—Dale sus ropas.
Khym las dejó caer junto al kif.
—¿Puedo vestirme? —preguntó éste.
Pyanfar movió la pistola, como señal de asentimiento. El kif inclinó la cabeza y, moviéndose con gran lentitud, recogió sus pertenencias. Por un instante las sostuvo ante su pecho con ese encogimiento de hombros y ese movimiento de cabeza tan peculiar de los kif. Bastaba con que se moviera un poco para que las luces y sombras jugaran sobre su piel negra y gris, cubierta de arrugas, dándole durante un instante un aire siniestro y adquiriendo un segundo después una apariencia abatida y patética.
Pyanfar sintió que se le erizaba el vello de la espalda.
—Khym, abre ese lavabo. Skkukuk, métete dentro.
La cabeza del kif se alzó hacia ella.
—No vale la pena —dijo Skkukuk—. Entrégame mis armas y yo te entregaré a tus rivales.
—¡Dentro!
—Sirvo a un estúpido.
—No es lo bastante estúpido como para que piense darte la espalda, kif. O te ha enviado Sikkukkut o te ha echado de su nave, y en ninguno de los dos casos quiero tener nada que ver contigo.
La cabeza de Skkukuk pareció hundirse entre sus hombros. Se dio la vuelta con la misma gracia de serpiente que había mostrado antes y cruzó la puerta del lavabo. Pero Pyanfar creyó que había logrado apuntarse un tanto.
—Coge sus otras pertenencias y entrégaselas. El viejo refugio de Tully… —le dijo Pyanfar a Khym, que permanecía inmóvil ante la puerta del lavabo.
—¿Vamos a quedarnos con esta criatura a bordo?
—Dale sus cosas.
Khym arrojó las botas y el cinturón a través del umbral, pero conservó la pistola y el cuchillo. Luego cerró la puerta y conectó el cerrojo.
—Lo más probable es que lo destroce todo —dijo.
—Eso sería el menor de nuestros problemas.
—¿Qué pretende, por todos los dioses?
—Cuando hayas logrado adivinarlo, cuéntamelo. —Pyanfar volvió a poner el seguro de su pistola, y descubrió que sus rodillas parecían haberse vuelto de gelatina—. Maldita sea, tengo un kif en mi nave y él quiere saber la razón de que esté a bordo… ¿cómo quieres que lo adivine? Tengo naves que se acercan, tengo una estación en manos de los kif y éstos se dedican a un juego que no comprendo… —Se dio la vuelta y fue hacia el ascensor, volviéndose de nuevo antes de llegar a él—. Quédate vigilando aquí abajo. Asegúrate todas las veces que haga falta de que ese condenado cerrojo sigue entero. Guarda bien esas armas y, por todos los dioses, si se te ocurre abrir la puerta de ese lavabo… no me importa si el kif estalla en mil pedazos, pero si abres esa puerta te arrojaré al espacio y ese kif irá detrás de ti. ¿Me has entendido bien?
Las orejas de Khym se pegaron al cráneo y su mandíbula se aflojó.
Pyanfar se dirigió al ascensor.
—Y cuando yo te diga que le des algo a quien sea, no quiero que se lo tires al vuelo, ¿entendido? —gritó volviéndose hacia el pasillo.
La puerta se cerró. Khym seguía mirándola.
Mientras la cabina salía disparada hacia arriba, Pyanfar se apoyó en la pared. Estaba temblando, por los dioses, y entonces pensó: comida. La necesitaba desesperadamente.
Pero no había tiempo para eso.
—Haral, ¿qué ocurre?
—Están entrando en la distancia crítica.
—¿Las dos?
—Sí, capitana. Vienen las dos.
Por lo tanto, no se trataba de un ataque. Tanto la Vigilancia como la Aja Jin pensaban atracar en los muelles sin dejar atrás nada que pudiera proteger sus vulnerables espaldas.
La cabina se detuvo y la puerta se abrió. Pyanfar fue por el pasillo hacia el puente.
—Se guían por nuestro faro —decía la voz de Haral por el comunicador, detectando el avance de Pyanfar por los altavoces del pasillo—. Ahora los kif están emitiendo señales de guía. Se mezclan con las nuestras, de momento son idénticas. Capitana, tenemos otro problema. Gente de la estación. Tenemos los tableros atascados con mensajes y preguntas. Ahí fuera reina el pánico.
Pyanfar masculló un juramento y apretó el paso. Un motín en la estación… esto bastaba para que se coagulara la sangre de cualquier navegante espacial.
—Tenemos que mantener seguro este muelle —dijo, entrando en el puente. Ni una sola de las ocupadas cabezas que había en él se volvió cuando su voz adquirió bruscamente un cuerpo—. Hilfy, sé cortés. Dile a esa gente de la estación que tenemos problemas con un francotirador en esta zona y que se mantengan lejos de ella. —Se dejó caer en su asiento y lo hizo girar con un zumbido hasta su posición habitual de trabajo. Las pantallas le mostraron toda la información que la Orgullo era capaz de recoger con las emisiones de la estación tan drásticamente reducidas.
—Quizá los kif estaban de acuerdo en filtrar esas llamadas de la estación —dijo Haral.
—Es mejor dejarlas pasar, de ese modo el pánico no será tan grande. Lo último que necesitamos ahora son diez mil ciudadanos acercándose en busca de noticias.
—Uhnnn. —Haral envió otra lista por el tablero—. Aquí tengo algunos mensajes que quizá quieras ver.
Pyanfar examinó la pantalla.
Saludos del hakkikt: se ha reanudado el sistema de transmisión de imágenes de observación a las naves que se aproximan. El sistema funcionará con precisión.
El Personaje pide urgentemente información…
Protestamos ante esta acción tan imprudente como irresponsable. Presentaremos las protestas ante la autoridad stsho…
Saludos del hakkikt, las dotaciones del muelle han recibido órdenes de ocupar sus puestos…
Alabados fueran los dioses.
Jik, de la Aja Jin, entró en el puente, Jik… solo: entró como un navegante medio aturdido buscando el bar adecuado, con su negro rostro tan lúgubre y preocupado como siempre. Llevaba un collar de oro y media docena de brazaletes; un ancho cinturón de oro y bronce sobre un faldellín a rayas bronce y púrpura; y por encima de todo esto, dos cuchillos y una pistola automática en una funda negra, un arma capaz de hacer volar la mitad del puente por sí sola. Jik no solía escatimar nada en cuanto a su atuendo y equipo, y el estado actual de los muelles no era precisamente de los que invitaban al optimismo.
—Muy a tiempo, Jik —le dijo Pyanfar.
—¿Ves? Decirte que este nuevo motor aguantaría, ¿afirmativo? Tú número uno lista, Pyanfar, manejar bien esta nave. Ker Hilfy, me alegra ver tú viva.
—Na Jik… —Educada, conteniendo sus emociones—. Me alegra verte.
Nada de «¿cuándo vamos a entrar ahí, cuánto vamos a esperar? Dadme un arma». Hilfy había decidido cumplir con sus funciones, ser una más de la tripulación. Pero si había sonreído alguna vez desde su rescate, había sido con una sonrisa tan medida que resultaba casi imperceptible.
Y había pasado varias horas esperando.
Todo el mundo había estado esperando. Y seguían esperando, ocupando sus lugares en el puente, incluso Chur, que se hallaba en su asiento envuelta en vendajes.
—Tú muy dura —afirmó Jik, señalando con la cabeza hacia Chur. Chur agitó las orejas—. Yo paso na Khym, dice tiene que montar guardia en corredor abajo. Clan Ehrran tiene segura vuestra compuerta. —Jik apoyó su algo ruidosa magnificencia sobre la consola más próxima y empezó a mordisquear una de sus garras no retráctiles. Parecía tan cansado como el resto. Sus ojos estaban rodeados de pequeñas arrugas y junto a las comisuras de su boca se observaban surcos bastante profundos—. También tengo guardia hani y hacer tomar posiciones en muelle. Esa Ehrran poner mucha seguridad en torno a nosotros, ¿eh? Pero también tener gatillo rápido. Eso preocupar mí.
—Por todos los dioses, Jik… ¿le has echado una mirada a este muelle?
Se encogió de hombros. Frunció el ceño y levantó los ojos hacia ella.
—Problemas, seguro. Montones de llamadas, gente estación montón pánico. Kif. —El ascensor estaba funcionando al otro extremo del pasillo—. Trabajo número uno primera clase llegar aquí, hani. Trabajo número uno primera clase tener otra vez ker Hilfy.
—Aún no hemos terminado. Todavía tenemos que salir de aquí, no lo olvides. —Sus orejas se volvieron hacia el ruido del ascensor, y sus ojos miraron rápidamente en esa dirección. Khym avanzaba por el pasillo con una expresión ceñuda en su rostro. Cuando llegó al puente, Pyanfar estaba preparada para acogerle con una expresión idéntica: había dejado su puesto sin que nadie le autorizara para ello. Pero el ascensor había vuelto a bajar, alguien lo había Llamado. Pyanfar oyó el ruido que hacía al funcionar.
—Pido disculpas —dijo Khym con voz algo tensa—. Ehrran viene hacia aquí. Lo he dejado todo limpio.
Pyanfar descifró sus palabras según el mismo código que él había pretendido usar: se había encargado de que el lavabo no atrajera la atención de ningún extraño. Política e intrigas: Khym no era ningún tonto en esos asuntos. Jik no hizo ninguna pregunta y, tan indolente como de costumbre, empezó a mordisquear otra de sus garras. El ascensor funcionaba de nuevo. Tirun y Geran se pusieron en pie; Hilfy ya se había levantado un segundo antes. Haral permaneció sentada ante su tablero.
—Muy buena capitana —dijo Jik en un murmullo, refiriéndose a los huéspedes que estaban a punto de entrar—. Llegar justo donde debía; buena nave, la Vigilancia. También maldita loca estúpida. Yo quizá gustar dejar una nave fuera de muelle, algo lejos de aquí… asustar esos kif. Pero esta hani asusta mí, ¿eh? Igual que tener chi por aliado: locura. Así que yo hacerla venir también ella al dique. Mantener ojo sobre ella. Te odia, Pyanfar. Quizá quiere tú tengas accidente.
Las orejas de Pyanfar se abatieron bruscamente y un instante después el mismo gesto se repitió a lo ancho de todo el muelle, exceptuando tan sólo a las pequeñas orejas del mahe vestido de oro y bronce.
—Maldita bastarda… —dijo Pyanfar—, pero no creo que lo sea hasta tal punto. Le gustaría que los kif se encargaran de ello.
El ascensor se abrió al final del pasillo y de su interior salió una oleada de hani armadas, con pantalones negros y atuendos rojo y oro.
—Desde luego, se ha traído una buena cantidad de tripulantes —murmuró Tirun—. ¿Cuántas tiene en su nave?
—Comprobé los datos en Kshshti —respondió Haral, también en un murmullo—. La Vigilancia lleva unas ciento cincuenta tripulantes. Mucho papeleo oficial, ya sabes…
—Qué raro —dijo Geran—, cuando nos faltaban manos para la Orgullo jamás pareció que pudieran prescindir de nadie.
—Qué raro —dijo Pyanfar—, me habría encantado rechazar su oferta.
El Ojo del han entró en el puente tan inmaculada como siempre, con su barba y su melena sedosa adornadas con brazaletes de bronce. Sus pantalones de seda negra pertenecientes al uniforme de un clan Inmune, estaban perfectamente limpios y planchados; la automática colgaba de su cadera dentro de una pulida funda de cuero negro. Elegancia. Riqueza… ¿qué intenta conseguir?, se preguntó Pyanfar. ¿Atraer a los bandidos y a los kif? Sus orejas se negaron a erguirse. Su pulso no quería mantener la calma. Que los dioses se llevaran al clan Inmune y a toda su ralea. Funcionarias del gobierno, siempre rellenando papeles.
—Hubiese sido mejor haber evitado todo esto —dijo Rhif Ehrran. Lo que quería decir: «lo has echado todo a perder»—. Las transmisiones que nos llegaron de la central venían todas en kif. ¿Acaso nos proponemos negociar bajo estas condiciones?
Rhif Ehrran miraba única y exclusivamente a Jik, sólo a Jik. Rehuía los ojos de Pyanfar.
—Nos las arreglaremos —repuso Pyanfar dado que Jik guardaba silencio. Rhif Ehrran volvió la cabeza hacia ella con el grado exacto de lentitud necesaria.
—Espero que sí.
No lograrían nada discutiendo. La Inmune no hacía más que recoger quejas sobre los asuntos y tratos del clan Chanur, incluso en estos momentos. La lista era ya bastante larga.
—Vamos —dijo Jik—. Quizá tiempo que hemos hablado ya bastante largo tal y como humano ése lo cuenta, ¿eh? Queremos él vuelva. Val-i-oso, ¿eh?
—Lo único que debemos hacer es ir ahí.
—Eso no representa ningún problema —dijo Pyanfar. Se apoyó deliberadamente en el brazo del asiento que había dejado libre Tirun, tan relajada e informal como Jik, mientras que la Inmune y sus tripulantes seguían de pie—. Entramos ahí y salimos sin ningún problema. Los kif se están mostrando realmente muy amistosos.
La enviada del han se volvió hacia ella, con sus orejas cargadas de anillos pegadas al cráneo.
—¿Quieres entrar de nuevo ahí, Chanur? Quizás esta vez puedas terminar el trabajo.
—Todo irá perfectamente bien. Estás delegando tus funciones en Chanur, ¿verdad que sí?
Jik se puso bruscamente en movimiento, irguiendo el cuerpo con un estruendo metálico de armas.
—No bromas —dijo dirigiéndose hacia ellas—. Tenemos problema número uno serio. No tiempo peleas hani. Tenemos un humano, tenemos mal problema. Maldito condenado gran jaleo, kif tienen estación, tienen montones gente asustada, hace mucho tiempo no oigo nada autoridad mahen esta central. ¿Tienes modo de entrar ahí, amiga Pyanfar, afirmativo?
—Sólo hay que pedirlo. Ese kif nos dejará entrar a toda velocidad. Lo que no puedo garantizar es la salida.
—¿Cuántos kif?
—La última vez había unos cien, tal vez más. Ésos son los que vi en la habitación. Si te refieres a los que había en el muelle… oh, puede que cuatro o cinco mil. Puede que más aún. ¿Tienes algunos datos actualizados sobre Mkks?
—Entrar ahí es una locura —dijo Rhif Ehrran.
—¿Tener idea? —le preguntó Jik.
—Para empezar, ya consideraba una locura el venir a este muelle con tres naves —dijo Rhif Ehrran—, pero tus opiniones al respecto diferían de las mías.
—¿Qué quieres tú? ¿Disparar sobre muelle? Tenemos ciudadanos ahí.
—Capitana, se recibe una señal —dijo Haral, haciendo girar su asiento.
Los ojos de Pyanfar ya se estaban moviendo sobre los tableros, examinando la imagen de observación que un segundo después apareció en la pantalla principal situada encima de los asientos de control.
Todos los presentes en el puente clavaron sus ojos en la pantalla. La tripulación se lanzó hacia sus puestos sin necesidad de orden alguna. Pyanfar hizo lo mismo, dejando que Jik, Rhif Ehrran y las demás se arreglaran como pudieran.
—Por todos los dioses, conseguid la identificación, ¿qué señal es ésa? —Hizo girar su asiento y sintió que algo pesado se apoyaba en el respaldo. Era Jik, que examinaba las pantallas: Pyanfar no protestó, estaba demasiado ocupada como para dejar que algo la distrajera.
—¡Emisiones stsho! —exclamó Hilfy.
—Mejor que lo sean, por los dioses —dijo Tirun—. Los kif podrían…
—Pregunta a la estación —dijo Pyanfar.
Una luz se encendió en el tablero de salida del comunicador: confirmación del mensaje emitido.
—Aquí la Orgullo de Chanur —gruñó la profunda voz de Khym, en tanto que otras luces indicaban que el resto de la tripulación también estaba actuando—. ¿Qué está haciendo esa nave ahí fuera?
Bien sabían los dioses que no seguía la etiqueta habitual en las comunicaciones: iba directo y sin perder tiempo.
—Khym, dame la respuesta —dijo Pyanfar. Al ver que Rhif Ehrran venía hacia ella como si intentara darle algún consejo, añadió—: No te acerques. Maldita sea, estamos trabajando.
—…del hakkikt, Orgullo de Chanur, esta información es privada.
—¡Pásame la emisión! —dijo Pyanfar y ésta fue transmitida a su tablero—. ¡Kif, saludos de Pyanfar Chanur, por todos los dioses, si le ponéis una sola mano encima a ese stsho, nos soltaremos del muelle y nos llevaremos toda la pared con nosotras! ¿Qué sucede ahí fuera?
Un largo silencio.
—Dame ese tablero de contacto —dijo Rhif Ehrran, apoyándose en el respaldo de su asiento.
—No en mi puente.
—El stsho se marcha —dijo Haral—. Se dirige al exterior del sistema, en dirección hacia el nadir…
Unas noticias algo mejores.
—…del hakkikt, Orgullo de Chanur, el stsho salió del muelle sin haber solicitado permiso y sin ninguna ayuda. No se trata de un ataque. No fue autorizado. No hubo provocación.
—Central, ¿ha sufrido algún daño la estación?
Un instante de silencio.
—Estamos autorizados a informar que sí.
—Tenéis problemas, ¿eh, kif?
Silencio.
—No les provoques —dijo Rhif Ehrran—. Chanur, pásame el tablero.
—Hhhhuh. —Era Jik—. Dejar. Obtener código nave. No contacto.
—Es la Nsthenishi —informó Hilfy—. El ordenador dice que su puerto de salida es Rlen Nle.
—Eso será cuando empiece a llover hacia arriba —dijo Ehrran—. Los stsho nunca han salido de puertos tan alejados como ése. Te apuesto huevos contra perlas a que es Llyene. Esa nave viene directamente de la capital.
—Cuando entramos pude ver un stsho en el muelle —dijo Pyanfar—. No sé de dónde pudo salir.
—Mensaje del hakkikt —dijo la voz de la central—. La situación actual en la estación puede provocar incidentes. Se ha permitido que sus aliados entraran en contacto con Chanur. ¿Está preparada ahora para negociar cara a cara, o debemos esperar todavía más retrasos?
—No habrá más retrasos. Vendremos con nuestras armas, kif.
Silencio.
—El hakkikt dice: todos los bandos irán armados, caza dora Pyanfar.
—Ahí estaremos —dijo Pyanfar—. Dentro de un cuarto de hora, más o menos. —Rhif Ehrran se inclinó hacia adelante y Pyanfar la apartó del micrófono direccional con el antebrazo.
—Maldita seas… —dijo Ehrran.
—Es aceptable. —Contestaron los kif.
Pyanfar cortó la comunicación.
—¿El stsho sigue en su curso? —preguntó, volviéndose hacia la derecha.
—Así es —dijo Haral.
—Controla esa emisión. —Pyanfar hizo girar su asiento y alzó los ojos hacia Jik—. Bien, esta vez intentaremos sacar a Tully. ¿Todos listos?
—No posees autoridad para negociar —dijo Rhif Ehrran—. A partir de ahora, deja el asunto en nuestras manos. Ya tienes todo lo que podías conseguir sin demasiados problemas. Nos serías de mayor utilidad si permanecieras aquí.
—Sin problemas, ¿eh? —En los tableros seguían efectuándose las operaciones de rastreo y traducción. Pyanfar se puso en pie y contempló las espaldas de su tripulación—. Dejad en acción sólo los puestos de Hilfy y Chur. Haral, pásale el control a Chur. Vamos a dar un pequeño paseo por los muelles, eso es lo que haremos… —Y, cuando Hilfy hizo girar su asiento con la boca ya abierta, añadió—. Hilfy, sobrina… tu presencia representaría toda una provocación para ellos, creo que ya lo sabes. Te quedarás aquí.
—Tía… —Hilfy se puso en pie.
—Sfik, sobrina. Te guste o no, representas uno de los premios que hay en este embrollo. Ponerte de nuevo al alcance del hakkikt es provocar que los kif utilicen más trucos. Quédate aquí y no te muevas, y deja que Chur se encargue de hablar con la central. Ahora, intentemos sacar a Tully de ahí, ¿eh? Eficientemente y sin hacer demasiado ruido, por su propio bien.
Hilfy apretó ferozmente las mandíbulas. Sus orejas estaban echadas hacia atrás y sus garras se hundían en el respaldo de su asiento.
—Bien —dijo. Todas se estaban levantando excepto Chur. También Khym se había puesto en pie. El grupo de las Ehrran se encontraba inmóvil a un extremo del puente, una masa de pantalones negros entre los cuales estaba ker Rhif, con el ceño aún fruncido. Jik tenía la espalda apoyada en un compartimento de datos y se rascaba detrás de una oreja.
—¿Va a encargarse de dirigir esto? —preguntó Rhif Ehrran con voz indignada—. Capitán Nomesteturjai, llevé a cabo esa misión a petición de su gobierno porque creí entender que se trataba de una petición personal suya y…
—Mi gobierno mismo pide vaya con lo que ahora ocurre —dijo Jik—. Mismo pide tenga paciencia, honorable. Chanur tiene cosa organizada, ¿eh?
—Venga —dijo Pyanfar—. Las armas, Tirun. Pongámonos en movimiento de una vez.
—Bien —dijo Tirun y apartó a un par de tripulantes de Ehrran que se encontraban ante el armario de las pistolas y rifles.
—Tengo una identificación positiva de ese carguero stsho —dijo Chur—. Y no piensan pararse por nada.
—Ir casa —dijo Jik—. Montones de problemas tener.
—Por todos los dioses —dijo Ehrran—, ¿qué más hace falta? Ya tenemos a un stsho metido en este incidente, los tc’a y los chi…
—También tener ciudadanos mahendo’sat en la estación —replicó Jik con voz punzante. Sus pequeñas orejas estaban pegadas al cráneo—. Quizá mismo agente mahen, ¿eh?
—¿Su agente?
Jik se encogió de hombros.
—Quizá. Quizá no. Tener que comprobar archivos. Pero yo apostar otra cosa: cuando Sikkukkut venir aquí, algún maldito kif que escapar hablar con autoridad kif en sistema de Harak. Cuatro, cinco días hace. Quizás otro ir a Kshshti. Tenemos que mover, tenemos que arreglar cosa, ¿afirmativo, Pyanfar? Pronto quizá todo maldito montón kif aquí mismo.
—Vamos —dijo ella. Cogió el rifle que le tendía Geran mientras Haral se abrochaba el cinturón de su automática. Khym aceptó el rifle que le ofrecía Geran y comprobó rápidamente el seguro.
—Espera un momento, Chanur —dijo Rhif Ehrran—. No pensarás llevarle ahí fuera… a él no, ¿verdad?
—No me lo llevo a ningún sitio. Viene por voluntad propia.
—Chanur, eso es el límite. Tengo un dossier sobre ti que se remonta a…
—No me cabe la menor duda.
—Mira, Chanur… —Las orejas de Ehrran, que estaban pegadas a su cráneo, se irguieron con un esfuerzo convulsivo. Alzó una mano en la que relució una de las garras, cuidadosamente controlada—. Puedes practicar tus enloquecidas teorías sociales en tu propia nave; eso es asunto tuyo. Pero si planeas meterle dentro de una negociación delicada y, además, entregarle un rifle…
Maldita sea, di algo, pensó Pyanfar deseando que Khym hablara. Pero él no pensaba decir nada. Tenía las orejas gachas, humillado y ofendido. Todas estas emociones se almacenaban en su interior, y el estallido que Ehrran estaba esperando no haría sino confirmar todos los viejos prejuicios a los que ella estaba sirviendo. Machos inestables. Histeria. Rabia asesina e incontrolable. Khym mantuvo la cabeza baja y volvió a poner el seguro del rifle. Y la miró.
Era un pésimo tirador. Pero los kif respetaban su inmensa talla, y en caso de que se llegara al combate cuerpo a cuerpo, ese temor era justificado.
—Prefiero tenerle a mi espalda… antes que a otras —dijo Pyanfar articulando con mucho cuidado las palabras. Se colgó el rifle del hombro evitando ostentosamente la mirada de Ehrran. De pronto pensó que sería conveniente una última ojeada a Hilfy—. Y no te muevas de aquí arriba, ¿entendido?
Porque, oh, dioses, abajo tenían a un invitado kif; y lo último que deseaba en estos momentos era tener que preocuparse por Hilfy y Chur con un kif suelto por la nave.
—Sácale de ahí —dijo Hilfy.
—Lo haré.
—Chanur —dijo Rhif Ehrran—, haré constar en el informe tu insistencia en que viniera y su participación en el asunto.
—Perfecto. Quizá puedas entregárselo al propio han en persona. O puede que ninguna de nosotras tenga que preocuparse por todo esto, ¿verdad? —Agitó su mano izquierda—. ¡Vámonos!
—No puedes dar órdenes en este asunto.
—Nos vamos —dijo Jik, apartándose del compartimento en el cual había estado apoyado.
—Ese cuarto de hora se está acortando —dijo Pyanfar. Se quedó la última. Vio cómo los pantalones negros de Ehrran cruzaban la puerta seguidos por Jik y su propia tripulación. Miró hacia atrás por última vez y cruzó el umbral, reuniéndose con Jik a mitad del pasillo.
—Tengo unos pocos mi tripulación esperando fuera —dijo Jik al verla a su lado—. Vigilan nave.
—Quizá fuera mejor que Chanur y Ehrran entraran ahí solas y que tú y los tuyos os encargarais del muelle —dijo Pyanfar con cierta reluctancia—. Los kif te conocen, Jik. Te conocen realmente bien. Puedes quedarte aquí y servirnos de apoyo a Ehrran y a mí; eso es cuanto nos hace falta.
Jik se frotó la nariz.
—Largo tiempo yo cazo kif. Seguro ellos querer mí. Lo mismo querer ti, Pyanfar. Querer mucho malo. Quizás incluso querer enviada han, ¿eh? Pero mente kif, eso ser cosa loca: nosotros matar kif, no importar, eso dar nosotros montón sfik con ellos. Nosotros no tener sfik, ellos primero de todo comer corazón nuestro, seguro eso. Tenemos sfik, quieren comer nuestro corazón… pero al mismo tiempo piensan quizá sacar sfik de nosotros en otra forma. Como hacer trato con nosotros. Como quizás esperar que nosotros dar más problemas a sus rivales que dar a ellos, ¿eh? Todos ir hablar con Sikkukkut. Si no, perder sfik.
—Sabes lo que estás haciendo, ¿eh? —dijo Pyanfar.
—Claro —dijo Jik con voz animada—. Seguro primera clase.
Eso no la tranquilizaba demasiado. Tampoco le resultó muy tranquilizadora la puerta del lavabo junto al que pasaron en el corredor de abajo, camino de la compuerta: cuando miró hacia ahí, se le erizó el vello de la nuca.
Mátale, decía el instinto. Mata ahora mismo al rehén kif, deja que se esfume sin un solo rastro. Que Sikkukkut se devane los sesos intentando averiguar qué ha podido ocurrir.
Pero ¿dónde estaba el sfik de tal acción y qué se suponía que debía hacer con tal regalo? ¿Comportarse como una idiota y dejar que se perdiera?
Un mercante stsho había salido ya de la estación, huyendo del muelle presa del pánico. Sólo con que hubiera un solo disparo en ese muelle y los comerciantes se asustaran, era posible que huyeran más naves de los diques de Mkks… naves a las cuales les faltaban las obsesivas tendencias pacifistas de los stsho. Por ejemplo, y era un ejemplo muy grande, estaban las naves de los respiradores cíe metano.
Era una trampa, por supuesto. De pronto habían perdido el ritmo de los acontecimientos y habían tenido que aceptar el que imponían los kif, intentando recuperar el preciado objeto de todo este juego que seguía en poder de los kif.
Y jamás había existido kif alguno que entregara lo que poseía sin obtener un beneficio a cambio.