Los kif se situaron a su alrededor como una escolta, sus negras túnicas formaban un muro en continuo movimiento bajo la penumbra del muelle. De sus cuerpos brotaba el seco olor del amoníaco mezclado con los acres aromas del incienso y los aceites. Las armas tintineaban a cada paso: rifles y pistolas tan ilegales como las de Pyanfar y su tripulación.
Habían atracado en la misma sección que la Harukk y gracias a eso no tuvieron que franquear ninguna de las puertas entre secciones. La oscura superficie del muelle se extendía hacia arriba. Se unía al horizonte que formaban los otros muelles de la estación, y terminaba en el imponente sello de la sección sobre el que parpadeaban las luces rojas: peligro, peligro, peligro… una precaución contra disturbios o catástrofes. Mkks se preparaba para lo peor.
En el espacio situado frente a los muelles, reservado como de costumbre a los bares y comercios que utilizaban los navegantes espaciales, los portales se fueron llenando de kif que permanecían inmóviles, observando cómo pasaban con ojos cargados de odio mientras hablaban en susurros. En los ventanales relucían los neones, las luces de sodio y argón; las vigas del techo estaban medio ocultas por un telón de humo que ningún sistema de ventilación era capaz de eliminar, formando una neblina luminosa bajo la potente luz de las lámparas del techo.
—Un condenado infierno mahen… —murmuró Haral, caminando junto a Pyanfar—. Este sitio está absolutamente lleno de kif.
Los kif parloteaban entre ellos, chasquidos y crujidos cargados de acentos inidentificables. Casi ninguno hablaba el kif que estaban acostumbradas a oír. Pyanfar sabía suficiente kif para comprenderlo medianamente, pero ahora andaba completamente perdida.
Pasaron ante más puertas de las que salían olores distintos, olores de especies que comían hierba. También oyeron extraños gemidos y quejidos: animales criados y encerrados ahí. Aunque las hani pertenecían a una especie cazadora, Pyanfar sintió que se le revolvía el estómago. Los kif se alimentaban siempre de seres vivos. Mientras éstos vivían al menos… Y los rumores decían que algunas veces llegaban a comerse a los de su propia especie, si habían sido derrotados.
El kif que iba delante se desvió hacia la pared interior y un pasillo lateral; le siguieron por el angosto corredor, pasando entre grupos de kif armados que se mantenían pegados al muro y que se apartaban de ellas al pasar.
—Kk-kk-kk —dijo uno de los kif, insultándoles. Khym se paró.
—No —dijo Pyanfar con voz sibilante; y Geran le cogió del brazo. Siguieron andando. Los kif formaban una masa compacta a su espalda y por delante de ellas. Habían quitado los seguros de sus armas ya al salir por la compuerta, y no habían vuelto a ponerlos. Pero en este lugar no había nada que ganar. Ni tan siquiera los kif tenían nada que ganar aquí.
Las puertas se fueron abriendo ante ellas y finalmente entraron en una habitación iluminada con luces de sodio que apestaba a kif. A sus oídos llegó el inconfundible chasquido de sus voces, y un agudo gemido que no era kif murió bruscamente en un graznido.
—Aquí —dijo su guía encapuchado. Se detuvo ante una puerta abierta, extendiendo su brazo cubierto por la holgada tela de su manga—. El hakkikt os dará la bienvenida.
—Ya —dijo Pyanfar, entrando en la penumbra. Se apartó de la puerta nada más entrar y se pegó a la pared. Haral y el resto la seguían y muy pronto se encontraron entre una multitud de kif, perdidas entre las sombras y ese olor a papel viejo, incienso y vapores de amoníaco, tan fuerte que inutilizó su olfato para percibir cualquier otra pista.
Había sillas y mesas: kif sentados, kif de pie.
Y, al extremo de esa gran habitación, entre el brillo infernal de las luces y el humo en continuo movimiento del incienso, había dos siluetas de color claro, una de piel casi blanca, la otra entre rojiza y marrón.
El rifle de Pyanfar se movió bruscamente entre sus dedos, alzándose como si poseyera voluntad propia. A lo largo de la habitación, rifles y pistolas se movieron con un seco crujido que fue propagándose igual que una oleada, cien veces más fuerte que el ruido de su arma. Cinco de esos crujidos eran suyos. En las culatas de sus rifles las luces que indicaban «listo para hacer fuego» relucían igual que una constelación de estrellas ensangrentadas.
Después de eso no hubo movimiento alguno. Tenían la espalda pegada a la pared, y tanto Hilfy como Tully habían quedado rodeados por un anillo de kif erizado de rifles.
—¡Sikkukkut! —gritó Pyanfar—. ¿Te encuentras presente, hakkikt?
Sólo un kif había seguido sentado en un asiento con muchas patas. Se puso en pie lentamente, apartándose de la confusa silueta del asiento con una mano levantada.
—Me sorprendes, Chanur. Y ahora, ¿qué harás? ¿Vas a pedirme que les deje marchar?
—Oh, no. Voy a quedarme aquí. Todos vamos a quedarnos tal y como estamos ahora. Nadie se moverá, hasta que mis amigos lleguen aquí.
—¿Tus amigos?
—Dos naves de caza. Sólo para mantener equilibrada la situación mientras negociamos.
El kif bajó su mano con mucha lentitud. Al pasar ante el resplandor anaranjado de una lámpara, su cuerpo se convirtió en una masa de sombras. Las manos se movieron hacia los lados, chorros de luz delinearon las mangas. Pyanfar sintió en sus oídos el seco resoplido del kif, su risa.
—Así que ésa era la razón de que pidieras un dique despejado a ambos lados. Bien, hani. Muy bien. —Señaló hacia sus prisioneros—. ¿Quieres llevártelos ahora?
Pyanfar no miró hacia ellos, evitando cualquier distracción. Mantuvo su arma apuntando hacia el pecho del hakkikt.
—Podemos tener un baño de sangre realmente grande, hakkikt. Deja que lo exprese en términos kif: tenemos ante nosotros un problema de sfik. Es mi orgullo lo que está en juego. Por lo tanto, vamos a permanecer aquí sin hacer nada, tal vez durante horas. Tenemos mucha paciencia. ¿Quieres enviar un mensaje? ¿Quieres desviar a mis amigos del muelle? Estupendo. También puedes lanzarte sobre nosotras. Pero en este caso, todo terminará aquí mismo.
El kif agitó sus manos en un gesto de despreocupada elegancia y volvió a instalarse en su silla semejante a un insecto, una masa negra perdida entre las negras columnas de su gente. A su lado tenía las dos siluetas que constituían la recompensa, las únicas manchas de blanco y de color que había en la estancia. Por el rabillo del ojo, Pyanfar notó que los prisioneros se habían movido y oyó un repentino jadeo de dolor.
—Hakkikt, yo dejaría de hacer eso ahora mismo —dijo—. Si alguno de los dos gritara, eso podría distraerme, ¿comprendes?
Sikkukkut alzó una mano.
—Cazadora Pyanfar, tendrías que haber sido kif. Bien, digo que haré un trato contigo.
Podían morir. Podían morir todos si ese kif se veía demasiado empujado por temor al ridículo. También podían morir si le resultaban inútiles o si confiaban en él. Pero era una oferta. Pyanfar aspiró lentamente una bocanada de aire.
—Estupendo. Esperemos a mis amigos.
—¿Existen realmente tales amigos?
—Existen, cierto.
—Tienes una nave muy rápida, cazadora Pyanfar.
Un kif… reconociendo la fuerza del adversario, casi admitiendo que estaba sorprendido. Que los dioses las ayudaran, parecía que intentaba mostrarse conciliador. Quizá todo fuera una burla, tal vez había cualquier otra oscura razón sólo conocida por los kif.
—¿Qué quieres? —le preguntó. Tenía que hacer la pregunta adecuada o ninguno de ellos saldría con vida de la habitación—. Querías tenerme aquí. ¿Para qué? ¿Cuál es la propuesta?
Un prolongado silencio.
—Skokitk —dijo el kif—. Basta. ¡Skokitk!
La silueta de piel pálida cayó sobre el suelo, recibiendo un fuerte golpe en las rodillas. La silueta de color rojo y marrón dio un paso y se inclinó sobre ella. Pyanfar no volvió la cabeza.
—Hilfy —dijo Haral—. Levántale con mucho cuidado y tráele hasta aquí.
—No —dijo Sikkukkut—. No sería prudente.
—Entonces, esperaremos —dijo Pyanfar—. Hilfy, ¿se encuentra bien?
—De momento sí —dijo Hilfy. Oyó una respiración espasmódica y vio como la silueta de piel pálida volvía a levantarse, ayudada por Hilfy—. De momento…
—Arreglemos este asunto entre nosotros —dijo Sikkukkut. Apoyó un codo sobre el arco que formaba una de las patas de su asiento y reclinó su larga mandíbula en la mano—. Olvidemos todos estos problemas sin importancia y hablemos como aliados.
—¿Aliados? Sí, en el infierno mahen.
—Mkks es terreno neutral. Podemos darles la bienvenida a tus amigos en cuanto vengan.
—Esperaremos.
—Entonces, realmente van a llegar…
—Desde luego. Y tus naves siguen teniendo pegado el morro a la estación. Son unos blancos perfectos.
—Si tuvieras intenciones de morir, primero habrías acabado con tu pariente.
—Quizá.
—Por lo tanto, esos aliados no tienen intención de abrir fuego sobre nuestras naves, al igual que no la tenías tú. Pretendes salir de aquí. Yo también. Por lo tanto, lo que buscas debe seguir intacto. Yo estoy en la misma situación.
Típico pensamiento de kif, un auténtico laberinto.
—¿Qué buscas, kif?
—A ti —dijo Sikkukkut. Irguió su cuerpo con gran lentitud y se puso en pie, como una nube de humo recortada contra el resplandor de las luces—. Estás aquí. Y tus aliados también lo estarán. No soy un comerciante. El comercio… no me interesa. Las transacciones que yo hago son distintas. Joven Chanur… puedes cruzar la habitación. Hazlo muy despacio.
—Tully… —oyó Pyanfar que decía Hilfy—. Vamos.
—No —dijo Sikkukkut—. Él es nuestro. Puedes irte, joven Chanur.
Silencio.
—Hilfy —dijo Pyanfar. Sus ojos no se apartaban nunca de Sikkukkut; el arma permanecía inmóvil—. Ven aquí. Ahora.
—¡Él…!
—¡Ahora!
Un movimiento lento y cuidadoso. Los kif se agitaron, ocultando la blanca silueta de Tully. Pyanfar mantuvo inmóviles sus ojos, confiando en que Haral y las otras vigilarían al resto de los kif. Ella ya había escogido su blanco particular. Oyó un susurro junto a ella, la áspera respiración de Hilfy que ya había llegado.
—Dadme un arma —dijo Hilfy con voz ronca y cargada de cansancio, una voz en la que se adivinaba el deseo de matar.
—No te muevas —murmuró Pyanfar—. Chiquilla, quédate quieta… No te metas en la línea de tiro de nadie.
—Saquemos a Tully de este lugar.
—Con el tiempo —dijo Sikkukkut—. Quizá.
—¿A qué viene ese quizá? —preguntó Pyanfar.
—¿Cuándo llegarán esos amigos tuyos? —preguntó Sikkukkut.
—Deben estar entrando en el sistema —dijo Pyanfar. Sikkukkut agitó su brazo y la tela de su manga barrió el aire, como acelerándose en una serie de pequeños movimientos—. Estáte quieto, hakkikt.
—Ah.
—Te lo aconsejo: no te muevas. —Su disparo acabaría con Sikkukkut. La respuesta bastaría para hacerla desaparecer a ella, su tripulación y la pared que tenían detrás—. No es buen momento para salir del muelle, aunque pudieras llegar a tus naves. Hilfy, fuera. Sal de aquí.
—También negociaré —dijo Sikkukkut— con tus aliados. No hay necesidad de apresurarse. —Empezó a caminar de un lado a otro, la única silueta en movimiento en toda la habitación—. Después de todo… —Siguió caminando. Más cerca de ella. Abriendo sus brazos en una oscura oleada—. Dispara, cazadora Pyanfar. O admite que he sabido juzgar lo que pretendes hacer.
—No me presiones, kif.
—Civilización. ¿No es así como lo definís? ¿Amistad? Los mahendo’sat que morirán a causa de tu temeridad son tus amigos y aliados. Tu propia vida es todavía más preciosa. Yo seré tu aliado, cazadora Pyanfar, igual que lo fui en Kshshti. ¿No es cierto? Hubo otros que pretendían conseguir a esta joven hani y a este humano. Fui yo quien los consiguió. A partir de entonces, y gracias a ello, estuvieron a salvo. ¿No se trata eso de una demostración de amistad?
—¿Quieres vernos fuera de aquí antes de que los demás lleguen a la estación? ¿Se trata de eso?
—Haré un trato contigo, cazadora Pyanfar. ¡Nankhit! Skki sukkutkut shik’hani skkunnokkt. ¡Hsshtk!
Los rifles bajaron uno a uno con cierta reluctancia entre los kif. Pyanfar sintió en sus músculos un lento y prolongado estremecimiento; su corazón retumbaba entre sus costillas. Pero su rifle siguió inmóvil, sin temblar.
—Puedes irte —dijo Sikkukkut.
—Haral. Saca a todo el mundo de aquí.
—Capitana…
—¡Muévete! —Pyanfar oyó un ronco gruñido—. Khym. Fuera.
—Vamos —oyó decir a Haral. Tragó aire y oyó el susurro de la tela y los silenciosos pies hani, el ligero tintineo de las armas al moverse.
Y se encontró sola. Sola, en una habitación llena de kif. Con Tully y Sikkukkut.
—¿Planeas morir así? —le preguntó el hakkikt.
Su nariz se arrugó en una sonrisa hani.
—¿Te doy miedo, kif?
Sikkukkut empezó a caminar nuevamente de un lado a otro y finalmente se dirigió hacia Tully que estaba sujeto por unos kif. Le puso una mano sobre el hombro. Suavemente.
—Un último trofeo. Lo conservaré durante un tiempo. Puede que te entregue otro a cambio de tu sfik. Tu tripulación sigue fuera. ¿Obedecen tus órdenes, son capaces de entenderlas?
—Las entienden y me obedecen.
El kif la contempló desde el sombrío interior de su capucha, su rostro era invisible debido al resplandor de las luces.
De nuevo lanzó su reseca carcajada. Apartó su mano del hombro de Tully.
—Naves de caza.
—Vendrán.
—Skhi nokkthi. —Sikkukkut se retiró nuevamente a su asiento y, mientras tanto, un susurro de telas le indicó que algo se movía a su lado. El kif tendió la mano hacia la mesa que había junto a su silla de múltiples patas, sobre la que reposaba una jaula metálica. En su interior algo correteaba lanzando chillidos enloquecidos y arañando el metal: cuando la mano del hakkikt se cerró sobre él, lanzó un chillido aún más fuerte que se interrumpió bruscamente. El kif metió al ocupante de la jaula dentro de su boca y sus mandíbulas se movieron rápidamente durante uno o dos segundos. Luego cogió una copa labrada y escupió en ella.
Pyanfar agachó las orejas.
—¿Deseas sentarte a mi mesa? —le preguntó Sikkukkut—. No, ya me lo había figurado. —Una mano de huesudos nudillos señaló hacia Tully—. Debes saber que no ha pronunciado palabra alguna desde el día en que le capturamos. Ni una sola palabra. De vez en cuando emite algún sonido. Me encanta este sfik. Sus palabras son preciosas, un tesoro. Quizás acabe entregándomelas.
Intenta apartarlo de mí, quería decir el kif, haz algo al respecto si es que puedes.
—Los mahe te dieron este pasajero en Punto de Encuentro —dijo Sikkukkut—. ¿Era eso todo? ¿Fue esto todo lo que te trajo la Mahijiru? Dientes-de-oro. ¿No es el nombre que le das a ese mahe? Ismehanan-min es su nombre. Somos viejos conocidos. Hablé con él de la alianza, pero tenía sus dudas. —Una vez más, Sikkukkut alzó su copa metiendo el hocico dentro y apartándola unos segundos después para mirarla—. Creo que todo esto es mero fanatismo y prejuicios.
—Me trae sin cuidado lo que pienses. Hablemos de Tully, ¿quieres?
—Yo fui skku de Akkukkak. Tu dirías más bien vasallo. Y heredero potencial, para usar términos hani, que pueden resultar engañosos. Me hiciste un buen servicio.
—¿Te refieres a la muerte de Akkukkak?
—Incluso a ella. Nuestros intereses han coincidido más de una vez. Por ejemplo, este humano. ¿Te has fijado en el stsho? Muy fuera de lo normal. Los stsho enviaron emisarios, incluso aquí, a Mkks. Cuando los comedores de hierba levantan tal polvareda, es que se trata de algo importante. Y ese algo existe, hani. Desde Llyene hasta Akkt y Mkks. Incluso Anuurn. Sólo una estúpida rechazaría mi oferta, y tú no eres una estúpida.
—No. No lo soy.
Sikkukkut apartó la copa a un lado.
—¿Es la Mahijiru una de esas naves?
—No. Según creí entender, me dijiste que se había perdido.
—Quizás. Ismehanan-min está siempre lleno de sorpresas.
—¿Y la gente de Tully? ¿Qué fue de ellos?
Un encogimiento de hombros kif.
—Por todos los dioses, tenías un anillo. Vino de la Ijir. ¿Cuál es tu parte en todo eso?
—Tengo mis agentes, incluso entre los esbirros de Akkhtimakt. Ese anillo ha viajado mucho, ¿no? Igual que el mismo Tully. Quizá quieras devolvérselo.
—¿Te apoderaste de esa nave?
—¿Yo? No. Fue Akkhtimakt. Es él quien tiene esa recompensa. Yo tengo la mía. Vuelve a tu nave. No me gustaría crear un malentendido con tus aliados que están a punto de llegar. Si mis naves sufrieran daños en el muelle… ya me comprendes. Sería un gran error.
—También lo sería hacerle daño. Quieres hablar. De acuerdo: devuélvemelo y tendrás tu conversación. Además, obtendrás algo más. Estoy en condiciones de prometerte que no dispararemos.
Hubo un largo, largo silencio.
—Ah. Promesas. Otro término hani. Algunos hani conceden a las promesas el valor de sfik. Los mahendo’sat son distintos. Me quedaré con este humano para asegurar vuestra buena conducta. Pero a cambio de tu promesa, te daré otra.
—Quiero que vuelva conmigo. Vivo, y sin haber sufrido daños.
—No existe ninguna palabra kif que signifique «promesa». Cuando tus aliados estén aquí… lo prometo. —Las arrugas subieron y bajaron por el oscuro hocico del kif, acentuadas por la luz—. Te digo la verdad. Deberías darme las gracias, hani. Otros en mi lugar hubieran caído sobre tu gente en los muelles de Kshshti. Los encontré en un callejón. Pero no fui yo quien los puso en movimiento.
—Akkhtimakt.
—Sus agentes. Si hubiera logrado apoderarse de ellas no hubieran tenido ninguna posibilidad de ayuda. Las he protegido. Comparativamente hablando.
—Tully… —Pyanfar seguía sin mirarle. No deseaba ver esos ojos, esa expresión confiada en sus pupilas azules que sólo lograba confundirla y hacer que sintiera un nudo en sus entrañas—. Tully. Quieren que me vaya. Unas horas más, pocas. Lograré que vuelvas, Tully.
—Perfecto —dijo él con voz débil y pastosa—. Pyanfar. Ve.
—Kkkt. Sabe hablar.
Pyanfar permaneció muy quieta. Puntos, por los dioses: Tully se había apuntado un tanto sobre el hakkikt y quizá no lo sabía. Su rifle seguía apuntando constantemente a Sikkukkut, sin atreverse a mirar hacia Tully.
—Promesas —dijo—. Tus naves están a salvo. Tan a salvo como lo está Tully.
El silencio volvió a prolongarse.
—Hablaremos —acabó diciendo Sikkukkut—. Él y yo. Mientras esperamos a que des tu acuerdo. Vuelve a tu nave. No tienes dónde elegir, hani. Y ten mucho cuidado.
—Haz tú lo mismo. —Retrocedió hacia la puerta y llegó a una arcada donde la brillante luz del vestíbulo apenas si alcanzaba la periferia de su campo visual. A un lado había luz: rojo, azul y marrón hani. A la derecha, sólo el negro de los kif. Continuó apuntando al hakkikt en el interior de la habitación—. Quieres un trato, kif —dijo, hablando con la penumbra—. Una alianza. Se lo preguntaré a mis aliados. No lo eches todo a rodar, ¿eh?
Sólo obtuvo el silencio por respuesta. Quizá casi todos los presentes esperaban que ella abriera fuego y devastara el interior de la estancia. La mayoría de los kif en su caso lo habrían hecho aunque con ello perdieran, especialmente contando con la presencia de Tully. Lo destruirían todo, tanto la esperanza de pérdidas como la de ganancias.
Pero quizás un kif muy arrogante no pensara de ese modo.
O una hani con amigos ahí dentro. En su orgullo, Sikkukkut confiaba en conocer a las hani. Sus ojos no se apartaban ni un segundo de la solitaria sombra sentada bajo las luces. A la derecha del hakkikt, entre los guardias, vio el pálido rostro de Tully, pero se negó a fijarse en él. En el interior de la habitación los indicadores de fuego de un centenar de rifles relucían con un maligno brillo rojizo.
Pyanfar se apartó bruscamente a un lado, sintiendo cómo sus hombros giraban sobre la pared. Tras rebotar en ella partió al trote hacia su tripulación que estaba cubriendo a su capitana de los kif del vestíbulo.
—Tully… —dijo Hilfy.
—Aún no podemos sacarle de ahí.
—Dame un arma —dijo Hilfy, tirando de la muñeca de Geran—. Por todos los dioses…
—Por todos los dioses, muévete. —Pyanfar apartó a Hilfy de Geran con una sola mano y la llevó prácticamente a rastras por el vestíbulo. Hilfy, con las garras escondidas, intentó volverse para golpearla pero Khym la cogió por el otro brazo.
Hilfy luchaba sin emitir ni un solo sonido. Se debatía tan frenéticamente que acabó perdiendo el equilibrio. Khym la cogió en volandas y se la llevó por todo el vestíbulo hasta doblar la esquina. La llevó en brazos hasta llegar a los muelles. Hilfy todavía luchaba pero ahora más débilmente, pero Khym no aflojaba su presa sobre ella.
Pyanfar mantuvo la marcha sin dejar que nadie se retrasara. Había kif, kif por todas partes, en todos los umbrales del muelle, inmóviles junto a las grúas de las naves.
A lo lejos se veía el pestañeo de luces azuladas en la pared que dominaba dos diques: naves que estaban a punto de llegar, una a cada lado de la Orgullo.
—Le sacaremos de ahí —le prometió a Hilfy, que seguía jadeando mientras el grupo avanzaba hacia su objetivo—. Le sacaremos.
La rabia de Hilfy se fue calmando a medida que sus jadeos se hacían más fuertes y entrecortados. Khym la soltó y ella se apartó de su lado; tambaleándose, siguió al grupo con pasos vacilantes y las adelantó.
Rabia y pena. No era la jovencita que había perdido algo y lo había vuelto a encontrar. Todo esto era demasiado profundo para la alegre Hilfy de siempre. Pyanfar sentía un agudo dolor en sus entrañas al ver cómo se encorvaban sus hombros. Se dio cuenta de lo que le había ocurrido y sintió ese dolor que nadie es capaz de consolar o curar. Se había vuelto demasiado vieja para ofrecer ningún consuelo. Ya no estaba ante esa sobrina a la que balanceaba cogiéndola del cinturón; a la que hacía reír con historias que tanto le agradaban; que le preguntaba dónde iba la nave, cómo había sido el viaje y a qué se parecían las estrellas.
Hilfy caminaba por delante de ellos, tropezando de vez en cuando. Había manchas de sangre en sus pantalones y también en el vello de sus hombros. Tenía la melena revuelta y cubierta de sangre seca.
Y las naves estaban llegando.
—Chur —dijo Pyanfar por el comunicador de bolsillo una vez que llegaron al pie de la rampa—. Chur… ya estamos aquí. —Miró hacia atrás. Tirun seguía al final del grupo con el arma preparada, cubriéndolas contra la posibilidad de un ataque desde el otro extremo del muelle, donde estaban los comercios llenos de sombras y de kif. Los mahendo’sat y el stsho habían desaparecido para ocultarse, dejándolas abandonadas.
—¿Están con vosotras? —La voz que le respondió desde el puente era débil y entrecortada.
—Hilfy viene con nosotras —dijo Pyanfar. Cuando empezaron a subir la rampa, Hilfy irguió las orejas. Era la primera muestra de animación desde que la habían encontrado—. Tuvimos un pequeño problema en cuanto a la liberación de Tully. Ahora intentamos solucionarlo.
Sus orejas se abatieron de nuevo.
—Uhhh —dijo Chur, o quizá fuera que el comunicador no había logrado captar lo que decía—. La compuerta está abierta. La Vigilancia y la Aja Jin vienen hacia aquí; todavía no han reducido velocidad. Piden instrucciones.
—Ya. —Instrucciones de Pyanfar—. Confirma lo acordado. —Un comunicador de bolsillo sin la protección adecuada no era el mejor lugar para hablar de eso. Pyanfar empezó a subir por el helado metal de la rampa, girándose cada tres pasos. Tirun se había puesto a cubierto usando la protección de la rampa y ahora estaba junto a la consola de control de la grúa, barriendo lentamente el muelle con su rifle. Por fin entraron en el pasillo y Pyanfar se volvió nuevamente a mirar. Haral estaba junto a ella, automática en mano—. ¡Tirun! —gritó, y Tirun echó a correr, el cuerpo encogido, subiendo velozmente por las planchas metálicas entre una tempestad de ecos.
Una vez dentro atravesaron a toda prisa la compuerta, con Tirun aún falta de aliento, hasta encontrarse seguras en los pasillos internos de la Orgullo. Geran lanzó un juramento, de puro alivio. Tirun volvió a poner el seguro de su rifle y empezó a usarlo como bastón para caminar.
—Ya no sirvo para las carreras —murmuró mientras se quitaban las automáticas y volvían a colgar los rifles en el armario. Hilfy iba delante de ellas por los corredores, con las orejas gachas; subió la primera en el ascensor y, ya calmada, mantuvo la puerta abierta para que entraran. Pero nadie la tocó. Bienvenida a casa, chica, bienvenida a casa. Me alegro de que estés bien, al menos. Nadie osó correr ese riesgo.
Ni ha vuelto ni está bien, pensó Pyanfar, contemplando el joven perfil de su sobrina en tanto que el ascensor subía: las orejas hacia atrás, la boca tensamente apretada para soportar el silencio. Por todos los dioses, sobrina, hice cuanto pude.
El ascensor las dejó en el nivel del puente. Salieron de él sin seguir ningún orden en particular. Khym fue con ellas, pasando de largo ante su camarote, a pesar del baño y de todos los demás atractivos que ofrecía. Estaban sucias, sentían aún el frío de los diques y apestaban a kif. Habían traído ese olor a la Orgullo.
Chur hizo girar el asiento de copiloto cuando entraron en el puente, y el inexorable movimiento de la maquinaría puso en evidencia todavía más la débil y encogida silueta de la hani vendada que yacía medio derrumbada sobre el acolchado. Pero alzó las orejas y levantó la cabeza hacia ellas.
—Me alegro de verte, niña.
Hilfy cruzó el puente y se inclinó sobre Chur, dándole un buen apretón en el brazo.
—Me alegro de verte —dijo Hilfy con voz ronca—. Pensé que habían acabado contigo. Dioses, pensé que habías muerto.
—Ya. Pues no —Chur apoyó la cabeza en el respaldo en tanto que los demás la rodeaban. Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos estaban fijos en Pyanfar—. Capitana, he mandado el mensaje de confirmación. No hemos recibido ni la más mínima ayuda por parte del control de estación mahendo’sat. Sólo el control de tráfico: la Central está completamente muda. Han estado muy preocupados desde que nuestros amigos entraron en el sistema. Tienen miedo. No abren la boca salvo para los mensajes imprescindibles.
—Bueno —Pyanfar apoyó la mano en el respaldo del asiento—. Será mejor que te vayas ahora mismo a la cama.
—Comida —dijo Chur—. Ese asqueroso brebaje para el salto… Quiero una taza de gfé.
—Yo iré a por ella —dijo Khym. Dejó el rifle (dioses, encima de la consola, sin nada que lo sujetara) y se fue.
—¡Ponle el seguro a eso! —dijo secamente Pyanfar. Khym se quedó inmóvil y miró a su alrededor, intentando averiguar qué había hecho mal esta vez. Pero Tirun ya había cogido el arma, junto con la de Chur.
—La tengo yo, capitana. Él me la había dado.
Pyanfar asintió con la cabeza y se dejó caer sobre el borde de la consola mientras Khym salía del puente. No pensaba mostrarse piadosa con él, en lo más mínimo. La tripulación siempre andaba buscando formas de cubrirle. Y no lo hacían sólo porque fuera un macho, o porque fuera su esposo, sino porque se lo había ganado: si al menos tuviera el suficiente sentido común como para apreciarlo… Al pensar sobre ello el frío de sus entrañas cedió un poco. Un poco. Ese cansancio vencido que se evidenciaba en los hombros encorvados de Hilfy, esa mirada vacía de todo lo que no fuera los problemas actuales… todo eso quedaba fuera de su alcance.
—¿Cuánto les falta a nuestros amigos para la última reducción? —le preguntó a Chur, mientras entregaba su rifle a Haral—. ¿Tenemos algo digno de confianza por parte de la Central?
—Detecté la primera alarma —dijo Chur, señalando vagamente hacia el ordenador y al cronómetro que tictaqueaba en la pantalla del monitor número dos—. Supongo… supongo que nuestras naves estarán reduciendo velocidad ahora mismo, pero es posible que Jik decida no ceñirse al protocolo. No podemos confiar en que los kif nos avisen de ello, ¿verdad?
Un modo muy suave de expresarlo. Operaciones muy complicadas con el ordenador a cargo de una tripulante que bastante trabajo tenía en mantenerse recta en su asiento.
—Se acabó el turno para ti. Ahora les toca a Tirun y Haral. El resto nos asearemos un poco y luego volveremos. Venga, pronto tendremos compañía.
Un breve silencio y luego una rápida mirada de Haral.
Un interrogante. ¿Qué haremos? ¿Quedamos aquí sentadas?… Quedarse inmóviles en el muelle no parecía la opción más prudente. ¿Crees que aún hay una oportunidad de salir con bien de todo este embrollo?
—Envía un mensaje a esas dos naves —dijo Pyanfar—. Cuéntales que hemos vuelto a bordo. Diles que hemos hablado con los kif y que ya hemos hecho la mitad del trabajo. Los kif quieren seguir hablando.
—¡Tully sigue ahí! —dijo Hilfy, girándose de repente e inclinándose hacia ella por encima de la consola. Su voz estaba a junto de quebrarse y sus palabras sonaron más bien como un bufido—. Cuatro días, tía… cuatro días estuvieron trabajándole…
—Entonces lo hemos realizado en un tiempo récord —dijo Pyanfar en un tono frío, muy frío, porque sabía que Hilfy deseaba que le respondiera con pasión—. Yo pensaba que habían sido cinco. Le sacaremos de ahí.
—Le están haciendo pedazos —Hilfy se puso en pie y retrocedió un par de pasos—. Ese bastardo kif dispone de todo el tiempo necesario para ello.
—Hicimos todo lo posible.
Hilfy tragó aire con mucha lentitud.
—Sí —dijo por toda respuesta.
—Envía ese mensaje —le indicó Pyanfar a Tirun. Después se quitó el cinturón con su automática y la entregó a Haral para que la guardara en el armario con las demás. Luego se volvió hacia Hilfy—. Ve a lavarte. Aún no hemos acabado, sobrina.
—De acuerdo —contestó Hilfy. Se dio la vuelta y se marchó.
—Tú también —ordenó Pyanfar a Chur—. Geran, sácala de aquí.
—Quiero mi gfé —protestó Chur.
—Estupendo. Cuando vuelvas te estará esperando, recién preparado. —Se quedó inmóvil en tanto que Geran ayudaba a su hermana a levantarse del asiento de Haral, y la sostenía en el trayecto hasta la puerta—. Quédate en el camarote de Khym, ¿de acuerdo? Quiero tenerte cerca de los controles, puede que me hagas falta para montar guardia.
—Bien —dijo Geran respondiendo por Chur, mirándola por última vez antes de marcharse.
La situación, después de todo, no era tan terrible como habían temido: los rehenes no habían muerto, Mkks no había sufrido daños… Eso era todo lo que podía haber ocurrido incluso antes de que atracaran en el muelle. Lo que habían conseguido era prácticamente un milagro: habían entrado ahí y habían liberado a Hilfy.
Pero no bastaba.
Haral se deslizó en el asiento que Chur había dejado libre, volvió a ponerlo en funcionamiento y empezó a trabajar con su inconmovible calma de siempre, apartando su mente de los muelles inmediatamente para centrarse de nuevo en esos tableros de control en los que tantos errores podían estar esperándola. Pyanfar se aseguró de que la puerta del armario que contenía las pistolas estuviera bien cerrada y oyó el chasquido electrónico del cerrojo.
—Será mejor que la cámara de acceso y el sensor de movimientos sigan conectados. No podemos controlar esas puertas de ahí abajo.
—Bien —dijo Haral. Extendió la mano para teclear la secuencia y los números sin dejar su anterior tarea en tanto que los números iban pasando velozmente en las otras secciones del ordenador.
—Tengo una confirmación de la última reducción —dijo Tirun, con la conexión del comunicador en su oreja—. Capitana, acabo de recibir confirmación de la Aja Jin. Los saludos del capitán y dice que apenas llegue aquí la verá.
Pyanfar miró el cronómetro. Ahora existía una distancia de dos minutos luz, dos minutos como tiempo de respuesta entre ellas y las naves que se aproximaban.
—Comprendido —dijo. Dos minutos a la velocidad de la luz. Mucho más tiempo para una nave que acababa de perder los restos de su energía lumínica para entrar en el mucho más lento marco de referencia de la estación, y mucho más tiempo aún para los muelles—. Voy a buscar ese baño.
El caos y la muerte podían surgir en cualquier momento. Podían ser atacadas. Sentía que sus rodillas temblaban y que su cuerpo empezaba a pasar factura de las privaciones sufridas. Aún tenía tiempo para darse un baño y beber algo; mientras tanto, los controles estaban a cargo de las tripulantes más veteranas de la Orgullo. No habría errores, no habría decisiones emocionales ni imprudencias. Alabados fueran los dioses.
Dejó que ellas se encargaran de todo y anduvo por el pasillo, desabrochándose el cinturón mientras caminaba.
Hilfy había ido a los camarotes de la tripulación, ahora vacíos. Sola. No era lo que Pyanfar deseaba pero no podía hacer nada, no tenía nada más que ofrecerle.
Luego haremos la fiesta, niña. Cuando sea el momento.
Que los dioses nos ayuden a todas.
Abrió la puerta con la secuencia adecuada y se dirigió en línea recta hacia el baño. Dejó caer los pantalones en el depósito de la ropa sucia, y colgó el comunicador en la pared del baño, allí donde pudiera llegar hasta él desde la cabina de la ducha; y puso en funcionamiento la cálida neblina del baño lanzando un suspiro.
Puñados de vello desaparecieron por el desagüe entre sus pies… dioses, sólo la mitad se debía al salto: el asunto con los kif había hecho que el resto se cayera de puro miedo. Y mientras, se enjabonaba y se iba aclarando. Luego bajo el agua caliente intentó recobrar el control de su mente, planeando una y otra vez cuál iba a ser la siguiente tirada de dados. Sabía muy bien que los kif guardaban uno o dos ases en la manga.
Y cuando alargaba la mano para desconectar el ciclo de secado, sonó el comunicador.
—Dioses, ¿qué? —preguntó Pyanfar, agarrando el comunicador de un manotazo, esparciendo chorros de agua en el suelo. El corazón le latía con fuerza. Las duchas y, en realidad, cualquier momento que se permitía estar lejos de los controles, estaban empezando a volverla paranoica. Lo sabían; no sabía cómo, pero todo el universo estaba enterado de cuándo se hallaba con la guardia baja.
—Tenemos un kif en el pasillo de acceso —le contestó la voz de Haral—. Capitana, jura que es tuyo.