1

La Orgullo entró en el espacio, apareciendo bruscamente en el aquí y el ahora. Pyanfar Chanur, aún medio aturdida, extendió las manos hacia los controles.

¿Dónde?, pensó, dejándose dominar durante un segundo por la loca y aterradora idea de que los motores las habían traicionado y quizás ahora se hallaran perdidas en la nada. Había nuevos programas y rutinas que recordar. Nuevos parámetros, nuevos sistemas…

No. Usa el ordenador, idiota, deja que los automáticos la lleven

—Situación —dijo, haciendo brotar las palabras por entre unas mandíbulas resecas como el polvo.

—Estamos dentro de alcance —dijo Tirun.

Hubo una primera reducción de velocidad que las situó brevemente en fase una vez más con la frontera entre espacios, haciéndolas salir luego de ella; y la Orgullo de Chanur regresó de nuevo al espacio real con un absoluto dominio de sí misma.

—Estamos vivos —dijo Khym.

Eso era un motivo de sorpresa para todos.

—¿Chur? —preguntó Geran.

—Aquí —dijo una voz débil algo pastosa por el comunicador—. Estoy aquí, estoy bien. Lo conseguimos, ¿eh?

Segunda reducción: la Orgullo se desprendió de otra fracción de la velocidad que le había prestado la caída gravitatoria. Y siguió avanzando mientras los números rojos desfilaban por el tablero, indicando una velocidad tal que las medidas astronómicas eran para ella como simples trivialidades locales.

—Acabamos de pasar la tercera indicación —dijo Haral.

—Ya —dijo Pyanfar.

—Alarma del faro.

—No respondas. —Pyanfar mantenía los ojos clavados en la imagen de observación que les mandaba el faro robot de Mkks, con las posiciones de todos los objetos en el sistema de Mkks. El faro estaba protestando por su velocidad—. Consígueme esa trayectoria, por todos los dioses, podemos hacerlo… ¿dónde está esa trayectoria? ¡Despertad de una vez!

La trayectoria apareció en el monitor, una línea roja cargada de peligro, que dibujaba un curso que violaba todos los códigos de navegación existentes dentro del Pacto.

Las alarmas se encendieron y apagaron: la sirena empezó a gemir. Pyanfar agachó levemente las orejas y sus manos se tendieron frenéticamente hacia los controles. Haral sincronizaba sus actos con los de ella para arrancarle los números al ordenador de observación y meterlos en el de navegación. Tecleó una confirmación y apretó uno de los botones. Las alarmas se apagaron y la Orgullo continuó avanzando, siguiendo a toda velocidad por la trayectoria fijada por la línea…

(«¡Adelante, adelante, adelante!», jadeaba Tirun).

… y enviando una nave de salto cargada aún con velocidad en un rumbo directo hacia la estación de Mkks, una maniobra con sólo dos estrellas de margen, apostándolo todo a que el faro de Mkks fuera totalmente preciso. Estaban logrando superar el frente de ondas de la velocidad de la luz que había provocado su propia llegada, el mensaje que ese faro situado a distancia de salto mandaba hacia Mkks… perseguían ese instante en el curso del tiempo a la máxima velocidad posible en una nave, con la suficiente energía contenida en su masa como para crear una buena llamarada si aparecía en su camino algo que el faro de Mkks no había sido capaz de detectar… una nova en miniatura, un sol que ardería durante unos fugaces instantes.

Pyanfar soltó los controles, flexionó sus doloridas manos y luego rebuscó dificultosamente entre la ausencia de gravedad tratando de encontrar el paquete que había dejado antes en el brazo de su sillón. El paquete escapó de sus garras, pero Pyanfar logró cogerlo al vuelo. Lo agujereó de un mordisco y tragó su contenido en varios sorbos convulsivos, estremeciéndose ante el sabor y su impacto en el estómago. Era necesario: su cuerpo estaba desprendiéndose de la piel y el vello muertos, apenas le quedaban minerales ni líquido. Pronto empezaría a subir el nivel de azúcar en la sangre y necesitaba haber superado ya ese punto cuando el curso de la Orgullo entrara de nuevo en una zona crítica.

Ahora no había posibilidad alguna de dirigir la nave. Viajaban a tanta velocidad que no podían apartarse de ninguna influencia salvo la de una estrella, y ese tirón estaba incorporado a los cálculos de su rumbo. Pyanfar se echó la melena hacia atrás con un manotazo y se frotó la nariz para eliminar un picor que había estado sintiendo desde Kshshti.

—Mkks a nueve minutos luz —dijo Haral.

Nueve minutos para que la estación de Mkks recibiera las noticias de su llegada; las autoridades mahendo’sat precisarían unos cuantos más para comprender que no habían llevado a cabo la tercera y decisiva reducción de velocidad. Mientras tanto, la Orgullo estaba acortando el intervalo de contestación de esos nueve minutos. Dentro de unos dieciocho minutos, o quizá menos aún, se toparían directamente con la ola de comunicaciones emitida por una estación frenética.

Ése era el tiempo tal y como lo veían las naves estelares, pero alguien tenía que llamar a los kif por el comunicador; alguien tenía que estar ahí físicamente para apretar botones y hablar con la autoridad kif, mientras que a cada rápido paso de ese kif lanzado a la carrera por un pasillo, la nave que entraba en el sistema recorría todo un diámetro planetario.

—Envía esto —le dijo a Khym—. La Orgullo de Chanur entrando en Mkks: pedimos lista de naves y asignación de muelle. Queremos tener un muelle vacío a cada lado del nuestro. Llevamos carga peligrosa. Mándalo.

Eso les confundiría: una nave comportándose como si tuviera una tobera averiada y hablando como si tuviera problemas con la carga. Ocho punto nueve minutos para que el mensaje llegara a la estación. Quince punto algo para que la estación contestara, aun suponiendo que la decisión se tomara al instante. Alguien tenía que girar su asiento, hablar con un supervisor, informar sobre el mensaje recibido. Oyó como Khym lo enviaba… dioses, una voz de macho llegando de una nave hani; con eso ya bastaría para confundir a la central de la estación. Nunca habían oído una voz semejante: estarían comprobando los doppler de sus receptores en busca de alguna avería, cuestionando la verdad en tanto que ésta se lanzaba hacia ellos. Incluso los técnicos acostumbrados a pensar en fracciones de velocidades lumínicas…

—Manda esto: mensaje a la Harukk, al mando de Sikkukkut. Tenemos una cita. Hemos venido para asistir a ella. Te veremos en los muelles.

(Alguien que decidía enviar ese mensaje a los kif; pies de kif corriendo para localizar al comandante; otro momento para decidir si se abandonaba el muelle o si la nave seguía en él… Un instante para decidir y un diámetro planetario recorrido).

Diez minutos para lanzar una nave como la Harukk si la soltaban del muelle sin los preámbulos necesarios. Cuarenta más para alejarla lo bastante de la masa cercana y dar comienzo a la pulsación de los campos. La Harukk tenía que combatir con una estrella para conseguir velocidad, y esa estrella las estaba ayudando en su entrada.

Otro medio minuto.

Viajando a tal velocidad y encerradas dentro de esa bolsa de tiempo, Pyanfar tenía la curiosa sensación de estarse moviendo a cámara lenta, protegida de los kif y de sus amenazas. Pero también tenía la sensación de estar indefensa. Había cosas que los kif podían hacer. Y había tiempo para esas cosas… cosas como apretar un gatillo o cortar una garganta indefensa…

Un rápido mareo: el concentrado del paquete había llegado a su torrente sanguíneo.

—¿Te encuentras mal, Khym?

—No. —Una voz débil, medio sofocada. No era la primera vez.

—Chur.

—Sigo aquí, capitana.

—Tirun, ¿has comprobado el tiempo real?

—483 horas en tránsito, según el faro.

—Esto representa veinte minutos para la última reducción —dijo Haral.

Dentro del horario previsto, dentro de la distancia. Lo habían planeado todo en Kshshti antes de emprender este loco viaje, justo cuando era más difícil hacerlo, en las horas que precedieron a la salida del muelle y durante el largo y duro tiempo de aceleración que mandó a la Orgullo a un salto realmente profundo dentro del pozo gravitatorio, por todos los dioses, y que luego la hizo salir condenadamente desviada de este otro pozo, en una maniobra que una nave de caza no emprendería muy alegremente y que ninguna nave mercante debería ni tan siquiera intentar.

Toda la tripulación era hani: melenas y barbas rojo y oro, vello de los mismos colores. Todos excepto uno, llevaban anillos de oro en la curva de sus peludas orejas, oro que indicaba experiencia, viajes y riesgos corridos desde el hogar en Anuurn hasta Idunspol, Punto de Encuentro, Maing Tol y Kura; Jininsai y Urtur; puertos extraños, comercio con otras razas; muchas tiradas de dados y apuestas muy elevadas. Pero ningún viaje había sido como éste. Mkks no era un puerto hani y no era el sitio al cual quisiera ir ningún comerciante honesto. Y ningún comerciante honesto tenía ese hipertrofiado paquete de motores que llevaban ellas, ni tampoco su proporción tobera-masa.

Pyanfar guardó silencio. Quitó la cubierta protectora del control de las pocas armas transportadas por la Orgullo y rompió otra ley.

—Dieciocho para la última reducción —dijo Haral.

—Llega un mensaje… Tirun… Tirun… ¿cuál? —La voz de Khym traicionaba su pánico y su tensión. No tenía experiencia con ese tablero. Era muy posible que estuviera desorientado, y aparte se encontraba mal. Pero al final se logró la conexión y la voz de la estación emergió por el comunicador, racional e inteligible gracias a los doppler.

Una voz mahen.

Confirmen reducción, confirmen reducción

—Repite el mensaje anterior. Diles que pedimos esa lista de naves. Rápido.

Disponían de ciertos códigos para obtener la cooperación de los mahendo’sat, pero no podían utilizarlos ahora. También los kif tenían oídos. Por eso tenían que hacerlo todo del modo más difícil y peligroso posible. La estación de Mkks empezó a ceder al pánico, un mensaje se superponía al anterior. Siguieron durante unos segundos aún con su idea inicial: que se les estaba echando encima una nave sin motores, indefensa por las averías.

Ahora su mensaje ya estaría llegando a los kif, que no se mostrarían tan ingenuos.

Los kif todavía podían salir huyendo con su nave, pero Pyanfar no creía que Sikkukkut an’nikktukktin fuera de esa clase de kif.

No con prisioneros en sus manos.

La habitación se encontraba en la parte superior de la nave, atracada sólo los dioses sabían dónde. Ahora Hilfy Chanur ya sabía el nombre de esa nave. Era la Harukk.

Y podía distinguir al kif que tenía sentado ante ella de los demás kif. Su nombre era Sikkukkut. Estaba sentado igual que un fardo cubierto con una túnica oscura en una silla parecida a un insecto, como perdido entre sus negras patas retorcidas. Luces de sodio mantenían a cierta distancia la oscuridad, arrojando sombras de duros contornos y una claridad entre naranja y rosa. El incienso humeaba en globos negros dispuestos por la estancia, y su olor se mezclaba con el asfixiante vaho del amoníaco. Hilfy ni tan siquiera podía frotarse su ofendida nariz: tenía las manos atadas con cuerdas a la espalda. Tully se encontraba en idéntica situación, aunque no estaba muy claro lo que podría haber hecho de tenerlas libres. El rostro de Tully estaba pálido, su barba y su melena doradas se hallaban revueltas y pegajosas por el sudor, su frágil piel humana cubierta de heridas de garras que aún sangraban, no muy visibles dado lo débil de la iluminación. Había hecho todo lo posible. Ella también, pero no había bastado.

—¿Dónde esperabais ir? —preguntó Sikkukkut—. ¿Y para hacer qué?

—Esperaba fracturar uno o dos cráneos —dijo Hilfy Chanur, porque con los kif no servía de mucho ser diplomática o mostrarse acobardada.

—No hay fracturas —dijo Sikkukkut—. Sólo conmoción. —Era imposible saber si esas palabras demostraban el sentido del humor kif o su total ausencia de él. El capitán de la Harukk se levantó de su silla parecida a un insecto, irguiendo su largo y flaco cuerpo con un susurro de negras telas. En ningún lugar de la nave había otro color que el de las luces de sodio. Objetos, muros, telas: todo era negro y gris. Son ciegos al color, pensó Hilfy, no los distinguen en absoluto. Recordó los cielos azules de Anuurn, el verdor de sus campos y la tempestad de rojos, oros y otros matices con que la especie hani gustaba de rodearse. Abrazó ese recuerdo, blandiéndolo como si fuera un talismán contra la oscuridad y el infernal resplandor de las luces de sodio.

Sikkukkut se acercó a ellos. Otros kif se movieron más allá de las luces y las nubecillas de humo, creando un susurro parecido al del viento sobre las hojas secas. Hilfy se envaró, pero el kif se dirigía hacia Tully.

—Este ser habla hani —dijo Sikkukkut—. Intenta fingir que no…

Hilfy se interpuso en su camino.

—Y allí donde no logremos comprendernos —dijo el kif, hablando en impecable hani sin ningún acento—, ya sé que tú eres experta en tratar con el humano. Podemos conseguir tu ayuda, ¿verdad? —Pasó junto a ella y, cogiendo bruscamente a Tully por los brazos, lo atrajo hacia sí. Las garras del kif abrieron pequeñas heridas en su carne y Tully se encontró cara a cara con él, con apenas un palmo de distancia entre las temibles mandíbulas del kif y sus ojos. Hilfy podía oler su miedo y el sudor que le cubría.

—Suave —dijo Sikkukkut, apretando con más fuerza—. Una piel tan, tan magnífica y delicada… Puede que tenga cierto valor por sí sola.

Aún más cerca.

—¡Suéltale!

El negro hocico se frunció, temblando levemente. El sustento de los kif consistía básicamente en líquidos, según decían los miembros de otras especies, pero en el fondo eran carnívoros y a veces no desdeñaban el usar sus mandíbulas externas y sus dientes, afilados como navajas. Dos hileras de dientes, dos juegos de mandíbulas. Uno servía para morder, y el otro, capaz de moverse muy rápido y situado al fondo de su largo hocico, servía para reducir lo que había sido mordido por la mandíbula externa a una pasta fluida que la pequeña garganta era capaz de engullir. La lengua emergió como una flecha por entre la abertura de las fauces en forma de uve. Tully dio un respingo y, aunque no dijo nada, intentó retroceder. El flaco rostro se alzó un poco más, colocando sus ojos a la altura de los de Tully, y sus mandíbulas…

—¡Basta! ¡Por los dioses… basta!

—Pero tendrá que dejar de resistirse —dijo Sikkukkut—. No puedo desprender mis garras… Dile que…

Hilfy tragó aire. Pero Tully había dejado de oponer resistencia, quedándose quieto… y delatándose.

—Ah. Comprende.

—Suéltale.

El kif resopló suavemente y luego atrajo a Tully hacia su pecho, empujándole hacía atrás un segundo después, en dos gestos ágiles y rápidos.

Tully retrocedió, tambaleándose. Hilfy interpuso su hombro entre él y Sikkukkut, que había dado un paso hacia adelante. Después permaneció inmóvil, sintiendo que le temblaban las rodillas de puro miedo. Tenía las orejas echadas hacia atrás y su nariz se arrugaba en una extraña mueca sonriente que no se parecía en nada a la sonrisa de Tully y su indefensa especie de primates.

Un ruido de aire expelido con brusquedad, como un seco bufido: la risa kif. Sikkukkut la estaba mirando desde las profundidades de su capucha, con los ojos brillantes debido a la escasa luz.

—Implícitos en la lengua hani hay conceptos como el de la amistad. O la ternura. Son distintos del sfik. Pero son igualmente útiles. Y yo en particular no pienso descartarlos, viendo que has tenido tanto éxito en tus conversaciones con esa criatura. ¿Cómo has conseguido domeñarle?

—Prueba con las palabras amables.

—¿Eso crees? Ya he sido amable y bondadoso. Quizá mi acento le confunda. Dile que deseo que me diga todo lo que sabe: por qué ha venido, a quién deseaba ver, lo que esperaba conseguir con ello… Díselo. Dile que estoy impaciente, que estoy nervioso y muchas cosas más.

Hilfy pensó en ello durante unos instantes que le parecieron eternos. Se preguntó si la paciencia del kif tendría tanto aguante.

No aguantó. El kif extendió la mano y ella se interpuso de nuevo.

—Está haciendo preguntas, Tully —le dijo a toda prisa—. Quiere hablar.

Tully no respondió.

—Supongo que no me entiende —dijo ella—. Confunde las palabras…

—En su tiempo fui skku del hakkikt Akkukkak. —La voz de Sikkukkut era suave e instruida, pero en esa suavidad Hilfy pudo oír claramente los chasquidos del fondo de su garganta y el ruido que hacían las mandíbulas interiores al levantar él su hocico—. Ya nos conocemos. Nos hemos encontrado… antes de esto. En la estación Punto de Encuentro. ¿Lo recuerda?

—Amigo de Akkukkak —dijo Hilfy. Distráele; distráele, por los dioses, apártale de la caza—. Si es que entre los kif existe la amistad…

—Este humano posee sfik —dijo Sikkukkut, sin moverse—. Akkukkak no logró darse cuenta de ello. ¿Cómo es posible que una criatura tan blanda como ésta posea tanto sfik y lograra eludir a los kif en los muelles de Punto de Encuentro? Si yo hubiera estado ahí, no le habrían ido tan bien las cosas, por supuesto. Pero ahora estoy aquí, ante él, y quiero la respuesta a todas esas preguntas.

—Sigue haciendo preguntas —le dijo Hilfy a Tully.

—Y se las seguiré haciendo —dijo Sikkukkut—. Se las hago ahora una vez más. —El silencio se fue prolongando. Los flacos dedos del kif tocaron suavemente su hombro, acariciando su pelaje…

… y se apartaron. Aspiró una honda bocanada de aire ensuciado por el olor a kif, temblando. Tenía las orejas pegadas al cráneo. Hilfy dejó de oír y se quedó prácticamente ciega, su visión reducida al largo túnel negro de la caza, enfocado sobre el kif. Pero Sikkukkut se apartó de ella. Volvió a sentarse en el asiento con múltiples patas de insecto y alzó las piernas pegándolas a su cuerpo hasta que él mismo pareció otra desgarbada silueta de ese mismo reino.

El hombro de Tully se apretó contra el suyo y se apoyó en ella. Sintió su peso, la frialdad de su carne: dioses, no, ponte recto, no cedas, no te desvanezcas, se lanzarán sobre ti

El kif alzó sus manos hasta la capucha que llevaba y la hizo caer sobre sus hombros medio encorvados: era la primera vez que veía a un kif sin su capucha. El espectáculo no era muy agradable. Un cráneo negro y alargado, una melena negra y deslustrada que se prolongaba hasta muy adelante siguiendo una línea recta. Apenas si tenía orejas, en este aspecto se parecía a los stsho. Había visto algunos diagramas y holografías, pero ninguna representaba con fidelidad a esta criatura horrible y, al mismo tiempo, extrañamente grácil.

Sus ojos se posaron sobre ella: eran muy oscuros y relucientes, como convenía a semejante rostro.

—Acabarás entendiendo esto: la criatura posee algo más que un simple valor de sfik; es, en sí misma, sfik. Deja que te hable en términos hani: Akkukkak pereció a causa de la vergüenza. Por lo tanto, amo a esta criatura, porque ella ha matado a mi superior y ahora yo tengo la hegemonía.

—Tonterías.

—Creo que está muy claro. Tiene valor. Si me entrega su valor y responde a lo que pregunto, me mostraré aún más agradecido.

—Claro, claro.

—Quizá llegue a conservarlo conmigo. Le profesaría siempre mi afecto y le permitiría ver la muerte de mi amigo Akkhtimakt. Es posible que le dejara comer de mis rivales.

Seguía hablando hani, pero las palabras adquirían un nuevo significado y se referían a costumbres de los kif. Hilfy sintió que su melena se erizaba. Quería salir de aquí, salir ahora mismo.

—Traduce esto.

—Está loco, como todos los kif.

El delgado cuerpo del kif se estremeció en lo alto de su silla de insecto, emitiendo un siseo.

—Fanática. Yo mismo me encargaré de traducir mis palabras. ¡Kkkt!

—¡Estúpida! —gritó la autoridad mahen por el comunicador, añadiendo luego otras palabras todavía menos educadas.

—Preparadas para la tercera reducción —dijo Pyanfar.

¡Estúpida, hija de diez mil estúpidas!, ¿qué hacer, qué hacer? Tú ver informe enviado al han por esta ofensa: informamos tú pones en peligro

La Orgullo redujo su velocidad, interrumpiendo toda la telemetría… y entró nuevamente en fase, recibiendo una nueva oleada de mensajes desde la estación.

—Khym. La lista. —La voz de Tirun, imperiosa, sacándole de su aturdimiento—. Ponía en los monitores. Muévete.

La lista de naves que habían recibido apareció en la pantalla número dos, en tanto que Haral empezaba a transmitir los datos tan rápida y eficiente como siempre. La voz de la estación se quedó repentinamente callada…

—Eso son dos minutos luz —dijo Geran. Ahora se encontraban prácticamente en tiempo real con la estación de Mkks, moviéndose con mucha mayor lentitud al estar dentro de la capacidad de frenado de su espacio real.

Harukk, decía la lista de naves. Había otros nombres kif. Un montón de ellos. Unos cuantos mahendo’sat. Un stsho. (¡Un stsho, en Mkks!). Un grupo de tc’a y chi en el pequeño sector para respiradores de metano de Mkks.

—Demos gracias a los dioses —murmuró Pyanfar, y empezó a ocuparse nuevamente de las transmisiones telemétricas, concentrándose de nuevo en la nave y sus problemas—. Aproximación —dijo; y, al ver que Geran tardaba en contestar, añadió—: ¡Que despejen el curso, por todos los dioses, ocúpate de ello! —Inmediatamente empezó a poner en funcionamiento la secuencia de frenado para alta velocidad de la Orgullo—. Aguanta. Vamos a empezar. Ahora.

—¿Qué asunto? —preguntó Sikkukkut mientras Hilfy se apretaba un poco más contra el costado de Tully, sin tiendo cómo se movían varios cuerpos invisibles más allá del humo y las luces—. ¿Qué acuerdo hizo con los mahe? Kkkt. Pregúntaselo. Consigue una respuesta, joven Chanur.

—Está haciendo preguntas sobre los tratos —dijo Hilfy. Cambió nuevamente de postura pues un kif se había movido a un lado de Tully. Miró a Sikkukkut—. No lo entiende. No puede entenderlo, por todos los dioses. En nuestra nave utiliza un traductor. No puede hablar. Ni aun suponiendo que comprendiera lo que le estoy diciendo, no podría articular nuestros vocablos.

Sikkukkut cogió de la mesa una copa de plata, una especie de esfera en la cual había pequeños salientes planos. De su hocico salió una lengua oscura que metió dentro de la copa para beber… sólo los dioses sabían qué. Luego alzó nuevamente el rostro. Su delgada lengua se agitó fugazmente alrededor de su hocico. Seguía sosteniendo la copa, sus dedos acariciaban los salientes que la adornaban.

—Escoge mejor tus palabras. Mis skkukkun le harán daño, joven Chanur, ten por seguro que se lo harán. Persuádele. Rompe este silencio suyo. Si hacen falta traductores mecánicos os los proporcionaremos. Lo único que debes hacer es conseguir que hable.

—Lo estoy intentando. —Hilfy volvió a moverse, intentando situarse entre Tully y el círculo de kif—. ¡Atrás! Tully… Tully, dile algo. Cualquier cosa. Creo que sería mejor para ti.

miente, le suplicó en silencio, sigue el juego, yo te ayudaré. Sentía el frío de su cuerpo pegado a ella. Intentó atraer su mirada pero él sólo tenía ojos para los kif, quizá tan aturdido por el miedo que no le quedaba la inteligencia suficiente ni para mentirles.

—Quizá… —dijo Sikkukkut. Una puerta se abrió bruscamente, dejando entrar una débil claridad. Otro kif entró en la estancia, una silueta idéntica a las ya presentes— deberíamos pensar en mantener otra conversación privada con él. ¿Kkkk-t?

El kif pasó rápidamente ante los otros. Sikkukkut volvió la cabeza.

—Ksstit —siseó el recién llegado—. Kkotkot ktun.

Un mensaje. Hilfy respiró hondo y sintió temblar el cuerpo de Tully contra el suyo. El nuevo kif inclinó su cabeza encapuchada junto a la de su capitán y le habló brevemente en un murmullo. Sikkukkut permanecía inmóvil con las manos en las rodillas. Sus hombros se agitaron en un interminable suspiro y su mentón se levantó un poco.

—¡Kkkt! Kktkhi ukkik skutti fikkti knkkuri. ¡Ktikkikt!

La habitación se llenó con el susurro de las ropas kif. «Llévatelos de aquí»; Hilfy conocía suficiente kif como para entender eso. Pero no podía interpretar las inflexiones. Ni el porqué, o lo que había ocurrido, o lo que iba a ocurrir luego.

Los kif estaban ya sobre ellos: Tully dejó escapar un sonido muy poco habitual en él cuando le apartaron de su lado.

—Las garras dentro, ¡malditos idiotas! —les gritó Hilfy a los kif. Desgarró la espinilla de un kif con una patada de su pie descalzo. A cambio, recibió un golpe en su mandíbula que la hizo vacilar y unas garras se hundieron en su espalda. Con las manos atadas no podía hacer nada. Eran suficientes en número como para alzarla en vilo y, una vez que la hubieron cogido por las rodillas, eso fue lo que acabaron haciendo pese a todos sus esfuerzos y contorsiones—. ¡Bastardo! —gritó por entre el remolino de cuerpos kif. Vio a Sikkukkut que seguía sentado, inmóvil como un grabado en la oscuridad, flanqueado por otros kif.

—Están aquí —dijo Sikkukkut.

La puerta se interpuso entre ellos y se cerró.

La estación de Mkks se alzó ante la Orgullo como una gran pared: el muelle que les había asignado Mkks relucía con sus indicadores de entrada libre en la pantalla número dos en tanto que las cifras del atraque iban desfilando rápidamente.

Por favor, esperar —había estado protestando la autoridad mahen a través del comunicador durante la última parte de su entrada, en un tono ahora mucho más conciliador—. Ya tener aviso Harukk, también querer conferencia, repito, querer conferencia. Réplica pedir… —y, sin perder ni un segundo, ante su silencio—: Hacemos petición atrasar entrada muelle, Orgullo de Chanur, tener problema, por favor, nosotros negociar

Para una estación como Mkks no había modo alguno de impedirle la entrada a una nave. Y, peor aún, había quince naves kif totalmente vulnerables varadas en los diques, unidas al todavía más vulnerable flanco de Mkks. En esos momentos la estación ya habría hecho sonar sus alarmas y los sellos de los diques estarían cerrados, temiendo el lanzamiento de proyectiles, temiendo a los kif y los posibles disturbios.

Por favor —seguía llegando la protesta de la autoridad de Mkks—, detener esto, hacer negociación con los kif: nosotros prohibimos que llevar discusión hasta aquí.

Pero tenían el dique tal y como habían pedido, perfectamente despejado y sin nada a los lados. Los kif estaban cerca. La Harukk se encontraba en el sexto dique siguiendo por la sección. Dos cargueros mercantes mahen se hallaban al otro extremo de la silueta toroidal de Mkks. Las naves kif llenaban los otros diques de la sección. Más allá había otras naves mahen. El stsho solitario. Y los tc’a y los chi en el lado de metano.

Recibimos en muelle. Traemos seguridad. Hacer negociación este asunto. Apelamos

Un choque sordo. Las abrazaderas de su casco se encontraron con las de la estación y las rutinas de enganche se iniciaron rápidamente. Les esperaba una cuadrilla del dique, y los de seguridad. Eso había dicho la central de Mkks.

—Han dejado de emitir —dijo Khym con voz algo ansiosa, queriendo decir con ello que no había sido él quien les había desconectado accidentalmente debido a su falta de experiencia—. Se han callado, eso es todo.

Pero inmediatamente después llegó otro mensaje.

Aquí autoridad kif del puerto —dijo una voz entre chasquidos y crujidos—. Pueden atracar. Bienvenida a Mkks, Orgullo de Chanur. Pueden acudir incluso con armas. El hakkikt les proporciona salvoconducto. Tendrán guías. Una vez más, bienvenidas a Mkks.

—¡Que los dioses se lleven a esos bastardos! —exclamó Geran.

—Está claro que tienen personal propio dentro de la Central —dijo Tirun—. Ése era uno de los códigos válidos.

—Adelante: no tenemos dónde elegir. —Pyanfar hizo girar su asiento y se levantó de un salto, dando una palmada en el respaldo del asiento que ocupaba Haral—. Prepara esa conexión.

—¿Rifles o pistolas automáticas? —Tirun ya estaba en pie: era la hermana de Haral, muy alta, con la barba y la melena crecidas y anillos de oro brillando en su oreja. Junto a ella estaba Geran, más delgada y de pelaje algo más claro. Aún parecía más delgada al observar a su lado la inmensa mole de Khym nef Mahn, que también se había levantado de su asiento y se alzaba como una torre, más corpulento y de mayor talla que ninguna de ellas, con una expresión mortalmente seria en el rostro.

—Automáticas —dijo Pyanfar sintiendo cómo se tensaban los músculos de su rostro y bajando levemente los bigotes—. Pero yo cogeré un rifle, y quiero que tú también lleves uno. Quizá nos haga falta un arma de largo alcance en esos muelles… quizá necesitemos salvar una gran distancia, ¿eh? Y no creo que debamos preocuparnos mucho por la ley aquí.

Hubo algunas risas apagadas, una leve explosión de ceñudo buen humor. Tirun abrió el armario y cogió pistolas para ella y para Geran. Armas mahen que disparaban un proyectil explosivo, no las poco potentes pistolas de bolsillo que habían tenido en Kshshti; éstas eran auténticas pistolas automáticas, con su cargador de repuesto en el cinturón. Cogió también los dos rifles, uno para ella y otro para Tirun, armas que, a diferencia de las automáticas, eran capaces de alcanzar una enorme distancia sin perder precisión.

Pyanfar cogió el rifle, comprobó el seguro y el funcionamiento del arma en tanto que en el comunicador se oía la misma voz dando nuevas instrucciones con un fondo de crujidos y chasquidos.

Nos veremos fuera —dijo la voz kif. En el exterior seguían resonando los golpes y los sonidos metálicos al conectarse cables y tuberías.

Todas daban por sentado que los kif tenían intención de prepararles una emboscada. Ésta podía llegar algo después, cuando se hubieran alejado de la nave, o quizá consistiera en un repentino ataque kif cuando se abriera la escotilla, y que los dioses ayudaran a cualquier obrero mahen del muelle que se viera atrapado en ella.

—Están acercando el pasillo de conexión —dijo Haral, haciendo girar su asiento—. Ya estamos. —Se levantó abrochándose el cinturón con la automática que Tirun le tendía.

—Una de nosotras tiene que permanecer aquí para cuidar de la granja, ¿no? —dijo una voz desde la puerta.

—Por todos los… —A Pyanfar no le hizo falta volverse a mirar. Desde donde estaba podía distinguir claramente a Chur. La hermana de Geran estaba apoyada en el umbral del puente, con sus pantalones azules tan bajos que casi estaban a punto de caerse por culpa de los vendajes que le cubrían el estómago—. Chur…

—Estoy bastante bien, gracias. —La tensión que se percibía en la boca y la nariz de Chur desmentía sus palabras—. Na Khym será mucho más útil en el exterior, ¿no? Y si llega a ser necesario yo puedo encargarme de soltar la nave de las conexiones del muelle. —Chur avanzó cojeando a través del puente hasta llegar junto a su hermana. Apartó con un gesto la mano que le había tendido Geran para ayudarla. Cuando estuvo junto a su asiento de costumbre se apoyó en él por un segundo y luego siguió andando hasta el puesto de Haral, el asiento de la copiloto, y se instaló en él—. Cuando quieras que abra me lo dices, capitana. Creo que lo mejor será que cuando esté sola mantenga la nave bien cerrada. Nada de obreros mahen aquí dentro, ¿eh? Y, por los dioses, desde luego que ningún maldito kif.

Pyanfar se mordisqueó los bigotes y miró rápidamente hacia Geran, que mantenía bien levantada la cabeza en una mueca de inconmovible tozudez. Era imposible razonar con ninguna de las dos hermanas: llevaban la obstinación en la sangre. Y también era imposible razonar con ese fuego que se había encendido repentinamente en los ojos de Khym cuando vislumbró la ocasión de hacer algo más de su agrado que estar montando guardia en la nave.

—Estupendo —dijo—. Un rifle para Chur… sólo por si acaso. Y otro para Khym. Venga, venga… Khym, cuando estemos fuera quiero que mantengas la calma y no pierdas la cabeza. No quiero que respires si no te lo ordeno yo. ¿Entendido? Tenemos un problema en esos muelles. Uno solo. ¿Me has oído bien?

—Sí.

En otros momentos eran marido y mujer. Aquí no lo eran y ahí fuera tampoco lo serían. Dado el habitual comportamiento de los machos hani, Khym era toda una roca de estabilidad y autocontrol. Y Chur tenía razón: no sabría qué hacer con los tableros de mandos.

Choque, crujido, golpe. El pasillo de entrada ya estaba asegurado. Ahora tenían su conexión de acceso a la estación de Mkks.

Geran le entregó un rifle a Chur quien lo sostuvo con un gesto decidido, aunque antes del salto apenas habría sido capaz de levantar una mano. Chasquido, chasquido. Quitó el seguro y volvió a ponerlo. Luego alzó la mirada, con las orejas bien erguidas y la boca retorcida en una feroz sonrisa que mostraba los huecos que había bajo sus pómulos, allí donde los tejidos se habían consumido en el esfuerzo de recuperarse después del salto. Su pelo rojo dorado estaba mate y sin brillo. En su oreja, allí donde habrían tenido que estar los anillos, no se apreciaba nada. Chur nunca se había tomado la molestia de vestirse con elegancia, ni tan siquiera para una ocasión tan importante como ésta.

—Sacadles de ahí, ¿eh? —dijo Chur, refiriéndose a Hilfy y a Tully, mirando luego fijamente a Geran sin importarle la presencia de todos los demás—. Y quiero que volváis —añadió.

—Vamos —dijo Pyanfar. Conectó el comunicador de bolsillo que se había colgado del cinturón y señaló la puerta. En este viaje no llevaba ningún adorno ni se había vestido con los colores brillantes que tanto le gustaban: sólo su ropa azul para el espacio, igual que todos los demás excepto Khym, que llevaba ropas marrones.

Se dirigió hacia la puerta sin mirar ni una sola vez lo que dejaba atrás, con Khym andando a su lado y con Haral, Tirun y Geran a su espalda.

El comunicador funciona. —La voz de Chur las persiguió por el pasillo que conducía hasta el ascensor y resonó en todos los monitores de la nave. La puerta del puente se cerró a su espalda con un siseo, dejando encerrada a Chur dentro de él.

—Aprisa. —Pyanfar apretó con un golpe seco el botón del ascensor y mantuvo abierta la puerta, entrando a toda prisa en último lugar cuando la puerta se cerraba ya y el ascensor saltaba hacia abajo con una brusca aceleración debida a la acción directa de la gravedad. Sus cuerpos llenaban de olores rancios el angosto recinto de la cabina: no se habían lavado desde el salto. Mechones de vello muerto se enredaban en cuerpos y telas. Pyanfar sentía un sabor a cobre en su boca. Las demás tampoco se encontraban en muy buena forma y nadie estaba en las condiciones óptimas para ocuparse de problemas diplomáticos en los muelles. La pistola colgaba pesadamente de su cadera, y el rifle que sostenía entre sus dedos no le ofrecía ningún consuelo. Dioses, dioses, kif en el exterior; o mahendo’sat… honrados guardias de estación mahen intentando evitar problemas y proteger a su propia gente. Lo último que deseaban era tener que abrirse paso a tiros por entre unos aliados cuyo deber era detenerlas.

El ascensor se detuvo y la puerta se abrió en el nivel inferior. Mientras se dirigían hacia la entrada, adoptaron una especie de orden instintivo: primero ella y Haral; luego Khym con Geran, que no tenía compañera; y en último lugar Tirun, la hermana-sombra de Haral, que ya no era capaz de realizar los esfuerzos físicos que tan sencillos le resultaban antes pero que era veterana en demasiados puertos como para permitir que algo las atacara por la espalda.

Y Khym… una calamidad ambulante esperando la ocasión de estallar, pensó Pyanfar; un pésimo tirador, como todos los machos y, como todos ellos, una continua preocupación en las situaciones de crisis. Pero también era el doble de fuerte que cualquiera de ellas, característica importante si la situación acababa en un combate físico.

He recibido una llamada de un oficial mahen llamado Jiniri. —La voz sin cuerpo de Chur retumbó en el comunicador—. Ahí fuera tenemos unos cuantos guardias de estación mahen y un montón de ciudadanos. Les he aconsejado que se mantengan apartados de la entrada; pero no… no me hacen caso

—¿Te encuentras bien, va todo bien ahí arriba?

Perfectamente, capitana. —La voz de Chur era ronca y algo vacilante—. Perfectamente. —Ahora había sonado con más fuerza—. Id con cuidado, ¿de acuerdo?

Llegaron a la curva final del pasillo que conducía hasta la compuerta.

—Ya estamos —dijo Pyanfar a los monitores del corredor—. ¿Dónde se encuentran los kif? ¿Ves alguno?

No puedo decirlo con seguridad. No he oído nada en el tubo de conexión a pesar de que tengo los receptores al máximo. El comunicador… dicen que están ahí. Mahe… mahendo’sat, fuera. Personalmente, prefiero que estén.

—Problemas, por todos los dioses. Diles que salgan. Rápido.

No quieren hacer caso… Están invocando el Pacto. Dicen… dicen… ya puedes suponer lo que dicen, malditos sean.

Pyanfar quitó el seguro de su rifle. Hubo otros dos chasquidos haciendo eco al suyo y después dos ruidos distintos cuando Haral y Geran sacaron sus automáticas de las fundas, quitaron los seguros e introdujeron un cartucho en la recámara.

—Estamos preparadas. Empieza la secuencia de apertura.

La escotilla se abrió con un silbido. Cruzaron el umbral y se detuvieron ante la compuerta exterior.

—Pon el sello y saldremos —dijo Pyanfar.

La puerta se cerró tras ellas y la escotilla que tenían delante se abrió dando paso a un tubo de conexión vacío, iluminado por una luz amarillenta, en el que hacía un frío tremendo.

Pyanfar avanzó rápidamente hasta el último punto en el que la curvatura del pasillo le ofrecía cierta protección. Mientras, Tirun avanzaba por el otro lado con su rifle preparado. Doblaron la esquina juntas, cubriéndose la espalda con tres armas.

No había ningún kif, el pasillo estaba vacío. Pyanfar avanzó trotando hacia el final del tubo iluminado por la claridad amarilla, y llegó hasta donde empezaba la rampa de bajada, una estructura metálica en pendiente que conducía hasta las puertas de presión y, una vez en ellas, a otro largo trecho sin protección que finalizaba en el muelle. Ahí abajo sí había alguien y, a juzgar por el ruido, se trataba de toda una multitud. Al final de esa larga rampa aguardaba un grupo de unos cuarenta civiles mahendo’sat junto con un puñado de guardias mahen, altas siluetas de pelaje oscuro entre las cuales destacaba el marrón de un tasunno, perfectamente visible entre el grupo. Y, dioses, toda una rareza en el centro de los presentes, una blanca piel stsho cubierta por delicadas telas que no paraban de moverse emitiendo todos los colores del arco iris. Al verlas, el grupo avanzó parloteando confusamente.

—¿Lo hueles? —murmuró Haral junto a ella.

Amoníaco: el olor característico de los kif. El muelle estaba sumido en la penumbra. Por el extremo más alejado de la nave se podían ver cien portales cada uno de los cuales podía esconder un francotirador. Si el viento no les hubiera venido antes por la espalda, su olor podría haberle delatado.

Pyanfar bajó rápidamente por la rampa, sus veloces pasos resonaban sobre la vieja estructura de acero, con Haral a su lado. Los mahendo’sat que esperaban abajo empezaron a gritar y a darse empujones, intentaban llegar hasta la rampa mientras los guardias luchaban por contenerlos.

Uno logró pasar y se plantó al final de la rampa justo cuando Pyanfar y Haral descendían el último tramo.

—¡Loca, loca! —Era un mahe que, por su aspecto, parecía un funcionario de la estación; una hembra que no paraba de agitar las manos ante sus rostros y gritaba mucho más alto que los demás, dominando incluso el nervioso parloteo del stsho—. ¡Tú vuelves a bordo, nosotros negociar, no problema, no traer armas a este muelle! ¡Tú mantenerte detrás de nuestros cordones de vigilancia, tú dejar que nuestra guardia se encargue, capitana hani! ¿Entendido? ¡Vuelve a tu nave! Nosotros arreglar conversación; ¡ir, hacer intermediarios, tú, kif hakkikt! ¿Entendido? ¡No bajes! Tenemos arreglos preparados, podemos acomodar… nosotros arreglar…

Haral y Pyanfar lo habían ensayado antes: ella podía encargarse de hablar con los mahe mientras su segunda en el mando vigilaba al grupo y Geran y Tirun vigilaban a derecha y a izquierda, con el familiar espacio de la rampa que ya habían explorado a su espalda. Sólo los dioses podían saber qué llamaba la atención de Khym. Pyanfar no hizo caso de las manos que se agitaban ante su rostro ni del intento que hicieron por cogerla del brazo, y apartó sin contemplaciones a la funcionaría mahen de su camino.

—Vamos —dijo a su tripulación, y abandonó la rampa, siguiendo un rumbo paralelo a la fila de guardias que ahora tenían trabajo más que suficiente al intentar contener a los nerviosos dignatarios.

—¡Tú no ir! —gritó la hembra mahe, intentando ponerse nuevamente ante ella. Su negro rostro se retorcía en una mueca de angustia—. ¡No ir!

Pyanfar la empujó levemente con el rifle, sosteniéndolo con firmeza, y el gesto hizo que del grupo escapara una mezcla de jadeo y respingo colectivo.

—Asuntos privados —dijo—. Saca a tu gente de mi camino, he intentado decíroslo antes… ¡Largo! ¡Fuera! ¡Poneos a cubierto!

—¡No traer armas! ¡Ir, ir tu nave, no hacer, no, no ir!

Y el stsho, que había logrado eludir a los guardias para lanzarse corriendo hacia ella, agitó sus blancos brazos ante su rostro:

—Rompes la ley del Pacto. Queja, nosotros hacemos queja ante esta bárbara conducta… Nosotros testigos…

—¡Fuera de aquí!

Un segundo empujón. El stsho retrocedió agitando locamente sus flacos miembros, retirándose entre un revoloteo de ropas tenues como gasas, emitiendo un rápido chorro de palabras en su lenguaje, intentando huir del lugar a toda velocidad.

—¡Ni shoss, ni shoss, knthi mnosith hos!

—¡Maheinsi tosha nai mas! —gritó la funcionaria mahe; y los guardias mahendo’sat le dieron la espalda a la multitud a la que intentaban contener para enfrentarse a los rifles hani con sus varas antidisturbios. En ese mismo instante, la multitud descubrió que ya no sentía el menor deseo de acercarse. Se oyó un murmullo de inquietud y los muelles quedaron en absoluto silencio.

—Que se muevan —dijo Pyanfar, agitando el rifle, cuidando todavía de que éste no apuntara a la funcionaria mahen—. Hasano-ma. Autorización de vuestro Personaje. ¿Me has entendido?

La hembra mahe se había retirado unos cuantos pasos para unirse al grupo de sus guardias. Estaba totalmente inmóvil, con sus pequeñas orejas pegadas al cráneo, pero al oírle decir «Personaje», éstas se irguieron de golpe. Su rostro se llenó de miedo puro y simple.

—Voz, tienes el rabo metido entre unas tenazas. Te aconsejo que vuelvas ahora mismo a la Central y no te muevas de allí. ¡Rápido!

—¡Capitana! —siseó Haral—. A tu izquierda.

Una sombra apareció por su flanco, emergiendo de entre la oscuridad que albergaba la maquinaria y las grúas del muelle… kif, y más de uno. La Voz mahen giró en redondo y alzó su mano ante el grupo que avanzaba rápidamente.

—¡Alto! ¡Deteneos! ¡Rompéis ley! —La multitud empezó a chillar y a removerse y un segundo después todos habían huido, todos salvo la Voz y su puñado de nerviosos guardias.

Los kif se detuvieron al unísono como una oleada de sombras. Sólo uno siguió avanzando, una silueta envuelta en negras telas. Los demás se quedaron muy quietos, sosteniendo rifles en sus manos. En todo el muelle reinaba el silencio y sólo se oía el distante zumbido de los ventiladores, el golpe seco de las bombas y los ruidos, cada vez más débiles, de los civiles que huían.

Ley. La Voz había protestado, pero los ecos de su protesta eran débiles y casi inaudibles. En este momento Mkks se hallaba muy, muy lejos de la ley mahen. Y los mahendo’sat, que afirmaban tener el siempre disputado derecho al control de la estación estelar, sólo podían confiar en que se respetaran esas pretensiones cuando había naves de caza mahen en el puerto.

Estaba muy claro que en este momento no era así.

Las orejas de Pyanfar se pegaron a su cráneo y no hizo ningún esfuerzo para erguirlas.

—¿Y bien? —le dijo al kif encapuchado que se había detenido a unos pasos de ella, mientras sostenía el rifle en posición horizontal entre sus manos—. Alguien llamado Sikkukkut nos invitó a venir aquí. ¿Eres tú su embajador?

El kif se acercó un poco más. Hubo un movimiento general de armas que se levantaban: la de Khym, la suya. Haral y Geran mantenían vigilado al grupo principal de kif y Tirun… Tirun, en la retaguardia, estaba fuera de su campo visual, pero Pyanfar estaba segura de que se encontraba allí atrás, y bien alerta.

El kif las miró con sus oscuros ojos ribeteados de rojo. La grisácea piel de su hocico, ya de por sí cubierta de arrugas, se frunció todavía más, y a continuación volvió a relajarse.

—Tengo mensaje, hani.

Extendió hacia ella una flaca mano que sostenía en el pulgar un pequeño anillo de oro, equilibrándolo con la garra.

Era de Tully. Pyanfar extendió su mano y el kif dejó caer el anillo en su palma, mostrando tan pocos deseos de ser tocado como los tenía ella de que la tocara.

—¿Se encuentra vivo el humano?

—Por el momento.

¿Hilfy también? Pyanfar hervía en deseos de hacer esa pregunta pero sabía demasiado bien que no debía dar ninguna indicación a los kif de cuáles eran sus puntos débiles.

Sus labios mantuvieron con un esfuerzo su desdeñosa mueca inicial.

—Dile a Sikkukkut que estoy dispuesta a conversar.

Un largo silencio.

El kif no se movió.

—Vienes a comerciar. El hakkikt te verá. Escogimos un terreno neutral. Traes tus armas. Nosotros también tenemos armas.

Era mejor de lo que había esperado. De hecho, resultaba una oferta tan buena que Pyanfar desconfió inmediatamente de ella.

—Podemos tratar el asunto aquí —dijo—. Ahora mismo.

—Esto requiere tiempo para ser discutido. Tú pides condiciones. Vivo, pero no está muy a gusto. ¿Cuánto retraso deseas tú?

Pyanfar movió el arma unos centímetros hacia arriba para dejar de apuntarle directamente, y frunció la nariz en una mueca de disgusto.

—Está bien —dijo, con la misma voz suave y tranquila que había empleado hasta ahora, como si jamás una hani le hubiera roto el cuello a un kif, como si nunca se hubiera derramado sangre en Gaohn—. Está bien. Ya haremos cuentas luego, kif.

—Sígueme. —El kif se volvió hacia los suyos con el revoloteo de una gran manga negra.

Pyanfar se puso en movimiento y oyó a su espalda el suave murmullo de unos pies sobre la cubierta: su tripulación la seguía entre leves ruidos de metal y correajes.

—Capitana… —El rápido golpeteo de unas garras sobre metal. La Voz la cogió nuevamente por el brazo—. No ir…

—Mantén a los kif lejos de mi nave. ¿Quieres mantener entera la estación?

La Voz se quedó quieta.

—Tú loca… —Las palabras parecieron perseguirla, despertando ecos en el vacío gris, rebotando en las paredes del muelle—. ¡Tú loca ir ese sitio!