Robin, una de mis alumnas, es razonablemente inteligente, educada y joven. Pero sostiene no hallar razón que justifique los sacrificios humanos. En su actitud, cuando habla de los antiguos mayas y de sus sacrificios a los dioses, subyace la creencia de que ahora somos civilizados, y que se han dejado atrás todas esas tonterías.
En mi opinión, Robin olvida que su propia religión implicó un sacrificio humano. Es cristiana practicante. Toma la sagrada comunión, el cuerpo y la sangre de Jesucristo, el hijo humano de Dios que murió y resucitó para predicar la palabra de su Padre. Cree en la Resurrección, pero sólo como algo que sucedió hace tiempo en una tierra lejana, totalmente ajeno a su vida cotidiana. Cree en Dios, el Padre Todopoderoso. Por otra parte, si alguien sostuviera que Dios le ha hablado en una visión, pensaría que es una persona excéntrica e incluso peligrosa. Su Dios es un distante patriarca que requiere que ella acuda a la iglesia y acate una serie de diez mandamientos, pero que no se digna transmitir nuevas reglas por medio de la gente común. Está acostumbrada a ese Dios que se mantiene a distancia.
Los dioses de los antiguos mayas están más cercanos y son más exigentes. Cuando cambian el katun, llega la hora de ayunar y beber balche, de limpiar los libros sagrados, de bailar ampulosamente y de quemar incienso. Es cuando la gente se reúne en la Fuente Sagrada de Chichén Itzá, una ciudad a ochenta kilómetros de Dzibilchaltún. La fuente es un centro de poder, y morada de diversos dioses. Cuando cambia el katun, los sacerdotes arrojan a la Fuente Sagrada ornamentos de jade, campanas de oro, aros de cobre, vasijas pintadas e incienso.
Junto a estas ofrendas, envían mensajeros a los dioses. Si los mensajeros no desean visitar a los dioses, son enviados… arrojados al precipicio por fornidos sacerdotes que sólo desean honrarlos. Los mensajeros caen, con sus brillantes plumas aleteando a la luz del sol, con sus voces apagadas por el griterío de la multitud, la música procesional y los cánticos de los sacerdotes. Quedan flotando abajo, como motas de silencioso color sobre las aguas verde jade.
Al mediodía, cuando el sol inunda el estanque de luz, sólo un mensajero sigue flotando sobre el agua. Los demás se han ido; los Chaacob los llevaron a las cámaras submarinas que se ocultan bajo la mansa superficie del agua. Los sacerdotes retiran al único superviviente, que ha regresado para transmitir el mensaje de los dioses y la profecía del año siguiente.
Este sacrificio humano no es nada simple, así como la crucifixión de Jesucristo tampoco fue una simple ejecución. Los mensajeros que no regresan están entre los dioses; el que regresa es el oráculo, su intérprete.
El arqueólogo Edward Thompson extrajo huesos humanos del cenote sagrado de Chichén Itzá. Los huesos que Thompson halló, pertenecieron a los mensajeros que fracasaron en su misión.