Capítulo 6

Transmisión y evolución culturales

El hombre se distingue de los demás animales, incluso de sus primos más cercanos, por la riqueza de su cultura y la importancia que tiene ésta en su vida. De todos modos, la cultura no es algo exclusivo del hombre, si se entiende en un sentido muy general. Los antropólogos proponen un centenar de definiciones de cultura, todas ellas bastante abstractas, y la mayoría pasan por alto, por ejemplo, los productos artesanales y la técnica. Yo prefiero la posición contraria, y me gusta que la definición sea lo más amplia posible. Me parece elemental no olvidarse del uso de los instrumentos, que ha tenido y sigue teniendo un papel esencial en la evolución y, en general, en la historia humana. Esta definición también tiene la ventaja de que incluye la cultura de los animales, por supuesto mucho menos desarrollada que la de los hombres, ya que la comunicación es muy limitada, pero con las mismas fuentes y consecuencias que la cultura humana.

Con la definición más sencilla y general, la cultura es el conjunto de lo que se aprende de los demás, contrapuesto a lo que se aprende por sí mismo, aisladamente. En los dos casos, la base es el aprendizaje, pero hay una profunda diferencia entre aprender solos o por vía cultural. Se puede aprender de los demás de varias formas: observando las acciones de otra persona, o recibiendo de ella una enseñanza directa, oral o escrita, o por otros medios. La vía cultural es la única que permite la acumulación del aprendizaje en las generaciones, por lo que tiene un poder de enseñanza mucho más elevado que lo que se aprende sólo a partir de la propia experiencia, limitando la suma de nuestros conocimientos a los que se puedan adquirir a lo largo de la vida, sin contacto con los demás.

La cultura también es importante para los animales. La enseñanza de los padres, sobre todo la de la madre, en los mamíferos y las aves, es esencial para la mayoría de las especies. También existen formas de enseñanza muy indirectas y completamente automáticas, como la impronta perceptiva de las aves, que consiste en que el pollo aprende a reconocer a su madre y también la especie a la que pertenece, basándose en el individuo que ve en las veinticuatro horas siguientes a su salida del cascarón. Según las especies de aves, el proceso es más o menos complicado. En este caso se trata de una adaptación biológica, de la que tal vez existan equivalentes en el hombre, muy mal estudiados y desde luego menos evidentes, pero aun así significativos. Este fenómeno se podría llamar en general de los perídos sensibles (o períodos críticos), y más adelante daremos algún ejemplo humano.

En el hombre el aprendizaje cultural tiene lugar sobre todo por imitación o enseñanza directa. No hay diferencias formales entre ambas: en los dos casos, siempre hay como mínimo un transmisor y un receptor (destinatario o beneficiario). Por lo tanto, siempre hay un paso de información entre dos individuos, por lo menos. Es evidente que la existencia del lenguaje aumenta mucho la eficacia de este proceso. En los seres humanos el lenguaje es la base de la cultura, y por lo tanto es la innovación más importante, gracias a la cual el hombre moderno ha podido multiplicar sus opciones vitales y adueñarse de la Tierra en un tiempo bastante corto.

El lenguaje es una innovación biológica y cultural a la vez, pues las bases anatómicas y fisiológicas que lo hacen posible han evolucionado genéticamente, por selección natural. El niño nace con la propensión y la capacidad de aprender una lengua, algo que lo distingue de otras especies animales, incluso de las más cercanas, que poseen unos medios de comunicación mucho más limitados. Es probable que los neandertales (los hombres premodernos más parecidos a nosotros) también tuvieran facultades de este tipo, pero en mucha menor medida. Se ha aventurado la hipótesis de que su laringe no era lo bastante larga como para producir la riqueza de vocales de nuestros lenguajes, pero las pruebas aducidas no tienen base firme. El propio lenguaje es una creación cultural, posibilitada —y quizá también dirigida— por un substrato anatómico y neurológico concreto. También es el vehículo principal de la cultura, que gracias al lenguaje ha llegado a ser el principal apoyo del hombre. Por lo tanto, a través del efecto que ha tenido en la cultura durante todo el desarrollo del género Homo, es como el lenguaje ha podido dar al hombre moderno una ventaja selectiva muy grande, y las bases biológicas que lo hicieron posible han alcanzado la complejidad actual.

Es difícil decir si el desarrollo fue gradual o pasó por etapas. Puede que ya Homo habilis (hace más de dos millones de años) fuera capaz de hablar. Tobías ha demostrado que los seis cráneos que se han podido analizar poseen una fosa más acentuada a la izquierda, en la región del hemisferio cerebral donde se encuentra, en el hombre moderno, una protuberancia del cerebro que coincide con el centro de Broca, uno de los centros neurológicos de la palabra. La observación de Tobias sugiere que este centro ya había alcanzado cierto grado de desarrollo en la primera especie, a la que nos dignamos llamar con el nombre del género Homo. En los monos no existe la protuberancia en el lóbulo temporal izquierdo que corresponde al centro de Broca.

La cultura como medio de adaptación biológica

La capacidad de aprender es una de las grandes propiedades de los seres vivos, y la encontramos hasta en los organismos más sencillos. La cultura, es decir, la capacidad de aprender de la experiencia de los demás, es una forma especial de la anterior, y está claro que un enriquecimiento procedente de esta especialización tiene un gran interés para nosotros. La base de la cultura es la comunicación. Su velocidad y precisión, unidas a la capacidad de recordar lo que aprendemos por vía cultural, son los factores que rigen su eficacia. Naturalmente, la existencia de la cultura no basta para hacerla útil desde el punto de vista biológico. Pero con algunos ejemplos resultará fácil entender su valor potencial para la adaptación biológica. Conocer las plantas venenosas es fundamental para alimentarse sin correr riesgos. Nuestras sensaciones gustativas y olfativas no son suficientes. Lo mismo se puede decir de muchos animales, que suelen aprender a distinguir la comida buena de la mala por vía cultural. Esto también sucede con el peligro que representan los depredadores. Puede que sea verdad que tenemos un miedo instintivo a las serpientes, que nos ayuda a evitarlas, o puede que no, pero en cualquier caso aprender a reconocer una serpiente venenosa es de lo más útil.

La cultura se parece al patrimonio genético en el sentido de que, en ambos casos, hay un paso de información de generación en generación. El genoma se transmite mediante la duplicación del ADN, mientras que la información cultural pasa de las células nerviosas del cerebro de un individuo a las de otro. Esto es lo que sucede en la transmisión de la cultura por la vía tradicional (con la observación y la conversación), o con los libros, las cintas magnéticas u otros soportes técnicos de las tecnologías más modernas. La evolución cultural es la consecuencia de la acumulación de nuevas informaciones. La «nueva información» también puede ser, lo mismo que la mutación biológica, un simple error de transmisión en el paso de transmisor a receptor es decir, una diferencia entre el «texto» original y su copia. Como en el caso de la mutación biológica, el cambio cultural puede ser útil, neutro o nocivo. La mutación biológica, por lo que sabemos hasta hoy, es un hecho espontáneo y aleatorio. El equivalente a la mutación en la cultura también puede ser un hecho accidental, a veces mínimo, como lo son a menudo las mutaciones biológicas.

Pero una diferencia fundamental entre la mutación biológica y la «mutación» cultural es que la mayoría de las mutaciones culturales son innovaciones queridas y dirigidas a un fin, mientras que la mutación biológica no va dirigida a mejorar el resultado, sino que está determinada por el azar. Por lo tanto, la evolución cultural puede estar dirigida, a diferencia de la biológica. Recientemente algún biólogo ha intentado cambiar este dogma clásico de la evolución biológica, pero las pruebas aducidas son insuficientes.

Aunque la evolución cultural suele ser voluntaria y pensada, el análisis de la historia nos indica que las innovaciones propuestas y aceptadas no siempre han sido ventajosas. Quizá lo sean con más frecuencia para el individuo que ha propuesto la novedad. Pero a menudo la innovación que debería mejorar una situación social no da el resultado esperado, y puede resultar completamente inútil, cuando no provoca un desastre. Otras veces, una innovación que se propone con un fin determinado resulta útil o peligrosa en otras direcciones. En algunos casos las costumbres exclusivas de ciertas poblaciones fueron novedades introducidas en algún momento del pasado, por motivos que hoy desconocemos o no reconocemos: pueden haberse olvidado, y haber sido sustituidas en el pensamiento común por otras.

En todos los días de nuestra vida hay muchas ocasiones en las que es necesario tomar una decisión, que puede ser muy sencilla, como la vulgar elección entre dos o tres productos rivales que nos presenta la competencia comercial, o muy difícil, y naturalmente mucho menos frecuente, que compromete seriamente a un individuo durante mucho tiempo, como un tabú sexual de tres años (practicado por los pigmeos africanos después de tener un hijo, para evitar nuevos embarazos). Los factores que determinan nuestras elecciones son variados, y van desde nuestros gustos y costumbres hasta los valores más importantes e íntimos. Podemos llamar al conjunto de estas elecciones selección cultural, en contraposición con la selección natural. Esta última elige los individuos de una especie que se adaptan mejor a las condiciones de vida, sobreviven más tiempo —por lo menos hasta la edad de la reproducción— y se reproducen más, mientras que en el caso de la selección cultural es el individuo quien, entre las distintas posibilidades, elige la que mejor se adapta a sus gustos, sus tendencias y su educación. A pesar de todo, la selección natural sigue teniendo la última palabra, porque elige entre nosotros también de acuerdo con las decisiones que hemos tomado a escala cultural. Si estas opciones nos han ayudado a tomar decisiones que faciliten nuestra fitness darwiniana (la capacidad de sobrevivir hasta la edad de reproducción y tener hijos), nuestras opciones culturales y toda la predisposición biológica que ayuda a su aceptación se verán favorecidas por la selección natural. Se puede suponer, por lo tanto, que cualquier decisión de orden cultural tiene que superar dos controles: primero el de la selección cultural, que consiste en la elección por parte del individuo, y luego el de la selección natural, que valorará automáticamente la utilidad de esta elección de acuerdo con las necesidades biológicas fundamentales que aseguran la conservación de la especie.

En nuestros antepasados prehumanos, las decisiones importantes en la vida, de las que dependen las funciones esenciales para la continuación de la especie, corrían a cargo de impulsos muy profundos y fuertes. Estos impulsos todavía existen en el hombre, pero se pueden interponer las decisiones de carácter cultural que a menudo están dirigidas por las respuestas de los «centros de recompensa», identificados en el cerebro, que inducen placer, miedo y dolor, y pueden apoderarse de dichas decisiones. Es entonces cuando se puede apreciar mejor la disociación entre selección natural y cultural. El placer inducido por las drogas puede conducir a la muerte o reducir al hombre a una vida vegetal. El miedo a conocer una realidad que asusta y afecta a la salud, o el miedo al dolor, pueden mantener a un enfermo alejado del médico cuando realmente le necesita. La costumbre que tenían los fore (una tribu de Nueva Guinea) de comerse a sus padres muertos era la causante de la transmisión de madre a hijos de una enfermedad infecciosa siempre mortal, el kuru. Se necesitó una gran fuerza de persuasión para que los fore abandonaran este rito necrófago. Esta costumbre formaba parte de su educación, y la consideraban un deber para con sus padres. Los conflictos entre tendencias biológicas y culturales son muy numerosos, y los impulsos biológicos no siempre son los más convenientes para evitar ciertos peligros. El contraste entre los deseos sexuales y el conocimiento de los peligros del sida es otro ejemplo reciente.

Cómo se transmite la cultura

Nuestra cultura la recibimos de los demás, y se la pasamos a otros. A menudo hay una generación de diferencia entre el transmisor y el receptor, sobre todo cuando la transmisión tiene lugar de padres a hijos. Desde que existe la escritura, pueden pasar varias generaciones entre el transmisor y el receptor: es fácil hacerse aconsejar directamente por Platón o Aristóteles. Pero ahora, en cambio, el paso de la información cultural se ha vuelto rapidísimo, incluso inmediato, con los medios electrónicos.

Aquí hay que hacer una distinción muy importante, y hemos tomado de la epidemiología las expresiones transmisión vertical y horizontal para indicar los dos tipos principales de transmisión: de padres a hijos, o entre individuos no emparentados, que a menudo tienen mucho menos de una generación de diferencia. El primer tipo de transmisión es lento, pues la unidad de tiempo es grande, y se parece a la transmisión genética, mientras que el segundo llega a ser muy rápido, y podemos encontrarle algún parecido con las epidemias, aunque las enfermedades infecciosas se propagan por contacto directo entre los individuos. Aunque esta distinción entre transmisión vertical y horizontal es el fundamento de la teoría de la transmisión y la evolución culturales, por sí sola no basta, porque hay muchas formas especiales de transmisión, cada una con su propia dinámica. A veces, por ejemplo, la enseñanza pasa del más joven al más viejo, en sentido contrario a la consabida transmisión de padres a hijos: entonces son los primeros quienes aprenden de los segundos.

Puede haber más de un individuo en el lado de la recepción, con lo que la transmisión será especialmente rápida, y al revés, muchos transmisores que influyen en un solo receptor. Hay que distinguir bien entre estos distintos casos de transmisión, ya que tienen consecuencias muy distintas desde el punto de vista de la dinámica de la cultura en las generaciones, es decir, de la evolución cultural. Hemos estudiado en particular dos aspectos: la variación de un carácter cultural en el tiempo, de la que depende la velocidad de cambio cultural, y la variación de un individuo a otro en un grupo social. Al estudiar teóricamente, con Marcus Feldman de Stanford[19]. las consecuencias de los distintos mecanismos de transmisión cultural, nos pareció conveniente distinguir, por lo menos, cuatro casos, uno de transmisión vertical y tres horizontales, con algunos casos secundarios.

Ante todo hay que decir que la transmisión cultural consta de dos fases sucesivas: la comunicación de una novedad y su aceptación. La segunda no está asegurada del todo, pues la comunicación puede ser mal entendida, olvidada o insuficiente para convencer, y siempre cabe la posibilidad de que no se produzca aceptación. A menudo, para tener una acogida favorable, hay que repetir la comunicación. Si el transmisor tiene autoridad política o religiosa, o simplemente prestigio, la aceptación será mucho más probable. La edad del transmisor y la del receptor también tienen su importancia. Pero en la teoría siguiente consideramos como transmisión la comunicación seguida de la aceptación, excluyendo la comunicación estéril. Los que llamamos en general coeficientes de transmisión son, pues, las probabilidades de que se produzca y sea aceptada una comunicación particular entre individuos. Nos referiremos siempre a la transmisión de un carácter o hecho específico aprendido por vía cultural, como una noción, una costumbre, una creencia, un comportamiento, o algo más complejo, pero siempre bien definido.

En la transmisión vertical distinguiremos varias clases secundarias, y en la horizontal tres mecanismos de transmisión: un transmisor y un receptor, un solo transmisor y varios receptores, o varios transmisores y un solo receptor.

1. La transmisión vertical se produce entre un individuo que pertenece a una generación y otro de una generación sucesiva, como entre un padre y un hijo. No es necesario que exista parentesco biológico entre los dos polos de la transmisión; un parentesco adoptivo puede tener el mismo efecto. En la paternidad o maternidad biológica (y adoptiva) la influencia cultural del progenitor se puede extender a una gama muy amplia de caracteres culturales. Esta transmisión tiene consecuencias evolutivas bastante parecidas a las de la biológica, sobre todo si el transmisor es un solo progenitor (transmisión uniparental): este caso sigue unas reglas prácticamente idénticas a las de la transmisión genética[20]. Pero si el niño es influido por sus dos progenitores, y obtiene un valor intermedio entre ambos, el resultado tiende a un equilibrio intermedio y, en el caso de los caracteres cuantitativos, la variación entre individuos disminuye y tiende a desaparecer. Un caso especial es la herencia debida a la mezcla (blending inheritance), en la que el niño hereda la media de los valores de sus padres. Fisher ya demostró que esta herencia no puede mantener una variación individual heredable[21]. Pero cabe señalar, de todos modos, que la estratificación social en clases puede mantener una variabilidad individual, aunque no haya base genética de la variación.

Un resultado digno de ser destacado es que la transmisión vertical puede ser tan conservadora como la herencia cromosómica. La variación sólo será introducida por la mutación (o por la inmigración de individuos procedentes de una sociedad exterior, distinta para el carácter en cuestión). La transmisión de abuelo a nieto es dos veces más conservadora que la transmisión de padre a hijo, y la transmisión a lo largo de varias generaciones (recordemos la influencia de los grandes filósofos griegos como Platón y Aristóteles a través de los siglos hasta el Renacimiento, la de los grandes filósofos de la Iglesia católica, como san Agustín y santo Tomás, y la transmisión oral de los textos de algunas religiones antes de la introducción de la escritura) puede mantener casi sin cambios amplias e importantes áreas culturales. La mayoría de las religiones tienden a conservar los ritos y los dogmas.

2. La transmisión horizontal, más parecida a una enfermedad contagiosa, es la que se produce entre dos individuos, que pueden ser de la misma generación o de generaciones distintas, pero no tienen una relación biológica o social precisa y duradera, como en la transmisión vertical. En el caso de las epidemias, el contacto que transmite la enfermedad de una persona enferma a otra sana puede ser muy corto, lo justo para permitir el paso del agente patógeno. Con los caracteres culturales por lo general se necesita una comunicación más íntima y prolongada. También hemos introducido el concepto de transmisión oblicua, en el caso de que el transmisor pertenezca a una generación anterior a la del receptor. Este añadido es necesario, porque asegura el paso de la información de una generación a otra, lo cual no puede suceder si la comunicación sólo se produce entre individuos de la misma generación. Es posible hacer un análisis completo de la estructura de la población por edades, en el que la probabilidad de transmisión varíe según la edad de los transmisores y los receptores, pero resulta difícil de generalizar, debido a complicaciones matemáticas. Los problemas teóricos, cuando se examinan con detalle, son muy parecidos a los de las epidemias de enfermedades contagiosas. Estas elaboraciones teóricas se pueden aplicar casi directamente a la transmisión cultural, sólo que los casos particulares de interés práctico no son exactamente los mismos. En general, una mutación cultural de éxito desencadena una epidemia cultural. La probabilidad de éxito está determinada por una serie de factores, uno de los cuales es la atracción de la novedad cultural. La cuestión es parecida a la que se presenta en el caso de una enfermedad infecciosa, en la que la capacidad del virus o del parásito debe superar cierto umbral de «infectividad» en el individuo para que la epidemia pueda iniciarse y desarrollarse.

3. Desde que la sociedad humana aumentó en complejidad, en las épocas posteriores al desarrollo de la agricultura y la economía pastoral, la estructura social se alejó cada vez más de la sencillez de las sociedades de cazadores y recolectores, que a juzgar por los datos etnográficos eran igualitarias. Con el crecimiento numérico de los grupos sociales se hizo necesaria la autoridad de los jefes de clan y de tribu, por razones de eficacia o porque resultó difícil resistirse a su imposición. Después la sociedad se estratificó en clases sociales, con una jerarquía a veces muy precisa. En estas condiciones el mecanismo de transmisión de un transmisor a numerosos receptores, con la institución de varios niveles jerárquicos, permite el funcionamiento de una sociedad compleja. El mismo tipo de transmisión se afianzó cuando se institucionalizó la enseñanza, y un instructor empezó a tener numerosos alumnos. La transmisión «de uno a muchos» se produce, pues, tanto entre el jefe y sus súbditos, como entre el maestro de escuela y sus alumnos, y también entre un individuo prestigioso o popular y sus adeptos. Sobre todo, con los medios de comunicación más modernos, la velocidad de transmisión está aumentando hasta un límite teórico muy elevado. Cuando se trata de sucesos importantes, una información puede ser transmitida simultáneamente, o casi, a miles de millones de individuos.

En estas condiciones la transmisión cultural puede resultar fácil y adquirir una gran velocidad y eficacia, si la aceptación de una novedad es impuesta por un jefe autoritario y poderoso. Es posible que se hayan introducido de este modo muchos cambios sociales importantes. Los jefes religiosos tienen la autoridad de proponer nuevos dogmas, que deben ser aceptados, so pena de exclusión de la comunidad.

Una interesante novedad social observada en el Tíbet y en algunas partes de la India, junto a la poligamia poligínica (un marido puede tener varias mujeres), es la poligamia poliándrica (una mujer puede tener varios maridos), mucho más rara en otros lugares. Las dos poligamias pueden coexistir en la misma aldea[22], y también existen matrimonios mixtos. A menudo las mujeres de un hombre son hermanas, y los maridos de una mujer, hermanos. En este caso hay una ventaja concreta, porque de este modo se evita la dispersión de la herencia de las propiedades agrícolas. Desde el punto de vista social es una novedad atrevida, pero que por lo menos en el Tíbet y parte de la India ha tenido éxito. En otros lugares el mismo problema se ha resuelto de un modo injusto pero eficaz, la primogenitura (o con formas similares). No parece que la historia de la poliandria tibetana sea conocida, aunque en los monasterios debe de haber documentos con los datos históricos que pueden explicar este fenómeno y su desarrollo. Una hipótesis que me parece plausible es que, en un sistema feudal muy rígido como el del Tíbet, los jefes feudales, quizá de acuerdo con los religiosos, podían permitirse experimentar y aportar innovaciones que para nuestra mentalidad occidental resultan muy extremas. Tengo que decir que en la familia de mi mujer sus tres tíos, los hermanos Buzzati, uno de los cuales era el escritor Dino, decían que les habría gustado casarse con la misma mujer los tres a la vez, y que dos de ellos, quizá a falta de esta solución, no se casaron.

4. El mecanismo contrario, la transmisión de muchos a un solo receptor, es otro paradigma importante de transmisión cultural. En un grupo social sucede a menudo que muchos de sus miembros —potencialmente todos— ejercen una presión psicológica sobre un nuevo miembro (adepto, iniciado, o simplemente más joven). Se trata de una enseñanza concertada. Lo mismo se repite con los otros adeptos. Cada uno de estos individuos se encuentra en el centro de múltiples presiones, todas ellas en la misma dirección y, por lo tanto, mucho más eficaces que si hubiera un solo transmisor. Esta presión social se puede producir en un grupo pequeño, como una familia nuclear o extensa, o en un grupo mayor. Es preciso que la transmisión sea coherente, concertada, es decir, que todos los transmisores comuniquen el mismo mensaje a todos los miembros del grupo. El resultado es de conservación cultural extrema; a diferencia de la transmisión vertical uniparental, tiende a frenar la expresión de la variación individual de los miembros del grupo y a hacer que sea más homogéneo, al excluir los cambios. Por eso es la transmisión más conservadora que hay.

El grupo social más importante es la familia. Ejerce una enorme presión sobre sus miembros más jóvenes, que están expuestos a la transmisión de sus padres y de los demás miembros. Cuenta con la ventaja de unos receptores al principio muy jóvenes, carentes de sentido crítico y con escaso poder de resistencia. De modo que la influencia de la familia puede ser muy fuerte. No obstante, hay individuos que, como sabemos, lograr resistir a ella. En estos casos la rebelión tiende a desarrollarse más tarde, y origina una tendencia a tomar decisiones totalmente opuestas a las esperadas. Pero cuando esta transmisión es de verdad coherente, en el sentido de que todos los miembros del grupo que hacen de educadores ejercen la misma influencia sobre todos los miembros a educar, es la más poderosa. No es casualidad que el origen y la fuerza de la mafia sea la familia.

En varias obras recientes, LeBras y Todd[23] han utilizado las clásicas nociones sociológicas de Le Play según las cuales en Francia hay tres tipos de familia: 1. La familia patriarcal autoritaria, común en el noroeste; en este caso, el patriarca es el amo, y los demás miembros de la familia tienen que cumplir sin rechistar sus órdenes. Es posible que se trate de costumbres derivadas de las poblaciones celtas. 2. Otro tipo de familia patriarcal, en la que la regla es más bien la ayuda mutua. Los jóvenes suelen ser libres de casarse y tener hijos, permaneciendo en la familia si no tienen medios para establecerse por su cuenta. Los viejos se quedan en casa y son mantenidos por el resto de los familiares. Este tipo es común en el suroeste, en un área que corresponde, podemos decir ahora basándonos en los datos genéticos, a la región protovasca. La familia nuclear restringida, común en el noreste, donde los hijos sólo pueden casarse y tener hijos si tienen medios para establecerse e independizarse económicamente. El área corresponde a la que tuvo una mayor influencia de los francos, y vale la pena destacar que, según recientes investigaciones históricas, el mismo tipo de familia es común en Alemania e Inglaterra. Dado que esta estructura sólo permite que los jóvenes se casen si tienen medios para mantener a su mujer e hijos, también les alienta a trasladarse a los lugares donde hay más posibilidades de empleo. Se cree que, por esta razón, ha favorecido el desarrollo industrial.

LeBras y Todd emitieron una hipótesis muy interesante (aunque criticada por otros autores): que la estructura de la familia también tiene una gran influencia en la visión política. Según ellos, el microcosmos familiar puede determinar en buena medida la visión que tiene el joven del macrocosmos social. Cuando se hacen adultos, los individuos que se han desarrollado bajo esta influencia familiar favorecen los sistemas sociales que reproducen de alguna forma aquellos a los que les ha acostumbrado la vida en familia. Esto explica que en el noroeste de Francia la monarquía y los sistemas autoritarios sean muy populares; en el suroeste es más común el voto socialista (pero no el comunista, que es más frecuente en un área geográfica intermedia, y tiene una historia distinta); y en el noreste el voto es más favorable a una economía liberal. La correlación entre el tipo de familia y las preferencias políticas fue analizada, con éxito, por LeBras y Todd en Francia, y por Todd en el resto del mundo (sobre todo en Europa). También es interesante comprobar que las divisiones de Francia por tipos de familia están muy relacionadas con la historia genética. No creo que haya que buscar en los genes las razones de estas preferencias. La explicación sociológica de la relación entre microcosmos familiar y macrocosmos social me parece verosímil, y la conservación de la forma de la familia está muy de acuerdo con nuestra teoría de la transmisión cultural. Unas diferencias étnicas antiguas se pueden conservar perfectamente a lo largo de veinte siglos o más gracias a la enorme estabilidad cultural de la estructura de la familia, debida al hecho de que, inevitablemente, dicha estructura es heredada, en el interior del propio grupo, por transmisión vertical, reforzada por la presión social en el interior de la familia, que tiene el carácter de una transmisión «de muchos a uno» y actúa sobre los nuevos miembros cuando son más sensibles, o sea, cuando son más jóvenes. Todo contribuye a conservar la solidez de la estructura familiar.

Vale la pena destacar que esta hipótesis fue confirmada por un estudio independiente. En un análisis de los datos culturales extraídos del atlas etnográfico de Murdock (1967), de momento limitado a África, vimos que los caracteres culturales mejor conservados son los de la familia. La conservación se basa en la correlación con la lingüística, que por lo general tiene una mayor correspondencia con la genética. Los datos genéticos no eran lo bastante completos y detallados como para permitir un análisis de su correlación con los datos culturales sobre la estructura de la familia, pero descubrimos que los lingüísticos son un excelente sustituto para reconstruir la historia de las sociedades africanas. Este trabajo ha demostrado que muy pocos caracteres culturales, además de los de la familia, están tan bien conservados: sólo la forma y la estructura de la cabaña, y algunos caracteres socioeconómicos que dependen del grado de evolución social y no pueden cambiar rápidamente, pues necesitan una evolución lenta.

Transmisión vertical

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La figura 16[24] resume de forma gráfica los mecanismos de transmisión cultural que hemos descrito y ejemplificado. Junto con Feldman, hemos examinado sus consecuencias evolutivas, es decir, las formas en que puede evolucionar un grupo social, y en particular si podrá establecerse en él una innovación social.

Si en una pequeña familia (nuclear) un padre o una madre le enseña a uno o varios hijos un determinado comportamiento, que se pueda considerar una novedad, es muy probable que sea aceptado, entre otras cosas porque los jóvenes son más susceptibles al aprendizaje. La novedad de comportamiento puede ser una variedad técnica ya existente, pero que no ha sido adoptada por todo el mundo (por ejemplo, un modo especial de cazar, o de cultivar), o una práctica religiosa. También puede tratarse de una invención total, completamente nueva. La aceptación será fácil si la novedad es propuesta por uno o los dos progenitores. Pero para que se difunda más allá de los límites de la familia de origen se necesitan otros mecanismos de difusión, o habrá que esperar a las generaciones sucesivas, en las que los hijos educados de la manera nueva podrán transmitírsela a sus propios hijos. Ya hemos dicho que este tipo de transmisión se parece mucho a la de los genes, y en ciertas condiciones es idéntica. La difusión a todos los miembros de una población por transmisión vertical es posible, pero, como la de los mutantes genéticos, es muy lenta.

En el caso de la transmisión horizontal, la difusión a una población puede ser mucho más rápida. Se puede producir en una sola generación si la novedad es fácil de aprender y las consecuencias son positivas o claramente convenientes. Como en una epidemia, la difusión a la sociedad puede detenerse antes de que haya llegado a toda la población. En el caso de las enfermedades infecciosas existen condiciones matemáticas que permiten prever su propagación. Con la transmisión cultural de tipo horizontal se pueden aplicar fórmulas similares.

La velocidad de adopción de una novedad alcanza su máximo en el caso de la transmisión de un transmisor a muchos receptores. La decisión de un jefe político autoritario será aceptada casi de inmediato por todos sus súbditos, siempre que no implique grandes desventajas para alguien, que tal vez decidirá desobedecer y afrontar las consecuencias. Por lo tanto, el mecanismo de transmisión «de uno a muchos» posibilita las transiciones muy rápidas, mediante la decisión de una sola persona o un grupo muy reducido, que puede cambiar rápidamente a un grupo muy grande. La estructura jerárquica de la sociedad puede facilitar este proceso de transición, empezado desde lo alto de la pirámide.

En cambio, en el cuarto mecanismo de transmisión, que hemos llamado concertada o «de muchos a uno», una novedad tiene muy pocas posibilidades de éxito. Un solo transmisor favorable a la innovación se topará con la resistencia de todos los transmisores de su mismo grupo social, y ante todo deberá convencerles. Sin una autoridad especial, esto será muy difícil. El mecanismo tiende no sólo a generar una mayor resistencia a las innovaciones, sino también una mayor uniformidad de la población para el carácter cultural en cuestión. La uniformidad también se puede encontrar en la transmisión de tipo epidémico, y más aún en la «de uno a muchos», mientras que el mecanismo vertical puede tener, y conservar, una variabilidad individual más grande.

La mayoría de los caracteres culturales se transmiten por medio de numerosos mecanismos que a veces actúan en sentido contrario. El conflicto entre mecanismos de transmisión está a la orden del día. En la escuela se pueden aprender reglas de comportamiento distintas de las aprendidas en familia, y los compañeros de escuela suelen tener una opinión muy distinta de la de las autoridades escolares y de las familiares. El resultado definitivo de estos conflictos puede variar mucho de unos individuos a otros.

Ejemplos de transmisión cultural

La transmisión cultural comprende toda la educación, impartida tanto en familia como en la escuela, pero también todos los usos y costumbres que no forman parte expresamente de la educación. A decir verdad, en parte se aprenden por experiencia individual, pero la imitación subconsciente, y también consciente, de las costumbres de los demás tiene una parte nada desdeñable. No es fácil distinguir entre las dos contribuciones. Los parecidos entre dos amigos, o entre dos individuos que tienen una relación social íntima (como marido y mujer) y han vivido juntos bastante tiempo, son en parte una expresión de lo que han aprendido uno de otro, pero en parte también de unas afinidades que pueden haber dado origen a su unión. A veces son muy fuertes; hemos hecho un estudio de los parecidos entre marido y mujer, entre padres e hijos, y entre amigos, en grupos de estudiantes de la Universidad de Stanford, con cuarenta caracteres (figura 17). El marido y la mujer eran los padres de los estudiantes. Por término medio, las mayores semejanzas se daban entre consortes, seguidas de las semejanzas entre padres e hijos, y por último las semejanzas entre amigos. Los caracteres estudiados se referían a sus compromisos sociales, sus costumbres diarias, su modo de pasar el tiempo libre, sus supersticiones, creencias, etc.

Quizá el resultado más interesante de este trabajo es que dos categorías de caracteres mostraron parecidos entre parientes (marido y mujer, padres e hijos) mucho más fuertes que las demás: tenían que ver con la religión y la política.

En el caso de la religión, el parecido de los hijos con la madre es realmente notable, tanto en la elección de la religión (en los matrimonios mixtos), como en otra manifestación muy importante, la frecuencia de la oración. La elección de la religión no tiene nada de extraño, ya que la de los hijos la realizan sus padres a una edad en que los primeros no están en condiciones de expresar sus preferencias. Más tarde puede haber conversiones, pero no son frecuentes. Cuando un estudiante de veinte años sigue rezando a Dios, ya puede haber tenido suficientes experiencias independientes como para hacerle olvidar su educación religiosa si ésta sólo fuera el producto de una obligación familiar. Por desgracia, nuestros datos no dicen si esta persona seguirá practicando asiduamente la oración el resto de su vida. Parece que el padre sólo cuenta para la asistencia a las funciones religiosas, un hecho social más que espiritual, y en este caso la influencia del padre y la de la madre tienen más o menos el mismo peso. En el caso de la política, la contribución de los padres está más equilibrada que en el de la religión.

Naturalmente, en estos parecidos entre padres e hijos siempre cabe la posibilidad de que, por lo menos una parte, se deban a causas genéticas. La distinción entre transmisión biológica y cultural no siempre es fácil. En el caso del cociente de inteligencia (CI), por ejemplo, durante mucho tiempo se creyó que el gran parecido entre padres e hijos era por completo, o casi, de origen genético. Un entusiasta de la herencia, sir Ciryl Burt, famoso psicólogo inglés, se rebajó incluso a publicar datos falsos para demostrar la enorme importancia de la herencia en el CI que, según él, era una medida casi perfecta de la inteligencia. El psicólogo estadounidense Leon Kamin ha contribuido a descubrir las supercherías de sir Ciryl Burt.

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10 Posición política (en una escala de 1 a 5)

11 Le gusta tomar un desayuno abundante

12 Le gustan las reuniones concurridas con amigos

13 Le gusta el béisbol

14 Tiene buenos amigos

15 Le gusta nadar

16 Le gusta el fútbol

17 Le gusta el jogging

18 Le gusta el tenis

19 En el restaurante, repasa detenidamente la cuenta

20 Le gustan las películas serias

21 Le gusta el cine

22 Le gusta la música

23 Prefiere margarina o mantequilla

24 Cree que es más importante la habilidad o la suerte

25 Practica educación física por convicción

26 Cree en los ovnis

27 Le gusta el té

28 Cree en los horóscopos

29 Le gusta la comida salada

30 Le gustan las películas de aventuras

31 Le gusta mantener correspondencia

32 Le gusta viajar en caravana o algo similar

33 Cree en los números de la suerte

34 Hace las cosas en el último minuto

35 Para trabajar, prefiere madrugar o trasnochar

36 Le gusta visitar museos

37 Cree en las experiencias extrasensoriales

38 Le gusta la televisión

39 Le gustan las películas ligeras

40 Toma leche para cenar

17. Coeficientes de transmisión (en porcentaje) paterna (ap) y materna (am) de cuarenta caracteres observados en estudiantes de Stanford. Todos los caracteres están estandarizados como alternativos (sí o no). Los que se han medido con una escala cuantitativa se han convertido en alternativos según dieran valores superiores o inferiores a la media. La diagonal indica que la transmisión paterna y la materna tienen la misma importancia. Los coeficientes medidos no distinguen entre transmisión genética, cultural o social, pero los valores más cercanos a los dos ejes son más bien de carácter cultural. Los triángulos y círculos indican la significación estadística de las observaciones. Los triángulos indican significación con P = 5 por 100, de la transmisión paterna si el triángulo tiene el vértice hacia abajo, materna si el vértice apunta hacia arriba; los círculos indican que la transmisión es demasiado débil para ser significativa. (Tomado de Science, 218, 1982, p. 25, modificado).

En realidad, el concepto de CI se debe a Alfred Binet, a quien el gobierno francés había encargado una investigación entre los niños pequeños para descubrir los que tenían alguna disminución mental y necesitaban, por lo tanto, asistir a unas clases especiales. Fueron algunos psicólogos estadounidenses quienes trataron de transformar el CI en una medida de la inteligencia pura, e independiente de la cultura del medio social en el que se hace la medición. Este entusiasmo mal enfocado ha hecho cometer errores sociales garrafales. Algunos se han corregido en parte. El estudio de los hijos adoptivos fue decisivo para demostrar la influencia de la transmisión cultural en la determinación del CI. Dos estudios norteamericanos de 1980 y 1981 demostraron que sólo la tercera parte, más o menos, de la variación del CI entre los individuos se debe a la herencia biológica; otra tercera parte se debe a la transmisión cultural, y la restante a la variación accidental entre individuos[25]. El resultado (33 por 100) es muy distinto del 90 por 100 atribuido a los genes por Burt y muchos otros colegas suyos estadounidenses. La afirmación de A. R. Jensen, de que los negros americanos tienen un CI muy inferior al de los blancos a causa de un defecto genético, ha sido desmentida por investigaciones sobre la adopción de niños negros por familias blancas, realizadas en Estados Unidos y Gran Bretaña.

También se ha avanzado en la investigación de la estratificación del CI por clases sociales, que da valores más altos en las clases ricas. Algunos investigadores han afirmado, sin proporcionar unas pruebas sólidas, que la diferencia de CI observada entre clases sociales de ingresos bajos y altos es de naturaleza genética, de acuerdo con la hipótesis de que las personas con CI genéticamente más alto tienen automáticamente más posibilidades de entrar en las clases altas. Una investigación realizada en Francia demostró, de nuevo con el estudio de las adopciones, que la diferencia de CI entre las clases ricas y las pobres es sobre todo sociocultural, y no genética.

El estudio de las adopciones ofrece la mejor garantía contra la confusión entre transmisión biológica y cultural. Desgraciadamente, los hijos adoptivos son pocos y difíciles de encontrar, las investigaciones son costosas y tienen un alcance limitado, debido al escaso número de sujetos. Los análisis más avanzados han utilizado gemelos genéticamente idénticos criados por separado, al haber sido adoptado por lo menos uno de ellos. El número de estos gemelos es muy limitado, y la independencia entre los miembros de la pareja no siempre es total. Pero también hay otro medio para evitar la confusión entre los dos tipos de herencia. Por ejemplo, en el caso de los parecidos entre padres e hijos, en lo que respecta a la religión y la política, se puede recurrir a investigaciones que comparan a los gemelos idénticos, los gemelos fraternos y los hermanos y hermanas comunes. Mediante sencillos análisis genéticos se puede saber si unos gemelos son idénticos o fraternos. En el caso de los caracteres religiosos y políticos, el parecido entre los miembros de una pareja fraterna era casi el mismo que en la pareja idéntica, pero muy superior al de parejas que no eran gemelas, lo que demuestra que la determinación genética de los caracteres políticos o religiosos debe de ser casi nula o muy pequeña. Hay que añadir también que la transmisión materna pura o casi pura, que se observa en algunos caracteres de religiosidad, sería muy difícil de explicar sobre base biológica. Es verdad que la transmisión puramente materna existe, en el caso de los caracteres determinados por las mitocondrias, pero sería sorprendente que estos orgánulos del citoplasma celular, responsables de los mecanismos de producción de la energía bioquímica, muy parecidos en todos los animales, y con una cantidad de ADN doscientas mil veces inferior a la del ADN de los cromosomas nucleares, tuvieran algún efecto sobre las virtudes religiosas.

La transmisión cultural se puede estudiar directamente, en vez de realizar un estudio indirecto a través de los parecidos. Entonces no puede haber confusión con la herencia biológica o con otros mecanismos. Se trata de seguir de cerca el aprendizaje, por ejemplo preguntando a los propios sujetos. Este estudio directo es posible al menos con algunos caracteres, y la memoria de los sujetos ha resultado ser sorprendente. En colaboración con el antropólogo Barry Hewlett, realicé este estudio con los pigmeos africanos, preguntándoles acerca de las personas que les habían enseñado algunas nociones básicas, vitales para ellos. Los caracteres estudiados pertenecían sobre todo a las categorías de las actividades más importantes para la supervivencia, como la caza, la recolección, la preparación de la comida, la construcción de la casa, etc. Todos los sujetos a los que preguntamos tenían las ideas muy claras sobre la fuente de su aprendizaje, y también podían citar el lugar y el momento del adiestramiento. También pudimos comprobar las informaciones que nos dieron preguntando a sus educadores. En el 80-90 por 100 de los casos se trataba de los padres. Como muchas de estas capacidades son adquiridas por uno u otro sexo, el adiestramiento suele correr a cargo, aunque no siempre, del progenitor del mismo sexo. Sólo en las actividades con valor social, como los conocimientos sobre la sociedad pigmea, los demás miembros del grupo les echaron una mano a los padres en la enseñanza. Los habitantes de las aldeas africanas con quienes los pigmeos mantienen relaciones sociales, sobre todo en ciertos períodos del año, sólo contribuyen a esta educación, por ejemplo, en las prácticas agrícolas, desconocidas por los pigmeos, ya que hasta hace muy poco vivían de la caza y la recolección. Los pigmeos también aprendieron de los agricultores la producción y el uso de un arma de caza, la ballesta, que recientemente se ha difundido entre ellos. (Los campesinos probablemente aprendieron su uso de los portugueses, en épocas pasadas). Según nuestras notas, un pigmeo aprendió directamente a construir una ballesta de un habitante de una aldea vecina, y otro pigmeo que ya conocía la técnica se la enseñó a sus hijos. En una sociedad tradicional que no tiene jefes, ni escuelas, que está organizada en grupos muy pequeños y trata de mantenerse independiente, cuando es posible, de los habitantes de las aldeas vecinas (que a su vez tratan, en la medida de lo posible, de someter a los pigmeos), evidentemente cabe esperar —y se observa— sobre todo el aprendizaje vertical. Este hecho, en sí mismo, hace que la sociedad pigmea sea muy conservadora. Además, hay una fuerte presión social de los miembros del grupo en lo que respecta a los caracteres tradicionales de esta sociedad (incluyendo, por ejemplo, la regla de repartir la comida siguiendo unos rituales precisos) y a las funciones sociales, sobre todo el baile y la música.

Los períodos sensibles y su importancia

La mayoría de los caracteres determinados culturalmente son más fáciles de modificar que los de naturaleza genética. Conviene aclarar que, hasta en las enfermedades genéticas más típicas, los hechos patológicos pueden aparecer muy tarde, y en general con mucha variación de unos individuos a otros. Hemos visto aparecer casos de corea de Huntington en individuos de 2 y de 80 años; en la mayoría de las personas, la enfermedad se manifiesta por primera vez alrededor de los 40 años. A veces sucede que una patología genética desaparece a lo largo de la vida, y es posible que otras, como la intolerancia al gluten, surjan en la pubertad. Pero por lo general los caracteres determinados por los genes son estables y muy poco reversibles. No se puede decir lo mismo de los caracteres culturales. Ya hemos señalado que la religión profesada se puede cambiar, a raíz de conversiones más o menos espontáneas. La afiliación a un partido político también está sujeta a posibles cambios.

Sin embargo, hay unos aprendizajes culturales más estables que otros, y la estabilidad puede estar propiciada por factores biológicos que hacen a los individuos más propensos, en determinada edad, a aceptar una costumbre u otros cambios culturales. Se puede hablar de períodos sensibles, como veremos en algunos ejemplos.

Quizá el más claro de estos períodos sensibles, aunque se haya investigado poco, sea el relacionado con la capacidad de estudiar una lengua extranjera, y sobre todo con la pronunciación de los sonidos que, como todo el mundo sabe, cambian mucho de una lengua a otra. En la mayoría de los individuos, el período sensible para aprender estos sonidos va de los 2 a los 12 años. Esta capacidad tiende a desaparecer cuando empieza la pubertad, y muy pocos individuos la mantienen después de este período. Es una información muy importante para los ministerios de Educación, porque en la mayoría de los colegios las lenguas extranjeras se empiezan a aprender cuando ya es demasiado tarde para hacerlo bien.

Los años anteriores a la pubertad representan también el período sensible para un fenómeno aún más importante: la institución del tabú del incesto. El antropólogo E. A. Westermarck propuso la hipótesis de que la vida común de hermanos y hermanas durante la pubertad disminuía el interés sexual recíproco, motivo por el cual los casos de incesto son poco frecuentes, tanto en el hombre como en los demás mamíferos estudiados. Podemos añadir que en algunas dinastías de la Antigüedad (egipcias, persas), se favorecían los matrimonios entre hermanos y hermanas, pero esta costumbre desapareció pronto. En algunas comunidades de Oriente Próximo y la India aún son muy frecuentes los matrimonios entre parientes estrechos (tío-sobrina, primos hermanos), pero se trata de un fenómeno distinto.

La hipótesis de Westermarck fue examinada por A. Wolf en Taiwan, aprovechando el hecho de que, hasta hace poco, se celebraban matrimonios tradicionales entre un muchacho y su hermana adoptiva más o menos de la misma edad. La mujer era adoptada por los padres del niño después del nacimiento de este último. En una sociedad en la que se compraban las esposas, la adopción a una edad muy temprana garantizaba un precio de compra más bajo, pues se tenía que alimentar a la esposa durante unos veinte años, y la probabilidad de que muriera antes del matrimonio era elevada.

Pero con este procedimiento la madre del muchacho podía enseñar bien a su futura nuera el arte de servir a su marido. Wolf demostró que estos matrimonios eran menos satisfactorios que los demás, tenían más posibilidades de terminar pronto y por término medio generaban menos hijos. El análisis del kibbutz israelí lleva a una conclusión que está de acuerdo con esta idea. Allí los muchachos crecen juntos en una guardería, con pocos contactos con sus padres. Los niños tienen, pues, una gran familia de hermanos y hermanas adoptivas, por así decirlo, y se ha podido comprobar que apenas hay matrimonios entre dos jóvenes del mismo kibbutz. Esta tendencia se ha resumido en la siguiente expresión: es difícil que nos enamoremos de mayores, si de pequeños hemos pasado mucho tiempo juntos sentados en el orinal.

Tiene que haber otros períodos sensibles, que pueden influir en la formación de nuestras sociedades, pero no los conocemos bien. Los dos que acabo de mencionar tampoco se han estudiado a fondo. Citaré otros dos. Uno de ellos, descubierto por los profesores S. Jayakar y G. Zei del Istituto di Genetica de Pavía, revela que las hijas de un padre anciano tienden a casarse con hombres mucho mayores que ellas. Este fenómeno probablemente forma parte de una tendencia general a casarse con personas que se parezcan al progenitor de sexo contrario. Puede que exista también la tendencia inversa, sobre todo si se ha desarrollado una mala relación con uno o los dos progenitores; la cuestión merecería ser estudiada más de lo que se ha hecho hasta ahora. Podría ayudar a entender por qué existen grandes diferencias de tipos físicos entre las poblaciones, pues este fenómeno debería aumentar el parecido entre los individuos que forman un grupo social —bien visible en las comunidades más pequeñas— y aumentar las diferencias entre grupos distintos.

Otro fenómeno que investigamos con algunos psicólogos en nuestros estudiantes de Stanford es la tendencia a identificarse con una región, un paisaje particular. Ya se trate de montañas, llanuras, mar, lagos, grandes ciudades, ciudades de provincias, etc., es probable que esta identificación tenga lugar en una época muy precoz de nuestra vida. Sentí interés por hacer esta investigación porque me di cuenta de que no me identificaba con ningún medio en particular. Un desierto, un campo, una gran ciudad o cualquier otro lugar, me dan más o menos igual, siempre que no sean demasiado húmedos. Mis padres cambiaron de residencia aproximadamente cada seis meses, hasta que tuve cuatro años. En Estados Unidos se encuentra una confirmación de la importancia del ambiente en el que se ha vivido: los inmigrantes europeos procuraron asentarse en las regiones norteamericanas más parecidas a sus regiones de origen. Nuestras indagaciones con los estudiantes de Stanford confirmaron que cuando habían cambiado a menudo de residencia, a causa de matrimonios repetidos de sus padres, les costaba identificarse con un paisaje en particular, y se adaptaban mejor a cualquier medio. Pero nuestros datos fueron insuficientes para distinguir un período sensible en los primeros años de la vida. El estudio también reveló que la tendencia al nomadismo se puede heredar culturalmente, y que la impronta psicológica recibida por el ambiente en los primeros años de vida es difícil de borrar. Los gobiernos de los países donde viven muchos nómadas (gitanos, beduinos, bereberes, tuareg, pigmeos, etc.) tienen muchas dificultades para sedentarizar estas poblaciones, lo cual plantea serios problemas para la escolarización de los niños. La vida libre de los nómadas tiene, sin duda, grandes atractivos. Y si es la única forma de vida que se conoce, debe de ser muy difícil renunciar a ella para hacerse sedentario, cuando además este cambio implica separarse de los parientes y amigos.

La evolución lingüística como ejemplo de evolución cultural

No deja de ser sorprendente lo poco que se ha estudiado la evolución lingüística, ya que brinda grandes posibilidades de análisis riguroso, cuantitativo, y no requiere grandes medios. En la segunda mitad del siglo pasado ya hubo unos intentos, con la aplicación de los árboles evolutivos a la historia de la diferenciación de algunas familias lingüísticas, empezando por la indoeuropea. Ya he mencionado el árbol de esta familia que construyó August Schleicher en 1863, parecido al que se ha propuesto en un estudio reciente.

¿Cómo varía una lengua? De maneras muy distintas. La variación de los sonidos se advierte de inmediato. En cualquier región de Europa, tanto si viajamos al sur como al norte, al este o al oeste, notamos una variación fonológica importante, el acento, que cambia de un modo tan característico que un poco de experiencia nos permite saber dónde ha nacido y vivido un individuo. La pronunciación de una palabra cambia en el tiempo y en el espacio, a veces de forma notable.

Otro aspecto importante de la variación fonológica es la riqueza o pobreza de los sonidos en las distintas lenguas. Las polinesias son algunas de las más pobres en sonidos, tanto vocales como consonantes (sólo tienen tres vocales, a, i, u). En el extremo opuesto, el inglés tiene una veintena de vocales, todas ellas distintas de las que se encuentran en el francés, el italiano o el español. La velocidad de cambio de las vocales es asombrosa. Parafraseando a Voltaire, si las consonantes no son muy útiles para reconstruir las etimologías, las vocales no sirven para nada.

La variación semántica es el cambio del significado. Es una fase importante de la sustitución de palabras. La palabra femme ha adquirido en francés el significado secundario de esposa, pero también mantiene el significado latino original. En italiano es la palabra donna la que ha tomado el sentido primario de mujer (deriva del latín domina, que es el ama de casa), pero no el secundario, para el que se usa moglie (del latín mulier). La palabra latina que ha dado origen a femme ha originado también femenina en italiano, que corresponde al femelle francés.

La gramática es la parte más estable de las lenguas, pero también ella experimenta cambios importantes. En francés y en italiano, la estructura normal de la frase sigue el orden: sujeto (S), verbo (V) y objeto (0), y se simboliza con SVO. Pero existen las ocho combinaciones posibles de S, V y O, aunque las más frecuentes sean SVO y SOV. Las menos frecuentes son OVS y OSV, que se encuentran en algunas lenguas amerindias. El personaje de Yoda, en la película de ciencia ficción El retorno del Jedi, usa construcciones gramaticales OSV como: «Vuestro padre él es».

En los tres tipos de evolución lingüística (de sonidos, significado y gramática), la variación en el espacio es muy clara y más fácil de estudiar que la variación en el tiempo, de la que se tienen menos datos, por lo menos tratándose de lenguas no escritas. La variación fonética de una palabra, por ejemplo, se puede dibujar en un mapa geográfico, separando con curvas las zonas donde la pronunciación de la palabra es homogénea. Estas curvas se llaman isoglosas. Si se trazan las isoglosas de varias palabras, cada una tendrá su curva, o sus curvas, y cada curva muestra las líneas fronterizas de las distintas formas de la misma palabra. El problema estriba en que las fronteras de palabras distintas también son muy distintas. ¿Cuál es, entonces, la región donde se habla una lengua o dialecto? Puede cambiar según las palabras. Y evidentemente la representación de una lengua, en un árbol evolutivo, como un monolito que se distinga de los demás de un modo regular y sin acusar la influencia de las lenguas vecinas, es una aproximación que el análisis más fino rechaza.

En 1872, pocos años después del trabajo de Schleicher, su discípulo J. Schmidt ponía el acento en la variación lingüística local, proponiendo una teoría en cierto sentido opuesta a la de su maestro: cada forma nueva de una palabra se difunde en el espacio geográfico, formado por los hablantes, a la manera de una onda que irradia desde un punto de origen, como en la metáfora de la piedra tirada a un estanque. La metáfora es hermosa, y se opone al modelo del árbol, según el cual las lenguas evolucionan completamente aisladas unas de otras. ¿Es posible llegar a un acuerdo?

Las teorías biológicas elaboradas a mediados de este siglo por varios matemáticos (S. Wright en Estados Unidos, G. Malécot en Francia y M. Kimura en Japón) desarrollan un modelo parecido al de la teoría lingüística de las ondas. Según estas teorías, el equivalente genético de una palabra —un gen— varía aleatoriamente en el espacio geográfico, pero existen marcadas regularidades. Es fácil estudiarlas si se considera el conjunto de los genes y se calculan las razones de probabilidad que valen para este conjunto. La regularidad más importante es que la relación entre la distancia genética (calculada para el conjunto de los genes) entre dos puntos cualesquiera del espacio geográfico y la distancia geográfica entre los dos puntos es muy sencilla: la distancia genética aumenta de forma constante, pero siempre más despacio, al aumentar la distancia geográfica, hasta un máximo que no es sobrepasado. La forma de la curva teórica, y también de la obtenida con los datos empíricos, depende de dos magnitudes, la frecuencia de mutación, que hace aumentar las diferencias genéticas entre los dos lugares, y la frecuencia de migración, que en cambio tiende a asimilarlos y por lo tanto actúa, por lo menos en parte, en sentido contrario. El fenómeno se denomina aislamiento de la distancia.

La teoría matemática desarrollada por los genetistas también se puede aplicar a la variación lingüística. El equivalente de la mutación, que genera nuevas formas de un gen (los alelos), es la innovación, la invención de nuevas formas de la misma palabra (en general, con la creación de un sinónimo, como «misiva» en lugar de «carta»). La migración sirve para difundir estas palabras en el espacio. Si la palabra «misiva», inventada en un lugar Z, tiene éxito y sustituye a la palabra «carta», tenemos una diferenciación de cierta importancia entre la lengua de Z y la de los otros lugares. Pero si la migración de individuos que usan «carta» en vez de «misiva» lleva de nuevo el uso de esta vieja palabra a Z, la diferenciación puede desaparecer o disminuir. Un resultado interesante es la demostración de que algunas palabras tienen una frecuencia de mutación mayor y otras menor (una regla que también se cumple con los genes). Ya he mencionado que algunas palabras varían muy poco, un hecho de gran utilidad para establecer los parecidos entre lenguas que llevan mucho tiempo separadas, como, por ejemplo, familias lejanas. Por desgracia su número es limitado. En cuanto a las palabras muy variables, las localizamos fácilmente en los diccionarios de sinónimos. Por ejemplo, la palabra «borracho» (he podido observar que en inglés hay muchos más sinónimos que en italiano), probablemente porque las ocasiones de usarla son numerosas, y su uso da lugar a toda clase de bromas. En cambio, hay pocos sinónimos para la palabra «sobrio». Hay muchos sinónimos para las palabras «pene» y «vagina». En un estudio de este tipo tienen que aparecer aspectos psicológicos interesantes. Sea como fuere, hay una regla que vale tanto para los genes como para las lenguas: un gen, o una palabra, con una frecuencia de mutación más alta, tiene mayor número de formas distintas (alelos para los genes, sinónimos para las palabras).

¿Acaba la teoría del aislamiento de la distancia con la de los árboles evolutivos? Lo mismo que la teoría de las ondas de Schmidt, presupone que el espacio es homogéneo, y sabemos que no es así. Las barreras geográficas como los mares, los océanos, las montañas y los ríos, dan gran variedad a la superficie de la Tierra y frenan la migración, impidiendo la difusión de los genes y las palabras. Crean diferencias entre poblaciones geográficamente separadas, que es justo lo que nos muestran indirectamente los árboles. Si la superficie de la Tierra fuera homogénea y sin barreras, un árbol evolutivo no resultaría muy útil, porque sería suficiente, y más sencillo, la representación con la teoría del aislamiento de la distancia. Pero el caso es que la gran variedad de la geografía y la riqueza de los sucesos históricos que han determinado la variación de las lenguas y los genes nos obligan a tenerlos en cuenta, si queremos que nuestra descripción sea realista y se atenga a los hechos. Un árbol responde, pues, a nuestras necesidades, pero con cierta aproximación. ¿Se puede mejorar? No es fácil, pero un primer paso en esta dirección sería tener en cuenta los flujos migratorios, sobre todo los más importantes, que crean puentes entre las poblaciones y aumentan su parecido. Esto apenas se ha hecho, a causa de las dificultades matemáticas que conlleva.

Una pequeña incursión en la lingüística con la introducción de una teoría biológica, realizada con la ayuda del lingüista Bill Wang de Berkeley, nos ayudó a resolver el problema creado por la propuesta, hace más de 120 años, de la teoría de las ondas de Schmidt, y a comprender su relación con el modelo de los árboles propuesto por su maestro Schleicher. Los árboles y la teoría de las ondas revelan que la genética y la lingüística pueden utilizar modelos muy parecidos, y puede resultar interesante explorar las similitudes y diferencias entre ambas evoluciones. En resumen, la teoría de la evolución genética considera cuatro factores evolutivos: mutación, selección, deriva genética (el efecto del azar en la variación estadística de las frecuencias génicas) y migración. En lingüística también intervienen unos factores semejantes. Pero también hay otro factor fundamental, que se suele olvidar: la transmisión, ya que la genética normalmente es de un solo tipo. Pero en lingüística no se puede pasar por alto, y es más complejo. Ya hemos hablado de la transmisión cultural. Por desgracia, en lingüística se sabe bien poco de ella. De todos modos no es difícil darse cuenta de que para el aprendizaje de la lengua materna en los primeros años de vida, suele ser una sola persona de la familia (la madre, una hermana mayor, etc.) la que cuida al niño, y la transmisión es de tipo uniparental. Cuando los niños ya van al colegio (a una edad que varía según las culturas y el nivel social), el maestro tiene cierta influencia, pero los compañeros y los amigos reclaman la mayor parte de la atención. A esta edad empiezan a crearse situaciones sociales complejas, que no conocemos bien. Es posible que un joven centre su atención en un individuo por el que siente una admiración especial (independiente de las consideraciones lingüísticas), y que imite sus costumbres, formas de vestir y gestos, así como su forma de hablar. Este modelo a imitar puede ser sustituido por otro, cuando se encuentra uno más interesante. La influencia sobre la pronunciación dura hasta los trece o catorce años, y pasada esta época los cambios de modelo tienen poca influencia. El vocabulario es aprendido gracias a las contribuciones de un grupo social más amplio, y tiende a crecer continuamente durante toda la vida, dado que hay que comunicarse con un número creciente de personas.

En el aprendizaje de la lengua intervienen, pues, numerosos transmisores y mecanismos de transmisión. La contribución del padre o la madre puede ser mínima o nula, y también se le puede sumar la de los «padres adoptivos» elegidos por el propio individuo. Cada transmisor aporta algo, y al final la lengua de un individuo es como un mosaico al que han contribuido varios transmisores, algunos de los cuales pueden haber tenido una influencia dominante. Después de la pubertad el producto de la transmisión cultural lingüística ya casi ha cristalizado, por lo menos en el aspecto fonológico. Cada individuo tiene su propio acento, que reproduce con pequeñas variantes el del ambiente geográfico y social en el que ha crecido. Probablemente, también hay varios estratos de aprendizaje. Unos residuos de acento y de conocimientos del pasado, encubiertos por la transmisión cultural en períodos sucesivos, pueden salir a relucir en determinadas condiciones, como cuando estamos cansados, o cuando nos encontramos en el mismo ambiente en el que realizamos el primer aprendizaje.

La reconstrucción así realizada se basa en la experiencia personal, pues en la literatura científica apenas hay material que se pueda aprovechar con este fin. Pero hay que añadir que la necesidad de ser entendidos nos obliga a todos a expresarnos de un modo que permita la comunicación. Hay una corrección continua, espontánea, por lo general inconsciente, que al final posibilita y facilita la comunicación entre la mayoría de las personas que hablan la misma lengua. Así el lenguaje de cada individuo se parece lo suficiente al lenguaje común. Por lo tanto, es probable que exista un componente de la transmisión cultural de tipo concertado, o sea, «de muchos a uno», en el sentido de que cuando no somos comprendidos y tenemos que repetir para que nos entiendan, absorbemos de los demás las correcciones necesarias. Estas correcciones quizá se realicen sobre todo en los primeros años de vida; en cualquier caso son indispensables para asegurar la homogeneidad del lenguaje.

Ya he mencionado que, tanto en la genética como en la lingüística, las mutaciones aparecen más o menos espontáneamente en un individuo, y se suman al patrimonio lingüístico de una población cuando son aceptadas por un número suficiente de personas. Como en la genética, también en la lingüística hay una fase en la que una novedad sólo existe en un individuo; pero si la nueva forma tiene éxito, y por alguna razón —aleatoria o no— el número de los que la adoptan va en aumento, al final puede ser aceptada por todos. Este origen individual, y la fase del aumento de frecuencia que viene a continuación, son comunes a la genética y a la lingüística, y debemos entender por qué y cómo tiene lugar este fenómeno.

La elevada frecuencia de aparición de nuevos mutantes podría ser la causa de que una nueva palabra o pronunciación se vuelva frecuente, y al final se instale en una población (cuando sucede esto, en genética se habla de presión de mutación). Pero en el ejemplo genético hay otras dos fuerzas que pueden variar la frecuencia de una palabra: la deriva genética y la selección. La deriva genética depende del número de individuos que forman la generación siguiente. No poseen todos el mismo valor: los que se reproducen más cuentan más, pero por lo general no hay mucha diferencia individual. En algunas sociedades hay individuos (como los sultanes) que han tenido cientos de hijos. También hay personas que casi nunca hablan, y otras que no paran de hablar. La variación de la intensidad de comunicación es enorme, y algunas personas son más activas que otras. Un gran conversador que decida usar una palabra nueva tendrá más influencia que una persona taciturna. Si todo esto es verdad, debemos reservar a la deriva genética un lugar de cierta importancia también en la evolución lingüística, y la importancia puede llegar a ser enorme si en la deriva se incluye el efecto del prestigio individual. En épocas antiguas eran el rey, el duque o el señor los que contaban, y si introducían alguna palabra nueva, aprenderla era casi una necesidad. Hoy son la radio y la televisión las que enriquecen nuestra lengua, aunque no siempre en una dirección deseable. Si una sola persona de gran prestigio promueve una palabra, se puede dar un caso extremo de deriva lingüística.

Al hablar del efecto del prestigio personal en la transmisión lingüística, puede surgir la duda de si se trata de un ejemplo de selección cultural, más que de deriva. No puede tratarse de selección natural, que como sabemos es el efecto de una mayor fertilidad o capacidad de supervivencia. Tiene que tratarse más bien de selección cultural: una palabra, una pronunciación, una regla, nos gustan por la naturaleza de la innovación (la palabra es más corta, más fácil de pronunciar, suena mejor, es más elegante), o por el prestigio de la persona que las ha propuesto. A muchos les gusta hablar el inglés del rey, o imitar la pronunciación afectada de los don de Oxford o de Cambridge. Pero a veces la preferencia va por otros derroteros, y se opta por las palabras jergales o dialectales porque son más eficaces. Por la misma razón, una persona bien educada a veces puede preferir el uso de una palabra vulgar precisamente porque es vulgar, y causa más impacto. Se dice que a veces las clases inferiores tienden a imitar a las superiores, pero también se observa la tendencia contraria, sobre todo en el lenguaje. Tiene lugar así un curioso intercambio lingüístico social (un ciclo de U a no U o viceversa, donde U significa upper class, «clase superior»). En inglés, sobre todo en las clases sociales altas, durante algún tiempo se consideró más elegante usar palabras de origen latino en vez de las anglosajonas del mismo significado, como por ejemplo serviette en vez de napkin (servilleta); pero hoy el ciclo U-no U se ha invertido. La nueva moda ha devuelto a las palabras anglosajonas su antigua dignidad, y se prefieren a las de origen latino.

Hemos dejado a un lado el cuarto factor, la migración. Hay dos tipos de migración: la de los individuos y la de las palabras. Hoy día, con la escritura, el teléfono, la radio y la televisión, las palabras pueden desplazarse sin que lo hagan las personas. Pero antes sólo los seres humanos podían llevar a otros lugares las palabras, las lenguas. Se tiende a creer que cada etnia es endógama, muy endógama, pero en realidad siempre hay cierto intercambio genético entre las etnias del nivel que sea. A menudo (aunque no siempre) es la mujer la que se desplaza para casarse. El porcentaje de esposas (o esposos) de otra tribu, de otra aldea, en general de fuera, varía entre el 10 y el 50 por 100. Según Greenberg, estas esposas (por lo menos en las sociedades tradicionales) son los principales vehículos de las novedades lingüísticas que proceden de fuera a través de la migración de una persona portadora de «novedades». Además, una mujer tiene grandes posibilidades de transmitírselas a sus hijos.

En genética, la mutación y la migración también pueden tener, en ciertos casos, los mismos efectos. Una regla interesante es que las islas muestran una inercia lingüística, en el sentido de que en una isla la lengua tiende a suspender su evolución. Es lo que sucede en Islandia, una colonia fundada por un grupo de noruegos en el siglo IX d.C. Allí todavía se habla una lengua muy parecida al antiguo escandinavo, por lo que los islandeses pueden leer sin dificultad las sagas, que datan de la época de fundación de la colonia, o de antes. Los contactos con Islandia disminuyeron mucho después de su fundación, y en el siglo X fueron casi nulos: la migración dejó de aportar novedades lingüísticas. La escasez de emigrantes, portadores de las novedades de un mundo muy variado, tiene un efecto parecido al de la falta de mutaciones: no hay material nuevo y la evolución se detiene o se frena mucho.

No podemos pasar a otro tema sin mencionar el fenómeno más interesante y característico de la evolución lingüística, lo que denominamos difusión léxica. Es la difusión de una novedad no sólo de una persona a otra, sino de una palabra a otra. Este fenómeno, observado por el lingüista Bill Wang, tiene especial importancia, porque nos da pistas sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, aficionado a las reglas. Aunque cada lengua conserva muchas irregularidades gramaticales y de pronunciación, hay una tendencia a la homogeneización y a la extensión de las reglas. Por ejemplo, hay verbos ingleses que con el paso del tiempo se han vuelto más regulares. Y los cambios adoptados, por alguna razón, en una palabra afectan también a las que suenan parecido.

Aunque en lingüística no se suele extender el concepto de difusión léxica, que es reciente, a fenómenos conocidos desde hace casi dos siglos, me parece algo razonable hacerlo. Un ejemplo clásico de correspondencia de los sonidos es la ley de Grimm, según la cual las letras p, t y k de las lenguas más antiguas, como el sánscrito, el griego o el latín, por lo general se han convertido en f, th y h en inglés, y en f, d y h en alemán. En inglés las reglas de escritura se fijaron antes del Renacimiento y antes de un cambio importante en la pronunciación de las vocales que empezó en el último período de la Edad Media; la dificultad de la ortografía inglesa es consecuencia de ello. Por ejemplo, antes del gran cambio, las palabras mine, fine y thine se pronunciaban tal como se escriben (la e al final de la palabra tampoco era muda). Después, la pronunciación de la i pasó a ü, y luego a el, y en el inglés corriente (pero no en toda Inglaterra) a al. En algunas regiones de Inglaterra, sobre todo en las más alejadas de la capital, todavía subsisten las pronunciaciones antiguas. Pero en otros lugares se encuentran otras, como a u oi, que son más adelantadas desde un punto de vista evolutivo, ya que estas regiones han pasado ya por las formas como el y al. En el caso de las vocales, parece que el cambio es cíclico y acabará llevando a la forma del principio. En Brasil la antigua forma portuguesa de pronunciación de la t final en las palabras dent, president y pent («peine») sigue siendo normal en el sur, pero en el norte ha sido reemplazada por la forma tsch.

Prescindiendo de la causa de estos cambios, es útil para la economía de la palabra que se hagan extensivos a todas las palabras parecidas, o por lo menos a un grupo de palabras con propiedades fonológicas comunes. La extensión a las palabras parecidas es la característica fundamental de la difusión léxica, y se manifiesta con una velocidad considerable, a veces incluso en el transcurso de la vida de un individuo. La necesidad de funcionar con ciertas reglas, propia del cerebro humano, debe de tener su sede en alguna estructura profunda. Algunas condiciones patológicas producen dislexias que al parecer afectan al centro neurológico en el que se determinan estas reglas. En una de estas dislexias, común en una familia que actualmente está siendo estudiada desde el punto de vista genético, parece que se trata de un solo gen, que afecta a la capacidad de aplicar la regla de la formación del plural a todas las palabras. Cuando estos disléxicos han aprendido tanto el singular como el plural de una palabra, la usan correctamente, pero no aplican la regla de formación del plural a las palabras que son nuevas para ellos. Aparecen problemas parecidos con la conjugación de los verbos, como en el uso del conjuntivo. Parece ser que la gramática requiere unos centros nerviosos especiales, y cuando éstos no funcionan bien (por traumas cerebrales o causas genéticas) este trabajo se resiente. La observación nos revela la existencia de mecanismos desconocidos hasta ahora, que nos ayudan a usar el lenguaje como es debido. La difusión léxica depende, sin duda, de estos mecanismos, que facilitan la función lingüística.

El futuro del hombre

El futuro del hombre en el aspecto genético es muy poco interesante, porque lo más probable es que no se produzcan grandes cambios, seguramente menos de los que se han producido hasta ahora. En efecto, el desarrollo de la cultura reduce la velocidad de la evolución biológica humana. La fuerza que cambia más nuestra biología es la selección natural, que actúa mediante las diferencias de mortalidad y fertilidad entre individuos. La medicina casi ha eliminado la mortalidad antes de la edad reproductiva, y la fertilidad tendrá que descender a valores muy moderados para dominar la explosión demográfica que nos amenaza. Si todas las familias tuvieran dos hijos y ninguna mortalidad antes de la reproducción, la selección natural desaparecería por completo. La deriva genética —otra causa de la evolución— está casi congelada, con el nivel actual de densidad demográfica de la población. La mutación se puede considerar, en este momento, algo peligroso, pues ocasiona cambios perjudiciales en el ADN, por lo que es bastante probable que sea controlada. Llegados a este punto, la evolución biológica del hombre se detiene. Esto sucederá, naturalmente, si al hombre no le entra la locura de cambiarse voluntariamente. Por suerte, las posibilidades de la ingeniería genética todavía son casi nulas en el hombre. De lo contrario, siempre podría haber algún loco que tratara de producir razas mejores. En un futuro por suerte muy lejano, ¿harán falta controles especiales, como los actuales de las explosiones atómicas, para que nuestros descendientes no tengan que pasar por la pesadilla de Un mundo feliz de Aldous Huxley? Por suerte, sería muy difícil ocultar un vivero de seres humanos destinados a preparar una humanidad nueva para el «mundo feliz».

De todos modos está a punto de producirse un gran cambio genético en la especie humana, a causa de las migraciones que llevan a una mezcla continua y compleja. Al final de este proceso, si continúa —como parece probable—, habrá una humanidad menos variada en un sentido muy preciso: disminuirán las diferencias entre grupos, pero la variación total entre los individuos no cambiará; al contrario, si la variación entre grupos se reduce, la de los individuos en su interior tiene que aumentar. Habrá menos razones para el racismo, lo cual es una ventaja. En este proceso se producirá un cambio del tipo medio de la población. Hoy día los grupos étnicos tienen tasas de reproducción muy distintas. Los europeos son demográficamente estacionarios, o casi, mientras que la población de muchos países no industrializados está aumentando a una velocidad que nunca se había conocido en la Tierra. Por lo tanto, la frecuencia relativa de los tipos rubios de piel clara disminuirá. Como el mundo tendrá que aprender a no multiplicarse, esta será una fase transitoria.

Pero el futuro cultural del hombre está en pleno desarrollo, y podemos estar seguros de que este tipo de evolución será cada vez más rápida. La base de la cultura es la comunicación, y somos testigos de un aumento de la velocidad y de la intensidad de las comunicaciones causado por una auténtica explosión tecnológica. ¿Adónde nos llevará todo esto? Una parte importante de estos avances se debe a los ordenadores, unas máquinas que son verdaderas extensiones de nuestro cerebro y ayudan sobre todo a la memoria y a la capacidad de hacer cálculos numéricos. Pero la inteligencia artificial está ampliando sus aplicaciones a otras habilidades.

Las comunicaciones entre individuos sigue estando limitada, como en el Paleolítico, por la existencia de barreras lingüísticas muy tenaces entre las sociedades humanas.

La tendencia general es hacia una disminución de las lenguas habladas (muchas de ellas están en vías de extinción) y hacia un aumento del número de personas capaces de hablar con soltura por lo menos una de las lenguas más comunes. La lengua materna más hablada en el mundo es la china (más de 1000 millones de personas), seguida del inglés (unos 300 millones como lengua materna, pero hay que sumarles otras tantas que lo hablan como segunda lengua, o que lo hablan bien como lengua extranjera). Luego están el español, el hindi y, a un nivel parecido, el árabe, el bengalí y el ruso.

Lo malo es que el inglés tiene una pronunciación y una escritura difíciles, y no ha llegado a cuajar ninguna lengua artificial creada para uso internacional. Puede que el ordenador nos ayude a crear una lengua única, pero de momento todavía estamos lejos de conseguirlo. Pero la falta de comunicación no es el problema más grave del mundo. Hay una serie de problemas más graves, todos ellos de naturaleza social, como el número de personas que viven por debajo del umbral de pobreza, la ignorancia, el crecimiento demasiado rápido de muchas poblaciones, el racismo, el abuso de las drogas. Muchos de estos problemas están relacionados entre sí, y se refuerzan mutuamente, como pobreza e ignorancia, crecimiento demasiado rápido y racismo. Las ciencias sociales no han hecho grandes progresos. Sólo la medicina ha avanzado mucho, a veces de un modo espectacular, pero con un aumento enorme de los costes económicos. Ningún desarrollo tecnológico se libra de los aspectos negativos, y, por ejemplo, el fuerte crecimiento demográfico en los países más pobres es una consecuencia de los descubrimientos médicos, que pese a la pobreza de esos países en vías de desarrollo han reducido la mortalidad infantil sin que haya habido una reducción compensadora de los nacimientos. La falta de adecuación de los programas sociales es la causa de profundos desequilibrios y sufrimientos. La verdadera esperanza es la educación, y en este sentido el progreso de los medios de comunicación abre grandes posibilidades. Pero todavía estamos lejos de saberlos usar eficazmente con fines educativos, y no de simple explotación de las ganas de divertirse, sin prestar atención al peligro de estimular los comportamientos más antisociales como la intolerancia y las múltiples formas de violencia y de abuso. Por desgracia, las religiones también olvidan a menudo su misión de paz social y propician unos extremismos especialmente preocupantes. Es muy probable que la principal causa del actual desasosiego general sea precisamente el crecimiento demográfico excesivo en muchas partes del mundo, pero son pocas las religiones que se preocupan de ello, porque, entre otras cosas, piensan que apoyar las campañas de limitación de los nacimientos podría frenar su propio desarrollo. En cierto sentido, varias religiones y muchas otras entidades que desempeñan un papel fundamental en la sociedad humana tienen una confianza excesiva en una forma de «darwinismo social», como el que se puso de moda en el siglo pasado. Esta forma de darwinismo mal entendido, que, por otro lado, nunca fue aceptada por Darwin, explicaba las relaciones sociales con una selección natural entendida exclusivamente como una lucha a muerte por la existencia, «con las garras y las fauces rojas de sangre». Esta visión apocalíptica quizá se pueda aplicar a la lucha interespecífica entre depredadores y presas, pero es mucho menos válida para la competencia entre individuos de la misma especie, en la que la selección natural genera comportamientos de cooperación y altruistas. Si la densidad de población no es excesiva, no hay un motivo importante para competir. Pero se diría que hoy hemos sobrepasado los niveles de alarma. Por suerte, el comportamiento reproductor en Europa está bajando mucho. Es preciso que el resto del mundo siga rápidamente su ejemplo. La principal esperanza es que esta hipótesis sea acertada, y que logremos actuar en consecuencia.