En 2014 se cumplen cien años del comienzo de un conflicto bélico sin precedentes hasta entonces en el curso de la historia de la humanidad. El hecho de que en 1939 estallase una guerra todavía más brutal y mortífera, la Segunda Guerra Mundial, ha llevado a que el interés de los medios de comunicación y del público en general se haya centrado mayoritariamente en esta, soslayando en gran medida lo que aconteció entre 1914 y 1918 así como su trascendencia. Sin embargo, ni la percepción de las personas que vivieron en la época ni la de los historiadores de hoy en día coincide con semejante relegación. De hecho, hasta que llegó la Segunda, la Primera Guerra Mundial era conocida simplemente como la Gran Guerra. Este sencillo apelativo era perfectamente comprensible para cualquier interlocutor, todo el mundo sabía a qué conflicto se refería quien lo pronunciase… antes no se había experimentado nada igual. Sus secuelas fueron de larga duración y profundo calado, tanto, que muchos historiadores sitúan el comienzo real del siglo XX en 1914. Lo que aconteció entre 1901 y esa fecha no sería entonces más que el último capítulo de la civilización del siglo XIX, que tan radicalmente había cambiado la faz de Europa y del mundo. Quienes defienden esta postura consideran que lo que desencadenó el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo-Lorena en Sarajevo aquel 28 de junio de hace un siglo no fue sólo una guerra, fue el pistoletazo de salida de un tiempo caracterizado por el hiperdesarrollo tecnológico, la inestabilidad política, económica y social; la inseguridad vital amenazante, la violencia… un tiempo que no ha dejado del todo de ser el nuestro.

Este carácter de punto de inflexión en el desarrollo de la historia se acentúa si se tiene en cuenta que las décadas anteriores a la guerra han dejado en la mayoría de los países que tomaron parte en ella la imagen de una época dorada, en la que la vida (pese a todos los problemas y sinsabores que pudiese conllevar) era más fácil y el mundo más amable. Es la imagen que nos transmiten exposiciones de arte, memorias, novelas, películas de elegantes gentes de época cuya existencia transcurre en un bello decorado apenas alterado por sus experiencias. Pero si todo era tan agradable y fascinante, ¿por qué estalló una guerra de semejantes dimensiones? Si el común de la población se caracterizaba por un alto grado de desarrollo personal y sofisticación, ¿cómo pudo pasarse de semejante estado de civilización a la consumación de atrocidades sin precedentes? ¿Fue de verdad así la realidad vivida o se trató de un espejismo deformado por el trauma de la experiencia bélica? Sólo acercándonos al mundo de comienzos del siglo XX podremos encontrar respuestas a estas preguntas.