AGRADECIMIENTOS, EXPLICACIONES Y DESPEDIDAS

Ha sido un largo camino el que he recorrido hasta llegar aquí, al cuarto y último volumen de la saga de Tramórea. Y son muchas las personas que me han acompañado en ese sendero. Algunas simplemente han viajado conmigo, que ya es más que suficiente. Otras me han guiado y han iluminado las sombras que no me dejaban ver más allá de mis pies. Y hay quienes me han ayudado a levantarme cada vez que tropezaba, o cuando la fatiga y el desánimo me hacían sentarme en el suelo, incapaz de seguir adelante. A muchas de esas personas las mencioné en La Espada de Fuego y El espíritu del mago, y por supuesto siguen contando con toda mi gratitud.

Quiero acordarme, para empezar, de los profesionales que han conseguido que esta saga se publique en ediciones muy cuidadas pese a mi tendencia a llevar los plazos al límite y, como diría Buzz Lightyear, más allá. Le doy las gracias a Mario García, por su trabajo sobre el original de El corazón de Tramórea. Por supuesto, a Vicky Hidalgo, que ha sido no sólo mi editora, sino mi ángel de la guarda. Pese a la guerra que le he dado, no ha dejado de animarme en ningún momento. Al escribir una novela, máxime cuando alcanza cierto volumen y tiene una estructura compleja, se atraviesan muchos momentos de desaliento y casi de desesperación, y es vital que, como decía antes, alguien te ayude a ponerte en pie de nuevo. ¡Muchas gracias, Vicky!

También le agradezco a Laura Falcó su fe en esta saga y el apoyo que me ha dado. Por supuesto, a José López Jara, que además no ha perdido la calma en ningún momento cuando todo estaba, como la Lucerna, al borde del remolino que amenazaba con devorarnos. Con capitanes como Pepe, se puede cruzar el mar de Kéraunos y el océano que haga falta.

A Mónica Gallardo, Verónica Arenas y Fátima Santana, por su labor promocionando los libros de Tramórea y por su simpatía y su trato, que han conseguido que firmas y promociones se conviertan en algo mucho más divertido y agradable. También a Marta y Laura, que estuvieron en el departamento de prensa y de las que guardo un estupendo recuerdo.

Quiero recordar también a Francisco García Lorenzana, que fue mi editor en los dos primeros volúmenes de la serie, y que espero disfrute también de los otros dos. Un abrazo, Paco.

Desde La Espada de Fuego ya me había planteado que Tramórea fuese un mundo artificial y hueco, creado por nuestros descendientes en un futuro remoto. Pero los detalles concretos los desarrollé durante el proceso de creación de este volumen doble que forman El sueño de los dioses y El corazón de Tramórea. En ello me ayudó la mente privilegiada de Juan Miguel Aguilera, que como novelista y al mismo tiempo diseñador gráfico es capaz de ver en su cabeza lo imposible. Si alguien hubiera pinchado nuestros teléfonos cuando discutíamos sobre la gravedad o la densidad del aire en el centro de Tramórea, nos habría puesto una camisa de fuerza. A Juanmi, gran amigo, le dediqué el tercer volumen, pero sigo mandándole un abrazo desde aquí y dándole las gracias por ese manantial de ideas que tiene en el cerebro, y también por la magnífica ilustración del interior de Tramórea. Y aprovecho para enviarle muchos besos a su mujer, Alejandra.

También me ayudó a diseñar ese mundo interior Daniel Mares, físico y novelista, una de las plumas más originales de este país y uno de los tipos más divertidos que conozco. Supongo que cuando le conté la visión de un mar con barcos incluidos brotando del suelo, le pudo más la parte de creador que la de científico y me animó: «¡Con un par!».

Muchas de las ideas que aparecen en El corazón de Tramórea forman parte del acervo de la ciencia ficción o de la literatura y la cultura populares. El mismo nombre de Agarta proviene de Agartha, una mítica ciudad situada en el centro de la Tierra. La teoría de que nuestro planeta está hueco sigue teniendo adeptos incluso en nuestros días, pese a que las pruebas de lo contrario son más que abundantes. En literatura, explotó esa idea Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán, en su serie de Pellucidar. Aún recuerdo con cariño la película En el corazón de la Tierra, protagonizada por Doug McClure, el inolvidable «Trampas» de Bonanza.

Más recientemente, el escritor y matemático Rudy Rucker ha desarrollado ese argumento en The Hollow Earth («La Tierra hueca»), una especie de steampunk protagonizado por Edgar Allan Poe. En su novela, no hay gravedad dentro de la Tierra, pues en el interior de una esfera el tirón que sentiríamos bajo nuestros pies quedaría compensado por la atracción de todos los demás puntos de la esfera, que se anularían entre sí. La idea funciona muy bien en el libro de Rucker, pero puesto que mis personajes no tenían adiestramiento como astronautas, no acababa de verlos flotando en el aire mientras se batían con espadas. De modo que inventé una gravedad artificial de alcance más local transmitida por un tipo especial de superconductores, que de paso me permitía interesantes juegos escherianos.

En cuanto al núcleo del planeta, una de las primeras ideas que barajé fue poner en él un agujero negro. Si tuviese la masa de la Tierra, la atracción que se sentiría en la superficie del planeta sería equivalente a la que experimentamos. De nuevo, la idea de un planeta artificial con un agujero negro en el centro ha sido explotada antes. Por ejemplo, en The World is Round, una novela muy interesante y desconocida en España, escrita por el novelista y físico Tony Rothman en 1978.

Si al final la deseché fue por las dificultades prácticas. Quería que mis héroes llegasen físicamente a las puertas del Prates, sin sufrir las aterradoras fuerzas de marea que los habrían convertido en tallarines mucho antes de llegar. Del mismo modo, prefería que la atmósfera de Agarta estuviera limitada a unos cuantos kilómetros y no se extendiera hasta el centro del planeta, pues la densidad creciente del aire habría supuesto otro grave problema.

El Bardaliut, como menciono en el glosario, se basa en las ideas de Gerard K. O’Neill en su libro Ciudades del espacio, y por eso los dioses bautizan al hábitat principal como Isla Tres, el mismo nombre que le da O’Neill. Se pueden encontrar muchas imágenes e incluso animaciones en internet. Otros entornos similares, cada uno con sus diferencias de detalle, aparecen en Cita con Rama, de Clarke, Eón, de Greg Bear, o Titán, de John Varley. Todas ellas novelas en las que abunda el sentido de la maravilla que los aficionados a la CF buscamos como una droga.

El concepto de materia transmutable se basa —libremente— en el de materia programable, desarrollado por Wil McCarthy en su ensayo Hacking Matter. También lo utiliza mucho en la magnífica tetralogía que empieza con la novela The Collapsium y que recomiendo a todos los lectores de ciencia ficción, ahora que algunos agoreros dicen que el género está muerto y que no ofrece nada interesante. Al señor McCarthy debo darle las gracias, precisamente, por hacerme disfrutar con esas cuatro novelas mientras preparaba El sueño de los dioses.

La materia programable se acabará haciendo realidad, y quizá más temprano que tarde. Hay otra idea en esta novela que es algo más descabellada. Se trata de los portales Sefil, basados en los vértices de los sólidos perfectos. «Sefil» es una evolución tramoreana, muchos siglos después, del nombre del creador de este concepto: Charles Sheffield, novelista que inventó el enlace Mattin en su cuento «Marconi, Mattin, Maxwell», publicado en el volumen Vectors (1979). Como la idea es suya, y ya que la utilicé como una especie de tren de alta velocidad para llevar a mis personajes a la otra punta de Tramórea, quería rendirle homenaje con este nombre, y de paso agradecerle, a título póstumo, cuánto me hizo disfrutar con novelas como La telaraña entre los mundos y Entre los latidos de la noche.

Hay algunos homenajes más en la novela. El Bulevar Ralfa, esa acera que flota en el aire, se debe al cuento «Bulevar Alfa Ralfa», un relato que me impactó de niño por su extrañeza. El autor, Cordwainer Smith, tiene su propio edificio en la ciudad de Tártara. Por supuesto, los buenos lovecraftianos reconocerán el nombre de Tíndalos por el cuento «Los perros de Tíndalos», de Frank Belknap Long.

Las Moiras, esa presencia triple que todo lo domina, aparecían ya en Alejandro Magno y las águilas de Roma. Mientras la escribía procuré ponerme un poco al día en cosmología, y leí, entre otros libros, Warped Passages de la física Lisa Randall, gracias al cual me familiaricé con el concepto de las Branas y del Bulk, algo así como «Bulto» en español. Nombre que me parecía poco sugerente, por lo que lo pasé al griego como Onkos, el espacio de once dimensiones que contiene todos los universos.

De otras ideas que aparecen en El corazón de Tramórea no tengo constancia, lo cual no quiere decir que otros autores que no conozco puedan haberlas desarrollado por una especie de «evolución convergente» (título de uno de los escasos cuentos que he escrito). Por ejemplo, los Arcaontes. Cuando pensaba en Tramórea como un planeta artificial, muy al principio de la serie, me preocupaba que estuviera muerto geológicamente, así que se me ocurrió este mecanismo para «remover» el suelo y renovar el relieve, a modo de lombrices gigantes.

Las aceleraciones, de alguna manera, ya las había utilizado en La mirada de las Furias. No aparecían en la primera versión de La Espada de Fuego, pero decidí introducirlas en la que se publicó en 2003 para convertir a los Tahedoranes en una especie de superhéroes, ya que siempre he sido muy aficionado a los cómics de Marvel y DC. (Y sí: los dioses de Tramórea son superhéroes o supervillanos, según queramos verlos). La fórmula que descubre Ahri se la debo a mi amigo, compañero y hermano David Moreno, profesor de Matemáticas en el Gabriel y Galán, a quien se le ocurrió esa combinación entre números primos y decimales de pi. Por supuesto, la idea de acelerar el organismo o conseguir que el tiempo exterior se ralentice ha sido usada muchas veces en libros, películas e incluso videojuegos, pero para el desarrollo concreto de esta idea, con la Mixtura, los nanos y la prueba del Espíritu del Hierro no me basé en nada que hubiese leído.

Tras esta parte que ha sido más bien de «explicaciones», paso de nuevo a los agradecimientos. Los hermanos Pérez Pascual, David y Fran, han sido casi los primeros lectores de El corazón de Tramórea, y me han hecho reparar en bastantes errores. Además, a David le agradezco la reparación del teclado que estoy usando ahora mismo, del que se han borrado ya seis o siete letras, pero que es el más cómodo que conozco y del que han salido cientos de miles de palabras. ¡Un abrazo para estos dos fenómenos! Y también para Samuel, mi ex alumno, que me ha ayudado con otros libros y que espero disfrute con el remate de la serie.

Le doy las gracias a Carlos Guitart por haber resucitado los foros de http://tramorea.com, que he tenido muy abandonados por escribir, pero que pienso atender desde ahora. También a todos los que participan en esos foros, en especial los moderadores Takelu, Umli y Aliermim, y los fieles como Spartan George.

A los administradores de páginas como Sedice, Fantasymundo o Cyberdark, que siempre han apoyado esta saga. Hay muchos nombres, pero me vienen a la cabeza el Señor Lobo y el escritor David Mateo, buen amante de la fantasía y el terror.

A Jorge Iván Argiz, mi presentador ya oficial en la Semana Negra de Gijón, que espero repita con estas novelas. ¡Dos de golpe, Jorge! A toda la organización de la Semana Negra, en la que tanto me divierto y aprendo con muchos otros escritores.

A Christophe Josse, mi traductor al francés, que no sólo mejora mis textos sino que repara en errores que a mí se me escapan. Y a Pierre Michaut, editor de l’Atalante, por su fe en la saga de Tramórea.

Gracias, como siempre, a mi hermano Jose, por sus ideas, su apoyo constante y sus magníficos vídeos de promoción, acompañados por bandas sonoras de lo más inspiradoras. Me ha ayudado tanto y tantas veces que no es extraño que al final hayamos publicado juntos un libro, Los héroes de Kalanum.

A mi hija Lydia, por su paciencia con mis ausencias mentales y físicas, y también por animarme como una tramoreana más (aunque de vez en cuando me amenazaba con represalias cuando sospechaba que estaba a punto de cargarme a algún personaje que le caía bien).

A mi mujer, Marimar, que ha tenido que soportar mis cambiantes estados de ánimo, y recoger mis pedacitos todos los días y volverlos a pegar. Por supuesto, ha sido la primera que ha ido leyendo el desenlace de esta saga, tanto El sueño de los dioses como El corazón de Tramórea. Sin sus comentarios, sus correcciones y sus ánimos no habría podido escribir estos dos libros (ni casi ningún otro de los anteriores, añado), que le pertenecen en buena medida.

Gracias a todos los seguidores de esta saga. Durante años he oído a menudo la pregunta «¿Para cuándo el tercer libro?». Supongo que muchos lectores pensaríais que iba a ser una de esas series que iba a quedar inconclusa, pero no ha sido así. Y en buena parte gracias a vosotros. Ojalá os haya hecho disfrutar, e incluso sufrir un poco a ratos.

A los maestros de los que he aprendido. Son muchos, pero ahora me vienen a la cabeza los siguientes: Tolkien, por su ambición de crear un mundo completo; Lovecraft, por su inquietante terror cósmico; Dan Simmons, por su audacia temática y sus grandiosos escenarios; George R. Martin, por su habilidad tratando las emociones humanas; Ana María Matute, por la grandeza shakesperiana de su rey Gudú; Philip K. Dick, por sacudir mi concepto de la realidad; Jack Vance, por su derroche de imaginación y el colorido de su estilo; Alejandro Núñez Alonso, autor de novela histórica pero un maestro para mí en cualquier género; Richard Adams, por la épica y la humanidad de un libro protagonizado por conejos, La colina de Watership; John Irving, por su talento para trenzar historias dentro de las historias.

Es la hora de despedirme. Adiós a Linar, que cuidará de Tramórea a partir de ahora (con permiso de Taniar, que anda suelta por ahí). También a Mikhon Tiq, cuyo futuro es una incógnita (¿y el de quién no?). A Ariel y a Darkos, por cuyos jóvenes ojos pude ver Tramórea de otro modo. A Baoyim, a Kybes, a Aidé. Por supuesto, adiós al bueno de Tarimán. También a los «malos», que a veces lo eran más y a veces menos, como Tubilok, Ulma Tor o Togul Barok. Y, por supuesto, al Mazo, cuyo supuesto asesinato casi me cuesta a mí la vida. Y a todos los demás, Ritiones, Ainari, Aifolu, inhumanos, coruecos, Invictos, Atagairas y Noctívagos.

Sobre todo, adiós a Derguín y a Kratos, maestros de la espada, amigos y rivales.

Siento haberos hecho tantas faenas, pero espero que las recompensas finales hayan merecido la pena.

Puede parecer extraño que me despida de mis propios personajes. Terminar una novela siempre deja un hueco enorme, una depresión postparto de la que uno tarda en recuperarse. En esta ocasión han sido cuatro novelas, más de dos mil páginas en las que he convivido con todos estos habitantes de Tramórea que al final se convirtieron en presencias más reales que el mundo que me rodeaba. Así que espero que los lectores me disculpen por esta pequeña debilidad sentimental.

Para terminar. En esta novela los sueños han sido muy importantes, tanto para mis personajes como para mí. Hubo escenas que soñé realmente, como la huida de Linar y Mikha de los pantanos de Purk, o el viaje de Togul Barok con la Tribu por los subterráneos de Tramórea.

Así que me despido recordando que la advertencia con la que empezaba La Espada de Fuego:

SOÑAR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD Y LA CORDURA

(INCLUSO LAS DE LOS DEMÁS)

AUNQUE PAREZCA CRUEL, HAY QUE RENUNCIAR A LOS SUEÑOS

en realidad siempre fue mentira, y así lo acabó demostrando Derguín Gorión.

Como dirían los latinos, si os gustó,

Plaudite, amici, comoedia finita est.