Tarimán dejó de martillear el metal. Durante un segundo, el eco del batintín siguió resonando en la fragua.

Como los recuerdos. El interior del Prates no era lugar para una mente nacida y formada en la vieja Tierra. En el mismo momento en que atravesó la segunda puerta, Tarimán había activado el campo de materia exótica que debía preservarlo contra toda radiación o intrusión externa. Pero nada podía proteger su cerebro.

Pensando en ello de la forma más vaga y desapasionada posible, como si se tratara de algo leído en un resumen de historia, recordó o supo que después de la segunda puerta había atravesado varias bifurcaciones, siempre con extremo cuidado. De entre los incontables universos que componen el Onkos, la abrumadora mayoría son incompatibles con lo que humanos y dioses conocen como «vida». Si se equivocaba en el camino, si tomaba una bifurcación incorrecta, podía aparecer en la Brana errónea. Tal vez las partículas de su cuerpo experimentarían una fuerza repulsiva que las haría salir disparadas en direcciones opuestas a la velocidad de la luz, o por el contrario se colapsarían y lo convertirían en una ultradensa canica de neutronio, o los enlaces electrónicos se debilitarían tanto que su cuerpo se convertiría en una nube difusa e insustancial.

En cualquier caso, moriría. Por eso debía buscar universos de transición, con reglas que le permitieran sobrevivir.

No lo pienses ahora, se dijo. Si recordaba el terror y la alienación que había sufrido en aquel viaje, no se atrevería a repetirlo.

Y no le quedaba más remedio que volver a internarse en el Prates. Pues para conseguir una espada de poder, tenía que templar la hoja en una fuente de energía inconmensurable: el corazón de una estrella de otro universo.

Como había hecho con Zemal.

Cuando terminó de hacerlo, la IA alojada en el pomo había escrito sus propios versos en la empuñadura, grabados en la lengua de los Arcanos.

Tarimán dheios ghalkéus

en tais Pratus bhloxí bhriktu

ten aidhus mághairan eghálkeusen.

«Tarimán el dios herrero

en las llamas del terrible Prates

forjó la Espada de Fuego».

La IA lo había entendido bien. Terrible era el Prates, en verdad. Como terrible había sido la ira de Tubilok al regresar…