Los muelles de Gaohn estaban desiertos y en ellos reinaba un intenso frío causado por las compuertas entre secciones al cortar la circulación del aire. Las placas metálicas del suelo estaban tan heladas que andar sobre ellas era como quemarse. Pyanfar cojeaba un poco, lo hacía desde que se había levantado de la cama, con el cuerpo rígido y dolorido, sabiendo lo que aún le quedaba por afrontar.
En el trayecto de vuelta a Gaohn habían tenido un poco de tiempo libre, un poco de tiempo para que la Orgullo fuera a una velocidad segura y decente, para que la dolorida tripulación pudiera atender a sus necesidades y a las de la nave, para dormir un poco y comer algo caliente.
Habían recobrado a una de las que creían perdidas. Dur Tahar había aparecido silenciosamente en la pantalla, su señal de identificación parpadeaba demostrando que no se había convertido en una masa de cascotes a la deriva.
—Por los hielos del infierno —había dicho Tahar cuando entraron en contacto con ella por el comunicador—, no pensaríais que iba a emitir mi señal mientras os enfrentabais a la mitad del Pacto y la mayoría de las naves hani de ahí fuera estaban listas para convertirnos en polvo. No iré a la estación, Chanur, todavía no. Me encontraré contigo o con una de tus naves, dejaré que Vrossaru y sus tripulantes salgan de mi nave, pero no pienso meterme en un dique… no, esta vieja cazadora no piensa hacer eso. Me quedaré un rato por aquí, observando.
—¿Fuiste con Dientes-de-oro? ¿O con Sikkukkut?
—¿Yo? Dioses cabeza abajo, Chanur, tienes una idea bastante exagerada sobre nuestra rapidez. Me puse a tu cola, he estado siguiendo tus emisiones como si fueras trazando un camino desde Punto de Encuentro, corriendo como una loca para alcanzarte. Pero cuando hicimos ese condenado salto de Urtur, se nos quemaron otros dos sistemas: si tenías cierta ternura por ese kif, lo siento. Pero yo tenía una deuda con él. Una deuda muy grande.
—¡Condenada lunática! Podrías haber conseguido que voláramos todas.
Estuvieron hablando durante dos horas, con retrasos entre cada mensaje. Y después de una pausa algo más prolongada de lo normal, durante la cual Pyanfar creyó que quizás Tahar hubiera cortado la comunicación:
—Chanur, si alguna vez confiaste en ese kif, todavía hay algo que debes aprender. Te dio demasiado poder, ¿aún no te has dado cuenta de ello? Lo mismo ocurrió con los mahendo’sat. ¿Hace falta que siga?
Pyanfar se quedó sentada, muy quieta, después de que Dur Tahar indicara, ahora efectivamente, que cortaba la comunicación. Se quedó en su puesto, recibiendo la información de Gaohn: una media docena de pequeños cargueros con armamento ligero se habían esparcido a lo largo de la ruta hacia Ajir con un precioso cargamento de vidas hani, los machos y las criaturas de los clanes Syrsyn.
Semillas en el viento estelar.
Y se volvió hacia Khym, hacia su esposo, que ahora cumplía funciones de relevo en el puente aprovechando la relativa tranquilidad de esos instantes, sentado ante las pantallas mientras las agotadas veteranas aprovechaban el momento para asearse y descansar. Khym no se dio cuenta de que lo miraba: tenía el rostro teñido por la luz roja de las pantallas y permanecía absorto en su tarea.
No importa lo que hayamos perdido aquí, pensó entonces. Aunque hayamos fracasado en muchas cosas, hay una que sí conseguimos.
En el puente había otro macho. Y éste sí la miró. Pyanfar había creído ver ya todas las expresiones que el peculiar rostro de Tully podía ofrecerle. Pero ésta… toda fuerza vital parecía haberle abandonado, no había en él más impulsos de lucha, como si algo se hubiera roto en su interior y hubiera perecido. Pero sus ojos se iluminaron por un instante, reluciendo como cuando le embargaba el dolor y la pena más profunda, y Tully —oh, dioses—, la miró sin pestañear. Hilfy, a punto de abandonar el puente, se detuvo para ponerle una mano en el hombro. Para consolarle. Para…
—Vamos, Tully —dijo Hilfy.
Lo sabes, ¿verdad?, pensó entonces Pyanfar. Sabes que ella te dejará. Ahora cuenta su especie, Tully, los suyos. Ahora es una Chanur. La Chanur. Y tú eres nuestro: incluso cuando vuelvas, tu gente no olvidará eso, ¿verdad? Nunca lo olvidarán.
Que los dioses te ayuden, Tully. Sea cual sea realmente tu nombre. Pienses lo que pienses y vayas donde vayas ahora.
Como Tahar. Nunca llegarán a olvidarlo del todo.
No soy ningún estúpido, le decía su mirada. Ninguno de los dos lo somos. Amiga mía.
Y quizá también Je estaba diciendo otra extraña y complicada verdad humana, tan insondable que Pyanfar jamás podría llegar a descifrarla.
Esta vez Tully bajó con ellas al dique. Para él era la segunda visita a Ja estación de Gaohn, rodeado por hani desconfiadas que no dejaban de mirarle, en una confrontación en la cual él era una pieza a exhibir, un trofeo, un peón. Le dieron armas, así le podían comunicar otra de esas importantes cosas que un chisporroteante traductor era incapaz de explicar.
Y, en el último instante, Pyanfar le había cogido por el brazo, en la escotilla, asegurándose de que la escuchaba:
—Tully. Puedes ir con las naves humanas. Eres libre, debes comprenderlo, ¿sabes qué significa eso?
—Yo saber libre —había dicho él. Y se había limitado a mirarla con esa expresión cargada de dulzura, como si supiera demasiadas cosas.
En los diques había una hilera de Llun con el rostro ceñudo marcando el perímetro donde debía realizarse el encuentro, y a cada extremo de ese muelle se alzaban las imponentes compuertas de la sección, cerradas. También había hani de los clanes de la estación y de los clanes del espacio. Y una delegación del han recién llegada del planeta tras un rápido y algo ruidoso viaje. Había muchas armas, más que suficientes. Y centinelas Llun para desanimar a cualquier hani enloquecida que quisiera intentar algo.
Las centinelas Llun no representaban protección alguna contra las naves de caza que habían acudido para introducir sus esbeltos y letales morros en los vulnerables muelles de Gaohn, escupiendo a continuación sus propios grupos de vigilancia y su personal, muy distinto a las hani. Tres mahendo’sat, una nave humana y un trío de kif, aparte de la Orgullo y la Industria de Harun: ése era el acuerdo final. La Aja Jin, la Mahijiru y otra nave mahen llamada Pasarimu, que había llegado después de Jik; la Nekkekt, la Chakkuf y la Maktakkt y, finalmente, una nave de nombre impronunciable que Tully les repitió tres veces y que seguían sin entender. La Nave Humana, la llamaban a falta de un nombre mejor.
Los que habían acudido a la reunión del muelle apenas hablaban y se comportaban con gran cautela. Incluso Jik, que llevaba un faldellín y una capa oscura tan distintos de su habitual indumentaria multicolor que era necesario mirarle dos veces para reconocerle. Sólo llevaba un collar y un brazalete, una automática en la cadera y un cuchillo. Eso era más normal. Soje Kesurinan estaba ahí, vestida con más colorido e igual de armada. Y, con ellos, un Personaje que iba junto al capitán de la Pasarimu, con Voz incluida y con todas las insignias apropiadas. Sí, muy oficial, indiscutiblemente.
Y también estaba Dientes-de-oro, también muy formal y con ropas oscuras. Y su escolta. Entre él y su socio no hubo ni el más mínimo intento de comunicación.
Harun y Llun, cansadas tripulantes vestidas de azul, con Kauryfy de verde y las Llun con el negro de los clanes Inmunes.
Otro grupo se acercaba, también de negros: una masa de sombras que parecía surgir del final del perímetro, todos iguales en sus túnicas y capuchones, absolutamente iguales unos a otros para los ojos hani, todos erizados de armas. Uno de ellos debía de ser Skkukuk pero Pyanfar era incapaz de localizarle con las pocas pistas de que disponía: la forma de andar, sus pequeños gestos. Había un kif alto que evidentemente era el jefe del grupo, uno al que los demás cedían el primer sitio.
¿Quién es? ¿Es mi kif?
Temía que fuera otro. En cualquier sentido.
Y los humanos, de donde fuera. Ya había visto humanos en otra ocasión. Había diferentes tipos de humanos, diferentes siluetas, eso ocurría en todas las especies. Pero éstos variaban de forma salvaje entre ellos, unos con la apostura que le recordaba a Tully, otros sencillamente extraños. Todos vestían de gris oscuro, todos relucían con trajes que les cubrían todo el cuerpo y se pegaban a la piel, cubiertos de plásticos y metal plateado. Ninguno llevaba nada que pareciera un arma. Equipo de comunicaciones. Y en abundancia. Seguían siendo un enigma. Y acabaron deteniéndose más o menos a la misma distancia en que se habían detenido todos los demás, como las puntas de una estrella.
La atmósfera del muelle estaba empezando a cargarse de miedo: era evidente por la posición de las orejas hani y por el modo en que se movían los kif y los mahendo’sat. Y por la forma con que Tully se mantenía junto a ella, y porque ningún humano avanzaba hacia el perímetro que formaban los mahen.
Había algo más en el sistema. Ahí fuera había un knnn muy real y también un chi. Se contaban mutuamente una serie de escalas armónicas de la cual los ordenadores encargados de manejar tales asuntos y los traductores mecánicos no habían podido sacar nada en claro, aparte de unos datos sobre posiciones. Resultaba tan significativo como ominoso que la matriz de esas escalas contuviera la posición de la estación de Gaohn.
Los knnn estaban interesados. Eso ya era explicación más que suficiente para el miedo.
Pero era bastante difícil que las representantes de Anuurn llegaran a comprender ni tan siquiera eso. Lo más probable era que fuera la primera vez que veían a un mahendo’sat, por no mencionar ya a los kif o los humanos. Quizás habían tomado ya una resolución; o tal vez continuaba aún el debate de forma que Naur, Tahy Mahn par Chanur y las demás que, como ellas, sólo pensaban en términos planetarios, continuaban discutiendo sobre protocolos y política. Sólo los dioses podían saberlo. Cada vez que Pyanfar se permitía pensar en ello sentía una rabia helada, una rabia asesina en su interior.
Habían dispuesto una mesa enorme en el muelle, por los dioses, una mesa y asientos, en el muelle, habían llevado hasta allí el mobiliario que usaban las Llun en los consejos. Mobiliario para los consejos hani, como si todas esas facciones pudieran encajar en él, como si en todo el caos y entre las naves que avanzaban con más o menos daños, alguna estúpida (muy probablemente de la superficie de Anuurn) hubiera tenido tiempo para insistir en que hubiera una mesa y sillas que apenas resultarían compatibles con la anatomía de algunos de los invasores. Con los knnn sueltos por las inmediaciones, y con naves que todavía se enfrentaban tensamente en el cénit. Con cincuenta naves decididas a entrar por la fuerza mientras que otras se empeñaban en echar a los kif, los cuales morirían de vergüenza en sentido literal. Y con los kif igual de dispuestos a resistir.
Condenadas idiotas de Anuurn. Si ese knnn empieza a llamar a otros no sobreviviremos. ¿Habéis logrado entender eso en vuestras conclusiones?
Los humanos han disparado sobre ellos. Eso dice Tully.
Jik se dedicó a jugar a la política con los tc’a. ¡Dioses! ¿Sabe él lo qué hay ahí fuera? ¿Se trata tal vez de algo que ha venido a por él, a por los mahendo’sat?
Una mesa. ¡Dioses, bastante suerte tenemos al haber reunido a estas especies a una distancia en la cual puedan gritarse unas a otras! Los kif jamás hacen nada si no lo consideran provechoso, están aquí, continúan teniendo la tenue sospecha de que yo soy su mejor salida.
Jik y Dientes-de-oro no se hablan, ni tan siquiera se miran el uno al otro, sus tripulaciones no se han mezclado… ¿y, quién de entre todos los habitantes de su propio infierno, quién es el Personaje que nos ha traído la Pasurimu?
Vino con las naves procedentes del espacio mahen, no por la ruta de Kara. Por los dioses, ha venido de Iji, de ahí procede. Es alguien de su mundo natal.
Es una Autoridad. Eso es, con la Voz, las insignias y las ropas oficiales. Y no se ha presentado. La Voz no ha pronunciado ni una palabra. El han ha recibido un insulto y ni tan siquiera lo sabe.
Están helados. Nadie se mueve. Desconfían de los kif.
—Skkukuk —dijo, corriendo el riesgo. Y el kif situado ante los demás alzó el rostro de forma casi imperceptible y luego volvió a bajarlo, beligerancia y cortesía en dos breves alientos. Incluso una pequeña muestra de amistad. Para ser un kif.
—Mekt-hakkikt —respondió ese kif. Por lo tanto, ahora ya sabía que en efecto era Skkukuk. Pero él había interpretado su nombre como una invitación a que avanzaran y el pánico se apoderó de ella, una aversión instintiva al ver que todo el grupo de kif se ponía en marcha y se colocaba entre ella, los mahendo’sat y los humanos. Y, al hacerlo, cuidaban de que sus armas estuvieran bien dispuestas.
—Las armas hacia abajo, por todos los dioses. —El pánico la hizo hablar con acritud. Skkukuk, sin perder un segundo, lanzó un silbido y un chasquido, una orden hacia su grupo. Las armas bajaron. Pyanfar decidió aprovechar esta ocasión a ciegas—. No habrá ningún disparo. En ningún bando. —Una de las Llun se le había acercado demasiado. Pyanfar agachó las orejas y frunció la nariz—. Atrás, maldita sea. —Pero también los mahendo’sat se habían acercado y de repente hubo demasiadas armas, su propia tripulación tenía los rifles apuntando con demasiada claridad a media altura.
—¡Atrás! —ordenó con brusquedad Haral a una hani de nariz canosa que se había movido con temeraria autoridad. Y la empujó con la culata del arma.
—¡Chanur! —gritó esa hani.
Y se enfrentó a tres rifles kif.
—¡Alto! ¡Sgokkun! —El corazón estuvo a punto de parársele. Tuvo que apartar con sus propias manos un rifle kif, desviándolo hacia arriba de un golpe; ese kif retrocedió y se quedó inmóvil, emitiendo chasquidos y haciendo rechinar su juego interior de dientes. Probablemente sus congéneres estaban tan confundidos como él.
—¡Mekt-hakkiktu sotoghotk kefikkun nakt! —gruñó Skkukuk y al momento se hizo el silencio.
Y nadie lo rompió. Incluso las hani de Anuurn habían logrado entender lo precario que era ese equilibrio.
—No necesitamos disparos —dijo Pyanfar, sintiendo cómo le latía el corazón y le temblaban las rodillas.
La voz parecía brotarle de lo más hondo de las entrañas, como si intentara esconderse. Khym estaba a su lado, cerca de ella; entre Pyanfar y las hani, gracias fueran dadas a los dioses por su inteligencia y sus instintos. Agitó una mano para indicar a los kif que retrocedieran y poder ver dónde estaban los humanos y los mahendo’sat. Los humanos seguían donde estaban al principio, bastante atrás. Dientes-de-oro y su grupo armado habían avanzado hasta quedar demasiado cerca y Jik había maniobrado para colocarse a su lado, los dos entre los kif y el Personaje.
—¡Usad vuestras malditas cabezas! Skkukuk, quédate ahí. Quédate ahí, nada más. Dientes-de-oro. Ana. Estamos bien así. No utilicéis las armas; calmémonos todos un poco, ¿de acuerdo?
—Venir aquí hablar. Mismo arreglar todo este jaleo. —La oscura frente de Dientes-de-oro estaba cubierta de arrugas. Agitó una mano señalando hacia el perímetro del dique—. Tener knnn ahí fuera todos preocupados. Tener maldito embrollo, Pyanfar. Ahora yo hablar contigo, tú hacer gran error.
—Sí. Ya lo descubrí. Fue un detalle por tu parte que me dijeras lo que estabas haciendo. Y también lo fue decírselo a Jik.
—Jik no tener opción. Tener importante hani, tener humanó, todo mismo lío en Kefk. Intentar sacar ti. Tú tener que sacar Tahar, no esperar mismo. Mala sorpresa, Pyanfar. Mala sorpresa. Pero todo mismo salir igual. Acabar con Sikkukkut, acabar con Akkhtimakt, ambos. No tener que preocupar más kif, ¿afirmativo? Así que tú dejar estos buenos kif volver nave. Ellos querer ir casa, nosotros dejar marchar. Mejor trato que ellos poder tener.
—No tengas tratos con él —dijo Skkukuk, a su lado—. Nuestras naves son la defensa de este sistema. Te somos fieles, mekt-hakkikt.
Ninguna amenaza, ningún movimiento incorrecto. Se le erizó el vello de la espalda. Este kif no se estaba mostrando sumiso. Sencillamente, hablaba muy poco. La sospecha y la amenaza del poder, pero un poder que no era suficiente: el kif estaba aquí, hablando. Sikkukkut era muy bueno, en este tipo de jugadas, pero este kif sabía ser más suave que él y Dientes-de-oro le estaba dando un buen consejo, oh, dioses, si hubiera algún poder capaz de empujar a los kif de nuevo hasta sus fronteras y mantenerlos ahí.
Ese poder estaba ahora ante ella. Una asociación humanos-mahen.
De no haber sabido lo que ahora sabía, gracias a Tully, qué pretendían conseguir los humanos y qué se jugaban. De no saber que había varias potencias humanas lanzándose unas sobre otras, extendiéndose por un área que, bastaba una sola mirada a los mapas estelares para darse cuenta, dejaba el Pacto convertido en una miniatura.
—Tengo que conocer lo que les sucedió a los stsho —dijo a Dientes-de-oro, sin levantar la voz, en un intento de mostrarse muy razonable. Como si sólo fuera una leve preocupación, un gesto de amabilidad. Era desesperación. De repente se daba cuenta de que ésta era su única defensa, su punto para comerciar. Sin los stsho…
¿Lo ve? ¿Sospecha por qué le pregunto esto? No es ningún estúpido, nunca lo fue. Oh, dioses, ésta es una de las mentes que gobiernan todo el Pacto, los dioses nos ayuden, siempre lo fue, es uno de esos que los mahendo’sat dejan en libertad para que actúen en las fronteras, para que hagan cosas cuyos ecos tardan años en cruzar el espacio hasta la civilización. Sigue siéndolo. Incluso ante un Personaje.
—Nosotros hacer todo bien. —Una voz que no había esperado oír. Jik había sacado uno de sus abominables cigarrillos y estaba enfrascado encendiéndolo, como si sus oscuros ojos no estuvieran alertas al menor gesto hani o kif—. Ana decir mí él tener ahí combate número uno primera clase, tres, cuatro días. Masticar bien a Sikkukkut. Estupendo para nosotros aquí. Nuestro amigo Sikkukkut… —Guardó el mechero y aspiró una segunda bocanada de humo—. Él saber entonces condenadamente seguro él tener problemas. Deber mucho condenado montón a Banny Ayhar. Mismo ti, amiga. Mismo todas hani venir dar alarma.
—Los stsho…
—Pequeño daño. Mucho confusos. Respiradores de metano cuidar realmente bien. —Un gesto con el dorso de la mano que sostenía el cigarrillo, señalando vagamente hacia el exterior—. Mismo knnn. Oficial, ¿afirmativo? Con intérprete tc’a. Ser mismo tc’a que pasar largo tiempo con él.
—¿El mismo de Mkks?
—Afirmativo. Mismo que camino de Kshshti. Tt’om’m’mu haber sido realmente mucha cooperación.
—Entonces, es tu agente.
Jik movió los dedos entre un murmullo de kif y hanis.
—Mismo hablar muchos otros, ¿eh? Yo decir ti, Ana… shoshi na hamuruta ma shosu-shinai musai hasan shanar shismenanpri ghashanuru-ma shesheh men chephettri nanursai sopri sai.
Dialecto, espeso e impenetrable. Tal vez estaba en código. Pero el rostro de Dientes-de-oro se hizo todavía más reservado, sus ojos se oscurecieron y se movieron una fracción de milímetro hacia la izquierda.
Hacia Tully. Sólo esa fracción de milímetro.
Era difícil saber qué había dicho Jik. O cuánto había revelado. El mahen volvió a mover los ojos sólo esa fracción que dejaba ver un ribete blanco alrededor del iris marrón. Esta vez la miró a ella de nuevo.
—¿Nao’sheshen?
—Meshi-meshan. —Jik echó la cabeza hacia atrás, en dirección a algo que estaba detrás de él—. Meshi nai sohhephrasi Chanuru-sfik, ¿eh?
Fuera lo que fuera, a Dientes-de-oro no le gustó.
—Shemasu. Nosotros hablar. Hablar mucho. Nosotros decir Personaje. Tú decir esos kif ir. Ahora. Nosotros tratar con respiradores de metano. Tú arreglar cosas aquí.
—¡Arreglar las cosas! —Contuvo el aliento y lo que tardó en volver a respirar le sirvió para recuperar un tanto la calma. Se dio cuenta de que alrededor suyo se había producido un envaramiento general y al instante bajó la voz. El han estaba aquí. Y las Llun. El silencio que se produjo a continuación resultaba casi ensordecedor.
—Kkkkt —intervino Skkukuk—. Kk-kkt. Este mahen no puede dictar normas aquí. No habrá ninguna escolta. No habrá naves mahen en nuestro territorio. No intentéis engañaros a vosotros mismos.
—Hablar luego —le interrumpió Dientes-de-oro y dio un paso hacia adelante.
Las armas se alzaron hacia él de forma instantánea. Los mahen imitaron el gesto.
—¡Alto! —gritó Pyanfar, pegando un manotazo al cañón de un rifle. Un rifle kif. En ese instante, era lo más seguro.
—Chanur… —empezó a decir una voz hani.
—Cállate —ordenó Tirun.
—Empecemos aquí —pidió Skkukuk. Jik se interpuso entre los kif y Dientes-de-oro. Cautelosamente.
—No. —Por el rabillo del ojo Pyanfar distinguió un movimiento entre los humanos. Algunos miembros de ese grupo retrocedieron en silencio para buscar protección—. ¡Tully, detenles!
Tully lanzó un grito, un sonido increíblemente extraño y grácil. Con una mano levantada. Y el movimiento cesó.
—¡Basta! —intervino secamente la Voz, y luego dijo algo más en mahensi, demasiado rápido y con un acento demasiado cerrado como para poder comprenderlo.
—Que se vayan —dijo una hani. Era de Anuurn, y tenía la nariz canosa. Vieja y con demasiado peso encima. Dioses, Rhynan Naur. Esas canas, esa edad. En la voz resonaba algo de su vieja autoridad dentro del han—. No consentiremos que se viole nuestro espacio. No permitiremos que…
El rifle de Skkukuk se volvió hacia ella.
—No —ordenó secamente Pyanfar—. Maldita sea… cierra la boca, Naur. Que nadie hable. Que nadie se mueva.
—Tú Personaje —dijo Jik a su izquierda, dirigiéndose a Skkukuk—. Si tú querer parar, tú conseguirlo. Shemtisi hani manara-to hefar ma nefuraishe’ha me kif.
—Puedes estar seguro de que lo haremos —intervino Skkukuk con dureza, y levantó ominosamente la mandíbula—. No tenemos intención de hacer viaje alguno en vuestra compañía.
—Nosotros tener solución. —Jik torció el gesto y apagó el cigarrillo que se había consumido hasta casi chamuscarle los dedos—. Pasuru nasur. Kephri na shshemura, Ana-he. Meshi.
—¿Meshi ne’asur?
—Montón mejor. Mismo yo decir. —Jik se volvió hacia ella—. Nosotros tener hani espacial, mismo. Sikkukkut ser condenadamente estúpido engañar ti, ¿afirmativo? Condenado estúpido. Todo tiempo yo decir tú mucho lista. Tener montón sfik, gran montón, Pyanfar Chanur… mismo yo decir. Mismo Ana encontrar ti, mismo Sikkukkut querer ti… condenadamente buena. Ahora tú tener decir como Personaje, tú tener que decidir.
—Decidir, decidir, por todos los dioses… no hay nada que decidir. Tanto los kif como vosotros intentáis borraros mutuamente del mapa, queréis mandaros a lo que haya después de esta vida, esparcidos por todo nuestro sistema solar…
—Tú Personaje. Tú tener kif. ¿Querer tú tratar por el han?
—¡Yo no trato por el han! Lo que te estoy diciendo, yo, Pyanfar, es que hables con tu Personaje y le expliques lo que Tully nos contó.
—Yo hacer. —Jik la miró de aquella forma habitual en él, tan extraña e irritante—. Tú no ser han. Tú ser Personaje. Enviar hakkikt de nuevo con kif… ¿cómo garantizar, eh? Stoheshe, Ana. —Echó una mirada de soslayo a Dientes-de-oro. Y se volvió de nuevo hacia ella—. El han decidir esto, el han decidir aquello. Tú hacer lo que tú querer con han. Pero el han ser para Anuurn. Tú ser Personaje para hani, Personaje para kif, mismo Tt’om’m’mu querer salvar tu vida. Tú tener la cosa que hace ser Persona. Nacida con eso. ¿Tú entender?
—¿De qué estás hablando, por todos los dioses?
—Tú no maldita estúpida. Tú ver. Tú ver claro. Sikkukkut conseguir poder creando pequeños hakkikt y cogiendo lo que ellos tener. Dejar que ellos hacer trabajo. Él mucho listo kif. Hasta que él hacer ti hakkikt e intentar coger lo que tú tener. Tú tener la cosa que hace ser Persona. Él pensar que él tener más, él hacer mucho error. Nosotros no error. Este kif aquí no error. Tú tener asunto entero en tus manos. Yo, yo reconocer. Mismo que este kif. Hacer mucho.
—No. ¡Dioses, no! —Agitó la mano y se volvió hacia las hani que tenía detrás. Miró a su tripulación y luego de nuevo a Jik.
—Guerra, amiga. ¿Qué decir yo ti suceder? No guerra como guerra en suelo. Guerra como nueva clase cosa. Como locura.
—¡Entonces, haz que tus malditos amigos humanos vuelvan a casa! ¡Fuera de aquí! ¡Haz que esas naves den la vuelta, restaura el equilibrio, por todos los dioses!
—¿Cómo garantizar tú que Anuurn seguro, eh? ¿Cómo curar tú stsho? ¿Cómo explicar tú estos humanos que nosotros cambiar idea? ¿Cómo tratar tú con knnn, eh?
Pyanfar sintió que el pánico la ahogaba. No sólo porque todo era lógico y las piezas del juego estaban ahí. Miró nuevamente a su alrededor y vio las filas de hani, su propio pueblo, algunos rostros que se habían endurecido y tenían las orejas gachas. Y otros, navegantes espaciales, que simplemente parecían preocupados. Como sus tripulantes.
Como Dientes-de-oro.
Y, de los kif, ni un sonido.
Las hani que dominaban la política acabarían colgándola en cuanto las cosas se calmaran. Lo que pedían era el último fragmento de harapienta reputación que le quedaba a Chanur.
—Sí —dijo—. Bien, está claro, ¿no? Le decimos a estos humanos que deben irse, eso es todo. Que has consultado con algún alto Personaje, que hay muchos problemas y que deben coger sus naves, nada más, y volver al otro lado de esa frontera. Y eso podemos hacerlo, ¿verdad? Con esta acción daría a Skkukuk, aquí presente, una buena oportunidad para que regresara a su hogar con dignidad y estilo, un regreso de primera categoría… todo un vuelco en la política, un nuevo mekt-hakkikt, nuevas directrices. No estoy realmente interesada en meterme dentro del espacio kif, Skkukuk, amigo mío. Me siento muy complacida de que tú seas el nuevo hakkikt y que gobiernes por encima de todos los kif a los que puedas echar mano. Y todo lo que debes hacer es mantener bien controlada esa frontera en cuanto los humanos la hayan cruzado.
—Kkkkt. —Skkukuk respiró con un leve siseo—. Mekt-hakkikt, justificas mi fe en ti.
—No entrarás en territorio mahen.
—Ellos no entrarán en el nuestro.
—No lo harán. —Miró a Jik. Y a Dientes-de-oro. Éste agachó sus pequeñas orejas y bajó lentamente la cabeza.
—Yo oír —admitió en voz baja. Repitió el gesto ante Jik, y ante el Personaje; luego se dio la vuelta.
Algo le pasa. Una cuestión mahen, alguna locura que ignoro: le he hecho algo. Le he vencido.
Dos planes. Dos tratados. Los mahendo’sat suben y caen según sus éxitos; y siempre repudian a los fracasados.
—Si tengo que dirigir todo esto durante un tiempo, le quiero a él —dijo, refiriéndose a Jik—. ¿Qué piensa de esto?
Los ojos de Jik ardieron durante un segundo y parecieron volverse más luminosos.
—Él decir que tú conseguir entonces agente condenada primera categoría.
—Este Personaje vuestro… —Una de sus orejas se inclinó cautelosamente hacia el mahen de la túnica con la Voz—. ¿Iji?
—Mismo. Yo hablo por él. Él no tener buena jerga. Mismo su Voz. Él también Personaje, ver que tú tener misma cosa que hacer ser Persona, mucho fuerza. Él decir… Dios hacer Personaje. Él… —Jik se encogió de hombros, como si no supiera expresarlo mejor—. Él decir Dios hacer montón experimentos raros.
Pyanfar echó las orejas hacia atrás, intentando averiguar qué debía opinar sobre esas palabras.
—Dile… dioses, dile simplemente que haré lo que deba hacer. En primer lugar… —Se metió las manos por la cintura del pantalón. Estaban heladas; tenía los pies insensibles a causa de la cubierta metálica del dique. Y seguía sintiendo miedo, puro y simple—. Tully.
—¿Capitana?
Los humanos venían en primer lugar. Estaba dando la espalda a las representantes del han y a las Llun. Se sorprendió un poco al descubrir que la presencia armada de Skkukuk, a su izquierda, sería un claro consuelo en cuanto llegara el momento de comunicar esas noticias.
—Lo que haremos será hablar un poco acerca del comercio y de todos los problemas ante los que deben estar atentos. Supongo que quizás han visto lo suficiente como para estar preocupados. Tal vez deberíamos decirles solamente que luego vendrán cosas todavía peores.
—Ellos ir —acabó diciendo Tully. Salió de la pequeña estancia iluminada con fluorescentes y situada en el muelle de Gaohn, donde mahendo’sat, kif y humanos discutían. Armados. Todos ellos, ya que los kif eran peores sin sus armas a mano que con ellas. Y la discusión se fue realizando por turnos continuos, hasta que Tully salió de la estancia entre una vaharada de ese aire rancio y cargado con el horrible hedor de tantas especies juntas, y se apoyó en el umbral—. Ellos ir.
Parecía exhausto. El sudor le pegaba el cabello a la frente y tenía los ojos hinchados. Tras haber pasado tres días metida en ese tira y afloja, había salido de la estancia en busca de un poco de aire fresco y para no perder los estribos. Ahora, al oír que se había logrado un acuerdo era como si el suelo desapareciera bajo sus pies.
—¿Irse? ¿Se marchan? ¿Han dicho que sí?
Dioses, ¿quién les había amenazado? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha fallado? La belicosidad no entraba en las estrategias que había elegido. El desanimarles sí. Había tenido que repetirlo una y otra vez a Skkukuk hasta que lo retorcido de esa táctica y sus ventajas se abrieron paso lentamente por su estrecho cráneo kif, y sus ojos ribeteados de rojo mostraron un claro interés lo cual, y que los dioses las ayudaran a todas, podía acabar por cambiar las estrategias kif.
—Ellos decir sí —respondió Tully, haciendo con la mano un gesto que imitaba una nave al partir—. Ir camino hogar. Kif y mahendo’sat ir con ellos. Primero mahendo’sat, luego kif, con pocas hani. Tú tener que encontrar nave hani ir. Hacer paso por territorio kif.
—Ese bastardo. —Refiriéndose a Skkukuk, que era quien más motivos tenía para dirigir un desfile de humanos que se marchaban, justo a través del territorio kif. También era la ruta más corta.
Tully seguía apoyado en la pared, parpadeando para apartar el sudor que le caía sobre los ojos. Olía espantosamente mal a pesar de las cantidades de perfume con que se había obsequiado. Había adquirido esa costumbre de los otros. Todos los humanos lo habían hecho. Pero un humano recalentado seguía poseyendo su aroma particular.
—¿Bien? —le preguntó.
—Dioses. —Respiró profundamente y al cruzar la puerta lo tomó por el hombro. Tully tenía que volver adentro. Aún le necesitaban. Los traductores mecánicos eran un desastre. Y Tully parecía como si apenas fuera capaz de tenerse en pie—. Sí. Bien. Gracias sean dadas a los dioses. ¿Puedes aguantar un poco más? ¿Otra hora?
—Yo hacer. —Con voz ronca, más bien desesperada.
—Tully, puedes irte con ellos. ¿Entiendes? Ir a casa.
Tully la miró, parpadeando. Y meneó la cabeza. Un viejo gesto suyo, una vez más.
—Aquí. La Orgullo.
—Tully, no comprendes. Tenemos problemas. Ahora todo va bien. Después… no lo sé. No estoy segura de que las Chanur no terminemos arrestadas. O algo peor. Tengo enemigas, Tully. Montones. Y si me ocurre algo y a Chanur también, te quedarás solo. Sería un mal asunto. ¿Entiendes eso? No puedo afirmar que vayas a permanecer seguro. Ni tan siquiera puedo afirmarlo de mí o de mi tripulación.
No la comprendía. Las palabras quizá sí. Pero no el modo en que el han pagaba a hani como Ayhar o Tahar, quien todavía no deseaba volver. Sólo los dioses podían saber qué reservaban para Chanur.
—Yo amigo.
—Amigo. Dioses. Te deben mucho, Tully. Pero tienes que salir de aquí, con quien sea.
Sus ágiles ojos fueron hacia la puerta, como una hani que ladeara la oreja. Ellos.
—No bueno yo ir con ellos.
Entonces, tenía sentido. Y demasiado.
—Tienen la misma forma de dar las gracias que el han, ¿eh? Lo mismo que te pasa a ti, me pasa a mí con las hani. Un maldito jaleo, Tully…
Él se limitó a mirarla, en silencio.
Y entraron en la habitación, los dos. Para empezar con los mapas y las rutas exactas.
Al otro lado de una mesa llena de humanos cansados y de bastante mal humor.
Tully habló de nuevo desde su asiento situado hacia la mitad de la mesa. En voz baja e inexpresiva.
La réplica sonó más bien acalorada, pero perdió fuerza cuando Tully la tradujo. Sencillamente, dijo:
—Ellos ir. Querer nosotros ir con ellos hogar.
—No —dijo la Llun, antes de que el Personaje mahen lograra meter baza. Skkukuk se limitó a seguir sentado, emitiendo chasquidos, como si hablara consigo mismo.
—No es un buen momento —dijo Pyanfar. Era una vieja comerciante. Tully se las arregló para transmitir sus palabras—. Ahí fuera hay knnn. —Tully lo tradujo, lo cual seguramente les haría fruncir aún más la frente.
—Kkkkt —musitó Skkukuk al tiempo que alzaba la mandíbula, gesto que probablemente no lograron comprender.
Tully dijo algo. Era probable que Tully sí lo hubiera entendido.
Después de eso se mostraron dispuestos a volver a sus naves.
—Lo hemos conseguido —dijo después a la Llun y a sus centinelas en el pasillo, cuando ya sólo faltaba levantar la sesión. Ella y la más vieja de las Llun guardaban cierto parentesco. Ninguna de las dos deseaba mostrarse demasiado íntima: las Inmunes adoraban su neutralidad.
—Esperamos que los mahendo’sat ofrezcan algún tipo de compensación —comentó la Llun.
Pyanfar abatió las orejas y se le aflojó la mandíbula.
—Dioses, acabamos de lograr que los kif y los mahendo’sat se muestren de acuerdo en…
—Estás en una situación muy peculiar.
Pyanfar la miró, en silencio.
—Ejerces una influencia única —continuó la Llun.
El instinto comerciante de Pyanfar tomó el control. En un relámpago cegador. Dioses. Les hace falta alguien, ¿no?
Que los dioses nos salven. Los mahendo’sat.
Puedo conseguir que la Orgullo vuelva a funcionar. Quizá pueda salir de este puerto. Tal vez pueda jugar lo bastante bien como para que no nos arresten.
—Tanto al han como al colectivo de las Inmunes se le ha ocurrido que si has conseguido esto, puedes hacer otras cosas —siguió la Llun—. Tienes una influencia muy considerable sobre los mahendo’sat.
¡Dioses, dioses, todavía no lo ven! Los mahendo’sat, los mahendo’sat son lo único que pueden ver. Los stsho y los mahendo’sat. Sus preciosos intereses comerciales. Pyanfar se puso en movimiento. Vio a su escolta compuesta por varias especies que la aguardaba al final del pasillo, con las abundantes armas tintineando. Al igual que los knnn y los tc’a de ahí fuera, quienes según los juramentos de Jik y Dientes-de-oro eran una presencia pasablemente amistosa. Y una nave pirata que se mantenía muy callada y quieta pero que, con toda seguridad, seguía a la escucha. Conocía a Tahar, sabía que escucharía hasta que llegara el instante de ponerse en acción. Soy peligrosa. Para ellas soy una plaga y un peligro. Pero se han equivocado en cuanto a cuál es el peligro.
—Chanur. El han te ofrece tus tierras.
Pyanfar giró en redondo, parpadeó y se quedó mirando a la Inmune.
—¿Quieres decir que mi hijo se rinde? ¿Piensa devolver las tierras? ¿O el han se limitará a confiscárselas?
—Algo inventarán. Están dispuestas a ello.
—¡Condenadas y codiciosas bastardas sorbehuevos! ¿Qué piden? ¿Qué intentan comprar? Por el infierno mahen, ¿con quién creen que están tratando?
—Creo que ni ellas mismas lo saben. Creo que ni se lo imaginan. Yo sí. Y los clanes del espacio también. Dicen que lucharán si el han te pone un solo dedo encima. Saben lo que eso significaría para los mahendo’sat y los kif. Yo también lo sé.
—¡Están locas!
—Tienes una posición. ¿Qué ocurriría si no estás ahí para ocuparla? Respóndeme a eso.
Skkukuk sería lo que Sikkukkut quería ser. Jik desacreditado. Sacudidas en el gobierno mahen. Más locuras.
No quería pensar en eso. Era algo que permanecía día y noche en su interior, como una sustancia indigerible.
Lo mismo ocurría con la solución.
—Así que el han sólo quiere que baje y me encargue de jugar a la política y pagar la cuenta del bar, ¿eh? Que me haga un sitio cómodo junto a las Naur.
—No he dicho eso. No he dicho que las Naur no vayan a intentarlo. —La Llun parecía tener algo amargo en la boca—. No he dicho que debas escucharlas. Tienes amistades. Eso es lo que estoy intentando comunicarte… de forma oficiosa.
—Porque conseguí el acuerdo en esa habitación.
—Seré sincera. Algunos clanes te habrían apoyado. El clan Llun no podía hacerlo. Tenemos otros motivos que considerar. Sé que no estoy hablando con ninguna recién llegada a la política, pero yo tampoco lo soy.
—Quieres decir que sabes lo que podía hacer.
—Eres hani. Regresaste aquí, como Ayhar. Como todas las demás. Eso nos tranquiliza un poco en cuanto a lo que harás en el futuro.
—Y la tierra es el resto, ¿no?
—Puede conseguirse algún tipo de arreglo.
Le dolía el corazón. Agudamente. Tuvo que respirar varias veces para que el dolor se disipara un poco y le fuera posible hablar.
—Soy demasiado sincera, Llun. Soy demasiado condenadamente sincera para aceptar ese trato. Soy demasiado sincera para hacerle eso al han, y me refiero a nosotras, no a las que tienen su ancho trasero sentado en ese mausoleo de mármol e intentan jugar a la política en un cosmos que ni tan siquiera entienden, por todos los dioses. Soy la mejor educación que van a conseguir en toda su vida, probablemente. Tienes razón. Ni tú ni tus centinelas deben tocarme, y tampoco a mi tripulación. Ya sabes lo que eso provocaría.
Las orejas de la Llun se habían abatido.
—¿Es una amenaza? ¿Debo tomarlo como tal?
—No te preocupes por mí. No soy Ehrran. Ni Naur. No me dedico a llevar cuadernos de anotaciones. Y voy a ser una pésima invitada. ¿Entiendes eso? No puedo incluir ese tipo de asuntos políticos en el han. No puedo sentarme en el han y manejar a los kif. O a los mahendo’sat. O a los stsho. Esto no es lo que han acordado entre los kif y los mahendo’sat. Ya no tengo parientes. No puedo tenerlos. No puedo pagar ese tipo de obligaciones y deudas. Vamos, Tully.
Pasó junto a la Llun, alejándose de ella por el corredor sin mirar ni una sola vez hacia atrás. Sentía un fuerte dolor en las entrañas. Nadie la esperaba, sólo desconocidos y alienígenas. Y tenía que encararse con la tripulación. Y explicárselo.
—¿Mal? —preguntó Tully.
—No. —Al decirle eso se encontró algo mejor. Ya se había decidido. Mientras andaban, le puso la mano en el hombro—. Amigo —le dijo, y descubrió que decirle esto también la hacía encontrarse mejor.
—Pyanfar… —Tully se detuvo y la miró. Tenía algo en la mano y, cogiendo la suya, le hizo poner la palma hacia arriba para dejarle ese objeto entre los dedos. Pyanfar los abrió. Era el pequeño anillo de oro. El que encontraron en la perdida Ijir. El anillo de ese amigo suyo—. Tú tomar. —Tully alargó la mano y le tocó suavemente la oreja—. Así.
Era su objeto más preciado, lo único que era realmente suyo y que le vinculaba con sus muertos.
—Dioses, Tully…
—Tomar.
Pyanfar cerró la mano sobre el anillo. Tully pareció complacido ante ese gesto, incluso aliviado, como si se hubiera librado de algo que le resultaba demasiado pesado.
—Tully… ¿quieres quedarte o irte?
—Quedar. Con la Orgullo. Contigo. Con tripulación.
—¡Ahora no es como antes! ¡No será igual! Maldita sea, Tully, no consigo hacerte entender en qué te estás metiendo. Puede que la tripulación acabe yéndose. Hilfy tendrá que irse. No sé dónde iremos a parar. No sé cuánto tiempo puede durar esta situación antes de que todo empeore.
—Necesitarme.
Pyanfar abrió la boca y volvió a cerrarla. Siempre que había pensado en la tripulación y en quién le merecía más confianza, jamás le había venido a la mente el nombre de Tully. Como el anillo, era un regalo demasiado grande.
—Venga —le indicó.
—Todo va bien —dijo, con el estómago lleno, en la ahora atestada cocina. Las Tauran se habían ido, con las Vrossaru, a bordo de la Mahijiru, siguiendo a los humanos. Estaba el asunto de volver a Punto de Encuentro y recoger sus naves y cargamentos. La Prosperidad de Ayhar también tenía que viajar en esa dirección con la bodega llena, tal vez Punto de Encuentro necesitara desesperadamente esa carga. Y, nunca se podía saber si eso eran buenas o malas noticias, el knnn había desaparecido junto con el t’ca, siguiendo una dirección que debía hacerles perderse en el limbo, si un knnn no fuera capaz de hacer saltos que otras naves no podían realizar. Hacia el espacio stsho, o eso parecía. Era su mejor hipótesis.
—Noticias de Tahar —comunicó Haral—. Tienen el mensaje.
—¿Qué dicen al respecto?
—Dicen que gracias. Dicen que creerán en la amnistía del han cuando la reciban grabada en una piedra, pero que de momento planean seguirnos como una sombra. Hasta que se difunda la noticia.
—Huh. —Era lo más prudente. Así era Dur Tahar. Pyanfar dejó escapar un leve suspiro—. Nosotras también tenemos algo que hacer en Punto de Encuentro en cuanto acaben de reparar nuestra cola.
Tomó un sorbo de gfé. Había un puesto vacante en la mesa. Hilfy estaba fuera de la nave, ocupándose de los asuntos de Chanur. Así tenía que ser. Dentro de un año estaría casada, era lo mejor que podía hacer Hilfy, buscarse a un joven lo bastante fuerte como para borrar del mapa a su primo Kara a quien debía devolver al territorio de Mahn.
Y respecto a esa elección, Pyanfar sentía fuertes deseos de aconsejarla; pero la relación que la unía a Hilfy se había vuelto demasiado distante, se parecía demasiado a una relación comercial. Hilfy tenía tanto orgullo como ella, era tozuda y callada. Pyanfar se veía en ella como en un espejo. Hilfy lo sabía todo; sabía más de lo que llegaría a saber cuando tuviera cien años. Por eso:
—Eh —le había dicho Hilfy cuando estaba a punto de irse. No le había hablado con la formalidad correspondiente entre la capitana y una tripulante, sino mirándola igual que una adulta a otra, a los ojos—. No pienso ir de caza entre los ermitaños. Me limitaré a difundir la noticia de que estoy buscando. Yo, la heredera de Chanur. Y el ganador conseguirá un pasaje de lanzadera para Gaohn. No me importa si es guapo o no. Pero, por los dioses, tendrá que poseer el valor suficiente como para subir hasta aquí y conocer a mi padre.
—Huh —había contestado ella a eso, ya que había resuelto apartarse de todos los asuntos del clan mientras tuviera que actuar como Personaje. Y ello no le permitía ofrecer consejos a Rhean, Anfy o cualquiera de las otras.
Y ahora, hablando con la tripulación, con sus primas, su esposo y un humano:
—Lo que os intento decir es que no tenéis por qué acompañarme esta vez. Si queréis pasar algún tiempo sin moveros, bien saben los dioses que ya os lo merecíais. —Contempló a Chur por debajo de las cejas, pues ella se lo merecía el doble que las otras—. Podéis quedaros en la estación. O pasar a otra nave. La Fortuna; la Luz. Cualquier nave. Soy la maldita Personaje de Anuurn. Puedo conseguiros el puesto que os venga en gana y mi posición debería permitirme poder realizar algunos de mis proyectos.
Un largo silencio.
—No —dijo Haral.
—No. —Igual que un eco, de Tirun.
—No se está segura en Anuurn —añadió Chur, y se encogió de hombros, como si se encontrara incómoda—. Pero he hablado con esa Llun. Inmune. Suave. Realmente suave…
—¿Quieres abandonar la nave? ¿O quieres sólo algún tiempo libre?
Chur suspiró, alzando los hombros.
—Dioses, quiero disponer de tiempo hasta que arreglen la cola, eso es todo.
Geran había parecido preocupada. Por un instante, de hecho, había parecido estar aterrorizada. Pero la sombra ya había pasado.
Khym miró a Chur. Y luego a Pyanfar, con el rostro tranquilo y pensativo. A veces sus ojos expresaban tan claramente sus ideas que Pyanfar era capaz de leerlas en ellos. Después de todos esos años.