13

La compuerta se abrió ante ellas y al otro lado estaba Tully, solo, armado y sin aliento. Los vivaces y pálidos ojos del humano se abrieron un poco más al verlas; la preocupación y la sorpresa se reflejó inmediatamente en su cara. Guardó la pistola en la funda y alargó la mano hacia Khym cuando éste cruzaba cojeando el umbral, pero obtuvo un gruñido por toda recompensa.

—Déjale —dijo Tirun.

—¡Estoy bien, maldita sea! —exclamó Khym—. ¡Dioses, dejadme en paz!

Y Tirun advirtió:

—Cállate. Yo tengo una pierna medio lisiada por culpa de algo parecido. Vamos a la enfermería, rápido.

Mientras, Tully le entregaba un pedazo de papel.

—Chur enviar. Kif venir en nave para llevar nuestro kif condenadamente rápido ahora. Tener Central perfecta. Ahora tener que hacer pregunta estación hani qué hacer nosotros. Mucha preocupación. Capitana Sirany portarse muy lista, dejar hacer a Chur.

Más parloteo humano, mezclando las buenas noticias y las malas. Urgente, decía el mensaje de Chur. La nave mensajera Nekkekt está frenando. Una lanzadera se dirige a la esclusa E para recoger a Skkukuk. Tengo una transcripción de todas sus comunicaciones a los kif. Parecen estar limpias. Comunicaciones de la estación indican que las Ehrran se han atrincherado en la Central; el ataque está en curso. No se menciona nada respecto a las opiniones de Llun sobre los kif. La Vigilancia está llamando al han para pedir instrucciones, la capitana se encuentra en paradero desconocido

El mensaje era demasiado viejo, por cuestión de segundos. El tiempo que había necesitado Tully para cruzar todo el pasillo inferior, bajar en el ascensor, y recorrer otro pasillo para encontrarse con ellas. Todavía habían ocurrido más cosas. Estoy transmitiendo mensajes a los límites del sistema con ayuda de Tully; excelente cooperación de las Tauran

Gracias fueran dadas a los dioses por Chur Anify. Y todas las demás.

—Venga. —Agarró a Tully para que fuera con ella. Tirun ya se había llevado a Khym; Geran y Harán cojeaban a su lado.

¿Era posible el altruismo? ¿Se había enfrentado Ehrran a ella para defender la estación, intentaba arrestar a las Chanur con la esperanza de conseguir el control de la situación, sabiendo que esa nave kif se aproximaba?

Si es así, lo siento. Lo siento de veras. No tengo tiempo para más. Le dolía todo. Tenía la vista nublada por el polvo y las partículas del dique, y le seguía sangrando la nariz. Apestaba a sudor y a sustancias volátiles.

No había tiempo para hacerse preguntas sobre eso. Se dirigió al ascensor.

Dos tripulantes de Sifeny y una de las suyas seguían ahí, metidas en el tiroteo. Y su esposo estaba en la enfermería para permitir que una navegante agotada y temblorosa le quitara un fragmento metálico de la pierna.

Ésas eran las cosas de las cuales quería preocuparse, las cosas que una hani, de algún modo, podía arreglar.

Pero no era eso lo que la estaba esperando en el puente.

Había bajas. Una muerte segura. Tres más, probables. El muerto era uno de los jóvenes de Llun; Hilfy había estado a su lado y contemplado el ingenuo rostro del muchacho. No era gran cosa. Un muchacho que había sido demasiado valiente y algo estúpido. Jugando a ser un héroe.

Dioses. Dioses. Nunca llegó a comprender que todo esto era real.

¿O sí lo supo? ¿Ese chico? ¿Podía imaginarse el negro vientre de la Harukk? ¿Un muelle kif?

¿Tenía que imaginarse todo eso?

Una mano le tocó el hombro. Su padre, cubierto de sudor y sangre, respirando roncamente. Y a salvo. Hilfy alzó los ojos hacia Kohan Chanur, quien la dominaba como una gran torre, enorme y bueno, y quizá ya no tan inocente como ella le había creído siempre. Tal vez, en realidad nunca había sido como ella pensaba.

Lo miró y vio que también él estaba buscando a alguien que ya no existía. Su hija, la que no tenía cicatrices. Quizá deseaba que ella le demostrara alguna emoción. Eso la hizo sentirse más triste, puesto que si ahora lo hacía, si se ablandaba, sería mentira. Sólo era capaz de sentir tristeza y lo único que hizo fue mirarle.

Su madre era más práctica. Huran Faha estaba a su lado, quizás algo aturdida. Cuando se dio la vuelta, entre ellas dos se cruzó una mirada dura y escrutadora, una mirada de advertencia, porque ahora había Llun ocupando este centro de control, mientras reunían a las hani del clan Ehrran en grupos y las llevaban fuera. Al final no había sido tan duro, unas pobres estúpidas que nunca habían estado en el espacio y que se fundieron tan rápido en el combate cuerpo a cuerpo que todo acabó con un par de disparos y un remolino de siluetas. Las Ehrran habían tenido que luchar y enfrentarse a navegantes espaciales que habían aprendido cómo hacerlo en los bares del muelle. Después de eso, no tuvieron ni una sola oportunidad. Cosa fácil.

Sólo el chico, que no se había encogido, ni siquiera había intentado protegerse. Se había limitado a correr hacia adelante en su ingenua bravura, porque eso se suponía debían hacer los machos, ¿no?

—¡Maldita sea! —De repente la ira fue excesiva, pero no había nada en qué gastarla. No tenía ningún deseo de quedarse aquí y responder a las preguntas de las Llun.

No era tan conocida como su tía Pyanfar. No era más que otra navegante espacial, delgada, con cicatrices y sin nada que la hiciera destacar, excepto que durante un instante había luchado junto al clan de Chanur y que, por un momento, el señor de Chanur —¡exseñor! ¡Oh, dioses!— le había puesto la mano en el hombro. Había llegado el momento de volver a la nave. Miró a Fiar y a Sif, logró atraer su atención con un gesto de la mano e inclinó una oreja hacia la puerta. Sí, era el momento de irse, antes de que las Llun se dieran cuenta de quién era y a qué tripulación pertenecía.

Pero entonces alguien apareció bruscamente en el centro del grupo, alguien con el vello de la nariz cubierto de canas, el rostro ceñudo, acompañada por un grupo de hani que no tenían un aspecto mucho mejor que el suyo… Era el aspecto, y Hilfy había llegado a conocerlo bien, de las navegantes espaciales después de un viaje brutal y prolongado. El vello mate, zonas donde la piel quedaba al descubierto… Las conocía, las había visto por última vez en un muelle, en Punto de Encuentro, cuando la policía de Ehrran las rodeaba a todas.

Banny Ayhar y su tripulación ocupaban el umbral de la estancia, parpadeando y mirándola con una insistencia mayor de la que se merecería un vistazo casual.

—¿Ésa es la joven Chanur? —preguntó Banny—. ¿Ésa es Hilfy Chanur?

La mandíbula de Hilfy se negó a funcionar. Su cerebro, que hasta ese instante había funcionado razonablemente bien, se convirtió en mantequilla.

—¡Es Chanur, seguro! —Banny tragó aire y las orejas se le inclinaron hacia atrás para erguirse de nuevo—. Me han contado lo que hiciste. —Las orejas volvieron a bajar—. ¡Nos has liberado, por los dioses! ¡Condenadas estúpidas! Pero ¿qué es todo eso acerca de vosotras y los kif?

Un profundo silencio a su espalda, y una atención todavía más profunda hacia la pregunta.

—Chanur —dijo otra voz a su espalda—. Ker Hilfy.

Hilfy se puso en movimiento, pretendiendo pasar junto a Banny. Pero ésta no tenía intención de moverse.

—Los kif —dijo Banny Ayhar—. Eso es lo que quiero saber. ¿Qué está pasando?

O se paraba o tendría que pelear. Una pelea en esos instantes no beneficiaría mucho a Chanur. Miró a Banny Ayhar con las orejas gachas y con todo el poder de la automática en el puño, que ahora no le servía de nada.

Dioses, puedo echarlo todo a perder. Todo. Si se enteran de lo que hemos estado haciendo, lo difundirán a los cuatro vientos, lo gritarán por todas partes y entonces moriremos. El planeta entero morirá por culpa de eso. Oh, Banny Ayhar, maldita estúpida, por todos los dioses, vas a conseguir que se pierda cuanto has logrado.

—Tienes el mensaje aquí —le dijo a Banny, en voz baja y apremiante, ahora con las orejas hacia arriba—. ¿Quieres hacer que se pierda todo? ¿O me apoyarás, aquí y ahora?

Estaba hablando con una capitana, de gran veteranía; y lisa y llanamente, se había olvidado del ker y de todos los respetos; poniendo en el juego toda su vida y su ser.

Las orejas de Banny se agitaron primero hacia un lado y luego hacia el otro en un silencio total. Todas las presentes en el centro tenían que haber oído el matiz de apelación que había en sus palabras, como si Ayhar y la Prosperidad fueran parte de lo que manchaba el nombre de Chanur. Ahí atrás estaba Harun. Y Munur Faha. No se encontraba sola. Ni en el asunto de los kif. Había capitanas de mayor edad en quienes confiar. Algo más lejos estaban Sif y Fiar, sus compañeras de conspiración, procedentes del mismo puente que ella.

Vio que en los ojos de Banny Ayhar se encendía un súbito y cauteloso recelo, la mirada de una vieja comerciante con experiencia en muelles peligrosos. Esa vieja hani sabía darse cuenta de cuándo le hacían una señal y, por los dioses, la había entendido. De repente, el centro de control se llenó de navegantes espaciales y hani de la estación, navegantes y Ellas, una especie que apenas si resultaba un poco menos desconocida y extraña que los kif.

—Chanur —dijo esa voz Llun a su espalda, la voz de una hani con cierta autoridad y bastantes años.

Pero, antes de que se volviera, Ayhar alzó el mentón del mismo modo en que lo había hecho desde los muelles de Anuurn hasta Punto de Encuentro. El mensaje era: Aliada, hasta que me demuestres lo contrario.

—Capitana, están en la Central, lo han conseguido.

Pyanfar cruzó el puente hasta apoyarse en el respaldo del asiento ocupado por Chur mientras las dos tripulaciones lanzaban gritos de alegría.

—¿Todo despejado?

—Aún no lo han confirmado oficialmente. —Chur no se volvió hacia ella. Tenía las orejas inclinadas hacia atrás en tanto que pulsaba teclas y manejaba los controles—. Estación de Gaohn, aquí la Orgullo de Chanur, vamos a recibir una lanzadera que se aproxima, nos encargaremos de ella. Nos gustaría recibir información lo más rápido posible sobre las bajas habidas. —Una pausa. Una agitación de orejas—. Capitana, un mensaje general: Mantened la calma. Llun ha tomado nuevamente la Central.

—Muy pronto todos los clanes que estén dentro del radio de recepción pedirán listas de bajas. Supongo que tendremos que sentarnos y esperar.

—Me gustaría que hubieran puesto algunas operadoras en las salidas de datos. Lo único que recibimos es el mismo mensaje, emitido una y otra vez. Nadie se encarga de manejar nada. Hemos recibido el mensaje a través de una nave mercante de Moura. Alguien tiene que estar controlando las comunicaciones desde ahí.

Pyanfar se mordisqueó los bigotes, lanzó un bufido y repitió el gesto.

—No van a hacernos favores. Quienes tengan que recibir malas noticias las recibirán primero, ése es el modo habitual. Y tienen razón. Limítate a mantener el contacto.

Mientras tanto, la tripulación de Tauran seguía metódicamente la aproximación de la nave kif, la cual se dirigía hacia el dique con la popa ya en posición. Y en esa cubierta había cierto kif, aguardando con su equipaje y su Cena bien envuelta. O eso esperaba ella.

(—Skkukuk —le había dicho hacía poco por el comunicador—. Aquí la capitana. Sólo quiero hacerte saber que he vuelto y que tenemos la situación bajo control.)

(—No me cabía ni la menor duda de ello —le respondió la voz del kif, un tanto metálica, como sonaban siempre todas las comunicaciones debido al receptor de la cubierta E—. Te entregaré los corazones de tus enemigos.)

Literalmente. No era algo en lo que Pyanfar tuviera muchos deseos de pensar ahora, con la posibilidad de que se hubieran producido bajas en la Central y el desagradable recuerdo de Ehrran en el dique. Cada vez que la imagen aparecía en su mente, Pyanfar notaba cómo ésta intentaba huir de ella, pero la imagen volvía una y otra vez.

No quedó nada de ella. Nada. Oh, dioses.

Una Inmune. Por muchos problemas que nos diera, seguía siendo una Inmune.

Estuvo escuchando las distintas comunicaciones que indicaban el atraque de la nave kif.

—¿Quieres ocupar tu puesto? —le ofreció Sirany por segunda vez.

El significado de esas palabras era: ¿quieres asumir el mando dada la situación? Y, claro está, todo lo que el mando implicaba. Miró hacia donde estaba la Tauran y vio el cansancio y la preocupación de una hani que tenía miedo de cada instante que pasaba allí sentada, pero que temía igualmente el ceder ese puesto y devolvérselo a Chanur.

—De acuerdo —dijo Pyanfar—. Quiero que mi segundo oficial suba al puente: ¿te importa sentarte en el puesto de observación? Haremos que nuestras dos tripulaciones se repartan entre el puente y la cocina, puede que necesitemos todas las manos expertas de que podamos disponer.

—Está bien —aceptó Sirany, levantándose del asiento número uno—. Dos minutos de pausa y estaré aquí de nuevo.

—El contacto es inminente —informó la Tauran que se encargaba de controlar el atraque, sin detener sus movimientos sobre los controles. Ahora los relevos de tripulación se reducían a unos cuantos cuerpos que cambiaban sus posiciones, y jamás se producía un instante de pausa en el rumbo de las operaciones.

La pequeña nave kif hizo contacto con la abrazadera del dique sin una sola sacudida. Se oyó el gemido de los mecanismos retractores y luego toda la nave se estremeció levemente con un chirrido metálico al moverse la abrazadera, que giró hacia abajo para posibilitar el contacto entre las dos escotillas.

Una hani podía sentir el deseo de unas últimas palabras, una despedida. Aunque fuera con un kif. Pero los kif no eran así. Skkukuk salió de la Orgullo sin decir nada y lo único que les llegó fue la seca comunicación del piloto, comunicando que su lanzadera estaba lista para soltarse.

Un instante después se produjo el despegue. La pequeña nave giró sobre sí misma, alejándose con toda la velocidad de que era capaz, con un último y leve chisporroteo de los motores sobre el casco de la Orgullo.

Pyanfar supuso que el capitán de la nave que se alejaba tan rápidamente debía de ser otro kif ambicioso, ya que había decidido asumir la responsabilidad de recoger al kif de las hani.

Pero no debía de ocupar la posición más importante entre las naves de ahí fuera. Eso era algo que ahora ya sabía. Probablemente ocupaba una posición de tercer orden, y no luchaba por alcanzar la primacía en los favores de Sikkukkut. Por esto corría un riesgo calculado, quizá pensaba acabar con su pasajero, quizás tenía la intención de escucharle, dependiendo de cómo se desarrollaran los acontecimientos. Y en esos mismos instantes era probable que, en las naves kif número uno y número dos, los capitanes estuvieran muy preocupados. Ahí fuera, entre los kif, todos los capitanes debían de estar preocupados, los que ocupaban posiciones más altas estarían intentando digerir los repentinos reajustes de la jerarquía: acababan de conseguir un montón de las naves de Akkhtimakt.

Buena suerte, mi cautelosa sombra. Buena suerte. Para los dos.

Suspiró y empezó a manipular los controles.

—¿Nos vamos? —preguntó Haral, que estaba a su lado.

Era lo que más anhelaba, sacar a la Orgullo de la estación, alejarla del muelle hasta un lugar donde no ofreciera un blanco tan evidente.

—Quiero que nuestra gente regrese. —Sentía un nudo de hielo en las entrañas. Quiero recibir alguna noticia de la Central, maldita sea. ¿Qué está pasando ahí ahora? La estación se encuentra asegurada. No hay alarmas de avería o daños. El tiroteo no puede haber sido tan malo.

Kohan es demasiado temerario. Dioses, no permitáis que haya cometido alguna imprudencia.

Hilfy… no, Hilfy sabe protegerse.

—No puedo confiar en esa respuesta —dijo la Llun en voz baja y tranquila—. No hagáis nada que pueda advertir a nuestros enemigos. No veo a ningún enemigo aquí, ker Hilfy Chanur. Veo naves alienígenas que se mueven en el exterior. Veo que la estación se encuentra bajo amenaza y oigo hablar de algo que pone en peligro a nuestro planeta. Me pregunto de dónde procede tal amenaza y si hay otras cosas que ignoramos.

Hilfy mantuvo las orejas erguidas, dejó que bajaran sólo un poco para demostrar su disgusto y las levantó de nuevo. Kohan estaba ahí, Kohan, despojado de su título y de todas las cortesías que se le debían, todo el clan… dioses, todo el clan tenía que huir ante el ataque de Kara Mahn y exiliarse con su señor antes que someterse al recién llegado de Mahn y a su hermana. Quienes tenían poder en Chanur se encontraban aquí, muy probablemente, como lo estaba Rhean. O Jofan, que debía de haber actuado con rapidez para llegar aquí con Rhean, Kohan y las demás.

Jamás se había sentido tan orgullosa de su clan y sus parientes.

Ker Llun —dijo con voz suave y firme—, hay algo que sí puedo decirte. Esto no podrá resolverse a base de números. Numéricamente no podemos vencer a lo que está ahí fuera. No tenemos ni las naves ni el armamento necesario. En estos momentos nuestra mejor baza es un mahendo’sat al cual hemos perdido de vista y las naves que han llegado desde el espacio lejano. Están mis tres tías y Ayhar, aquí presente, y Harun, Faha, Shaurnurn, Pauran y Tauran. Y todas las demás. No sé cuántos machos adultos o jóvenes hay en la estación, pero lo más prudente sería sacarles de aquí, que todas las naves sin armamento suficiente para combatir se los llevaran tan lejos como sea posible hacia el espacio mahen.

»Lo único que podremos hacer será confiar en los dioses y esperar que dentro de unos meses reciban la noticia de que Anuurn sigue estando aquí. En caso contrario… seguirá habiendo hani. Por eso estamos luchando. En este mismo instante el lugar más peligroso, dentro de todo el sistema, es una de nuestras naves armadas; luego vienen las estaciones espaciales y, en tercer lugar, nuestro mundo. Tienes que dejar marchar a esas naves, ker Llun. No te estoy hablando de Chanur y no te pido un favor; te estoy pidiendo que dejes marchar a esas naves y que nos otorgues con ello una última posibilidad. —Extendió el brazo y le mostró el hombro, allí donde los kif habían dejado cicatrices que no se le borrarían en toda la vida—. Éste es el tratamiento que reciben los invitados de los kif. No quieras averiguar lo que hacen con los que no tienen ni la calidad de rehenes.

—Y tú… —le preguntó la Llun muy despacio, sin alterarse—… ¿y tú eres ahora una rehén, Hilfy Chanur?

—Hogar y sangre, Llun. Somos libres.

—Nosotras estamos en esa nave. —Una voz joven habló aunque sus mayores guardaban silencio. La voz se quebró y por un instante pareció que iba a callarse. Luego Fiar Aurhen par Tauran se abrió paso por entre dos capitanas y se encaró a la Autoridad de Llun, las orejas gachas y la voz demasiado aguda—. Tienen razón. Lograron salir de Kshshti…

Para las Llun, atadas a la estación, Kshshti era sólo un lugar sobre un mapa, algo que quedaba muy alejado de su experiencia. Mkks se encontraba más allá de su imaginación. Por un instante Hilfy sintió un profundo terror, viendo que el abismo que se abría entre ellas era imposible de salvar.

—Ahí fuera tenemos un buen problema —dijo Banny Ayhar con su habitual voz de trueno. Lanzó un bufido y, antes de agitar el brazo en un rápido gesto, se subió los pantalones con un brusco tirón—. ¡Por todos los dioses, Shan Llun, si tienes tu casa en llamas pídele ayuda a quienes tengan cubos a mano! ¡No se te ocurra encerrarlas y llamarlas traidoras! ¡Que se vayan al infierno mahen las enviadas del han, sus cuadernos de anotaciones y toda esa basura! ¡No puedes convocar un referéndum entre los kif, y ellos no tienen ningún comité de estudios! Condenadas idiotas, habéis escuchado a Ehrran y a quienes eran como ella hasta que se apoderaron de vuestra estación y ahora no queréis escuchar a las que sostienen el dique en los hombros. ¡Miradlas, os digo! ¡Sí, están cubiertas de barro y por eso creéis que han traído la inundación con ellas! ¡Y no os dais cuenta de que han estado luchando para poner los troncos en su sitio!

Hubo un profundo silencio. Las orejas de la Llun se agitaron en un movimiento casi imperceptible que ella contuvo rápidamente. Sus grandes ojos dorados ardían con dos centros de negrura.

Agitó una mano hacia la Llun que estaba tomando notas furiosamente.

—Registra que se ha votado un quórum. La Llun ha oído el voto. La Llun proclama que hay una emergencia civil: la anfictionía abarca todo el espacio. —Dejó caer la mano nuevamente—. ¿Qué capitana queréis al mando?

El silencio duró el tiempo de varias respiraciones.

—Pyanfar Chanur —propuso Kauryfy Harun.

—Banny Ayhar —dijo otra.

—Dioses y truenos, yo no —rechazó Banny—. Escoged alguien que tenga cierta idea de lo que está pasando ahí fuera. Chanur ha logrado seguir con vida hasta ahora. Yo me fiaría de sus conocimientos.

A eso siguieron varios murmullos apagados.

—Chanur —murmuró Munur Faha.

—Chanur —dijeron Shaurnurn, Pauran y unas cuantas más.

—Chanur —coincidió la Llun, agitando una vez más la mano—. Prepara las órdenes necesarias. Tanury: operaciones de evacuación. Nis: encárgate de coordinar las comunicaciones. Parshai: logística de naves. Abrid los tableros. Moveos.

Hilfy se quedó quieta, con todos los músculos fríos y nada dispuestos a cooperar. Las cosas habían cambiado de rumbo. Estaba libre. Las naves podían irse. Lanzó una mirada de agradecimiento hacia Banny Ayhar, pero ésta ya se había puesto en marcha. A Hilfy no le hacía falta pensar mucho para saber adonde se había dirigido. Y rápido.

Se lanzó hacia la puerta, rodeada por las demás, e hizo una seña a Fiar y a Sif para que vinieran con ella antes de recordar que les debía por lo menos una mirada a su padre y a su madre, alguna disculpa por haber dado un paso hacia adelante en esa última confrontación. Pero la Llun quería respuestas, la había acorralado, y Rhean se había mantenido en silencio, el silencio que debía guardar un clan acusado. Con dignidad. La poca dignidad que le quedaba a Chanur ahora que había perdido sus tierras.

Lo siento, quería decirles. Pero la presión de todos esos cuerpos la llevó a través de la puerta y no quedaba tiempo para despedidas o lamentos.

Dioses, ojalá convencieran a Kohan para que buscara refugio con él resto de los machos. Dioses, ojalá lo hicieran.

No creía que les fuera posible.

¿Dónde están las demás, las viejas tías, las criaturas, mis hermanas y primas?

¿En la Fortuna y la Luz? ¿Cuántas hani podían llevarse?

Si perdemos esas naves, Chanur morirá aquí.

No esperó el ascensor. Había demasiada gente. Se unió a las más impacientes y echó a correr por las escaleras, con dirección al muelle.

… esperamos con la mayor ansiedad —decía la voz precisa y paciente que brotaba del Control Central de Gaohn— que tendréis en cuenta las vidas que hay en la estación; pero somos conscientes de que bajo esta amenaza no constituyen la mayor prioridad. Por lo tanto, no pensamos entorpeceros con ningún tipo de instrucciones. Actuad como os parezca más conveniente. Las ciudadanas de la estación van a tomar todas las precauciones de seguridad. No os daremos ninguna otra orden hasta que haya terminado esta emergencia. Los dioses os defiendan. Tendréis otras prioridades. Fin del mensaje.

—Gracias, Llun. —Pyanfar mantuvo el tono igualmente tranquilo y frío, y la mano firme sobre el control—. Saldremos tan rápidamente como sea posible. ¿Podéis hacer que todas las cuadrillas de los diques se pongan en acción?

Dioses, ¿dónde había aprendido esa cortesía tan seca y breve? ¿De los kif? Escuchó el acuse de recibo de su mensaje y cortó la conexión. Pero no había promesas, nada que tuviera significado. Cuanto tenía por decir haría que, al llegar a una de esas naves, alguna capitana empezara a dudar y se hiciera más preguntas sobre ella. No era la forma de obrar de los kif: era el sentido común hani, su forma de no perder la cabeza.

Así que toda la defensa del maldito sistema se hallaba en sus manos… Así que estaban enviando a los machos adultos y a las criaturas a lo más recóndito del espacio mahen, para estar así seguras de que parte de la especie sobrevivía. Era lo que Llun tendría que haber hecho días antes, en lugar de esperar hasta que el desastre cayera sobre ellas. Sintió que la rabia hervía en su interior y empezó a respirar más rápidamente mientras seguía con las comprobaciones previas al despegue, primero una serie de controles y luego otra, en tanto que Haral se encargaba de comprobar el tablero de Tirun. Armamento.

Otra nave estaba entrando en el radio del control de tráfico de Gaohn, una nave procedente de Anuurn: una lanzadera, que venía de Syrsyn. La información brotó lentamente de la Central a la petición de la Luz: un despegue sin autorización. Una huida. Una piloto sin experiencia y sólo una técnico de vuelo. Los datos les llegaron desde una emisora del planeta: la pequeña Anfictionía de Syrsyn había escuchado el aviso procedente del espacio y había logrado reunir a los machos adultos, a las chicas y a los jóvenes de seis clanes distintos, como mínimo; los había metido en una lanzadera, con los machos y los jóvenes drogados para que no presentaran problemas, y ahora todo ese frágil y precioso cargamento subía por entre la atmósfera de Anuurn.

Eso la aterrorizó más que el peligro de Gaohn. Syrsyn estaba asumiendo el riesgo monumental de la acción que ella les había instado a tomar. La nave era tan pequeña y se encontraba tan indefensa que el acto resultaba locamente estúpido, con tan escasa tripulación y, bien lo sabían los dioses, sin otro plan de vuelo excepto el de subir. Utilizar los motores, trazar el rumbo después de encontrarse en el espacio, confiar en que alguien les acogería: un sistema de apoyo vital adecuado para… dioses, ¿cuál era la cifra? ¿Qué número de hani había en esa nave? Las criaturas de seis clanes, los machos, un par de hani para encargarse de manejar las emergencias y no permitir que cundiera el pánico…

¿Cuatrocientas vidas, quinientas?

¿Cuántas vidas de Chanur seguían todavía en Anuurn?

Dioses, sacarnos de este muelle. Dadnos una oportunidad.

Dejadnos llegar por lo menos hasta el borde del sistema.

No había minas, maldita sea, no se había hecho nada para evitar una invasión. El han había dictado sus instrucciones, el han dirigía. Pero el han no sabía nada de las tácticas mahen, los dioses las ayudaran, no tenían ni el menor conocimiento de cómo era el universo por encima de su cielo y su día. No sabían cuántas naves y objetos podían llegar hasta el sol con la velocidad de un proyectil cayendo desde el hiperespacio. No sabían que podían coincidir con los planetas habitables cercanos a velocidades que los hacían imposibles de localizar hasta que llegaran. Y cuanto más lejos del centro del sistema se establecieran las defensas para evitar tales ataques, más grande era la esfera defensiva y más grandes los huecos que había en ella. Incluso conociendo con seguridad de qué punto de salto procedía un cuerpo. Pero quedaba la duda de sí se atenía a los procedimientos habituales, como la entrada por el cénit del sistema; o si la inclinación de la estrella local y el pozo de origen le permitían algo así como una llegada por el nadir. Sí, quizá podía suponer que cualquier objeto procedente de Punto de Encuentro lo haría por el camino de Kura. La cual, bien lo sabían los dioses, era la ruta más corta.

Pero eso era mucho espacio. Y si los bastardos kif hacían alguna maniobra extraña en Kura, bien podían llegar por el nadir.

O quizás ya estuvieran ahí, tras haber frenado en mitad de un salto. Esa idea hizo que se le erizara todo el vello de la espalda: Sikkukkut o sólo-los-dioses-sabían-quién podía estar ahora ahí fuera y dirigiéndose en esos mismos instantes hacia el interior del sistema, con perfecto conocimiento acerca de la posición de todos los objetos que había en él.

—Cuenta. Coordenadas.

—Coordenadas. —Haral puso en marcha el cronómetro—. Tirun. Na Khym. Estamos en cuenta atrás.

Vamos de camino —dijo la voz de Tirun desde la cubierta inferior.

¿Poner a Khym en el camarote? Ése era el lugar donde debía estar.

No. Dale al menos eso. No vamos a salir de este lío igual que antes de meternos en él. La última vez, esposo. Creo que esta tripulación lo sabe.

—Hilfy acaba de llamar —dijo Geran—. Viene hacia la rampa, con Sif y Fiar. Ni un arañazo.

—Entendido. —Un apagado murmullo de alivio a través del puente. Habían encontrado a las que faltaban. Los mecanismos hidráulicos empezaron a sonar en la cubierta inferior al abrir Haral la compuerta desde su tablero.

Debería desear que hubiera llegado tarde. Ojalá lo hubiera hecho. Gaohn tiene más oportunidades que nosotras.

La compuerta volvió a cerrarse. La Orgullo acogía nuevamente a sus tripulantes.

—Estamos en cuenta atrás —le advirtió Geran a las recién llegadas—. Subid aquí.

Seis minutos.

—Capitana… —dijo la técnico de comunicaciones Tauran—. Tenemos contacto con la Vigilancia de Ehrran.

—Pásalo aquí. —Pyanfar pulsó el botón que se había encendido y sintió que se le formaba un nudo en las entrañas—. Pyanfar Chanur al habla.

Capitana. —La voz que le llegó por el comunicador era fría y neutral—. Aquí Jusary Ehrran, en funciones de capitana. Hemos realizado una votación en la nave. Actuaremos en defensa del sistema. Iremos hacia el vector de Kura.

Pyanfar miró de soslayo a Haral, frunciendo el ceño y con las orejas gachas.

—Condenada bastarda sin orejas —murmuró Haral. Disputa de sangre: no cabía duda. Con un clan Inmune. No podían rechazarla, y tampoco podían rechazar su oferta de ayuda—. Están intentando cubrir su maldito trasero.

—No hay forma de salir del apuro, ¿verdad? ¿Quieres dejarlas en el muelle de Gaohn?

—Capitana… —Otra vez la técnico—. Ayhar en el canal. La Prosperidad, están a bordo.

Malas noticias y buenas noticias, como el movimiento de un péndulo. Todo el universo andaba confundido. Pulsó el segundo botón, aunque el primero todavía parpadeaba.

—Aquí Pyanfar Chanur. Banny, te debo una copa.

Le debes una copa a toda mi tripulación, viejo reptil de muelles, orejas rotas, antes de que volvamos al puerto.

—De acuerdo, Banny. Cuídate, ¿eh? Te daré la secuencia dentro de un minuto. —Cortó el canal y pulsó nuevamente el otro botón.

Mientras tanto, acogidas por un leve murmullo de las demás tripulantes, las que faltaban habían llegado al puente: Tirun, Hilfy, Fiar y Sif, acompañadas de Khym. A su llegada siguió un momento de leve confusión, ya que las tripulantes de Chanur tenían prioridad a la hora de ocupar los asientos.

—Puesto de observación número 2 —le oyó decir a Geran. Sin discusión. Un murmullo de Khym. La voz de una Tauran, casi inaudible. Y Tully, con Hilfy. La situación se estaba solucionando sin problemas entre las tripulaciones.

—Tenemos ya una secuencia preliminar —estaba diciendo Haral, probablemente dirigiéndose a su hermana Tirun—. Nos han indicado que la Central nos pasaba el control.

Vigilancia —dijo Pyanfar por el micrófono—, aquí Pyanfar Chanur. Preparaos para recibir vuestra secuencia de salida.

Entendido —le llegó el acuse de recibo. Y bajo el gélido y preciso tono de esa voz, Pyanfar oyó otras palabras que no habían llegado a pronunciarse: hogar y sangre. Más tarde, Chanur.

—Os cubriremos igual que a las demás —informó Pyanfar.

Una pequeña pausa.

Apreciamos eso, Chanur. —Una cortesía a cambio de otra. Esa hani tenía algunas cualidades positivas. Y luego—: Todo esto es culpa tuya, Chanur.

—Te veremos ante el han, Ehrran.

La luz indicadora del canal se apagó.

La energía aumentaba de nivel, había empezado la secuencia para el despegue. Sonidos familiares. Sentía un gran frío en las entrañas y le dolía el costado. Una secuencia apareció parpadeando en la pantalla número uno. Pulsó las teclas, confirmándola, y la secuencia se esfumó; ahora aparecería en las pantallas de todas las naves, transmitida por la Central.

La Fortuna y la Luz irían cada una a un extremo de la formación, bastante separadas del resto. Su grupo contenía a las naves con las cuales había venido: la Industria y la Esperanza de Shaurnurn, la Viento Estelar y la Tejedora de Pauran. Y naves que habían venido con la Fortuna, y las que se habían unido a la Prosperidad de Ayhar, naves que cada una de esas capitanas podía utilizar confiadamente, un número mayor para la Prosperidad, y tenía más en camino. La Vigilancia de Ehrran se encargaba de barrer el arco más grande, hacia el nadir. No era el punto más conflictivo, sino el punto de cruce donde podrían atrapar a las naves rezagadas o perdidas.

Para algunas de las tripulaciones ésta era la segunda ocasión en que se le quitaba la cubierta protectora a los pocos armamentos que llevaba una nave mercante. Hacía dos años. O el año que fuera, teniendo en cuenta la fecha actual, de la que no estaba muy segura. Dioses. Había perdido la cuenta. ¿Cuatro? ¿Más de cuatro? Recordó el rostro de Kohan, cubierto de canas, afectado por el paso del tiempo. El mundo cambiaba. Otros rostros que había conocido durante su juventud en Anuurn habrían muerto. De vejez.

¿Qué edad tengo? ¿Cuántos años hemos perdido ahí fuera?

Los saltos de uno o dos meses hacían que los años se acumularan rápidamente, ya que de un salto a otro pasaban muy poco tiempo en los muelles. De pronto se encontró intentando imaginar qué aspecto podían tener ahora su hijo y su hija, Kara Mahn y Tahy, ahí abajo, gobernando las tierras de Chanur, sentados en el han, por todos los dioses. Tahy era lo bastante vieja como para sentarse en el han y hablar en nombre de Mahn, y para votar contra los intereses de Chanur. De repente esos rostros infantiles dieron un salto pasando a la adolescencia, a la edad adulta, a la madurez final. El hosco rostro de Kara, con su ancha nariz, todavía más hosco y ceñudo; la eterna mirada furtiva de Tahy convertida en una expresión reticente y desagradable, una adolescente de poca estatura convertida en una mujer no muy alta y de aire adusto, cuyas orejas siempre se estaban agitando como si sospechara una continua conspiración a su alrededor. La imaginación de madre se encargaba de pintar esos cuadros y de añadir el color gris a las melenas de sus descendientes. Las orejas de Kara tendrían su buena ración de cicatrices y heridas. La primera vez que Kara intentó apoderarse de las tierras de Chanur, Kohan estuvo a punto de arrancarle las orejas, y no consideraba muy arriesgado pensar que Kohan le habría vuelto a dar una buena lección. A cambio de sus propias cicatrices. Dioses. Tan aprisa. La vida pasa tan rápido. ¡Qué gran parte de ella hemos perdido!

Las abrazaderas estaban retirándose. Los cohetes secundarios se encargaron de mantenerlas estables bajo la cuidadosa mano de Haral. El incesante parloteo del comunicador le llegaba desde tres puestos de operaciones a la vez, con los canales separados; cada uno se encargaba de operaciones y rutinas que, en parte, acababan llegando a Tirun, en el panel auxiliar.

Pyanfar empezó a manejar su ordenador particular, clasificando y examinando los datos que pasaban por Tirun. La Orgullo aceleró con fuerza y algo negro, peludo e irritado lanzó un chillido y cruzó velozmente el suelo, arañándolo con sus garras, hasta que, ¡crack!, se estrelló contra el panel del fondo. Con otro chillido de rabia, la criatura se debatió y empezó a moverse hacia un lado, luchando contra la aceleración.

—Dioses y truenos. —Pyanfar le dio una patada casi maquinal, sin prestar mucha atención a ese pequeño bastardo. Los números eran más importantes. Sólo los dioses podían saber qué le habían hecho esas cosas a los sistemas de popa. La criatura salió huyendo hacia la cocina—. Tendremos que someter la nave al vacío para librarnos de esos bichos.

—No estoy muy segura de que eso acabara con ellas —dijo Haral—. Preparadas para el giro.

La Orgullo giró sobre sí misma, y la gravedad cambió de vector y volvió a orientarse. Seis de los motores principales entraron en acción, una buena sacudida moral estando tan cerca de Gaohn. Las leyes y las reglas ya no se consideraban importantes. Pero Gaohn estaba preparada para un desastre, con su población acurrucada en las secciones más internas. Adquirieron velocidad y pasaron la zona en que estaban permitidos los motores auxiliares, conectando los principales a toda potencia.

Estaban libres. Y moviéndose. Hacia el borde del sistema.

Y sólo los dioses sabían qué era lo que estaba ya ahí, dispuesto a entrar.

—Comunicación de la Favor de Mahaar —informó Chur—, dirigiéndose a Tyar. Han recibido nuestra transmisión anterior y dicen que van a mantener su posición.

Delante de los kif.

Pyanfar se arriesgó a mirar por un segundo la pantalla en la que un punto, una nave kif, se encontraba demasiado cerca de Gaohn, con la pequeña lanzadera en sus entrañas.

Dioses, demasiado cerca de Gaohn y de Anuurn.

Es un error. Soy una estúpida. Matarán a Skkukuk, pobre bastardo. Le harán pedazos, y ahora se encuentran en una posición desde la cual pueden acabar con toda la estación.

¿Disparar sobre ellos? Esas condenadas naves de caza kif entierran sus secciones de personal en lo más hondo, tienen unos diez metros de material que debe reventar antes de poder destruir esas secciones, los malditos proyectiles de que disponemos no lograrán penetrar tanto sin que los arrojemos con la velocidad suficiente, y ahora estamos todavía prácticamente paradas. Estúpida, Pyanfar, estúpida.

Mientras, la aceleración seguía aumentando. El ambiente estaba cargado de una tensión asfixiante y olía de forma desagradable, como si en él flotaran sustancias químicas. Como si en el aire hubiera polvo. Ozono. Los filtros no funcionaban. En el tablero de los sistemas vitales se había encendido una luz roja. Nadie le hizo caso.

Pyanfar parpadeó. Por un instante se había encontrado en el oscuro vientre de la Harukk, con el brillo de las luces de sodio. Kif de túnicas oscuras, el olor del incienso y el amoníaco.

Naves kif en el muelle de Kefk, delgadas, con sus enormes toberas, erizadas de cañones que les conferían un aspecto maligno. Igual que esa de ahí fuera.

—Prioridad —dijo Hilfy, y Pyanfar sintió que se le helaba el corazón—. Capitana, es la Nekkekt. Piden instrucciones.

Dioses, es evidente que ahora no dará la vuelta. Las cosas son demasiado inciertas todavía. Sólo matan a sus oficiales durante una crisis.

Y a sus aliados.

—Que dejen hablar a Skkukuk.

Una pausa. Mientras tanto, los motores principales seguían a toda potencia, doblando su velocidad y colocándolas en ángulo respecto al vector de los kif. Los kif podían disparar desde cualquier ángulo. La Orgullo y el resto de los cargueros tenían sus limitaciones.

Es un maldito suicidio. Mentiras y fanfarronadas, desde el principio hasta el final.

—Han mandado a buscarle —dijo Hilfy—. Capitana, tienen un grave problema. Por la manera en que habló su técnico de comunicaciones, creo que quien pedía instrucciones era el capitán.

—Creo que tienes razón —murmuró ella.

Presionar a ese bastardo. Hacer que tu propio skku se ponga al micrófono. Dioses. ¿Qué está haciendo el han, en qué piensan las naves de ahí fuera? Chanur está hablando con los kif, tenemos un kif prácticamente en Gaohn, de esa nave salen transmisiones en humano y en kif

A quien están vigilando es a Harun y las otras. Las naves que vinieron conmigo. Los clanes del espacio. De ahí sacan sus indicaciones para actuar… saben que Chanur podría estar loca, pero no Chanur, cinco clanes más y los mahendo’sat. De momento están aguantando bien… dioses, conocen a los kif, saben que todo este maldito embrollo es muy inestable.

Si supieran hasta qué punto lo es

—Skkukuk en el canal número uno —dijo Haral. Una luz empezó a parpadear.

Pyanfar apretó el botón.

Skku mío, vamos a tomar el vector de Kura. Ocúpate de ello.

Una pausa. ¿Está al otro lado de la línea? Dioses, no cometamos un error ahora.

Chanur-hakkikt. —Con voz fría, clara y cargada de tensión.

¿Skkukuk? ¿Ése es Skkukuk?

Pukkukt’ sobre tus enemigos, hakkikt. Te los entregaré.

¿Skkukuk?

Una pausa.

Naturalmente, mekt-hakkikt. Skkukuk. —Un matiz raro en su forma de hablar. El tono era distinto—. Pukkukt’ sobre todos tus enemigos. Confía en mí.

En nombre de todos los dioses, ¿qué está tramando? ¿Es él? ¿Qué le ha pasado?

¿O, los dioses nos ayuden, es algún tipo de prueba kif?

¿O sólo un kif que ha ascendido?

—Que esas malditas naves se pongan en formación, encárgate de que se organicen. ¡La primera que haga un movimiento en falso, elimínala!

.

La luz se apagó. Sin mas. Pyanfar sintió un leve escalofrío en la espalda.

—¿Qué hemos creado? Dioses, ¿qué hemos creado, eh?

Haral se volvió hacia ella. Tenía en el rostro la misma expresión que había en el de Pyanfar, era como verse en un espejo.

—¿Dijo mekt-hakkikt?

Pyanfar parpadeó. El escalofrío no la dejaba. Y por el comunicador no llegaba ninguna pregunta de las naves hani. Ni de la estación. Ni de los pocos mahendo’sat que seguían manteniendo sus posiciones ahí fuera, con los kif de los cuales Skkukuk acababa de apropiarse.

Ni una palabra, tampoco, de Sirany Tauran, que ocupaba uno de los asientos como una tripulante más.

Está fuera de control.

La tripulación no habla. Hay demasiado silencio entre los puestos.

¿Qué están pensando, por los dioses?

Es nuestro último viaje y lo sabemos, ¿verdad? Las cosas han cambiado. Ya no somos las mismas.

Tosió.

—Tenemos una de esas malditas cosas negras suelta por ahí, y sólo los dioses saben dónde aterrizará en cuanto maniobremos. Quería que lo supieras, nada más.

—Dioses —murmuró alguien. Y fue como si toda la tripulación respirara al mismo tiempo, relajando sus músculos colectivos.

—¿Qué decir? —preguntó quejumbrosamente Tully, que no la había entendido, como de costumbre—. ¿Qué decir?

—La capitana… —empezó a explicarle Khym.

—Movimiento en la Nekkekt —informó Geran con voz monótona… deliberadamente monótona, en el mismo instante en que la pantalla de Haral se iluminaba con la luz de prioridad. No era ninguna emergencia. Eso estaba donde debía estar.

—Transmisión —dijo Hilfy—. Skkukuk está transmitiendo tus órdenes a los kif. Comunica a los clanes y a los mahendo’sat que se mantengan lejos de su camino.

—Confirma eso a nuestros aliados.

Una pausa. Una pausa más larga de lo que se tardaba en tragar aire y expulsarlo. Luego:

—Bien. —Y, en cumplimiento de la orden, una rápida sucesión de botones apretados.

—Capitana… —La voz de Chur, en un tono muy, muy bajo y tranquilo. Había tensión en ella—. Tengo una idea.

—Suéltala.

—Los kif. Conocen a su enemigo. Dieron la vuelta aquí mismo. Las naves de Akkhtimakt… —La voz se quebró y, con un esfuerzo, se hizo nuevamente audible—. Sabían que la trampa había saltado… Han estado aquí… ¿cuánto tiempo? Jik siguió adelante… pero hay otros…

—Los horarios. Dioses. Los mahendo’sat saben que hay una segunda ola, lo saben. Hilfy. Transmite, a la Hasano-ma. Dioses, hemos estado sentadas todo el tiempo sobre ese programa en código… la carta de Jik. Haz pasar las partes en código, y mándaselas luego. Mándalo hacia el vector de Ajir. Pon nuestra firma en el mensaje y que los mahendo’sat empiecen a moverse… dioses, dioses, dioses, nos dio una llave, un código y nos quedamos sentadas encima, sin usarlo.

—Eso hará que los kif se preocupen un poco.

—¡Bien! Les encanta preocuparse. Jik. Jik, los dioses te… no, no se ha ido. No le hace falta saltar todo el trayecto hasta Ajir, por los dioses, puede detenerse ahí fuera, parar, dar la vuelta y regresar aquí, y los kif lo saben, lo saben, por eso se han quedado ahí sin hacer nada. Akkhtimakt se metió en una trampa y sus naves lo vieron venir, por los dioses, ya estaba atrapado aquí gracias a la acción de Ayhar… Entonces llegamos nosotras, sus naves fueron presa del pánico y desertaron; y ahora no saben qué hacer.

—Matar a sus capitanes —dijo Haral con el ceño fruncido—. Eso están haciendo, ¿quieres apostar algo? No van a volver donde esté Akkhtimakt. Ese bastardo se ha esfumado. Habrá ido corriendo hasta el abismo más hondo, y su tripulación le matará y hará que esa nave dé la vuelta si durante un tiempo consiguen evitar la lucha contra los mahendo’sat: saldrán de ahí y volverán a toda velocidad, como un proyectil, apenas tengan oportunidad de hacerlo.

—Tirun, ¿cuál es la situación de las naves mahen?

—Están a unos buenos ocho minutos de lapso.

Pyanfar se mordisqueó los bigotes. Una buena hora luz para llegar al nadir. Quizá dos, si había una fuerza mahen acechando en tal dirección.

Los dioses te lleven, Jik… ¿meter nuevamente a las hani en el combate, eh? Utilizarnos como cebo. Ponernos en acción. A menos que ya estés de camino. Y no será así, ¿verdad? Es una trampa que los kif comprenden, una trampa para especies que gustan de mantenerse al acecho. Por eso han vacilado, claro, ahora tengo ahí fuera a una docena de kif intentando decidir si me escuchan o si se vuelven contra mí

No saben qué puede llegar aquí. Cualquier cosa es posible. Si es Dientes-de-oro, será mejor que se unan a mí. Si es Sikkukkut, será mejor que no lo hagan. Pobres bastardos. ¿Qué puede hacer un kif sino mantenerse quieto y ganar tiempo?

Y Skkukuk, ese condenado y traicionero kif está ahí fuera, arriesgando la piel porque le parece lo más lógico. Es mío. Comprende que estoy en contra del hakkikt y Sikkukkut le matará junto con todas nosotras, eso es lo que maquina ahora esa cabeza suya sin orejas… está utilizando cuanto tiene y se ha lanzado de frente hacia esos bastardos, con la mayor mentira de que es capaz

Dioses, ¿es posible decir de un kif que tiene valor?

—Tenemos una…

—¡Prioridad! —gritó Geran—. Una señal, en el diez del cénit, veintidós, diez…

La imagen de la pantalla empezó a parpadear y quedó rodeada de una cinta roja. La señal recién aparecida parpadeaba también en rojo…

—¡Knnn! —dijo Hilfy—. Eso es una señal knnn…

—Vector, vector…

Una línea apareció súbitamente en los diagramas de rumbo y toda la perspectiva cambió, entrando en rotación y mostrando que la trayectoria cruzaba todo el sistema y pasaba junto a ellas. La imagen, al cambiar sus fuentes de recepción, pasó al color amarillo:

—Va a pasar por los confines del sistema —dijo Geran—, por entre… la órbita de Tyri hasta el nadir.

—Dioses, esto no me gusta. —La voz de Sirany. Muy baja y tranquila.

—Aquí hay peces muy raros —murmuró Pyanfar—. Dientes-de-oro. Aparecieron justo antes que Dientes-de-oro en…

—Prioridad, prioridad, tenemos otra…

—Aquí está —dijo Haral, justo cuando la imagen de la pantalla presentaba otra señal que empezó a parpadear, colocándose en primer término. La imagen de los knnn no cesaba de alterarse a medida que avanzaban, girando para mostrar su posición relativa. El ordenador había hecho que el perímetro de toda la pantalla se encendiera y apagara con la luz indicadora de peligro—. El mismo rumbo.

—No son knnn —dijo Pyanfar—. Eso podría no ser knnn, tengo un terrible presentimiento…

—¿Una falsa señal de identificación knnn?

—¿Quién se atrevería a dispararle? Que el armamento empiece a seguirla. Advertencia a todas las naves, Hilfy.

—Bien.

—Armamento preparado —dijo Tirun—, y siguiendo el blanco.

—Acaba de convertirse en una señal kif… ¡es la Harukk!

—Los dioses se lo… A todas las naves. ¡Entrad en inercia!

—¿Para hacerle más lento?

Haral estaba leyéndole de nuevo el pensamiento. Los motores principales de la Orgullo se apagaron bruscamente y tuvieron la repentina sensación de que el abajo ya no estaba en la popa, de que ahora no se encontraban tendidas de espaldas sobre los asientos, sino que la ligera rotación de la nave las atraía hacia ellos… todo el tablero se volvió borroso ante sus ojos durante un segundo y una oleada de vértigo y pánico mezclados se abatió sobre ella…

—Tenemos… tenemos que hacer esto paso a paso. Por los dioses, tengo la esperanza de que Sikkukkut actúe otra vez con inteligencia, la suficiente para que eso le cueste el cuello… nadie entiende al han.

Una pantalla empezó a cambiar de imagen, parpadeando rápidamente. Más kif aparecían dentro del sistema. Las señales de identificación se multiplicaban. Harukk. Ikkhoitr. Otros miembros de su vieja sociedad.

Durante un segundo todo permaneció en silencio y tranquilo. Sólo que del hiperespacio llegaban más y más naves.

Y las naves hani guardaban un prudente silencio. Incluso Ehrran. Ningún movimiento para poner en duda la confianza instantánea e indiscutida que habían depositado en ella. Mantener la formación. Seguían avanzando a una velocidad mayor de la que permitían las reglas de navegación en el interior del sistema.

Piensa, estúpida. Al otro lado del abismo lumínico los kif se habrán disparado o habrán hablado. Una cosa o la otra.

—Comunicaciones a mi tablero. —Un instante después se encendió la luz indicadora del canal número uno. Dioses, ahí fuera reciben la ola creada por nuestro mensaje, todo lo que envió Chur, en kif y en humano: y no pueden entenderlo que está en humano—. Mándales la imagen de las pantallas, envíales cuanto sabemos. Rápido. —Conectó el canal del micrófono—. Harukk, bienvenida a Anuurn. Aquí Pyanfar Chanur, a bordo de la Orgullo de Chanur. Akkhtimakt ha sido derrotado, sus naves le han abandonado, alabado sea el hakkikt. Si os sigue algún enemigo, estamos preparadas.

—De eso pueden estar seguros, por los dioses —dijo Haral en un murmullo cuando hubo cortado la conexión. Tenía las orejas gachas. Pyanfar descubrió que había apretado la mano izquierda hasta formar un puño y que las garras habían atravesado el cuero.

Bien, ¿qué ha hecho? ¿Disparar o hablar?

Cada vez más y más lejos.

¡Están reduciendo velocidad! —gritó Geran, y el puente resonó con el grito y el jadeo que surgió de todas las gargantas.

—Gracias a los dioses —dijo alguien. Tully murmuró algunas palabras en su idioma, con un hilo de voz.

—Sigue transmitiendo ese mensaje —ordenó Pyanfar—. Repítelo, repítelo.

—Lo estarnos haciendo —dijo Hilfy.

Cinco naves. Cinco, ahora seis, dentro del sistema. La Harukk y la Ikkhoitr. Y otra más. Siete.

¿Cuántas? Dioses, ¿cuántas? ¿Logró escapar? ¿Pudo huir con el tiempo suficiente y salvó sus naves?

Tiene que haber perdido algunas. En Punto de Encuentro. En Kura, si los mahendo’sat llegaron ahí desde Ajir. Tienen que haberlo hecho. Tuvo que pasar por esa prueba y perder otra fracción de sus fuerzas. ¡Ayudadnos un poco, dioses!

Ocho ahora. Nueve y diez, con un amplio intervalo entre ellas.

—Prioridad —dijo Hilfy—, comunicaciones de la Harukk: dioses, está en código, estamos recibiendo algún tipo de código, es para esas naves de ahí atrás…

—Sigue con nuestra transmisión.

El dolor le aumentaba alrededor del corazón, cada vez más y más fuerte. La sangre le retumbaba en las sienes. Ni una sola transmisión de las naves que las rodeaban, nada de las naves que tenían detrás, todavía… todavía. La velocidad de la luz hacía que hubiera un breve retraso para ellas.

—La Nekkekt está respondiendo —dijo Hilfy—. Todo en código.

¿Qué estás haciendo, Skkukuk? ¿Qué andas tramando? ¿Quién está al mando de esa nave?

Doce. Trece naves. Catorce.

Prioridad. —La comunicación le llegó directamente por la conexión del oído—. Instrucciones del hakkikt, alabado sea. Restaurar emisión baliza para nuestras naves. Rendir al instante el sistema y todas sus naves. El sistema seguirá existiendo bajo la autoridad de mi skku Pyanfar Chanur, cuyas órdenes proceden de la mía. Cesad todas las hostilidades. Estáis tratando con el mekt-hakkikt Sikkukkut an’nikktukktin, quien concede el dominio de este sistema y sus posesiones adyacentes a Chanur, su vasalla.

Pyanfar dejó escapar lentamente el aliento en un silbido casi inaudible. Dioses, qué deben pensar ahora, Rhean, Anfy, Harun, Banny y las demás… por el infierno mahen, qué deben pensar ahora los kif que están a mi espalda. ¿Qué he hecho poniendo en movimiento a Skkukuk?

Los dioses me ayuden, lo tengo, lo tengo todo, todo ha caído en mis manos para que lo proteja, mi gente, mis aliados. No dispara.

¿Qué hago ahora?

—Contestación: Pyanfar Chanur al mekt-hakkikt Sikkukkut an’nikktukktin, alabada sea su previsión, tengo en mi poder a sus enemigos.

Ambigüedad. Los dioses nos salven a todas.

Haral había mirado en su dirección. Y allí estaba esa pequeña criatura negra escabulléndose a toda velocidad fuera de la cocina, como si las Tauran que se encontraban ahí dentro hubieran hecho algo violento.

—Nuestro único recurso es la astucia —dijo a Haral—. Recuerdo cuáles fueron las palabras de Dientes-de-oro. Tenemos que calmar un poco la situación de aquí y luego hacer una breve visita a la Harukk, eso es lo que debemos hacer. Seguiremos la sugerencia de Dientes-de-oro. Nos meteremos en su cama y acabaremos con él.

—Las dos —replicó Haral.

—No. Tú tienes una nave que dirigir. Haz que nuestra velocidad se iguale a la de la Harukk, sí, eso es. Le atacaría ahora mismo si tuviéramos el ángulo y pudiéramos usar su velocidad, pero con lo despacio que vamos nos sería imposible atravesar esos escudos.

Haral seguía mirándola. Estaba hablando de suicidio. Haral lo sabía. Haral también sabía esa otra verdad, pura y simple, que su armamento no era nada contra el blindaje de aquella nave de caza… la única posibilidad era que uno de los dos objetos tuviera en el momento de encontrarse una fracción de velocidad lumínica que añadir al impacto. Un impacto que debería ser frontal. Y Sikkukkut, alabado fuera su astuto y correoso corazón kif, no estaba dispuesto a facilitarles esa labor.

—Es lo único que podemos hacer, ¿no crees?

—Te refieres a subir a esa nave y pegarle un tiro a quemarropa.

—Eh, nunca se han mostrado demasiado puntillosos en cuanto a que lleváramos armas. La etiqueta kif nos favorece, ¿no?

—Sí —admitió Haral.

—Me dirá que vaya a bordo de su nave, espera y verás. Entonces tendré mi oportunidad y tú, si puedes, tendrás que destrozar sus toberas. No hace falta que te lo diga, ¿verdad? Conoces tu oficio. —Una mirada de soslayo a Haral. Vieja amiga, vieja compañera, la que bien podría haber capitaneado la Orgullo hacía ya mucho, mucho tiempo. La misma que ahora estaba contemplándola con esa calma estólida tras la cual se escondía mucho dolor—. Hace mucho que lo sabes.

—Sí —repitió Haral—. Tengo que vigilar a la Harukk, ésa es mi misión. Pero tu trabajo no consiste en meterte ahora mismo ahí dentro. Sólo tú posees nombre y credibilidad, ¿me oyes?

—Nadie más puede acercarse a ese condenado kif…

—Estará esperando algo semejante. Por eso nadie más puede acercarse a él. Por eso no funcionará con los kif. No hay ninguna posibilidad de ganar. Si lo haces, Py, tendremos un montón de kif dentro del sistema.

—Debemos conseguir que yo entre ahí, eso es lo que debemos hacer.

—Esos mahendo’sat están esperando en los límites del sistema. Seguimos ignorando dónde está Dientes-de-oro… por todos los dioses; él y los humanos pueden aparecer aquí a toda velocidad en cualquier instante. Hemos dirigido un mensaje a los mahendo’sat, Jik vendrá aquí… No lo hagas. No te lances en medio de ese embrollo. Tenemos que permanecer aquí, sin movernos, y hablar con ese bastardo todo el tiempo que él quiera, tenemos que conservar la calma, capitana, eso es lo que debemos hacer. Debemos esperar a que llegue nuestro momento confiando en que no…

—Capitana —interrumpió Hilfy—. Hemos recibido un mensaje de la Vigilancia. Cito: «pregunta, pregunta, pregunta». Eso es todo.

—Que los dioses pudran a ese nido de locas. Diles que cierren la boca. Dioses, aún conseguirán que todo salga mal. Diles… No. Diles eso de antes. Que cierren la boca. La próxima vez que una nave empiece a transmitir sin que yo le haya dado permiso, les costará unas cuantas orejas, díselo. Y dile otra vez a la Harukk que el sistema está bajo control y que sus enemigos están retirándose. Diles que tenemos un contingente mahendo’sat dentro del sistema para apoyar a Jik, quien ha partido en persecución de Akkhtimakt. Diles que estamos dispuestas a concertar una entrevista y arreglar las cosas.

Dieciocho naves. El espacio de la pantalla se iba convirtiendo en una confusión de señales de identificación y colores a medida que las naves reducían velocidad y seguían produciéndose nuevas llegadas.

—Bien —dijo Hilfy.

—Capitana —intervino Tully—. Mal. Error. Nave mal.

—Dioses. —La voz de Geran—. Esa última nave no tiene identificación. No está emitiendo nada. Ahí fuera hay algo que no es normal.

El corazón empezó a latirle más rápido.

—Céntrala en el blanco. Dame su vector.

—Estoy en ello —dijo Sif.

Estaba detrás de las otras naves. La línea surgió rápidamente en la pantalla, hacia arriba, trazando su curso junto con el resto de la masa.