Cuando llegó a la cubierta inferior notaba las rodillas flojas y el peso del arma hacía que se tambaleara. Se dio de bruces con las demás al salir del ascensor y meterse en el pasillo: tripulantes, con Tully y Khym.
—He dado órdenes —les dijo a los dos—. No. Quedaos aquí.
—La situación en el exterior ha cambiado —dijo Khym—. Py, por todos los dioses…
Enfrentada a esa tozuda desesperación que leía en sus ojos, esa emoción que se daba cuenta de la suya y le respondía, Pyanfar sintió una oleada de pánico. Oh, dioses, le estaba suplicando que le dejara encontrar su propio lugar. Y si nunca volvía a tenerle con vida junto a ella… si le perdía ahí fuera; sí, sí y sí. Vio que todas las tripulantes se encontraban en un estado anímico parecido, flacas, los ojos ardiendo, acosadas, unos fantasmas de ellas mismas, pero con las armas en la mano, las orejas erguidas y la mirada brillante a pesar de que la carne estuviera desapareciendo de sus cuerpos.
—Tenemos que golpear aprisa —dijo, y vio a Chur, que doblaba la esquina, procedente de los camarotes de la tripulación y se apoyaba en la pared para sostenerse. Chur con un rifle colgando del hombro—. Tú… —dijo, refiriéndose a Chur—. Y tú… —refiriéndose a Tully, el cual era una provocación para cualquier hani xenófoba y un blanco de primera categoría—. Vosotros dos…
—Tully y yo cubriremos la escotilla y os protegeremos, de acuerdo. —La voz de Chur era un susurro enronquecido, tal como convenía a un fantasma—. Entendido, capitana. Adelante.
Así trabajaba Chur, con el ingenio y la conspiración: Chur hacía trampas jugando a los dados. Lo mismo haría Geran. Por una buena causa. Pyanfar logró respirar con un jadeo, miró desesperadamente a Geran Anify y no recibió ayuda alguna: otra vez el silencio, ahora que Chur había vuelto al negocio.
—Entonces, por todos los dioses, que Tully no se aleje de ti —dijo, clavando el índice en el pecho de éste—. Quédate en la nave. Ayuda a Chur. Obedece las órdenes de Chur. ¿Entendido?
—Entender. —Con esa mirada particular de Tully cuyo significado era que si hubiera creído factible el salirse con la suya y acompañarlas, habría empezado a discutir. Esta vez la barrera del lenguaje la influenciaba más a ella que a Tully—. Tened cuidado.
—Puedes estar condenadamente seguro de que lo tendremos. Venga —dijo a las demás. Se apartó bruscamente de la pared que había utilizado para sostenerse durante un momento y trotó hacia la escotilla.
La alarma había empezado a sonar, la llamada a la tripulación de la Orgullo: no era problema suyo, pero los músculos se le tensaron como si la alarma estuviera conectada al sistema nervioso de cada Chanur. Los pasos resonaban en los corredores, la tripulación adicional corrió hacia el ascensor que habían dejado atrás, y ya llegaban al pasillo de la compuerta. Más pisadas a su espalda. Pyanfar se volvió para ver aparecer a Skkukuk, procedente del otro lado.
—¡Tus órdenes, cúmplelas! —le gritó. Al siguiente pestañeo, el kif ya se había desvanecido—. ¡Sirany! —gritó por el intercomunicador, con la voz convertida en un mero gruñido—. Abre esa compuerta… —No era Haral quien estaba ahí arriba, Haral permanecía a su lado; ahora dependía de hani desconocidas que debían entender sus señales sin error.
La escotilla se abrió. Pyanfar quitó el seguro de la automática ilegal e inhaló el aire que traía el viento que azotaba sus rostros: la presión de la Orgullo había bajado un poco y ese viento procedente de Gaohn olía a cosas olvidadas. A hani. A frío y peligros, también, y a la casi congelada pestilencia de la maquinaria que el espacio ha enfriado. Cruzó corriendo la escotilla y entró en el pasadizo, el plástico amarillo y las placas de acero del tubo de acceso, y respiró de nuevo profundamente ese aire para el cual estaba hecha su fisiología. Sintió en su interior algo parecido al efecto del estimulante, como si pudiera respirar mejor, como si las cosas adquirieran una claridad sobrenatural y toda la sucesión de acontecimientos empezara a moverse a una velocidad razonable.
—Son hani —dijo con la boca seca, jadeando mientras corrían a lo largo del tubo. Confiaba en la tripulación que la rodeaba como en sus propios reflejos, sabía dónde se colocaría cada una de ellas, sabía que Chur estaba donde había dicho que estaría y que tendría a Tully controlado; que Tirun, en último lugar porque le costaba correr, estaría vigilando cualquier cosa que ellas tuvieran demasiado cerca como para ver que se les caía encima; que Haral estaba a su lado igual que otra mano derecha; y que Hilfy y Geran se encontraban en el centro, con Khym. Khym era el que peor disparaba de todas y no el más rápido corriendo, pero si las cosas llegaban a ponerse mal podía lanzar una barrera de fuego junto con cualquiera de las otras. Hani, se recordó al salir de la rampa y dirigirse hacia un lado, al refugio ofrecido por la grúa y las consolas. A lo lejos se divisaba otra tripulación que bajaba al muelle con tanta rapidez como la suya: ésa era Harun. Y ahora llegaba Sif Tauran: Pyanfar giró en redondo y se la quedó mirando con cierta confusión y vio que Fiar llegaba corriendo por la rampa.
—Estamos libres de turno —jadeó Sif—. La capitana dijo que saliéramos aquí para ayudar.
—Venga —dijo, percibiendo la juventud de Fiar, el ceño fruncido en el rostro de Sif… Así que las habían enviado para guardar el honor de Tauran. Otra batalla por Gaohn. Todo el mundo quería participar en ella.
Sirany, estúpida, ahora son hani contra hani, ¿no lo ves? Aquí no hay gloria…
Otras siluetas estaban apareciendo en los diques y subían corriendo hacia ellas. Algunas Shaurnurn, un trío de Faha y otro de Harun, ninguna tripulación entera, sólo fragmentos. Eso quería decir que las naves disponían de suficientes manos a bordo como para conseguir escapar si llegaban los kif; suficientes como para convertirlas en una amenaza visual, ya que no podía ser más. No lo había ordenado. Quizá lo hubiera hecho Harun o Sifeny Tauran. Prudente. Sentido común.
Seguía deseando tener a todo ese personal extra en el muelle, junto con su potencia de fuego. Ninguna de las demás tripulantes llevaban automáticas, ni tan siquiera rifles: todo su armamento era legal. La mayoría habían tenido que hacer el largo trayecto desde Punto de Encuentro y eso ya las había dejado exhaustas; se les notaba en el rostro, en el poco lustre del vello y en la posición de las orejas. Y Harun y el resto habían tenido que hacer cuatro saltos.
Pero ahora se acercaban otras siluetas para unírseles, con el vello reluciente y con ropas de limpio color azul, mezcladas con el verde de otras figuras y con la seda color cielo de las más lejanas: tripulaciones y capitanas de otras naves al final de los muelles. Eran naves que habían tenido que hacer su propia Larga Carrera para llegar hasta aquí, quizá, pero que al menos tenían la vista despejada y parecían frescas tras haber pasado un tiempo aquí, bloqueadas. Los contingentes de Banny Ayhar, las naves del espacio mahen.
Pyanfar contuvo el aliento, parpadeó contra el mareo y el insuficiente riego sanguíneo que le llegaba a la cabeza y, al mirar por segunda vez, aturdida, a esa silueta color azul cielo, reconoció a su propia hermana. Rhean Chanur, con el mismo aspecto que tenía dos años atrás. Una figura muy alta seguía a Rhean por entre las mangueras, las viguetas y la maquinaria del dique, una silueta masculina que destacaba claramente entre toda esa multitud de primas y sobrinas Chanur. Tenía demasiadas canas para ser su hermano pero, no, eran indiscutiblemente los rasgos de Kohan, todo su aspecto hablaba de Kohan. Llevaba un arma en la cadera, una pistola, y en cuanto a si sabía utilizarla, la respuesta sólo la conocían los dioses…
Con él venía su esposa del clan Faha, Huran, la madre de Hilfy. Había también otras esposas suyas: Akify Llun era una de ellas, a su lado y al de Chanur, y no con sus parientes.
—Pyanfar —dijo Kohan cuando estuvieron cerca.
Se miraron durante un segundo, antes de que Kohan parpadeara lentamente, atónito ante lo que veía: la flaca silueta cubierta de cicatrices en que se había convertido su hija favorita, Hilfy Chanur par Faha, quien se le había acercado y le había ofrecido la mano izquierda para que la tocara, pues en la otra llevaba una automática ilegal. Después Hilfy Chanur tocó su mano y la de su madre, Huran Faha, ofreciéndoles tanto a ellos como a su tía Rhean y a sus primas el breve asentimiento de cortesía con la cabeza que podría dedicar a cualquier camarada sometido al fuego enemigo. Una rápida palabra y centró nuevamente la atención en cuanto la rodeaba, montando guardia junto a sus compañeras de tripulación, casi perdiéndose entre ellas. Le indicó con un gesto a Geran que vigilara una parte de los muelles mientras ella se encargaba de otra. Todo se movía, las tripulaciones ocupaban posiciones más ventajosas, y no había tiempo para decir nada, no había tiempo. Kohan parecía aún atónito, Huran estaba abatida. Khym tosió, un sonido de puro nerviosismo, un poco detrás de ella.
—Tenemos que llegar a la central —dijo Pyanfar—. Tenemos que sacar de ahí a Banny Ayhar, hay que liberar a las Llun…
Dioses, no saben qué hacer, me están mirando, nos están mirando a todas esperando que hagamos algo, como si ninguna de ellas hubiera luchado antes, como si no conocieran la estación de Gaohn.
Había un momento y un ritmo para conducir a quienes no sabían qué hacer y eran presas de la confusión moral; un segundo para apoderarse de sus almas antes de que empezaran a discutir, a dudar o hacer preguntas demasiado peligrosas.
—Vamos —les gritó, dirigiéndose a toda esa masa lunática de navegantes espaciales hani que intentaba tozudamente agruparse a su alrededor, como si fuera por voluntad propia el mejor objetivo de todo el Pacto.
Empezó a gritar instrucciones y a indicar pasillos y tripulaciones. La voz se le quebraba y las piernas le temblaban mientras lo ponía todo en acción… y un instante después ya no podía recordar a quién había enviado a dónde o cuándo, como si su mente hubiera regresado al hiperespacio y pudiera contemplar las cosas de forma general pero le faltara la precisión para enfocarlas más de cerca…
… batallas libradas en puertos y en campos de una pequeña perla azul, un mundo donde hani estúpidas luchaban para impedir que un cosmos demasiado decidido les arrebatara los negocios…
… Pyruun metiendo casi a la fuerza a Kohan en una lanzadera, pasándole de contrabando a Rhean, sólo los dioses podían saber cómo se las habían arreglado o bajo qué riesgo; pero, una vez, los mahendo’sat habían logrado hacer pasar a un humano dentro de un recipiente pata mercancía a través de un almacén stsho.
… Banny Ayhar corría hacia el hogar con un mensaje que se multiplicaba por sí mismo a través de todo el espacio mahen, recogiendo a más hani a medida que volaba hacia el hogar, y alertando también a los mahendo’sat, desde Maing Tol hasta su mundo natal, en Iji, para que cualquier ataque kif no pudiera tomarles por sorpresa, fuera cual fuera la intención de Sikkukkut. Las entradas y las salidas de los sistemas solares estarían minadas: los mahendo’sat habrían tenido tiempo para esa laboriosa acción, especialmente cerca de Iji y de Maing Tol, por lo que nada podría haberse escabullido a través de la puerta trasera. Sí, lo habrían hecho, mientras las naves hani volvían al hogar como los pájaros ante la tormenta. Los mahendo’sat habrían cogido a cada una de las naves que había libres en su frontera para utilizarlas, tanto en la defensa como en el ataque, y habrían recurrido a sus acuerdos con los tc’a, de forma que el complejo horario de movimientos de las naves mahen habría funcionado como una siempre creciente red de comunicaciones, las noticias se habían transmitido de un salto a otro y llegaban cada vez más lejos con cada nueva reunión de las naves afectadas…
… incluso a los capitanes en las naves de caza más alejadas del interior, capitanes como Dientes-de-oro, que ya no operaban con su discreción individual, sino según la información y refuerzos que recibían…
… Dientes-de-oro había sufrido una ofensa incalculable cuando la Aja Jin violó el horario establecido apareciendo en Kefk. Ésa había sido la razón de su ira, de su furia hacia Jik; ésa la razón de que Dientes-de-oro hubiera partido a toda velocidad: sus órdenes se lo habían dictado. ¿Y qué podía haberle dicho a Rhif Ehrran para hacerla salir tan rápido de ahí con un mensaje para el hogar? Cuidado, le habría dicho seguramente; vigila las consecuencias que tendrán lugar cuando ese empujón, del cual él estaba enterado, haga que los kif se lancen contra las hani. Había mandado a Ehrran allí donde se suponía que debía estar la Orgullo, el lugar hacia donde se dirigía Banny Ayhar, eso se lo habría dicho Jik, en una nave mucho más lenta pero con un mensaje que él le había dado, si es que vivía para llegar a Maing Tol. El plan de Dientes-de-oro había funcionado hasta que a la Orgullo se le destrozó una tobera saliendo de Urtur y tuvieron que ir en busca de ayuda; hasta que Sikkukkut se apoderó de Hilfy y Tully. Con ello había atraído a la Orgullo muy lejos, a Mkks, y luego (Jik intentaba conseguir su oportunidad y la desesperación de una hani, y sólo veía un modo de cumplir con sus planes horarios y mantener la posición dentro del asunto), a Kefk, donde las cosas se torcieron todavía más terriblemente. Allí las hani demostraron que no se podía tratar con ellas, que estaban divididas por las disputas de sangre; allí Chur yacía agonizante, impidiendo que la Orgullo se lanzara en ese peligroso viaje hacia el hogar por la ruta de Kura, para advertir del desastre ocurrido en Punto de Encuentro…
… Dientes-de-oro les había dado ese equipo médico para permitirles el largo viaje, se lo había dado por la misma razón que los mahendo’sat se habían gastado millones para aumentar las capacidades de la Orgullo en un intento desesperado de última hora para mandar una información puesta al día con destino a las navegantes espaciales hani y Anuurn…
… porque ninguna nave podía atravesar el bloqueo kif en Kita; y al final habían tenido que confiar en la leve esperanza que la nave de Banny Ayhar representaba. Jik no había logrado convencer a Ehrran de que se apartara de su rumbo hacia los stsho y la Orgullo se había ido metiendo cada vez más y más en los planes de Jik. Ehrran no se había apartado del camino hasta que Dientes-de-oro no le ofreció lo que sabía, una verdad mucho mayor de la que Jik les había contado todavía a ninguna de ellas.
Pyanfar parpadeó, apoyándose en una vigueta y sosteniéndose en ella mientras el dique giraba en su campo visual. Su cerebro, para variar, tenía deseos de no quedarse quieto. La luz blanca y las perspectivas grisáceas del dique eran fugaces visiones de oscuridad, estrellas y naves minúsculas que pasaban en una rotación continua. Tenía la automática en el puño. El retumbar de muchos pies pasó junto a ella en tanto que otras hani tomaban el recodo siguiente y el pasillo contiguo aparecía desnudo excepto por un remolino de papeles y una puerta cerrada con una ventanilla sobre la cual, en grandes letras, se leía SELLO DEL DIQUE. ENTRADA SÓLO CON LLAVE.
—¡Los dioses se los lleven a todos! —Disparó. Sin pensarlo, porque una automática era una llave tan buena como cualquier otra; repitió el disparo por entre el humo y el trueno ensordecedor, y las esquirlas producidas por su primer disparo le rociaban el flanco—. ¡Imbéciles, malditos seáis!
Nunca habían preparado la puerta para resistir tal clase de ataque. La ventanilla cedió. No podía correr, tuvo que limitarse a caminar y se vio rebasada por los ágiles pies de las más jóvenes y temerarias que se lanzaron hacia adelante para atravesar, con algo más de cautela, la puerta y la ventanilla hecha añicos.
Pyanfar atravesó el umbral: su tripulación no estaba muy lejos de ella, rodeándola, y junto a ellas las Rhean, como si se tratara sólo de un paseo por un muelle de mala fama. Era como volver a los días en que el proyectil más temible era una botella de vino y el mayor riesgo con el cual debía vérselas una tripulante hani en el muelle era un tabernero iracundo. Pisó algo de contornos afilados, torció el gesto con un respingo y luego entró en un corredor del cual sus seguidoras ya habían tomado posesión: Fiar y Sif se adelantaron, al trote.
—¡Más despacio! —les gritó—. ¡Rhean, que no corran! —… Pero todas se lanzaban hacia adelante, cada vez más aprisa. No podía mantener ese paso ni sentía el menor deseo de hacerlo, de seguir estando a la altura de las más jóvenes y enérgicas. Más allá de este largo pasillo tendrían que subir por las escaleras de caracol, por el camino más duro, sin poder confiar en los ascensores, que se controlaban desde los tableros principales. Gaohn era demasiado grande como para poder conquistarla con rapidez, salvo si se contaba con una fuerza abrumadora. Y el tiempo corría a favor de otros bandos. El tiempo, oh dioses, estaba a favor de Sikkukkut.
… que había llegado a Punto de Encuentro para impulsar a sus adversarios kif contra el yunque del territorio mahen, consciente de que el número de rutas que podía tomar Akkhtimakt era limitado. Una de ellas era hacia abajo, hacia el territorio stsho, donde no encontraría resistencia… pero Dientes-de-oro y los humanos habían bloqueado ese camino.
… el segundo llevaba al territorio de los respiradores de metano, pero era una trampa mortal: nadie deseaba oponerse a los knnn.
… el tercer rumbo le llevaba más allá de Sikkukkut, a Kefk. Esto habría puesto a las fuerzas de Akkhtimakt en desventaja psicológica aunque, irónicamente, no en una posición demasiado mala: no había peor lugar al que un kif en retirada pudiera ir, pues meterse en su propio territorio era lo mismo que para un pez herido entrar en un océano de mandíbulas afiladas como navajas…
Piensa, Pyanfar, es demasiado tarde para pensar. O el enemigo tiene una opción más de las que se te han ocurrido, o una menos de las que necesita.
Sikkukkut sabía que Banny Ayhar llevaba algún mensaje, sabía que alguien tenía que haberse encargado de él y también dónde irían las fuerzas mahen. Había utilizado el ataque mahen, el yunque y el martillo, pero jamás confió en los mahendo’sat, no confió en Jik y estaba claro que tampoco en Dientes-de-oro. Obviamente, no detuvo a Banny Ayhar.
O ni lo había intentado porque deseaba que todo eso ocurriera.
Dioses, ¿es posible que Jik se lo contara? No. No. Estoy segura de que Jik no haría eso. No lo haría con alguien tan astuto y lleno de recursos. Cooperaron dentro de unos límites. Era conveniente para ambos bandos. Por razones independientes.
Pero ¿por qué me valoró tanto Sikkukkut desde el principio? ¿Por qué me valoran tanto él y los mahendo’sat, lo suficiente como para mantenernos con vida y colocarme en esta posición, con tanto poder?
¿Acaso Sikkukkut es un estúpido? Nunca lo fue. Tampoco Jik ni Dientes-de-oro.
En caso de que Sikkukkut pierda demasiadas naves en la lucha por el poder, entonces se encontrará con otro kif mordiéndole la pierna apenas dé la impresión de haberse debilitado, dioses. Eso es lo que los mahendo’sat están haciendo con él, desgastarle. Su agresividad es la principal debilidad de los kif. ¿Lo sabe Sikkukkut? ¿Puede una especie ver sus propias deficiencias?
Echémosle una mirada a las nuestras, a este lamentable espectáculo, hani contra hani, lanzas y flechas volando bajo el sol, estandartes ondeando ni viento…
Veo claramente qué nos impide desarrollar nuestro potencial.
¿Puede verlo él?
¿Puede…?
—¡CUIDADO! —gritó alguien; y un diluvio de fuego hizo erupción al final del pasillo.
—¿Alguna noticia? —preguntó Chur. Había dejado el rifle en la cubierta inferior. Para transportarlo hacía falta más fortaleza de la que disponía en estos momentos y ahora no tenían ningún enemigo a bordo. Llegó al puente seguida de Tully y se agarró al respaldo de su asiento habitual. El rostro preocupado que se volvió hacía ella pertenecía a una capitana desconocida—. Estoy siguiendo órdenes —jadeó Chur, para evitar más discusiones. Clavó las garras en el asiento, toda la escena del puente ondulaba ante ella. La neblina gris entorpecía intermitentemente su campo visual, y el corazón le funcionaba como un motor sobrecargado—. ¿Hay alguna noticia de ellas?
—Ehrran amenaza con salir del muelle y hacernos volar a todas. La Luz amenaza con destruir a la Vigilancia antes de que se mueva del dique. Se supone que hay una nave kif por ahí recogiendo todo lo que sucede… todo esto. Skkukuk… le he dicho que eso es todo, que por el momento no queremos nada más. —En la voz de Sirany había un afilado matiz de tensión, una capitana experimentada que se hallaba casi al final de sus recursos—. Encárgate del kif.
—Bien —aceptó Chur, y, casi arrastrándose, se instaló en el puesto vacío que había entre las pantallas y el tablero de comunicaciones, activando el panel auxiliar. Con una tripulante Tauran a cada lado. Tully se instaló un asiento más abajo. Había otros puestos vacíos: los de Fiar y Sif.
Encárgate del kif. Desde luego.
Skkukuk se consideraba parte de la tripulación. Era leal. Geran había llegado a admitirlo, aunque fuera con una mueca. Y Chur había recibido por el comunicador las instrucciones que su propia capitana le había dado al kif. Para actuar no tenía más dato que éste y el encuentro que había tenido lugar en la cubierta inferior, mientras el kif esperaba en la sala auxiliar de abajo a que finalizaran los arreglos para la transferencia de naves. Pero Chur había estado demasiado tiempo en el abismo para sentir pánico ahora ante lo anormal.
Una de las criaturas negras pasó velozmente a través del puente y se desvaneció como una pesadilla que pudiera regresar al poco rato, un cuerpo largo y velludo que se movía con la rapidez del rayo.
En la pantalla, una de las naves kif más cercanas acababa de encenderse con la luz que indicaba un cambio de vector.
La petición de transporte que Skkukuk había mandado mediante haz de energía había tenido tiempo de ser escuchada y, evidentemente, iba a cumplirse.
—Tully —dijo, inclinándose un poco para mirar hacia el tablero en el que se había instalado—. No sabemos cuándo van a llegar los humanos, ¿correcto? Graba un mensaje: graba, ¿entiendes? Lo enviaremos al borde del sistema, con toda la amplitud de onda que nos sea posible, y lo transmitiremos de forma constante… —Entonces, abatida, recordó que al mando no se encontraba Pyanfar—. Sí das tu permiso, capitana.
—¿Qué? —le respondió secamente ésta. Tuvo que explicarlo todo de nuevo. Con más detalle. Y, una vez lo hubo hecho, Sirany dijo—. Hazlo. Pero tennos al corriente de lo que haces. Puedes utilizar todo el equipo que quieras.
Respiró, ahora con mayor facilidad, activó el canal de salida del comunicador y preparó las explicaciones, separando las destinadas a los kif, a los humanos y a la capitana en funciones de la Orgullo. Luego estaba el asunto de comunicar con los aliados mahen del exterior, cuyo estado de ánimo e intenciones constituían otro problema: pocas naves mahen se habían quedado dentro del sistema, y mientras persistiera la actual inmovilidad sólo tenían una conexión nominal con los cargueros hani que mantenían su posición fuera de éste. De momento permitían que las naves kif se movieran con rumbo a los destinos indicados por un mensaje que llevaba el sello de la Orgullo.
Que accedieran a sus peticiones sin tener claras razones para ello era mucho pedir, tanto de los mahendo’sat como de las hani. E incluso de los kif.
Pero la situación debía mantenerse tal y como estaba. Peor aún, tenían que establecer algún tipo de sistema defensivo, tanto interno como externo. El siguiente grupo de naves que apareciera, y eso podía ocurrir en cualquier momento, tal vez fuera el de Akkhtimakt en un segundo ataque, y eso haría que toda la alianza kif cambiara de bando. O quizá fuera el de Sikkukkut, después de ocuparse de Dientes-de-oro; o podía tratarse de Dientes-de-oro y los humanos. O uno de los dos grupos en solitario. Sólo los dioses sabían qué más podía aparecer. Por los datos que tenían a su alcance, incluso un grupo de stsho aterrorizados. O los tc’a.
Sería mucho mejor que esos recién llegados, fueran quienes fueran, se encontraran con una ola de información concebida para provocar discusiones antes que un diluvio indiscriminado de disparos.
Encárgate del kif, le había dicho.
Chur mandó el mensaje. Lo hizo en media docena de idiomas, amplificándolo mediante cualquier nave que fuera capaz de transmitirlo, hacia todos los confines del sistema, continuamente, dado que los relés de la estación de Gaohn y, al parecer, los de la segunda estación situada al borde del sistema y las dos balizas no pensaban cooperar. Estaba emitiendo no sólo para los que se encontraban en el sistema y para quienes llegaran a él; también lo hacía para cierta nave de caza mahen que se había esfumado.
Chanur está tomando la Estación de Gaohn. Este sistema solar se encuentra bajo el control de Chanur, sus aliadas y subordinados. Vais a entrar en un espacio controlado. Identificaros.
—¡Alto el fuego! —gritó Pyanfar, dándose la vuelta, con la espalda contra la pared y sosteniendo en alto la automática con las dos manos hacia un grupo de hani vestidas con pantalones negros que tenían las orejas gachas y los ojos rodeados por círculos blancos. Eran Inmunes, enmarcadas en el hueco del pasillo y tan vulnerables como unos stsho durante una tormenta de granizo. Un disparo pasó junto a ella, demasiado alto; otro le contestó.
—¡Alto! —aulló Khym.
—¡Alto el fuego! —le respondió como un eco la voz de Kohan Chanur, dos voces masculinas que retumbaron en las paredes del corredor despertando un sinfín de ecos. El tiempo parecía haberse detenido, parecía muy probable que se produjera una matanza.
Pero lo que tenían delante era un grupo de chiquillas. Chiquillas, nada más. Tenían las orejas gachas a causa del miedo. No llevaban más armas que unos pequeños láser de taquiones, y ahora se enfrentaban a cañones de automáticas capaces de arrancar toda una cubierta metálica de un disparo. Pensaban que iban a morir aquí, ésa era la expresión que reflejaban sus caras.
—¡No disparéis! —gritó una de ellas, con más presencia de ánimo que el resto, sosteniendo en alto su pequeña pistola.
—¿Sois de Ehrran? —les gritó Pyanfar, y una de ella echó a correr.
Las demás se quedaron muy quietas, con los ojos clavados en las armas que las apuntaban.
No necesitamos prisioneras.
Malditas estúpidas que nunca han visto el espacio.
—¡Largaos de aquí! —les gritó a las demás—. ¡Fuera, malditos sean vuestros pellejos!
Salieron corriendo en confusión, chocando unas con otras en su prisa por dejar libre el pasillo, sin que se disparara un solo tiro.
Pyanfar se volvió de nuevo y vio rostros cansados y aturdidos. Vio miedo en el de Rhean Chanur y las demás, navegantes espaciales que habían vuelto a casa para luchar contra los kif y que habían acabado luchando contra niñas hani. Ése era el tipo de resistencia que encontraban. A eso habían llegado, a intentar recuperar el control de la estación de las manos de unas locas capaces de arrojar contra ellas a niñas imberbes.
—Los dioses nos salven —dijo, tragando aire con un jadeo. Movió la cabeza, y torció el gesto ante el estruendo de una explosión; Haral con sus aliadas se abría paso sin contemplaciones a través de otra compuerta de presión que, con persistencia hani, había sido reemplazada por otra puerta con ventanilla después del último ataque armado que tomó la Estación de Gaohn. Por supuesto que algo tan malo no podía ocurrir dos veces. No en Gaohn, la civilizada Gaohn. No a las hani, que no tenían deseo alguno de involucrarse en los asuntos de otras especies. La Estación de Gaohn se enorgullecía de su serena estabilidad y su paz interna, mantenida mediante ceremonias de duelo y desafío—. Que los dioses maldigan a Naur —dijo en voz alta—. Que los dioses maldigan al han. —Y, con estas palabras, logró dejar boquiabierto a su hermano y, con toda seguridad, a ker Huran Faha, que mostraba una cicatriz en el hombro producida por una cacería en Anuurn y que tenía tan pocos conocimientos sobre los kif como sobre las ecuaciones hiperespaciales. Pyanfar se apartó bruscamente de la pared y siguió hacia adelante, traspasando el umbral chamuscado por los disparos.
—Alto —dijo el intercomunicador situado sobre sus cabezas—. Estáis violando la ley. Cualquier ciudadana tiene el poder de impediros el paso.
No había ninguna ciudadana a la vista. Cualquiera con un poco de sentido común había huido de esa sección. Quienes se encontraban ahora en Gaohn y no pertenecían a los clanes del espacio eran gente de la estación y estaban al corriente de la fragilidad de los muelles, de la existencia de una nave Chanur y un montón de kif y mahendo’sat suspendidos sobre Gaohn. La excepción eran los casos como el de Kohan y Huran, y Akify, la de la melena rojiza, que había vivido con Chanur tanto tiempo que había llegado a olvidarse de que era una Llun.
Había una forma de conseguir que el avance de unos intrusos por la estación fuera más lento. Quien se encontrara en la Central habría puesto los sellos de toda el área atacada, si es que habían podido prepararse para ello. Siempre que la estación de Gaohn estuviera acondicionada para tal tipo de sistema defensivo, claro… Pero no, se discutieron las modificaciones necesarias para ello después de que Gaohn fue tomada por primera vez, pero el plan nunca se llevó a cabo: el mismo clan Llun había opuesto una apasionada negativa a que se hiciera.
Por supuesto, y eso habían pensado las Llun, ni en mil vidas se podría producir una segunda invasión. Sólo el pensar en ello turbaba la tranquilidad hani, y reconocer que tal calamidad era posible iba contra los principios hani: si haces planes para cuando se produzca algo, quizá consigas que ese algo llegue a suceder. Preparar a Gaohn para la defensa podía crear una apariencia de belicosidad que quizá produjera la necesidad de tal defensa. Colocar en los corredores de Gaohn compuertas de presión con ventanilla (las cuales permitían comunicación visual entre las zonas selladas en caso de alguna contaminación o emergencia de incendio) era una medida de seguridad y una afirmación moral: jamás llegaría un día en el cual la estación se viera obligada a tomar medidas extremas.
Y sencillamente por eso, la estación había caído ante Ehrran.
Y las fuerzas de otras especies que se aproximaban jamás habían oído hablar de tal filosofía ni les importaba un comino. ¿Cómo se podía ni tan siquiera traducir este tipo de mentalidad a un hakkikt kif?
¿Cómo le sería posible a un kif que había hecho planes a través de años luz comprender la mente de las Llun, y menos aún las de Naur, que no habían salido nunca del planeta; y la del han, que por voluntad propia había decretado que a las hani se las debía dejar en paz y sin influencias del exterior?
… un kif que había hecho planes…
… un kif que había dejado libre a una nave de caza mahen y una fuerza hani para que se encargaran de realizar en su nombre algo que él…
¿… no podía hacer por sí solo?
¿… acaso un kif creyó jamás que la fuerza no solucionaba cualquier problema?
¿Podía ser tan sutil un kif?
Sí, maldita sea, un kif podía ser sutil. Pero no al modo en que lo sería una hani. Un kif quería poder, quería seguidores, quería territorio…
… por todos los dioses, Sikkukkut sabía que Dientes-de-oro no estaba acabado. Él mismo era capaz de trucos como el frenado a mitad de un salto, sabía lo que Dientes-de-oro podía haber hecho en Punto de Encuentro, un truco que Pyanfar sólo había descubierto cuando tuvo a Jik en situación de apretarle bien las tuercas y arrancárselo.
En Punto de Encuentro Sikkukkut había podido disponer de los knnn y sólo los dioses sabían de qué más y, ¿qué habría hecho Sikkukkut entonces, ahí? ¿Se habría quedado para responder a sus acciones? ¿Habría salido corriendo hacia Kefk, Mkks o Akkt?
Ojalá.
Pero ése no era el estilo de Sikkukkut. Ese bastardo correoso habría logrado recomponer una parte cada vez mayor del rompecabezas mahen, igual que habían hecho ellas, sin que el tozudo silencio de Jik se lo pudiera impedir. Después de Kefk, Sikkukkut se había ido enterando de más y más cosas.
La intrusión que casi había acabado con ellas en su rumbo de salida había sido otro ataque a Punto de Encuentro, sin duda, los respiradores de metano habían salido de la Nada como sólo sus locas mentes eran capaces de planear; y justo antes de que Sikkukkut lanzara a su hani favorita hacia Anuurn, había estado enviando mensajeros a diestra y siniestra hacia otras naves…
… Sikkukkut estaba planeando algo, y contaba con la ayuda de ese traidor de lengua demasiado suelta, Stle stles stlen: el stsho le habría dicho lo que fuera, y si sabía algo sobre Dientes-de-oro se lo habría contado absolutamente todo.
Esas pequeñas criaturas negras seguían activas durante el salto. Venían del mundo natal de los kif. ¿Podían hacerlo también los kif? ¿Acaso hacían planes y preparaban ardides durante todo ese tiempo?, ¿era ése el secreto de la feroz osadía que demostraban los kif en sus ataques, se debía a que podían salir del hiperespacio con la cabeza clara y conscientes de sus actos, tras haber revisado planes que las hani, los mahendo’sat, los humanos y cualquier otra especie habrían debido trazar mucho tiempo antes?
Dioses, dioses.
Empezó a caminar despacio tras las demás, y su propio grupo se quedaba cada vez más rezagado. El cuerpo tenía sus límites. Hasta Hilfy empezaba a desfallecer. El pulso le chirriaba en los oídos como una máquina que se esforzara por última vez, a punto de romperse. Otra vez ese dolor en el pecho, tenía la visión borrosa.
Puede que no dispongamos ni siquiera de ese tiempo. No deberíamos estar aquí. Tendría que dar la espalda a todo esto, volver a la nave, prepararme para la defensa…
… y, ¿con qué, estúpida? ¿Con todo tu vasto armamento?
¿… enfrentar a los kif unos contra otros? ¿Es posible dirigir a semejantes criaturas? ¿Podría controlar a Skkukuk si perdiera el dominio de Gaohn?
Jik, los dioses te pudran, ¿dónde estás?
Otro umbral, otra puerta. El disparo de una automática se encargó de ella, haciendo volar toda la ventanilla y dejando sólo fragmentos irregulares de plástico. Primero las más jóvenes y luego las demás atravesaron los escombros que se alzaban ante la visión de Pyanfar como una barrera infranqueable. La automática se le hacía cada vez más pesada. Kohan se había adelantado con Rhean. Khym seguía con ella, al igual que el resto de su tripulación.
—Parece que nos hemos convertido en la retaguardia —jadeó Haral con una voz apenas reconocible—. Esas condenadas estúpidas no son capaces ni de vigilar sus propias espaldas. Niñas y hani que nunca han ido al espacio…
—Sí —murmuró ella, y atravesó el umbral con paso vacilante. Una gran mano la ayudó a recuperar el equilibrio cuando estuvo a punto de caer. Khym.
El altavoz chisporroteó.
—Basta, volved inmediatamente a vuestras naves. La Vigilancia posee armamento suficiente para poner en vigor el decreto del han por la fuerza. Está preparada para utilizarlo. No pongáis en peligro la estación.
—La maldita ker Rhif está a salvo en su nave —dijo Geran.
—Paciencia, tenemos a la Luz ahí arriba, sobre su cabeza, y no podrá ir a ningún sitio.
—Una nave kif se acerca al muelle —observó Haral—. Cuando llegue habrá problemas. Sólo los dioses saben qué hará esa estúpida de Ehrran.
Otra interminable y agónica extensión de pasillo. Las primeras de su grupo habían llegado ya a la escalera. Se oían abundantes gritos de ánimo. Hani carentes de experiencia que intentaban espolear su valor antes de una larga subida cuyo significado final era una confrontación abierta con una oposición armada.
Se hallaban fuera del alcance de los comunicadores de bolsillo. Había demasiada masa de estación entre ellas y las naves del dique.
—Dioses.
Pisadas a su espalda, toda una estruendosa horda de cuerpos a la carrera. Pyanfar giró en redondo con el mismo movimiento que el resto de la tripulación para encontrarse con las brillantes ropas de las comerciantes hani y, detrás de ellas, toda una multitud entre la que se distinguía gran cantidad de pantalones negros. Entraban en el pasillo a medida que lograban rebasar el obstáculo de las compuertas de presión hechas pedazos.
—¡Sobre sus cabezas!
Lanzó un disparo contra el techo y los paneles de plástico más cercanos a la puerta se desintegraron en una lluvia de fragmentos y humo, provocando un ruidoso diluvio de paneles que cayeron rebotando locamente y obstruyendo el corredor justo delante del grupo que se lanzaba sobre ellas.
—¡Alto, alto! —les gritaron, agitando las manos, mientras algunas de las comerciantes en plena retirada chocaban con la multitud que venía detrás y unas cuantas, las más tozudas, seguían hacia delante, con las manos vacías bien a la vista.
—¡Sfauryn! —gritó alguien, dando el nombre de su clan, un clan de la estación: comerciantes, cierto, sin ninguna relación con Ehrran.
—¡Somos de Chanur! —gritó en respuesta Tirun, con el rifle en ristre—. ¡No os mováis!
La presión procedente de atrás había cesado. Una marea de hani chocó con otra en el pasillo: las que intentaban avanzar a través de las puertas hechas añicos y quienes, presas del pánico, querían retirarse. Las que se encontraban delante de todo, en el umbral de la última puerta, vacilaban ante las armas.
—¡Ehrran tiene la Central! —gritó la Sfauryn.
—¿Quieres hacer algo al respecto? —le respondió Pyanfar, también gritando.
—¡Estamos intentando ayudar! Dioses, ¿a quién estás apuntando? ¡Muchísima gente por toda la estación intenta entrar aquí!
—¡Ya era hora, por los dioses! —Su pulso era un martilleo lejano, la sangre teñía de rojo y gris su campo visual—. ¡Si puedes conseguir que funcionen los teléfonos, avisa a los demás niveles!
—Hay Llun entre nosotras… tienen equipo portátil de comunicaciones y algunos rifles… Las que hay al final son Llun, Chanur. ¡No quieren recibir un disparo por error!
—Tráelas aquí —le gritó. Dioses, qué días habían llegado a vivir, cuando el negro de las Inmunes significaba convertirse en el blanco de un combate. Se apoyó en la pared y bajó el rifle, parpadeando para intentar combatir la neblina que tenía ante los ojos. Descansar aquí un poco. Descansar hasta haber logrado organizar los refuerzos. ¡Llun! Tan dignas de confianza como el amanecer y, gracias a los dioses, capaces de tomar iniciativas propias. Seguro que durante todo ese tiempo habrían actuado por su cuenta, tendría que haber confiado en que eso ocurriría.
Pero aún podían recibir un disparo cuando se colocaran delante de las espaciales. Alguien que vistiera el color azul de los clanes del espacio tendría que ir hasta las escaleras para advertir a las que se encontraban allí que quienes se acercaban por la retaguardia eran amigas.
—¿Alguien tiene todavía fuerzas para una carrera? —preguntó, contemplando un cansado racimo de caras Chanur, las orejas gachas, el vello erizado en mechones sudorosos, cubierto de sangre a causa de los fragmentos producidos en cada explosión.
—Yo —jadeó Hilfy—, yo tengo.
—Entonces, aquí está tu oportunidad para ser una condenada estúpida. Vete, anda. ¡Y ten cuidado!
Su grito final iba dirigido a una espalda que ya se alejaba a toda velocidad, las orejas gachas, una joven delgada volando por ese pasillo mientras los refuerzos se organizaban a base de gritos y empezaban a moverse hacia adelante.
La marea se fue abriendo paso lentamente por el umbral de la puerta destrozada, y pasó ruidosamente por encima de los paneles de plástico color crema que antes habían formado el techo. Siguió avanzando hasta dejar atrás a un maltrecho puñado de hani, pesadamente armadas, que se apretaron contra la pared y la saludaron con un gesto al pasar.
—Hace tiempo —dijo Pyanfar, y cuando la última de ellas hubo pasado, se dejó resbalar al suelo hasta quedar, en cuclillas y con la pesada arma entre las piernas. Haral, Geran y Khym se le habían adelantado en esta postura y Tirun, pesadamente apoyada en la pared, se dejaba caer con igual lentitud—… hace tiempo, habría sido yo quien corriera por ese pasillo.
—Eh —dijo Khym, con la lengua fuera. Se lamió los labios y jadeó—. Con la edad llega la inteligencia, ¿huh?
—Sí —asintió Haral, mirando preocupada hacia el pasillo por el cual se había alejado Hilfy. Hilfy, con un anillo en la oreja y un condenado montón de cicatrices, y bastante más sentido común del que había tenido en toda su protegida y cómoda vida. Hilfy, la veterana de los muelles de Kefk y las entrañas de la Harukk, de Punto de Encuentro y de todos los sistemas existentes entre la estación y el círculo que conducía al hogar.
—La niña sabrá hacerlo —dijo Pyanfar—. Nos encargaremos de mantener seguro este lugar durante un rato. Les protegeremos las espaldas. Tenemos que pensar. Ahí fuera está la Vigilancia. Y tenemos kif de qué preocuparnos.
La estación emitía una serie de boletines discordantes. Los acontecimientos eran demasiado caóticos para que Ehrran pudiera coordinar sus mentiras.
—Siguen amenazando con destruir los tableros de ahí arriba —dijo Chur.
—Unnn —musitó Sirany Tauran. No podían hacer nada al respecto. Sin embargo, esparcida a lo largo de la estación, cargada de estática pero descifrable, empezaba a llegarles información de las Llun. En la información había un nombre.
—Se han encontrado con la capitana —exclamó de repente Chur, sintiendo una oleada de alivio. Se ajustó bien en la oreja la conexión del comunicador, intentando averiguar dónde se había dado el encuentro, pero la Llun que emitía se mostraba precavida y no daba posiciones—. Dicen que se han unido con Chanur y las demás y que siguen avanzando con ese grupo.
Reinó un murmullo de alegría al oír aquellas palabras.
—¿Bueno? —preguntó Tully, inclinándose hacia ella para atraer su atención—. ¿Bueno?
—Condenadamente bueno —respondió Chur—. La capitana ha encontrado ayuda.
Mientras tanto, las tripulantes de Tauran estaban muy ocupadas a su alrededor, controlando las pantallas y los movimientos del exterior. Mantenían la emisión del mensaje que habían grabado ella y Tully y lo difundían en un barrido tan amplio de la esfera como les era posible a ellas y a la Luz de Chanur en coordinación. Permanecían prácticamente pegadas a una estación en continua rotación, y enviaban la señal con energía máxima. Y, especialmente, no apartaban la vista del dique de la Vigilancia, cuya imagen les llegaba a través de la Luz, mientras una nave kif se dirigía hacia ellas. Ahora era fácilmente distinguible entre todas las otras, aproximándose al estilo de la naves de caza… rápido, por los dioses. Y, mientras todo eso ocurría, en la sala auxiliar de la cubierta inferior, sin necesidad de ir barriendo la esfera disponible, Skkukuk mantenía la comunicación en kif.
—Chanur-hakkikt skkutotik sotkku sothogkkt —decía su boletín de noticias, y Chur torció el gesto al oírle—. Sfitktokku fikkrit koghkt hanurikktu makt. —Otras naves hani también recibían el mensaje, y ahí fuera había un número suficiente de hani espaciales que conocían el kif básico: La hakkikt de Chanur ha sometido otros clanes a su voluntad. Algo más sobre hani y un mar o mareas o algo que el traductor había embrollado. Skkukuk estaba usando un código o se mostraba poético, hablaba continuamente, extrayendo sus propias conclusiones de kif a partir de las noticias que recibía. Chur pensó en cortar su línea de comunicaciones. Pensó en bajar ahí abajo y pegarle un tiro, en vez de pegárselo a los diez mil kif sobre los cuales no podía hacer nada.
Pero la capitana le había dado órdenes. Pyanfar Chanur lo había pedido y lo había pedido con toda la cordura y suavidad de que era capaz, lo cual significaba que ésa era una de las ideas más firmes y decididas de la capitana; quería decir que Pyanfar Chanur pretendía que su tripulación no le pusiera las manos encima a ese kif y le dejara hacer la misión que le había encargado Pyanfar.
Este kif había salvado la vida de la capitana. Eso le había dicho Geran.
Este kif era el especialista en asuntos kif de Pyanfar. Ella misma se lo había dicho.
Por razones particulares, claro. Si tenían que caer, que fuera siguiendo las órdenes de la capitana, tal y como habían vivido durante cuarenta años, tanto en el espacio como en casa. Si Pyanfar Chanur había dicho que la nave debía saltar, ellas se encargaban de que así fuera; si iba hacia el corazón de un sol, protestaban brevemente por si acaso, para estar seguras de que así debía ser, y luego seguían adelante.
Era una enfermedad contagiosa. La capitana Tauran estaba haciendo casi lo mismo, obedeciendo órdenes de las que dudaba.
Mientras, una de las negras alimañas que habitaban la Orgullo estaba osadamente sentada sobre sus cuartos traseros a la entrada del corredor de la cocina, contemplando asombrada a las estúpidas criaturas que gobernaban la nave.
Subiendo por las escaleras, más y más arriba, hasta que le dolieron los huesos y el cerebro latió ruidosamente, deseando más aire. Hilfy Chanur se había colocado a la cabeza del grupo, tras haber dispersado a parte de los contingentes Llun por cada uno de los corredores que iban encontrando durante el ascenso, para que se encargaran de ir recogiendo al resto de personal de la estación que estuviera a su lado, y de ponerlo en marcha por los demás pasillos. El controlar el corazón de una estación espacial tan grande como una ciudad proporcionaba una ventaja: los controles de la luz, el aire y el calor estaban justo a unos centímetros de la mano. Eso era lo que poseía Ehrran.
Pero también había una clara desventaja en poseer la Central: era una única zona muy pequeña, y una estación espacial tan grande como una ciudad tenía un montón de habitantes. Y todos los habitantes convergían sobre ese punto desde todos los corredores y pasadizos, todos esos clanes de la estación furiosamente decididos a que las Llun volvieran a controlar los sistemas que las Llun comprendían y las intrusas de Ehrran, evidentemente, no.
Si ahí arriba había Llun controlando los sistemas a punta de pistola, lo hacían totalmente en contra de su voluntad, y Ehrran sólo tenía la palabra de las Llun en cuanto a qué estaban haciendo con esos controles.
Estúpidas, diría la tía Pyanfar. Una estación espacial era algo muy distinto a los controles de una nave estelar y eso contando con que entre las Ehrran de ahí arriba hubiera navegantes espaciales experimentadas. La mayor parte debían ser Ehrran del planeta, pantalones negros cuyo principal trabajo era encargarse de las oficinas comerciales y lamer los pies de Naur y las otras Viejas y Nuevas Ricas.
Tía Rhean estaba a su lado mientras subían. Su padre se encontraba justo detrás, más viejo y canoso a causa de los años que la Orgullo había pasado fuera. Y, en alguna parte del recorrido, habían recogido a otros dos machos, dos jóvenes Llun salidos de alguna parte del nivel cinco y que ahora avanzaban entre ellas con una camaradería totalmente inusitada entre los machos de los clanes normales… Eran Inmunes y habían pasado toda la vida sin la amenaza del desafío y sin la menor esperanza de suceder a su propio señor excepto por la antigüedad a la que pudieran llegar. Cuando aparecieron iban a toda velocidad y se detuvieron un instante al reconocerse, probablemente ninguno de los dos sabía que el otro aparecería y con seguridad les había impresionado la presencia de Kohan, mayor que ellos y procedente de Anuurn. Y entonces Kohan les había gritado: «¡Adelante, maldita sea!». Y ellos, como dos adolescentes en una cacería, se habían puesto uno al lado del otro con una gran ostentación de, gritos y fanfarronadas. Y ahí estaban también las hani del clan Llun, armadas y con la experiencia de la última batalla librada por Gaohn. Y todo eso iba directo al regazo de las Ehrran, dispuesto a caerles encima.
Si las Llun cautivas en los controles hubieran estado dispuestas, habrían podido, como mínimo, apagar las luces y dejar toda la estación sólo con las linternas que las Llun, las comerciantes de la estación y algunas de las hani espaciales habían tenido la previsión de traer con ellas. Podrían haber dejado sin presión secciones enteras de los diques, con lo que se habría perdido una gran cantidad de vidas. Podrían haber disparado los cohetes estabilizadores de la estación y afectar la gravedad. Podrían haber desestabilizado los paneles solares y utilizar alguno de los grandes espejos para hacer que la Luz de Chanur se encontrara muy incómoda. Quizá las Ehrran las habían instado a punta de pistola para que hicieran todo ello.
Pero nada había ocurrido.
La puerta del nivel doce se alzaba ante ellas. Cerrada. Por supuesto, tenía que estar cerrada. Probablemente una de las Ehrran se había encargado de ello usando el manual. Debían controlar los pasillos de arriba, los que se interponían entre la Central y las invasoras.
—Atrás —gritó Hilfy y las que estaban ante ella se apartaron y se protegieron como mejor pudieron entre los peldaños, intentando cubrirse. Cuando se disparaba una automática siempre había una lluvia de fragmentos. Y esta puerta cedió igual que las otras: cuando abrió los ojos la ventanilla había desaparecido y el cuerpo, los brazos y el rostro le escocían, sangrantes a causa de las partículas. Por el umbral brotó un remolino de humo y una incandescente barrera de fuego láser iluminó la claridad grisácea de la escalera, haciendo estallar pequeños agujeros en la pared y el techo.
Por primera vez sintió pánico, auténtico miedo. Ésta era la labor de las heroínas, ser las primeras en subir a la carga por la escalera para meterse en ese jaleo. Ahí la habían puesto su temeridad y la posesión de esa automática ilegal.
—¡Hyyaaaah! —aulló, de puro terror, y subió corriendo las escaleras, porque salir corriendo en dirección contraria era demasiado humillante. Disparó una vez más y recibió una lluvia de plástico sobre todo el cuerpo al estallar el proyectil en el pasillo, y ante ella empezaron a caer placas del techo. Por un instante aterrador se encontró sola, corriendo a través del umbral, y entonces sintió que había otras corriendo a su espalda. Parpadeó, abriendo un poco más los quemados párpados, y vio hani de pantalones negros tendidas en el suelo. Algunas se movían, otras no; observó cómo los disparos de láser se esparcían por entre la humareda y mandó otro proyectil en esa dirección.
Gritos. Encogió todo el cuerpo.
Eran hani. Procedían del planeta. No tenían ninguna experiencia sobre lo que era una automática, no sabían cómo reventaba un cuerpo o cómo se derrumbaban las paredes por la onda expansiva de los disparos. Las supervivientes se pusieron en pie y huyeron tambaleándose, dejando en el suelo las armas, sin acordarse de ellas. Mientras tanto, las Llun, enfurecidas, cargaban en su persecución, con los dos jóvenes machos gritando como locos mientras corrían.
—La puerta —dijo Rhean, que había llegado a su altura, y señaló hacia donde se dirigían las Llun.
—No es problema —jadeó Hilfy. Tenía todo el cuerpo como helado. Asía la culata de su arma como si la tuviera soldada a la mano; había perdido toda capacidad de distinguir entre ella y el arma. Su piel, perforada por los fragmentos y astillas, había perdido casi toda su sensibilidad. Miró hacia atrás para ver cuántas hani de su bando habían logrado pasar, y descubrió que el pasillo estaba inundado por un mar de ellas.
Ahora estaba caminando por encima de un suelo cubierto de escombros, dejando atrás los cadáveres. Corrían hacia donde habían ido las Llun, hacia la puerta que habían logrado conquistar con su carga, cerca de la cual un aturdido puñado de prisioneras Ehrran permanecía acurrucado bajo vigilancia. Era la última puerta, la que conducía a la Central.
—Yo la volaré —dijo—. Habrá que entrar por la fuerza, disparando…
Sólo entonces recordó que estaba hablando con una capitana, vieja y experimentada. Qué sencillo era todo. Dolorosamente sencillo. Cerca de donde estaban Rhean Chanur y su padre tenía que haber hani que lo entendieran, seguramente. Estaba Munur Faha, por ejemplo. Y las Harun. Tenían que entrar a la carga ahí dentro, con armas que podían destruir esos frágiles controles y matar a cincuenta o sesenta hani indefensas.
Estúpidas. Hubiera podido llorar ante tal espectáculo. Pobres estúpidas. Mi gente. ¿Lo veis ahora, lo entendéis? ¿En qué os habéis convertido, en qué desgraciado asunto nos hemos metido por intentar que todo siguiera como antes, al viejo estilo?
Finalmente estaba llegando información, mensajes dispersos que retumbaban por los altavoces a medida que el equipo portátil de las Llun iba suplantando los informes emitidos por la Central.
—Ehrran está violando la ley de las Inmunes —repetía uno de esos mensajes—. Llun ha tenido que apelar a todos los clanes para que, por la fuerza, hagan retirarse a Ehrran de las oficinas de la estación y pide a Ehrran que anuncie su intención de obedecer.
El mensaje estaba empezando a volverse agotador en su agobiante monotonía, brotaba del techo con un tintineo metálico. Pyanfar se limpió el rostro cubierto de sangre, agitó las orejas y alzó la vista hacia el maltrecho altavoz que añadía a las palabras del aviso una continua vibración, deformándolas.
—Me gustaría disparar a ese trasto —murmuró Geran. Y eso era lo que ella misma estaba pensando, cada vez más irritada.
—Maldita sea, aquí no servimos de mucho —dijo Pyanfar—. Eso es seguro. —Le dolía la garganta, y todos los miembros. Tuvo que hacer un esfuerzo para ponerse en pie—. Hilfy puede cuidar de sí misma. Toda la estación se ocupa del problema. Será mejor que volvamos a la nave y que Chur se acueste.
—Nada de llevarla a un hospital de aquí —murmuró Geran—. Está más segura en la nave.
Eso era lo que pensaba Geran en cuanto a la seguridad actual en Gaohn con los kif a punto de llegar. O quizá Geran no estuviera haciendo otra cosa sino servir de eco a los deseos de Chur, si todas debían acabar expuestas al vacío del espacio: entonces, al final, no habría ninguna diferencia.
—Sí —dijo Pyanfar, sin querer comprometerse a nada, y se apartó con un empujón de la pared en la cual se había estado apoyando—. Dioses, ¿qué podría hacer yo para dar un poco de fuerza a este brazo?
La automática le pesaba como todos sus pecados juntos. Los escombros habían convertido el pasillo en una carrera de obstáculos donde tropezaban los pies, y el suelo estaba cubierto de fragmentos metálicos. La multitud de hani que lo habían cruzado antes habían dejado una serie de pisadas sangrientas, pero estaban lo bastante enfurecidas como para dar la impresión de no haber sentido mucho dolor. Pyanfar avanzó por entre los escombros cojeando y haciendo muecas, en tanto que su tripulación la seguía, imitándola.
—Los kif están a punto de llegar —dijo Tirun.
—Dioses, sí. A las Llun eso no les gustará demasiado.
Era lo primero que descubrirían las partidarias de Llun cuando recobraran el contacto con las encargadas del funcionamiento de la estación sometidas bajo las armas de Ehrran. Esa loca de Chanur ha llamado a los kif. Y en ese momento las Llun tendrían que preguntarse de qué lado estaba Chanur. Eso harían también las otras, ahí arriba, con Hilfy.
Era una pregunta lógica.
Contuvo el aliento, se frotó la nariz y se observó una mancha roja en el pulgar. No era extraño que le costara tanto respirar. ¿Y cómo le había ocurrido eso?
Siguieron por el pasillo, pasando uno tras otro los umbrales destrozados, por encima de los plásticos rotos, el olor de los explosivos y el plástico quemado colgando todavía en la atmósfera, algo más limpia gracias a los ventiladores, que seguían funcionando.
Y ahora Pyanfar era presa de una ansiedad febril. Una vez hubo empezado a recorrer el camino, quería volver a la Orgullo y salir de nuevo al espacio para tratar con los kif que tenía delante antes de que, repentinamente, llegaran tantos kif que no pudiera entenderse con ellos.
El final del pasillo, donde la última puerta rota franqueaba la salida al dique. Pyanfar atravesó el umbral e hizo girar su automática en un barrido del muelle tan maquinal como innecesario. Siguió el movimiento del arma con unos ojos que ya se habían acostumbrado al gesto.
La detonación de una automática. Su cerebro la clasificó en esa categoría de sonidos temibles que conocía de un modo muy íntimo, una categoría que llegaba hasta el sonido exacto que hacía una automática cuando la movían para apuntar a un blanco. La sacudida se transmitió directamente a los músculos, los cuales no hicieron preguntas. Se dejó caer al suelo, dando vueltas mientras el mundo estallaba a su alrededor; y siguió rodando mientras sujetaba la automática y disparaba, entre el torbellino de sus tripulantes que gritaban y también disparaban.
¡Dioses, en el umbral, ha dado justo en el centro del grupo… Oh, dioses!
Un segundo disparo que se perdió entre el refugio que ofrecían las viguetas.
—¿Estáis bien todas? —gritó a su tripulación y a su esposo—. ¿Te encuentras bien, Khym?
—¡Vuelve aquí! —La voz de Khym, ronca e irritada.
Un tercer disparo.
—¿Estáis bien, maldita sea?
Un disparo de contestación dio en el muro. Pyanfar se convirtió en parte del suelo metálico.
—¡Py!
—¡Salid de esa condenada puerta!
—¡Chanur! —gritó una voz por un megáfono—. Soltad las armas y salid al descubierto. ¡Estáis atrapadas! Si quieres conservar la vida de tu tripulación haz lo que decimos. Hay hani que se acercan por ese corredor, a vuestra espalda…
—¿Ehrran? —gritó ella en respuesta, todavía con el vientre pegado al suelo—. ¿Eres Ehrran?
—Aquí Rhif Ehrran, Chanur. Hay tripulantes detrás vuestro. ¡Ríndete!
—La misma condenada imbécil de siempre. —La voz de Haral, en algún lugar a su espalda. Algo se interponía entre ellas, Pyanfar esperaba ansiosamente que fuera el marco de la puerta.
—¿Tienes que intentar competir con ella, Hal? ¡Por todos los dioses, sal de esa puerta!
—Eh, nos acaba de explicar que recibiremos visitas por detrás. Capitana, ¿quieres que nos encarguemos de ellas o quieres que te ayudemos ahí delante? Es una tiradora condenadamente mala.
—¡Chanur!
—¡Estoy pensando! —gritó. Y, dirigiéndose a Haral—. ¿Todo el mundo bien ahí atrás?
—Na Khym tiene una herida en la pierna, pero no es grave. ¿Quieres que te cubramos o quieres que salgamos ahí fuera?
Pyanfar se arriesgó a sacar la cabeza del refugio que le ofrecía la estructura metálica y echó un vistazo. Hacia arriba, donde una grúa conectaba con esa zona, con sus enormes mangueras, cables y acoplamientos metálicos. Una sonrisa feroz le hizo arrugar la nariz, dejando los dientes al descubierto.
—Tendrá que ser hacia adelante. —Mientras, Ehrran volvía a gritar por el megáfono:
—¡Chanur!
—Condenada estúpida.
Alzó la mira con un golpe seco, apuntando sobre el blanco, y envió el proyectil justo al centro de la grúa. Eso partió en dos algunos de los enormes cables, seccionó las conexiones e hizo caer toda la masa como un nido de serpientes furiosas. Cayeron tras la posición ocupada por Ehrran. Los cables eran tan gruesos como la pierna de una hani y largos como la rampa de una nave. Emergían desde el interior de la grúa golpeando a ciegas, rebotaban y oscilaban aquí y allá con una perversa vida propia.
Las bombas de presión empezaron a chillar, y al ruido se añadía el aullido del aire y el estruendo de los mecanismos de seguridad. Siluetas vestidas con pantalones negros huyeron en todas direcciones para salvar la vida, corriendo hacia donde se lo permitían los cables y mangueras que llovían desde lo alto.
Pyanfar se puso en pie.
—Vamos —gritó a sus tripulantes para que salieran de su peligrosa posición aprovechando los instantes de confusión. Y Tirun gritó:
—¡Capitana!
Pyanfar giró en redondo hacia los nuevos blancos y logró disparar una vez hacia la única silueta que se había detenido sin que nada la cubriera, y había alzado el arma. No fue el único disparo. Automáticas y rifles lanzaron una salva desde la puerta que había a su espalda, y después de eso no hubo nada allí donde se había alzado esa silueta hani. El estruendo de las detonaciones la había dejado tan aturdida que, por un instante, fue como si se le hubiera parado el corazón.
—Estúpida hasta el final —dijo Geran, sin el más leve temblor en la voz.
Y Haral:
—Con tantos disparos, capitana, no hay forma de saber quién le ha dado.
—¡Moveos! —gruñó Pyanfar, propinando un empujón al hombro que tenía más cerca, el de Geran.
Las demás se pusieron en movimiento, cubriéndose unas a otras. Khym cojeaba y perdía sangre, pero no demasiada. La Orgullo se encontraba cerca y la Vigilancia de Ehrran era invisible, oculta por la curva de la estación. La que muy bien podía haber sufrido daños por ese disparo sobre la grúa era la Industria de Harun, si en aquel momento tenía las bombas en marcha. Por muy importantes que fueran, bien lo sabían los dioses, las bombas estaban muy lejos del corazón de una nave estelar. Corrieron a través del dique bordeando un charco de agua y sustancias volátiles que se iba extendiendo. Los tóxicos, gracias fueran dadas a los dioses, estaban canalizados por diferentes conductos desde el muelle a la nave. Esos canales no se habían roto, o ya estarían muertas.
Pero aún podían acabar muertas si la segunda oficial de la Vigilancia decidía soltar su nave del dique y empezar a disparar. La pequeña extensión de muelle que debían cruzar se extendía ante ellas como si de una distancia intergaláctica se tratara. El trayecto fue una pesadilla de esfuerzos y aturdimiento. Los pies chapoteaban en un líquido que inflamaba las heridas y llenaba sus ojos de lágrimas, un líquido cuyo vapor se metía en los pulmones y las hacía toser a todas. Las bombas se habían desconectado en los dos lados del muro de la estación. Dioses, esperaba que a nadie se le ocurriera producir una chispa.
—¡Chur! —La voz de Geran, medio ahogada, gritando a su comunicador de bolsillo—. ¡Chur, estamos llegando, abre esa maldita compuerta!
Llegaron a la rampa. Pyanfar cogió a Khym del brazo cuando éste se tambaleó con la pierna empapada en sangre. Se arrastraron mutuamente y ambos lograron subir la rampa hasta llegar a la seguridad de la entrada.
Entonces pudieron reducir la marcha a un vacilante trote, porque al menos en esa pendiente no podían alcanzarles con ningún disparo y la escotilla estaba ya a su alcance. Confiaba en la experiencia de Chur y en las adaptaciones que se habían hecho en la Orgullo: una cámara exterior y ciertas precauciones que evitarían las emboscadas…
—¿Tenemos el camino despejado? —preguntaba Haral por el comunicador.
—Despejado —respondió la voz de Chur, que nunca había sido tan bienvenida—. ¿Estáis todas bien ahí fuera?
Bien. ¡Dioses!
—Sí —dijo Haral—. Algunos cortes y arañazos.
Su mente estaba aislada por una capa insensible. Incluso con los ojos bien abiertos clavados en la luz amarilla del pasadizo, incluso con la sacudida del aire frío para estimular sus sentidos, seguía notando como si vagara por la nada, como si lo bueno y lo malo, lo justo y lo erróneo, hubieran perdido todo significado.
Una hani que nos vendió. Una hani como ésa. Un kif como ese condenado Skkukuk. ¿Cuál de los dos vale más para el universo?
Le disparé. Todas lo hicimos. La tripulación lo hizo por mí. ¿Por qué lo hice yo?
El hogar y la sangre, Ehrran.
Por Chur. Pero ésa no era la única razón.
Por nuestras vidas, porque debemos sobrevivir, porque no puedo consentir que una loca estúpida ande suelta en mitad de este lío. Teníamos que hacerlo, teníamos que hacer algo para detener todo esto, teníamos que jugar con todos los malditos medios a nuestro alcance y, además, haciendo trampas. Teníamos que vivir el tiempo suficiente.
¿Qué dirán sobre nosotras después?
Eso no importa en el balance final. Que haya alguien con vida para recordarlo… eso es lo que importa.