—¡Naves hani! —exclamó Hilfy—. Esperando… ¡Oh, dioses, alguien las ha avisado! ¡Vienen siguiendo la ola producida por la entrada de nuestra escolta!
—Ayhar —dijo Pyanfar. Su corazón, otra vez. Pero este dolor era bueno, como si el mismísimo universo no fuera lo bastante grande para contenerlo—. ¡Los dioses cuiden de ella, Banny Ayhar logró pasar!
Mientras tanto, la Orgullo iba reduciendo rápidamente su velocidad y las naves de Akkhtimakt aumentaban la suya, con cambios de ciclo cada vez más acelerados. El ordenador eliminó la reducción de velocidad en el cálculo relativo de ese otro aumento y, pese a todo, siguió dando una aceleración.
—¡Los bastardos huyen! —gritó Hilfy—. Se van de aquí; pueden ir hasta Ajir y dirigirse hacia fuera…
—Jik va tras ellos —dijo Tirun. Mientras tanto, en el comunicador, Sif intentaba explicárselo todo a la tripulación de la cocina. Por el altavoz les llegó un grito de alegría, débil y algo tembloroso por las tensiones que imponía el frenado pero, aun así, seguía siendo un grito de alegría.
—¡Están perdidos! —dijo Skkukuk, y luego una retahíla de palabras en kif.
Sus antiguos asociados. Akkhtimakt y todos los suyos; y Skkukuk no estaba con ellos en el momento de su debacle, sino en la primera nave del bando ganador. Sí, para un kif seguramente debía de ser muy placentero el momento en que se justificaban todas sus maniobras. Emitía siseos y chasquidos y sólo le faltaba cantar de alegría.
—Dadme un canal —dijo—. Hakt’, dame un canal, alabada sea mi capitana, mekt-hakt’, no girarán, no se atreverán a girar, ¡dame un canal!
—De acuerdo —aceptó ella. Era un precio bajo si con ello mantenía contento al kif. Y, cuando consiguió su canal de comunicaciones, Skkukuk empezó a emitir una chasqueante serie de palabras en kif básico.
Estúpidos, venía a decir el mensaje. Uníos a mi capitana, untos a nuestro triunfo, dad la vuelta y haced pedazos a los locos indefensos que os dirigen, pues ya están condenados.
—Comunicaciones —dijo Hilfy—. La Industria de Harun manda sus felicitaciones y pide que les demos instrucciones.
—Que se queden detrás de esas naves y por el dulce nombre de los dioses, que dejen a su ordenador a cargo de los disparos, tenemos ahí fuera demasiados aliados que parecen del otro bando.
—Señal kif —dijo secamente Hilfy—. Skkukuk.
—¡La Notiktkt ha empezado a disparar sobre sus compañeras! —gritó Skkukuk—. ¡Afirma su lealtad, mekt-hakt’!
Oh, dioses.
Pyanfar se quedó inmóvil, asombrada, oyendo cómo Skkukuk decía más y más nombres, a medida que la retaguardia de la fuerza kif en retirada añadía sus disparos al ataque que ya estaban sufriendo sus propias fuerzas. Las naves hani llegaban como una ola, cayendo sobre las naves que intentaban huir.
El martillo y el yunque. Más y más deserciones entre los kif y el vector de Ajir, el único camino de huida dada su velocidad y trayectoria… obstruido repentinamente por otra ola de naves.
—Dioses, ¿qué es eso?
El comunicador nuevamente saturado, esta vez desde el nadir. Naves que habían permanecido ocultas y en silencio cobraban repentinamente velocidad y se ponían en marcha.
Emitían identificaciones mahen en un continuo aullido.
—Dioses, les tenemos —gritó Haral. Y se rió en voz alta, y empezó a golpear la consola con los puños—. ¿Habéis oído eso? ¡Son los mahendo’sat! ¡Hemos atrapado a los kif, las fuerzas de Akkhtimakt están desertando a diestro y siniestro, se están matando entre ellos, van a destrozarse!
Pyanfar contemplaba el espectáculo boquiabierta. Y, poco a poco, las piezas empezaban a encajar vagamente en un orden que había sido dispuesto desde hacía más tiempo del que ella hubiera querido ver.
No sentía deseos de lanzar vítores. Lo que estaba ocurriendo ante ellas era horrible, obsceno. Y, con todo, no lo era en realidad, resultaba justo. Era como lo ocurrido con esas pequeñas alimañas, que se habían multiplicado logrando triunfar pese a cuanto tenían en su contra.
Ahí fuera estaban los kif, sobreviviendo una vez más.
Haciendo lo que mejor sabían hacer.
Es posible que aquí haya una matanza. Y somos nosotras quienes la llevaremos a cabo contra unos kif que, según su punto de vista, son inocentes.
Con un solo golpe, puedo dar la orden, puedo limpiar nuestro sistema de naves kif hasta que podamos organizar una defensa. Barrer a los alienígenas, echarlos de nuestro sistema natal.
Es un acto prudente. Prudente, nada más que eso.
Pero, que los dioses me ayuden, no quiero una carnicería.
—Transmite: la Orgullo de Chanur y todas las naves. Cesad el fuego, cesad el fuego sobre todas las naves con identificación kif que emitan señal de rendición.
Y entonces le llegaron las comunicaciones procedentes del otro vector, las que venían de Jik. Pedían ese mismo mensaje que ella había previsto y acababa de enviar.
Las naves seguían frenando. El combate disminuía, pero seguían habiendo bajas. Masas sólidas se convertían en nubes a la deriva. Las pantallas se confundían en el intento de seguir todos los proyectiles que erraban el blanco hasta que Geran dio la orden de pasar por alto todas las trayectorias sin potencial de intersección.
Su velocidad era cada vez más y más baja.
—Toma el control —dijo Pyanfar, y Haral hizo girar a la Orgullo sobre sí misma para usar los motores principales y darles un nuevo rumbo.
Hacia Anuurn.
Imagen de vídeo. Haral había estado demasiado ocupada hasta ahora para conectarlo. Su estrella natal, Ahr, con su brillante resplandor amarillo. La que daba vida, el fuego del hogar para su especie. Y la luz más pálida y más cercana era Anuurn.
El hogar, de nuevo.
Con un grupo de maltrechas naves mercantes moviéndose en una desordenada parodia de la rígida formación que habían mantenido durante tanto tiempo y tanta distancia: Harun y la pequeña Faha, Pauran y la última, que a duras penas podía avanzar, Shaurnurn, informando sobre sus averías, hablándose unas a otras por el comunicador.
—Aquí Sirany Tauran. —Sirany había logrado procurarse un canal de comunicación externa—. Afirmativo sobre la conexión, pido confirmación. Todas las naves. Están bien. Chanur se encuentra bien, sin problemas. Alabados sean los dioses.
—Que los dioses cuiden de nosotras. Aquí y en otros lugares. —Hablaba Harun, quien siempre fue la líder de ese grupo.
—Lo hemos oído —dijo Faha, y luego siguieron más acuses de recibo.
Mientras, la carnicería continuaba y algo parecía caer sobre ellas, dificultando la respiración. Un mensaje a velocidad lumínica iba surcando los relés de las naves.
—Tenemos contacto con Gaohn —dijo Hilfy—. Piden un informe.
—Ya deben saber lo ocurrido, a estas alturas —murmuró Pyanfar—. Pero contesta de todas formas. Transmite: «la Orgullo de Chanur a Gaohn. Pedimos prioridad de navegación. Asunto del clan». Fin del mensaje. Llama a Kohan. Pregúntale qué tal van las cosas ahí abajo.
En Anuurn. En el hogar. En esa pequeña esfera reluciente perdida en la gran oscuridad.
Haría falta bastante tiempo. Las preguntas y las respuestas se sucedían despacio con estas distancias. Las conversaciones sólo podían mantenerse en una sola dirección.
—Por el infierno mahen, ¿dónde está la Vigilancia? ¿Hemos captado en algún lugar la identificación de Ehrran?
—Afirmativo. Afirmativo —dijo Geran, completamente concentrada en los tableros—. Cinco naves están saliendo de Gaohn. Tenemos una conexión establecida con Ehrran. Se mueven. Son seis naves. No emiten.
—Habría apostado por ello. ¿Dónde está Ayhar? Maldita sea, ¿dónde están Banny Ayhar y la Prosperidad?
El peso ardiente se detuvo. Se le despejó la visión, ya no tenía que luchar para que la voz le saliera de la garganta. Sintió un fuerte mareo. Cansancio, recursos agotados. Los reflejos de luchar y huir se desvanecen y el cuerpo debe pagar las deudas. Clavó las garras en el asiento, luchando contra las náuseas, y buscó a tientas un paquete que se le cayó, luego consiguió encontrar otro. Le dio un mordisco y tragó repetidamente, lo único que podía hacer ahora aparte de ceder a las arcadas. Voy a desmayarme. Oh, dioses. Yo no hago ese tipo de cosas.
—Haral… Sirany. No…
—¿Capitana? ¿Capitana?
Iba a la deriva. Estaba bajo un techo que no era el del puente. Lo miró, parpadeando, y luego vio el rostro ansioso y preocupado de Khym.
—Te desmayaste —dijo.
—Maldita sea… —Alzó las manos para localizar su cabeza, que parecía haberse separado del cuerpo, confusa y aturdida—. ¿Quién lleva ahora la nave?
—Ker Sirany. Nos dirigimos a Gaohn. Todo va bien, Py. Lo hicimos.
—Jik…
—Los kif saltaron. Los que pudieron, muchos se han rendido. Se han unido a los otros kif, y les dirige la Chakkuf. Skkukuk ha estado hablando con ellos, diciéndoles… según Hilfy, claro, que harán bien en no moverse.
—¿Dónde está Jik? —El miedo hizo que el corazón le empezase a latir fuertemente—. ¿Ha saltado, maldita sea, se ha ido, ha saltado?
—No le tenemos localizado. Todo se… se puso bastante confuso, Py. No es culpa de Geran. Sirany dice que no es culpa suya. Nosotros… hemos perdido unas cuantas naves. Su identificación dejó de llegar, eso es todo.
—Está escondido. Dioses, ese bastardo está preparando otro de sus trucos. —Algo parecía obstruirle la garganta. Sentía deseos de romper algo, cualquier cosa. Una marea negra se cernía sobre sus ojos, le dolían todas las entrañas—. Le necesitamos. —Lo dijo en voz muy baja y le costó lograr que las palabras brotaran más allá de ese nudo. Oh, Jik, Jik. Otro maldito engaño.
¿Y ahora qué hago? ¿Qué voy a hacer?
—¿Capitana?
No esperaba oír esa voz. No podía presentarse en sitios como éste, en su camarote. Alzó la cabeza, que no paraba de darle vueltas y miró hacia la delgada hani de aspecto agotado que se agarraba al marco de la puerta.
—¿Chur? Por todos los dioses…
—Estoy bien —dijo Chur.
—Bien —respondió—. Bien. —Y se dejó caer nuevamente sobre la almohada. Era cuanto podía hacer en ese instante. Toda la habitación estaba girando lentamente. Era como si la fuerza gravitatoria le estuviera gastando bromas, una pequeña aceleración por aquí, otra por allá, pero si lo preguntaba parecería una estúpida. Era su cabeza. Su sentido del equilibrio.
Dioses. Sikkukkut. ¿Dónde? ¿Cuándo?
Un peso hizo bajar el extremo de la cama. Una mano le tocó la pierna.
—Capitana. —Era la voz de Haral, enronquecida por la fatiga—. Ahora podemos descansar un poco. Ker Sirany está discutiendo con Gaohn, diciéndoles que tenemos derecho de paso y que ya pueden dejar de protestar. Se encuentra bien, capitana. Ella jura que se encuentra bien. Ni ella ni su tripulación le habían disparado a nada en toda su vida y creo que están un poco trastornadas. Nosotras… bueno, nosotras estamos a punto de caernos al suelo. Todas. Alabados sean los dioses por habernos dado a las Tauran, alabados sean, ésa es mi opinión.
—También la mía —murmuró Pyanfar. Sintió que le tocaban la frente, las orejas. La mano de Khym. Abrió los ojos y vio el techo: no había en él nada que pudiera responder a sus preguntas—. ¿Ha estado aquí Chur?
—No anda demasiado bien, pero ha engordado un poco. En algún momento debió doblar un recodo del camino y ha empezado a guardar la energía en vez de quemarla. Skkukuk está comiendo…
—Oh, dioses. —El estómago le dio un vuelco.
—Tenemos que acabar con esas criaturas de alguna forma. Skkukuk dice que Chur fue al puente durante el salto, que se movía bajo alguna especie de hiperimpulso y que empezó a decirle a las Tauran lo que debían hacer cuando saliéramos del salto. Nos despertó a todas… Capitana, alguien puso un montón de sistemas en manual y conectó los sistemas de reserva, o de lo contrario no lo habríamos conseguido: esos malditos diablos negros se habían metido dentro de los mecanismos y ya habían masticado mucho. Y alguien se encargó de apuntar los cañones. Chur no lo recuerda, pero yo creo que fue ella. Si no, ahora estaríamos todas en el largo viaje.
Pyanfar parpadeó, absorbiendo esa información. Recordaba haber salido de la cama y haber corrido por el pasillo. No tenía demasiado claro cómo había llegado a su puesto o cómo había ocurrido todo. La mente no funcionaba bien justo después de un salto.
Y tampoco funcionaba bien después de haber pasado por demasiados saltos.
—Llama a casa —dijo, acordándose—. ¿Aún estamos fuera del tiempo de respuesta?
—Gaohn se niega a transmitir el mensaje.
—Dioses y truenos, la política, la política y tenemos un sistema lleno de kif…
—Han arrestado a Ayhar, capitana. Seguimos en nuestro rumbo. La Vigilancia está en camino y también tres cargueros bastante grandes, que de momento no hacen nada. Si seguimos avanzando estarán en una posición desde la cual nos podrían disparar. Nos han advertido. Debo preguntarte qué quieres hacer.
Se quedó tendida y respiró con toda la calma posible durante un segundo, examinando la situación con su dolorida mente una vez, y otra, y otra más.
La Vigilancia colocándose en una posición desde la cual podía lanzarse sobre ellas o atacar su cola si atracaban.
¡Condenada idiota, hay treinta o cuarenta kif ahí fuera!
¿Usar a los kif contra el han? Oh, dioses, dioses míos: esa loca piensa jugar en serio y yo no puedo fingir que lo hago. Esos kif de ahí atrás no saben cuándo deben detenerse, y yo no podré contenerles. ¡No puedo fingir, Ehrran! No intentes meterme en el juego.
—Los mahendo’sat, ¿dónde están?
—Están frenando. Se mantienen cerca de los kif, sin variaciones. No les quitan el ojo de encima.
—Y no hay señal de Jik. —Ese dolor había vuelto de nuevo, un dolor tan fuerte que casi la cegaba—. Maldita sea nuestra suerte… —Tiene que estar vivo. En alguna parte, ahí fuera. Conservando sus opciones. No tiene dónde escoger. Y fui yo quien lo hizo, yo le he dado esa oportunidad—. Ayhar arrestada…
—Sí, capitana. Pedimos información al respecto. Hemos recibido un mensaje del clan Llun, de la estación. Lo sienten realmente mucho, pero dicen que no tuvieron más remedio que hacerlo.
Viejas amigas, las encargadas de la estación de Gaohn. Viejas aliadas, sometidas a una gran presión.
—¿Eso es cuanto dijeron?
—Es suficiente, ¿no, capitana?
Hubo un tiempo en el que fueron Py, Hal y Tirun. En cualquiera de los muelles del Pacto. Aquí estaban ahora, con las narices canosas, sin saber qué hacer y Haral respetaba los formalismos. Haral había ocupado su puesto en la línea de mando desde el día en que subió al puente. Era heredera de Chanur y estaba, tan cualificada como ella, con la misma preparación, pero había tenido que conformarse con el segundo asiento del puente. Era el Sistema.
—¿Capitana?
—Sí. Es suficiente. Dice claramente cada una de las condenadas cosas que funcionan mal entre nosotras. —Se incorporó sosteniéndose con una mano y un codo, y pasó los pies por el borde de la cama. La sangre le estaba circulando nuevamente por las venas. Había recuperado la visión—. Conseguiré las orejas de Ehrran, que los dioses se me lleven si no las consigo… Se las arrancaré con mis propias manos. ¡Tal y como estoy ahora, sería capaz de acabar con esa necia orgullosa de pantalones negros! ¡La mataría!
—Hemos recibido otro mensaje —dijo Haral, sosteniéndole, la espalda, ayudándole a sentarse en la cama con las dos manos. Abrazándola—. Rhean lo mandó por el comunicador… dice que Chanur ha caído. Kohan está en el exilio. Mahn se ha apoderado del lugar y Rhean ha quedado arruinada por el bloqueo. Ella y Anfy… nos apoyarán con la Fortuna y la Luz. Pyruun… Pyruun consiguió llevar a Kohan a un lugar seguro. Lo han jurado. Así que no todo se ha perdido en el hogar y pronto recibiremos ayuda si podemos mantenernos a la espera. Sirany está ahí arriba intentando que las cosas no se pongan demasiado…
—Mahn. —Meneó la cabeza, parpadeando, intentando comprender lo ocurrido—. ¿Ese maldito hijo mío, ese intrigante?
—Nuestro maldito hijo —dijo Khym detrás de ella, con la voz convertida en un ronco gruñido—. Y nuestra dos veces maldita e intrigante hija.
—¡Con Ehrran!
—Con sus propios intereses, Py, ¿y cuándo fueron éstos más grandes que ahora?
—Dioses. ¡Dioses! —Apartó las manos de Haral y, con un golpe seco, quitó de su camino a Khym que intentaba detenerla. Plantó sólidamente los pies en el suelo, bien separados, y por un instante Pyanfar se quedó inmóvil, tambaleándose, hasta que logró quitarse la niebla de los ojos. Luego se dirigió a la puerta.
El pasillo.
El puente, con los asientos ocupados por las Tauran.
—Comunicaciones —gruñó por encima del hombro de Sif Tauran. Ésta vaciló, mirándola con expresión de sorpresa.
—Capitana.
—Dale el canal —ordenó Sirany—. Ker Pyanfar, te cederé tu asiento.
—Sigue en él. Tenemos problemas. —Se dejó caer en el puesto vacío que había entre Sif y Fiar—. Con la estación de Gaohn. ¿Sigue activado el armamento?
—Lo hemos desconectado, capitana. —Nasany Tauran ocupando el sitio de Tirun—. ¿Lo activo otra vez?
—Hazlo. —La luz del comunicador indicó que el canal estaba disponible y Pyanfar tecleó la frecuencia adecuada.
—Orgullo de Chanur llamando a la estación —transmitía Sif, intentando conseguir alguna respuesta. Otra luz parpadeante, otro canal activado. Sif, aprovechando una pausa momentánea, pasó el mensaje—. Es una llamada de la Vigilancia, capitana. Nos advierten que estamos arrestadas.
—Dile a Ehrran que existe una amenaza para Gaohn y que no somos nosotras. Sigue a la escucha. Eso es todo.
El mensaje fue transmitido.
—Estación de Gaohn —dijo ella por su canal—, aquí Pyanfar Chanur, en la Orgullo de Chanur. Preparaos para grabar y transmitir. —Gaohn estaba a la escucha, de eso no cabía duda: cada oficial hani que se encontrara en esa estación, vulnerable y amenazada, habría dado prioridad a sus transmisiones—. Llun, acabas de ver la primera oleada de nuestro asalto a las naves de Akkhtimakt, la más pequeña. La siguiente se está aproximando. Naur, ahora no hay tiempo para tus politiqueos. Tu tratado con los stsho podía haber destruido a toda nuestra especie, ¿me oyes? Tus relaciones con los mahendo’sat están a punto de romperse. Es posible que se produzca un ataque contra nuestro mundo, y eso ocurrirá muy pronto. Es posible que no logre subsistir ningún tipo de vida en la superficie de Anuurn. Apelo a ti… te lo suplico, y a cualquier otra que pueda sacar ahora mismo a sus machos del planeta, que lo haga, dadnos una oportunidad, por todos los dioses, id a las lanzaderas, buscad refugio. Todavía tenemos tres grandes grupos de naves por llegar y uno de ellos ha amenazado con atacar Anuurn.
Estática. Chisporroteos.
—Pyanfar Chanur, abandona este curso.
—¿Eres Ehrran? Maldita sea, ¿eres Rhif Ehrran?
Estática, chasquidos.
—Aquí Rhif Ehrran, Chanur. Llévate a tus kif y vete a hacer tratos con tu amo.
—¿Eso es lo que piensas decirle a la siguiente oleada de naves cuando aparezca aquí para atacar? ¿Piensas arrestarlas? Estás totalmente loca, ¡pon esa nave en el vector de Kura, donde pueda ser de alguna utilidad y no te metas en mi camino o te haré volar en pedazos! ¡Negarle cuidados médicos a mi tripulante! ¡Dar la vuelta y salir corriendo en Kefk! ¿Qué has escrito en esos malditos informes tuyos? ¡Por los dioses que en ellos debe faltar una gran parte de la historia. Desde luego, no estará esa parte en la que aceptas sobornos de los stsho y haces planes con los kif en contra del han! ¡Saca de ahí esa nave y ponía donde debe estar!
Ninguna respuesta. De nadie. Ni de Ehrran, ni de la estación de Gaohn, ni tan siquiera de Anuurn, en tanto que el tiempo necesario para que les llegara seguía pasando.
—Son Inmunes —dijo Sirany en voz baja, sentada a su lado—. Estás desafiando a una Inmune, Chanur.
—Armamentos. Blanco.
—¡Ker Pyanfar, son hani!
—Han arrestado a Banny Ayhar. Han arrestado a la mensajera que arriesgó su cuello, por los dioses, y con él todos los medios de vida del clan Ayhar para avisar a los mahendo’sat y luego para avisarlas a ellas. Trajo a las capitanas y a las tripulaciones desde Maing Tol, hizo todo el viaje hasta casa… ¿De dónde crees que salieron esas naves que había ahí fuera junto a los mahendo’sat? ¡De todo el espacio mahen, de ahí vinieron! ¡Con los mahendo’sat! Dentro de nada tendremos aquí al hakkikt, por los dioses, y esa necia orgullosa con sus pantalones negros se dedica a citar las reglas de Naur y de todos sus malditos esbirros…
Sirany hizo girar el asiento, hasta quedar cara a cara con ella.
—He dicho que no pensaba seguir adelante y eso es lo que haré. No estoy de acuerdo con sus acciones. Pero deja que hable con Harun. ¡Por todos los dioses, dale a Ehrran una oportunidad para echarse atrás, Chanur, dásela! ¡Dales tiempo para reaccionar, tienen que encontrar una forma de mantener parte de su orgullo!
Tensó las manos sobre el cuero del asiento, accionó el control y lo hizo girar para encararse con Sirany. No. La reacción muscular le provocaba un temblor en los labios. Había dejado de respirar. Un anillo negro rodeaba la tensa silueta de Sirany. Tiempo, por todos los dioses, esa maldita estúpida, esa bastarda que ha olvidado quién era su padre… Orgullo, orgullo por encima del han, el precioso rostro de Ehrran… Logró volver a respirar. Y, con el aliento, volvió la cordura.
—Está bien. —Una respiración más—. Está bien. Hablemos con los clanes que navegan por el espacio. Hablemos con Harun, con Pauran, con Shaurnurn y con mis hermanas de Chanur, y con todas las naves que hay por ahí. Han arrestado a Banny Ayhar. Las naves… ellas saben quién las llevó de regreso a sus hogares. Háblales de Ayhar, cuéntales el resto, por los dioses, ¡lo hicimos por ellas, lo hicimos todo por ellas, maldita sea!
Hizo girar bruscamente el asiento, activó el ordenador en ese puesto y exhumó de su interior un registro de bitácora. Con toda precisión, al primer intento. Nadie en la Orgullo iba a olvidar aquella fecha, aquella hora, aquel momento.
Estación de Kshshti: Ehrran intentaba llevarse a Tully por la fuerza, el ataque kif procedente de dos direcciones, Akkhtimakt y Sikkukkut, sobre los muelles de la estación, Banny Ayhar enviada a Maing Tol con el mensaje para una conferencia a tres bandas: ella misma, Jik y Rhif Ehrran. Ehrran que accedía acudir para acompañarlas al territorio kif.
Segundo fragmento del registro: otra fecha, otro momento, el intercambio de mensajes entre la Orgullo y la Vigilancia de Ehrran, la petición de ayuda médica para una pariente, la negativa, el hacer depender esa ayuda de que se entregara a la tripulación de Tahar que Chanur había acogido bajo su protección. La concesión de esa ayuda cuando se introdujo en el archivo una emergencia falsa y entraron en contacto con la Aja Jin.
—Mételo en una cápsula —le dijo a Sif—. A cada nave hani que haya ahí fuera. Luego mete en una cápsula todo el maldito archivo y lánzala hacia Gaohn a toda velocidad. Diles que la envíen mediante un haz de partículas a los registros de Anuurn. Presenta una petición para que liberen a Ayhar. Veamos si por una sola vez el han puede entender lo que está ocurriendo aquí. Por nuestro sello en la transmisión del archivo. Hay muchas cosas que no podemos decir ante testigos kif, pero, por los dioses, hay lo suficiente como para hacer que acaben colgando a esa estúpida. Pide contestación y mantente a la escucha.
—Por los dioses, eso es —dijo Sirany—. Sif, transmite, a la Industria y a todas las otras. Que vayan reduciendo velocidad. Sigue mensaje.
El sonido de la alarma. Los preparativos, la Orgullo se disponía a frenar. Más cuerpos se dejaron caer sobre los asientos, las tripulantes de Chanur, Haral, Geran y Khym, en la cubierta superior, lo bastante cerca como para llegar a tiempo y ocupar los huecos. Agotadas, casi sin poder ver los controles. Sí, dioses. Pyanfar sentía la cabeza tan pesada que a duras penas si lograba sostenerla erguida. Las manos le temblaban sobre los controles. En estos momentos no confiaba lo bastante en sí misma como para manejar ninguno de los instrumentos críticos.
Gracias fueran dadas a los dioses por tener a las Tauran aquí.
—Capitana. —Tirun, en el comunicador, su voz enronquecida por la tensión del frenado—. Si nos das un poco de tiempo llegaremos al puente.
—Negativo, negativo, quedaos ahí abajo. Si quieres recibir imágenes por el monitor, enseguida las tendrás. Quiero que estés descansada, ¿entendido?
—Capitana…
—Hazlo, Tirun. No discutas conmigo. Si es necesario, tómate un calmante. Te necesito luego, ¿me has oído?
Una pausa.
—Un calmante, Tirun, hablo en serio. ¿Tendré que bajar personalmente hasta ahí?
—No, capitana. Entendido, alto y claro. Pero el calmante no será necesario. ¿Puedo preguntar si…?
—Que los dioses me ayuden. —Su voz se desvaneció y por un instante fue incapaz de respirar—. Deja libre el canal, por todos los dioses, prima, dame unos segundos de tranquilidad.
—Corto, capitana. —En voz baja y calmada, cerrando la comunicación. Al instante.
Pyanfar escondió la cabeza entre las manos. ¿He sido demasiado brusca con ella? No pretendía serlo. Llamar otra vez. Decirles… Oh, dioses. ¿Decirles qué?
Mi cerebro no funciona. Eso es todo. No puedo pensar. Llamarlas otra vez, decirles que estoy agotada.
Y eso haría que el descanso les resultara mucho más sencillo, ¿verdad que sí, Pyanfar?
Ahí abajo hay profesionales. No son niñas. No son como las de la estación. Tirun sabe perfectamente lo que pretendía decirle. Si es necesario se tomará el calmante. Es una profesional.
Tengo que ocuparme de Hilfy y Tully. Mis jóvenes tontos. Mis fieles y jóvenes tontos, capaces de cualquier cosa por mí.
¿Dónde está Chur? ¿Dónde se ha metido Chur durante todo este lío?
—Geran, ¿hay alguien con Chur?
Una inclinación de sus orejas.
—La llevaron abajo. A los camarotes de la tripulación.
Entonces está a salvo y no se encuentra sola. Un peso menos que llevar sobre mis hombros.
Y después de eso:
—Transmisión de la Vigilancia —murmuró Sif. Los datos aparecían por la pantalla número uno. Un montón de palabras, un largo mensaje.
Era lo que esperaba. Entradas de bitácora, seleccionadas. Dos naves que se lanzaban mutuamente fragmentos de los registros, como si se estuvieran disparando haces de energía. Las dos caras de la verdad.
—Condenada idiota… —murmuró. Parte de lo que transmitía quizá fuera potencialmente explosivo para los kif.
—Tenemos una conversación pendiente con Sikkukkut —dijo Haral.
—Guárdala de momento —respondió—. Ahí fuera hay oídos kif. Si hacemos que Sikkukkut pierda su reputación, quizá nos encontraremos en problemas que seremos incapaces de manejar.
—Sfik —dijo Khym—. Es la Chakkuf, ¿verdad? De ésa debemos preocuparnos, es su líder.
—Justo. —Sintió un escalofrío en las entrañas, seguido por una oleada de calor. Su esposo había dado en el blanco. Estaba tranquilo, había logrado entender durante todo el proceso mucho más de lo que ella habría supuesto, tal y como hacía siempre. En el puente, en un asiento junto a una tripulante de Tauran, y sin que ni una sola Tauran agitara las orejas por su causa. ¿Sabes qué estás oyendo, Tauran? El cambio. El poder que se desliza hacia otro sitio, balanceándose. Y en todo el universo sólo hay un modo de que pueda dominar a ese bastardo de ahí fuera, el que está al mando de la Chakkuf. Tengo que extender las manos y agarrarme. Bien fuerte, con las dos.
Un kif entiende muy bien este intercambio de mensajes.
Un kif entiende qué les estoy pidiendo a los clanes del espacio. Entiende cuál es la posición de Ehrran, y comprende que se está erosionando muy aprisa. Los kif no se están metiendo en esto, gracias sean dadas a los dioses, saben que de hacerlo podrían empeorar todavía más el asunto, bastaría con que metieran una sola mano en él. No quieren moverse en ningún sentido. Están esperando que yo actúe. Por supuesto, me están esperando. Gracias, esposo.
—Mensaje: prioridad. —Los datos brotaron del monitor de Sif y pasaron al número uno, un torrente de informaciones mahen emitidas por una nave llamada Hasene.
Mahendo’sat. Dioses. Están confirmando la historia de Ayhar.
—Prioridad, prioridad.
Algunas naves habían empezado a cambiar de color en las imágenes que llegaban de más lejos, se transmitían sus posiciones y aparecían convertidas en matrices luminosas gracias a la continua conexión establecida entre las demás naves que se hallaban en posición de captarlas. Algunas naves se estaban apartando de ese grupo de puntos que se había formado al detenerse el combate kif-kif-hani.
La inmovilidad se había roto.
—Prioridad.
Seis de los clanes espaciales se estaban moviendo, situándose detrás de la Fortuna de Chanur y la Luz de Chanur. Entre ellos se encontraban las parientes de Faha y el clan de Harun.
—Hacia el interior —murmuró Haral—. Espero que estén de nuestro lado, por los dioses.
—Que los armamentos sigan preparados. No conocemos los planes de esa loca de Ehrran.
—Esos clanes del espacio se están colocando a la espalda de Ehrran —murmuró Haral—. Cinco naves han salido de la estación y ahora se sitúan detrás de ella… Si estuviera en el lugar de Ehrran, me preocuparía. Empezaría a preocuparme ahora mismo, y aprisa.
—¡Prioridad! Un encendido, Ehrran está maniobrando…
En la imagen pasiva, el pequeño destello de los cohetes direccionales era inconfundible; luego entraron en acción los motores principales, un diluvio de energía emitido por la Vigilancia, en tanto que las naves situadas a su espalda permanecían inmóviles.
Ehrran mantuvo encendidos sus motores, acelerando en un vector dirigido hacia el interior del sistema, mientras chorros de información seguían surcando el sistema. Luego Ehrran cortó la energía y quedó en situación inercial. Se iban, pero no a gran velocidad. A la Vigilancia le quedaba todavía mucho tiempo para dar la vuelta. O para girar sobre sí misma y disparar.
—Bastarda —siseó Geran.
Seguía siendo peligrosa. Y mucho.
De repente una de las naves que estaban detrás de Ehrran encendió sus motores y Pyanfar sintió que se le paraba el corazón. Pero no hacía más que virar sobre sí misma, dirigiendo el morro hacia Gaohn y el hogar, en la misma dirección que las naves procedentes del interior del sistema.
—Ésa es la Ascendencia de Raurn —dijo la Primer Oficial de las Tauran.
Destellos de las demás naves, una por una. Todas efectuaron un giro sobre ellas mismas.
Pyanfar cerró los puños, haciendo brotar sus garras, y se mordisqueó los bigotes. No tengo fuerzas para seguir en el puente. No puedo hacerlo. No lo resistiré. Dioses, ¿qué voy a hacer?
Justo cuando la situación había llegado a su punto más crítico. Cuando la existencia de las hani dependía de lo que ocurriera ahora.
—Equipo médico —ordenó, luchando contra una oleada de náuseas—. Fiar, tráeme el equipo médico. Un estimulante. Será mejor que me lo tome.
—Capitana… —dijo Haral con la voz muy ronca, en un estado casi tan malo como el suyo.
—No. No. Tráeme eso, consígueme un bocadillo. Tengo que hacerlo, Hal.
—Está bien —aceptó Haral, mientras Fiar partía en busca del equipo pedido.
—Yo traeré el bocadillo —dijo Khym—. Gfé. Lo que quieras.
Su forma de cocinar. Dioses. El tofi no. Pyanfar se volvió hacia él mirándole con ojos apagados e indefensos.
—Gracias. Nada de endulzarlo, ¿eh? Hazlo sin adornos, y rápido.
—Sin adornos y rápido. —Se levantó de su puesto, agarrándose al respaldo para no perder el equilibrio, y se dirigió hacia la cocina en el mismo instante en que Fiar aparecía con el equipo. Lo dejó sobre la consola y extrajo una jeringuilla.
Pyanfar extendió el brazo y lo mantuvo quieto mientras la aguja entraba en él y la voz de Sirany susurraba a lo lejos, hablando con las demás naves.
—No podrás hacerlo otra vez, capitana —estaba diciendo Haral—. Capitana, si es necesario te dejaré inconsciente, ¿me oyes?
Se volvió hacia Haral con el rostro inexpresivo. Lo decía en serio, la amenaza tenía la finalidad de salvarle la vida llegado el caso. El estimulante le hizo sentir una oleada de mareo y el corazón empezó a latirle casi con estruendo. Por un instante sólo pudo oír su propio pulso y supo que si se movía saldría volando del suelo, totalmente desorientada.
El corazón latía cada vez más y más fuerte. Respiró profundamente un par de veces.
—Estoy bien —dijo. Y supo que haría bien en no levantarse. El puente giraba y oscilaba como si la rotación de la nave se hubiera vuelto totalmente errática.
La comida llegó un segundo después. Primero el bocadillo. Una taza con agua. Fiar salió corriendo a llevar algún mensaje. El agua era lo que mejor admitía su garganta. Se obligó a darle un mordisco al bocadillo.
—Peor que Chur —murmuró Haral a su lado—. Dioses, descansa un poco, tenemos aún tiempo de viaje por delante, descansa un poco.
—Comed algo vosotras también. Tú. Geran, venga. Todo está cubierto. Venga, ¿me habéis oído? ¿Queréis hacer un viajecito con los kif?
Las orejas de Haral se agacharon. Una vieja amenaza, un viejo chiste. Pero ahora no era ningún chiste. Se aclaró la garganta y cuando Geran se puso en pie, tambaleándose, se agarró al brazo de ésta. Las dos estaban ahora de pie.
Y aún quedaban leguas y leguas que recorrer para proteger a su planeta.
Cuando dejaba que su mente volviera hacia el hogar, hacia Kohan y hacia un refugio que ya no existía, notaba un dolor comparable al de un cuchillo que se clavara en su ser. Ahí estaba su mundo, azul y brillante. Pero Chanur ya había desaparecido ahí. Se había disuelto. La propiedad estaba legalmente en manos de su hijo, Kara Mahn. Y Kara se encontraba bajo la firme influencia de su hija Tahy, que llevaba el suelo del planeta incrustado hasta lo más hondo de su estrecho y miope corazón.
¡Nunca supe quién eras! La voz de Tahy, el rostro de Tahy, la nariz fruncida por la ira. Esa nave, siempre esa nave…
Y Kara, tan alto y fuerte, había heredado la talla de Khym y la de ella misma.
Pero no había heredado la mentalidad de ninguno de los dos.
Llegó el gfé, en las cautelosas manos de Fiar. Tomó un sorbo. Demasiado fuerte, le golpeó el estómago como si fuera ácido. Pero el calor la consolaba. Ya era algo.
—Transmitid a Gaohn —dijo—. Pyanfar Chanur al clan Llun. Hemos llamado a la estación de Gaohn para que libere a la tripulación de Ayhar y a su nave. Las naves que tenemos ahí fuera son una parte suficiente del han y podemos tener un quórum temporal. Poseéis la autoridad necesaria. Las funcionarías del han respetarán esta orden o se pondrán bajo la protección de la Inmunidad Llun. Tomamos posesión de la estación en nombre del han. Fin del mensaje. Una lista de los clanes que hay ahí fuera y que todos ellos lo firmen.
Una acción arrogante, digna de una hani embriagada. Pero también una acción veloz, que no dejaba que el han, situado en el planeta, tuviera tiempo de organizarse ni emitir decretos.
—Apostaría a que el han se encuentra reunido en sesión —dijo Sirany—. Ahí abajo.
—Deberían estar reunidas, sí. Deja que discutan lo que harán. Que discutan hasta que el sol se congele. Que se cuezan en su jugo, que hablen y que se peleen. Aquí fuera tenemos una emergencia. Manda mis disculpas a las demás naves por utilizarlas en la firma, no tenemos tiempo para la demora de transmisión. Estamos actuando bajo grandes tensiones. Pídeles que envíen una confirmación de apoyo. Diles que debemos ir a Gaohn y sacar de allí a Banny Ayhar.
—Ya estamos recibiendo confirmaciones sobre esa petición de quórum —dijo Sif.
Las palabras penetraron lentamente en su cerebro. Como una ola de calor y frío mezclados. Dioses, va a funcionar. ¿Qué he hecho?
¡Jik! Los dioses te lleven, Jik, ¿qué he hecho?
—Llama a los clanes que están delante nuestro. Pregúntales si querrían volver a Gaohn y ayudarnos a conseguir que se libere a Ayhar sin problemas.
—Bien —dijo Sif—. Transmitiendo. —Y, un instante después—: Llun responde. Ya están liberando a la tripulación de Ayhar. Se está atendiendo a la Prosperidad. Llun manda felicitaciones, ker Pyanfar, y pregunta qué hay sobre los kif, cito: ¿A qué nos estamos enfrentando? Final.
El alivio que sentía era tan profundo que la había dejado aturdida. Exploró cautelosamente esta sensación durante un segundo, repitiendo de nuevo mentalmente esa frase que despertaba ecos interminables, intentando decidir si era real o una alucinación causada por el estimulante. Buenas noticias, dioses, la cosa sigue funcionando.
—Vamos hacia allá. Díselo. Diles que mi objetivo es tener una conferencia con ellas y si cualquier miembro del han quiere coger la siguiente lanzadera para subir, será bienvenida. Diles que las fuerzas que están conmigo, y repite, conmigo, no representan peligro alguno. Fin del mensaje. Mándalo así mismo, ker Sifeny.
—Entendido. ¿Algún nuevo mensaje a las naves que tenemos delante?
—Diles que sigan preparadas. ¿Necesita ayuda Llun en la estación? Pregúntaselo mientras te ocupas de lo demás. —Mi cabeza se confunde. No pienso adecuadamente. Soy un peligro estando en el puente—. Ker Sirany, te cede el control de las operaciones. Del politiqueo me sigo encargando yo. Todo lo demás… ocupaos tú y las demás capitanas… —Agitó desesperadamente la mano—… de lo demás. —Y buscó a tientas el cierre del cinturón, intentando ponerse en pie.
—¿Te ayudo, capitana? —Sif alargó la mano, cogiéndola por el brazo—. ¡Ker Haral!
Lo estoy haciendo perfectamente yo sola, gracias.
Y todo el puente se volvió negro y gris.
El parloteo de las operaciones normales. Tranquilidad. Se puso en pie, casi resbalando del asiento, y se agarró al respaldo.
Todo de color gris. Un instante de negrura. Y la sangre latiéndole con estruendo en los oídos.
Alguien a su lado. Alguien que la cogía.
—Camina —dijo Haral.
—Estoy caminando. —Sus piernas, estúpidas e insensibles, como carne muerta. Había perdido todo sentido del equilibrio. Haral la sostenía por un lado, Khym por el otro.
El trayecto hasta el camarote fue muy, muy largo. Las luces del pasillo se retorcían como el lomo de una serpiente en llamas.
—Se ha excedido, eso es todo —dijo Haral—. La vi una vez más o menos como ahora, en Ajir.
Mentirosa. Entonces estaba borracha. Tengo miedo, Hal. No me quedan fuerzas y todos me necesitan.
—Yo la sostengo. —Cuando todo el universo giró bruscamente sobre su eje. Khym la estaba llevando, rodeándola con su brazo. Igual que si estuviera volando, cabeza abajo, vuelta del revés.
Después, la cama. El colchón. Sábanas. Almohada.
—La habitación de Chur —dijo la voz de Geran, con un jadeo ronco de absoluto agotamiento—. Haral, díselo. Podemos quedarnos ahí.
Un cuerpo aterrizó junto a ella. Un golpe suave. La red de seguridad, zumbando, luego un chasquido.
Después, la oscuridad.
Hasta que la gravedad cambió y Pyanfar despertó clavando por reflejo las garras en algo que no era el colchón, sino su esposo. Khym lanzó un bufido y despertó con una brusca sacudida, pesaba menos de lo que debería. La gravedad no estaba en su nivel adecuado.
—¡Uuuh!
—Estamos atracando. No pasa nada, no pasa nada, estamos en Gaohn. —Un balbuceo casi ininteligible. Ni tan siquiera eso bastaba para hacer que el cuerpo se pusiera en movimiento. Se le volvió a nublar la mente, tenía una carga demasiado grande que llevar. Más variaciones de gravedad. Clang, thump. En su estado no resultaba prudente levantarse. Lo prudente era seguir tendida ahí y aprovechar los escasos instantes extras de sopor de que aún pudiera disfrutar, antes de que los chasquidos y golpes del contacto le indicaran que las abrazaderas habían quedado seguras. Entonces llegaría el momento de ponerse en pie y asearse un poco.
La red de seguridad se retiró con un zumbido. Fiar, en pie junto a su lecho, con una bandeja en las manos, las orejas hacia atrás y una mirada preocupada en su rostro. La nave se encontraba milagrosamente estable y callada.
—Capitana. Mi señor… ¿Queréis intentar comer algo?
¿Hemos suspendido el atraque? ¿Hemos vuelto al espacio?
¿He seguido durmiendo pese a todo el ruido de las abrazaderas? ¿Y las conexiones? Dioses, no estamos girando.
Se incorporó apoyada en los brazos. Khym seguía inconsciente junto a ella. La habitación apestaba. Y ellos dos también. Todo apestaba. Tenía los ojos pegajosos y un sabor horrible en la boca.
—¿Situación? —pidió.
—Estamos en la estación, capitana. Dique trece. Tenemos toda una línea de naves nuestras detrás. Ningún movimiento salvo el de nuestro grupo… Harun, Pauran, Faha, todas las demás, hemos atracado juntas, al igual que ker Rhean y la Fortuna de Chanur. Ehrran también. Anfy Chanur la mantuvo bajo la mira de sus cañones durante todo el trayecto hasta el dique; sigue teniendo a la Luz cerca pero Ehrran todavía habla en nombre de Naur y de las demás, aunque las navegantes espaciales están enfurecidas, capitana, no le hacen el menor caso. Quieren verte. Les dijimos que no te encontrabas en condiciones. Pero mi capitana pregunta… dice que quizá pudieras subir al puente y verlas tan pronto como te resulte posible, capitana… tenemos todo un montón de kif alrededor de Tyar y las hani no les quitan los ojos de encima. Pero quiere que antes desayunes y que te lo tomes con calma. Ésas han sido sus palabras, capitana.
—Dioses.
Cerró los ojos, apretando fuertemente los párpados, y los abrió de nuevo. Intentando centrar la mirada en algo. Fiar parecía exhausta, con las orejas colgando en una curiosa inclinación lateral que la hacía parecer más joven de lo que en realidad era. Estables, en el dique. Otras naves habían tenido tiempo de llegar también hasta ahí. Anfy y Ehrran no podían reaccionar por el momento. Alargó la mano y tomó la taza que le ofrecían. Era la más grande de cuantas había en la cocina. Llena de sabrosa sopa, el vapor brotaba de ella como una petición, un deseo dirigido a los dioses.
—Unnnnnhh. —Tomó un sorbo. Parpadeó, centrando de nuevo su mirada en la joven—. Ayhar. Por el infierno mahen, ¿dónde está Ayhar?
Las orejas de Fiar acabaron de hundirse.
—Siguen reteniéndolas como rehenes, capitana.
—¿Dónde?
—En la estación. Ker Rhean, Harun y mi capitana se ocupan de ello, pero al parecer hay algún problema. Se han producido combates abajo, en los puertos destinados a las lanzaderas, entre algunas de nuestro bando y otras del suyo. Ahora no pueden hacer lanzamientos, sólo un par lograron salir… Las Llun intentan actuar como mediadoras, según la capitana, desean que se permita despegar a las lanzaderas, y algunas de las Inmunes del planeta están intentando negociar…
—Y un infierno mahen.
—Mientras se incorpora tu tripulación, la capitana dice que deberían recibir órdenes de ker Haral y ker Haral dice que…
—Los kif. ¿Dónde están los kif?
—Siguen ahí fuera, nada más. Ese kif, Skkukuk, quería hablar con ellos. Mi capitana dijo que no. Ker Haral dijo que no.
—No —dijo ella, y tragó cautelosamente un sorbo de sopa en tanto que Khym gemía, dándose la vuelta e incorporándose sobre los codos—. Comida —le dijo—. Khym.
La sopa estaba tan caliente como los fuegos de Ahr. Sopa instantánea. Un invento maravilloso. Seguían con vida y el camarote no se movía y lo peor no era en absoluto tan malo como había imaginado. No había combates graves, por el momento. Los kif seguían en su puesto. Todo el mundo estaba donde debía. Salvo Ehrran y los combates producidos en los puertos de abajo. Y Ayhar; y sólo los dioses sabían dónde se encontraba Sikkukkut. Los timbres de alarma seguían sonando a lo largo de sus nervios. Ese bastardo de Sikkukkut llegó por sorpresa a Punto de Encuentro. ¿Siempre tiene que mostrarse original? Se estremeció convulsivamente, parpadeó y logró conservar el equilibrio cuando Khym se movió para erguirse sobre la cama, haciendo oscilar todo el colchón.
—Toma. —Le dio su taza y cogió la otra; la bandeja se hizo más liviana. Luego alzó la mirada hacia el preocupado rostro de Fiar, fiel, deseosa de ayudar en lo que fuera—. Llun está esquivando rocas, ¿no?
—Montones de rocas —dijo Fiar. Y agachó las orejas en una nerviosa muestra de respeto. Se sentía incómoda, con Khym despierto. Era joven—. Pero mi capitana les ha hablado por las líneas de la estación, les ha contado lo de los kif y el respirador de metano que vimos. También les ha contado lo de todas esas estaciones cerradas, lo de los humanos y los mahendo’sat. Pensó que quizá no tuvieran tiempo de examinar todo el registro y que sería mejor que lo supieran.
—Bien. Dale las gracias. Estaré ahí tan rápido como sea posible.
—Sí, capitana. Si deseas algo…
—¿Quieres conectar ese monitor cuando te vayas?
—Bien, capitana. —Fiar fijó la bandeja entre el brazo y el cuerpo, accionó el interruptor del monitor mural que había junto al baño y salió rápidamente. La puerta se cerró tras ella.
—Uhhhn —gimió Khym mientras engullía un trago de sopa.
El diagrama del sistema que apareció en el monitor mostraba cuanto había dicho la joven navegante espacial: un montón de naves hani posadas en la estación de Gaohn y un montón de kif y hani con algunos mahendo’sat vigilándose atentamente en los confines del sistema. Todo relativamente parado.
Jik no está. No da señales de vida. Es lógico, no supuse que lo hiciera.
No está muerto, no está muerto, los dioses se lo lleven. Saltó en pos de esos bastardos o está ahí fuera, juzgando sus movimientos y esperando a Sikkukkut. Tiene que ser eso. Hay demasiados mahendo’sat en el sistema, y están cooperando. Por los dioses, va a usar todo mi sistema solar como una zona de, batalla mahen.
Alargó el brazo hacia la consola y activó el comunicador. El chasquido y el parloteo continuo de las operaciones del puente invadieron la cabina. Murmullos, nadie hablaba en voz alta. Una monotonía tranquilizadora. El clan de Llun, hani sensatas y de confianza, se encontraba a cargo de la estación: había problemas en los corredores, pero Llun dominaba la central y la cordura se extendía en el exterior. Contra los mejores esfuerzos de Ehrran.
—Todo va bien —dijo Pyanfar.
Bien. Dioses, Pyanfar. ¿Dónde está Kohan? ¿Qué está pasando ahí fuera, en los muelles, en el planeta, qué haremos?
—Uhhn —repitió nuevamente Khym, tomando continuos sorbitos de sopa como si entrara directamente en las venas, en una transfusión sin escalas. Los dos habían perdido montones de vello que ahora cubría las sábanas. Miedo. Agotamiento. Pérdida de recursos vitales.
—Un baño —dijo ella. Era lo que más deseaba, más que la comida, más que el sueño. Dejó la taza sobre la mesa de la consola, se arrastró fuera de la cama y, por el camino, dejó caer los pantalones al suelo.
Fue directamente al compartimento de la ducha y empezó a usar el agua y el jabón. Mucho jabón, un diluvio de jabón y agua caliente.
Una sombra se recortó tras la puerta, una silueta hani, alta y corpulenta, visible al otro lado de la superficie transparente. Pyanfar abrió la puerta y le dejó entrar.
Los dos se enjabonaron, dejando correr el agua sobre ellos y luego, al fin limpios, se quedaron inmóviles, sosteniéndose mutuamente bajo los cálidos chorros de agua, hasta que Pyanfar descubrió que había cerrado los ojos. Se estaba durmiendo otra vez.
—Dioses. Tenemos que movernos, esposo.
—Uhhhn. —Como cada mañana en el planeta. Totalmente incoherente durante media hora, en el mejor de los casos.
Pyanfar salió de la ducha y se limpió los dientes, buscando puntos de dolor; luego se secó no muy concienzudamente con una toalla y hurgó en el cajón para encontrar su último par de pantalones limpios.
Y la pistola de bolsillo. Sí, dioses, eso.
Luego salió al frío pasillo, atándose todavía los cordoncillos del pantalón, y sintió el helado metal de la cubierta bajo los pies.
—Capitana —dijo.
Sirany seguía en su puesto y el puente estaba prácticamente desierto, sólo ella y su Primer Oficial. El lugar apestaba a hani sucias. Y el rostro de Sirany al hacer girar su asiento estaba marcado por la fatiga y la tensión.
—Ker Pyanfar. —Su voz sonaba enronquecida—. Todo va bien, pero tenemos un montón de preguntas a las que será necesario responder. Mucha gente quiere hablar contigo. Yo misma quiero hablar contigo. ¿Qué nos espera ahora?
—Esperamos otra oleada de kif. Mientras tanto, estoy preguntándome en qué infierno mahen se han metido cierto par de naves de caza mahendo’sat y dónde hemos perdido a medio centenar de naves humanas, indudablemente armadas, y con intenciones en las cuales no queremos ni pensar.
Quizás eso era algo más de lo que Sirany deseaba considerar en aquellos momentos. Su rostro reflejaba ese pensamiento.
—Sí —dijo—. Me he estado haciendo preguntas sobre ello. Quizás esperaba que tú no te las hicieras. Pero, en cierto modo, deseaba que pensaras en ello.
—¿Creías que habría otra verdad en cuanto llegáramos al muelle, cuando hubiéramos logrado echar a las naves de Akkhtimakt al lado mahen de la línea?
—No pretendo decir que te considerara una embustera. —Abatió las orejas en un gesto de disculpa y luego las agachó todavía más al tiempo que endurecía el mentón—. Eso es mentira. Sigo sin estar segura. Pero no lo creo. Lo he apostado todo por ello. Pero ¿qué otra opción tengo? Ahí fuera nada es seguro. Te diré algo, ker Pyanfar: cuentan toda clase de historias sobre ti. Desde lo de Gaohn, desde que te marchaste de esa forma con… —Un rápido gesto de las orejas—… con na Khym y todo lo demás. Y no estoy dispuesta a besarle los pies al han. He oído muchas historias más en Punto de Encuentro mientras estabas atascada ahí. Los stsho te tienen miedo. Dicen que cambias fácilmente de bando. Los stsho, nada menos…
—Aún dirán cosas peores que ésa. Pensé que una tripulación con el valor necesario para abordar esta nave también lo tendría para manejar los tableros en caso de combate. Puede que aún nos veamos obligadas a hacerlo, incluso contra naves hani. Ahora te estoy diciendo la verdad. Estoy trabajando a tu lado y con nadie más. Los mahendo’sat nos han engañado tantas veces que necesitarías un diagrama para no olvidarte de ninguna. Pero aun así son los mejores aliados que tenemos, y tengo la esperanza de que ese amigo mío al que tanto le gustan las conspiraciones siga vivo por ahí, fuera del sistema.
—¿Esperando al resto de los kif?
—Eso creo, por los dioses. Su nave tiene mucho equipo. Tiene un gran equipo de comunicación. Nunca he estado en ese puente, pero tengo la impresión de que no es pequeño. Cuenta con un gran número de tripulantes y técnicos, y puede frenar a mitad de un salto. La Mahijiru de Dientes-de-oro tiene una capacidad todavía mayor, pero no creo que supere en mucho a lo que puede hacer la Aja Jin si se lo propone. Durante el jaleo de ahí fuera le perdimos la pista a más de una nave y no estoy segura de que todo fueran bajas. Los kif tienen un concepto: pukkukkta. Venganza. Destrucción. Ese kif, Sikkukkut, ha lanzado naves en todos los sentidos. Hacia todos los tipos de espacio posible. Se ha preparado para borrar del mapa la civilización… o eso dice. Da la impresión de que no le sirve para nada. Yo no pienso igual y creo que él lo sabe, pero no quiero tener que ponerle a prueba. También hemos perdido la pista de varias naves kif y eso me preocupa. Si es posible que alguien se ocupe de ello, me gustaría tener una lista.
—Quizá se han encontrado ahí fuera. Quizás eso es lo que está haciendo la Aja Jin.
—Sería mucha suerte. —Apretó los labios. El dolor de cabeza todavía la molestaba—. Sería realmente mucha suerte. Pero, pase lo que pase, tenemos que entendérnoslas con lo que llegará desde Punto de Encuentro, no importa quiénes sean los sobrevivientes a ese ajuste de cuentas. Si es el kif con quien estábamos tratando tiene que encontrar ante él una sola voz que hable. Una sola.
—Te comprendo. —La mano de Sirany temblaba sobre el brazo de la silla, sacudiéndose con un pequeño tic. Agarró con fuerza el brazo del asiento hasta que se le marcaron los tendones—. ¿Quieres traer a bordo a las capitanas?
—No tenemos espacio en la cubierta. Tendríamos que meterlas en el pasillo inferior, el principal. No. Bajaré al muelle y, por los dioses, espero salir con vida de todo esto. Mi pérdida podría resultar muy cara. Realmente cara… Yo puedo hablar con ese kif. Mi kif puede hablar con esos bastardos de ahí fuera. ¿Dónde está?
—Abajo. Bien alimentado, podría añadir. Me pregunto si será capaz de moverse.
—Dioses… —Se dirigió a la consola de comunicaciones y tecleó el número—. Skkukuk, ¿qué tienes que decirles a esos kif de ahí fuera?
—¿Eres tú, hakt’?
Voces hani. Voces distintas.
—Puedes estar condenadamente seguro de que lo soy, skku mío.
—¡Kkkkt! ¡Qué gran placer oírte!
—¿Estabas preocupado por mí, era eso? —Dioses, un cambio de capitanas a bordo, la posibilidad de un motín en el ambiente, el kif como un fusible a punto de estallar y Pyanfar ni tan siquiera lo había notado—. Ya te dije que las hani son una especie muy rara. Has pedido entrar en contacto con los kif de ahí fuera. ¿Qué pensabas decirles exactamente?
—Hakt’, pensaba llamarles para tomar esta nave.
Dioses, dioses y más dioses. Perfectamente lógico. Su propia tripulación estaba agotada y, para los ojos del kif, quizá se correspondía con ese amenazador cambio de autoridad en el puente. Naves en continuo movimiento, una amenaza constante para todos los bandos. Y aquí tenía una pequeña luz de lealtad kif, un kif enterado de que ninguna otra hani consentiría que siguiera vivo y que planeaba servir a sus intereses mediante los de él mismo.
—Estoy al mando de esta nave. No hay ningún problema. ¿Qué piensas que debería hacerse con esos kif de ahí fuera?
—Kkkt. Ponerme al mando de ellos. Ésa sería la mejor acción posible, hakt’. Soy un formidable aliado.
—Skkukuk, ¿cuál era tu rango? ¿Es correcto que te pregunte eso?
—Kkkkt. Kkkkt.
—Ya veo que no. Está bien. Deja que te indique algo, Skkukuk. Sikkukkut es un bastardo, un auténtico bastardo con sentido del humor. Creo que si alguna vez logra ponerte de nuevo las manos encima no saldrás con el pellejo entero, pese a toda tu inteligencia. Él es demasiado listo para no saber que tú también eres inteligente. ¿Me entiendes?
—Hakt’, estás totalmente en lo cierto. ¿Qué harás?
—Bueno, voy a darte todas esas naves kif de ahí fuera, y un tratado con los mahendo’sat y las hani, skku mío, y puedo decirte que si obedeces mis órdenes con la mayor precisión, quizá las cosas te vayan sumamente bien. Pero primero tienes que conseguir el control de esas naves y mantenerlo.
—Ya lo verás, mekt-hakt’, ya lo verás.
Pyanfar se inclinó sobre el panel de la Primer Oficial y abrió las cerraduras desde allí.
—Ya está. Puedes bajar hasta la sala de operaciones inferior y llegarás a la sala de mandos auxiliar siguiendo el pasillo a tu izquierda. Desde allí puedes usar el equipo de comunicaciones. Llama a una de esas naves para que te sirva de transporte, empaqueta tu Cena y cualquier arma que pueda serte necesaria, sal y recuerda cuan lejos estás del territorio kif y quiénes son tus amigas. ¿Entendido?
—Kkkkt. Kkkkt. ¡Te entregaré el corazón de Sikkukkut!
—¡Obedecerás mis órdenes! ¿Me has oído?
—Lo que quieras, Chanur-hakkikt, lo que tú quieras.
Un ascenso, por los dioses.
Sentía un frío en las entrañas que parecía estarla royendo lentamente, sin parar. Terror, terror puro y simple.
Acabo de redactar mi testamento, mis últimas voluntades. Para Sikkukkut, si alguna estúpida de la estación acaba conmigo ahí fuera. Para mi amado enemigo: un problema nuevo, un problema kif.
Disfruta de él, bastardo.
Miró a Sirany, que la estaba contemplando atónita.
—Hay algo que debes saber sobre los kif: cuando están de tu lado, lo están realmente. Y seguirán a tu lado mientras saquen provecho de ello. Ahí abajo tenemos ahora a un kif auténticamente feliz.
—Por todos los dioses, espero que sepas lo que estás haciendo.
—Te lo explicaré: si me ocurre algo, si tienes que encargarte de todo este lío, confía en mi tripulación y amenaza a Skkukuk, asústale hasta la muerte… y luego, déjale suelto. Es el mejor seguro del mundo. Te respetará por haber obrado de esa forma.
Sintió el impulso de ir hacia el compartimento de las armas y coger una automática, pero luego recordó que ahí fuera estaba Gaohn, un lugar civilizado, el hogar. Pero un instante después, pese a todo, entró en el compartimento y sacó la pesada pistola.
—Dile a mi tripulación que se reúna conmigo abajo. Comunica a las capitanas que las veré en las oficinas del muelle.
En los diques, en una zona abierta, lejos de los francotiradores. Su nueva profesión la había vuelto precavida. He aprendido por las bravas, como cualquier estúpida.
—Khym se queda en la nave, al igual que Chur. Puedes decírselo cuando y donde te parezca más conveniente, y diles que es una orden. Skkukuk va a hacer que venga una nave kif. No queremos que en el dique haya más naves hani de las estrictamente necesarias, si se puede evitar.
—Transmite eso —dijo Sirany a su Primer Oficial. Y se volvió de nuevo hacia ella—. Ten cuidado, por todos los dioses.
—Huh. —Pyanfar se inclinó sobre la consola del comunicador y tecleó el número de frecuencia—. Llun, quiero hablar contigo.
—Chanur. Pyanfar. —La voz de la Inmune le llegó desde la estación, tranquila, en tono suave—. Es una trampa, ¡Pyanfar, es una…!
Algo se estrelló contra el micrófono al otro extremo de la línea. Y, después, el silencio.
Sirany se levantó del asiento. La Primer Oficial se había vuelto en el suyo.
Pyanfar se quedó paralizada durante un segundo, luego giró en redondo y empezó a teclear códigos.
—¡Rhean! Fortuna, ¿me escuchas?
—El comunicador está muerto —dijo la Primer Oficial. Pyanfar ya lo había visto, la luz indicadora estaba apagada: habían cortado la conexión con el muelle. Pyanfar, medio arrodillada en su asiento, alargó la mano para conectar el canal entre naves justo cuando se encendía la luz interior de comunicaciones en el tablero y la Primer Oficial empezaba a recibir llamadas. Otras naves habían sufrido también esa brusca desconexión.
—Orgullo de Chanur a Fortuna de Chanur, Luz de Chanur, Industria de Harán… transmitid a todas las naves: problemas en comunicaciones con la central, tenemos problemas en…
—¡Pyanfar! —Una voz conocida, la de su propia hermana, tras dos años de ausencia—. Aquí Rhean, alguien se ha introducido en la central, eso han hecho, han interrumpido la conexión de Llun…
—¡Ya lo sé! ¡Deja libre el canal! ¡Hay que sacarlas de ahí!
Y, en el mismo latido de su corazón: Dioses, los kif. No te metas, Pyanfar, deja que la estación resuelva sus propios problemas, ya te ocuparás de eso luego, pronto tendremos aquí a los kif.
No, dioses, no, si aquí no hay un control firme, Sikkukkut se encargará de establecerlo, entrará disparando. Tenemos que controlar Gaohn y cambiar la posición de nuestras naves, si es posible.
—Pyanfar. —Otra voz, desde el receptor, lo bastante grave como para hacerlo vibrar. La voz de un macho. Procedente de la Fortuna de Chanur.
—¿Kohan? ¡Dioses! ¿Eres Kohan?
—Pyruun me ha hecho llamar. Llun acaba de invocar la Sanción Inmune, ¿no es cierto? La he oído claramente.
Respuestas hani. Asuntos hani. De una voz que había pensado no volvería a oír nunca.
—Dioses.
—¿Pyanfar?
—Sanción Inmune. Sí. Por los dioses, sí. Dile a Rhean que la veré ahí fuera.
—Ehrran —dijo la Primer Oficial de Tauran con un tono impecable. Seguía en su puesto, manteniendo la serenidad pese a la reciente crisis— acaba de invocar la Sanción por su parte contra Chanur y ha tomado posesión de la estación en nombre del han. Dice que estamos todas bajo arresto. Han tomado al clan Llun bajo la protección de Ehrran.
—¡Y un infierno mahen! Mensaje, transmite: ¡Clanes del espacio! ¡A los muelles, a la central! ¡Armaos y salid!
Acuses de recibo, un poco de estática y chisporroteos. Sólo los dioses podían saber cuántas la seguirían. O quiénes serían.
—Pyanfar. —Otra voz, clara, familiar y fría—. Anfy, en la Luz: nos estamos colocando sobre el cénit de la estación. Si alguna nave dispara, sea la que sea, la haremos volar en pedazos. ¡A por ellas!
—¡Ahora vamos! —respondió ella y cogió a la Primer Oficial por el hombro, volviéndose hacia Sirany Tauran y su rostro aturdido, que la miraba con desesperación—. ¡Cuida de mi nave! ¿Entendido?
Y, a pesar del cansancio y del aturdimiento, salió corriendo del puente.