Abajo…
… una vez más…
… Punto Kura, Pyanfar.
Era joven. Había vuelto a los tiempos de Uranun. Una novata, una niña en su primer viaje de vuelta a casa. Esperaba ver Anuurn y recorrer la propiedad, caminaba con un contoneo fanfarrón.
Miradme. Un anillo, nada menos. Me hicieron este arañazo en Punto de Encuentro, me lo gané.
Una diferencia de opiniones entre yo y una tripulante de Jesur.
Bendición divina. ¿Por qué estábamos peleándonos?
No importa. En esos días sanábamos aprisa.
—Te veré en la puerta, Haral.
La miraba con los párpados entornados, tomándose su tiempo, mientras una navegante espacial de nariz canosa (ése era el nombre: Pura Jesur), Pura Jesur pensaba que podía abusar de dos niñas Chanur y divertirse un poco. Ella y Haral, rebeldes y llenas de joven arrogancia hacia la tripulación de una nave rival. Y bebidas. Eso también.
Que los dioses nos salven.
Uranun Chanur era la capitana de la vieja Sol Dorado. Se retiró como capitana dos viajes después. El clan Chanur eliminó la nave del servicio y acabó vendiéndola a Thusar, que la usó bajo el nombre de Mérito de Thusar, una nave pequeña. Mucha nave para un clan como Thusar, un clan nuevo en los viajes espaciales. Chanur hizo retirar el nombre de la nave. Acabó transfiriendo las tripulantes, manteniendo juntas al máximo número posible, mandándolas a la Orgullo, recién construida. Uranun Chanur murió una noche mientras dormía, en el planeta.
—… Capitana.
—Lo tengo, estamos en el rumbo, ¿verdad?
—Sin problemas.
¿Cómo está Chur? Cálmate, todavía no puede responder. No puede responder. Condenadas drogas. No. Tully la acompaña.
—Tully, informa. ¿Cómo está Chur?
Una larga pausa. Un humano aturdido. A Tully siempre le resultaba difícil espabilarse después de un salto.
—¿Tully? ¿Cómo está Chur, Tully? —¿Está viva, Tully? Por todos los dioses, contestadme.
—Ella dormir.
—¿Estás seguro? ¿Se encuentra bien? —Geran estaba escuchando. Pero era lo que Geran necesitaba saber.
—Ella dormir —dijo nuevamente la voz de Tully.
—Tenemos datos de nuestra escolta —dijo Geran, con la voz llena de una helada calma, pensando solamente en la nave—. Seguimos sin problemas, capitana.
No tengo nervios, capitana. El trabajo se hace. Por la nave y por todas nosotras.
—Aquí tampoco hay baliza —murmuró Haral.
—Ninguna señal, nada.
Bebió el concentrado. Le temblaba la mano. Arrugó el paquete metalizado, lo metió en el conducto, y luego se limpió la cara. Se le caía una cantidad sorprendente de vello. Le dolían los dientes cuando los empujaba con la lengua. Había uno que parecía estar medio suelto. Eso la asustó más que cualquier otra herida que hubiera sufrido en toda su vida. No era miedo a morir, era miedo al tiempo. Al muro inevitable que decía: hasta aquí llega un cuerpo, no más allá; y el coraje, el ingenio o la habilidad no pueden hacer nada al respecto.
¿Dónde estamos? ¿Es cierto lo que recuerdo?
Dioses, ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿Cómo he envejecido tanto?
Kif. Kif ahí fuera, delante nuestro. Todo es cierto. No es ninguna alucinación. Dioses, ojalá fuera una alucinación y durante todo este tiempo hubiera estado otra vez con Uranun, ojalá no hubiera llegado a conocer jamás todo esto y estas amigas, esta nave, este terrible lío… fueran simple ilusión…
Agitó las orejas. Un número bastante elevado de anillos tintineó, chocando unos con otros.
Una vieja de nariz canosa. Tú, Pyanfar. Aquí. En este condenado embrollo. Despierta. Vuelve. Estás confusa, se te va la cabeza…
¿… cuándo envejecí?
Haral junto a ella. Un destello, los monitores cambiaron de imagen en su tablero. La información de las pantallas se desvaneció para dejar paso a una lista de comprobaciones, un instante crítico. La lista se esfumó y apareció de nuevo. Haral se había equivocado de tecla y había cambiado todas las prioridades en una oscilante marea de pantallas parpadeantes. Haral se había equivocado. Eso era algo inaudito en ella.
—¿Lo tienes?
—Lo tengo, capitana. Lo siento. Confirmación de la Aja Jin. Están dentro del horario.
Alimañas. Pequeñas criaturas.
… cayendo de nuevo…
… tomando forma una vez más.
—… estabilizadas.
—Hilfy, transmite eso. Dile a nuestro relevo que las esperamos aquí arriba enseguida, todo lo rápido que puedan. Skkukuk, quedas libre. Descansa un poco.
—Hakt’, tendría que comprobar las trampas de los filtros.
—Entonces hazlo, y aprisa. Ponte en ello.
—Sí, hakt’.
Una hora muy larga hasta el salto.
Y todavía llevaban días de retraso. No quería saber cuántos. Las cifras se le perdían en el cerebro, convertido en un laberinto por el salto.
Indiscutiblemente las naves de Akkhtimakt estaban por delante de ellas, ya habrían desaparecido camino a Anuurn. De las dos sondas que faltaban, nada. Su propia escolta estaba ahí, eso era todo.
Se obligó a engullir otro paquete de concentrados. Logró tragarlo y escuchó el extraño silencio de la nada, de ningún sitio, la masa oscura de Punto Kura, con su pequeño faro apagado. No era un lugar barato para colocar una estación, era sólo una rareza astronómica, la Masa de Punto Kura. Un fragmento de roca que, por casualidad, había convertido a las hani en una especie independiente… al crear una ruta hasta Punto de Encuentro y hasta otras especies a través del espacio hani y no por Ajir, que era mahen, lo cual con toda seguridad habría molestado a los mahendo’sat.
Un accidente de la naturaleza que había quitado cuatro meses a la ruta Anuurn-Kura y había evitado que toda la especie hani dependiera de los mahendo’sat.
Ahí estaba, emitiendo su radiación, muerta y silenciosa. Un lugar fantasmagórico y lleno de riesgos donde las hani se encontraban y se saludaban unas a otras, alegrándose por escuchar otra voz en aquel silencio sepulcral. Si se producía una avería en este lugar, una nave tenía que limitarse a esperar el rescate. Y eso era algo que podía significar la bancarrota de una nave. Semanas esperando ayuda y meses para conseguir una cuadrilla de reparaciones desde Anuurn o la estrella de Kura.
Pyanfar contó mentalmente el tiempo para las naves que venían tras ellas.
—Transmite —le dijo a Hilfy—. La Orgullo de Chanur a todas las naves. Comprobación.
Porque el silencio la oprimía, porque de repente, en este último y peligroso salto, quería oír una o dos voces que surgieran de la oscuridad. Deseaba oír por encima de todo la de Jik, quería que llegara a través de la nada tal y como estaba acostumbrada a oírla, ronca y cargada de humor, reservadamente amistosa.
Locura. Un impulso loco. ¿Por qué él? Tendría que sentir deseos de arrancarle las orejas, eso es lo que debería sentir.
Un bastardo mentiroso. No debe estar sufriendo precisamente en esa nave suya. Cuenta con suficiente tripulación como para establecer turnos rotatorios sin ningún tipo de problemas.
Sus naves han sido construidas para este tipo de viajes. Una nave como la Tejedora o la Viento Estelar, ahí atrás, deben sentirse casi tan mal como nosotras ahora, los dioses las ayuden.
Estaban llegando mensajes kif, fríos y exactos. Tampoco ellos se lo pasaban mal. Avanzamos sin problemas, decía uno de los enviados. Gloria al hakkikt.
Naves hani:
—Aguantamos. —La Industria de Harun.
—Tenemos un sistema funcionando en reserva. —La Tejedora de Pauran.
—¿Estáis haciendo un concurso o qué? Nosotros tenemos cuatro. —Ésa era la Esperanza de Shaurnurn, una voz más joven—. Intentamos remendarlos para seguir.
—Vamos bien. Tenemos algunas luces rojas encendidas. Nos estamos ocupando de ellas. —Munur Faha, en la Viento Estelar.
Y, el último de todos:
—Nosotros todo tiempo buenas condiciones, amiga. Yo estar aquí, no preocupar. ¿Qué esperar tú, eh?
Hilfy acusó recibo de los mensajes y pasó las instrucciones, todo ello con un cansado hilo de voz.
Y Geran, en un murmullo, hablando con alguien:
—¿Cómo está?
—Geran, ¿quieres ir ahí abajo? Es una orden, prima.
—Bien.
Esta vez, sin discusión. Tirun indicó que ella se ocuparía de su puesto. El chasquido de un cinturón y Pyanfar se mordisqueó los bigotes, intentando combatir la hipnosis producida por las luces parpadeantes, la oleada de color verde que cubría todo el tablero… Vamos a perderla, ésa era la idea que se abría paso por su mente, y ella no quería consentirlo.
Hueso y músculo. Órganos vitales. Sustancias alimenticias. Acero y plástico, ellos podían sobrevivir al viaje. Los organismos vivientes necesitaban un margen para recuperar las fuerzas, y con el horario que llevaban no había cabida para ello.
¿Sufren esto los kif?
La imagen de un negro montón de harapos, Skkukuk derrumbándose en sus brazos, casi moribundo en el primer salto que habían hecho.
La imagen de unas negras criaturas de cuerpo alargado, vello, músculos y dientecillos agudos royendo las entrañas vitales de la Orgullo, una imparable y estúpida voracidad destruyendo el recipiente que las mantenía protegidas del frío espacial.
Como el han y los stsho.
Aprendimos la lección, también los kif deben de haberla aprendido. La ley que controla el sistema predatorio: ni el predador ni la presa pueden sobrevivir por sí solos. Los predadores inteligentes cuidan de conservar sus recursos.
¿Recuerdas esa lección, Sikkukkut?
¿Quemar la tierra? ¿Destrozar sistemas ecológicos enteros? Suicidio, na kif. Mata a los stsho y morirás. Elimina a las hani y a los mahendo’sat, y la economía de la cual viven los stsho se derrumba, con el mismo resultado.
Un predador necesita a sus rivales tanto como a su presa. Los sistemas ecológicos encajan entre ellos. Un predador y una presa, sin nada más, no lo lograrán sostenerse.
Se le nublaban los ojos. Conocía las señales. Se obligó a retroceder en el asiento, arqueando los hombros. Apartó el brazo del soporte y el dolor le hizo lanzar un silbido.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Haral.
—Dioses… —dijo, porque el dolor la había dejado sin aliento para decir nada más. La vejez, prima. Es la vejez, no hay duda. Tú y yo. No es justo que nos ocurra a nosotros. Eramos inmortales, ¿no?—. Tenemos que hacer un salto más. Uno más. —Esas palabras tranquilizadoras eran para ella misma. No queda mucho que recorrer, Pyanfar, no tanto. Lo has hecho una y otra vez, ¿verdad que sí?, has vivido días en tanto que en Anuurn transcurre un mes. Dos meses fuera y otra vez de regreso.
Pero los dioses de la Gran Oscuridad daban el tiempo con una mano y lo quitaban con la otra. Desgastaban a la navegantes espaciales desde el interior, sometiendo el corazón a tensiones, robándoles la firmeza de las manos. La última vez que vio a Kohan, éste tenía ya muchas canas. Pero estaba sentado sobre sus almohadones, en la estabilidad que le proporcionaban sus esposas, en las tierras de Chanur; cazaba en sus reservas y gozaba de los mejores cuidados. Jamás conocía el hambre, como mucho un almuerzo que podía retrasarse porque estaba en el campo, mientras sus esposas, hijas, sobrinas, primas y todos sus jóvenes hijos hacían los preparativos de un pequeño festín. Una vida dura, pensaban quienes nunca salían al espacio. Una cacería quemaba la grasa, hacía acelerarse el pulso de la sangre y un poquito de hambre aguzaba los reflejos del cuerpo.
Oh, Kohan, dioses. Un almuerzo que se retrasa. Una tragedia.
Jamás has sentido la tensión del salto, jamás has notado cómo se te cae el vello en tal cantidad que deja la piel al desnudo, jamás te ha dolido la espalda a causa de que te has golpeado con el asiento, nunca has despertado del salto para ver cómo sobresalen los huesos y los tendones, descubrir tu mano como la de un desconocido al final de tu propio brazo, con los dientes doloridos y las articulaciones como si un cuchillo se te clavara entre los huesos.
Otro paquete de concentrados. Algo en el estómago.
—Por todos los infiernos mahen, ¿qué está retrasando a las Tauran?
—Están en el ascensor —dijo Hilfy, justo cuando se abría la puerta de éste, derramando su luz y su reflejo sobre el monitor de la derecha. Unas siluetas oscuras se acercaron por el pasillo, definiéndose al fin en la presencia y las figuras de las hani.
Hizo girar su asiento y vio a Sirany Tauran, vio cómo le cambiaba el rostro y se le derrumbaban las orejas ante lo que veía. Igual que mirarse en un espejo. ¿Tan mal me encuentro?
Sí, tenía que admitirlo: se encontraba muy mal.
—Todo bien, sin problemas —le dijo a Sirany. Y se puso en pie, agarrándose al brazo del asiento y luego a la mano que Sirany le ofreció en un rápido gesto. Entonces pudo ver de cerca el rostro de Sirany, sus ojos muy abiertos y atónitos. Una vez en pie se balanceó intentando encontrar su equilibrio.
—Ker Pyanfar…
—Quiero descansar —murmuró.
—Adelante —dijo Sirany—. Te traeremos algo. A ti y a toda tu tripulación. Vete a la cama.
¿Compasión, Tauran?
Le irritaba eso de una forma irracional y sabía que tal susceptibilidad era absurda. Tauran le ofrecía preocupación por ella y fe en su tripulación. Eso era lo que había estado intentando suscitar en Tauran durante esta larga vida y muerte alternada en la cual se hallaban atrapadas.
¿Cuánto tiempo? Ahora, meses y meses.
¿Cuánto tiempo han tenido los kif para hacer daño en nuestro planeta?
Dioses, ¿partieron de Urtur mucho antes que nosotras? ¿Era esa fuerza en Punto de Encuentro sólo una parte de lo que disponen? ¿Se encontraban ya meses por delante nuestro?
¿Estamos corriendo para meternos en una trampa destinada a Sikkukkut?
Chur viendo visiones. Alimañas negras en los conductos.
—Pyanfar…
Unos dedos le apretaron con fuerza el hombro derecho. Las garras le mordieron la carne. Sus pupilas encontraron los ojos de la otra hani.
—Dejé marchar a Jik —murmuró, sabiendo que apenas controlaba lo que decía. Pero de repente le pareció que importaba, le pareció que eso era algo que Tauran debía saber, una parte del rompecabezas, las piezas de contornos irregulares que resultaban cuando alguien dejaba caer el universo y éste se rompía, dispersándose, creando nuevos caminos por los cuales debían navegar ella y la Orgullo—. Es importante. —Pero no bastaba con decir eso—. Los mahendo’sat son la llave. Ni predadores ni presas. Son importantes. Siempre andas husmeando en las cosas. Como Tully. Los humanos son como ellos. Al mismo tiempo predadores y presas. Tened cuidado. Los mahendo’sat no sabían eso. Los humanos causarán problemas. Nos confundirán, no les entenderemos, igual que a los mahendo’sat. Como a los respiradores de metano. Los kif saben eso. Incluso el han tenía el instinto de su lado en esa cuestión. Estábamos en lo cierto.
—Capitana —dijo Haral. El rostro de Haral apartó al de la Tauran que hablaba con Pyanfar—. Capitana, estamos aquí. Mira el cronómetro, capitana.
Parpadeó. Había regresado de golpe al movimiento físico desde ese lugar donde todo se movía, donde las partículas danzaban y las estrellas giraban en sus órbitas. Parpadeó por segunda vez.
—Sí —dijo. Repitió el parpadeo y las cosas volvieron a dolerle. Notaba las piernas inseguras—. Me voy.
(—¿Se encuentra bien? —preguntó alguien, no una voz de Chanur. Una voz joven. Fiar.)
Pyanfar se dio la vuelta, agachó las orejas, y clavó los ojos en la joven técnico.
—Se encuentra perfectamente, jovencita. —Respiró hondo y siguió moviendo los ojos hasta encontrar a Sirany—. Lo he dispuesto todo para que salgamos bastante cerca. Puede que haya sido un error. Hemos hecho cuanto podíamos.
Duda, clara y fácil de ver, en el rostro de Sirany. Así que debo confiar en ella, ¿no? Ha pasado por demasiados problemas. Ha ido demasiado lejos, durante demasiado tiempo. Tenemos que montar guardia durante este viaje y tenemos que devolverle esta nave a una loca cuando estemos en Anuurn. Con todo lo que puede estar en juego.
—Sirany, si crees que ya no sé lo que me digo, te equivocas.
—No he dicho eso.
Ni un solo pelo erizado ante la familiaridad que suponía usar su primer nombre, ni un solo gesto de irritación. Era compasión, en efecto. La nave cruzaba diámetros planetarios cada vez que tragaba aire y lo expelía, y una estúpida quería mantener largas discusiones en el puente, distrayendo a las tripulantes de su trabajo.
—Venga, poneros en acción —dijo Pyanfar—. ¡No apartéis los ojos de esos tableros! —Pero le había dado la orden a la tripulación equivocada—. Que alguien vigile esos tableros. No me importa quién lo haga. —Bien, Sirany Tauran, ahí tienes una buena falta de atención. Ahora, ¿cuál de nosotras dos es la que no coordina bien?—. Lo que te estoy diciendo… —prosiguió Pyanfar, intentando extraer un discurso articulado de entre la niebla de asociaciones libres por donde vagaba. Un territorio oscuro. La nada. Números y líneas que se extendían a lo largo y ancho del Pacto—. Jik es el mejor que tenemos. Confía en él y en su Primer Oficial. Y quiero que esta vez las comunicaciones estén libres en toda la nave. También con el kif. No podemos permitirnos salir al otro lado sin saber dónde estamos.
No, Pyanfar Chanur, desde luego que no podemos permitirnos eso. Todavía la duda. Ahora bajo la superficie, como un pez que se hundiera en aguas profundas. La superficie era lisa, sí, resultaba un alivio ver que todo había vuelto a la normalidad, a lo adecuado. Pero la duda seguía moviéndose por ahí abajo, oscura, silenciosa y veloz.
Para estallar en el momento equivocado, para dar la vuelta y morderte, sí, Pyanfar Chanur.
—¿Seguimos en automático? —preguntó Sirany—. ¿Todavía?
—Es un buen ordenador —alardeó Pyanfar—. Y una buena tripulación. Ya te dije que esos números de navegación eran correctos. No soy una embustera, ker Sirany.
—No —dijo Sirany, manteniendo la calma, sin dejarse contagiar por la pasión de su tono—. Realmente, no creo que lo seas.
—Estaba hablando de algo. Piensa en ello, dijiste. Piensa en ello. —Ves, me acuerdo. ¿Y tú, Tauran? ¿Está tan clara tu mente como para acordarte? ¿O todavía crees que estoy loca?—. Vuelvo a preguntártelo, aquí y ahora. Antes de que aparezcamos ante Anuurn.
—¿Unirme a ti?
—Eso es lo que te estoy preguntando. Se supone que debes dar algún tipo de informe al resto de las capitanas antes de que lleguemos, ¿no? Estoy segura de ello. Pero todavía no lo has hecho, Jik nos habría informado. A menos que utilizaras un código realmente bueno… —Se apoyó en el respaldo del asiento, aliviando las piernas de un poco del peso que soportaban—. ¿Qué vas a decirles?
Una larga pausa de vacilación.
—Que no eres ninguna pirata. Que estamos convencidas de eso.
Pyanfar se quedó inmóvil durante un segundo. Parpadeó para conseguir que esas palabras le entraran en el cerebro.
—Pero no que tengamos razón.
Las orejas de Sirany se abatieron. No era enfado. Era una honda preocupación.
—Todavía tengo que descubrir la respuesta a eso.
—¿Cuánto tiempo piensas meditar sobre ello, eh? —El pulso le latía con fuerza en los oídos. El puente se convirtió en un gran manchón de luces borrosas, blancas y verdes—. Maldita sea, cuando salgamos no tendremos tiempo. ¿Entiendes eso?
—Ya sé que has programado el ordenador de esa forma.
La negrura volvió a caer sobre ella para esfumarse de nuevo algo después.
—Lo programé para que nos hiciera aparecer tan dentro del pozo como fuera posible —dijo, articulando cuidadosamente las palabras—. Tenemos por delante a un piojoso montón de esos kif de Akkhtimakt. No habrá tiempo para sentarse y hablar de ello. No tenemos los cañones necesarios para abrirnos paso a través del sistema si venimos de lejos. No estamos en condiciones de librar un combate prolongado. Esta nave ya ha visto combates como éste con anterioridad, capitana, en Gaohn, y no quiero repetirlos. Las probabilidades suben rápidamente en tu contra.
Una mano bajó muy suavemente sobre su hombro.
—Capitana, es tiempo de que…
—Ya voy, Haral, maldita sea, ya voy. —Tragó una profunda bocanada de aire—. Hemos perdido una nave, tenemos kif hasta las cejas y, ker Sirany Tauran, por todos los dioses, tanto los grandes como los pequeños, no soy ninguna loca ni deliro. —Respiró por segunda vez, intentando hablar con toda claridad, espaciando bien las palabras. Nada de gritos, nada de histeria—. Lo que te estoy dando es mi juicio sobre la situación, y piensa que estoy cuerda: vamos a hacer que un grupo de kif se enfrente con el otro y, por todos los dioses, esperemos que luego nos quede la fuerza suficiente para echarlos del sistema. Si no lo conseguimos, moriremos allí. Será una muerte colectiva y espero que los dioses no nos permitan ver lo que ocurrirá luego. Y no pienso dejar que nadie interfiera en mis planes y que meta mano en mi equipo de comunicaciones. Esto haría que tanto yo como mi tripulación nos viésemos privadas de la información necesaria o del control de esta nave en el último instante, ¿nos entendemos ahora mutuamente, ker Sirany? Voy a tomar los controles en Anuurn. Será mi turno el que esté en los tableros. Así lo he dispuesto y así será, no intentes jugar conmigo a ser una heroína. Si quieres lucha, la tendrás. ¡Pero no cuando salgamos del salto!
Las orejas de Sirany se habían agachado nuevamente. No de irritación. Una vez más esa mueca, de miedo y de duda. Se irguieron, oscilaron, cayeron y volvieron a levantarse. ¿Y qué piensas hacer al respecto, si ni tú ni ninguna de tus tripulantes podéis teneros en pie?
Alguien se movió. No, más de un cuerpo, levantándose de su puesto.
El aliento de Khym, cálido y ronco. Khym, alzándose como una gran sombra en el límite de su campo visual.
Un macho, y loco. Eso había en el súbito destello nervioso que ardió en los ojos de Sirany.
—Está de nuestro lado —dijo Pyanfar con voz áspera. Aquel gesto de amenaza la había desarmado. No había nada más que decir. Sirany dudaba de que su esposo estuviera cuerdo, y tal vez dudaba también de que lo estuviera ella. Ahora habían perdido toda esperanza de razonar y el reloj seguía avanzando. La nave se dirigía hacia el salto y debían hacerse cargo de un turno de tripulación. Pyanfar agitó desesperadamente la mano, no muy segura de que pudiera recobrar el equilibrio si dejaba de apoyarse en el asiento. Todo nadaba ante ella en manchones borrosos—. Te veré al otro lado, ker Sirany. Eso espero, por los dioses… —Soltó el respaldo del asiento, resistiendo el impulso de aferrarse al brazo de Khym. Al fin logró mantener estable la cubierta y ver claramente la salida del puente.
—Pyanfar. —La voz de Sirany, sin ningún adorno ante su nombre.
Consiguió dar la vuelta. Intentó afirmarse sobre los pies, la sombra de Khym a su izquierda, Hilfy y Tirun más allá, en algún sitio, Haral todavía detrás de ella.
—Es preocupación, entiéndelo —dijo Sirany—. No es… no es duda, ker Pyanfar.
—Voy a caerme de un momento a otro —dijo ella con voz calmada, muy racional. Y no apartaba la vista de la línea formada por los tableros de control que había a la espalda de Sirany, para mantener un punto de referencia en su campo visual. El puente le oscilaba de nuevo—. Mándanos algo de comer, por todos los dioses, y deja que nos vayamos, ker Sirany.
Se dio la vuelta otra vez, sin perder de vista las consolas, y logró salir del puente sin que se le alteraran los órganos de equilibrio interno. Un pie delante del otro. Khym estaba detrás de ella. Había otras siluetas. Cuando pasó ante la puerta de Chur, estaba cerrada. Dónde estaba Geran… no podía recordarlo, no podía recordar si Geran había ido a la cocina, si la había oído pasar por ese corredor.
Llegó hasta la puerta de su camarote. Buscó a tientas el cerrojo, lo abrió, entró tambaleándose en la habitación y se derrumbó sobre la cama.
—Voy a buscar comida —dijo Khym, con tono ronco y áspero.
—Ya se encargarán ellas.
—Lo haré yo —se obstinó—. Me aseguraré de que no se les olvide. Andamos muy justos de tiempo.
Y emergió nuevamente de una oscuridad que la confundía y la sacudió hasta que Pyanfar pudo sentarse en la cama y rodear con sus manos la taza que le tendía. Había, traído toda una jarra. Horrible. Estaba cargada de especias cuyo sabor la ponía enferma. Tofi.
—Dioses, ¿siempre tienes que meterle esa cosa a todo?
—Es mi forma de cocinar. Calla y bebe. Tiene calorías.
Bebió y luego tomó otra taza porque él insistía. Después empezó a comer. Tenía las manos insensibles y se le caían los paquetes. Khym tomó asiento a su lado. A través de algún túnel que reverberaba de forma terrible, le llegaba el sonido del intercomunicador, resonando con voces hani que no conocía: «Preparativos para el salto». Ruidos de sistemas en funcionamiento. Una tripulación desconocida. Las palabras despertaban ecos que se retorcían al entrar y salir de su cerebro, desenfocándose. Buscó a tientas el consuelo de la red de seguridad, la encontró. Mientras tanto, la habitación no paraba de moverse a su alrededor.
Khym se había acordado de poner los cierres. Aun estando medio inconsciente, se había acordado de ello.
—Están bien puestos —dijo una voz real desde la entrada—. Discúlpame, capitana.
Eso la dejó totalmente confundida, no sabía dónde estaba. La puerta se cerró. Era una Tauran que hacía la ronda final de comprobaciones.
Se habían dejado la puerta abierta.
Cosas negras. Podían alimentarse de un cuerpo mientras que éste se encontraba indefenso. Vida kif, capaz de seguir activa durante el salto mientras ellos yacían inertes incapaces de moverse, de sentir dolor. Podían despertar sin dedos. Desangrarse hasta morir, convertidas en un montón de huesos cubiertos de alimañas que se deslizarían sobre sus restos.
Sonó una sirena.
—Nos vamos —murmuró Khym con los labios pegados a su hombro.
Pyanfar se agarró con todas sus fuerzas a él. Habían confiado sus vidas a las Tauran. Y a los programas previamente establecidos, y al ordenador de navegación, y a la cerradura de la puerta.
—Último salto —murmuró Hilfy en su catre, junto al de Haral, el de Tirun y el de Geran, en el camarote de la tripulación. Había dos lechos vacíos. El de Chur y el de Tully. Tully se había quedado arriba, con Chur. Hilfy clavó las garras en el colchón, contando cada vez que respiraba. Cuando apareció Geran para reunirse con ellas se quedó muy sorprendida. Geran había dicho: «Tengo que trabajar al otro lado». Como si se hubiera despojado de toda emoción. Todas las vidas de la nave dependerían de Geran, al otro lado. Eso era cierto. Y Geran había venido para descansar con ellas, con el rostro frío e inmutable. Había dejado por segunda vez a su hermana al cuidado de Tully. «Se porta muy bien con ella», había dicho Geran. «Ella le quería a su lado».
¿Y te ha hecho venir aquí? Quizá Chur hubiera hecho eso. Sólo los dioses podían saber en qué estado se encontraba Chur. Geran no hablaba de ello.
—¿Cómo se encuentra? —Tuvo el valor de preguntar Haral. La misma pregunta. La misma pregunta, eternamente, como si pudiera haber alguna respuesta mejor.
—Aguanta —dijo Geran—. Aguanta. —Ningún optimismo. Geran se había quedado arriba durante mucho tiempo y había bajado aprovechando el último instante de estabilidad, mientras las alarmas ya sonaban.
—¿Puede comer? —Tirun era implacable. Llegaba hasta donde ni tan siquiera Haral se había atrevido a llegar.
Un largo silencio por parte de Geran. Y luego:
—Sí. Comió bastante bien. —Con voz átona, sin ninguna esperanza.
Último salto.
—Programé ese equipo para que nos dejara muy cerca de Anuurn —dijo Haral, con los dientes apretados—. Cuarenta y cinco y ocho por seis. Os apuesto a que entramos dentro del punto cinco.
—Será forzar un poco las cosas —dijo Tirun, olvidando en sus cálculos el tirón y las fuerzas de las naves que entraran y de las naves que ya hubieran llegado sobre la curva gravitatoria del pozo. Un cálculo sobre deformaciones. Sólo para tener ocupada la mente.
Eran Geran y Chur quienes siempre apostaban. Ni tan siquiera eso resultaba normal. Geran no mordió el cebo y mantuvo su lúgubre silencio. Tirun y Haral no apostaban dinero, sino las copas que se tomarían en el bar más cercano.
Hilfy clavó los ojos en el techo. Aterrorizada.
No vamos a conseguirlo, no vamos a conseguirlo, somos muy pocas y hay demasiados kif, no podemos echarlos. Las naves de Sikkukkut no son más que peones sacrificados en una jugada… eso somos todas.
¿Qué le importa a un kif el número de naves que pierda?
Es un modo barato de causarle problemas a sus enemigos.
Y ya hemos empezado a molestarle demasiado.
—El otro lado —murmuró Pyanfar—, tenemos que movernos. Seguiremos un curso estable después del primer ciclo de reducción. Tienes que ir contando. Primera pulsación de los motores, luego levantarse y seguir aunque suene una alarma. No sé si Tauran va a llamarnos. No confío en eso.
—Primera pulsación —dijo Khym junto a su oreja, su voz casi ininteligible—. De acuerdo, entendido.
—Tienes que…
… abajo.
… otra vez la gran oscuridad.
Luchó por recordar su propio nombre. Recordarlo era importante. Estaba tendida con un desconocido pegado a su cuerpo, una extraña mano sin vello sostenía apenas la suya, sí, un alienígena. Había tomado las drogas antes de que todo empezara y ahora se encontraba indefenso, como debía estarlo su especie para enfrentarse al abismo.
Chur, ése era el nombre. Aguantó gracias a ese débil lazo que la mantenía unida a su esencia. No podía dejarle solo.
Dejé a mi hijo. Le perdí. Nunca volveré a encontrarle, nunca lo sabré.
No voy a dejar aquí a mi amigo, indefenso. No.
Estaba consciente. No era normal, eso lo sabía. Durante esta larga vigilia de días subjetivos tenía tiempo para aclarar las cosas, no en el sueño consciente del tiempo extendido, en la tenue neblina que se apoderaba de las mentes durante su paso por el abismo, haciéndolas más lentas aún que los cuerpos, sino totalmente despierta en la oscuridad que giraba sin cesar. Se encontraba en igual situación que la nave: parte de su cerebro hacía cálculos dentro de su cabeza, mientras asía esa mano extraña de huesos tan delicados y hermosos.
No abandonarle. Pensó en Tully y recordó por qué estaban aquí, recordó a los alienígenas, y la nave, y el problema. El problema, así lo llamaría la capitana. Olvidó el tiempo que había pasado con Geran, porque Geran existía eternamente, como las estrellas y el movimiento de los mundos. Pero Tully venía de otro sitio. Se había extraviado más profundamente que ella. Tully tenía períodos y límites. Hubo un tiempo en el cual no le conocía. Y jamás había estado tan cerca de él como ahora. Intentó decirle eso a Geran, explicarle la razón de que deseara tener aquí a Tully.
—Vete —eso es cuanto salió de su boca. No había querido decirlo de ese modo, pero hablar teniendo la mente tan llena era una experiencia irreal. Cálculos. Números. Era fácil hablar demasiado—. Por todos los dioses, vete. Vete. No te quiero aquí. Él. Con él es suficiente. Tienes un trabajo que hacer, Gery. Ocúpate de ello. ¿Quieres matarnos cuando estés ante esos tableros?
Lo siento.
Borró esa escena. Construyó otra. Estaba sentada en el lecho, con almohadas detrás de la espalda.
—Tenemos problemas —dijo, y eso era lo que había pretendido decir—. Gery, quiero recuperar mi sitio.
—Lo recuperarás —aseguró Geran con voz amable (sabía que Geran diría exactamente esas palabras, conocía cuál sería la inclinación justa de las orejas, la expresión dolorida, el suave tono de las palabras)—. Vamos, tenemos tripulantes de relevo a bordo. Las Tauran, ya te lo dije. ¿Quieres ir a la cocina para estar un rato sentada? ¿Algo de beber?
—Está bien —aceptó ella; y se dejó llevar hasta ahí, lentamente. Se sentó, rodeada por el familiar ambiente de la cocina. Tully estaba ahí. Se acercó a ella y le puso la mano en el brazo.
—Tú asustarme —afirmó.
—Lo siento —dijo ella. (De vuelta en la cama durante un segundo. Tully estaba tendido, durmiendo, drogado, inconsciente. Tenía una bonita melena. Era lo que más le gustaba de él. Los mismos dioses podrían tener un pelo como ése, todo luz de sol. A veces Tully le asustaba. Pero se había apretado junto a su cuerpo en la cama; quizá le estaba dando calor. Amiga, había dicho unos momentos antes de perder el conocimiento. Le dio una palmadita en el hombro para alisarle el vello. Amiga).
Estaban todas ahí, toda la tripulación, en la mesa de la cocina, lo cual no tenía sentido dada la situación, con los riesgos que corrían. Sólo faltaba la capitana. Y el kif. Alguien le puso una taza entre los dedos. Geran le ayudó a cogerla con más seguridad, poniendo las manos sobre las suyas para llevárselas a la boca. Era difícil volver. Sí, muy difícil. Se dio cuenta de que el líquido estaba caliente. No tenía ningún sabor. Era difícil concentrarse en las cosas pequeñas, ajustar los oídos para que percibieran el ruido de las conversaciones, conseguir que la mente se ocupara de ese tipo de pequeños detalles y no de los enormes cálculos que había estado efectuando antes.
Parpadeó al notar un movimiento y oír la voz de la capitana. Pyanfar había aparecido en la cocina y ahora estaba sentándose entre Haral y Tirun. Khym estaba rebuscando en los armarios, nuevamente encargado de los trabajos de cocina.
—… no me siento muy tranquila al respecto —dijo Pyanfar—. No sé por qué razón, pero no me gusta nada el próximo salto. Nos acercaremos al planeta tanto como nos sea posible. No sé en qué nos vamos a meter. Pero todo esto ha estado demasiado callado durante el viaje. Kura no tuvo tiempo para hacernos llegar un mensaje. Ojalá nos hubiéramos acercado más a la estación.
Chur parpadeó. Parpadeó y se encontró con que allí estaba Jik, pese a que ella se había limitado a recordar confusamente por qué se encontraba en aquel lugar. Alrededor de la pequeña mesa de cocina había ahora muchos más sitios de los habituales. El espacio se doblaba sobre sí mismo y en él cabían montones de cosas.
—Empujarles fuera del sistema —dijo entonces Chur—. Eso es lo que debemos hacer, destrozarles en el primer encuentro que tengamos. El han sabe que vienen. Los mahendo’sat se lo han dicho. ¿Verdad que sí, Jik?
—Afirmativo —respondió el mahendo’sat, y se encogió de hombros.
—Acordaos de Banny Ayhar. Ayhar siguió hacia Maing Tol. Cuando me dispararon en Kshshti, tú le diste un mensaje, Jik. He calculado su curso hasta el hogar. Ahí es donde han tenido que ir. Nada podría detenerlas. No con lo que sabían, no con lo que les diste para que transportaran. ¿No es así, Jik?
—Buena suposición —afirmó Jik, en un hani mejor del que solía utilizar normalmente. Apoyó los codos sobre la mesa—. Mala suerte en el muelle de Kshshti. ¿Cómo sabes lo de Maing Tol?
—Yo se lo dije —intervino Geran—. Le dije que el mensaje estaba bien. Dioses, consiguió un agujero en las tripas por defenderlo, ¿crees que no iba a decírselo? Era importante, después de todo.
—Más vale que lo sea. Tengo un agujero en las tripas para probar que lo es. ¿Piensas acaso que se me iba a escapar algo así? Banny Ayhar fue a Maing Tol y sé que llevaba algo tuyo. Sé lo que yo habría hecho en el lugar de Banny. Habría salido de ahí a toda velocidad. Me habría ido corriendo a casa por el camino más corto y seguro. Y el Personaje de Maing Tol tendría entonces algo que decirle al han, ¿no?, sólo podía arrestar a toda su tripulación o dejarla marchar. Y en el segundo caso, marchar sería con un mensaje. Las dejaría marchar con todo un grupo de naves mahen que se ocuparía de hacerlas llegar a casa.
—No estoy en los controles —dijo Pyanfar—. He estado pensando en algo parecido. Tenía la esperanza de que así fuera. Pero éste no es mi turno. No es mi guardia.
—Ya te lo dije —intervino Geran de nuevo.
—Eh, ¿piensas que se me empiezan a escapar las cosas? No, aún puedo acordarme de eso. Sé dónde estoy. Lo he sabido todo este tiempo. ¿Crees que es fácil hacer cálculos mentales? Sé dónde podría estar cada nave. Y el tiempo que han necesitado. Conozco su masa y sus capacidades. Sé cuál es el tiempo de su caída en el espacio real. En este juego me han salido canas, conozco la competición, ¿no? Pero esta vez no se trata de una competición. Nuestra ayuda. Toda la ayuda que tenemos. Confía en mí, capitana. Lo he calculado todo para ti.
—No es mi turno —repitió Pyanfar.
Y dejó la mesa. Se había ido.
Los demás la imitaron.
—Lo siento —dijo Jik—. No estoy aquí.
Y entonces volvió a encontrarse sola con la tripulación. Khym se fue. Luego se marchó ella.
Un silencio de muerte. Tully era un áncora en el interior de un mar enorme y oscuro.
Extendió la mano y, muy cuidadosamente, en un movimiento para el cual quizás hizo falta todo un día en el tiempo alargado del salto, se desconectó a sí misma.
… abajo una vez más.
… la cuesta gravitatoria.
Resultaba difícil moverse. Pero Chur lo consiguió, logró desplazarse hasta el borde de la cama, y recordó —no podía haberse olvidado de nada—, sí, bajar nuevamente la red de seguridad.
Recorrer el pasillo fue todavía más largo y complicado, porque éste se agitaba como una serpiente, oscilando bajo los pies; no llegaba nunca hasta las luces del puente. Quizá tardó un día entero en recorrerlo. Cosas negras se movían como veloces serpientes oscuras por los pasillos, chillando con voces estridentes.
Un nuevo curso lógico: aquellos bichos se movían y reproducían. Alimentándose allí donde podían. Aislamiento. Plástico. Ignorando todas las barreras.
Nativas de Akkht. Como el kif.
Alerta durante el salto.
… abajo y todavía cayendo…
Logró llegar hasta el camarote de la capitana. Y se apoyó en la pared.
—Capitana —musitó, y quizá tardó otro día en decirlo—. Los mahendo’sat. Un mensaje ha partido hacia ellos. Puede haber llegado un mensaje de Maing Tol a Iji. Ayhar, de la Prosperidad, habrá llegado a casa. De Kirdu hasta Kita hay un salto. Una nave puede haber ido de Iji hasta ahí. De Kirdu hasta Ajir, un salto; y desde allí hasta Anuurn. Nuestras naves se habrán enterado. Vendrán a casa, capitana. Siendo como somos, vendrán a casa en cuanto les sea posible. Los mahendo’sat no se habrán opuesto a ello. La presa va al valle, pero los cazadores atraviesan la colina. Es la única posibilidad razonable. —Las palabras se le deformaban en la boca. Observó el lento movimiento de una oreja que se agitaba, escuchándola. No la de su capitana, sino la de la desconocida. Tauran. También sabía eso—. Créenos —le dijo a esa capitana—. Cree lo que te hemos contado.
Otros cálculos. El sistema solar bailaba en sus recuerdos, pasando por dos años de cambios posicionales. Los senderos espaciales se enredaban como espirales de color, moviéndose sin cesar por este laberinto de rocas, convergiendo en Anuurn.
Cubrir una nave con masa y ruido de emisiones, un pozo de gravedad en el cual podía estar, ocultada por los fragmentos que se movían incesantemente, en el estruendo emitido por una gigante gaseosa. Akkhtimakt sabía que habría un ataque dirigido contra él. Había tenido tiempo suficiente para hacer planes y comprobar los movimientos que pensaba hacer. El ataque no podía cogerle totalmente desprevenido.
Se dirigió al tablero de comunicaciones y, casi tocando la fláccida mano de una tripulante de Tauran, pulsó la tecla de un canal.
—Kif. ¿Me escuchas?
—Kkkt —le respondió la voz, lenta y pastosa—. ¿Quién llama? ¿Quién es?
Se inclinó sobre el tablero con un terrible esfuerzo. Tomó asiento en un puesto vacío. El de Tully. Entre dos tripulantes de Tauran. Quitó el bloqueo de los armamentos impuesto por el tablero principal y puso la mano sobre ese control, preprogramando las armas para que hicieran fuego en la dirección de Tyar desde su punto de entrada.
Criaturas negras corrían lanzando chillidos. Había luces rojas en los tableros, sistemas que no funcionaban. Fue al tablero principal y, cuidadosamente, conectó las reservas en un sistema tras otro, en todos los lugares donde los mecanismos automáticos habían fallado.
… abajo otra vez. Se tambaleó, agarrándose al tablero, parpadeando al sentir la sacudida que daba el puente, aquí, a su alrededor, el sitio donde había pasado su vida. La tripulante que tenía al lado empezaba a volver la cabeza, confundida. Todo el puente fue real durante un segundo antes de que se empezara a oscurecer.
—Dioses —dijo alguien. Mientras tanto, la Orgullo empezó a disparar, debido a la acción de los automáticos.
La oscuridad la rodeó de nuevo con sus pliegues, pero ahora no era más que la luz al atenuarse; y el dolor, la mordedura de una correa sobre su cuerpo fláccido, a punto de caer. Logró erguirse una vez más. Alargó nuevamente la mano hacia el interruptor de comunicaciones y puso el canal al máximo.
—Capitana. Aquí Chur. Sube al puente. Emergencia, emergencia.
—Por todos los infiernos mahen, ¿cómo lo ha conseguido? —gritó una voz juvenil. Y otra voz:
—¡Capitana!
Mientras el espacio recobraba otra vez la cordura, las sirenas gemían, advirtiendo que había varios sistemas funcionando en reserva. Se encontraban con una oleada de informaciones que decían ANUURN, ANUURN, ANUURN…
—¡Dioses! —gritó una voz al ver algo.
Y su propia nave respondió automáticamente: la Orgullo de Chanur.
Se encontraban muy dentro del sistema. Cerca de la estrella. Del sol que les había calentado la espalda cuando eran niñas y les había servido de faro, llamándolas al hogar al final de cada viaje.
La baliza de Anuurn estaba apagada. No podían hacer nada al respecto.
—Vigila el vector de Tyar —le dijo a la operadora de pantallas que tenía al lado, o intentó decírselo. Mientras, las armas de la Orgullo volvieron a dispararse.
Pyanfar corría. Nunca había tenido que hacer tal esfuerzo justo después de un salto. Su cuerpo golpeó la puerta y logró accionar la cerradura. Se tambaleó en la entrada del pasillo y corrió por él sintiendo a su espalda el pesado golpe de los pies de Khym, que también corría. Una silueta borrosa emergió del camarote de Chur y chocó con ella, rodeándola con los brazos, apestando a humano, medio desnudo y a punto de caerse al suelo.
—Chur… —dijo Tully, pero Pyanfar ya se había vuelto a poner en movimiento, apartándole de su camino, dejándole para que estorbara a Khym, que venía detrás.
El puente se encontraba ante ella, lleno de luces; su visión era clara y borrosa alternativamente. Se agarró al umbral y luego, pasando la mano de un asidero a otro, se dirigió a la consola más cercana. Buscó a tientas la siguiente, dirigiéndose hacia el asiento de la capitana, y cuando logró llegar hasta él, se agarró al respaldo y se quedó inmóvil.
—Aquí estoy —jadeó, y Sirany retorció el cuerpo para mirarla, empezando a levantarse—. Ve al puesto de observación uno. La cubierta inferior está demasiado lejos.
—Seguimos disparando —dijo una voz juvenil—. ¿Paro el sistema?
—Prioridad, no tenemos ninguna baliza.
—¿Contra qué disparamos? —preguntó secamente Sirany—. Dioses y truenos, ¿qué estamos haciendo? Por todos los dioses, llevamos una velocidad muy alta… esos cañones…
—No estoy segura… —dijo alguien.
—Se ha desmayado —informó otra voz. Mientras, Pyanfar agarraba convulsivamente el respaldo del asiento que ocupaba Sirany.
—¡Fuera! —le gritó a la Tauran, y Sirany se levantó en el mismo momento que Pyanfar se dejaba caer en el asiento.
—Vector Tyar —dijo alguien.
—Seguid en vuestros sitios —ordenó secamente Pyanfar, parpadeando ante la confusión de luces, sintiéndose como si hubiera quedado ciega después de todo ese resplandor—. ¡Chanur, subid aquí corriendo! ¡Quiero ver vuestros traseros en el puente! Tauran, corta el fuego, córtalo.
—¡Mi puerta, mi puerta! ¡Estúpidas!
—Abre la puerta del kif —le dijo a la copiloto y repartidora de funciones de Tauran. Confusión a su espalda mientras Tully y Khym intentaban determinar el estado de Chur—. ¡Khym! Llévala a la cocina, ahí estará más segura durante la emergencia. Que trague algo de líquido, si le es posible.
Era algo en lo cual ya se habían entrenado con anterioridad: la cocina, el espacio más pequeño que había entre la popa y la proa, que también era accesible desde el puente. Cerrar el acceso del pasillo, tirar al suelo los bancos acolchados, doblar la mesa y usarla como soporte auxiliar, y luego sujetarse con cinturones. Por el rabillo del ojo vio cómo se llevaban a Chur en esa dirección. Sirany, en el asiento que Chur había dejado, alargó la mano y activó el comunicador.
—Me encargaré de repartir las funciones entre puestos, Chanur. Como auxiliar.
—De acuerdo —aceptó. Soltó un paquete de concentrados del soporte y engulló su contenido, con los ojos en el cronómetro y en los números rojos que parpadeaban sobre la pantalla—. Dioses… —Y, por el comunicador general—. ¡Coged ese ascensor, que los dioses se os lleven, corred, tenemos treinta segundos para reducir velocidad, corred, corred, corred! ¡Tendréis que aguantar en el ascensor!
—¡Lo conseguiremos! —La voz de Haral. Deformada por el paso de un receptor a otro, en movimiento—. ¡Adelante!
En su pantalla aparecían imágenes. Se metió una conexión de comunicaciones en el oído derecho y escuchó el flujo de palabras kif.
Quince segundos. Ruidos del intercomunicador, abierto a los dos extremos del canal. Gritos y maldiciones ante una puerta rebelde.
—¡Abre el condenado ascensor!
Luego:
—Estamos dentro. —Una voz diferente, esta vez la de Tirun.
—¡Esperad, esperad, esperad! ¡Kkkkt-kkt-kt! ¡Esperad!
—¡Aprisa!
—Kkkkkkkkkkk…
Reducción.
… abajo. Perdiendo velocidad.
… luces rojas. Extendiéndose igual que una plaga.
Oh, dioses, no permitáis que nos perdamos aquí.
Ahora no. Ahora no.
Espacio normal. Anuurn y kif. Tragó saliva, conteniendo las náuseas, y empezó a manipular los controles mientras la Tauran sentada a su lado empezaba a pasarle imágenes.
—Posición, posición, por el infierno manen, ¿dónde estamos? —No era Haral quien estaba a su lado. Ahí fuera, su escolta kif estaba disparando a unos cuarenta y cinco grados por delante de ellas. La pantalla se aclaró y volvió a cubrirse con una neblina luminosa. No tenían modo alguno de saber con certeza contra qué disparaban los kif—. Comunicaciones, maldita sea, ¿dónde está la identificación de esas naves?
—No hay identificación —le respondió la voz juvenil—. No recibimos señal de identificación.
—¡Capitana, objetivos ahí fuera, en el vector Tyar!
—Centrad los blancos.
—No sabemos contra qué estamos disparando —protestó Sirany.
—Centrad los blancos, por todos los dioses, ¿he dicho que disparemos acaso? ¡Quiero tener un maldito punto de mira encima de ellos!
—Los dioses te… ¿me he negado acaso a obedecer?
En el puente no había ahora una tripulación. Eran sólo un grupo reunido al azar. La mano izquierda y la mano derecha se enredaban entre sí. En el monitor apareció un reflejo luminoso que se hizo más grande. La puerta del ascensor, abriéndose. Pyanfar miró el cronómetro y vio que faltaban cincuenta segundos para la próxima reducción.
—¡Cincuenta segundos para reducir, despejad esos asientos, número dos, tres, cinco, siete… la tripulación de Chanur viene por el pasillo, vamos a cambiar de turno a toda velocidad, salid de vuestros sitios, venga, en marcha!
—¡Venga! —gritó Sirany a sus tripulantes—. Ya la habéis oído. ¡A la cocina!
Habían quebrantado todas y cada una de las reglas que había en el manual. Las tripulantes dejaron los puestos en mitad de las operaciones y corrieron confusamente hacia el pasillo que conducía a la cocina. Oyó pasos lanzados a toda velocidad sobre el suelo del puente, el susurro de los asientos, el zumbido de éstos al darles energía, y el chasquido de los cinturones: la nueva tripulación había llegado al puente. Nuevas voces informaban ya por el comunicador.
—Tu hermana se encuentra bien —dijo Pyanfar.
Mientras tanto, el cronómetro seguía funcionando y caían de nuevo…
… reducción programada de velocidad.
Más rojo. Rojo, rojo, rojo.
Oh, dioses, los tableros principales no.
El sistema de apoyo vital fuera.
¡Que los dioses frían a esas escurridizas criaturas!
Tres sistemas más funcionaban en reserva. Otro de ellos a punto de estropearse definitivamente.
Fuera otra vez, con los mensajes y la telemetría llegando, voces de Chanur entregando información.
—Afirmativo: Akkhtimakt. Vector Tyar, rompiendo la formación hacia el nadir.
—Fuego.
Otra oleada de energía pasó velozmente sobre ellas, interfiriendo con todas las imágenes.
—¡Ése era Jik! —exclamó Geran.
—¡A por ellos! —gritó Tirun.
—¡Kkkt! ¡Sgot sotikkut pukkukt! —dijo Skkukuk.
Más interferencias. Una granizada de proyectiles pasó junto a ellas a gran velocidad.
Añadieron su propia velocidad al ataque, aunque ésta era más baja, y el haz de su pequeño proyector montado en la proa. Los mecanismos hidráulicos gemían y a ese ruido seguía un golpe ahogado cada vez que recargaban el lanzador al mismo tiempo que lo mantenían apuntado. La fuente del fuego se encontraba… dioses, en la eclíptica. Sintió un escalofrío en la espalda. Chur y las premoniciones. Los primeros disparos eran los más letales, ya que los habían hecho a ciegas y con la nave a gran velocidad.
Alguien había dispuesto los cañones.
Whump y un gemido. Otra salva de proyectiles. Otra salva entró en las recámaras.
—Preparadas para frenar. —Dioses, espero que los sistemas aguanten. Puso la nave en una lenta rotación, con los cañones todavía siguiendo el blanco y disparando de forma automática.
Luego conectó los motores principales. La mano le temblaba sobre el tablero, incluso con el brazo metido en el soporte metálico. La tensión era tal que se le nublaba la vista. Algo pequeño y negro le pasó volando junto a la cabeza y se estrelló en el mamparo delantero, más allá de su panel, chillando estridentemente. Una caída desde tres niveles de altura, de ahí venía.
—¡Dioses! —gritó Pyanfar, llena de repugnancia. La criatura empezó a corretear por encima de los tableros, y sus pequeñas garras arañaban la superficie. Aquella cosa trepaba pese a la fuerza gravitatoria. Finalmente la criatura echó a correr por encima de la consola siguiendo el mamparo, la ruta que le ofrecía menos resistencia.
Y entonces las pantallas se llenaron con una explosión de colores.
—¡Tenemos compañía! —gritó Geran, mientras golpeaba el tablero con las manos. ¡Dioses, oh, dioses, son nuestras, identificaciones hani… naves hani escondidas en la eclíptica y fuera del sistema, están acercándose!