9

… emergencia

… emergencia

… El gemido de la sirena, la alarma automática de los monitores…

Pyanfar alargó la mano y giró la cabeza para ver el cronómetro, parpadeando, intentando que se le aclarasen los ojos para comprender los datos que mostraba el aparato. No se había estropeado. Estaban en las coordenadas, en el momento preciso. Llegada a Urtur.

—Mensaje —farfulló Hilfy—, mensaje… kif…

La voz brotó con estruendo por el comunicador general.

¡Actuar! —dijo una voz kif a espaldas de Pyanfar, la voz de su intérprete, vivo y todavía con ellas—. ¡Nuestras naves de escolta se están desplegando en formación de ataque, siguen avanzando!

—¡Seguimos en automático! —le gritó Pyanfar a Haral—. Tenemos naves en la cola… —Para que las viejas costumbres no la impulsaran a obrar de forma equivocada.

Reduciendo velocidad y con naves en disposición de ataque tras de ellas. Seguían avanzando, entrando en el sistema de Urtur con todos sus despojos y grandes cantidades de polvo…

… una estrella que se parecía más a un huevo roto y manchado de negro, un mortecino resplandor amarillo en el corazón del sistema, envuelto en una neblina negra de polvo y roca a través de la cual se veía un par de lejanas gigantes gaseosas y una cohorte de pequeños satélites con anillos. Una maravilla científica…

… un agujero infernal para las naves que entran en ella, un lugar donde el polvo y las rocas podían hacer pedazos la burbuja defensiva de una nave y despojarla de toda su velocidad. Si golpeaban alguna de las partes más espesas con su actual velocidad se convertirían en un resplandor ultravioleta de partículas aceleradas por el contacto con las partículas virtuales que llevaban con ellas, desencadenando una serie de rebotes y creando un torbellino de reacciones cada vez más rápidas que les irían robando la energía. Cuando llegaban a un pozo gravitatorio las naves tenían que reducir velocidad; pero una nube como la de Urtur tenía modos particulares de empezar ese frenado sin que la nave tuviera nada que ver con ello…

… traspasando el escudo de velocidad, mordiéndolo pedazo a pedazo en una exhibición de pirotecnia y desgaste, hasta encontrar el metal vulnerable en el espacio real, los cuasimetales de la nave, para llevarse luego las vitales superficies de las toberas, y roer el casco hasta que éste empezara a relucir…

Eso todavía no había llegado para la Orgullo. Los instrumentos daban saltos y se encendían cada vez que el polvo y los cascotes de mayor tamaño se encontraban con la oleada de partículas que estaban transportando, incendiándose y separándose de nuevo para unirse al torrente continuo del sistema, emitiendo descargas que entraban en colisión con más partículas.

Eran como una fluorescencia cometaria, si es que algún ojo viviente podía seguirlas, si es que alguna nave que se moviera a tal velocidad osaba permanecer lo bastante cerca de cualquier otra nave que hiciera lo mismo que ella o tenía el tiempo suficiente como para ocuparse de algo que no fuera su propia supervivencia.

Las naves que las seguían aparecían ahora en el sistema y se encontrarían con el mensaje que dejaban ellas y los kif. Mientras tanto, Hilfy seguía transmitiendo: Estamos aquí, los kif también, seguid avanzando, continuad en automático. Y desplegándose a partir de su punto de entrada, tres naves kif ya hacían fuego como precaución antes de que sus enemigos pudieran organizarse. Se abrían paso a través de los despojos como un flujo irregular de telemetría que surgiera del torbellino al cual se enfrentaban, creando todavía más rastros de radiaciones duras con las sendas de sus disparos.

Su escolta no iba a detenerse. Tenía que encargarse de abrirles paso a través de cualquier cosa que pudiera entorpecerles el camino y seguir avanzando, eso era lo que habían acordado. Pero los kif tenían sus propias ideas en cuanto al significado de la palabra precaución.

Lo cual no impedía que apareciera de repente delante de ellas una nave enemiga con un rumbo contrario y chocara sin pretenderlo con la Orgullo. O que ahí fuera se encontraran con una de las rocas de Urtur, una que fuera demasiado grande para sus escudos.

—No recibimos telemetría de las balizas —murmuró Haral; y Pyanfar tuvo que tragar saliva para contener las náuseas que sentía en el cuello, luchando con la neblina que le entorpecía la visión. Tenía las manos insensibles. Era culpa del soporte que le ayudaba a mantener la mano derecha cerca de los controles: Pyanfar lo movió con un tirón del hombro y el soporte giró sobre sí mismo. Luego apretó la tecla de confirmación para advertir automáticamente al ordenador que estaban ciegas.

—Parece que esa mala costumbre se está extendiendo por aquí —dijo Pyanfar, apretando los dientes. Intentó recordar qué debía hacer luego, y lo siguiente era leer los avisos que el ordenador estaba programado para entregarle, los datos y los detalles que debían ser comparados con lo que habían recibido los mecanismos automáticos.

Sus enemigos podían localizarlas por pura suerte y acabar con ellas. Pero lo más probable era que una roca se encargara de esa tarea. Las primeras naves de Sikkukkut habían pasado por aquí y sólo los dioses sabían qué fue de ellas, si seguían existiendo y si habían logrado continuar hacia el punto de cita kif en Kita o Kshshti.

… un knnn las había rozado antes del salto.

¿… una alucinación?

No, dioses, era real, había sido real… un ataque cayendo sobre Punto de Encuentro desde varias direcciones, incluyendo a Urtur… los enemigos de Sikkukkut habían salido de Urtur, de Tt’a’va’o, y de los vectores de Hoas y V’n’n’u… o del espacio correspondiente a esos puntos…

En tiempo real, hacía meses de ello.

¿Obra tuya, Jik? ¿Tus malditos contactos con los tc’a? Dioses, dioses, ¿has dicho alguna vez la verdad en toda tu vida? ¿Qué has hecho?

¿Había sido Dientes-de-oro quien dirigía ese ataque a Punto de Encuentro? ¿Podía conseguir que los respiradores de metano corrieran en ayuda suya… junto con los humanos?

¿Podía alguien asegurar cómo reaccionarían los respiradores de metano una vez se pusieran en acción?

Lo que hubiera empezado entonces en Punto de Encuentro habría terminado ya, mientras que ellas existían sólo como una probabilidad en las intenciones de los dioses, un arco en el hiperespacio, una burbuja con un delgado tallo en Algún Sitio lanzándose hacia la Nada Racional siguiendo los caprichos de la velocidad, el vector y los puntitos creados por cada estrella con su masa. Mientras ellas hacían eso, las naves se habían enfrentado unas con otras, y las que podían haber estado en Urtur, quizás habían saltado hacía ya días siguiendo el tipo de arco hiperespacial que las naves de caza podían describir. Esas naves delgadas y capaces de gastar toda la energía que precisaran, las naves que podían acortar en días el tiempo que una nave de carga tardaría en hacer eso mismo…

… ése no era el caso de la Orgullo, claro, salvo cuando se encontraban impedidas por un puñado de cargueros a los que tenían que llevar al otro lado para darles alguna oportunidad de salir con bien allí donde iban.

… Luna Creciente, oh, dioses, ¿dónde?

Las boyas del sistema no les proporcionaban ningún dato. La Industria estaba detrás de ellas, en el retraso temporal; y la Viento Estelar, la Esperanza y la Tejedora cerraban la marcha, a no ser que la Luna Creciente hubiera logrado hacer un milagro…

Sentía un malestar en las entrañas que no guardaba ninguna relación con la incomodidad posterior al salto. Los números iban desfilando, las advertencias parpadeaban en todo el tablero, aproximándose a las coordenadas; tenían que hacerlo siguiendo el horario previsto o lo perderían todo…

—Todo listo para reducción de velocidad —dijo. Y permitió que los mecanismos automáticos se encargaran de ello, en tanto que los controles zumbaban y parpadeaban, avisando de los peligros.

… Sería sencillo dejarse ir, abandonarlo todo, dejar de esforzarse después de que los números que ardían con un fantasmagórico resplandor verde, justo allí donde no podía llegar a ellos, se volvieran borrosos y desenfocados. En esos números residía la supervivencia. Sólo que estaba tan incómodamente apartada, todo el mundo se encontraba tan agotado; y el hogar estaba tan lejos y podía haber en él tantos desastres

Despierta, Pyanfar Chanur, concéntrate, haz que tus deseos recobren la sensibilidad, haz que la mano se mueva, que la mente funcione…

… un camino tan largo hasta casa. Eso no es trabajo para mí. Ya estaba ahí, el polvo color oro pálido, el oro más fuerte de los campos de cereal y los rebaños ágiles que corrían y saltaban simplemente porque les gustaba correr, los cascos afilados, los cuernos aún más agudos

Sangre, vello hani. No había uruus que pudiera clavar su cuerno en Kohan Chanur, no, aún no había nacido ese uruus, de no ser por el error de la joven Hilfy, esa jovencita de grandes ojos que se había encontrado de repente justo delante de uno que debería haber ido por el otro lado.

«Estoy bien», dijo Kohan. Y se fue dejando caer al suelo hasta quedar sentado, apretándose las costillas con la mano y con la nariz totalmente pálida. «Estoy bien, no pasa nada’».

Mientras tanto, Hilfy no se movía, paralizada por el honor. Sólo entonces comprendió lo que había ocurrido, cuando todas las demás habían llegado al punto máximo de su terror junto con na Kohan, y se habían movido ya; pero Kohan estaba más cerca, se dio cuenta del peligro que corría la joven Hilfy, y chocó contra el uruus como si fuera un proyectil. Ahora el animal yacía muerto, toda su velocidad y su belleza inmóviles en el polvo. Kohan estaba ahí, sentado, con la sangre fluyéndole por entre los dedos y en el rostro una expresión dolorida que no era por él, sino tan sólo por lo que podía haber ocurrido. Y las demás, apenadas, irritadas con ellas mismas, viendo lo que se había visto obligado a hacer. Un cazador tan hábil en tal situación, y ninguna de ellas había estado en el lugar adecuado para ayudar cuando el error de una jovencita casi había acabado con ella y con su señor. Hilfy, luego lo supieron, se había quedado inmóvil pensando que lo había matado, que había matado a su padre, al señor por quien habría sido capaz de morir, el ser que más quería en toda su joven y protegida vida. Jamás había sufrido ni una sola cicatriz. Nunca.

Hasta que hubo una pelea en los muelles de Punto de Encuentro, hasta que los kif le pusieron las manos encima, hasta que fue prisionera suya durante un tiempo demasiado largo…

Kohan no reconocería a su hija.

Ha crecido, hermano. Ya no es una niña. Tu bonita Hilfy ya escaparía a tu comprensión; tú estás atado al mundo y ella es una navegante del espacio que tiene las costumbres del espacio, al igual que Haral, Tirun o yo.

No quiero tu mundo.

La he destrozado por él, la he sacado de ahí, la he cambiado de una forma que yo no habría deseado, hermano; pero no podía convertirla en una prisionera; no podía retenerla, no deseaba ni intentarlo.

Lo odio. Siempre lo odié. No los campos, no la sensación del sol. Es el confinamiento. Un mundo. Un lugar. Un horizonte demasiado pequeño.

Mentes demasiado pequeñas para entenderme.

Prefiero ir a cualquier otro sitio antes que a casa. Moriría por cualquier otra cosa antes que por esas viejas gordas y esos machos de cabeza hueca que aman sus cuatro paredes, su riqueza y sus privilegios, y que nunca sabrán lo que hay ahí fuera

Khym lo sabe. Puede que tú estés a un paso de saberlo. Pero vuelvo por ellos. Hilfy y yo. Dioses, tanta sangre vertida en tu nombre. O congelada en el espacio. O convertida en partículas, tan pequeñas que es imposible encontrarlas. No sabes cuántas formas de morir hay aquí fuera.

No quiero volver ahí. No quiero ver la expresión de tu rostro.

Pero, por todos los dioses, no te abandonaré ante Ehrran y sus carroñeras.

¿… No vamos a salir de aquí? ¿Ha ido mal algo? ¿Hay alguna luz roja encendida? Dioses, ¿dejas de pensar cuando lo pierdes todo y la nave no sale nunca al otro lado, o sencillamente sigues y sigues…?

… fuera otra vez, de nuevo en el espacio real, con la velocidad ya reducida y los números de la telemetría desfilando en una agonía mecánica, luces rojas parpadeando…

—Lo tengo, lo tengo —murmuró para ahorrarle el esfuerzo a Haral. No eran luces de avería: ahí fuera había gas con la suficiente concentración como para prenderse y hacer que sus escudos se iluminaran. La curva del escudo estaba subiendo, fluctuaba a medida que barrían el gas y llegaban a un punto ya limpio, donde al escudo le era posible recobrar un poco de fuerza. Ahora la escolta kif se encontraba lejos. En automático, confiando sólo en los números y sin tomar el control directo, les era posible alcanzar una especie de tranquilidad. Las luces de advertencia parpadeaban, recordándoles todas las leyes y los senderos de entrada a los cuales ignoraban. Haral lanzó un juramento y las desactivó mientras estaban cruzando Urtur para librarse del continuo zumbido.

Pyanfar buscó a tientas los paquetes de concentrado, abrió uno de un mordisco y lo bebió… y Tully, Tully estaba solo en la cubierta inferior, sus pobres dientes siempre tenían problemas con esos paquetes y no había nadie para ayudarle, estaba solo debido a los remilgos de esas malditas Tauran…

… detrás de ella, Skkukuk estaría ocupándose de su propia comida. El estómago se le rebeló ante la sola idea. Pero su voz de kif sonaba periódicamente, dándole alguna información a Hilfy y Fiar en comunicaciones, traduciendo lo que decían las naves kif que iban por delante, a mucha distancia.

Transmisiones kif por todas partes; la Chakkuf, la Nekkekt y la Sukk estaban haciendo su trabajo, eran la punta de una lanza que debía introducirse bien hondo en Urtur antes de que se detuviera, cambiara de dirección y acumulara la velocidad suficiente para saltar fuera de este infierno. Eso era lo peor de todo, esa detención a velocidad casi nula que debían hacer para preparar el siguiente salto, o de lo contrario se deslizarían por el hiperespacio alejándose de su blanco y dependerían de la estrella más próxima para salir. Perderían tiempo en el espacio real, lo perderían todo si se equivocaban en los cálculos…

Esas naves de caza eran conscientes del horario y podían conseguir hacerlo en ese tiempo, cubriendo tal distancia gracias pura y simplemente a su energía, para llegar al nuevo punto de cita, estuviera donde estuviera. Eso decían, al menos. Había sido idea suya. Una piloto de nave mercante se habría reído y no les habría creído, y Pyanfar sintió una oleada de frío que le ascendía por la espalda al pensar en naves que podían hacer eso, naves como las de los knnn. Algo tan alejado de su capacidad actual como lo estaba la Orgullo de una nave que sólo se moviera dentro del sistema.

Pyanfar no albergaba la menor duda. Estaba claro que los kif no les habían enseñado todo lo que poseían.

Y, dioses, ella habría dado cualquier cosa por ver una respuesta a sus disparos, por encontrarse con Akkhtimakt en el sistema de Urtur, resistiéndose. No estaba ahí. Eso quería decir que se hallaba en algún otro sitio, el que fuera. El terror volvió a invadirla, algo ya habitual que la consumía por dentro.

—Chur —le oyó decir a Hilfy—. Es hora de que despiertes. Chur…

Con insistencia. Pyanfar conectó ese canal.

—Chur, maldita sea, responde, vamos a frenar dentro de poco.

Ninguna respuesta.

—Geran —dijo secamente Pyanfar—. Nos encontramos en situación estable: que cubran tu puesto y tú ve ahí abajo.

El chasquido de un cinturón al soltarse. Pyanfar no se dio la vuelta para mirar. No intentó hablar con Khym: no dudaba de que se encontrara bien, y Tully también lo estaría. No eran distintos del resto de tripulantes, probablemente habían informado ya por los monitores de comunicación, al igual que informarían las Tauran, desde los camarotes comunes de la tripulación. Estaban haciendo frenéticos preparativos para el cambio de velocidad mientras tenían una pequeña pausa en inercia para que se recargaran los sistemas generadores. El silencio de Chur se debía a la máquina, se trataba de eso. Era lo que debía ocurrir, lo previsto. Eso era todo, nada más.

—No hay ni una maldita esperanza de que Akkhtimakt se encuentre aquí —le murmuró a Haral.

—¿Acaso habíamos contado con ello alguna vez? Por todos los dioses, espero que esas primeras naves de Sikkukkut le dieran lo suyo. Tenemos emisiones de la estación, nada de las balizas, no hay comunicación de naves. No hay tc’a, por los dioses, los mineros tc’a no prestan atención a los asuntos kif. Tampoco dicen nada. Algo grande ha pasado por aquí igual que un trueno. Algo que les ha molestado.

—Y un knnn aparece en Punto de Encuentro. Quiero salir de aquí. Quiero salir de aquí y pronto. —Pyanfar tomó otro sorbo del concentrado y escuchó nuevamente por el canal que comunicaba con la habitación de Chur. El sonido de la puerta al abrirse. La voz de Geran, pronunciando desesperadamente el nombre de Chur. Barrió con la vista las pantallas de observación. Todas las naves que venían detrás de ellas habían reducido velocidad—. Estamos todos. ¿Qué tal va, Haral?

—Aguantando. —La voz sonaba tan ronca como la suya.

Y entonces:

Chur está recobrando el conocimiento —dijo Geran por el comunicador—. Informad a la capitana.

—Ya lo he oído —dijo Pyanfar, apretando la tecla de conexión—. ¿Cómo está?

Débil —fue la respuesta, y no era la que habría deseado oír, no con todo lo que las esperaba.

Si Geran era capaz de admitir eso, entonces las cosas debían estar bastante mal ahí abajo.

Pyanfar tomó otro sorbo, dejando que el líquido cayera en la boca, haciendo un esfuerzo para tragarlo pese al desagradable sabor. Conectó el canal de comunicaciones para toda la nave.

—Nos encontramos en situación estable. El curso es bueno, estamos por encima de la sopa de gas y polvo. Si los dos kif han saltado para reunirse nuevamente con Sikkukkut, ya les habrá dado la bienvenida… —Cortó la conexión—. Dioses —le dijo a Haral—. Dioses, ésa es mi esperanza, al menos. Por todos los infiernos mahen, ¿dónde se ha metido nuestra tripulación de refresco? Llámalas. —Oleadas de cansancio y debilidad le recorrían el cuerpo. A sus músculos no les quedaba ya fuerza. Y todavía tendrían que correr antes de llegar al punto en el cual podrían girar. La Orgullo pediría una confirmación; pero si no recibía orden de abortar esa maniobra, tendría que hacer la última reducción de velocidad por sus propios medios, orientarse de nuevo, encontrar su propia estrella de referencia y salir hacia Kura. Tendría que hacerlo si todas las demás naves se encontraban igualmente muertas o incapacitadas. Tendrían que llevar sus registros y todo lo que tuvieran al espacio hani, frenar en Anuurn y esperar a que las abordaran… y rogar a los dioses para que fueran hani quienes lo hicieran. La probabilidad de que los mecanismos automáticos consiguieran hacer todo eso sin cometer errores era de un cincuenta por ciento; pero ése era su tercer mecanismo de apoyo, algo que resultaba mucho más seguro que los músculos de seres vivos débiles a causa del salto, y resultaba superior al fruto de sus cansados cerebros. Haral se había encargado de todos esos cálculos, incluso había llegado a preparar un rumbo de emergencia hacia Kshshti vía Maing Tol; y también uno para Tt’a’va’o, había elaborado todo ello mientras Pyanfar se encontraba ocupada con los kif. Comprobaciones meticulosas, un esfuerzo para el cerebro, y luego salir corriendo a toda velocidad y, por los dioses, con precisión. Y Haral, como el resto de su tripulación, igual que Geran, ahí abajo, intentando mantener con vida a su hermana, había rebasado con mucho sus límites físicos de tolerancia.

—Tully se dirige hacia aquí —dijo Hilfy. Las comunicaciones internas no eran el puesto más adecuado para ella; pero Pyanfar habría apostado con bastante seguridad a que Sifney no habría sido capaz de entenderse con Tully en caso necesario—. Na Khym está bien y se dirige hacia la cubierta superior. La tripulación de Tauran viene de camino.

—Alabados sean los dioses —murmuró Pyanfar. Las cosas empezaban a resolverse. Si pudiera aguantar el tiempo necesario, eso era lo único en que pensaba…— Skkukuk.

—Hakt’.

—Quedas libre de turno. —No, dioses, no, no puedo mandarle al ascensor ahora que las Tauran subían. Podrían dispararle—. Apenas las tripulantes de Tauran hayan llegado al puente, puedes ir a tu camarote. Te veré en Kura.

—Kkkkt. Sí, hakt’. —Agotado, como las demás—. Hakt’, aquí no hay ninguna resistencia adecuada. La Chakkuf ha advertido de ello a todas las subordinadas. Akkhtimakt se ha ido a otro sitio. Las dos naves de avanzadilla habrán continuado su rumbo. Intenté informarme acerca de sus cursos. Nuestra escolta no sabe nada al respecto.

—Gracias —le dijo Pyanfar. Con voz calmada. No había otro curso posible aparte del que estaban siguiendo. Como información, resultaba puramente académica. Eso era todo.

Y mientras, todos los acuerdos por los cuales se mantenía unido el Pacto se habían estremecido, rompiéndose en pedazos.

—Por otro lado, hay una posibilidad de que las dos naves hayan dado la vuelta rumbo a Kita —añadió Skkukuk—. Akkhtimakt, su nombre sea cubierto de ignominia, puede trazar un círculo y dirigirse hacia Akkht. Si se hiciera con Akkht sería nuevamente formidable. El mundo natal no podría oponerle resistencia si no estuviera enterado de los severos desafíos a los cuales se enfrenta.

—¿Y no ir a Kura? ¿Dejar libre el camino para que Akkhtimakt vaya a Kura?

—Somos esa contingencia, mekt-hakt’. Cierto, el hakkikt ha enviado un mensaje a Akkht. Pero no sabemos si el rumbo de esas naves indica que ya no forman parte de nuestra misión.

—O, por supuesto, si nuestra escolta tiene sus propias órdenes al margen de las nuestras.

—Seguramente. ¿Debería haberlo mencionado? La mekt-hakt’ no es ninguna estúpida.

Un sabor de bilis en la boca. El corazón le latía trabajosamente, perdiendo el compás como algo moribundo al borde de sus fuerzas. La luz que la puerta del ascensor emitió al abrirse se reflejó en el monitor de su derecha. Apareció un grupo de siluetas, sombras en la tenue iluminación del pasillo. Las Tauran, gracias sean dadas a los dioses. ¿Y en qué infierno mahen se ha metido Tully? No se encontraba en las condiciones mentales adecuadas para resolver problemas, y era consciente de ello. Por todos los dioses, Tauran, venid aquí de una vez, no puedo encargarme de nada, no estoy segura ni de si podré cruzar el puente manteniéndome en pie. Le dolía nuevamente el pecho, un dolor persistente que no se iba. Violó su propia regla y accionó la energía de su asiento mientras el puesto se encontraba en operaciones. Pero las Tauran ya estaban aquí. Sirany con todo el resto de su tripulación y —un leve sobresalto—, Tully estaba con ellas. Tully había venido en un ascensor lleno de hani desconocidas y había salido de él sin que ocurriera nada, intacto, un buen punto a favor de los nervios y la decencia de esas tripulantes.

Se desabrochó el cinturón y buscó a tientas el brazo del asiento. Así de mal se encontraba, cierto. Logró ponerse en pie mientras Tully iba hacia la cocina a trabajar, y Sirany Tauran, junto con sus tripulantes, se dirigía al puente para el cambio de turno.

—No hay dificultades —dijo Pyanfar, aunque los monitores de comunicación habían permanecido abiertos para seguir las operaciones—. Nuestra escolta nos ha precedido disparando durante toda la operación, no tenemos nada de la estación de Urtur, ningún kif en el interior del sistema. Falta una hora para llegar a nuestra última reducción de velocidad y al viraje. Seguimos sin Tahar y Vrossaru. No lograron saltar.

—Comprendido —dijo Sirany—. Desde que saltamos he ido siguiendo los datos del comunicador. Knnn. Knnn, por todos los dioses…

—Knnn y algún otro tipo de problemas en Punto de Encuentro. No sé si eso son buenas noticias para Tahar o los kif, y no sé si son malas. Por los dioses, espero que pertenezca al grupo de Dientes-de-oro, pero no emitían ninguna identificación. —Skkukuk se desabrochó el cinturón y Pyanfar le miró de soslayo durante un segundo.

—Kkkt —murmuró Skkukuk, logrando incorporarse sin demasiados problemas aunque algo vacilante—. Hakt’. —El saludo iba dirigido a una sola de las dos capitanas; hizo una reverencia, se dio la vuelta y salió del puente rumbo a la cubierta inferior. Mientras, las tripulantes de Tauran se iban haciendo cargo de la situación y de los problemas, instruidas por las tripulantes de Chanur, que agotaban con ello sus últimas reservas de energía.

Pyanfar irguió los hombros y miró a Sirany.

—Tienes una tripulación realmente buena —le dijo, refiriéndose a Sif y Fiar.

—Cierto —dijo Sirany, y el gesto de sus orejas indicaba que aquellas palabras la habían complacido enormemente. Y añadió algo más que Pyanfar no supo cómo interpretar—. Nos encargarnos de la nave. Vete.

Bien, al fin había llegado el momento de no interponerse y permitir que otra capitana la relevara ante los tableros de la Orgullo, que tuviera a su disposición todos los códigos secretos, incluyendo el registro principal y los archivos privados. Códigos de fuego, códigos de datos… la nave entera.

—Todo despejado —le dijo a Sirany, se dio la vuelta y le hizo una seña a Haral, quien abandonó sus tableros como si dejara a un amante, paseando la mirada por encima de ellos. Puso la mano sobre el hombro de Haral y la hizo dirigirse por el pasillo rumbo a la cocina, deteniéndose un segundo para recoger a Hilfy y a Fiar, cuyo turno terminaba junto con el de Chanur; pero Sif Tauran se quedó un poco más para inclinarse sobre el respaldo del asiento que ahora ocupaba Sirany, mirando los tableros principales e informándole en voz baja de la situación.

Mis compatriotas. Las que quizá sean mis enemigas, las que la necesidad me ha impuesto como aliadas. Mi tripulación de machos, alienígenas y hani desconfiadas y ambiguas. En los viejos tiempos los clanes eran más estrictos, la lengua hani no contaba con ningún término para expresar las lealtades a medias. Una hani tenía que llegar a lo más hondo del negro abismo para encontrarlas entre los kif y los mahendo’sat. Y los humanos.

—Tirun —dijo en voz alta, y agitó irritadamente el mentón hacia ella al ver que se retrasaba con el relevo, que estaba ya en pie pero todavía agarrándose al respaldo del asiento—. Venga, prima, por todos los dioses, el tiempo corre.

Tirun acabó por fin. Geran llegaba desde el corredor, los ojos preocupados y el paso vacilante.

—Nos han relevado —dijo Pyanfar—. Ven con nosotras. ¿Cómo está Chur?

—Viva —dijo Geran, y apretó fuertemente los labios, como si ésa fuera la única palabra que estuviera dispuesta a dejar escapar. Pero luego dijo—: Voy a bajarle alguna cosa. —Y, al pasar junto a ellas, en un murmullo, añadió—: Durante este viaje dormiré ahí.

—Bien —dijo Pyanfar. No osaba correr el riesgo de añadir nada más. Las dos metidas en el mismo lecho, casi sin espacio, eso era lo que pretendía decir Geran: no había ningún otro lugar en aquel camarote atestado por el equipo para mantener a Chur con vida. Pyanfar no dijo nada e intentó no pensar en ello, pero de repente el puente y el pasillo que llevaba a la cocina adquirieron un aspecto muy extraño ante sus ojos, como si estuvieran muy lejos y muy cerca al mismo tiempo.

La oscuridad y las estrellas y la forma monstruosa de una nave knnn que se lanzaba sobre ellas como si fueran un pececillo perdido en los abismos.

Naves kif emitiendo una sólida barrera de fuego hacia la nada, porque quizás hubiera algo ahí fuera. (Pero también podía haber ahí espectadores inocentes. Mahendo’sat. Hani. Tc’a).

Extrañas al frente de los controles de la Orgullo, husmeando en los archivos de Chanur…

Los muelles de Kefk, iluminados por las llamas.

Trescientos mil stsho muriendo al hacerse de repente el vacío. Delicados cuerpos envueltos en telas que parecían de gasa, congelándose, yendo a la deriva con el horror en sus rostros.

Siluetas de humanos, altas y semejantes a los mahen, apareciendo a miles en una estancia, Tully multiplicado una infinidad de veces, armadas y hostiles…

—Capitana… —Tirun le había cogido del brazo. Se agarró a ella mientras el pasillo se oscurecía ante sus ojos. Repentinamente, su hombro chocó con el muro.

—Estoy bien —gruñó, y evitó el contacto con un empujón.

—Bien —dijo Tirun, con el tono que merecía su gesto.

Logró llegar hasta la cocina y se dejó caer en un asiento justo cuando la visión se le oscurecía de nuevo. Alguien le metió una taza de gfé en las manos y su vista se despejó, permitiéndole distinguirla; se la llevó a la boca y se obligó a tragar un sorbo que le hizo sentir náuseas. Torció el gesto y estuvo a punto de vomitar. Un bocadillo apareció ante ella, sostenido por una mano humana sin vello. Tully y Khym estaban en mejor forma que cualquiera de ellas, en pie y trabajando desde Kefk. Pero sus olores mezclados bastarían para trastornar el estómago de un kif. Era más que suficiente para una hani, y todavía había que añadir el espantoso olor del gfé y la comida, y la pestilencia del amoníaco que, no sabía cómo, les impregnaba a todos… Siempre había gobernado una nave limpia, una nave inmaculada. No esto.

Y mientras, el Pacto se estaba desintegrando y, dioses…

—Me preocupan los kif que se han marchado —dijo—. Los de Sikkukkut, no sólo el grupo de Akkhtimakt. Las dos naves de Sikkukkut que partieron en esta dirección antes de que él llegara a la estación…

Recuerda. Recuérdalo. La mente seguía cursos extraños cuando el salto la trastornaba y también luego, cuando volvía a tranquilizarse. Sí, esas naves kif existían. Ella y Skkukuk habían discutido al respecto. Y también recordaba a los respiradores de metano. Y Jik había estado en su puente, soltando ante ella toda una increíble secuencia de pruebas introducidas en el ordenador. Se obligó a tomar otro sorbo y a tragarlo.

—Debo decirte algo, ker Fiar, y puedes decírselo a tus primas: tenemos un pequeño problema a bordo y es que no siempre podemos hablar como nos gustaría. Skkukuk es bastante estable, de veras, pero no se nos ha ocurrido contarle que no somos las leales amigas del hakkikt. En cierta forma, eso no le molestaría. Pero nos creería locas. Si un kif cree que estás loca, no te obedecerá. Por eso no le informamos de todo lo que ocurre. Hace falta comprenderle…

—Bien —murmuró Fiar con cierta cautela porque, quizá, le había parecido necesario responder con algo a esa locura, rodeada como estaba por hani de Chanur y aquella extraña tripulación. Khym atraía su atención casi tanto como Tully. Realizaba pequeños movimientos nerviosos de sus orejas, siguiendo los ruidos. Ahora se habían lanzado desesperadamente hacia adelante—. ¿Piensas que una de esas naves de avanzada partió hacia Anuurn, capitana?

—Cabe dentro de lo posible —respondió. Y Haral dijo:

—Nuestra escolta se halla dispuesta de tal modo que puede cubrir cualquier vector que le plazca, todas las emisiones de este condenado sistema. Es imposible decir qué hay dentro de él. Pero ellos saben lo que encontraron antes de removerlo todo con sus disparos. Eso es algo seguro, a pesar de lo que hayan cortado de las emisiones que nos mandaron.

—No estáis trabajando para ellos.

—Dioses, no —dijo Pyanfar. Quizás el clan de Tauran había creído en sus palabras tranquilizadoras desde el principio pero Fiar ahora deseaba que la tranquilizaran con palabras que pudiera oír—. Skkukuk fue un regalo, un regalo que yo no escogí. Pero tengo la sensación de que cualquier otra alternativa hubiera sido peor para él. Los kif sirven a la nave en la cual se hallan y ahora él está en esta nave. Lucharía por nosotras igual que un loco. Y lo ha hecho.

—¿Representa algún problema?

Una hani joven y de aspecto preocupado a punto de bajar a la cubierta inferior para dormir, con un kif en el pasillo. Fiar parecía más dispuesta a aceptar a los humanos, incluso a uno que manejara su comida. Pero tenía el vello de los hombros erizado.

—Si te da algún problema dile que le arrancaremos la piel. Con un kif eso tiene un significado literal. —Dioses, ¿cuándo se había vuelto tan brutal? Otro bocado para un estómago que ahora parecía aceptarlo todo un poco mejor. Conversaciones sin importancia, pequeños problemas. ¿Qué pasa con el kif, capitana, va a volverse loco y nos cortará el cuello? ¿Qué hay del humano, capitana? ¿Qué ocurre aquí, con tu esposo y este alienígena, que se rozan a cada segundo sin que parezca importarles, y con este humano manejando lo que debemos comer?—. Vamos a casa, Fiar Aurhen. A casa y sólo los dioses saben qué más nos aguarda ahí. En esta nave no hay pasajeras.

—Oí decir… —le replicó Fiar y, cualquier cosa que quisiera decir tuvo que esperar porque entonces apareció Sif Tauran, con cierto retraso, pasando dificultosamente junto a Khym en el angosto espacio de la cocina. No sin mirarle de soslayo.

—¿Qué oíste decir? —le preguntó Pyanfar.

Fiar engulló un bocado tan grande que a punto estuvo de atragantarse. Echó las orejas hacia atrás, empezó a parpadear rápidamente y los ojos se le humedecieron. La miró fijamente con los ojos muy cubiertos.

—Comentarios sobre… sobre lo que pasó en Punto de Encuentro el año pasado, cómo entraste en la estación y casi la hiciste pedazos cuando ellos se pusieron… difíciles. Capitana… Lo que ocurrió con la Inmune. El viaje que hiciste con los kif y esa nave de caza mahen. Todo el Pacto ha oído los rumores de que están llegando los humanos y de que tú estás metida en el asunto. —Su voz apenas era audible—. Para obtener comercio, quizá. Quizá para algo distinto.

—¿Quién ha dicho eso?

—No sé quién lo ha dicho. Se repite por todas partes. Y el tratado y el han… ¿Qué haremos cuando lleguemos a casa, ker Pyanfar?

En su voz había un atisbo de pánico. Miedo, puro y simple.

No te culpo, niña. En absoluto.

—Los mahendo’sat se han puesto en acción para acabar con todo esto —murmuró Pyanfar—. Lo sabemos. Es un maldito y condenado lío. Pero tenemos esa esperanza. Lo cierto es que los kif que atacaron Punto de Encuentro están tan preocupados como nosotros… con eso es con lo que estamos trabajando. Eso es todo lo que nos permitió salir de ese puerto.

—¿Sabe esto nuestra capitana? —preguntó Fiar.

—¿Lo de los mahendo’sat? Lo ignoro.

—No —dijo Haral—. Le hablé a ker Sirany de las operaciones, del rumbo y de que los kif no se encuentran muy a gusto con la situación. No le dije nada sobre el asunto mahen.

Eso era cierto. Estaba en el informe. Al otro lado del salto. Estaba empezando a perder el control, a olvidarse de las cosas. Se metió un poco más de comida en la boca. Agitó una mano hacia Haral, que interpretó su seña y empezó a contar cuanto sabía; las orejas de Tauran se derrumbaron, subieron y volvieron a caer. Y, después:

—Habla con tu capitana —dijo Pyanfar, dirigiéndose a Fiar y también a Sif Tauran—. Hazlo antes de bajar. Hay algo más que debo contaros. Estáis en turno de trabajo con mi tripulación. Tully, aquí presente, forma parte de ella. En este turno compartirá los camarotes con vosotras. Son órdenes mías.

—Trabajar —protestó Tully—. Yo despertar, trabajo.

—Cállate. Estás en mi turno y así seguirán las cosas. Si me causas algún problema te acostaré con Skkukuk. —Tragó otro sorbo de gfé y se estremeció—. No tengo tiempo, no tenemos tiempo… —Mientras, Geran salía tambaleándose de la cocina con dos tazas que le había dado Khym, para ella y para Chur—. Tenemos que alcanzar nuestra meta, eso es todo. Puede que nuestros cañones sean cuanto le quede al planeta, ¿me habéis entendido?

Las orejas de las Tauran se irguieron y luego volvieron a caer un poco en un gesto de preocupación. Y tal vez, sólo tal vez, con algo más de confianza en cuanto les había dicho.

Una de sus naves ya se había perdido. La Luna Creciente llegando tarde, fuera cual fuera su estado, era un espectáculo por el cual habría pagado mucho. Y cada vez había menos esperanzas de ello.

Se apartó de la mesa con un esfuerzo, metió el envoltorio del bocadillo y la taza vacía en el conducto de eliminación. Estaba trabajando con el piloto automático, como la Orgullo. Todo estaba programado. Las funciones más bajas de su cerebro, eso era.

Se dio la vuelta de forma automática y fue hacia el puente, donde estaban sentadas tripulantes desconocidas, una visión tan extraña como si los ocupantes de esos puestos fueran mahen. O humanos. Sirany Tauran la saludó con un gesto y Pyanfar, echando las orejas hacia atrás, se lo devolvió con una inclinación de cabeza antes de salir al pasillo.

No se había presentado ningún problema nuevo. En caso contrario Sirany se lo habría dicho. La tripulación de Tauran haría algo sobre las comunicaciones entre naves, intentarían mandar un aviso de vigilancia en código para que todas se mantuvieran alerta ante la posible presencia de naves mahen, o con lo que pudieran explicar de su situación actual. Con la Aja Jin yendo a su lado.

Se detuvo ante el camarote de Chur, que tenía la puerta abierta. Geran estaba allí, en la cabecera del lecho.

—Hola —dijo, y no estuvo muy segura de si Chur le había respondido; otra vez veía borroso—. Eh, prima, ya casi hemos pasado la parte difícil, lo único que debes hacer es aguantar un poco, ¿eh? Estamos bien. Lo conseguiremos.

Entró en su camarote, fue directamente a la cama, derrumbándose de bruces en ella y logrando coordinar los movimientos lo suficiente para dar un manotazo a la consola y activar la red de seguridad, nunca te olvides de eso, dioses, nunca te olvides, una vieja navegante espacial jamás pierde ese reflejo, sé rápida siempre cuando vayas por los pasillos, mantente alejada de las zonas abiertas y despejadas, dirígete siempre a un sitio pequeño y seguro por si la nave tiene que moverse. De lo contrario, huesos rotos y cráneos fracturados. Así morían las navegantes espaciales, por mala suerte. Una nave se movía para salvar su piel de acero y una pobre bastarda acababa convertida en pulpa contra la superficie de un pasillo tras haber caído desde lo alto de tres niveles… el epitafio para muchas de sus conocidas: Se le acabó la suerte. Algo que podía ocurrirle incluso a una navegante con diez anillos en la oreja…

Se le acabó la suerte a Tahar y a Vrossaru. Que los dioses las ayuden.

Tras un espacio lleno de oscuridad, la red emitió un zumbido y un peso grande y cálido se instaló sobre el mismo colchón que ella, rodeándola con su calor.

—Vamos a frenar —dijo Khym; despertándola justo lo suficiente para que Pyanfar sintiera una especie de ebriedad mezclada con pánico.

—La red de… —dijo ella.

—Está puesta —dijo él, y Pyanfar abrió los ojos, aturdida, para ver a la tenue luz del camarote la curva de la red sobre ellos y un rostro familiar, un gran brazo que se curvaba sobre ella como la silueta de la red, un cuerpo enorme que se amoldaba a la forma del suyo, y los dos estaban espantosamente sucios y olían mal, recién salidos de un salto y dirigiéndose nuevamente hacia otro, sin un respiro. Pyanfar le abrazó con fuerza.

Las toberas entraron nuevamente en acción, emitiendo un impulso de velocidad increíble, una mareante pulsación de no estar ni ahí ni aquí, aunque se trataba de la fracción más pequeña de energía que les resultaba posible lograr. Era una maniobra para naves de caza. Ninguna comerciante honesta tuvo jamás motivo para hacer algo semejante.

El polvo de Urtur chilló sobre el casco y en los escudos que habían bajado durante la etapa de poca velocidad en la cual dieron la vuelta, para acelerar después. El polvo erosionaba las toberas. Toda la nave gimió y gritó con un sonido que le hizo sentir dolor en los oídos.

Dioses, dejad que Tahar lo consiga al final, dioses, salvad a las demás, ¿dónde están los kif?

—Unnnnh. —Khym cerró su puño sobre la melena de Pyanfar—. Como unas garras, Py, dioses…

Entonces empezó la aceleración en el espacio real, la inquietante variación gravitatoria del cambio de curso.

—Estamos bien —dijo ella—, todo va bien. —Lo cual podía ser cierto o podía no serlo. Quizás hubiera enemigos después de todo. O una gran roca que los escudos no podrían rechazar. Ahora todo era problema de las Tauran. No era el suyo. No era el suyo.

El polvo gimió a lo lejos, cambiando de tono.

—Py…

Se apretó todavía más contra ella, con el brazo por encima de su cuerpo.

—Yo te sostendré —dijo, y así lo hizo: su peso la mantuvo sujeta, cómodamente, de forma que el sujetarse con los dedos al riel de la cama se convirtió en un esfuerzo excesivo. Y Khym siguió durante lo que parecía una eternidad sin moverse, en una postura que no podía resultarle cómoda. Pyanfar intentó cambiar de posición una vez más y apoyarse con un pie en el final de la red—. Estoy bien cogido —dijo él—, todo va bien, Py.

—Te harás daño en el maldito hombro —murmuró ella.

Sintió su aliento en el interior de la oreja y luego su lengua, como en la oscuridad, cuando no tenían turno ninguno de los dos, como si tuvieran una vez más veinte años y sus cuerpos fueran nuevos.

—Bondad divina… —Contuvo el aliento y acabó por soltarlo—. Ahora no, Khym.

—¿Se te ocurre algún momento mejor?

No podía hacerlo, no con la tensión que soportaban ahora sus cuerpos. Pero se estaba divirtiendo. Mientras iban lanzados hacia la nada y pese a que su postura le resultaba claramente dolorosa.

—Condenado estúpido —dijo ella—. Te amo como si fueras mi hermana. —Sonaba muy tonto. Era el único modo que conocía para decírselo en hani, para que supiera lo que ella pretendía con esas palabras—. Siempre te he amado.

—Nosotros no tenemos hermanos —dijo él. Le costaba respirar. Había una gran tensión en su voz, en tanto que el aullido de la nave seguía y seguía, sin que Khym dejara de hacerle objeto, medio en broma, medio en serio, de sus atenciones—. Estamos solos. Ni tan siquiera imaginan que existe lo que yo tengo. Ahora no estoy solo. Ya nunca más estaré solo. Tenías razón. Siempre tuviste razón.

—Dioses, ojalá fuera cierto. —Ojalá tuviera razón en cuanto a lo que estoy haciendo y lo que hice. Vamos a saltar y no han conectado ese maldito comunicador, han cortado la condenada conexión, no sabemos cuando

Perdió la conciencia. Cuando volvió a recobrarla se dio cuenta de que la gravedad había cambiado y Khym se había derrumbado sobre ella como un peso muerto, jadeando. No importaba. Su cuerpo estaba cálido y Pyanfar supo que sin él se echaría a temblar.

Coordenadas —dijo de repente una voz por el comunicador, no la voz de Haral, la de una desconocida—. Vamos hacia el exterior.

… en el salto.

… cayendo.

Hola —dijo el joven. Estaba sentado sobre la roca, bajo el cielo azul que dominaba un valle dorado. Ella le tomó por un Vagabundo, alguien que no debía estar en tierras de Chanur. Tensó la mandíbula, tragó aire y se irguió cuanto pudo.

Nada de tonterías, eh, mira mis anillos de navegante y te darás cuenta de que no tratas con ninguna jovencita estúpida; puedo arrancarte las orejas.

Hola —dijo ella, subiendo de las tierras de Chanur en dirección hacia el camino. Había preferido caminar cuando podría haber aterrizado ahí creando toda una pequeña sensación con su llegada. Pero en su juventud era una romántica.

Tengo ahí a un joven bandido, eso es lo que tengo. Un auténtico problema. Además estaba loco. Y el problema sería peor si llevaba un cuchillo. Algunos lo llevaban.

Estás en tierra de Chanur —advirtió—. Harías bien en seguir tu camino.

Eres Pyanfar —dijo él. Y, dioses, era hermoso, tenía los ojos grandes de color entre oro y ámbar, la melena espesa y larga. Bajó de la roca y puso los pies en el sendero—. ¿Eres Pyanfar?

La última vez que lo comprobé, sí. ¿Y quién eres tú, por todos los infiernos mahen?

Soy Khym Mahn —respondió—. Tu esposo.

… abajo.

… viva. Por los dioses, viva.

¿… y dónde? Dioses, ¿dónde? Kura. Kura. Tengo que levantarme, tengo que ir al puente.

No. Primera reducción. Tengo que… recordar el intervalo.

—¿Estamos bien? —murmuró Khym. Le hacía daño con su peso, un dolor que le llegaba hasta lo más hondo de los huesos. Se estaba ahogando—. ¿Estamos en Kura?

—Muévete —le dijo, jadeando. Y cuando él intentó moverse Pyanfar jadeó de nuevo y luchó entre gemidos para llegar hasta el borde de la cama, buscando a tientas la consola, enredándose con las correas de la red de seguridad—. Aquí Pyanfar. ¿Todas bien? ¿Dónde está ese maldito canal de comunicación? Conéctanos, ¿me has oído?

Hubo una pausa.

Bien, capitana —dijo una voz desconocida. Y Pyanfar esperó, por todos los dioses, esperó mientras algo sucedía en el puente, mientras la bastarda Tauran de orejas roídas que ocupaba el puesto de oficial de comunicaciones le preguntaba a su capitana si podía conectar el canal de comunicación, sí, eso era lo que estaba pasando.

—Maldita sea…

Khym gimió como acostumbraba a hacerlo cuando estaba a punto de vomitar. Y rodó hacia el otro lado de la cama.

El canal se activó con un chisporroteo de voces que parecían muy ocupadas.

Khym no vomitaba. Pero Pyanfar prefirió no molestarle. Se quedó tendida, escuchando el parloteo, los datos y los sonidos que emitía la maquinaria de la nave, roncos y lentos.

No recibimos señal de baliza desde Kura —dijo alguien. Y eso hizo que las entrañas se le helaran, como si un torrente de agua fría las hubiera inundado.

Alguien blasfemó por el comunicador.

Preparadas para segunda reducción de velocidad —dijo entonces una voz.

Y la nave entró nuevamente en su ciclo de propulsión, metiéndose parcialmente en el hiperespacio…

… ninguna baliza en Kura.

… en el espacio hani.

He venido aquí para esperar —dijo Khym en ese mismo camino por el cual ella debía seguir.

Quizás alguien había llamado. Quizás era otro idiota romántico que había hecho todo ese largo trayecto para sentarse a solas sobre esa roca y aguardar a que llegara una posible esposa. Su rostro reflejaba esa clase de melancolía vulnerable: entonces Pyanfar no lo había sabido pero cuando lo recordaba después, gracias a la experiencia, sabía lo que significaba esa expresión. Esperanza. La personalidad de Khym, amable y siempre dispuesto a recibirlo todo, abriéndose ante lo que fuera, fascinado por ella.

Y había escapado de sus hermanas y de sus esposas y había venido aquí, solo. O quizá no le cuidaban tal y como deberían hacerlo: ésa había sido su primera idea cuando creyó que era quien afirmaba ser.

¿Estás solo?

Podía haberle ocurrido cualquier cosa. Podría haberle atacado algún bandido. Alguna cazadora de Chanur podría haberle tomado por tal y ya habría hecho las preguntas luego. O podía haberse encontrado con un grupo de pastoras de Chanur que se encapricharan de él y de bien poco le habría valido afirmar que era su vecino. Un señor jamás aparecía en público. Salvo para los desafíos. Y Chanur y Mahn, viejos aliados, jamás se desafiarían entre sí. En esos tiempos.

Dioses, había pensado ella después de todo aquello, soy la prometida de un idiota, un idiota que procede de una casa de estúpidas perezosas incapaces de saber ni dónde está su propio señor.

No está lejos —dijo él, señalando hacia las tierras de Mahn.

«Que los dioses se me lleven si yo no sé guardarte mejor», había pensado ella; y un segundo después supo que en realidad no podría hacerlo mejor. El hogar no era un sitio en el cual permaneciera mucho tiempo. Tenía que confiar en sus otras esposas, sus hermanas y sus primas, quienes estaba claro que no podían manejarle.

Tendré que golpear unas cuantas cabezas en esta casa. ¿Quiero realmente meterme en todo esto? Si no fuera una estúpida me iría ahora mismo a Chanur y le dejaría aquí.

Dioses, es guapo, ¿no?

Pero también lo son una docena más a los cuales puedo encontrar por entre los arbustos.

No tengo por costumbre comportarme así —se apresuró a decirle él—. Les conté que… —Otro gesto hacia el corazón de las tierras de Mahn—… que iba al jardín. Supongo que nadie se ha tomado la molestia de comprobarlo. Quería verte

Sabía que no estaba manejando bien el asunto. Sabía que le había producido una mala impresión. Sabía, que podía haber llegado a cometer un peligroso error, si a ella se le ocurría ofenderse y volver con su clan, pensando que un joven estúpido sería presa fácil para su señor. Entonces podía morir como un joven estúpido, y Mahn se encontraría en peligro si ella carecía de escrúpulos o se daba realmente por ofendida. Sabía todo eso y le preocupaba, ahora, cuando ya era demasiado tarde. Podría romperle el cuello, si conseguía cogerla. Pero no era probable que pudiera hacerlo. En esos días ella era rápida y ésa era la impresión que daba, y podía llevar un cuchillo o incluso una pistola (la llevaba). Por otra parte, tenía la ventaja de su clan, el cual le mataría cualesquiera que fueran las circunstancias por estar donde estaba; pero si la acusación era de felonía, estaba en posición de apropiarse de las propiedades de sus hermanas y parientes, dejándoles sin hogar. Sabía todo esto. («Pensé que te irías» —le había dicho años después—. «Y si hacías eso hubiera tenido que desafiaros. Y me hubieras odiado. Y por esa razón tampoco podía hacerlo. Me habría pasado toda la vida intentando hacer que volvieras»).

Pyanfar se puso las manos en las caderas y le miró de arriba abajo. Ahí mismo, en ese lugar aislado donde sólo ellos sabían lo que podía ocurrir. Y, mirándole, agachó las orejas y luego las irguió lentamente cuando él bajó las suyas.

Huh —dijo—. Bien, pues te has equivocado en cuanto a la frontera.

Hasta un macho debía saber dónde se encontraba. El gesto de sus orejas demostraba que él lo sabía. Y la había traspasado deliberadamente dos colinas atrás. La que se encontraba en tierras de Chanur tenía una visibilidad mejor. Se acercó a él y le puso las manos encima, algo que sólo sus esposas y sus hermanas podían hacer sin que el gesto supusiera una ofensa.

Antes de que le acompañara a su casa ya eran marido y mujer. Ocurrió ahí, en la frontera con las tierras de Chanur, como si ella fuera una chiquilla sin posesiones y él un muchacho que careciera de hogar y sólo contara con sus esperanzas. Sabía con qué se había casado antes de llegar a Mahn. Un romántico que, así la ayudaran los dioses, le haría diez mil preguntas, cómo era el espacio, adonde iba, cuánto tiempo iba a quedarse, ¿vendría a visitarle cada vez que volviera al planeta?

Era ingenuo, temerario y una auténtica enciclopedia de trivialidades y ciencias naturales. Le gustaba husmear bajo los troncos caídos y en las charcas, tan adicto a la caza de curiosidades como a cazar animales tan abundantes en las colinas de Mahn. Podía estudiar una flor durante minutos enteros. O el color de sus ojos. No estaba muy segura de que le gustara ser estudiada bajo los cielos veraniegos de Anuurn. Había venido a Mahn en busca de un mando para las finanzas y la política, porque habían tratado con él indirectamente y creía en su hermana, y suponía que era un buen administrador doméstico, tenía sentido común en las cosas legales y no sentía deseo alguno de entablar disputas con Chanur. Unos cuantos días en Mahn que pasarían velozmente, la satisfacción de ciertos impulsos que pronto sentiría en ella y que resultarían de lo más desagradable a bordo de una nave… y había terminado con este joven tímido y sonriente que cometía tonterías tales como violar fronteras y permitir que le llevaran de la mano a los arbustos, y que se pasaba minutos enteros diciéndole lo poco corrientes que eran sus ojos y (siendo Khym) cuál era la frecuencia estadística de los colores oro y bronce entre los antepasados de Chanur.

Entonces había sabido muy bien qué compañero tan raro se había buscado.

¿… es que no vamos a salir?

… Dioses y diablos mahen, ¿qué están haciendo ahí arriba? ¿Eso era la caída ya?

Lo era. La Orgullo cayó al espacio real con una sacudida feroz. Khym lanzó un gemido y Pyanfar le imitó, oyeron las maldiciones que llegaban por el comunicador quejándose sobre el programa incorporado a los circuitos de navegación, las idiotas que lo habían preparado y cómo se encontraban los estómagos de las Tauran.

Tengo que subir ahí. Segunda reducción, tengo que hacerlo.

Habían dejado unas cuantas provisiones en la habitación, sujetas a la consola. Pyanfar las buscó a tientas, paquetes como los que usaban en el puente. No se atrevía a plegar la red. No hasta que supiera con toda seguridad que la situación no presentaba peligros.

Y, por el comunicador:

¡Los dioses se la lleven a un infierno mahen para que se ase! ¿Qué es?

Apretó bruscamente el botón del comunicador, luchando con la red.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre ahí arriba? Aquí Pyanfar Chanur, maldita sea, ¿qué está pasando?

Una pausa.

—¡Los dioses te lleven, no se te ocurra ni en sueños autorizarme a que haga algo en mi propia nave! ¡Ponme con Sirany! Por todos los infiernos mahen, ¿qué está pasando ahí arriba?

Chanur, nuestra situación es estable. Podemos proceder con el cambio de tripulación.

—Dioses… —Hizo retroceder la red de seguridad, se dio la vuelta y pasó sus envaradas piernas por encima del borde de la cama, tirando de su maltrecho torso hasta lograr erguirlo—. Oh, dioses. —Nunca, nunca hagas el amor durante un salto, oh, mis costillas, mi espalda, oh, dioses. Se puso en pie, conteniendo una oleada de náuseas y, cojeando, a punto de caerse, avanzó hacia la puerta.

Un relámpago negro pasó por el corredor a la altura de su tobillo, chillando estridentemente.

¡Dioses y truenos!

La Cena andaba suelta de nuevo.

Llegó al puente con dificultad, cojeando y tambaleándose, mientras la llamada a la tripulación resonaba por los altavoces generales. Se cogió al respaldo del asiento de observación número dos para no perder el equilibrio y examinó las pantallas, los monitores y la situación, que parecía bastante tranquila excepto por los kif que las precedían corriendo en silencio. Aquí no había disparos. Tampoco había emisiones de la estación.

Estaban en el territorio hani. Kura, la segunda estación en tamaño de todo ese espacio, guardaba silencio igual que si estuviera muerta, al menos por lo que indicaban las emisiones de boya.

—Los kif habrán puesto en marcha una alarma —dijo frunciendo el ceño, y avanzó tambaleándose hacia Sirany Tauran, agarrándose a su asiento para mantener la posición vertical—. Entonces debió apagarse la boya, se desconectó en cuanto recibió la identificación kif. Lo que me preocupa es qué identificación kif recibió y cuánto hace de eso. ¿Ha entrado ya nuestra escolta en el sistema? ¿Se nos adelantaron durante el salto?

—Lo hicieron por un buen trecho, algo así como unas dos horas. Esas naves tienen muchísima energía y la senda que han dejado sus emisiones es clara y fuerte. Lo cubre todo, no deja que recibamos nada más.

—¿Estamos emitiendo el mensaje? Preparé un mensaje para Kura.

—Sí, capitana —respondió la oficial de comunicaciones—. El tiempo de respuesta es ahora de tres minutos.

—Ese mensaje le explica a Kura cuanto podemos decirle. Le aconsejo que todas las naves de ahí se vayan a casa y rápido.

—Es el mismo que envié —dijo Sirany—. El mismo que han estado enviando todas las demás, con el sello de sus propias naves. El mahen ha estado transmitiendo en código un haz bastante prolongado antes de que abandonáramos Urtur.

—Bien. —Eso merecía algo más que un bien. Pero no con Sirany. Sintió que la preocupación la invadía nuevamente. Jik sigue con nosotras. Sigue a nuestro lado. Observó los monitores y vio la posición de las naves, el modelo disperso que todavía formaban, el agujero donde tendría que haber estado Tahar—. No hay rastro de Tahar.

—Ni rastro.

Se mordió los bigotes y esperó con los ojos clavados en el cronómetro.

—¿Hemos tenido alguna respuesta?

—Negativo.

—Hay algunas condenadas alimañas corriendo sueltas por ahí —comentó Sirany.

—Lo sé. Ya tuvimos que eliminarlas una vez: es el maldito depósito alimenticio de Skkukuk. Parece que algunas han logrado escaparse otra vez.

—Por todos los dioses… ¿Qué comen esas cosas?

—Los filtros de la ventilación.

—¿El sistema de apoyo vital?

—Desde la última vez tenemos una pantalla eléctrica sobre los sistemas principales. Están protegidos, no te preocupes por eso. El problema no parece muy grave, creo que sólo ha escapado una de ellas. La cogeremos.

—¿Has pensado en la posibilidad de un sabotaje? Ese condenado kif…

—Es un tripulante.

—No en mi turno, capitana. He cerrado su puerta mediante el tablero principal.

¡Estás poniendo en duda mis decisiones! ¡En mi puente, sentada en mi asiento, maldito sea tu pellejo! Al mismo tiempo, obrar de ese modo era mostrar una sana y razonable suspicacia. Logró contenerse y moduló la voz para que sonara tranquila.

—Ese kif es nuestro traductor —le dijo—. Nuestro oficial de protocolo y, por los dioses, hace bien su trabajo. Es un tripulante. —Al pronunciar esa palabra estuvo apunto de atragantarse. Saca tu trasero de mi puesto, Tauran—. Acepta las órdenes. Las cumple perfectamente. Ha tenido un montón de oportunidades para acabar con cualquiera de nosotras. Me salvó la piel en Kefk. —Y yo tampoco pienso dejarle suelto, para que ponga en peligro su cuello por esos pasillos cazando alimañas—. Cambiemos el turno. Te relevaré, trabajaré con tus tripulantes y luego las dejaré libres cuando vengan las mías. Has hecho maravillas, Tauran, has logrado hacernos pasar a través de toda esa sopa, un trabajo realmente bueno y con tableros desconocidos… —felicita a esa bastarda de nariz canosa, sí. Haz que siga siendo tu amiga. Fue un buen trabajo. Estamos vivas. Conservamos todas nuestras naves. Jik, Harun y el resto, y los tres kif delante, y está intentando con todas sus fuerzas ser cortés, ¿verdad que lo intenta, Pyanfar Chanur? Más suspicaz que la joven Fiar. Más sabia, más dura y no tiene más remedio que ser así. Tiene que empujarme un poquito. Debe mantener sus ojos bien despejados y hacerse la dura, y tiene que intentar sacarme la verdad, eso es lo que busca. No nos ha fallado. No, no nos ha fallado.

—Un buen equipo —dijo Sirany, todavía sentada—. Fabricación mahen. Realmente bueno. Ese ordenador es una maravilla.

¿Qué pagaste por él, Chanur? ¿Con qué se compra un equipo como éste, lo mejor del momento, equipo de primera clase, cuando Chanur está arruinada, en quiebra, y todo el espacio lo sabe?

¿Qué es todo eso que hemos oído sobre ti, los mahendo’sat y los stsho en Punto de Encuentro?

Antes de que vayamos a dormir… ¿en qué clase de nave nos hemos metido?

—Nos dispararon por detrás. Las reparaciones de emergencia se hicieron en Kshshti. Los mahendo’sat tenían realmente muchos deseos de vernos fuera de ahí. A causa de nuestro pasajero…

—¿El kif, el humano o el mahendo’sat?

Ahora estaba empujando realmente fuerte. El pulso le latía como un martillo y cuando Sirany giró sobre su asiento para mirarla, las orejas de Pyanfar se agacharon.

¿Quizás has estado demasiado tiempo en sitios oscuros, Chanur?

—Ya discutiré sobre todo eso en el han —dijo Pyanfar—. Pero nuestros registros están abiertos. Échales una mirada, ¿quieres?

—He estado ocupada —dijo Sirany—. Realmente muy ocupada. —Tenía las orejas gachas—. Interesante, desde luego. Pero lo importante sigue siendo llegar a casa, ¿no? Lo haremos a tu modo. Con tus reglas. Si quieres que ese kif se siente en el puesto de comunicaciones, estupendo. Tenemos que dar dos saltos más. Si quieres que durmamos con el maldito kif y si das tu palabra de que se portará bien, la aceptaré.

—Escúchame, y lo digo en serio. No esperes que se comporte como una hani. Si cree que me estás presionando demasiado, te arrancará la mano. Tully es más tranquilo, pero le atemorizas y tiene problemas que tú ignoras; así que déjale en paz. Y mi esposo… permíteme que te hable de ello, ker Sirany; dado que no has comentado nada al respecto, permíteme que lo haga yo: mi esposo es tan de confianza ante los tableros como cualquier otra tripulante y, no creo que puedas impresionarle, no después de este viaje. Ya sabe cómo es la vida en una nave; sabe aceptar órdenes y no tienes que preocuparte por él. Ni por Tully. Trabajan los dos juntos en la cocina. No hemos tenido problemas de temperamento. Se aprecian mutuamente.

Las orejas de Sirany se abatieron y ella luchó valerosamente por mantenerlas erguidas.

—Vi el anillo.

—No lo ganó en ninguna pelea. Lo ganó sentado ante los tableros, realizando su trabajo mientras Haral Araun tenía el dedo sobre la tecla de autodestrucción. Y aceptará tus órdenes, o las mías o las de cualquiera a quien tenga por superior en el mando. Así están las cosas. Quiero tu ayuda, ker Sirany. Considero bueno tener a bordo alguien que dude de nosotras. Y cada una de las palabras que hay en ese registro es cierta. ¿Me entiendes?

Las orejas de Sirany se irguieron un poco. Círculos blancos le rodeaban los ojos y tenía la mandíbula apretada. Un instante después, irguió las orejas del todo.

—Nos preocuparemos de eso cuando hayamos logrado salir con vida de aquí.

—Estoy luchando por el han. Me llamarán traidora. Pondrán esa palabra sobre mi tumba si acaso consigo tener una. ¿Sigues entendiéndome? Ser una maldita heroína está muy bien, pero si salimos de esto con vida quiero tener a una hani enterada de que esta tripulación no es tan mala como querrán hacer creer.

En el rostro de Sirany apareció claramente el miedo. Sin disfraces.

—¿Qué quieres, mi compañía?

—Quiero tu influencia. Tenemos dos combates que librar. El primero es en el espacio. En el otro tengo por enemiga a esa estúpida de Ehrran y toda su ralea. El han piensa agachar su cabeza colectiva y los kif tienen el hacha suspendida sobre ella. ¿Me has oído, Tauran? Haré lo que considere necesario, sea lo que sea. Si ves las cosas como yo las veo, estarás de mi lado, no importa lo que pienses de mí.

—¡Estás loca!

—Estoy haciendo algo. Por todos los infiernos mahen, ¿qué ha hecho bien el han en los últimos tiempos? ¿Hay alguien que se haya preocupado de arreglar todo este lío? —Tensó los dedos y dos de sus garras, una tras otra, perforaron el cuero del asiento—. Tauran, ¿cuánto tiempo crees que podremos permanecer sin reaccionar mientras el Pacto cae en pedazos y se va al infierno mahen? La humanidad va a caer sobre nosotras. Los mahendo’sat han cometido una estupidez, han hecho algo que ha irritado a los humanos, han puesto en funcionamiento unos resortes que no entienden y no estoy muy segura de que tampoco los humanos los comprendan: Tully es testigo de eso y nos ha advertido. Jik ha intentado salvarnos a todas y le ha costado un precio. Al menos él sabe que los suyos se han portado como imbéciles. Igual que los stsho, igual que las hani. Y también los kif. Y puede que también los tc’a, los dioses nos salven. E incluso puede que los humanos lo sepan a estas alturas. La mayoría de ellos se comportan como estúpidos al actuar de esta forma. Ehrran acaba de conseguir para nosotras un flamante tratado con los stsho, ¿sabías eso? Y mira dónde están ahora. Mira en qué nos hemos metido. Los kif se han apoderado de todos ellos, así de fácil. Tenemos kif dentro del espacio hani. Tenemos a Kura, que no responde. Tenemos a Akkhtimakt, que se ha metido en tal lío que el espacio hani es el único sitio adonde puede ir, porque Sikkukkut ha mandado naves para bloquear sus otras posibles rutas en cada punto de salto a su alcance. Y, mientras tanto, tenemos preparándose en Kshshti un poderoso ataque mahendo’sat, del cual Akkhtimakt está enterado, suponiendo que sus espías valgan para algo. Sikkukkut lo ignora… Akkhtimakt ha estado en Kita y en Kshshti después de eso. El bastardo va a dejar que Sikkukkut reciba el golpe de los mahendo’sat mientras él se larga al espacio hani y aparece de nuevo en el mismo vientre mahen, justo en Iji. Tú conoces a los mahendo’sat, sabes que toda su fuerza se fragmentará si su Personaje desaparece de la escena. No tendrán defensa alguna. Y la humanidad surgirá en pleno centro del territorio mahen con un montón de naves, naves que pueden frenar a mitad de un salto, como las de nuestros amigos los mahendo’sat y las de los kif, naves que pueden acortar el tiempo de intervalo entre los ataques hasta un punto que ninguna de nosotros quiere ni imaginar. Pero no nos preocupemos por ello. Tendremos suerte si nos dejan un planeta entero. Y perteneceremos al que gane, sea quien sea, sin que podamos decir nada al respecto… si es que sobrevivimos. Uno de nuestros machos está en el espacio. Uno, y tú ya sabes lo segura que se encuentra esa nave, con la mitad de los kif que hay en el universo tras nuestra pista y la otra mitad a punto de cazarnos. El resto de nuestra especie se encuentra en Anuurn. Y para acabar con Anuurn sólo se precisa una roca grande, Sirany Tauran, una roca con velocidad lumínica, y todas nosotras seremos viudas y no tendremos hermanos. Para siempre. ¿Me comprendes? ¿Sabes lo que estoy diciendo?

Tauran guardó silencio. La nave seguía avanzando, cruzando diámetros planetarios en cada latido de su corazón. Silencio, silencio a su alrededor, dentro de la nave y en el espacio.

—Tauran…

—Ya te he oído. Todo esto es una locura.

—Tauran es un clan del espacio. Tres generaciones. Sabes de qué estoy hablando. Ese jaleo en el que te viste metida, en Punto de Encuentro…, ¿podrías ni tan siquiera intentar explicarles a esas viejas del han por qué te fue imposible salir corriendo? ¿Podrías explicarles cuáles eran tus oportunidades de conseguir la velocidad suficiente o cómo son esas distancias? ¿Cuántas de ellas comprenden a un stsho?

—¿Quién comprende a un stsho?

—Me pregunto cómo pueden formular la política a seguir con esa especie, cómo pueden hacer un tratado con ella, cómo pueden exigirnos a nosotras, a las que vivimos aquí, en el espacio… que nos encarguemos del problema kif. Sí, porque necesitarán diez o veinte años para cambiar su concepto sobre cómo se portan los kif, o de lo que harán probablemente los mahendo’sat, y que los dioses nos salven cuando empiecen a tratar con los humanos y con sus tres gobiernos, todos luchando entre sí… ¿Qué harán ahora, por todos los infiernos mahen, cuando aparezca Akkhtimakt en el sistema? ¿Ordenarán al clan Llun que le niegue el acceso a la estación? ¿Le impondrán sanciones hegemónicas? ¿Estudiarán el problema?

—Es demasiado…

—Le estoy pidiendo a otro clan que se condene por voluntad propia. Que lo haga conmigo. Os lo estoy pidiendo a todas vosotras, que sabéis de qué estoy hablando, y os pido que hagáis algo al respecto. Ya no estamos tratando con grupos dispersos de piratas. Las hani del espacio harán lo que se deba hacer y en la apuesta arriesgo cuanto poseemos. Las comerciantes se habrán largado, algunas al hogar, otras para dispersarse como semillas ante el vendaval. A cualquier parte. Se las ha advertido. Pero eso no nos salvará de una roca. No puedo ir al han para decirles lo que te estoy explicando ahora. No puedo hacerles comprender lo que ocurrió en Punto de Encuentro… sólo los dioses saben qué ocurrió de verdad en Punto de Encuentro. O qué vendrá tras nosotras y cuándo. Si Sikkukkut ha enviado una nave de la cual no sabemos nada, y ahora hay algún bastardo siguiéndonos, puede que recojan nuestras emisiones direccionales. No podemos hacer nada aparte de lo que hemos hecho.

—He leído tus órdenes. Tengo tu mensaje, Sif me lo pasó. No soy ninguna estúpida.

—Nunca he pensado que lo fueras. Nunca, desde que empezó todo esto. Y tengo que seguir el camino que yo misma me he marcado. Desde dentro, igual que ha hecho Jik. Hasta que detengamos a las naves de Akkhtimakt. En todo el espacio no hay el número suficiente de naves hani para conseguir nuestro propósito, nos enfrentamos a naves de caza y sólo los dioses saben qué más. Necesitamos el armamento de los kif, incluso con el riesgo que estamos corriendo. Éste es el juego que estoy jugando, Tauran, y ya sabes lo que le oiré decir al han si alguna vez logro llegar ante él: Contactos ilegales. Violación de los tratados. Por los dioses eternos, personal ilegal a bordo de la nave. Si logramos sobrevivir a todo esto y el han sigue funcionando, es probable que nos acusen a las dos de violaciones del registro de personal. Hasta ahí llega su entendimiento de la situación. Tú sabes con quién estamos tratando. Esas viejas conocen todos los minúsculos cambios del poder en los mercados del sistema, saben quién apoya a quién en las votaciones, están al corriente de cada movimiento y tendencia en los asuntos de Anuurn y conocen cada polvareda histórica que hubo entre la Hegemonía del Río y la Anfictionía de Pesh. Dominan todo el condenado resto de fragmentos de historia que ahora no van a tener ni la más mínima importancia, Tauran, si una roca mata a cada criatura viviente del planeta, incluso a los gusanos y los insectos, ¿verdad que no? Todo aquello en lo cual son expertas es inútil en el único asunto que ahora cuenta, por todos los dioses, y el problema es ¿qué haremos? Dioses, Tauran, ¿qué haremos con todo lo que hemos llegado a saber, en nuestra actual situación, con lo que hay detrás nuestro y lo que nos espera más adelante, todo eso que nosotras sabemos y ellas ignoran?

—Te escucho —dijo Sirany. A su alrededor se habían producido leves ruidos de movimiento. Las tripulantes de Chanur habían llegado y las Tauran seguían en sus puestos. Pero ahora el silencio más absoluto reinaba en el puente—. Te estoy escuchando. Y estoy casi de acuerdo contigo. Pero todavía tengo que pensar en todo esto, Chanur.

—Piensa en ello durante el camino hasta Punto Kura. Pondré a Sifeny y Fiar en vuestro turno, dejaré que lo discutáis entre vosotras. Pondré a mis tripulantes en los tableros. El humano, mi esposo, el kif y todas las demás. Acepta mi agradecimiento, ker Sirany. Tus tripulantes son buenas. No me gusta interferir en los equipos que funcionan, el tuyo o el mío. Y necesitamos que parte de la tripulación se encuentre descansada, en caso de emergencia.

—De acuerdo. —Sirany se quitó el cinturón y abandonó su puesto—. Es tuyo. Haré que te traigan un bocadillo —añadió, retirándose hacia la cocina en tanto que, con una seña, reunía a sus tripulantes. Pyanfar se quedó mirando su espalda, cada vez más lejana; sus dedos apretaban todavía el asiento. Por si acaso. Ése era el modo en que toda navegante espacial se aferraba a los objetos dentro de una nave en movimiento. Luego se volvió hacia sus tripulantes y contempló los serios rostros de las Chanur recién llegadas al puente, que la rodeaban.

Tenían las orejas erguidas.

—Bien —comentó Haral.

—Eso espero —respondió ella, y miró de soslayo a Geran, en cuyo rostro había una expresión que presagiaba problemas—. ¿Cómo está?

Geran se encogió de hombros. Había perdido tanto peso que se le marcaban las costillas. Había mantenido durante tanto tiempo su expresión preocupada que eso había formado una zona más oscura sobre su nariz, una arruga en el ceño que había llegado a formar parte de su expresión.

—No tienes muy buen aspecto. Te necesitamos. Ve con las tripulantes de Sirany, come algo; Tully se encargará de llevarle un poco de comida a Chur. No discutas conmigo, por los dioses, o te arrancaré las orejas. Chur me las arrancará a mí si la llevo a casa sin ti. Hilfy, haz subir al resto. —Toda la tripulación estaba ahí, empezaban a colocarse en sus puestos mientras la voz de Hilfy empezaba a llamar a Tully, Khym y Skkukuk por el sistema general de altavoces—. Condenado lío… —murmuró Pyanfar, dejándose caer en su asiento. Haral estaba junto a ella, empezando ya a hacerse cargo de la situación—. No hay señales de la Luna Creciente.

Habían tenido una oportunidad. Ahora sería cada vez más difícil. Tal y como la hiperluz recorría los senderos estelares, había cuatro meses hasta Punto de Encuentro, pero no tal y como ellas viajaban; lo que hubiera sucedido ahí atrás tenía ahora cuatro o cinco meses de edad y envejecía de forma progresiva.

—Hace mucho tiempo —dijo, mientras los datos fluían a su alrededor.

—Kura está entera —dijo Haral—, sólo que no hablan. Los kif las han asustado mucho. Lo han cerrado todo. No deben de tener naves aquí o, de lo contrario, están todas calladas.

Habían pasado un largo tiempo lejos del hogar. Y lejos del han.

—Sólo los dioses saben lo que nos han enseñado los stsho, ¿eh?

Años, según la cronología de su mundo natal. Así era todo para las navegantes espaciales. Seguir jóvenes mientras los planetas envejecían, y los que vivían en ellos maniobraban y preparaban sus pequeñas conspiraciones mundanas y obtenían sus ganancias en tanto que esas navegantes espaciales se hallaban suspendidas entre las estrellas, perdidas en sueños.

—Los kif no se enfrentan a ningún problema ahí fuera. Todo un ejemplo de buena navegación.

—Nosotras sí tenemos problemas: la maldita cena de Skkukuk anda suelta de nuevo. Se ha olvidado de mantener cerrada la puerta.

—O quizá se nos pasó por alto un par la última vez.

—De qué se alimentan, eso es lo que deseaba saber Sirany… Eso es lo que yo quiero saber.

—Quizá se han aclimatado a las sacudidas eléctricas —dijo Hilfy, hablando con ellas desde su puesto—. Adaptables, así los definió Skkukuk. Vida de Akkht.

Miró a Haral sintiendo que se le formaba un vacío en el estómago.

—El sistema de apoyo vital —dijo Haral.

—Compruébalo. Esas malditas criaturas comen plástico.

—Nos ocuparemos de ello. —Haral ya se había levantado del asiento e iba hacia el pasillo—. Hilfy, que los hombres se pongan al trabajo. ¡Llama a Skkukuk!

—No podemos abandonar nuestro condenado horario. No podemos. No hay forma de hacer todos los cálculos otra vez y avisar a todas las naves que van detrás nuestro con la suficiente rapidez. Que los dioses las…

Mientras el resto de la tripulación subía, habían desconectado las secuencias de búsqueda y evasión en el piloto automático. Eso hacía que la nave corriera cierto riesgo de avería. Pero no hacerlo era peor en términos del hueso y la frágil carne. Estaban jugando con vidas. Pyanfar apretó su botón para ocupar el canal de comunicaciones.

Ker Sirany, vamos a mantenernos estables durante media hora como mínimo. Voy a seguir tu consejo sobre las alimañas. Intentaremos cogerlas.

Entendido —le respondió la voz de Sirany, muy clara por encima de los demás murmullos que había en la cocina. Sin añadir nada más, cuidando de mantener las apariencias: política.

Un segundo juego de teclas que controlaban otro canal.

—Skkukuk, aquí la capitana al habla, ¿me oyes bien? Tu maldita cena anda suelta de nuevo. Quiero saber cuántas alimañas de ésas hay, quiero saber dónde están, quiero librarme de ellas o de lo contrario me quedaré con tu piel para colgarla en una pared, ¿me has entendido?

Kkkkt —le llegó la respuesta, algo deformada por el paso de un receptor a otro—. Hakt; no dejé escapar a ninguna, no es cosa mía, mekt-hakt’, no es cosa mía… Voy inmediatamente hacia ahí, inmediatamente… ¡Estúpidas, estúpidas, parad el ascensor!

Indudablemente creía lo de su piel colgada en una pared. Pyanfar metió la cabeza entre las manos y se pasó las garras por la melena. Decirle a las Sauran que ninguna de ellas estaba loca y ahora tener esto suelto por la nave. Era ridículo. Era mortalmente serio. No había forma de saber qué sistemas podían destrozar esas criaturas. Toda la nave estaba infestada. Ya había perdido su reputación. Apestaba, toda la nave apestaba, estaba repleta de alimañas kif y sólo los dioses sabían qué otras cosas. Todo el universo limpio y bien ordenado que conocía se había vuelto del revés y las alimañas eran el último y más grotesco insulto. El oscuro humor de los mismísimos dioses, eso eran; nada más que la última y fea broma hecha a costa de su especie. Eliminar la nave que podía haberla salvado estropeando un sistema de apoyo vital, destrozando unos filtros; sólo los dioses sabían en qué sitios podían meterse y dónde podían clavar sus malignos y aguzados dientecillos.

¿Cuántas había?

¿Habrían estado reproduciéndose durante el salto? ¿Eran algo que vivía tan condenadamente rápido que podía seguir alentando y reproduciéndose incluso en el hiperespacio, una generación tras otra de esas feas criaturas con sus chillidos estridentes?

Nada podía hacer eso. La mayoría de los animales apenas lograban reproducirse a bordo de una nave, con todo el ruido y el estruendo metálico que les asustaba; ningún ser podía cambiar su metabolismo lo suficiente como para vivir siguiendo el tiempo real en el hiperespacio.

Ni tan siquiera los kif podían hacerlo.

¿O sí podían?

Pyanfar contempló las pantallas que tenía delante, manteniendo la nave en su rumbo mientras una tripulación hacía su imprescindible comida. Un instante después apareció Geran para decirle que había puesto a Khym y Tully en otra misión, cazar a las alimañas, apartándoles de la cocina y, con permiso de la capitana, le llevaría un tazón de sopa a su hermana, si la capitana le daba permiso para ello. Por favor. Pese a la claridad de sus órdenes anteriores.

—Dioses… Sí. —Pyanfar volvió a pasarse desesperadamente las manos por entre la melena y parte de ésta se le quedó en las garras, como le ocurría siempre al organismo durante el salto. Perdía vello, pero en la nave nadie había podido darse un baño durante cuatro meses de espacio real y unos seis días de tiempo subjetivo—. ¿Cómo se encuentra?

—Apenas se mueve. Dice… dice que hay problemas en casa. Dice que los kif van hacia allí. Dice que la Luna Creciente está detrás nuestro. Akkhtimakt nos lleva diez días de ventaja. Eso es lo que dice.

Pyanfar sintió que un escalofrío le trepaba por la espalda y volvía a bajar hasta metérsele en las entrañas.

—Podría tener razón.

Por un segundo había tenido la convicción de que Chur muy bien podía estar en lo cierto. Siendo una excelente técnica de pantallas y habiendo actuado a veces como navegante, Chur sabía cuánta ventaja le podían sacar unas naves de caza bien decididas a un grupo de cargueros. Y entonces se dio cuenta de lo que seguramente pensaba Geran ante esas palabras. Chur era una mujer práctica. Y ahora estaba balbuceando profecías sobre años luz de distancia. El salto podía tener ese efecto sobre una mente. Había quien no conseguía emerger nunca de la oscuridad. Había visto casos parecidos, sentados al sol, en el hospital, con el cielo azul de Anuurn sobre ellas, para siempre, y sin comprender en qué mundo se encontraban.

Estaban en todas partes, ésa era su ilusión. Siempre estarían en todas partes a la vez. Si había algo de místico en el asunto, consistía en que ellas mismas habían llegado al infinito y se habían quedado allí, como una máquina cuyo interruptor ya no funciona y que no puede apagarse.

—Quiere trabajar —dijo Geran.

—Dile… —Pyanfar contuvo el aliento—. ¿Puede hacerlo?

—No.

—Que coma. Todavía permaneceremos una hora dentro del sistema. Voy a quitarte del turno; quédate con ella.

—No. —Las orejas de Geran se abatieron—. No, capitana.

—¿Quieres que sea una de las Tauran? ¿Tully? Por todos los dioses. Tienes que hacerlo. Tenemos a Tirun para ocuparse de las pantallas. Podemos pasar sin ti, o puedo hacer que vuelva Sif. Quédate ahí.

El rostro de Geran se endureció en una expresión desesperada. Agitó las orejas y volvió a erguirlas con un claro esfuerzo.

—Tully —dijo—. No tiene que hacer nada, ¿no? Duerme con nosotras abajo. Son amigos, ¿verdad?

—Sí. —Cuanto menos comentara el asunto, mejor—. El bien de la nave. El bien de… mucha gente. Sí. Quiero que estés en los tableros, si te ves capaz de mantener tu mente en ellos.

—La mantendré —dijo Geran—. Será mejor para ella, no puede discutir con Tully. Y yo también me sentiré mejor. —Y se fue, con el paso de quien ha llegado a una sólida decisión.

Pyanfar se removió en el asiento, escuchaba el parloteo que llegaba desde el interior del sistema, hacía comprobaciones y aceptó una taza de gfé cuando apareció Fiar con unas cuantas en las manos. Un acto de caridad. De su propia cocina.

La cacería continuaba, tanto en la cubierta superior como en la inferior. Y el sistema por el cual viajaban permanecía en un silencio que no era habitual.

—Han cambiado el filtro de la cubierta superior —dijo Hilfy—. Han cogido a tres de esos bichos. Skkukuk jura que no se le han escapado. Dicen que son viejos, de antes. Salen de algún otro escondrijo.

—Perfecto. Maravilloso. —Pyanfar siguió trabajando con el ordenador—. Estupendas noticias. —No debo contestarle de ese modo. La tripulación ya tiene bastantes problemas—. Lo siento.

—Bien, capitana.

Has crecido mucho, Hilfy Chanur. No puedo decírtelo. Una adulta jamás quiere oír eso. Ya no puedo decirte nada.

—La primera nave de escolta ha saltado —dijo Tirun—. Estamos en… —Sonó el aviso de que faltaban quince minutos, dos timbrazos con un intervalo.

Faltan quince minutos —informó la voz de Hilfy, resonando por los pasillos.

Pyanfar conectó el mismo canal.

—Dejad lo que estéis haciendo, sea lo que sea. Quiero tener un viaje tranquilo, así que todo el mundo a sus puestos o camarotes: estéis donde estéis, olvidaos de lo que estáis haciendo y de todo el condenado jaleo, quiero veros en vuestros destinos dentro de cinco minutos. Tully, irás al camarote de Chur. Ahora.

Entender —le respondió la solitaria voz del humano. Y añadió otras cosas. Quizá nadie le había dicho todavía a Tully dónde iba a pasar el salto.

No protestaría. Lo había comprendido. Haría cualquier cosa por Chur. Amiga, diría.

La opinión de Chur sobre tener a Tully en su cama ya era otro asunto.

Eso la disgustaría. La volvería loca. Haría que su mente volviera a funcionar. Eso era lo único que podía servirle de algo. De repente comprendió claramente la lógica de Geran.

—¿Qué él está qué? —murmuró Chur, y miró parpadeando a su hermana y a Tully, en pie junto a la cama con expresión de timidez.

—Cuidará de ti —dijo Geran—. Cuida tus modales. Si pretendes aprovecharte de él, para lo que sea, la capitana te arrancará la piel. ¿Entendido?

Chur parpadeó de nuevo y acabó decidiendo que la cosa era muy divertida. La expresión preocupada que había ahora en el rostro de Tully resultaba divertida. Hubo un tiempo en el cual se habría preocupado. Hubo un tiempo —le parecía ayer mismo—, en el cual no había querido ver nada que no fuera hani. Resultaba extraño el modo en que todo eso había desaparecido, como si el salto lo hubiera dejado detrás de ella, como si la hubiera lavado de todo, dejándola nueva, renovada. Un dios podría tener esta extraña sensación, como si todo el espacio fuera su cuerpo y su cerebro y las estrellas otras tantas partículas. Quizá se había convertido en un dios. Se rió de los dos y flexionó los dedos de su brazo, el cual llevaba tanto tiempo rígido que ya había llegado más allá del dolor. La maquinaria seguía haciendo tic-tac. Había aprendido a engañarla, a mantener tranquilo su corazón para evitar que a través de los tubos llegara la marea narcótica. Sintió que se le aceleraba el pulso y lo calmó, haciendo que bajara.

—Me has traído un apuesto amante, ¿eh? Debo de estar mejor. Vamos, Tully. Está bien, no pasa nada. Un tripulante menos para trabajar.

—Yo quedar contigo —dijo él. Inocentemente, sin enterarse de nada.

Apestaba. Todo el mundo apestaba. Ella también. No había modo de evitarlo, aunque Geran intentaba mantenerla limpia. Estaba bien, también eso estaba bien. Geran salió del camarote, dejándoles solos. Tully seguía inmóvil, daba la sensación de haberse perdido. El comunicador continuaba emitiendo sus informes entre crujidos.

Los informes la confundían. Habían estado persiguiendo a las criaturas negras en… bueno, donde estuvieran.

Se encontraban de nuevo en Kura. Como si fueran diablos escurridizos. Un dios tendría asuntos peores de los que ocuparse. No eran más que molestas pesadillas.

—Ir pronto —dijo Tully, y tomó asiento al borde de la cama—. Yo estar contigo. —Le dio una palmadita en la rodilla cubierta por las mantas. Le dolió un poco. Todas las articulaciones le dolían—. Tú ponerte estupendamente, Chur.

Resultaba muy agradable oír decir eso a otra voz que no fuera la de Geran, la cual tenía ciertos prejuicios naturales al respecto. Respiró un poco más profundamente.

—Nosotros ir Anuurn —añadió Tully, y alzó dos de sus ágiles y delgados dedos—. Dos saltos. Tener… —Más dedos colocados en posición—. Nueve naves. Hacer seguro.

—¿Contra los kif? —Por un instante el espacio se volvió del revés—. No. Dile a la capitana… dile a la capitana… problemas. Estarán esperando en Tyar.

—Geran decir —le respondió Tully—. Ella decir, ¿bien?

—Lógica —dijo Chur y agitó la mano que tenía libre en un movimiento algo fláccido que no llegó a ser el gesto que pretendía—. Lógica… posición. La geometría de todo el asunto… —Le miró fijamente, desesperada. Geran la había mirado como a una loca. Tully se limitó a parpadear, la respuesta quedaba más allá de su vocabulario—. Peligro —le dijo—. Peligro, maldita sea.

—Entender —dijo él. Y la miró con miedo. Con la misma expresión que Geran.

La tripulación había vuelto. Pyanfar estaba realizando las comprobaciones. Seguían en las coordenadas. No tenían comunicación con las demás naves salvo lo imprescindible para intercambiar los datos de navegación y asegurarse a las posiciones. Hacer más de lo que habían hecho no resultaría prudente ni político, teniendo en cuenta la posibilidad de que hubiera espías a la escucha. En cuanto detectaran sus mensajes, informarían sobre ellas, y ya habían enviado algunos que apuraban al máximo los límites de la prudencia.

Hakkikt, diría ella, eran necesarios. Nos han conseguido aliadas. ¿No era ésa la meta de todo?

Sí, tenía esa excusa.

Sonó el aviso de los cinco minutos. La nave estaba empezando con los procedimientos rutinarios. Los datos empezaban a llegar. La tripulación de Tauran y sus pasajeros mahen informaron que se encontraban en posición segura.

—La Sukk acaba de saltar —dijo Geran.

—Aproximándose a las coordenadas —intervino Haral.

Dejaron tras ellas un fragmento de mensaje, para que las sobreviviera llegado el caso. Peligro en Anuurn. Ayudar.