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—Vete —le dijo a Skkukuk en el otro lado de la escotilla—. Si tienes alguna razón para ir a los camarotes, adelante. Dentro de diez minutos montarás guardia en el exterior de la rampa. Vamos a tener demasiado tráfico en ella como para correr riesgos. ¡Y muéstrate cortés! ¿Entendido?

—¡Sí, hakt’!

—¡Venga!

Salió corriendo con un revoloteo de su túnica oscura y un tintineo de armas, y se dirigió por el pasillo hacia su camarote.

Eso la dejaba a solas con Tully. Tirun se encaminaba ya hacia allí, una presencia que sería muy bienvenida.

—¿Estar bien, capitana?

—Van a llegar las de Tauran, no tenemos dónde meterlas. Hay un montón de datos que procesar para introducirlos en el ordenador de navegación, pero las cosas podrían estar peor… —Otra silueta dobló la esquina del pasillo, alta, de hombros anchos e inconfundiblemente hani: su esposo, a toda velocidad, y Pyanfar sintió que hasta los huesos se le encogían—. Haral, ¿me estás escuchando ahí arriba?

Sí, capitana.

—Prepara un rumbo para Urtur según nuestras antiguas capacidades: tenemos que llevar con nosotras a unas naves algo más lentas. Que Hilfy ponga a punto nuestra transmisión directa con la Aja Jin, necesitamos unos cuantos datos. Luego mándale el resultado a Tahar y que la Aja Jin se encargue de hacer las comprobaciones de apoyo.

No tardarán mucho; ya tengo el rumbo calculado para nuestra capacidad actual y tengo las suyas. Tenemos el ordenador mahen y ya me había figurado que nos dirigíamos a algún sitio. ¿Tenemos que hacer la secuencia de todo el convoy?

—Lo has adivinado. —Un pequeño milagro realizado en un puente cargado de trabajo. No se le ocurrió ni por un segundo la idea de ponerlos en duda—. Hazlo, prima. Y consigue los datos kif de la Harukk, tenemos una escolta.

Khym había llegado a su altura y acompasó la zancada al paso de ella, Tirun y Tully.

—¿Estás bien? —le preguntó. Eso fue todo.

—Estoy mucho mejor. —Se dio cuenta de que podía respirar de nuevo. La opresión que notaba en el pecho había cedido un poco y un súbito estornudo la sobresaltó—. Malditos kif… —Le lloraban los ojos. Tuvo que limpiarse la nariz—. Khym, tú y Tully subid al nivel superior y traednos algunos bocadillos: preparadlo todo para el trayecto. Vamos a salir de aquí.

—¿Nos dejan marchar? —preguntó Khym, con las orejas medio gachas. Parecía preocupado.

—Estás en lo cierto, tenemos problemas. Incluso los kif están preocupados. Tenemos que cruzar por Urtur, ¿recuerdas? Tenemos que pasar delante de Akkhtimakt para llegar a casa y habrá que eliminar la oposición existente hasta Anuurn, eso es lo que debemos hacer… Anda a la cocina. Y deja que Tully repose un poco, está agotado.

Yo tengo que llevar esta nave a través del salto. Tenemos que movernos, no tengo tiempo para descansar

—Tully —dijo Khym—. Cocina.

—Bien —contestó Tully, apretando el paso y poniéndose a su altura. Unos instantes después los dos se alejaban bastante rápido, Tully con paso algo vacilante; los músculos del humano estaban afectados por el cansancio, el ejercicio y el frío. Pyanfar tenía la sensación de que los suyos se habían vuelto de goma.

—Tirun, vamos a recibir a siete miembros del clan Tauran. Tenemos que meterlas en algún sitio. Encárgate del protocolo en mi nombre. Tengo el cerebro hecho puré. Habrá que encontrar un modo de alojar a Tully y la capitana. No, por los dioses, pondremos a Sirany Tauran en el camarote de Jik. Tully…

—Con nosotras.

—No les va a gustar compartir las sábanas con él cuando no estén de turno. Dioses, nuestra forma de actuar… El mundo está derrumbándose a nuestro alrededor y no queda más remedio que preocuparse de las sábanas y de los malditos prejuicios.

—Pues que se aguanten. Es un tripulante, capitana.

Pyanfar se mordió los bigotes y dejó escapar un suspiro.

—Bien, pues que rabien. Haremos un turno conjunto con un par de ellas si puedo conseguir que Sirany se avenga a ello. Nos portaremos tan bien como sea posible y espero que no se ofendan demasiado. Siempre que Khym no les produzca un ataque y empiecen a soltar espumarajos…

—Bien —dijo Tirun.

—Entonces, ocupémonos de ello. —Dirigió un gesto a Tirun para que apretara el paso cuando llegaron a la curva del ascensor—. No sabemos qué puede ocurrir aquí. Quiero que nos larguemos, y aprisa. Podríamos tener a un centenar de naves rodeándonos.

Trescientos mil stsho, Pyanfar. Vulnerables e indefensos ante cualquier eventualidad.

¿Pedirles a los kif que les suelten?

¿Con qué excusa? ¿Qué razón se me puede ocurrir?

—Será mejor que volvamos a llenar el congelador de abajo, ¿eh? ¿Qué tal andan los tanques?

—La última vez que los comprobé estaban llenos en sus tres cuartas partes. Haral está comprobando los sistemas. Tuvo que suspender la investigación lingüística para hacer el cálculo de rumbo, capitana; lo siento.

—Lo sientes… dioses. Venga, adelante. Una vez que estemos fuera de aquí tendremos todo el tiempo necesario para ello; dile que quiero que calcule esa secuencia de rumbo tan exacta como le sea posible, nada de perder tiempo, toda la capacidad de las naves al máximo. El tiempo es lo único que ahora no podemos comprar.

—Aquí, aquí, aquí —dijo Jik, utilizando un lápiz luminoso para indicar los movimientos en la pantalla del ordenador, y el modelo giratorio en tres dimensiones fue cambiando de nivel obedientemente. Había traído consigo la microficha y el programa, y el ordenador instalado por los mahen empezó a desplegar repentinamente un virtuosismo que nadie había sospechado en él—. Mismo venir quizá Tt’a’va’o, quizá V’n’n’u.

Geran emitió una especie de ronquido gutural, lento y cargado de ominosos presagios.

—Tenemos todo el condenado jaleo metido en el espacio hani, eso es lo que tenemos.

Jik no contestó nada ante eso. Tenía la boca llena de comida. No se había detenido a comer nada en la Aja Jin y llegó oportunamente para aceptar algo en la cocina de la Orgullo. Pyanfar tragó un sorbo de gfé y parpadeó al notar su calor mientras iba observando los distintos pasos del modelo.

El clan de Tauran venía ya por los muelles con cuanto les era posible transportar. Tirun estaba en la escotilla y Skkukuk montaba guardia al pie de la rampa, preparándose para recibirlas con su equipaje. Un extraño silencio se cernía ahora sobre ellas, con la Harukk y las pocas naves que ella había elegido rumbo hacia lo que hubieran decidido hacer, con la estación sometida a cualquier tipo de piratería kif, algo en lo que Pyanfar prefería no pensar pero que la asaltaba cada vez que cerraba los ojos… aquellos desgraciados seres de la Harukk, pálidos, frágiles y fisiológicamente incapaces de toda violencia, ni tan siquiera para salvar sus mentes o sus vidas.

Podía prepararse un mecanismo que destruyera la estación mediante una señal procedente del exterior del sistema. Eso era posible para alguien que careciera totalmente de escrúpulos y fuera lo bastante implacable: si alguien como Akkhtimakt, sin la menor simpatía hacia los trescientos mil stsho, había minado el exterior de la estación, el murmullo de una transmisión que llegara con la velocidad de la luz a un receptor podía hacer volar la vulnerable piel de la estación. En ciertas direcciones jamás lo sabrían hasta que se produjera la explosión, aunque estuvieran a la escucha. Bien sabían los dioses que no sentía deseo alguno de proporcionarle a Sikkukkut más ideas de las que pudieran ocurrírsele por sí solo; no le advertiría de tal posibilidad. Y tampoco quería seguir conectada a la estación más tiempo del estrictamente necesario.

Mientras tanto, estaba sentada bebiendo gfé y viendo cómo un mahen muy cansado reconstruía diagramas de memoria ayudado por ordenador, escuchando cómo se equivocaba una y otra vez en las identificaciones y cómo se corregía a sí mismo.

Los dos necesitaban ayuda. La comida no podía sustituir el descanso. Y pronto tendrían que salir y empezar las operaciones para un salto largo y arriesgado. Las bombas estaban llenando ya los tanques hasta su capacidad máxima. Khym daba vueltas encargándose de recoger las lecturas de todos los puestos, disponiendo.

Alabados fueran los dioses, en este viaje iban a tener una tripulación de refresco.

Tanto Tahar como yo misma nos exponemos peligrosamente… el motín, la muerte. O nos comprenden en cuanto estemos cerca o acabarán con nosotras durante el trayecto a casa.

Ése era el mensaje implícito de su oferta. Y todas las capitanas lo sabían; en cambio, presumiblemente, Sikkukkut e incluso Skkukuk pensaban que lo único que había hecho Pyanfar era engañar a sus compatriotas.

Confiaba en que la hubieran entendido bien, porque ninguna nave hani podría comunicarse con otra de las suyas excepto para las operaciones rutinarias, al menos mientras tuvieran escolta kif; y eso significaba todo el trayecto hasta casa.

Vio cómo las marcas rojas y verdes se iban multiplicando en la pantalla a medida que Jik construía los diagramas, mientras se tomaba el gfé y comía un bocadillo.

Y, lentamente, las grandes implicaciones de lo que Jik estaba construyendo se abrieron paso en su mente.

Movimientos a largo plazo. Muy a largo plazo.

Los kif no habían mentido: desde el principio, el objetivo del plan de los mahendo’sat habían sido los kif, toda una serie de operaciones que se extendían a los tiempos en que la amenaza era Akkukkak. E incluso antes de eso. Los mahendo’sat poseían muchos más recursos aparte de las pocas naves de caza que se les suponía, y eso implicaba la existencia de astilleros y secreto… mucho secreto y muy bien guardado para impedir que los rumores de tales construcciones trascendieran.

Sólo los dioses sabían qué habían estado haciendo los kif durante ese tiempo, o cuánto sabían los mahendo’sat y los kif sobre sus propias intenciones sin que lo hubieran revelado a nadie. Quizá ni el propio Jik conocía la verdad al respecto.

Y, eso también lo sabían los dioses, nadie estaba enterado de cuáles eran los datos kif y mahendo’sat sobre la humanidad, cuánto tiempo hacía que sabían de su existencia y hasta qué punto alguno de ellos decía la verdad en tal asunto.

E incluso ahora mismo Pyanfar temía que si Jik lograba poner las manos sobre Tully en algún rincón oscuro de la Orgullo, le haría ciertas preguntas sin ningún tipo de miramientos. Quizá Dientes-de-oro había hecho justamente eso cuando tenía a Tully en la Mahijiru y con ello, ironía de ironías, había conseguido ganarse su desconfianza. Era muy probable que Tully le hubiera montado su numerito de yo-no-entender-ti. Desde luego, le salía muy bien. Y los dioses sabían que quizás el instinto de Tully sobre cuándo permanecer en silencio podía ser mucho mejor de lo que cualquiera de ellos creía.

Tully le había preguntado una vez si Dientes-de-oro estaba de su lado o no, y la lisa frente del humano estaba fruncida por arrugas de inquietud. Entonces no había sospechado todo lo que implicaba esa pregunta ni hasta dónde podía haber llegado la presión a que Dientes-de-oro le sometía. Tampoco había adivinado por qué Dientes-de-oro le había separado de la tripulación humana que viajaba en la nave mahen Ijir, antes de que ésta cayera en las garras de Akkhtimakt.

Haber podido escapar de esa condenada nave era prueba indiscutible de la buena suerte de Tully. Pero Pyanfar recordaba el rostro de Tully cuando la vio a bordo de la Mahijiru, recordaba una expresión que ahora era capaz de leer un poco mejor que entonces, la terrible tensión y el alivio con el cual se había lanzado hacia ella, rodeándola con sus brazos, tembloroso y apestando a temor.

Amigo, había dicho una y otra vez, repitiéndolo sin parar, con expresión preocupada, durante esa primera parte del viaje; pero había guardado celosamente cuanto sabía… y cualquier disensión entre ellas, las tensiones normales de la tripulación o cualquier atisbo de violencia habían hecho que Tully sufriera un ataque de pánico que no resultaba nada razonable en un viejo amigo. Aislado en un ambiente tamizado por el traductor, había llegado a temerlas, escapándosele virtualmente todos los matices y sutilezas de cuanto se decía a su alrededor. Había vivido dudando de ellas desde entonces hasta el instante en que traicionó a su propia especie con la advertencia de no confiar en la humanidad.

La traición de Tully no se parecía a los complicados diagramas de Jik. Pero la simplicidad era sólo aparente. Observó a Tully sentado ante el monitor, con el rostro —dioses, incluso a eso se había acostumbrado— concentrado en la pantalla, dando la impresión de estar perdido en un mundo de autista, mientras el parloteo alienígena seguía sin cesar. Estaba escuchando; Pyanfar se atrevía a apostar por ello. En ciertos aspectos era muy parecido a Jik. Ésa era la anomalía. Tully hacía su trabajo. Una y otra vez la había acompañado a una nave kif, lo cual había resultado terrible para él. Pero no era a los kif a lo que más temía. Lo había notado en mil pequeños movimientos y matices expresivos, en el modo con que reaccionaban su rostro y todo su cuerpo cuando había alguna falsa alarma momentánea.

Es algo que no está aquí. Akkhtimakt es sólo otro kif. Odia a Sikkukkut, pero éste no le atemoriza tanto. Su preocupación es Dientes-de-oro y los mahendo’sat. Y su propia especie.

Podríamos acabar por tener un caso de identidad equivocada, un caso de disparar-o-morir: y eso, ciertamente, es algo temible si la humanidad irrumpe aquí.

¿O se trata de que él sabe algo sobre los planes de la humanidad? ¿O es algo que deberá hacer él?

¿O acaso prevé un día —no importa quién gane—, en que alguien puede llevarle a ese rincón oscuro y empezar a formularle preguntas a las cuales no tendrá respuesta?

Dioses, ¿por qué lo debe de haber hecho? ¿Por qué nos ha ayudado, a pesar de que nos teme, en contra de su propia especie? Sabe lo que es la lealtad. Sabe lo que es la amistad. Se ha confiado a nosotras como si fuéramos de su misma especie, sus parientes. No tiene sentido. ¿Qué clase de pueblo puede haberle creado haciendo que esté dispuesto a traicionarles?

Un pueblo tan variopinto como el nuestro. Una especie con muchos conflictos internos.

Sintió un escalofrío. Le costó tragar el siguiente pedazo de bocadillo. Lo empujó con un poco de gfé y se concentró en los oscuros ojos de Jik, rodeados por círculos rojizos. Le había preguntado algo. ¿Entender?, se dio cuenta, aunque con cierto retraso. Miró los diagramas y las instrucciones que aparecían en el ordenador. Lo había ido siguiendo, quizá todavía más de lo que pensaba Jik. Los datos y el modelo se encontraban ahora en su biblioteca y habían sido conectados con los datos de navegación. Existía la probabilidad de que aparecieran naves mahen en cualquier lugar de esta zona.

—La espalda —dijo ella, refiriéndose a la zona más difícil del espacio hani-mahen—. ¿Dónde están los datos sobre eso, eh?

—No tener. No míos —respondió Jik.

Sólo una estúpida le creería. Pero le había enseñado demasiado, había confirmado y admitido demasiadas cosas. Y sabía que Pyanfar podía sumar dos y dos.

Con la información que le había dado, todo el tratado hani-mahen había quedado hecho pedazos. Y por mucho que Pyanfar quisiera creer en él, lo que le había dado era por sí solo bastante dañino, como para contener casi toda la verdad de que Jik disponía.

—No hay forma de que podamos llegar a esa cita con tus naves en Urtur —le dijo—. Y recuerda que tenemos dos de las naves de Sikkukkut a varias horas por delante de nosotros… días, teniendo en cuenta esas naves mercantes que nos harán ir más despacio, si no logran mantener el ritmo que les marquemos.

—Costar nosotros cinco días. ¿Tener cinco días? —Un parpadeo de puro cansancio—. Mundo poder morir en cinco horas. Yo tener tripulación mandar mensaje.

—¿Quieres decir cuando pasemos por ahí? ¿Tienes un transmisor para eso?

—Silencio hasta que recibir identificación manen. Caro. Yo intentar. Nave manen pasar por ahí, ellos recibir, si no darse cuenta kif.

Pues claro, le dijo nuevamente algo en su interior.

—Jik, dime qué hay de cierto en esos medios saltos. ¿Puedes hacerlo? ¿Pueden hacerlo los kif?

—Tener límite quizás algo como dos días luz, preciso. Si tú intentar más lejos, tú no salir nunca.

—Dos días. Entonces, Dientes-de-oro debe de estar a esa distancia o menos. Ahí fuera, dando vueltas…

—Mismo. —Un destello de los oscuros ojos de Jik, una pequeña verdad que le ocultaba—. Nosotros intentar arreglar otro extremo, ¿eh?

—¿Vas a dejarme tirada otra vez?

—No —contestó, mirándola a los ojos. Alargó la mano y le cogió la muñeca, que Pyanfar tenía apoyada en la consola—. Tú, mí, hacer montón trabajo dentro este asunto. Tener alta prioridad quedar aquí. ¿Entender? Ana estar fuera. Nosotros estar dentro. Él usarnos modo en que nosotros querer ser usados, número uno primera clase trato. Mejor. Yo decir tú que yo condenadamente listo. —El fantasma de una sonrisa. Le apretó la mano y Pyanfar se lo permitió. Ese condenado mahendo’sat jamás había parecido comprender lo que la presión hacía con sus garras retráctiles, tampoco Tully parecía advertirlo—. Yo decir ti. Tú valiosa. Condenadamente valiosa. Tú no correr riesgo. Oír mí. Todas hani espacio ser material precioso.

Pyanfar apartó su mano.

—Será mejor que vuelvas. Mientras puedes. Antes de que cambie de parecer…

—Tú tener buenos nervios —le dijo—. No tener mejor en mahendo’sat.

—Lo mismo digo de ti, así te pudran los dioses. —Sintió que una oleada de tonto sentimentalismo estaba a punto de vencerla y agachó las orejas. Le ardían. Y la tripulación era testigo de ello. Pero pensó que quizá nunca tuviera otra oportunidad—. Pensaste muy rápido en la Harukk.

—Afirmativo. —Jik se dio unos leves golpecitos en la cabeza—. Material primera clase. —Se incorporó con un gesto de cansancio, agarrándose al borde de la consola—. Ver tú otro lado, ¿eh?

—Anda, vete. Geran, acompáñale.

Le vio marcharse, un mahen alto y negro acompañado por una hani más pequeña de melena rojiza, saliendo del puente y alejándose por el pasillo. Sintió un escalofrío. Bebió el gfé que le quedaba y se puso en pie para tirar el tazón. Haral se lo quitó de entre los dedos. La trataban como si fuera de cristal.

—Capitana —dijo Haral—, si quieres tenderte, dormir un poco… yo me encargaré de instalar a Tauran. Ahora estoy libre de turno y tú…

—Te lo acepto —murmuró ella y se alejó hacia el pasillo. Desde abajo les llegó un golpe ahogado. Era el ciclo de la escotilla, pero era demasiado pronto para que se tratara de Jik. Tauran estaba llegando. Iban a tener inquilinas, con el tiempo justo para instalarlas y empezar luego una carrera hacia el exterior del sistema. No estar allí para recibirlas era una descortesía hacia Tauran.

Pero tampoco podía meter su nave en el sistema de Urtur, bajo el polvo y el fuego de los kif, estando ella casi indefensa por el cansancio.

Y en Urtur no le sería posible confiar en ningún piloto que no conociera. Tenía que ser o ella o Haral. Tirun, en un apuro grave. Nadie más. No con el nuevo equipo de la Orgullo, desde luego. Oh, dioses, tengo que explicarle un poco los sistemas a Tauran, no está acostumbrada a tanta potencia. Haral tiene el rumbo automatizado; todo cuanto deberemos hacer es persuadir a las de Tauran para que no metan la mano en los mecanismos automáticos y se dejen llevar por ellos. Oh, dioses, espero que sepan aceptar las órdenes.

Se dio la vuelta y regresó tambaleándose al puente. Llegó hasta el comunicador y se inclinó sobre él por encima del hombro de Hilfy.

—Ponme con el canal principal de la cubierta inferior. —Y, al encenderse la luz, dijo—: Tauran, ¿Ker Sirany?

Estoy aquí —le llegó la respuesta.

—Aquí Pyanfar Chanur. Bienvenidas a bordo. Voy a dejar el turno durante un rato. Me encargaría yo misma de las explicaciones, pero debo estar fresca para el salto. Quiero que estés en el puente durante la desconexión con el dique; el sistema de Punto de Encuentro es nuestra mejor oportunidad para familiarizarte con los aparatos mientras salimos. Apreciaría mucho que os instalarais rápidamente y subieras luego al puente para que mi turno actual pueda mostrarte los equipos.

Entendido.

—Estamos agotadas, ker Sirany. Apenas sí me tengo en pie. Mis más profundas disculpas.

Subiremos directamente ahí, ker Pyanfar.

—Gracias. —Cortó la conexión con un chasquido de la tecla, se apartó del tablero y salió del puente con la leve y amarga sensación de que no se había comportado como debía y sólo los dioses podían saber qué había dicho, cómo sonaba y si había servido de algo o no. Y nadie le había explicado al clan de Tauran cuál era la posición de Khym como tripulante.

No. Ya lo habrían oído. Todos los presentes en Punto de Encuentro habrían oído montones de cosas sobre Khym, los disturbios y los kif. La Orgullo y Chanur se habían hecho famosas. Habrían oído hablar de Khym y de Tully incluso antes de verles. El único que las había sorprendido era Skkukuk.

Eran navegantes del espacio, no hani del planeta. No eran Inmunes, con sus pantalones negros y su arrogante poder, como Ehrran y las de su ralea.

Pyanfar se detuvo ante el camarote de Chur y abrió la puerta un instante. Estaba despierta, en la cama, con la maquinaria plateada junto a la red y todos los tubos que le entraban y salían del brazo.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó mientras Chur alzaba la cabeza—. Nos vamos a casa, ¿lo has oído? Tenemos tripulantes de la Estrella de Tauran a bordo. Oirás voces extrañas en el puente y no quería que te preocuparas.

—Bien —dijo Chur—. Me he ido manteniendo al corriente de todo lo que pasaba, capitana. —Frunció la nariz con esfuerzo—. Das la impresión de que te convendría que cambiáramos de sitio.

—Eh, nos encontramos todas bien, logramos sacar a Jik de ahí una vez más. Tenemos sus mapas y, para variar, un poco de cooperación. Ha vuelto a su nave. Ahora contamos con todo el apoyo de los kif. Volvemos a casa para asegurarnos de que ninguna nave de Akkhtimakt llega demasiado lejos. Es un asunto de poca importancia para los kif, pero quizás se adecué a nuestras posibilidades, ¿no? Tenemos que dar un pequeño rodeo por Urtur y luego será más fácil. ¿Cómo te encuentras?

—Me han vuelto a encerrar aquí. Estaba levantada, capitana.

Sus orejas se irguieron de golpe.

—Quiero que pienses en ese doble salto, en pasarlo con éxito. Después de eso todo será fácil. El hogar, ¿entiendes?

—Se lo prometí a mi hermana. —La voz de Chur se había hecho un poco más tensa por el esfuerzo de levantar la cabeza—. Esta maldita máquina otra vez intenta dejarme inconsciente. No tiene ni el más mínimo sentido de la proporción.

—Prima… —Cerró la puerta y siguió andando hasta su propio camarote, que estaba al lado, se apoyó en la puerta y pulsó el botón de apertura. La puerta le franqueó la entrada. Pyanfar dejó que se cerrara automáticamente, se acercó a la cama y se dejó caer de bruces en ella, totalmente vestida. Tanteó a ciegas buscando la red de seguridad y ésta la cubrió con un zumbido.

Chur.

Jik puede esconder algún truco más contra nosotras.

Tauran… debo hacer que lo entiendan.

Ahí abajo está Skkukuk desayunándose con sus animalillos, tenemos a Tully lleno de pánico y sentado junto a la consola de armamentos, ojalá fuera capaz de interpretar las teclas; tenemos que ir a Urtur

… oh, dioses, Urtur.

—Py. Py. —Una amable sacudida en el hombro. Aspiró y tragó un poco de pelusa de la manta. Se apartó del lecho moviéndose como si nadara, agitó salvajemente el brazo buscando el borde de la cama. Debía de ser una emergencia. Todo era una emergencia.

Logró llegar hasta el borde de la cama y una mano la ayudó a erguirse; después dos manos la sostuvieron por los hombros. Agitó las orejas con un tintineo de anillos, que no se había quitado; y parpadeó, contemplando el rostro de su esposo.

—Te necesitan —dijo él—. Todo está hecho, nos hallamos en inercia. Soy uno de los que han quedado libres en este turno. Haral dijo que necesitaban todas las manos experimentadas disponibles. Dos del clan Tauran están frente a los tableros. Voy a dormir un poco. ¿De acuerdo?

Estaba tan tranquilo… Pyanfar lo contempló con una expresión de estupidez. ¿Había estado durmiendo mientras se soltaban del muelle? ¿Había dormido durante todos esos golpes, sacudidas y cambios de gravedad? Haral debía haber manejado la nave tan suavemente como si se tratara de un cargamento de huevos.

Y, después de eso, evidentemente, Haral le había dicho a su esposo que abandonara el puesto y que saliera del puente; más aún, que se encerrara en el camarote, solo, y que aguardara durante el peor salto que jamás habían hecho; y ahora Khym se limitaba a volver aquí y explicárselo todo, tranquilamente. Estaba aterrorizado, claro. Tenía que estarlo. Ella misma lo estaba.

De repente sintió una gran ternura hacia él. Alargó la mano y le tocó el rostro, rozándole la oreja con la nariz.

—Huh. Buen trabajo. Realmente, un buen trabajo. —Nada más que eso, ninguna alabanza por haber seguido las órdenes; Khym merecía que ella ya diera por supuesta esa parte.

Rumbo a casa. Si lograban llegar hasta allí, el lugar no resultaría demasiado saludable para él. Si vivían después de atravesar Urtur.

—No hagas eso —dijo él, con el tono de voz más bajo que le era posible usar—. No querrás llegar tarde.

—Uhhn. —Y Pyanfar, torpemente, pasó junto a él y salió del camarote.

Llegó al puente con la mente todavía nublada por el sueño, intentando ordenarse un poco la melena con los dedos.

Todo está hecho, le había explicado Khym. Haral la había dejado dormir y se había encargado de manejarlo todo con su competencia habitual, a su modo. Pyanfar confiaba en ella hasta tal punto que podía dejarla jugar con su vida bajo cualquier circunstancia. Pero ahora algo más que un puñado de vidas dependía de sus actos. Y Haral había querido contar con ella en esto.

Había tripulantes de Tauran en los puestos de Chanur. Skkukuk estaba en su puesto. Otra Tauran, joven, ocupaba el asiento de Tully en comunicaciones. Haral y Tirun, Geran y Hilfy, unas cuantas desconocidas. Sirany Tauran se alzó del asiento, situado en la parte delantera. Pese a todo, Pyanfar sintió que se le formaba un nudo en las entrañas.

—Tauran —murmuró, ofreciéndole una cortés inclinación de orejas a esa hani del oeste, con su vello leonado—. Lo lamento, lo lamento tremendamente. Tenía la intención de subir aquí hace mucho rato.

—Tu Primer Oficial me explicó que habías pasado mucho tiempo sin dormir. —Tauran agachó las orejas, que quedaron medio abatidas en una actitud de reserva, y adelantó un poco el mentón. Movió un brazo señalando el puente—. Mi prima Fiar Aurhen, en comunicaciones. Sifeny Tauran, en pantallas; llámala Sif. Yo iré abajo.

—Haral te explicó…

—Tan bien como pudo. —Tauran tiró de sus pantalones—. Te he aceptado con ciertas reservas, ker Pyanfar. Y, de momento, seguiré haciéndolo. Será mejor que me ponga en movimiento. Nos acercamos al salto.

—Bien —murmuró Pyanfar—. Ker Sirany… —Dirigiéndose a la espalda de Sirany Tauran, que ya se iba. La Tauran salió del puente con cierta prisa. Todo el lugar parecía crujir, electrizado por lo apremiante de las tareas.

—Iniciamos la cuenta atrás —dijo la voz de Haral por el intercomunicador—. Son cinco minutos a partir de ahora.

Pyanfar se dirigió a su puesto y se instaló en él. La comida y el agua se encontraban en el soporte indicado. Activó el sostén mecánico del brazo hasta dejarlo en posición, se ajustó el cinturón y luego hizo girar el asiento.

—Cuatro —dijo Haral, accionando interruptores. En este salto iban a seguir todas las reglas del manual: tenían demasiadas desconocidas a bordo—. ¿Te paso el control, capitana?

—Sigue con él ya que lo tienes. —Estaba comprobando las lecturas. Tiran estaba cambiando los puestos en ese instante y Haral tenía las manos ocupadas con la cuenta y las conexiones de los últimos minutos. La Orgullo aumentó un poco la rotación y una fracción más de gravedad las clavó en los asientos, para que estuvieran más cómodas cuando cayeran al espacio real en Urtur.

—Tenemos nuestra escolta —dijo Haral—. Son la Chakkuf, la Nekkekt y la Sukk. No conozco a ninguna.

—Yo tampoco.

—Mensaje enviado —dijo Hilfy—. Están en la fase final para el salto, según el horario previsto.

—Mi capitana se encuentra a salvo —dijo una voz extraña desde el otro lado del puente.

—Despejado para partir —dijo Tirun.

—Coordenadas —dijo Geran—. Todas las naves en sus coordenadas por ahí atrás.

Estaban moviéndose y con ellas se movía todo un campo de puntitos. Otro campo, estacionario, cambiaba de color haciéndose más claro. Dejaban atrás a Sikkukkut y los suyos. Que los dioses ayudaran a la estación y a los stsho.

—Seguimos bien.

—¿Qué tal va, capitana?

—¿Te molestará que te pregunte qué tenemos preparado, por todos los infiernos mahen?

Las orejas de Haral se agacharon levemente.

—Seguimos tus propios planes, capitana. Hay una lista de comprobaciones en tu número cuatro. —Haral apretó un botón y dos pantallas se encendieron mostrando unos diagramas—. Tauran hizo algunas preguntas y yo las respondí tan bien como pude, sin que surgieran problemas. Hemos cambiado de turno y ahora hay tripulantes de Tauran en nuestros camarotes; he mandado abajo a Tully para que siga desde ahí las operaciones. Tauran se habría preocupado si le viera. Tully dijo que no importaba. Y na Khym, con tu permiso… Pensé que durante este salto necesitábamos aquí arriba a la tripulación más veterana y…

Haral no terminó la frase. Y los machos y los alienígenas eran un problema, ésa era la parte que no había articulado en voz alta.

—Hiciste bien —dijo Pyanfar. Que los dioses se las llevaran. Tully estaba ahora ahí abajo, solo y sin vigilancia, algo que iba en contra de sus órdenes, sólo porque unas cuantas hani demasiado puntillosas se habrían horrorizado de verle en los camarotes de la tripulación aun teniendo el turno opuesto al suyo, y temían compartir las misma sábanas y mantas. Que los dioses se las llevaran a todas.

No podían ponerle con Khym. Y tampoco podían ponerle en el apestoso camarote de Skkukuk. Sirany Tauran se había quedado con el de Jik, contaba con un camarote privado gracias a los privilegios de la capitana.

No podía estar con Chur, no había sitio. A no ser que compartieran la misma cama. Dioses, y quizás eso valiera la pena pensando en la protección que le daría. Chur…

Dioses, permitid que lo consiga. Éste es el salto más duro, oh, dioses. Haced que llegue al otro lado.

Permitid que la lleve a casa. El suyo es un peso tan pequeño en el equilibrio final… Una hani. Mientras os encargáis de todo lo demás, dioses de mis madres… ¿por qué no podéis dejar que siga con nosotras?

¿Deseáis mi cooperación, dioses?

No, no, ése no era el modo de encarar el asunto. Los dioses siempre hacían tratos demasiado duros.

Examinó la lista y por un segundo miró el monitor número tres de su tablero, donde las imágenes aumentadas mostraban a nueve naves avanzando junto a ellas. Cinco naves hani, la Aja Jin y tres kif. En la lista se veía que se habían efectuado los controles, así como las verificaciones; que Tauran había aceptado los puestos y el alojamiento asignado a su tripulación; un informe sobre el estado de Chur y que los monitores para seguir las operaciones y los mensajes estaban abiertos en toda la nave para cualquiera que deseara acceder a ellos.

Trazado de curso: confirmar.

Pyanfar lo confirmó. El trazado apareció en una mitad de la pantalla, en tanto que la otra mitad se llenaba de datos.

Iban a seguir un curso ilegal, saltarían hasta el cénit de Urtur, frenarían al máximo y luego saltarían otra vez desde el interior del sistema. No pasarían a través de la sopa de polvo y gas que se formaba en la eclíptica del disco de acreción: no habría un trayecto de gran velocidad a través de eso.

Ahí era también donde se encontrarían con el mayor problema. Podrían saltar directamente al nadir del sistema; pero había pocas estrellas con una inclinación axial relativa que permitiera tal maniobra. Las masas de Punto de Encuentro y Urtur no cumplían este requisito; y si lo intentaran probablemente se encontrarían metidas con una gran velocidad en lo peor del disco. Eso si no las hacía caer directamente en el corazón del pozo, en el mismo seno del mortecino sol amarillento de Urtur.

—¿Vamos a encargarnos de los cálculos para el grupo, no? —preguntó Pyanfar en tanto que el cronómetro seguía avanzando—. ¿Dónde están esos cálculos?

—Estamos en ello —dijo Haral—. Hemos establecido la secuencia con dos minutos de separación, ¿quieres que sea más próxima?

—No, dioses. —Con ese cálculo ya tendrían que hacer un largo trayecto por el hiperespacio, con lo cual todo el grupo alcanzaría un poco de empuje adicional, y eso les exigiría mucho cuidado al utilizar la capacidad de frenado. Tenían que preocuparse de la relación combustible-masa y no podían permitirse el lujo de ningún desperdicio. La pequeña Viento Estelar tenía especiales problemas en ese aspecto. La Orgullo tenía una gran capacidad de combustible, pero al poseer nuevos motores poseía también una masa mayor; y en cuanto a las demás naves, los cargueros habían sido diseñados para arrastrar peso, no para hacer bruscas paradas y giros bajo el fuego enemigo, aunque los tanques de gran tamaño y su pequeña masa total cuando iban sin mercancía estuvieran a su favor en este trayecto. No eran más que tanques, motores y bodegas de carga vacías. Pero no tenían ningún tipo de coraza extra. El asunto iba a ser difícil y delicado, en todos los aspectos. Pyanfar fue examinando las cifras: ahora los mensajes por telemetría fluían entre las naves a toda velocidad, informando sobre la situación de todos los equipos. La más débil del grupo era la Tejedora, junto con la Estrella de Tauran y la Viajera Estelar de Vrossaru, que se habían quedado en el muelle. La Tejedora tenía que seguirlas; no podía haber ninguna otra posición para una nave con esa relación masa/motores.

Las tres naves kif iban delante, indudablemente con su armamento activado y, como era típico en su especie, pensando tan sólo en lo que les esperaría al otro lado. Una ocasión de distinguirse y ascender, una prueba con la cual ganar los favores del hakkikt.

E, indudablemente, tenían sus propias instrucciones particulares: en los archivos de operaciones había una nota redactada por Hilfy, que le informaba del gran número de comunicaciones que se habían cruzado entre la Harukk y las naves de escolta.

En código, naturalmente.

—Dame el mapa de Jik.

—En tu número tres —dijo Haral, y la pantalla le mostró ese modelo.

Pyanfar lo estudió, viendo cómo cambiaba según las fechas, con el movimiento y la expansión del poder kif a lo largo de las décadas, las acciones de los mahen, la repentina intrusión de la humanidad…

… y el lento declive de la influencia hani.

Los dioses se te lleven, Jik

Pasó nuevamente el mapa por la pantalla y notó que el pulso se le aceleraba. Era la verdad, desagradable, pura y simple. Jik había hecho con ese mapa toda una afirmación política, había respondido a más cuestiones de las que ella le había preguntado, proporcionándole algo más que el tiempo de unos movimientos: la información hacía referencia tanto a la historia pasada como al futuro inminente.

Ker Fiar, ker Sifeny… —Su mente acababa de dar con unos segundos de tiempo libre para poner a punto ciertas tareas que habían quedado pendientes—. Aquí Pyanfar Chanur; bienvenidas a bordo.

—Capitana… —le respondió un doble murmullo. Sólo los dioses podían saber qué instrucciones les había dado su capitana antes de que abandonaran la Estrella para subir a bordo. Cosas como: «No les quitéis la vista de encima a esas bastardas». ¿O sería: «Esperad mis órdenes»? «¿Agachad siempre la cabeza y sed corteses?». O tal vez: «¿Si es necesario, nos apoderaremos de la nave y que los diablos mahen se lleven a los kif y a todos los extranjeros?».

—No somos una nave que se guíe excesivamente por las reglas del manual —les dijo—. Supongo que ya lo habréis adivinado por el modo en que han ido ocurriendo las cosas. Apenas os enteréis de algún dato es mejor que lo transmitáis a mi Primer Oficial: basta con que digáis Prioridad-prioridad y estará hecho. Normalmente los canales de comunicación entre los puestos se encuentran libres para que las tripulantes hablen unas con otras, ya sea entre un par de puestos o uno con todos los demás, y en esta cuestión sois iguales que mis tripulantes: en esta cubierta no se establecen diferencias. Tenemos a bordo especies no-hani y se rigen por las mismas reglas, y los machos de esta nave no reciben ninguna cortesía especial, pero tampoco ningún tipo de ofensa particular. Tenemos por delante un viaje largo y duro y Chanur agradece toda la ayuda que se le pueda prestar; también nos hará falta al otro extremo del trayecto. Si queréis saber algo, preguntadlo y os contestaremos; si tenéis algún problema, podéis acudir a mí igual que lo haríais con vuestra capitana. No tendréis ningún tipo de dificultad por ello pero, si así fuera, quiero saberlo inmediatamente. ¿De acuerdo?

—Bien —le respondieron las dos voces al unísono.

Probablemente no estaban muy convencidas.

—La Chakkuf ha saltado —informó Sif Tauran.

—Recibido —contestó Haral.

Prioridad —dijo secamente Geran, y el monitor uno se encendió de repente—. Tenemos movimiento, coordenadas 05, 35, 19, punto cero cero 3, a 5 gravedades…

Y en el exterior había un objetivo que emergía de donde hubiera estado oculto y aceleraba como si los mismos diablos fueran tras él.

—Hemos salido de ahí justo a tiempo —murmuró Pyanfar—. Dioses y truenos, tenía que estar en nuestro lado del sistema precisamente…

Prioridad —interrumpió Geran—. Sikkukkut se mueve.

La pantalla mostraba la variación de colores.

—Tirun… —pidió Pyanfar—. Cálculo de intercepción a lo largo de todo ese sector.

—Estoy en ello —respondió Tirun—, no tardaré nada. Es imposible, no pueden hacerlo, al menos no en ningún punto de nuestra línea, ni con un haz ni con un proyectil, por los dioses… Esa nave nos ha perdido, pero sólo por un pelo.

Estaban cerca para interceptarlas con sus disparos, para dejarlas clavadas en cualquier punto de la trayectoria. Pyanfar notó que estaba empapada de sudor.

Prioridad. —La voz de Geran resonó con estruendo por el comunicador, dominando el resto de canales—. Tenemos otro movimiento

Pyanfar ocupó el canal mediante su secuencia de prioridad y apretó la tecla del intercomunicador.

—Prioridad, prioridad. —Era Sifeny—. Dos más.

—Recibido —dijo Pyanfar—. Tirun: repite los cálculos.

—Están todavía más lejos; no tendremos problemas. De todos modos, los estoy haciendo de nuevo, capitana.

—¡Prioridad! —La pantalla del monitor parpadeó con la señal de alarma: el espacio estaba floreciendo con una invasión de naves.

—¡Kkkkt! —exclamó Skkukuk por el canal que unía los puestos—. ¡Prioridad, este tipo de movimiento es gktokik! ¡Son respiradores de metano, son tc’a y chi! ¡Evitar toda emisión!

—Por todos los dioses… —¡No se te ocurra abrir la boca en mi puente, condenado loco!

—Despejado en nuestro vector —dijo Tirun—, está bien, tenemos el camino despejado, adelante, adelante.

—Sikkukkut tiene visitantes y no vamos a esperar a que las cosas empeoren. Salgamos de aquí, siguiendo el horario previsto. ¡Preparadas!

Prioridad —dijo Hilfy.

Una oleada de comunicaciones procedentes de Tahar, en hani y más bien obscenas. El corazón le dio un vuelco.

—Hilfy, lo tengo, lo tengo. Manda esto: ¡Tahar! Aquí Pyanfar, ¿qué ha ocurrido ahí atrás?

Chanur —le llegó la respuesta—, tenemos un error detectado en la última comprobación. Estamos intentando arreglarlo. Si tienes que irte, adelante. Iremos cuando nos sea posible.

Notó un profundo malestar en el estómago. Quizá fuera pura ironía. La disputa entre Faha y Tahar había empezado por una nave perdida en un salto. Y ahora una tripulación mixta de Faha y Tahar se encontraba en una nave que quizá no lograra salir con bien del salto.

—Bien, Dur, te he recibido. ¿Qué retraso habrá?

Que me emplumen si lo sé. Estamos intentando localizar el error. Digamos que un cuarto de hora si tenemos suerte. Si no

—Si no, bien.

Eh, Chanur, hablo realmente bien el kif. Daré la vuelta y me encargaré de los saludos. ¿Tienes algún mensaje?

—Que tengas suerte. Suerte, Tahar, ¿me oyes?

—Lo mismo para ti.

La Luna Creciente cortó la comunicación. Dur Tahar estaba muy ocupada y su tripulación ya tenía bastante trabajo en tratar de mantenerse en pie.

Pyanfar dejó caer la cabeza sobre una mano algo temblorosa, respiró hondo e intentó recobrar el control.

Dioses y truenos, lo mejor que teníamos… las únicas en quienes podía confiar… Las mejores amigas que teníamos, las únicas, con excepción de Jik… esa maldita pirata… y Vrossaru con ella. Dioses, no permitáis que las perdamos ahora.

¡Seré más piadosa en el futuro, juro que lo seré, permitid que nos acompañen durante el salto!

—Nos acercamos a las coordenadas —dijo Haral, mientras el comunicador crujía y chisporroteaba con los mensajes procedentes del resto del grupo: ahora la Luna Creciente debía ser eliminada de las ecuaciones de salto en previsión de una contingencia que parecía inevitable. Desde su propio tablero con las funciones limitadas, Skkukuk dejó escapar una retahíla de instrucciones y exhortaciones en kif, algo sobre su capitana, el hakkikt, alabado fuera y su destino.

Otra idea le heló de pronto el corazón.

—Tully. ¿Tiene Tully sus drogas?

—Las tiene —dijo Hilfy—. Acaba de informar por el comunicador; Chur está dormida, todo nuestro pasaje se encuentra a salvo y en buenas condiciones.

Diez mil posibilidades de que todo saliera mal, diez mil factores que podían estropearse y echarlo todo a rodar…

Las proyecciones de la pantalla eran una continua mezcla de colores cambiantes, Geran y Sif Tauran trabajaban febrilmente para conseguir que se correspondiera en algo con las acciones de las naves. Los monitores del sistema estaban en blanco y los tc’a entraban en él a toda velocidad: ahora sólo podían contar con sus propios datos, los de la recepción pasiva; y también con las imágenes reales que habían obtenido hacía mucho, deformadas por la distancia. Los dos sistemas de observación sólo podían avanzar a saltos, como una rana realizando proyecciones y mezclándolas con los informes factuales, que iban perdiendo validez progresivamente a medida que su bolsa temporal se alejaba de la escena de los acontecimientos.

Detrás de ellas todo era confuso. Otras naves aparecían en los confines del sistema. El hakkikt no había caído en la trampa, no se había quedado sentado con el morro orientado hacia la estación. Durante el intervalo de seguridad pudo pensar que una nave con dirección hacia el exterior del sistema podía fingir que daba el salto, frenar luego una vez rebasados los límites y dar la vuelta.

Ese bastardo tiene suerte.

Que los dioses ayuden a los stsho.

—Diez para las coordenadas —dijo Haral, sin parecer en lo más mínimo inquieta ante la situación—. ¿Quieres llevarla durante la entrada, capitana, o durante la salida al otro lado?

—La llevaré al otro lado. —Eso exigía una cabeza en orden y alerta. Y un conocimiento preciso de las coordenadas y los parámetros para evitar cualquier error—. Con unos huevos te ganarás unas cuantas perlas si en Urtur tampoco conseguimos recibir imagen del sistema.

—Umm. Akkhtimakt ha pasado por ahí y no estoy demasiado segura de que en el sistema quede ni una sola estación. En caso de que haya llegado hasta ahí, claro. O que no haya frenado durante el salto y dado la vuelta… Faltan ocho para las coordenadas.

Prepararse para el salto. —La voz de Hilfy sonó por el comunicador general. El aviso llegaba temprano, una concesión a las desconocidas que ahora tenían a bordo.

—No creo que podamos confiar en tanto —comentó Haral.

—Siete.

—¿Qué tal va la Luna Creciente? ¿Cuál es su situación?

—No dicen nada —respondió Hilfy—. Ker Fiar está intentando hablar con ellas.

—Dioses —dijo Pyanfar—. Ha…

¡Prioridad! —gritó Geran al otro lado del puente.

Los instrumentos quedaron en blanco, saturados por el salto feroz de un sinfín de emisiones que ya se alejaban de ellas apenas llegar. Un agudo chirrido llenó todas las conexiones del comunicador. Pyanfar gritó para ahogar el sonido y el dolor mientras algo pasaba junto a ellas con una velocidad casi lumínica en dirección al interior del sistema, lanzándose sobre ellas como si fuera a chocar y, en el último segundo, desviándose en dirección a la entrada. El corazón de Pyanfar casi se detuvo y luego volvió a funcionar de forma casi normal con una pesada serie de latidos, en tanto que alguien le pasaba lo recibido en las comunicaciones.

Un cántico, un gemido, un lamento que se convertía en un aullido subía y bajaba por toda la escala tonal como si perteneciera a una criatura enloquecida; y la imagen, al retirarse, mostró el peligroso color amarillo de una identificación knnn.

Oh, dioses

—¡Coordenadas! —exclamó Haral.

Y las lanzó…

… hacia el exterior del sistema…

… en el salto…

… la tranquilidad…

… volviendo…

… hacia abajo otra vez…

emergencia