El hakkikt les aguardaba en su sala de audiencias, en las profundidades del bien protegido anillo de la Harukk y, gracias fueran dadas a todos los dioses, había un lugar para sentarse, un asiento ante una mesita baja. Tanto a las capitanas como a Jik y a Tully se les ofrecieron asientos en la mesa de Sikkukkut; la escolta de las capitanas se fue con los skkukun algo más lejos y permanecieron de pie entre la tenue luz de sodio y la humareda de incienso. Pyanfar aceptó la pequeña copa de parini que le ofrecieron al sentarse: le tembló un poco la mano al cogerla y, aunque el licor no estuviera drogado, resultaría tan peligroso para su inquieto estómago, trastornado por las píldoras, como si en efecto lo hubiera estado. En este instante habría preferido comer algo.
Pero no en una nave kif.
—Tully —dijo—. Ten cuidado con eso. Hakkikt, ignoro si puede beberlo.
—Kkkt. Ciertamente que puede. ¿Verdad que puedes, na Tully?
—Sí —dijo Tully en un hani perfecto. Y, después de todas sus evasivas y estratagemas, le había respondido al hakkikt sin apartar la mirada. Tomó un sorbo de la copa y nadie pudo adivinar qué ocurría tras aquellas extrañas pupilas, tímidamente clavadas en el suelo.
Lo mismo ocurría con Jik, que también había tomado un cauteloso sorbo de su copa. Y si en su interior había odio, si había conmoción y una herida aún reciente, nada de eso se adivinaba en la superficie. Kesurinan estaba sentada junto a él en esta mesa, que era distinta de las anteriores: tenía en el centro un hueco donde se acurrucaba, más bien incómodo, un sirviente kif con un frasco de licor, aguardando a que cualquier copa quedara vacía para llenarla de nuevo. Harun y Tauran, Vrossaru y Pauran, Shaurnurn, Faha, Kesurinan, Jik y Dur Tahar, con el rostro lleno de cicatrices; Tully y Skkukuk codo a codo; y el capitán de la Ikkhoitr, suponiendo que Pyanfar no se hubiera confundido de kif entre el numeroso grupo sentado junto a su príncipe: todos estaban ahí.
Y que los dioses les salvaran de lo que el capitán de la Ikkhoitr iba a contar. Ese bastardo de largo hocico había estado susurrando y emitiendo chasquidos, con el rostro pegado a la oreja de Sikkukkut, medio cubierta por la capucha.
—Kkkkt —acabó diciendo Sikkukkut, y miró a su capitán con una expresión parecida a la curiosidad—. Bien. —Se dio la vuelta y su delgada lengua se introdujo por un instante en la copa con gruesos adornos metálicos que reposaba en su negra mano como una bola de plata—. ¿Hay unanimidad entre vosotros?
—La suficiente —dijo Pyanfar con todo el aplomo de que era capaz—. Métodos hani, hakkikt. Las hani siempre discuten, incluso cuando están de acuerdo. Es algo relacionado con el sfik, el mío y el de ellas. El asunto ha quedado resuelto y están aquí. De hecho, se alegran de verte.
—Kkkkt. ¿De veras?
—No nos gustaba mucho Akkhtimakt —aclaró Harun en voz baja, antes de que Pyanfar fuera capaz de adelantarse con otra contestación.
Dioses, ten cuidado. Si hablas en nombre propio enseguida te convertirás en un Poder, Harun. Puede que te haga preguntas para las cuales no tendrás respuesta. Cuidado, por todos los dioses, cuidado, no sabes cómo suenan estas palabras en kif.
—Una forma de hablar hani —añadió Pyanfar—. Akkhtimakt, caigan maldiciones sobre su nombre, vino aquí y trató con los stsho; ésa es la primera ofensa. Perturbó los intereses hani; ésa es la segunda.
—Por supuesto, los mahendo’sat también entran en el asunto. Y ese otro grupo de naves. ¿Humanos? ¿Eran humanos?
—Sí —respondió Harun.
—Interesante. —Otro sorbo a la copa, una veloz mirada hacia donde estaba Tully y luego, nuevamente, hacia ella—. Cerca, pero no lo suficiente. Los mahendo’sat se han marchado, sin duda para intentarlo de nuevo. Por eso tengo vigías dispuestos por el sistema. Sólo un estúpido permanecería en estos muelles. Puede que tengamos aquí otro Kefk. Una emergencia. Incluso es posible que nos encontremos ante un sabotaje, ¿kkkt? ¿Se posaron aquí los mahendo’sat?
—No —dijo Harun.
—¿Cuál es el nombre de esta capitana?
—Harun, de la Industria de Harun —respondió Pyanfar.
—Ah. Tu prima.
Pyanfar sintió que un escalofrío le recorría los nervios.
—Lejana —precisó Pyanfar—. Nuestros clanes están lejanamente emparentados. —Oh, dioses, espero que no tenga todos nuestros parentescos en su biblioteca—. Algo ceremonial. —La mentira se iba haciendo más y más complicada—. Las hani consideran que el parentesco posee sfik, al igual que las deudas de sangre. Harun tiene lazos con algunas de las presentes. Yo tengo lazos con Harun y Faha. Realmente, es muy sencillo. Y también tengo una deuda de sangre con Jik y Kesurinan. —No hay que olvidar eso. Mételo también en el asunto. Asegura tanto como puedas la posición de Jik—. Esta relación es posible incluso con seres que no pertenecen a nuestra especie. —Cambia de tema. Dale algunas posibilidades al bastardo—. En esto también hay sfik valioso.
Y si las hani sentadas alrededor de la mesa no se daban cuenta de que cada una de las palabras que le decía al kif era mentira, entonces debían de estar sordas y ciegas.
—¿Habló contigo?
—Un poco. —Decidió correr el riesgo: alargó la mano y cogió la copa de parini—. Voy a mantenerle en mi nave como consejero. Estoy segura de que Kesurinan lo comprende, ¿mmm? Pero echa de menos su tabaco, hakkikt. Realmente lo echa de menos.
—Su tabaco… —repitió Sikkukkut con voz átona, como si Pyanfar se hubiera vuelto loca—. ¿Aún nos queda algo de eso en la nave?
El skku que estaba en el centro de la mesa hurgó ansiosamente por entre su túnica. Eficiente, por los dioses, con una previsión capaz de adelantarse a cualquier demanda de la hospitalidad. Al fin sacó la bolsita, los ojos brillantes por el triunfo.
—Tu skku es sorprendente —murmuró Pyanfar, y con ello hizo que un kif de baja posición se sintiera muy feliz, con un entusiasmo neurótico. Tomó otro minúsculo sorbo de parini.
—Podría darte otro regalo —dijo Sikkukkut. Y con ello asustó al mismo tiempo a dos kif y a una hani.
—Huh. —Intentó mantener la calma. Con dificultad—. No tenemos tantos formalismos a bordo como para que estén ocupados dos skku. No es necesario que seas tan espléndido, hakkikt.
—Pero tú deseas otro regalo.
Había llegado el momento de enseñar las cartas. Pyanfar alzó los ojos, dejando caer sus orejas y levantándolas de nuevo, mientras el corazón le martilleaba el pecho.
—¿Está el hakkikt dispuesto a conversar sobre lo que debemos hacer?
—Ah. —Sikkukkut dejó su copa en la mesa y reposó las manos en el regazo, quedándose muy quieto, con las piernas cruzadas, en su silla que parecía un insecto—. Shikki —ordenó secamente; y el skku se retorció ágilmente para dejar la bolsita con los cigarrillos sobre la mesa, ante Jik. Éste cogió muy cuidadosamente la bolsita, le dio un par de vueltas, como tanteando su contenido, y luego, con idéntico cuidado, extrajo de su interior un mechero y un cigarrillo.
—¿Importar?
Sikkukkut agitó su mano, Jik se colocó el cigarrillo en la boca y lo encendió, despacio y con cautela. Le temblaban las manos tan levemente que el temblor sólo era perceptible gracias al fuego del mechero que le iluminaba el rostro. La luz se apagó y Jik tragó una prolongada nube de humo como si para él fuera tan importante como la misma vida.
—Una costumbre repulsiva —comentó Sikkukkut mientras el humo subía hasta mezclarse con el incienso y el olor del amoníaco. Apoyó un codo sobre una de las patas de la silla y luego reclinó el mentón sobre la mano—. Pero tú y yo seguimos siendo amigos. Kkkkt. Bien. Eso está muy bien. Kotgokkt kotok shotokkiffik ngik thakkur.
¿… prisioneras?
Un envaramiento general de espaldas alrededor de toda la mesa. Salvo la de Jik, que permaneció inmóvil, y concentrado en el humo, con una nubecillas rodeándole la cabeza.
—No os mováis —advirtió Pyanfar en hani; Haunar Vrossaru y Vaury Shaurnurn volvieron la cabeza para mirar su escolta, pero fueron las únicas.
Pero quizás ellas conocían a sus tripulantes.
—¿Está dispuesto el hakkikt? —repitió Pyanfar.
—La capitana hani puede llegar demasiado lejos —dijo el capitán de la Ikkhoitr, rompiendo su silencio—. Que tenga cuidado con ello.
—Me pone nerviosa —dijo Pyanfar—. Y este lugar también. Permanecer inmóviles en la estación es una situación peligrosa. Si yo fuera Akkhtimakt… —Apoyó el codo en la rodilla, en una postura que indicaba tranquilidad, aunque el corazón le latía con tal fuerza que casi no le dejaba respirar: gracias fueran dadas a los dioses por ese incienso que ocultaba el olor de su transpiración. Le escocía la nariz, pero Pyanfar ignoró la incomodidad—. Este lugar apesta a trampa, hakkikt.
—¿De qué forma?
—Soy una vieja comerciante, hakkikt. Y puede que los stsho te engañen una vez para engañarte luego cinco más, pero jamás he sabido que tramaran algún acto violento. —Exprésalo de tal forma que el bastardo no se sienta herido en su orgullo. Una comerciante puede entender de las cosas que le competen. No se espera de un kif que entienda a los que comen hierba, ¿verdad?—. Pero son capaces de pagar por la violencia, sin comprender lo que han adquirido en ese negocio. Ya han cometido errores antes. Éste lo es también, y grande. Han metido al han en el asunto. Técnicamente, las hani están aliadas con Akkhtimakt debido al tratado stsho, que le proporcionó lo que nunca habría conseguido de otra forma: un apoyo al otro lado del Pacto. De repente ya no posees la mayor parte del territorio de Akkhtimakt. Acaba de cuadruplicar sus posesiones. Y se encuentra al otro lado de un golfo imposible de cruzar. No hay puntos de salto, hakkikt, no hay puente alguno entre este lugar y el espacio hani. Es como un cuello de botella, y puede impedir que lo cruces si las hani mantienen ese tratado.
En la estancia reinaba un silencio mortal. Ningún kif se movía. Y, de pronto, Faha se agitó nerviosamente. En ese sector de la mesa todas las orejas estaban gachas.
Y Jik lanzó hacia ella una rápida mirada, con el ceño calculadamente fruncido. Aspiró una buena cantidad de humo y dejó escapar una sola palabra.
—Afirmativo. —Atrayendo hacia él la atención de Sikkukkut.
—Así es.
—Él ir Urtur. Condenadamente seguro no ir Kita.
—Tienes naves en Kita.
Otra lenta calada al cigarrillo.
—No jurar. Buena suposición. Nosotros enviar mensaje Maing Tol. Mi Personaje hacer movimiento en Kita. ¿Dónde ir él? ¿Aquí? No tener salto de cruce salvo en Tt’a’va’o, ser malditamente mala elección. Respiradores de metano, humanos, montones mahendo’sat. Maldita mala elección. Tú no hacer. Él no hacer.
—Entonces, ¿debería preguntarme qué debo hacer con exactitud? ¿Debo hacer lo mismo?
Salir hacia Tt’a’va’o y hacia una posible emboscada, ¿y comprometerse entonces con todo lo que Jik había mencionado? ¿Volver al hogar, a Akkht y consolidar su poder? ¿O a Llyene, y aterrorizar a los stsho con una incursión que seguramente era el sueño de cada pirata kif?
Para el Pacto, entendido como un todo, cada una de esas decisiones era buena. Siempre que confiaran absolutamente en que al final los mahendo’sat las rescatarían. Pero los mahen ya tenían suficiente trabajo en salvar su propia piel.
—Masheo-to —dijo Jik. Y, muy rápido, algo más referente a identificaciones de naves y Akkhtimakt. Mientras tanto, los negros ojos de Sikkukkut seguían clavados en él.
—Kkkkt —dijo Sikkukkut—. Idea interesante. ¿Le has entendido? ¿No? Keia propone la idea de que Akkhtimakt quizás haya falseado la señal identificadora de su nave. Que quizá no se encuentra entre ese grupo que se dispersó, y que ya está en Urtur. Los dos habríamos tomado precauciones para eso: mis naves llegarán a todos los puntos de salto que pueden alcanzarse desde aquí a tiempo de evitar la huida desde el interior del sistema e impedir que cualquier nave que no haya despegado ya pueda llegar aquí. Pero Keia nos favorece con otra propuesta interesante. Desde luego, los dos sois de mucho valor.
Dioses, habla en serio. Un bastardo implacable, de pies a cabeza. Está muerto por dentro. No sabe lo que ha hecho. No sabe que Jik es su enemigo. O, si lo sabe, no lo siente realmente como tal. No tiene los recursos necesarios para eso. Hace teorías. Siempre se puede revisar una teoría, pero no los sentimientos, no el instinto.
En algunas cosas es tan ingenuo como Skkukuk. Imita nuestra forma de actuar, incluso en la amistad. Y no puede sentir nada de eso. Ni tan siquiera puede entendernos: lo único que puede hacer es abrirse paso por entre nuestros motivos mediante la lógica, y eso no siempre le funcionará.
—No saber dónde estar él —dijo Jik. Otra calada—. Quizás incluso espacio hani.
Todas las hani que rodeaban la mesa se pusieron rígidas.
—Quizá ya ahí, ¿no?
Que los dioses nos cuiden. Lo ha soltado. Le ha dejado que se le ocurra por sí solo. Despacio, muy despacio.
—Kkkkt. Kkkkt. —La lengua de Sikkukkut asomó velozmente por entre los dientes.
¿Podemos llegar demasiado lejos en esto? ¿Podemos hacer que pierda sfik ante sus sirvientes?
Y, junto al hakkikt, el capitán de la Ikkhoitr se inclinó rápidamente hacia él, susurrándole a toda velocidad. Sikkukkut le respondió con una o dos palabras.
Los dioses le pudran. Ése no nos va a dar ninguna buena noticia.
Cada vez serán peores.
El capitán de la Ikkhoitr se levantó de la mesa. Y se fue. Mientras, Sikkukkut se volvió nuevamente hacia ella.
—Ya habrás notado que algunas naves se han ido. No son las primeras. De Punto de Encuentro, de Kshshti, de Mkks y Kefk… mis mensajeros han partido continuamente para informar a mis naves. Y las naves se han movido. Nunca has visto todo el poder que tengo. Y lo que había aquí no era todo el poder de Akkhtimakt. Estás en lo cierto. Kkkkt. Esperaba cierta astucia por tu parte en estos asuntos, Keia. Pero también las hani son cazadoras. Y tú has hablado con ellas, ¿verdad, Keia?
Jik frunció el ceño. No respondió.
—No todo ha sido por su voluntad —dijo Pyanfar—. Podríamos afirmar que la amistad tiene otros usos. Cuando le recogimos se encontraba confuso. Nos habló… puede que en exceso. Es así de sencillo. —Estamos mintiendo, Kesurinan. Confía en mí. No te muevas—. Es lo que te había dicho. Jik no lo deseaba. Sabe algo que Dientes-de-oro ignora. Ahí está la diferencia. Tully no sabe los planes de los humanos, pero se me ha ocurrido una idea que no me gusta, hakkikt. Se me ha ocurrido que todos los problemas internos del Pacto nos están debilitando como entidad, y que quizá los humanos no aguarden a que se resuelvan los problemas. Puede que se limiten a retrasar el ataque hasta el momento más oportuno. Porque estoy segura de que acabarán presionándonos.
—¿Es cierto eso, Tully?
Tully cambió de postura, como si estuviera incómodo. Un encogimiento de hombros y, preocupado, dirigió la mirada primero hacia Sikkukkut y luego hacia ella.
—Algunas veces le cuesta comprender. Tully, el hakkikt te ha preguntado esto: ¿lucharán los humanos contra los mahendo’sat?
—No saber. —Los ojos de Tully clavados en ella, moviéndose de forma casi imperceptible, como si esperaran hallar alguna pista.
—Me hablaste de ello. Dile lo que me contaste. Hazlo, Tully.
—Humanos… —Miró nuevamente a Sikkukkut, el kif que, por encima de cualquier otro, era su enemigo personal—. Venir. Tener tres… —Alzó tres dedos—. Tres humanos…
—Gobiernos —aclaró Pyanfar.
—Tres —repitió Tully—. Luchar. Empujar una de las humanidades hasta aquí.
—Kkkkt.
—Pertenezco a la Orgullo. ¡Tripulante!
No me pongas las manos encima, bastardo.
En la mirada que le dirigió había un mensaje implícito: Capitana, no permitas que me cojan.
—No sabe gran cosa aparte de lo que ha dicho, mekt-hakkikt. Pero entiende a los respiradores de metano. No creo que el resto de su gente pueda hacerlo. No tenía ninguna importancia entre los suyos. Obtuvieron de él la información que deseaban oír y luego le hicieron a un lado sin escuchar el resto. No querían que dijera el resto, o eso creemos. Bien saben los dioses que quizás él no entienda tanto de las cosas como creo. Puede que no le entendamos del todo. Puede que haya intentado decir la verdad, pero no creo que asistiera a las reuniones donde se hicieron los planes. Es sólo un tripulante, eso ha sido siempre y eso es lo que sigue siendo. —Notó que sus manos estaban a punto de echarse a temblar. Si los kif se apoderaban de él, Pyanfar no podría hacer nada para impedirlo. He llamado su atención sobre él. Dioses, ¡distraedle!
—Pero tenemos otras fuentes de información —dijo Sikkukkut—. Los stsho no se negarán a proporcionárnosla. Se doblegan ante el primer viento que sopla. Y poseo un suficiente número de ellos para conseguir un cuadro excelente de lo que ocurrió aquí… a un mahendo’sat o a una hani le mentirían, pero a un kif no. Y tienen muy buena vista. Dos de mis skkukun de poco rango se encuentran ahora en la estación; al igual que trescientos mil stsho. —Una vez más, Sikkukkut alzó la copa y bebió, la oscura lengua se movió veloz cual una flecha—. Contemplan la posibilidad de que yo decida eliminar la estación del mapa. Y que no se les permitirá salir de ella…
Dioses.
—Eso mismo les he dicho a mis skkukun. Encontrarán información. Harán que los stsho la busquen y la descubran. Ya hemos identificado a varios de los responsables. Mi enemigo destruyó los archivos de la estación, indudablemente después de absorberlos en sus propios registros. Por lo tanto, aquí no hay nada que descubrir, pero no me sorprende. Sin embargo, tenemos recursos directos. Ksksi kakt.
Uno de los sirvientes se movió. Deprisa. Las hani se agitaron inquietas al abrirse una puerta interior, mientras los kif cambiaban de postura, susurrando como las hojas de un bosque a medianoche.
—No os mováis —repitió Pyanfar. Por si alguna de ellas lo había olvidado. Tenía las orejas pegadas al cráneo y en los músculos notaba una frialdad de fiebre, que en cualquier momento la haría echarse a temblar. Alargó la mano, las orejas gachas, el ceño fruncido, cogió la copa y bebió.
El parini le bajó por la garganta como si fuera fuego. Y cuando por la puerta abierta penetró un grito tembloroso, Pyanfar estaba luchando con esa angustia del licor, los ojos llenos de lágrimas.
En el umbral, al separarse los kif unos de otros, apareció un destello blanco; unos kif de túnicas oscuras hacían avanzar por la fuerza a un stsho a través de las sombrías filas de su propia especie. Un stsho muy blanco, teñido por el resplandor de las luces de sodio, con algunas manchas de color más oscuro, sus miserables y delgados miembros cubiertos de morados que Je habían producido las manos kif que le empujaban.
Tan frágil… bastaría con un soplido para romper esos miembros.
Jik volvió lentamente el rostro en esa dirección. El humo del cigarrillo se alzaba, enroscándose muy despacio. No hizo otro gesto aparte de ése. Las demás capitanas se volvieron en sus asientos y Tully, al otro lado de Pyanfar, quedaba oculto. Pero Pyanfar supuso cuál sería su reacción.
—Ahora —dijo Sikkukkut—, hagamos algunas preguntas.
—El traductor no entiende nada de esto —murmuró Hilfy, mordisqueándose los Bigotes y siguiendo las transmisiones kif. La Harukk se estaba comunicado con sus esbirros situados fuera de la estación. Y hablaba mucho—. No me gusta, dioses, esto no me gusta.
—Para que esa nave se haya vuelto tan habladora es necesario que hayan tomado alguna decisión —dijo Geran—. Pensaba que Sikkukkut estaría ocupado. Ésa era mi esperanza.
—¿Está haciendo venir más naves? —preguntó Khym.
—Están preocupados por algo —respondió Geran—. No. No harán venir más naves mientras exista la posibilidad de que algo aparezca de pronto y las pille con el morro pegado a la estación. Eso es algún tipo de boletín con datos. O instrucciones, sólo los dioses pueden saberlo.
—Siguen hablando —murmuró Hilfy. Y recordó las oscuras entrañas de la Harukk. La transmisión continuó durante algún tiempo.
Probablemente también Haral recordaba la Harukk. La había visto cuando sacaron de ahí a las tripulantes de Tahar.
—Rehenes —dijo Hilfy—. Eso es lo que tiene ahora. Dioses, Haral, podría hacer una pregunta rutinaria a esa nave, para tener alguna pista…
—No hagas nada —advirtió Haral—. La capitana ya tiene bastantes problemas. Déjalo.
Después del primer stsho, vino otro. El más alto fue arrojado sobre la mesa, entre el asiento de Pyanfar y el de Haroury Pauran. El stsho, si podía hablarse de «él» en una raza con tres sexos, se derrumbó con un confuso montón de miembros blancos y delicados, mientras sus telas de matices perlinos revoloteaban por encima de la mesa. Se estremeció, empezó a temblar y brotaron burbujas de su boca.
Mientras tanto, Pyanfar miraba los dibujos trazados con pintura pastel en su frente, y la sorpresa hizo que el corazón le latiera a toda velocidad.
La criatura era Stle stles stlen. O lo había sido. Sólo los dioses sabían en qué personalidad se había fragmentado aquel pobre infeliz cuando la segunda oleada de kif invadió la estación.
—¿Reconoces a esta criatura? —le preguntó Sikkukkut—. ¿O todavía te parecen todas iguales?
—La reconozco.
Los pronombres personales eran algo bastante confusos cuando se aplicaban a los stsho: gtst… o gstisi. Podía estar en Fase y, en realidad, ser varios stsho. La criatura se retorció las manos y gimoteó algo sobre el noble kif y la noble hani. Unos ojos color de luna se volvieron hacia ella, humedecidos por la súplica, y Pyanfar sintió que el estómago le daba un vuelco. El ser apestaba a perfumes, aceite y algo más, algo indefinible. La pestilencia se duplicó cuando los kif arrojaron al otro stsho a su lado.
—Habla —le ordenó Sikkukkut—. En caso contrario, empezaremos a causar daño, puede que a los demás; quizás empecemos por tu traductor. Si no hablas, te haremos daño. ¿Lo entiendes, criatura?
Los stsho emitieron más burbujas y parlotearon entre ellos, el segundo se aferraba al ser que había sido Stle stles stlen, los dedos engarriados en sus ropas. Hazlo, hazlo, decía el traductor entre sollozos, y el ser que antes había sido Stle stles stlen dejó escapar un súbito torrente de lágrimas y palabras.
—… El Director no es responsable —exclamó entonces el traductor—. Se trataba de otra persona que…
—Eso está muy bien. No nos importa a quién le arrancamos la piel.
—¡Pero…! Pero, noble y estimado amigo… ese malvado, Akkhtimakt…
—Ya empiezas a mentir. Háblanos del tratado y de lo que ocurrió aquí.
Más balbuceos. El traductor se volvió nuevamente hacia él, con los ojos muy abiertos, la boca formaba un diminuto y tembloroso círculo.
—Fue un error, fue…
—¡Infórmate de tus actos!
—No somos un pueblo violento, necesitábamos…
—Este intérprete es inútil. Buscaremos a otro.
—… ¡pero, pero…! En nuestra inconsciencia prestamos oídos a los agentes del otro hakkikt, necesitábamos naves que nos defendieran, y en nuestra ignorancia…
—¿Qué hay de vuestros tratos con los mahendo’sat, con las hani, con los respiradores de metano, con los humanos?
—Los mahendo’sat han tomado partido por esas criaturas, esas… —El traductor se volvió hacia Tully con un visible estremecimiento que sacudió todo su plumaje—. ¡Criaturas! Las expulsamos. Buscamos llegar a un arreglo con las hani. Pero ellas no poseen grandes naves. ¿Qué podemos hacer ahora excepto buscar refugio con los más poderosos? Fuimos unos estúpidos al creer que Akkhtimakt era el más poderoso ahora lo comprendemos muy bien. Haremos un tratado contigo, de inmediato, ¡oh estimable! ¡Defiéndenos!
—Kkkkt. ¡Qué oferta! ¿Y qué haréis vosotros por mí, pequeño comedor de hierba?
—¡Tenemos ciencia! Tenemos… objetos únicos…
Toda la cultura stsho… ofrecida a la piratería kif.
Pyanfar tosió. El stsho confundió el significado de ese gesto y se puso a temblar con mayor fuerza, levantando sus manos hacia el kif.
—¡Sálvanos, oh estimable!
—Esta criatura es muy estúpida —dijo Sikkukkut—. ¿Dónde está Ismehanan-min? ¿Qué tratos habéis hecho con él y con su Personaje?
Jik, Jik, por todos los dioses, no hagas ni un movimiento, el stsho hablará, oh, dioses, no podemos impedirlo y no precisamos ninguna locura más en estos momentos. Necesitamos ingenio, necesitamos aguzar el ingenio para llevar a cabo el negocio más grave que comerciante alguna haya hecho jamás, dioses…
El stsho que había sido en un tiempo Stle stles stlen agitó sus manos y balbuceó.
—Hakkikt —tradujo el intérprete con voz vacilante—. Hakkikt, Ismehanan-min trató con nosotros, es el otro bando de una conspiración, perniciosa, perniciosa, oh muy honorable hakkikt… —El stsho agitó las manos. Se mecía de un lado a otro y desgarraba con dedos nerviosos sus ropajes, se volvía ansiosamente para mirar hacia atrás, a los kif que le rodeaban con sus armas y luego hacia Jik, a quien nada mantenía sujeto—. No somos un pueblo violento. ¿Qué debemos hacer? Los mahendo’sat cayeron sobre nosotros, se abrieron paso por la fuerza hasta nuestras oficinas… necesitamos guardias para asegurar nuestra intimidad, pero no somos un pueblo violento…
—Y nosotros no somos un pueblo paciente —advirtió Sikkukkut, y Stle stles stlen estuvo hablando durante unos cuantos segundos, en tono apremiante.
—… Los mahendo’sat nos abandonaron. Dejaron sólo a unos pocos que, según dijeron, debían terminar ciertos asuntos; individuos de poca importancia, funcionarios, obreros… Mentiras. Intentaron sobornarnos…
—Y seguramente aceptasteis sus sobornos.
—¡Akkhtimakt había traicionado nuestros acuerdos!
—¿Qué traman los mahendo’sat?
—Están haciendo que luchéis entre vosotros, hakkikt. Un mahen te ayuda; el otro no se atreve a prestar ayuda a tu enemigo, pero le dirige y le engaña hacia donde él quiere.
Oh, gracias fueran dadas a los dioses.
—Kkkkt. ¿Es cierto eso, Keia?
Jik estaba encendiendo de nuevo su cigarrillo, el cual no parecía muy dispuesto a consumirse como debía. Protegía la llama con los dedos.
—Cierto seguro. Mismo que nosotros siempre pensar tú mejor. Tú ganar, hakkikt, nosotros alegres hacer trato contigo. Pienso que quizá tú ganar. Ahora mismo yo no mucho feliz con humanos. Por eso mismo yo convencer Ana, él cambiar rápido táctica. Quizá venir a tu lado, ¿eh? Mientras tanto, tener este problema hani.
—Una de mis naves ha ido a Kshshti. Si no encuentra resistencia, puede que localice a otros kif que simpaticen conmigo y me los envíe. Ya te he dicho que cubriremos todo el espacio. Estamos a punto de encontrar a tu socio, en Tt’a’va’o o donde quiera que se encuentre.
Pyanfar permaneció sentada sin hacer un gesto, obligándose a ello con toda su voluntad. Oh, dioses, dioses, ¿qué sabe? ¿De qué son capaces esas naves de caza? Si los kif pueden igualar a los mahendo’sat, entonces el juego no tener límites. Lo que está haciendo Akkhtimakt, lo que pueda hacer… ¿Habrían empezado todo este jaleo los kif si sus naves no contaran con tantos recursos?
—Estamos aquí intentando conservar la existencia de trescientos mil estúpidos —gruñó Sikkukkut—. Me pregunto por qué. Quizás acabe perdiendo la paciencia en este asunto. Es posible que dentro de muy poco, una nave de vigilancia situada fuera del sistema empiece a recibir nuestros primeros movimientos dentro de su propio tiempo. En cuanto sepa que la Harukk se ha posado, se dará cuenta de que es demasiado tarde ya que no me habré quedado mucho tiempo aquí. O, si se trata de un estúpido y no está enterado de eso, yo seguiré sin estar aquí, ¿kkkt? —Sikkukkut tomó un sorbo de la copa—. En cuanto a las incursiones procedentes de los límites del sistema en general, eso ya ha sido previsto. Si alguna nave de Akkhtimakt sigue estando ahí, de lo cual aún tengo dudas… Sólo un estúpido se atrevería a irritarme para encerrarse luego conmigo en el sistema… un estúpido o un enemigo realmente formidable. O mis amistades, Keia y Pyanfar, ¿kkkt? Pero no estoy excesivamente preocupado. Por otra parte, no deseo en absoluto perder la estación, aunque cualquier cosa que hiciera colocarse a las naves de Akkhtimakt a mi alcance me complacería, al igual que… —Sikkukkut contempló a los dos stsho que tenía delante, los cuales se encogieron igual que la hierba en el fuego—… al igual que me complacería cualquier cosa que atrajera al pérfido Ismehanan-min a una entrevista conmigo. ¿Me comprendéis, kkkt?
—Sí, sí, honorable.
—Así que hizo marcharse a los kif de Akkhtimakt. ¿Se fueron las naves hani con él?
—Sí, sí. Se quedó esperando sin entrar en la estación, las hani fueron a Urtur. Al descubrir que Akkhtimakt estaba ahí, esas pérfidas canallas nos abandonaron a todos, sí, honorable.
—¿Y no os mandaron nada?
—Nada, nada, oh, honorable, te lo diríamos. ¡Esperaron, y entonces esas criaturas surgieron de su escondite! ¡Estaban esperando en los límites de nuestro sistema! Nos quedamos aturdidos, caímos en un gran abatimiento, no podíamos entender cómo habían penetrado nuestra red.
—Akkhtimakt aquí —dijo Jik lenta y perezosamente—. Ana saber que tú venir. El hacer cosa que yo decir. Él esperar. Esperar que tú venir. Quizá si tú luchar con esos bastardos kif, él aparecer. El tener a esos humanos sujetos con correa muy corta.
—¿Y tú?
Jik tragó una bocanada de humo y lo dejó escapar.
—¿Qué hacer yo, eh? ¿Qué hacer mi nave? Mi Primer Oficial, ella no disparar. Mantener silencio, esperar. Yo ser tu amigo, mekt-hakkikt. No po-lí-ti-co luchar contigo. Po-lí-ti-ca mi lado querer que tú ganar. ¿Qué tener nosotros si nosotros entrar y atacar ambos hakkiktun, eh? Maldito jaleo. Diez, quince semanas, tener nuevo hakkikt, juego totalmente distinto. —Un ruido de cuerpos que se agitaban en la estancia, un movimiento ominoso recortándose contra las luces. Jik alzó una mano—. Yo no des-cor-tés, ¿eh? Largo tiempo vecinos, tú, yo. Hacer estupendo. Yo conocer esta cosa, mismo que Pyanfar conocer. Mismo tiempo yo tener gran preocupación por lo que ver aquí no ser realmente honesto. Quizá cebo. Quizás Akkhtimakt de repente listo, querer traernos aquí, tenernos aquí, hacer que nosotros luchar con Ana mientras él ir hacer lo que él querer.
Todos habían quitado los seguros de las armas.
—Kkkkt —musitó ansiosamente Skkukuk, moviendo su mano en un gesto furtivo.
—No. Largo tiempo el mekt-hakkikt ser paciente con la verdad. Él preguntar, él seguir siendo paciente.
—Sigo siendo paciente, Keia. —Reposó la larga mandíbula en el puño de color negro y de garras retráctiles—. No les hagas caso. Te escucho.
—Esto traer gran peligro. Tully decir que no confiar en humanos. ¿Qué suceder, eh? Tú tener que luchar Ana, tener que luchar humanos, quizás tener que luchar otras naves mahen, pocas. Entonces venir algún bastardo de Akkht, querer hacerse hakkikt… mismo ocurrir todo tiempo, tú conocer tu pueblo realmente bien; primera vez que tú tener problemas, tú tener algún bastardo querer hacer suicidio. Todo eso tomar tiempo, tomar naves, tomar tu atención. Mismo tiempo tener entonces Akkhtimakt para instalarse realmente bien en espacio hani, mismo tiempo lejos de respiradores de metano… tú tener problema con respiradores de metano, ¿afirmativo? Tú estar realmente cerca aquí. Pero Akkhtimakt no tener. Quizás él hacer buena amistad con mahendo’sat hacia Iji… mismo unirse con ellos, venir luchar humanos cuando humanos hacer problemas… ahora, ¿dónde estar nosotros, eh?
—Se trata de una posibilidad complicada. Muy complicada.
—Mismo ser. Pero dos kif querer luchar, mi gente siempre ayudar ellos. —Alzó otra vez un dedo—. Esta vez tú tener suerte. Akkhtimakt condenado estúpido, todo tiempo empujar mahendo’sat, mahendo’sat nunca gustar ayudar ese bastardo. ¿Afirmativo? Así que tú no ver ayuda mahen a tu enemigo. Quizá cambiar. Ese bastardo conseguir gobierno en espacio hani, él ser todo distinto bastardo.
—¿Acaso estás intentando manejarme, Keia? ¿O estás de acuerdo en esta jugada, cazadora Pyanfar?
—Pienso que es una posibilidad factible, mekt-hakkikt. —Mientras tanto, las capitanas hani y Tully permanecían inmóviles en sus asientos, escuchando todo esto; las manos de los kif estaban muy cerca de las armas; y los dos stsho se habían convertido en bolas de tela manchada, felices de saberse olvidados. El corazón le latía con una fuerza dolorosa. Sentía tirones en el estómago, y olas de cansancio y debilidad se abatían sobre ella—. Veo un posible sendero que Akkhtimakt podría seguir a partir de aquí, un camino. Los mahendo’sat ocupan Tt’a’va’o, tú tienes Punto de Encuentro. O bien consigues Kshshti, o se lo quedan los mahendo’sat, cosa que quizás ya hayan hecho. De lo contrario, vendrán hacia aquí como los chi hacia un punto caliente, sobre eso no puedo hacer predicciones. La tercera salida que tiene Akkhtimakt es, con toda seguridad, la que se abre detrás de él.
—¿Lo veis, mis hermanas capitanas, veis con qué estamos tratando, veis lo que estamos intentando hacer? Por todos los dioses, no mováis ni un músculo, no distraigáis a este kif, no deis un paso en falso.
—Kkkkt. Un sendero. Sí. ¿Por qué piensas que te he favorecido tanto? La zona de espacio que se extiende como una península entre un golfo sin puntos de salto, esa desgraciada circunstancia que ha mantenido aisladas a las hani. Y que las ha mantenido inmóviles entre ese golfo y las ambiciones mahen. ¿Me comprendes, cazadora Pyanfar? ¿Sabes por qué te he dado tanto?
—El espacio hani. —El dolor había vuelto a su pecho. Le resultaba difícil respirar—. Akkhtimakt puede estar dentro de esa bolsa. Es un espacio imposible de cruzar en dos de sus lados, los poco amistosos mahendo’sat están en el tercero, y tú mismo en el cuarto lado, el más angosto…
—Los mahendo’sat estarán muy ocupados. Quiero que Akkhtimakt siga estándolo. Sé que esto también te interesa a ti. ¿Recuerdas nuestra discusión sobre los intereses propios?
—El asunto me interesa. Sí. Y de forma considerable.
—Di qué necesitas.
¿Tan sencillo? Dioses. Tan sencillo.
—Estas capitanas. Las necesito a todas en mi grupo, junto con sus naves.
—¿Incluyes en eso a la Aja Jin?
Dioses, dioses. Mantén la calma, Pyanfar. No lo pierdas todo. No dejes que te tiemble la voz. La nariz no cesaba de moquearle. Intentó contenerse, tragando aire y concentrándose en lo que tenía delante, ignorando el escozor.
—No desearía colocar a Jik en situación de elegir entre tu bando y Dientes-de-oro. No por segunda vez. Conmigo tiene una clara razón para cooperar ya que luchará contra alguien a quien reconoce claramente como enemigo y como amenaza para toda la frontera. Interés propio. No saldrá corriendo a casa hasta que no esté seguro de que las hani aguantarán sin derrumbarse. Conozco a los mahendo’sat, y cuanto ha hecho hasta ahora Jik es perfectamente razonable. Por eso debe venir con nosotras. Si quieres que las naves hani luchen contra Akkhtimakt, así lo harán, pero estaremos mucho más seguras si contamos con los cañones de la Aja Jin.
—Kkkkt. Comerciantes. Contra cazadores. Te daré naves mías, naves de confianza. Esto te proporcionará la oportunidad que pides.
—Necesito a Jik, mekt-hakkikt. Tendré que hacer una exhibición de fuerza tanto ante los mahendo’sat como ante el han. Llámalo psicología hani o llámalo sfik, pero es así cómo funciona. Tú no necesitas adornos. Yo sí los preciso para demostrar mi poder. Necesito a Jik y a la Aja Jin, necesito mi humano, necesito tus naves… —Está bien, las acepto. Ahora preocúpate tú por mis motivos, bastardo.
La mandíbula de Sikkukkut se alzó en un ademán de mal agüero. Y volvió a descender. Sus oscuros ojos relucían iluminados bajo la capucha por el resplandor del sodio.
—Skku mía, estás buscando convertirte en hakkikt.
—Busco controlar el espacio hani, mekt-hakkikt. Intento poner a salvo mis acuerdos.
Reinó un profundo silencio. El corazón le latía con dureza y cada pulsación le causaba dolor en el pecho; los miembros se le enfriaban y calentaban alternativamente; los confines de la estancia se enfocaban y difuminaban alternativamente alrededor de esa masa de oscuridad que era el kif.
La vida o la muerte, entonces y ahí mismo, si el kif concebía sospechas, si una de las capitanas hani llegaba al límite del aguante, si alguien se movía o estornudaba… todos podían morir.
Y también morirían sus mundos.
Oh, dioses, oh, dioses de mis madres, dioses grandes y pequeños, incluso los más insignificantes y los que estáis más lejos, dioses de mi mundo… escuchad a una vieja pecadora: ¿podéis influir sobre un kif… aunque sólo sea un poquito?
—Kkkkt. Llévate cuanto has pedido. Dispón de Keia como quieras, en su nave o en tus manos. Ahora, vete. Ordeno que te marches, skku-hakkikt.
Contuvo el aliento durante dos interminables latidos. No skku-hakkiktu, sino skku-hakkikt. No vasalla mía, sino princesa-súbdito. El corazón le latía desacompasadamente. Volvió a inspirar, asió la pata de su asiento y logró ponerse en pie.
—Arriba —dijo—. Moveos. ¡Son órdenes del hakkikt, maldita sea, no os quedéis sentadas pensando en ellas!
Las hani se movieron como si las hubieran galvanizado; Jik se movió con mayor lentitud, pero únicamente para apagar el cigarrillo y coger su bolsita.
Y los stsho acurrucados a sus pies gimoteaban palabras incomprensibles. Pyanfar sintió un escalofrío. Vaciló durante un instante y finalmente se volvió hacia Sikkukkut.
—Si el hakkikt no piensa utilizar para nada a estos…
—¡Basta!
Pyanfar pasó junto a los stsho. Uno de los seres le agarró la pernera del pantalón.
—Ayuda —exclamó—. Estimada hani, ayuda, intercede…
Pyanfar siguió caminando. Tenía que hacerlo. Los kif habían formado un pasillo para indicar por dónde debían salir todas.
No puedo correr más riesgos, no puedo, no me atrevo, dioses, no permitáis que caiga de bruces aquí y ahora.
No puedo hacer más de lo que ya he hecho.
—Otra vez —dijo Hilfy—. La Harukk está transmitiendo de nuevo. En código. Nombres… eso son órdenes para las naves. Chakkuf. Sukk. Nekkekt. No puedo sacar nada en claro de ello, pero quizá sean órdenes para ponerse en marcha.
—Esto no me gusta —intervino Tirun.
—¿Qué ocurre? —Por el canal de Chur, a través de los altavoces principales.
—Sabes lo mismo que nosotros —dijo Khym.
Lo cual resumía bastante bien la situación.
Si había una nave de vigilancia, algo que las tenía constantemente preocupadas, debía encontrarse a más de una hora luz de distancia, tal vez a tres o cuatro. Y cuando le viniera en gana, se pondría en movimiento. Eso sucedería cuando, según sus propios criterios, hubiera llevado a cabo su cometido. Podía tratarse de una nave de Dientes-de-oro, o de Akkhtimakt. O quizás hubiera más de una nave. Estaban inmóviles, con el morro pegado a la estación y con el riesgo, por remoto que fuera, de que en cualquier momento se produjera un ataque, que algún grupo de naves estuviera ahí fuera, inmóvil y silencioso, y tan perdido en la inmensidad de la zona a investigar que era virtualmente invisible. Igual que las naves de vigilancia. No había forma alguna de localizar ese tipo de naves cuando estaban al acecho, salvo por un ciego caso de suerte o por un error de la nave.
Con todo el perímetro de influencia de la oscura masa de Punto de Encuentro y con un radio esférico de una a cuatro horas luz, era imposible que una sola nave registrara toda esa área. La estación oscurecía parte del barrido, y la rotación complicaba todavía más el asunto, pues la estación no transmitía, las balizas no eran de confianza y los kif estaban censurando deliberadamente su emisión de datos. Ni tan siquiera había una estrella lo bastante cerca como para iluminar un objeto, por pequeña que hubiera resultado tal ayuda. La masa oscura emitía radiación, pero lo hacía de forma débil, y el agónico calor que lanzaba formaba un punto que sus instrumentos observaban regularmente, en busca de cualquier anomalía identificable como una nave intentando ocultarse dentro de él.
La masa de Punto de Encuentro emitía un apagado ruido blanco que afectaba a sus instrumentos más sensibles, mientras que los distintos faros para la navegación dentro del sistema gritaban su falsa información a la oscuridad, como emisiones de un vasto número de naves que giraban y se dispersaban en un torbellino generado por el resto del tráfico. Su mejor esperanza de localizar a una nave oculta residía en la memoria del ordenador, donde se conservaba el campo estelar y se superponía continuamente la recepción actual. Una estrella oculta en cualquier punto del barrido podía indicar esa presencia, y ya habían tenido dos de tales indicios, que la información de los faros llamaba planetesimales…
—Biblioteca —había pedido Haral al producirse la primera—, ¿el faro de Punto de Encuentro coteja sus recepciones con los archivos?
Con ello deseaba saber si el sistema de faros se comprobaba alguna vez a sí mismo para descubrir si un objeto frío y silencioso recién localizado era un planetesimal conocido. Afirmativo. Lo hacía. Pero había informado que se trataba de un planetesimal al mismo tiempo que enviaba una pregunta al respecto, con lo cual ponía en evidencia sus límites. La inteligencia artificial del faro no disponía de otro nombre con que llamar al objeto. Los stsho que la habían construido no introdujeron contingencias en ella, o quizá lo habían hecho pero no habían incluido esa información dentro de las efemérides de navegación.
Si algo se encontraba ahí fuera, a horas luz de distancia, no habría visto nada nuevo en ninguno de los datos recibidos después del lapso de retraso; dependiendo de su posición, ahora podía no estar viendo más que la Harukk en su llegada a la estación… de la forma confusa y digitalizada que tenían todas las recepciones pasivas, alteradas y dispersas por la lejanía. Tal vez no conociera a esa nave o quizá no estuviera seguro de cuántas naves había ahí.
Y sólo los dioses sabían qué factor pondría en acción a esa nave oculta.
Hilfy se frotó los ojos. Cambió de posición su enlace de comunicaciones en un intento de no perder de vista las pantallas. De eso dependían sus mismas vidas.
—Interrumpir búsqueda lingüística —dijo repentinamente Haral, rompiendo con ello un profundo silencio—. Necesitamos el ordenador para la navegación.
Hilfy vaciló. Y acabó por hacer lo que le indicaba. Haral empezó a pasar cálculos por el ordenador sin mencionar ni una sola vez su finalidad; pero si Haral detenía una de las órdenes de Pyanfar, tenía que ser por un motivo desesperadamente importante. Hilfy sacó de los bancos el listado que poseían, un mero parloteo carente de sentido, totalmente incomprensible.
Y entonces el comunicador lanzó un pitido.
—Comunicaciones de la Harukk a todas las naves en el muelle: alabado sea el hakkikt, prepárense para partir.
—¿Qué están haciendo? —exclamó Khym—. ¡No pueden salir ahora!
—Vamos a conectar la energía —dijo Haral secamente, y empezó a pulsar interruptores. Los sistemas cobraron vida con una serie de golpes ahogados.
—¿Conservamos todavía las conexiones? —preguntó Tirun, sin alterarse. El pánico hacía sudar a Hilfy mientras se ocupaba de sus propios botones.
—Comunicaciones de la Harukk, aquí la Orgullo de Chanur.
—Aquí comunicaciones de la Harukk, alabado sea el hakkikt, informen sobre su situación actual.
A Hilfy se le quedó la mente en blanco. Buscó salvajemente una respuesta, encontró a su alcance los informes rutinarios y empezó a emitirlos.
—Alabado sea el hakkikt —murmuró—, pedimos información sobre nuestro personal.
—Ahora regresa —dijo el kif—. Recibimos sus datos, comunicaciones de Chanur. Proporcionen datos sobre sus subordinadas.
Puso el canal en posición de espera. Cortesía kif, más bien seca y grosera si se compara con lo habitual en otras especies. Pulsó la tecla de Haral, cuya señal de petición de información parpadeaba indicando prioridad.
—Dicen que ahora vuelven. La Harukk quiere los datos de las demás naves.
—Subordinadas… —añadió Haral—. Consigue los datos de todas esas naves.
Haral tenía razón, por los dioses, toda la razón: eran kif, era un asunto de protocolo y podían exigir lo mismo que la capitana, tenían derecho a que todos esos informes estuvieran en sus manos sin necesidad de permitir que ninguna otra nave exigiera informes sobre la suya. Empezó a pulsar las teclas, para abrir el canal de comunicaciones con los mahendo’sat, con Tahar y con el resto de diques hani.
O reclamaban ese poder o lo perderían.
Otra vez en los muelles, ella junto a todo su grupo, sin que las acompañara ningún kif excepto Skkukuk. Pyanfar aspiró una buena bocanada de ese aire que olía a materias quemadas y repitió la inspiración, arriesgándose a mirar cuanto la rodeaba mientras los otros miembros del grupo la alcanzaban al pie de la rampa de la Harukk. Jik y Tully, Harun, Tauran, Vrossaru, Faha… Los rostros se confundían en un manchón borroso, el cambio de atmósfera la había mareado un poco.
—Hicimos cuanto nos fue posible —murmuró—. Tenemos una oportunidad. Lo que debamos discutir entre nosotras, tratémoslo por el camino. Jik, Jik, dioses… —Se tragó el resto de sus palabras, cuando el kif apareció en el límite de su campo visual, recordando los oídos de Skkukuk siempre alertas—. Venga, en marcha. Tenemos que salir de este muelle. —La luz de partida parpadeaba en la pared por encima de sus cabezas. La Harukk estaba preparándose para salir. Al otro lado del muelle los stsho se acurrucaban, abandonados a su pánico: ésos eran los más osados de su especie. Los prudentes se encontraban refugiados en otros niveles, ocultos en el profundo interior de la estación. Donde las cuadrillas de kif lo registraban todo en busca de archivos, desmantelando la central para encontrar nombres y datos.
—Estamos listas para actuar —dijo Harun—. Hemos estado preparadas en espera de esta oportunidad durante meses. Tenemos algunas preguntas, pero no pienso hacerte ninguna ahora. No me importa de qué forma vayamos a salir de aquí, pienso aceptar la oportunidad.
Con las orejas gachas y una expresión inquieta. No, en este grupo no había ninguna estúpida, ni entre las jóvenes ni entre las adultas.
Munur Faha la estaba mirando con la ansiedad reflejada en el rostro y los ojos rodeados por círculos blanquecinos.
¿Qué estás haciendo? ¿Qué tipo de acuerdo has urdido? Estabas mintiendo pero ¿cuántas mentiras has dicho, qué era mentira y en interés de quién has mentido?
En cuanto a Dur Tahar, caminaba en silencio, perdida en su propio mundo. Su curtido rostro aparecía fruncido en una dura mueca, sin mirar ni una sola vez a las otras hani. Toda ella estaba cubierta de cicatrices, tanto por dentro como por fuera.
Skkukuk cerraba la marcha a su lado, murmurando y emitiendo chasquidos guturales para sí mismo; Tully la flanqueaba por el otro lado, con la mano sobre el arma, igual que el kif.
Y Jik le estaba haciendo a Kesurinan un montón de preguntas en voz baja, hablando los dos en dialecto mientras caminaban.
¿Qué podía hacer al respecto? ¿Poner en peligro la vida de Jik y todo lo demás? Pyanfar, preocupada, se mordisqueó los bigotes y siguió andando un poco por delante de ellos. El corazón le aceleró el pulso cuando vio que, a lo largo del muelle, otros indicadores de partida empezaban a parpadear. Eran sus propias naves.
—Ha corrido la voz —dijo, mirando hacia las otras hani—. Lo haremos tal y como habéis oído. Los ajustes de cuentas y los pequeños arreglos ya los terminaremos cuando limpiemos Urtur. Tenemos que limpiar Urtur. Le daremos gracias a los dioses por esa escolta kif, y espero que Urtur sea el punto más lejano al cual haya llegado Akkhtimakt, aunque lo dudo. Tenemos por delante un largo y duro trayecto. Somos suficientemente rápidas como para igualar la velocidad de las naves de caza. Hemos hecho algunas modificaciones en la nave: podría decirse que hemos estado trabajando como mensajeras para los mahendo’sat y se nos ha proporcionado equipo idéntico al de las naves de caza. Han pasado muchas cosas, de algunas de ellas ya habéis tenido noticias. Lo que me preocupa ahora es lograr pasar a través de los sistemas lo bastante rápido y que nos mantengamos juntas el tiempo suficiente como para llegar al hogar sin retrasos. Puedo reducir la velocidad, al igual que la Aja Jin, y también puedo convencer a los kif para que nos imiten; pero nada convencerá a Akkhtimakt de ir despacio, y todas sus naves cuentan con equipo de caza. Puede que hasta los días sean importantes en este asunto. Pasaremos por Punto Hoas sin detenernos. ¿Qué tal os irá en el salto de Urtur, el frenado y la travesía siguiendo el vector de Kura? ¿Alguna de vosotras se encuentra en mala situación?
Un murmullo ahogado de informes sobre naves y capacidades actuales. La Industria era con mucho la más potente; la pequeña Viento Estelar era bastante rápida y sus motores eran lo suficientemente grandes en relación a su ligera masa como para hacerla equiparable a la Industria. El nivel de la Esperanza de Shaurnurn era algo inferior, y la nave de Pauran se encontraba apenas una fracción por debajo de ella. Pero la Estrella de Tauran estaba bastante por debajo, al igual que la Viajera Estelar de Vrossaru.
—Ya lo sabéis, Tauran y Vrossaru —dijo Pyanfar—. Podemos reducir la velocidad y viajar a vuestro paso, pero eso tendrá un precio. Ya comprendéis a lo que nos enfrentamos. Ahora, voy a haceros una pregunta… no tengo más remedio que hacérosla…
—Llegaremos hasta ahí —dijo Sirany Tauran—. Nos las arreglaremos.
—No. Desconectad la energía, sed como una mariposa en el muelle. Ya sé que es un riesgo para vuestras naves, pero también lo es el viaje hasta casa. Escuchadme: mi tripulación está totalmente agotada y la de Tahar no se encuentra en un estado mucho mejor. Puedo llevar a Tahar en la Orgullo… —Los ojos de Dur Tahar se encendieron inmediatamente al oírla, pero no replicó—. O puedo llevar conmigo a una tripulación y establecer turnos alternativos, y la otra puede irse con Tahar. Eso haría que todas llegáramos ahí vivas y ganaríamos un tiempo precioso.
¿Trabajar en turnos con una pirata? Disputas de sangre, colocarse fuera de la ley. Pyanfar casi oyó el grito. Pero, en vez de eso:
—Podéis vigilarnos durante el viaje —dijo Tahar en voz baja—. Los turnos se pueden hacer por mitades o completos, como mejor os convenga.
—Está bien —aceptó Vrossaru—. Vendremos con vosotras.
Tauran miró a Pyanfar y una rápida serie de pensamientos se sucedió en sus pupilas. Alienígenas. Sólo los dioses saben de qué se trata. Y, por otro lado, quizás: Esa nave de Chanur goza de una protección prioritaria por parte de los kif. Y es rápida. Puede llevarnos con vida hasta ahí. Y en caso de que estén mintiendo, entonces nos encontraríamos en un lugar donde nos sería posible hacer algo útil, ¿no?
—Está bien —dijo Sirany Tauran—. Vendré tan pronto como pueda sacar a mi tripulación de la nave. Somos siete. ¿Tenéis literas suficientes?
—Las encontraremos. —¿Sabrá algo de Khym? Los músculos de Pyanfar se tensaron y volvieron a relajarse. Dioses, tenemos problemas mucho peores que los prejuicios hani—. Gracias. —Habían llegado al dique de la Luna Creciente. La Aja Jin y la Orgullo estaban más allá, todas con las luces de salida parpadeando apremiantes en lo alto—. Los informes se transmitirán de nave a nave a través de los cables de línea directa. Tendremos que compartir los datos con nuestra escolta kif, no tenemos elección al respecto. Nuestro principal objetivo es salir de este puerto, y no queremos que nada interfiera con eso: sólo los dioses saben dónde acabaríamos en tal caso.
—Comprendido —dijo Harun—. Que tengamos suerte.
—Suerte —asintió Faha—. Que los dioses cuiden de nosotras. —Y, con algo parecido a un estremecimiento, miró a Tully y a la silueta de oscura túnica que le acompañaba. Puede que un instante después se lo había pensado mejor y había deseado retirar ese voto piadoso. Pero eso habría resultado bastante embarazoso para todas—. Hogar y linaje —añadió y, con un monumental alarde de caridad, acabó diciendo—: Y todo el resto. —Le había costado un esfuerzo físico.
Y, después de eso, Munur Faha se dirigió hacia su nave, que estaba más lejos; otras capitanas la siguieron, Harun y Vrossaru echaron una última mirada hacia atrás, las orejas de Vrossaru abatidas en una expresión preocupada.
—Tahar —dijo Pyanfar; y aquélla se detuvo a la entrada de su propio dique. Tully y Skkukuk la imitaron—. Jik —añadió. Jik y Kesurinan se detuvieron también, cuando ya casi llegaban al dique de la Aja Jin—. Lo hemos conseguido —concluyó Pyanfar.
Jik y Kesurinan permanecieron inmóviles, después de haber estado conversando con expresiones demasiado preocupadas durante todo el trayecto. Se daban instrucciones, preparaban alguna conspiración, sólo los dioses podían saberlo. Pero Jik acabó dejando a su Primer Oficial y se acercó a Pyanfar, con el oscuro rostro muy tranquilo.
—¿Dónde ir yo, eh? —Alzó las dos manos—. ¿Querer yo volver? ¿O tú decirme dónde ir?
—Que los dioses te pudran, ¿qué harás? ¿Abandonarnos? ¿Conseguir que nos arranquen la piel a todas? ¿Acabar con mi mundo gracias a tus tretas y planes? —La ignorancia kif de Sikkukkut había dejado a su libre opción ese peligro: Dispón de Keia como quieras.
Y ahora había llegado el momento de hacer una jugada para la cual no contaba con la osadía necesaria, de emplear una fuerza que no podía utilizar y usar una persuasión que Pyanfar sabía inútil. Si la metían nuevamente a bordo de la Orgullo, aunque fuera mediante la presión física, empujarían a Kesurinan a partir rápidamente, obedeciendo sólo los dioses sabían qué órdenes especiales.
—Yo hacer número uno buen trabajo si volver ahí.
—¡No puedo confiar en ti!
—Yo tener interés como yo decir. —Alargó los brazos y le puso las manos sobre los hombros. Clavó la mirada en la de Pyanfar y ella le observó, buscando algo en qué confiar. Embustero, diez veces embustero. Tu condenado gobierno no te permitiría decir la verdad ni una sola vez al día—. Hani tener importancia, Pyanfar. Yo jurar. Dios testigo.
—¿Más que tu gente? ¡No me digas eso! —Sentía muy débiles las rodillas. El rostro que se alzaba sobre ella era el de un alienígena desconocido, los ojos resultaban tan imposibles de leer como los de Tully en sus momentos más oscuros.
—Ser más vecinos hani que de kif, ¿afirmativo? Eso ser dar golpe de rebote a todo espacio mahen, yo no engañar ti.
—Dioses, estamos razonando como los kif. ¡Los intereses propios!
—Política todo tiempo razonar igual que kif. Maldito jaleo. Yo mejor piloto que tú tener, hani. ¿Tú querer encerrar mí? ¿O tú querer confiar?
—¿Desde cuándo es efectiva la confianza? —El pánico la estaba dominando—. No, maldita sea, no quiero confiar en ti.
—Trabajar ahí número uno primera clase. Tú sacar mí, tú conseguir para fumar, ¿eh?
—¡También he conseguido que Sikkukkut venga tras de nosotros! ¡Sabes que lo hará! Me ha nombrado para que haga su trabajo, ¿piensas que no nos seguirá para recoger los frutos de mi labor?
—Malditamente seguro. Tú no ser estúpida, Pyanfar. —Agitó una mano hacia el dique de la Aja Jin—. Tú tener nave número uno primera clase en todo Pacto. Tú tener piloto número uno primera clase. Yo. Nosotros mantener promesa, ¿afirmativo?
—¡Vete! ¡Largo! ¡Da tus órdenes! Y que tu podrido cuerpo mahen vuelva a mi nave y me dé esos datos antes de que salgamos del muelle. Quiero esos datos, Jik, ¡los quiero en lenguaje bien sencillo y con mapas que se puedan interpretar!
—Tú hermosa. —Le rozó el rostro con los dedos. Pyanfar dio un respingo y escupió; y él le dirigió una de sus enloquecedoras muecas de buen humor. Luego se dio la vuelta y se alejó con paso veloz hacia la rampa de acceso, con Kesurinan casi corriendo a su lado, sin dejarse avanzar ni un paso.
Hacia su nave. Hacia todos sus recursos. Sólo los dioses sabían si en efecto volvería alguna vez. Los diques eran peligrosos. Los kif podían interceptarle incluso en el corto trayecto que separaba las dos naves. Al interrogar a los stsho Sikkukkut podía descubrir algo que le hiciera cambiar de opinión. Stle stles stlen tal vez había escondido registros comprometedores, ya que era un comerciante de pies a cabeza.
Miró a Dur Tahar. Y en esos momentos no sintió ninguna duda en cuanto a esa pirata, esa enemiga, esa hani que había estado dispuesta a matar.
—Puede que haya cometido un error —dijo Pyanfar.
—Puede.
—Tahar, si salimos de ésta, todo lo que pueda haber entre nosotras…
El rostro de Tahar se endureció bruscamente y agachó las orejas.
—Sí, ya lo sé.
—¡Maldita sea, no sabes nada! No hay disputa de sangre entre tú y Chanur. Ya la has pagado.
Sus orejas volvieron a erguirse.
—Tú también has saldado tus deudas —dijo Tahar, con su ceñuda arrogancia de costumbre. Y se quedó inmóvil, sin decir palabra, durante una fracción de segundo más de lo necesario antes de dar la vuelta y dirigirse hacia la rampa de la Luna Creciente.
Se había quedado sola con Tully y Skkukuk, un Skkukuk aturdido y que no parecía demasiado contento, y Tully permanecía a su lado. El kif se mantenía inmóvil como si todo el orden de su mundo se hubiera invertido.
La gran capitana ha dejado que el enemigo le ponga las manos encima. La gran capitana cree que él y las demás son sus subordinados. La capitana se equivoca. ¿Es posible que la gran capitana sea tan estúpida? Cuidado con estas hani. Ellas tampoco son unas subordinadas.
Alzó el mentón. Ven aquí. Y Skkukuk se acercó ella, todo nervios, no sin dirigir una mirada suspicaz hacia los dos mahendo’sat que ya casi se habían perdido de vista.
—Hakt’, ése es peligroso.
—Amigo —dijo ella. Y, por pura perversidad, puso la mano sobre el duro brazo de Skkukuk. Él se apartó casi de un salto para evitar el contacto.
—¡Kkkt! —Como si Pyanfar le hubiera atacado. Algo muy parecido a su propia reacción ante el gesto de Jik, a pesar de que no lo había percibido como un peligro potencial para su vida.
—Voy a enseñarte algo, Skkukuk. Estás viajando con hani. Oirás cosas que quizá te inquieten. —Por segunda vez alargó la mano y esta vez le cogió firmemente. El brazo del kif era delgado y duro como el metal. Pyanfar sintió cómo temblaba—. ¿Te asusto, skku mío? Entre las hani el poder es algo muy distinto, es un puñado de clanes decididos a seguir mis órdenes sencillamente porque les he mostrado la única forma posible de salir de aquí. Y porque desde que hay clanes en Anuurn, siempre ha existido el clan de Chanur; nuestras raíces son muy hondas y nuestras relaciones muy complejas. Ahora estamos exigiendo el pago de unas deudas que deben saldar por razones de sfik y para protegerse a sí mismas. Tenemos relaciones con Faha; y Faha tiene sus propios lazos. Bien saben los dioses que necesitaría consultar la biblioteca para ver hasta dónde llegan los de las otras. Así somos. El clan es una entidad. Tú eres skku de Chanur. ¿Entiendes? Tienes que portarte bien con todas ellas una vez a bordo. Y ellas no conseguirán ganar ni un centímetro de posición sobre ti. Su relación es exclusivamente con el clan Chanur, ¿me sigues?
Sus oscuros ojos relucían. Pyanfar contempló el rostro del kif, apenas a un palmo del suyo, mucho más cerca de lo que hubiera deseado. Estaba consiguiendo que le escociera de nuevo la nariz. Pero ella hacía que el kif se estremeciera.
—Sí, hakt’ —dijo él—. Poder.
Pyanfar le soltó. Y deseó darse un baño. Necesitaba una atmósfera limpia. Quería… dioses, había sido un error haber intentado razonar con un kif. O hacer tratos con él.
—Vamos —le dijo. Le dio un leve empujón y luego puso a Tully en movimiento con otro. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la Orgullo, cada vez más rápido, con Skkukuk pisándole los talones y Tully jadeando a su lado, su aliento ronco y desacompasado a causa del frío y lo tenue de la atmósfera. Te sacaré de aquí antes de que empieces a toser, muchacho. Y yo también saldré de esto. Dioses, soy demasiado vieja para todas estas cosas. Sacó el comunicador de bolsillo, que llevaba en su cinturón—. Aquí Pyanfar. Abrid, ¿me oís? Vamos a entrar.
—Bien —le respondió la voz de Haral.
Subieron por la rampa, adentrándose en la frialdad del acceso ribeteada por luces amarillas. Dieron la vuelta a la curvatura y avanzaron hacia la luz blanca, la seguridad de la compuerta. Cruzó ese umbral temblándole las rodillas, y con el flanco convertido en una masa de dolores.
—Cierra —gritó por el comunicador—. Ya estamos dentro.
—Bien —dijo Haral—. ¿Todos bien? —La escotilla se cerró con un gemido y un siseo; y después de eso se hallaron tan libres de los kif como lo hubieran estado en esa estación.
Pyanfar cerró los ojos, sin moverse, y luego se dobló lentamente sobre sí misma para recuperar el aliento; mientras tanto, Tully hizo lo mismo.
—¿Capitana?
—¡Estúpidas, estúpidas! —exclamó Skkukuk y cerró los dedos sobre el brazo de Pyanfar—. ¡La mekt-hakt tiene hambre, va a desmayarse por vuestra incompetencia!
Tully le dijo algo con un gruñido. Pyanfar tironeó para librarse de la presa de Skkukuk, parpadeando aturdida al ver que el problema pronto consistiría en mantener separados a dos machos, ninguno de los cuales era el suyo. Y, en cierta forma, los dos le pertenecían, aunque nada tenía que ver con su masculinidad. Nunca había visto esa expresión en el rostro de Tully. Tenía los dientes al descubierto, pero en su gesto no había humor alguno y esos dientes no podían enfrentarse a los de Skkukuk, demasiado cercanos a él. Pyanfar logró separarlos, aunque no tuvo muchos miramientos con ellos.
—Sed un poco educados, dioses, ¡callaos!
—¿Capitana?
—Estoy bien —dijo y meneó la cabeza, aturdida, sintiendo un leve mareo. Una oleada de impulsos le corrieron por las venas, la marearon. El sudor humano y el del kif se mezclaban con el suyo propio en sus fosas nasales. Bien, eso es lo que da de sí la cooperación humanos/kif.
Dioses, no hay tiempo, tenemos nuestras órdenes. No tengo tiempo para desperdiciarlo en semejantes asuntos.
—Voy a bajar —dijo Khym.
—No hace falta. —Tenía la sensación de estar al margen de lo que ocurría y sus ojos, que no paraban de parpadear, iban y venían de Skkukuk a Tully. Lo último que deseaba era que su esposo se metiera en el conflicto—. Vamos a tener más visitas. La tripulación de Tauran subirá a bordo en cuanto dejen lista su nave y lleguen hasta aquí. Trabajarán en turnos alternativos con nosotras. ¿Estás enterada de ello? Tenemos que hacer un viaje.
La puerta que daba al pasillo interior se abrió en ese instante.
—¿Dónde, capitana? —La voz de Haral, nuevamente, por el comunicador—. ¿Adonde vamos?
Todavía no lo sabían.
—A casa —dijo; y sintió una momentánea oleada de triunfo al recordar su propia sagacidad ahí abajo.
Hasta que pensó nuevamente en Chur y en el precio que podían pagar por ello, en más de un aspecto. El triunfo se desvaneció dejando sólo dolor y un terror tan vasto como letal.
—Nos han soltado por fin. Vamos a casa.