Los cambios de color se multiplicaban en la pantalla.
—Dioses —murmuró Pyanfar, accionando el interruptor general. La alarma sonó por los pasillos. Por si acaso…—. Mensaje a nuestros compañeros: seguid como hasta ahora, mantened el rumbo. Khym, avisa a Chur, toma precauciones, hay unos cuantos kif moviéndose sólo los dioses saben hacia dónde. Tirun, pasa las imágenes al monitor de Jik; dile que estamos bien, seguimos en el rumbo, sólo que algo nuevo sucede aquí.
Le llegaron los acuses de recibo.
—Capitana —dijo Haral—, Hilfy tiene una idea…
—Acuse de recibo de Tahar —dijo Hilfy—. Nos siguen. Bien… lo tenemos, Aja Jin. Gracias.
—… Akkhtimakt está en apuros —dijo Haral—. Creo que nosotras también.
Esperó. Esperó hasta oír el informe de Tirun, que completaba así el de todo el personal: Tirun había llegado al puente. Un último cinturón de seguridad entró en su correspondiente soporte con un chasquido.
Ahora podían correr. Si se veían obligadas a ello.
En las pantallas seguían resplandeciendo los destellos luminosos a medida que los receptores clasificaban la información y la iban verificando.
Y una nave más de Sikkukkut, y luego otra, se encendían con una chispa verde y empezaban a maniobrar.
No todas seguían el mismo vector. Se esparcían como las semillas cuando una vaina revienta. Hacia todas las direcciones. Hacia todos los rumbos que tenían ante ellas, el espacio mahen y el hani, el stsho y el tc’a.
—Ellas ir —exclamó Jik por el comunicador. Y luego dijo alguna blasfemia en mahensi. Estaba siguiendo toda la situación desde ahí abajo, en su camarote cerrado—. Maldición, ellas ir, ellas ir…
A cada estrella dentro de su alcance. Para devastar cada estación y cada sistema donde pudiera haber una presencia hostil.
—Prioridad, prioridad —dijo Hilfy, anulando lo que estaba diciendo Geran—. Las comunicaciones de la Harukk dicen: «Orgullo de Chanur, siga su curso».
—Ir atacar cada maldito blanco del Pacto —gritó Jik. Se oyó una explosión. O quizá se trataba de un puño mahen al golpear algo—. ¡Maldición! ¡Dejar salir!
—Tenía razón —murmuró Haral—. Maldita sea, tenía razón. Lo harán de todos modos y tenemos kif por todas partes. Capitana, su intención es hacer que Akkhtimakt se meta por ese pasillo abierto hasta Anuurn, capitana, eso es lo que piensan hacer, por todos los dioses.
—Tenemos problemas —murmuró Pyanfar.
Mientras, un chorro de blasfemias mahen luchaba con las insistentes preguntas de Chur en el comunicador.
—Kkkkt. —De una fuente olvidada, por detrás de ellas.
Y la estación estaba delante. Punto de Encuentro, con trescientos mil stsho y un puñado de ciudadanas hani. Con los kif cada vez más cerca, cuya declarada intención era posarse en los muelles.
—Transmite —dijo Pyanfar—. La Orgullo de Chanur a todas las hani de la estación: preparaos para ayudar a las maniobras de atraque de las naves que se aproximan. Uníos a nosotras. Es vuestra mayor esperanza de encontraros a salvo por el momento.
Ofrecer un superior a una hani, un amo, la hegemonía de otra especie por encima de la suya…
Escupirían a Sikkukkut en la cara. Y morirían por ello. Eso quedaba más allá de cualquier duda.
Pero si lograban percibir el tono de reserva que había en ese mensaje, si detectaban los matices de buscar-refugio-seguro-en-una-tormenta y todo lo que eso implicaba… incluso si los kif se daban cuenta de ello, era algo que ya esperaban, aunque ninguno de ellos se atrevía a decirlo: hasta que encontremos algo mejor.
—¿Lo repito? —preguntó Hilfy.
—Repítelo.
—Sigue el frenado —dijo Geran.
Y el resplandor de las líneas ambarinas que indicaban su propia posición se acercaba cada vez más al punto en que debían frenar para posarse en la estación.
—La Industria de Harun responde —dijo Hilfy—. Cito: Aceptamos con entusiasmo vuestra oferta.
Era preciso cierto tiempo para que las naves redujeran velocidad.
Era preciso cierto tiempo para que las naves kif que se dirigían al exterior del sistema completaran su trayecto con un salto hacia la oscuridad, hacia Punto Hoas y el sistema de Urtur, hacia Kshshti, Kefk, Tt’a’va’o, V’n’n’u y Nsthen. Siete naves, para seguir a Akkhtimakt pisándole los talones en un segundo ataque; y para caer sobre Dientes-de-oro, los humanos, los mahendo’sat y cualquier otra especie que pudiera aparecer, si acaso lograban encontrarla.
Pyanfar, abatida, pensó que aquella forma de actuar era tan implacable como efectiva, había que reconocerlo.
—Kkkkt —chasqueó Skkukuk por todo comentario—. Kkkkt. Te está desafiando, os desafía a todos. Kkkkt. Pero su garganta no se encuentra bajo protección. Tú estás aquí Piensa impresionarte. Cogerte por sorpresa, hakt’.
Hizo girar rápidamente su asiento para encararse con el kif que estaba sentado en la parte posterior del puente. Y tenía el vello de todo el cuerpo erizado.
—¿Cuáles son sus planes para nosotras?
—Formas parte de su sfik. Lo aumentas. Kkkkt. Su jugada es muy buena. Ha conseguido colocarte junto a su fuerza principal e inmovilizarte. Cualquier intento de partir hacia los territorios donde tienes recursos se verá bloqueado primero por su enemigo y luego por sus propias naves, cuya fuerza no conoces con precisión. Es una jugada excelente, hakt’. Pero yo tengo fe en ti.
—Fe.
—¿Palabra inadecuada? Sgotkkis.
—Llámalo fe. —Pyanfar echó las orejas hacia atrás y contempló su maldición particular con una expresión de clara y fría amenaza—. Ya que no tienes ni la menor idea de lo que pienso hacer, probablemente… Pero sigo estando aquí. Y mis recursos no han disminuido.
—Kkkkt, kkkt, skthot skku-nak’haktu.
Tu esclavo, capitana.
—Capitana —dijo Hilfy—. Comunicación de la Harukk, cito: «Has hecho una propuesta a las naves hani. Reunirás a las capitanas para mi inspección, a realizar en la estación. Final mensaje».
Segunda jugada. Está yendo demasiado rápido. Oh, dioses.
—Acusa recibo —dijo, con la frialdad de la rutina. Mientras tanto se iban abriendo paso muy lentamente por entre un sistema repleto de kif, hacia una estación que pronto se encontraría bajo el poder kif—. Sikkukkut bajará al muelle. Ese bastardo arrogante va a meter su nave ahí.
Si Dientes-de-oro y los humanos han frenado en seco y los kif les rebasan en el hiperespacio, podrían atacarnos ahí mismo.
Hilfy y Haral ya han pensado en ello. Como todas nosotras.
Si Akkhtimakt está dispuesto a entrar nuevamente en el sistema para atacar… es posible que ahora mismo una fuerza de ataque esté en el límite del sistema. O puede que ya esté entrando en él. No hay forma de saber si los kif también poseen el truco de pararse a mitad de un salto. Es muy posible que lo tengan. Quizás, quizás… Eso no es afirmar que todas sus naves puedan hacerlo, claro.
—Transmite —dijo—. Honrado sea el hakkikt: cuidado con los límites del sistema. Temo algo más que naves detectoras.
—Hecho —dijo Hilfy.
Estamos ayudando al bastardo con el que viajamos. Mientras estemos viajando con él.
Aceptaremos todas sus órdenes. Y mantendremos nuestras opciones actuales. Ehrran ha perdido todas las suyas. Hay hani en esa estación y sólo los dioses saben cuántos stsho están corriendo de un lado para otro. Mantén la cabeza tranquila, Pyanfar Chanur. Por los dioses, es tu única oportunidad.
—Recibimos instrucciones para atracar —murmuró por fin Hilfy. Las instrucciones aparecieron en la pantalla, donde las naves kif ya casi tocaban la estación.
Y Chur, con voz quejumbrosa, en el comunicador:
—Por todos los infiernos mahen, ¿qué está pasando?
—Calma —dijo Geran—. Todo va bien.
—La tripulación se derrumbará de puro cansancio —musitó Pyanfar—. Haral, sin prisas, operación de atraque normal. Tirun, ve abajo y descansa el resto de la guardia.
—Bien —dijo Tirun. Una vieja navegante del espacio a punto de caerse de bruces, agotada. El chasquido de un cinturón. Tirun se alejó en silencio, en dirección a la comida, el sueño, todo lo que pudiera conseguir.
—Jik pide que le dejemos salir —dijo Khym. La voz del mahen se había esfumado del comunicador. Khym le había hecho callar. El capitán de una nave de caza mahen, encerrado en un camarote de la cubierta inferior que, probablemente, intentaba encontrar un modo de provocar un cortocircuito en el pestillo electrónico o de hacer saltar la puerta.
—Jik —dijo ella, al tiempo que pulsaba la tecla correspondiente a la luz que parpadeaba en su sección del comunicador—. Estamos todas bien. Por todos los dioses, ten paciencia, descansa un poco, tenemos muchísimo que hacer y tú puedes ver la imagen de las pantallas. Vamos a entrar en el dique y mientras tanto no ocurrirá nada mas.
—Pyanfar. —La voz era tranquila y razonable, sin rastro de nervios—. Yo entender. Yo hacer problema, ¿afirmativo? Tú tener que proteger tu tripulación. Yo hacer disculpa. Yo mucha molestia, Pyanfar. Largo tiempo con kif volverme loco. Ahora yo tener tiempo pensar… yo saber qué hacer tú. Nosotros largo tiempo aliados. Nosotros ser amigos, Pyanfar. Mismo interés. Tú abrir puerta, ¿eh?
—Ya te he dicho que aquí arriba no hay nada que puedas hacer. Jik, aprovecha el poco tiempo que tienes para descansar, puede que te haga falta.
—Pyanfar. —Un golpe ahogado, el impacto de una mano cerca del receptor. Un fuerte impacto. Ahí se había terminado la paciencia—. Tú en malditas aguas profundas. ¿Oír? ¡Aguas profundas!
—Nosotras tenemos otra expresión para eso. —Agachó las orejas y volvió a erguirlas—. Ya te lo he dicho. Después de que atraquemos. Amigo, ya tenemos bastantes problemas. Quiero tu consejo, pero en estos momentos, y a tengo bastantes problemas entre manos.
—Ser guerra —dijo Jik, provocando un escalofrío en la espalda de la hani. La guerra era una palabra propia de los que nunca iban al espacio—. ¡Estúpida hani! ¡Las naves ir, ellas ir a cada condenado sitio, no poder detener, no poder detener!
—¡Por todos los dioses, estamos en el espacio abierto! ¡Esto es el Pacto, no estamos hablando de una maldita disputa provinciana sobre un terreno!
—No. No harus. Esta nueva especie cosa. No con reglas. Hablamos sobre hacer pelea todos kif, todas hani, todos mahendo’sat, hacer aliados, hacer golpe aquí, hacer golpe allá. Esta ser nueva especie palabra. No como clan y clan. No como ir consejo. Aquí nosotros no tener consejo. Guerra, Pyanfar, ni todos los diablos en infierno tener palabra para esta cosa yo ver.
El escalofrío era cada vez más helado.
—Yo también la veo. Bien, ¿cuáles son los proyectos mahendo’sat al respecto? ¿Qué han hecho hasta ahora? ¿Jugar con los kif hasta conseguir que se arrojen al cuello de las demás especies? ¿Empujar a las naves de Akkhtimakt para que se metan en el espacio hani? ¿Y mi mundo? ¿Cómo puedes suponer que voy a preocuparme por ti y los tuyos, así se pudra tu traicionero pellejo, cuando has engañado a toda mi especie? ¡Engañaste a los stsho, por los dioses, y para eso hace falta ser muy rápido! ¡Engañaste a los tc’a, los dioses nos ayuden, les engañaste a ellos y a los chi, y puede que a los knnn también!
—Tenemos humanos. Tenemos humanos, Pyanfar. Mismo tener naves caza, tener modo empujar ese bastardo fuera espacio territorio hani, tú tener que escuchar, Pyanfar, Pyanfar, ¡yo tener tiempo movimientos!
Su dedo ya estaba sobre la tecla de cierre, con la garra a medio salir. Pyanfar lo apartó.
—¿De veras? Tal y como entiendo yo el asunto, tienes algo más. Una nueva maniobra que hacen tus naves, igual que los humanos.
A eso siguió un silencio desde la cubierta inferior. Un profundo silencio. Y luego:
—Abrir esta puerta, Pyanfar.
—En el dique.
—¡Soshethi-sa! ¡Soshethi-ma hase mafeu!
Un golpe.
Pyanfar cerró la conexión y se volvió hacia Haral. Ésta, como si cumpliera con una obligación, agachó las orejas.
—No parece muy contento —dijo—. «Tiempo de movimientos». ¿A qué se refería?
—Por los dioses, apostaría a que existe. Y no debe de ser nada bueno para nosotras. Regalos mahen. «Tengo un regalo para ti». Jik, apareciendo en Kshshti. Nosotras, viendo cómo nuestros documentos se arreglaban milagrosamente para que pudiéramos venir aquí.
—Desde luego, puedo asegurarte que me gustaría saber qué había en el paquete que se llevó Banny.
—Te apuesto huevos contra perlas a que Jik metió algo dentro. Tengo una copia de la versión de Dientes-de-oro. Al menos, de la parte en la que no era preciso un traductor a quien engañar, y ésa no será la más delicada. Pero cualquier dato puede sernos de ayuda. Baja un grado las funciones de navegación: vamos a meter ese paquete en el descifrador de códigos.
—Lo empezaré a pasar en mi número cuatro —dijo Hilfy.
Pyanfar tecleó la secuencia de acceso y mandó el paquete de datos, al tiempo que la Orgullo empezaba a dejar espacio libre en el ordenador.
Jik no se lo había dicho todo a Sikkukkut. Ni a ella. Eso estaba claro. Había callado igual que un muerto en todo lo que se refería al asunto de los recursos técnicos mahen.
El archivo empezó a parpadear en el tablero de Hilfy.
Y cada vez se acercaban más al dique.
—Podría haber alguna nave al acecho fuera del sistema —dijo Hilfy—. He estado pensando en eso. En cualquier momento puede producirse un ataque.
—Qué alegría —dijo Geran. Eso sonaba casi normal, sus tripulantes se tiraban pullas y murmuraban entre ellas de un puesto a otro.
—La estación al habla —dijo Hilfy—. Cálculos para el atraque.
—Los tengo —dijo Haral, pasándolos al tablero de navegación—. ¿En automático?
—Sería mejor, ahí no hay nada que presente dificultad. —Pyanfar se mordisqueó los bigotes y luego empezó a tironear la uña de su tercer dedo, escupiendo al acabar—. Hilfy: a todas las hani en el muelle, en lenguaje hani, textual. La Orgullo de Chanur a todas las hani en el muelle: vamos a entrar en los diques 27, 28 y 29, consecutivos. Saludos a todas las aliadas; por el hogar y la sangre tomamos vuestra palabra y custodiaremos vuestra seguridad. Industria, saludos a tu capitana en nombre de Ruharun, compartimos una antepasada. No lo divulguemos, ¿de acuerdo? Fin del mensaje.
—Entendido —dijo Hilfy.
Haral la miró con el rostro muy serio y las orejas inclinadas hacia atrás.
—¿Crees que los kif leen poesía?
—Dioses, espero que no.
Hacía cinco décadas. Los días escolares, la literatura, aunque ella hubiera preferido diez veces más estar en su clase de matemáticas. Levántate y recita, Pyanfar.
—Por los dioses, espero que la nueva generación sí lo haga.
En la víspera del invierno a las puertas llegó Ruharun
bajo la negra bandada de aves, a través del patio nevado.
El blanco pañuelo al viento ondea, la roja pluma
señala las flechas inmóviles en los arcos
alrededor de los puestos y el sagrado altar donde se encuentra,
entre cien enemigos, aquél a quien sirve,
mas no prisionero, sino de sus enemigos ahora vuelto el primero.
Pero Ruharun conocía a su esposo, sabía que a pesar de ser hombre,
de mujer tenía el ingenio y la fuerza.
Y al suelo su arco arrojó, esparciendo sus flechas,
y quedó indefensa sobre la nieve de sangre manchada,
rindiendo así cabeza y fortuna ante sus enemigos…
—La Industria responde —dijo Hilfy—. Cito: «Recibido. 27, 28, 29. Tenemos otra pariente, Munur Faha. Saludos de ella. Estamos a tus órdenes».
—Que los dioses las protejan. —Pyanfar tragó una honda bocanada de aire. Mensaje recibido, escondido y devuelto una vez más bajo los hocicos de los kif. Munur Faha de la Viento Estelar era pariente de Chanur. Pero no de Harun. Harun no tenía parientes de ninguna clase.
Y Faha tenía una disputa de sangre con Tahar, de la Luna Creciente.
Sintió que un leve escalofrío le recorría la espalda. Era una respuesta al saludo en código que les había mandado. Se trataba de una advertencia y una pregunta tan sutiles como su mensaje. Destacaban a Faha mediante los saludos: vas en extrañas compañías, Pyanfar Chanur, un capitán de caza mahen, un príncipe kif y una pirata. La disputa entre Faha y Tahar era encarnizada y conocida por todas.
«A tus órdenes», en el mejor de los tonos, con sedosa suavidad. Eso era más propio del servilismo kif que de las hani; era humor, el más negro, lúgubre y austero humor de las navegantes espaciales, completamente. Juguemos, hani. Contigo y con tus extrañas amistades. Veamos adonde nos lleva el juego.
Que los dioses la ayudaran, debía realizar un esfuerzo mental para pensar de nuevo como una hani y averiguar cuáles eran los motivos de su propia especie. Era como cruzar un golfo, llevaba tanto tiempo en la orilla opuesta que las hani le resultaban tan extrañas como los stsho.
—Réplica: Os veré enseguida, en mi cubierta.
Las abrazaderas entraron en los orificios correspondientes. La gravedad de la Orgullo cambió de sentido, se reajustó. Otras líneas de conexión tintinearon en el casco y quedaron aseguradas con unos golpes sordos. No eran las primeras en llegar. Las tripulaciones de la Ikkhoitr y la Chakkuf estaban ya en los diques. La Harukk se hallaba en la última etapa del acercamiento. Pero ningún kif había venido para ayudar a las naves ajenas que entraban en el dique. Significativamente, se habían ocupado de sus naves y de ninguna otra. Quienes estaban arriesgando la vida al otro lado de esa pared eran tripulantes de la Industria.
—Tengo cosas que hacer —dijo Pyanfar, desabrochándose el seguro del cinturón.
—Bien —dijo Haral—. Sólo quedan las desconexiones rutinarias, capitana. Adelante.
Se levantó de su puesto y vio que alguien la contemplaba con aire preocupado. El pálido rostro de Tully, con los labios apretados y esa especie de vacío alrededor de los ojos, como siempre en una situación problemática.
Pensando, oh, dioses, sí, que éste podía ser el final de su viaje particular, en una estación donde los kif se habían apoderado de todo lo que habían querido, y donde los humanos seguían resultando muy interesantes para Sikkukkut an’nikktukktin. Tenía razones para preocuparse, al igual que Jik.
Llegaban mensajes con preguntas; la Luna Creciente, que atracaba, con el parloteo habitual de las operaciones. A la Aja Jin le faltaba un minuto para posarse.
Seguía participando en el juego, Kesurinan confiaba que su capitán había dado el consentimiento para este largo silencio.
—Seguid en los puestos —les dijo Pyanfar a todas, con el rostro ceñudo—. Khym, encárgate de vigilar la cubierta inferior.
—¿Vas a verle? —La miró con las orejas gachas, incluso la que llevaba el flamante anillo.
Las orejas de Pyanfar se agacharon también. Khym se dio la vuelta sin decir palabra.
—Tirun está abajo —dijo a su espalda, dirigiéndose a Tully y al anhelante Skkukuk.
Yo iría, hakt’, decía la mirada kif. Le abriría el cuello a ese mahendo’sat. Lo haría con todo mi entusiasmo, mekt-hakt’.
—Huh. —Se aseguró de que llevaba la pistola en el bolsillo y salió del puente. Sentía las rodillas flojas y tenía la impresión de que la gravedad aún estaba sufriendo variaciones. Buscó a tientas en su bolsillo al recordar que llevaba un paquete de concentrados, y lo bebió mientras el ascensor la transportaba hacia abajo.
El líquido salado llegó a su estómago y la reconfortó un poco. El pánico era capaz de acabar con el apetito de cualquiera. Incluso cuando el pánico había llegado a ser un estilo de vida y el cuerpo acababa de salir del salto. Comía porque así se lo indicaba su organismo. Intentaba no pensar en el regusto que dejaría luego esa comida en la boca. Ni tampoco en las naves que les rodeaban, o en la situación de los muelles.
Jik estaba tendido en la cama, con la cabeza reposando sobre los brazos. Cuando se abrió la puerta se incorporó en el lecho, con las pequeñas orejas pegadas al cráneo y el ceño fruncido.
—Ser tiempo.
—He venido aquí para hablar contigo. —Entró en el camarote y dejó que la puerta se cerrara tras ella. Las orejas de Jik se agitaron rápidamente y un instante después estaba sentado en el borde de la cama, tras haberse arreglado cuidadosamente el faldellín—. ¿Has escuchado las operaciones del puente?
—Afirmativo. —Una pregunta estúpida. Pero servía para abrir el diálogo. Jik tragó aire—. Tú hacer condenado buen trabajo, Pyanfar. Nosotros ahora quietos en estación, igual que stsho. Tener kif ir hacer volar Pacto al infierno. Ahora, ¿qué hacer?
—¿Qué quieres? ¿Salir corriendo de aquí? Hay naves hani aquí y diez mil kif se dirigen a Urtur, justo donde tú los querías, los dioses te pudran.
—Escuchar mí. Mejor tú escuchar mí ahora.
—Por el corredor de Kura. ¿No era ésa la idea?
—El ser kif, no hacer relación ti con esas hani. Ellas tener que ser listas, salvar cuello ellas solas… Mejor tú hacer propio negocio. Tú no tener pánico, Pyanfar. ¡No pensar igual que condenada hani de tierra! No arriesgar tu vida salvar esas hani. ¡Tú hacer que ellas mueran, tú hacer condenado jaleo!
Pyanfar echó las orejas hacia atrás.
—Naves kif se dirigen a mi mundo natal, Jik. ¿Qué debo hacer, eh? ¿Ignorar eso?
—Mismo que yo. —En los hombros de Jik se dibujaban claramente los músculos y tenía los puños apretados—. ¿Tú dejar que kif hacer tu plan por ti? Ellos empujar, entonces, ¿tú ir dirección prede-cible? ¡Maldita estúpida, maldita estúpida, Pyanfar! Tú encerrar mí, ¿ahora aceptar consejo kif? ¿Tú dejar ser empujada donde ese bastardo querer?
—¿Y en qué situación deja eso a mi mundo, eh? Tengo un mundo, Jik. Existe un lugar donde hay suficientes seres de mi especie como para sobrevivir. Los machos hani no salen al espacio, están todos en Anuurn. ¿Qué se supone que debo hacer, por el infierno mahen, jugar a tu lado y perder a toda mi especie? Nos han cogido, Jik, nos tienen acorralados. No me hables de bajas, no me digas que cualquier mundo y cualquier cantidad de vidas es igual porque no es cierto. Estamos hablando de toda mi especie, Jik, por los dioses. Si tuviera que volar en pedazos a cada hani que hay aquí y a trescientos mil stsho para obtener alguna solución, ¡lo haría, y además echaría a los mahendo’sat en esa pira mientras todavía ardiera, por los dioses que lo haría!
Las pupilas de Jik estaban rodeadas por círculos blancos. Tenía las orejas todavía echadas hacia atrás y los puños seguían apretados.
—¿Por qué tú aquí?
—Porque —le dijo ella— dos naves de carga y una de caza no pueden detener todo esto. Porque hay una posibilidad de que pueda conseguir que Sikkukkut haga aquello de lo que yo no soy capaz. Ahora, háblame de esos horarios tuyos. ¡Háblame de ello, Jik, y no te olvides de nada, incluidos los nombres de los capitanes!
Jik permaneció en silencio durante unos segundos.
—Tú confiar.
—Confiar… en un infierno mahen. Jik, dime la verdad. Ya no confío en nadie.
—Yo tener intereses mí proteger.
—No. —Se acercó a él y alzó el índice antes sus ojos, realizando un inmenso esfuerzo para que la garra no saliera de él—. Esta vez tú vas a confiar en mí. Esta vez me dirás todo lo que sabes. Habla. Dímelo todo.
—Pyanfar. Kif querer llevar ti a bordo Harukk. Ellos intentar interrogar mí, yo no hablar. Mi gobierno, ellos arreglar eso… —Se tocó la cabeza con la punta de los dedos—. Yo no poder hablar. No poder ser fuerza. Tú otro trato distinto. Ellos pronto hacerte pedazos para hablar. Saber todo. Ellos saber que tú tenerme a bordo, ¿afirmativo? Saber que tú tener ocasión hacerme hablar. Quizás ellos darme ti por misma razón… ellos no poder, quizá Pyanfar poder, ¿afirmativo? Quizá bloqueo no funcionar cuando tú preguntar, yo decir ti todo igual que condenado estúpido.
—¿Puedes decírmelo? Lo que te hicieron, lo que te hizo tu Personaje… ¿puede hacer que me mientas, incluso aunque no quieras hacerlo?
Jik se estremeció visiblemente. Movió las manos de forma espasmódica.
—Yo pedir no hacer.
—Jik… debes confiar en mí, por mucho que te hayan manipulado. Jik, tengo que preguntarlo aunque eso pueda matarte. ¿Qué sabes acerca de ese horario de movimientos?
El temblor se extendió a todos sus miembros. Se rodeó el cuerpo con los brazos, apretando con fuerza, como si la habitación se hubiera congelado de repente. Y la miró fijamente a los ojos.
—Catorce —dijo, castañeteándole los dientes—. Dieciocho. Veinte. Veinticuatro… Primero. Séptimo. —Otro espasmo—. Este mes. Siguiente. Siguiente. Tener q-que maniobrar… hacer salto coordenado con mismos.
—¿Quieres decir que los movimientos deben hacerse en fechas determinadas hacia ciertos puntos?
—Donde tener a-amenaza. No luchar. Retroceder. Hacer otro punto salto en fecha de foco.
—De forma que tus naves de caza, siguiendo a los kif, coincidan y puedan lanzarse todas juntas sobre ellos.
—Co-in-cidir. Afirmativo. —Un ademán tembloroso—. Más complicado, Pyanfar. Nosotros empujar, nosotros tirar. Hacer que kif luchar kif. Hacer que kif ir hacia Urtur, hacia Kita.
—¡Hacia Anuurn!
—Tener… tener ayuda ir ahí. Proteger espalda. ¡No traicionar ti, Pyanfar!
Pyanfar sintió que se le aflojaban las piernas, se dejó caer hasta quedar en cuclillas allí mismo y alzó los ojos hacia un tembloroso mahendo’sat sentado al borde de la cama.
—Júralo.
—Dios testigo. Verdad, Pyanfar. Tú tener ayuda. —Tensó los dedos una vez más—. Ana… yo, Aja Jin. El tener oportunidad. ¡Tener oportunidad, maldición, y salir corriendo de este lugar, dejarnos en maldito jaleo! Tener otro plan. Él tener otro plan, ir para lanzar kif sobre kif, maldito conservador.
—O quizás en lo más hondo sospecha que sus aliados humanos no son dignos de confianza. ¿Y si estuviera seguro de ello? ¿Qué haría?
—Él condenadamente preocupado. Mismo tener preocupación con tc’a. —Otro estremecimiento convulsivo. Jik se limpió el rostro, reluciente de sudor—. Él quizás escuchar mí demasiado. Aceptar mi consejo. Yo venir dentro su sección del espacio. Él maldito sorprendido ver mí en Kefk. Yo decir él… decir él tenemos que salvar este kif, hacer número uno él. Cierto. Él estar confuso, él salir asunto. —Golpeó con el puño sobre la cama—. Yo no enviar código. Tú entender. Yo no en Aja Jin. ¡Yo no enviar código, él no atacar!
—Kesurinan no sabe todo esto.
—Yo no muerto. Ella tener archivo que leer si yo estar muerto, pero yo estar en nave amiga, ¿eh? Ella seguir tus instrucciones, ella pensar que yo en puente… Ella no saber. ¡Ella no enviar el maldito código y Ana no atacar este kif!
Sintió nuevamente que se le revolvía el estómago. Le miró en silencio. ¿Y me has dicho la verdad, incluso ahora, viejo amigo, mi sincero amigo? ¿O acaso lo único que has hecho es contarme otra mentira para que siga en la dirección que te conviene? ¿O me has revelado la única verdad que tienes, la que te han hecho creer mediante un lavado de cerebro? ¿Sería capaz tu propia gente de hacerte eso?
¿Se detendrían ante eso cuando ya te han manipulado con otros fines?
Que los dioses nos salven, casi confío más en los kif.
—Jik, los kif nos habrían hecho volar en pedazos antes de que pudiéramos ayudar a nadie. Podríamos haberlo perdido todo. No creo que hubiera funcionado. Todavía tenemos una oportunidad, ¿no? ¿Dónde está nuestro próximo punto de cita? ¿Cuándo es?
—Kita. Dieciocho próximo mes.
—Imposible. Dame el siguiente punto al cual podamos llegar. ¿O es aquí mismo? ¿Acaso Dientes-de-oro se limita a esperar una señal?
—Dos meses. Veinticuatro. Urtur. Tú tener. Quizás estar ahí. Quizás no. Ahora tener seis, siete naves que salir de aquí.
Y una sola nave que entrara en el sistema a una velocidad extremadamente alta gozaba de una ventaja decisiva en el ataque. Si además resultaba tener la ventaja de la posición, los disparos que efectuara a gran velocidad podían destrozar las naves más lentas.
—¿Cuándo volverá Dientes-de-oro?
—Yo no decir que él volver. No saber qué hacer él. ¡No tener maldita señal!
—Por todos los dioses, Jik, cálmate, tienes que poner algo de orden en tu cabeza, sea como sea. Sabes lo que hará. Mi información dice que puede detenerse a mitad de un salto y dar la vuelta, y que quizá todas esas naves pueden hacerlo. ¿Está aquí, Jik? ¿Es Punto de Encuentro el sitio donde debemos estar? ¿Era ése el mensaje que debía recibir de Kesurinan y que no recibió… el que iba destinado a él, unos cuantos días o unas cuantas horas fuera del sistema, era realmente ése?
Terror. Algo que nunca había visto antes en Jik. Terror, puro y simple.
—¿Tienes miedo de que se lo diga al hakkikt? ¿Tienes miedo de que logre adivinar demasiado por mi cuenta? —Su posición, sentada ante él, era vulnerable: estaba demasiado cerca de Jik. Se puso en pie y le miró, consciente en todo momento de la pistola que tenía en el bolsillo—. ¿Tienes miedo que revele todo eso?
—Tú maldita estúpida.
—Quiero tu ayuda. Tú quieres la mía. ¿Quieres saber cuáles son tus oportunidades con las hani? ¿Quieres saber a qué quedarían reducidas si te enfrentaras solo a los kif, con tres gobiernos humanos engañándose mutuamente, y con los tc’a y los chi, que los dioses nos ayuden, maldito lunático? Vuelve a hacer tus cálculos, Jik, ¿me oyes? Tienes cierta autoridad, la suficiente como para enfrentarte a un problema y solventarlo, eso he logrado averiguarlo. Y lo que te estoy dando es justamente eso, un problema; lo que te estoy dando es el hecho de que tenemos a este bastardo dispuesto a llevarse por delante toda mi especie, a matarnos a todos. Esto te haría perder una aliada y un gran mercado, ¿no?, te haría perder a tus amigas justo cuando más las necesitaras y cuando más falta le harían a tu Personaje. Los humanos no constituyen ni la mitad de tu problema. Yo soy tu problema, y el han. Y no puedes darme órdenes. Yo poseo la influencia, yo manejo la situación y, de repente, me enfrento a una amenaza contra mi planeta, Jik. Esto significa que actuaré según mi criterio, por todos los dioses, y no pienso salir disparada en la maldita dirección que tú desees. Ya he decidido la dirección en que debo ir. Y a ti no te queda más opción que la mía, porque te pegaré un tiro antes de consentir que hagas algo para detenerme. Te quiero como si fueras una de mis parientes, pero te pegaré un tiro con mis propias manos, ¿me has oído bien, mahen? O me ayudas y me dices la verdad respecto los lugares de cita, y puede que entonces todavía te quede una aliada, o te juro que te mataré.
Los músculos del mahen seguían tensos. Muy tensos. Tardó mucho tiempo en responderle.
—Entender —dijo por fin—. Tú abrir puerta, ¿afirmativo?
—No hay trato. No en tus términos, ¿me oyes?
Jik se puso en pie, le dio un tirón a su faldellín para arreglárselo y la miró. Y, de repente, movió bruscamente la mano, como para golpearla. Pyanfar se apartó con las orejas gachas.
—Primera cosa —dijo él—, tú tener que aprender nunca confiar trato con bastardo. Tú maldita excelente mercader. Pero kif no ser eso.
—Tú tampoco lo eres. Te estoy proponiendo otra cosa. Te estoy diciendo que no vas a romperme el cuello porque seas más listo que yo.
—Tú tener razón. —Tragó aire con un resoplido. Las delgadas arrugas que rodeaban los ojos del mahen se tensaron, se relajaron y volvieron a tensarse en una expresión muy parecida a la de Tully—. Quererte igual que pariente. Mismo. Tener decirte ti que tú perder sangre. —Se tocó el corazón—. Mismo si tú ganar, mismo si tú perder. Tú número uno buena. Tener mucho haoti-ma. Mucho. Yo hacer trato, honesto. Tú darme de fumar, yo dar ti horario completo.
—Condenado loco…
—Sikkukkut no única fuente. Tú tener toda estación. Tú tener que preguntar Aja Jin. Mismo traer.
—Las drogas te han echado a perder los sesos.
En los ojos de Jik ardió una leve chispa.
—Tú querer yo seguir a bordo, tú tener que encontrar mí para fumar. Yo ser piloto número uno primera clase. Mejor todavía cuando yo estar tranquilo. Quizá tú necesitar. Tú, Haral, vosotras números uno también. No demasiados.
—¿De qué estás hablando?
—Mismo tú. —Propinó otro tirón a su faldellín. Había perdido peso—. Tú tener trato. —Más arruguitas alrededor de los ojos, una mueca—. Mi Personaje maldecir yo infierno. Mismo ser viejo territorio para mí. Tú querer mí, tú tener. Mientras, Sikkukkut no coger todos nosotros. Tú tener buen instinto comercio, hani. Número uno bueno primera clase. Éste ser trato duro. Quizás él coger mí. Quizás él coger ti: tú no saber eso. Tú querer plan, tú tener que sacar mí de apuro. Poner a salvo.
—No ha pedido que te entregáramos.
—Él hacer. Tú esperar, ver. Yo conocer este kif.
—¿Qué tal andan tus nervios?
—Tú no olvidar traer mí para fumar, ¿eh? Mismo entonces tú sacar mí fuera.
—Capitana —interrumpió Hilfy por el comunicador—. La Harukk está entrando ahora mismo. Insisten en recoger a todas las capitanas. Con escoltas adecuadas. Quieren también a Jik y a Tully.
Jik alzó las cejas.
—¿Ver?
—Los dioses se lleven a ese kif… —Pero entonces pensó: Podría dejar a cada una de las naves que están aquí sin nadie al mando, ¿no? Yo. Dur Tahar. Eso dejaría a Haral Araun, pero él no la conoce lo bastante bien.
Necesito una escolta. Haral no. Dioses, no puedo sacar a Haral de esta nave. Ni a ninguna de mis tripulantes. Sólo a mi intérprete.
—Hilfy, dile a Skkukuk que nos acompañará. No vendrá nadie más excepto los que han reclamado los kif. Mándame el equipo abajo y una automática para Jik. Vamos a demostrarles algo.
Quieran los dioses que el resto de las capitanas conserven el sentido común. Quieran los dioses que comprendan los viejos poemas épicos.
—Bien —dijo Hilfy al cabo de un segundo—. Capitana, Tahar está aquí. Las demás ya vienen. Haral pregunta si las dejamos entrar.
No está contenta. No. A Sikkukkut no le va a gustar esto.
Y no, sobrina, no estoy loca.
Sencillamente, no tengo elección.
El ascensor estaba en marcha. Debía de ser Tully, que bajaba. O el kif. Pyanfar fue por el pasillo acompañada de Jik. Divisó a Tirun, que venía por el otro lado, justo cuando la escotilla se abría con el característico gemido, seguido de un golpe sordo, para dejar que alguien entrara en la nave.
También entró, además, una considerable cantidad del frío aire de Punto de Encuentro, con su típico olor. Sintió una oleada de nostalgia que, al desvanecerse, le dejó un leve dolor. Los viejos tiempos habían sido malos, pero este olor le resultaba muy familiar y, con ello, sólo conseguía que en comparación el presente le pareciera aún peor.
Tully y Skkukuk llegaron juntos, este último cargado de armas que tintineaban a cada paso; además de la suya llevaba la que había conseguido en el muelle de Kefk. Pyanfar pensó con amargura que quizá la llevaba por motivos sentimentales.
Tully llevaba su propia arma en bandolera y una automática colgada en la cintura. No se precisaban garras para manejarla, bastaba con meter los cartuchos y apretar el gatillo. Podía utilizarla y era bueno con ella. Ya lo había demostrado en Kefk.
Y, por el corredor de la compuerta, llegaba Dur Tahar, con Soje Kesurinan.
Pyanfar tragó aire.
Bien, ¿cómo impedírselo? Si las hani iban a celebrar una reunión bajo las mismas narices del hakkikt, ¿cómo impedir que Kesurinan se les uniera? ¿Y cómo iba a impedírselo a Jik?
—Tenemos un problema —murmuró—. Jik, no lo hagas.
—Lo —dijo él—. Soje. Shoshe-mi.
—Shoshe —respondió Kesurinan. Y algo más, en dialecto.
Mientras tanto, otras siluetas llegaban por el blanco pasillo, algunas vestidas con el brillante ropaje hani y provistas de armas. Y había una silueta alta y oscura… un kif desconocido caminando a su antojo por la cubierta inferior de la Orgullo.
La respuesta a su jugada.
¿Qué hacer, Pyanfar? ¿Echarle de aquí? Vamos a tener una conferencia, amistosa, probablemente es un tripulante de la Ikkhoitr, y quizás ese bastardo sea uno de los esbirros favoritos de Sikkukkut.
Su corazón empezó a latir a marchas forzadas. Estúpida. Dos veces estúpida. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer ahora?
—Dioses —musitó Hilfy—, tenemos a Kesurinan y a un kif al otro lado de la compuerta. ¡Maldición! Haral…
—Estoy en ello, estoy en ello. —En la voz de Haral había una sombra de indignación. Lo observaban todo desde el puente. No podían hacer nada más.
—Voy a bajar —dijo Khym, con un gruñido más profundo y ominoso.
—Calma, calma, no hagas nada, la capitana ya se cuida de manejar la situación. No empeoremos las cosas.
Y, por el comunicador:
—Orgullo de Chanur, aquí la Viajera Estelar de Vrossauru, nuestra capitana debería estar a punto de llegar a vuestra escotilla. Confirmadlo, por favor.
—Confirmado, Viajera Estelar. No hay dificultades. —Aparentaban una confianza que no sentían.
—El ascensor del puente está bajo control —dijo Haral—. Aquí dentro estamos a salvo. No intentarán nada contra nosotras. No creo que se atrevan.
—Faha debe de estar royéndose los bigotes por tener a Tahar tan cerca —comentó Hilfy.
—Por lo menos no han tomado partido por Ehrran —suspiró Geran.
—Son navegantes del espacio —afirmó Haral—. ¿Apuestas algo a que esa jovencita de pantalones negros se detuvo para consultar con estas tripulaciones antes de largarse? Ellas ya tenían los traseros en el fuego y estoy segura de que eso no les ayudó en absoluto.
Tenía sentido. Que las hani situadas dentro del sistema no hubieran huido significaba que no habían tenido ocasión de hacerlo: bien sabían los dioses que una comerciante no podía sacar provecho alguno de esta crisis.
Y ahora las hani que estaban en la estación debían enfrentarse a una locura más: kif controlando la estación. Y junto a los kif, una nave de caza mahen y, con ellos, Tahar y Chanur, que eran enemigas de sangre.
Pero si esas naves se habían visto atrapadas en Punto de Encuentro durante todos los disturbios, ya debían estar acostumbradas a las locuras.
—Orgullo de Chanur —dijo el comunicador—, aquí la Viento Estelar de Faha. Pedimos explicaciones de lo ocurrido en cuanto podáis ofrecerlas. Estaremos esperando señal mediante haz concentrado de energía.
Una vieja y curtida navegante espacial, muy cuidadosa en sus movimientos. Toda una vida de experiencia con los kif. Y corría un riesgo mayor de lo que suponía.
—Viento Estelar, aquí la Orgullo, recibido vuestro mensajes. —El tablero informó que el impulso había sido almacenado en el plato receptor de la Orgullo, y confirmó que enviaban su propio haz; todo con mucha discreción y confiando en que a los dioses les viniera en gana impedir que los kif captaran ese furtivo intercambio de mensaje—. Haral, tenemos una comunicación de nave a nave…
—Córtala —dijo Haral, y Hilfy obedeció de inmediato, cerrando el contacto. Después, mediante el sistema de transmisión entre los puestos, Haral se apoderó del canal—. Aquí Haral Araun, oficial al mando, Orgullo de Chanur: todas las comunicaciones se transmitirán a través de la estación. El mekt-hakkikt Sikkukkut an’nikktukktin es un aliado, no estamos autorizadas a proporcionar más información… ¿estoy hablando con Junury?
—Puedes apostar por los dioses a que sí. Haral, por el infierno mahen, ¿qué ocurre entre vosotras y Ehrran? ¿Puedes responderme al menos a esa pregunta?
—Una disputa de sangre, eso es lo que ocurre. Lo cual es ajeno a este sistema, excepto ciertos tratos con los stsho. Y ciertos tratos con el han. Luego te informaré sobre ello. Junury y quien esté escuchando: dentro del han se nos ha engañado. Todos los clanes que navegan por el espacio han sido engañados y dejados fuera de juego por unas cuantas bastardas que nunca han abandonado el planeta, unas malditas viejas de nariz canosa con los bolsillos repletos. Hemos solucionado la disputa de sangre que teníamos con Tahar y sólo los dioses saben cuánta sangre ha tenido que verter ésta para pagarla. Ahora mismo tengo a una prima en cama debido a un disparo que recibió en Kshshti por culpa de Ehrran y de ese bastardo de Akkhtimakt. Tenemos unos cuantos problemas que resolver… los intereses hani están en juego ahora más que nunca. Y doy gracias a los dioses de que te hayas quedado aquí, Junury. Eso es lo que he dicho, doy gracias a los dioses: ahora podemos utilizar esa ayuda; no sé si habrías logrado pasar por donde pretendías. ¿Me comprendes?
Una larga pausa.
—Te comprendo. Te comprendo, Haral Araun.
Teniendo en cuenta que procedía de Haral, eso era pura elocuencia. Hilfy tragó aire al mismo tiempo que Haral e intentó pensar en si Haral había camuflado algún mensaje entre las líneas del discurso: ella sólo había logrado percibir cuidado, cuidado, cuidado, nos están escuchando.
—Viento Estelar. —La transmisión venía de otra fuente—. Aquí la Luna Creciente. Nuestra capitana se ha ido igual que la vuestra. Nos hemos puesto bajo custodia de Chanur. Nos presentaremos a juicio. Araun es demasiado cortés. Volvemos precisamente para eso. No teníamos elección, así que nos rendimos. Conservamos las armas y actuamos bajo las instrucciones de Chanur. Fin del mensaje.
Las transmisiones cesaron. Discretamente.
Hilfy volvió a conectar el canal del intercomunicador en el cual estaba Khym, se reclinó en el asiento y trató de no pensar en nada. Flexionó la mano, sacó las garras e intentó mantener erguidas las orejas para que su expresión no pareciera preocupada, como hacía Tirun, sentada al final de la hilera de puestos, ya que Khym nef Mahn estaba junto a ella con un anillo recién ganado en la oreja: un macho, con un anillo de navegante espacial, con el rostro lleno de cicatrices fruncido en una mueca preocupada, pensando en los problemas que podía haber en la cubierta inferior y totalmente seguro de que Pyanfar debía de reunirse ahora con los kif.
Sólo los dioses podían saber qué le mantenía sentado en su puesto sin que su temperamento estallara; Hilfy sentía aquella presencia, a la derecha de su puesto, como la de una tormenta a punto de estallar, como algo listo para hacer erupción pero nunca llegaba a hacerlo.
—Maldita Ehrran… —murmuró Khym para sí mismo—. Condenada Inmune. Me gustaría echar la mano encima a unas cuantas de ésas.
Khym nef Mahn no era dado a los juramentos. Hilfy le miró con cierta aprensión y percibió la expresión del rostro masculino y el ángulo de las orejas: un macho a punto de perder el control. Sin ningún enemigo cerca de él.
—Salud —murmuró Pyanfar. Casi todos los demás saludos estaban cargados de connotaciones peligrosas en el kif básico. Mientras tanto, otras capitanas entraban en la cubierta inferior de la Orgullo y se unían a la conferencia. Un kif de Sikkukkut estaba presente como testigo. Su kif particular se mantenía inmóvil y alerta, rifle en mano. Prudente y, bien lo sabían los dioses, ingenuo e ignorante a su manera kif—. Todo va bien —dijo en jerga y luego, en hani, añadió—: Kerin, hau mauru. —Mujeres del clan, no hay nada de que preocuparse—. ¿Haaru sasfynurhy aur? —¿Todas entendéis la jerga? Alzó significativamente los ojos hacia el techo y recorrió su contorno. Nos están vigilando. Daros por advertidas—. Éste es Tully. Y na Jik. Nomesteturjai. Y su primer oficial, Kesurinan. —No hacía falta más. Desde Gaohn, la Aja Jin era famosa entre las hani. Bastantes orejas se alzaron en señal de respeto entre esas hani armadas cuyo vello presentaba diversas tonalidades por proceder de todos los continentes de Anuurn, la mayor parte tenía la nariz grisácea como Kauryfy Harun, que venía con escoltas más jóvenes que ella. La única que no irguió las orejas fue Munur Fahar, una hani no muy alta y de vello color rojo oro, una joven a cuyo lado estaba una vieja oficial de rostro curtido y nariz grisácea: Sura Faha, una firme veterana digna de toda confianza.
Las conocía a casi todas de los muelles que se extendían de uno a otro confín del Pacto, y la presencia de estos rostros familiares tendría que haber sido un consuelo. Pero el sentirse apartada de todos ellos era como una sacudida mortal, y le hizo darse cuenta de cuan lejos estaba de la civilización: era como si lo viera todo a través de una ventana.
Y para complicarlo todo, ahí estaba Dur Tahar, en mitad de un grupo que había jurado severamente echar mano a su pellejo de pirata, y cuyo armamento era más pesado que el de las demás capitanas, ya que el suyo era legal en el Pacto.
—Éste es Skkukuk —tuvo que añadir para rematar el discurso, sin alterarse y sin vacilar, gesticulando con la mano izquierda—. Es mío. Sha mhify-shau.
Mi macho-vasallo. Había retorcido el lenguaje para crear una palabra que nunca había existido y, para colmo, había calificado de macho a un kif, porque no se trataba de una hembra, al menos por lo que ella sabía. Mhify era la palabra para una hembra que llegaba a unirse a un clan más poderoso. Las hembras podían hacer eso. Los machos tenían que abrirse paso luchando, arriesgando la vida y exponiéndose a que las hembras del clan los expulsaran antes de poder desafiar al señor para conseguir su puesto. Un macho vasallo, ciertamente. Hubo una agitación general de orejas en toda la habitación y muchas se abatieron; los entrecejos se fruncieron todavía más.
—Fue un regalo —dijo—. El hakkikt, alabado sea… —Otra mirada hacia lo alto: no estamos solas, amigas—. No podía explicar nada cuando mandé ese mensaje, pero nos enfrentamos a una situación muy delicada. Seré honesta con vosotras: el han ha firmado algún tipo de tratado con los stsho y tal vez Rhif Ehrran lo llevara… pasó por aquí. Es posible que no se haya detenido.
—No lo hizo —dijo Kauryfy, y tragó aire, las manos engarriadas en torno al cinturón—. Pero difundió un mensaje de aviso. —Las orejas de Kauryfy se pegaron al cráneo, se alzaron y luego se abatieron una vez más nerviosamente—. Dijo que venían los kif, nosotras estábamos rodeadas de alienígenas. Unas pésimas noticias, por los dioses. Nos quedamos atrapadas aquí… y supongo que este hakkikt no es amigo del otro.
—Podría decirse así. —Agitó sus orejas. Cuidado, Kauryfy. No eres ninguna estúpida, no demuestres ahora lo contrario. Vigila tu boca—. Os alegráis de vernos, ¿no?
—Este lugar se ha vuelto loco. Condenados alienígenas… Los mahendo’sat pelean con los kif. Los stsho entran en Fase por cualquier sitio. Apenas ha pasado una hora y ya no sabes si estás tratando con el mismo de antes. Sólo los dioses saben quién mantiene el sistema de apoyo vital en la estación. Este Akkhtimakt… ¿no es amigo tuyo?
—No.
—Bien, tampoco lo es nuestro. Un podrido jaleo, eso es lo que tenemos aquí. Nos vimos atrapadas con Urtur cerrado y lo único que hacíamos era ir acumulando facturas de muelle y cubrirnos de hipotecas con los condenados stsho, mientras todo enloquecía… ¡Cinco meses, durante cinco meses nos hemos visto atascadas en este maldito puerto de locos, Chanur! Y ahora tenemos a los kif. Vinieron en son de paz. Nosotras sabíamos, por los dioses, sabíamos lo que ese kif había hecho en Urtur, y ese maldito imbécil de stsho diciendo por el comunicador que ellos le habían pedido que viniera, que todo estaba dentro del tratado…
—Lo estaba. El tratado con el han y luego, gracias a un cambio de chaqueta, otro tratado con Akkhtimakt. Todo para salvarles de la humanidad.
—Bien, pues han hecho un negocio condenadamente malo.
—Os quedasteis atascadas aquí.
—Nos quedamos atascadas aquí. Llegó ese kif y prohibió todo el tráfico, se metió en la estación e hizo lo que ya imaginas. Mientras todo daba la impresión de estar a punto de salir volando en pedazos al infierno mahen, le seguimos la corriente, entonces aparecieron los mahendo’sat y los humanos, y los kif se largaron de la estación. Nos quedamos inmóviles y esperamos por todos los dioses que no se tratara de nuestro problema. Ahora supongo que sí lo es.
En el rostro de Kauryfy se produjo una sutil serie de cambios: una tensión en los músculos de la nariz, el ligero y calculado fruncimiento de un tendón junto a la oreja… todo un tesoro de señales que un kif podía pasar por alto. Confío en ti sólo a medias y hay muchas cosas que no pienso decir en voz alta.
—Sí —dijo Pyanfar, enviándole una serie similar de señales y metiendo las manos en el cinturón. Así que los humanos llegaron aquí surgiendo de la oscuridad. No puede ser una coincidencia. Frenaron a mitad de un salto y se detuvieron aquí. Por los dioses, estaban esperando. Dientes-de-oro lo sabía—. Es nuestro problema. Todo el Pacto se está desintegrando y por culpa de la política del han estamos en un lío. Os necesito, ¿me oís? No penséis más en los alienígenas. El hakkikt va a preguntaros cuál es vuestra posición. Y una cosa puedo deciros: jamás nos hemos encontrado en peor situación. Podéis creerme a mí o podéis creer a Ehrran a eso se resume todo. Confío en que su mensaje contenga algo más que las últimas noticias: debía de tener mucho que decir sobre nosotras.
Hubo un prolongado silencio. Las orejas de sus interlocutoras se abatieron y luego volvieron a erguirse levemente.
—Llegó hasta aquí —dijo Munur Faha—. Nos lo dijeron los stsho y también supimos que no se detuvo. Iba hacia Urtur.
—Que los dioses la frían —dijo Tirun.
—Hay una razón realmente poderosa para que no desee vernos de nuevo —dijo Pyanfar—. Es un asunto del han. Mientras tanto, tenemos nuestros propios problemas de que ocuparnos. Los vuestros y también los nuestros. Es un asunto realmente crítico.
—¿Puedes ser más precisa? —le preguntó Kauryfy.
—Debemos arreglar las cosas entre nosotras. Esto no ha terminado, al contrario. Quiero que aceptéis mis órdenes.
Las pupilas de Kauryfy se contrajeron velozmente y volvieron a dilatarse. Los bigotes le cayeron hacia los labios.
—Hace unos cuantos años que nos conocemos, ¿verdad?
—Recuerda Hoas.
Una escaramuza con los kif, en tiempos de sus pequeños actos de piratería. Otro destello en los ojos de Kauryfy.
—Sí —dijo Kauryfy, y desplazó la mirada de ella a la sombría silueta kif que Pyanfar tenía a la espalda, para observarla de nuevo después—. Bien, entonces te seguiremos.
—Yo también —asintió Haurnar Vrossaru, con su profundo acento norteño.
—Y yo —aceptó Haroury Pauran, tan oscura como algunos mahendo’sat, con un ojo azul y el otro dorado. Se metió las manos en el cinturón y frunció el ceño, mirando de soslayo a la joven Munur Faha, quien repentinamente bajó la vista y alzó las orejas.
—De acuerdo —manifestó Munur. Era prima de Hilfy en grado bastante lejano—. Estoy contigo.
Eso dejaba a otras dos. Vaury Shaurnurn se mordisqueaba los bigotes y había dado media vuelta, apartándose un poco de ellas: la otra (debía ser Tauran, por eliminación, de la Estrella de Tauran) se volvió para mirar a Shaurnurn. Y luego a Tahar.
—Algunas parientes nuestras murieron en Gaohn —dijo Tauran.
—Ahora estamos aquí —respondió Tahar.
—Kkkkt —interrumpió Skkukuk, que tenía unas antenas muy finas para los problemas. Alzó levemente la larga mandíbula, al igual que el arma. Y el otro kif se envaro.
—Pasiry murió en Gaohn. Tus aliados le dispararon en el vientre. Se desangró hasta morir mientras nosotras estábamos atrapadas, sin poder movernos.
—Ahora estamos aquí —intervino Pyanfar—. Discutámoslo luego. Por todos los dioses, ker Vaury: luego te explicaré dónde conseguimos la ayuda de Tahar. En estos momentos tenemos una cita. Una cita importante. En nombre de Ruharun, prima…
No eran parientes en absoluto. Vaury Shaurnurn la miró con las orejas gachas. Prima, Escúchame, ker Vaury. No creas nada de lo que digo, haz todo lo que te pido, no cometas ningún error, prima.
Clavó los ojos en los de Vaury Shaurnurn y trató de emitir ese pensamiento con toda la fuerza de que era capaz. Las orejas de Vaury se agacharon y volvieron a erguirse.
—Prima —dijo Vaury lenta y cuidadosamente—, hemos tenido problemas en común, ¿verdad? Siempre te has mostrado cortés conmigo; de acuerdo. Eso es cuanto pienso decir. De acuerdo. —Vaury miró a Tully, midiéndole con la mirada—. ¿Es el mismo? —Por un segundo detuvo los ojos sobre la automática que Tully llevaba en la cadera y luego los llevó nuevamente hacia su rostro—. ¿Es el mismo humano de Gaohn?
—Tully —dijo Pyanfar—. Sí. —Miró de soslayo hacia el kif desconocido—. En cuanto a quién es nuestro visitante, se trata de otro asunto. Creo que es un tripulante de la Ikkhoitr.
—Ikkhoitru-hakt’.
—Capitán… —Se le erizó el vello en la espalda—. Nos sentimos honradas. Confío en que tu gente nos escolte hasta la Harukk.
El capitán de la Ikkhoitr se dio la vuelta y se alejó en esa dirección, parco en palabras como todos los kif. Y sin dar muestras de ninguna cortesía hani.
—Kkkkt —dijo Skkukuk a modo de advertencia.
El gesto de ese capitán no era precisamente amistoso. Como todos los kif, estaba presionándola, buscaba puntos débiles y posibles ventajas, y sin pretenderlo, ella había logrado convertir un pequeño descuido de la cortesía hani en una ironía. Le había dado órdenes al capitán kif.
Había invocado al hakkikt. Y, al ser kif, él no osaba perder tiempo o vacilar. Había logrado apuntarse un tanto sobre él, cuando el kif había venido en busca errores y debilidades, mortalmente peligroso y lleno de recursos.
Tenía la esperanza de que no hubiera encontrado nada de eso. O que, al menos, ese kif no tuviera la costumbre de mentir en ciertos asuntos.
—Skkukuk dice que le vigilemos —les murmuró a las otras—. Tirun, quédate a bordo, ¿entendido?
A Tirun no le gustó. Pero su tripulación no discutía ninguna de las órdenes en los últimos tiempos. No delante de un kif, aunque fuera su propio kif.
La escotilla terminó su ciclo y abrió paso al grupo. Volvió a cerrarse con un ruido que se oyó en el puente por encima del continuo zumbar y chasquear de las comunicaciones y telemetrías que recibían.
—Es el sello de la compuerta —le dijo Taral a Tirun, todavía en la cubierta inferior—. Sube.
—Las comunicaciones de la estación continúan a un ritmo bastante frenético —comentó Hilfy—. Esos malditos stsho se están volviendo locos. No logro sacar nada en claro salvo lo felices que están por tener nuevamente al noble hakkikt en… —Parpadeó cuando notó que Geran volvía repentinamente la cabeza y repitió el gesto al ver a Chur que entraba con paso vacilante en la estancia; Chur, sin sus anillos, cubierta con una toalla y con la aguja del implante todavía en su brazo protegida con cinta adhesiva. La barba y la melena apenas le brillaban y en el vello se le notaban manchas rosadas a través de las cuales asomaba la piel. Las costillas le sobresalían por encima del vientre, que se había ahuecado hacia el interior—. Geran… —dijo Hilfy, pero Geran la había cogido ya.
Haral hizo girar su asiento para ponerse al corriente de la situación.
—Geran, por todos los dioses…
—Tenía que caminar un poco —dijo Chur. Su voz era un mero fantasma de la normal, pero recorrió con la mirada los monitores y las lecturas—. Estamos en apuros, ¿no? La escotilla funcionando ahí abajo… No podéis esperar que duerma con tanto ruido. Geran, ayúdame a sentarme, tengo que hacerlo. ¿Quién te está cubriendo en el puesto?
—Él. —Refiriéndose a Khym.
—Eres toda una emergencia —dijo Haral—. Maldita sea, siéntate. —Chur se derrumbó sobre el asiento de Skkukuk—. Estamos de problemas hasta el cuello. Podríamos recibir un ataque de sólo los dioses saben quién en cualquier instante, tenemos que ser capaces de movernos rápidamente y ¿cómo podemos hacerlo si tú vas dando vueltas por ahí?
Chur le dirigió una sonrisa fantasmal.
—Haral, prima, si tenemos que actuar sin la capitana, te aseguro que yo permaneceré sentada en uno de los puestos. Por todos los infiernos mahen, ¿qué está pasando ahí fuera?
—La capitana se encuentra a bordo de la Harukk, ésta es la situación. Tenemos cañones kif por todas partes y sólo los dioses saben qué otras fuerzas pueden aparecer por aquí para apoderarse de algún pellejo stsho.
—Lo que imaginaba. —Chur tragó aire igual que si respirar le resultara muy difícil—. Que los dioses les lleven. ¿Qué se trae de cabeza nuestra prima ahora?
—Sfik —dijo Hilfy—. Tres especies la escoltan y media docena de capitanas hani siguen sus órdenes. Pretende salir adelante con el farol más condenadamente grande de nuestras vidas, en eso anda. Está intentando comprar tiempo para nosotras.
—Será la primera vez que dos hani van una detrás de la otra desde que aprendimos a caminar con dos pies. —Chur apoyó su cabeza en el respaldo del asiento y lo hizo girar para observar las lecturas—. Por no mencionar a los mahendo’sat. —Tenía dificultad en respirar y por un instante Hilfy se tensó en su puesto, al pensar que podía quedar inconsciente; pero Geran estaba sosteniendo a Chur por el hombro y la cabeza de ésta se alzó nuevamente—. Haral, quiero un comunicador de bolsillo y que las comunicaciones y operaciones de la nave se transmitan a mi camarote. ¿De acuerdo?
—Lo tendrás —dijo Haral—. Geran, sácala de aquí.
—Hilfy —dijo Khym—, ¿quieres cubrir mi puesto? —… preparándose para levantarse y ayudarla. Pero Chur afirmó:
—Puedo hacerlo. —Se agarró al brazo del asiento y logró incorporarse como una anciana hasta llegar a una posición en la cual Geran pudiera terminar de enderezarla. Luego se fue, caminando despacio, muy despacio, por donde había venido, pasando junto a una sorprendida Tirun Araun, recién llegada de la cubierta inferior.
—¿Qué ha pasado? —preguntó cuando Chur y Geran llegaron al pasillo—. ¿Se encuentra bien?
—Quiere saber lo que sucede —contestó Khym—. Está dispuesta a salirse con la suya.
—Vuelve a ser la de siempre —intervino Haral, sin levantar la voz, al igual que Khym. E hizo girar nuevamente su asiento.
—Prioridad —advirtió Khym de repente, lo que provocó una alteración en el pulso de Hilfy.
—Bloqueo de pantallas —añadió Tirun. Se deslizó en su puesto mientras Hilfy miraba nerviosa hacia la pantalla del monitor número dos. Una nave desvanecida se acababa de colocar nuevamente en las posiciones proyectadas por la pantalla, en color rojo. Una a una, más naves se fueron volviendo rojas, una mancha de color que se extendía de forma ordenada. Y luego:
—Muy amistoso por su parte —murmuró Haral al ver que su propia posición en la estación se borraba de la otra imagen—. Al menos no hacen distinciones cuando bloquean las pantallas.
Las puertas de la rampa de acceso se abrían por encima del muelle que antes había estado abarrotado y que ahora estaba prácticamente desierto. Pedazos de papel. Basura. Maquinaria abandonada. Quemaduras sobre la pintura metálica. Y el frío, algo que siempre estaba presente en los muelles de Punto de Encuentro, ya que eran demasiado grandes y la Masa muerta y apagada a cuyo alrededor orbitaba la estación irradiaba muy poco calor. No muy lejos había bastantes kif, negras siluetas envueltas en túnicas. Skkukun, probablemente, esclavos de la Ikkhoitr. Kif de los que se podía prescindir sin problemas, tan peligrosos como un cable cargado de corriente.
Y había también stsho, pálidas figuras de frágil aspecto que se acurrucaban al final de sus propios muelles, y se movían en rápido silencio como pálidos fantasmas, surgiendo de los umbrales o de cualquier otro refugio. Eran los propietarios de Punto de Encuentro, ahora desposeídos. Un grupo de stsho se acercó al pie de la rampa, se retiró indeciso y avanzó nuevamente hacia ellas en el más completo caos, una multitud confusa de miembros muy delgados y túnicas de gasa con sus opalescentes tonalidades blanco y perla: eran stsho de alto rango, con las cejas aumentadas quirúrgicamente y cubiertas de plumaje, los ojos color de luna brillantes de pánico. Parloteaban sin cesar, exponiendo sus quejas, sus efusivas demandas de protección…
Se detuvieron igual que un solo ser, horrorizados, y parlotearon todavía más velozmente, a causa del miedo. Quizá temían a los kif.
O quizás era la primera vez que veían a Tully.
—No te apartes de nosotras —le murmuró Pyanfar a Tully—. No son amigos.
—Entender —dijo él con un hilo de voz. Y se mantuvo pegado a su codo mientras bajaban, con Jik detrás y Tahar, Harun y todas las otras.
Los kif que esperaban más abajo formaron una cuña negra al entrar en esa masa de stsho, y éstos se apartaron como hojas ante un vendaval, sin dejar de parlotear agitadamente, esparciéndose por un muelle donde muchos de los carteles indicadores de las naves atracadas llevaban nombres stsho. Eran demasiado tímidos para huir del muelle y se vieron impotentes ante la llegada de naves armadas que habían surgido con vector de Kefk hacia el interior del sistema, siendo ése desgraciadamente el rumbo de salida hacia el puerto stsho más cercano, hacia Nsthen. Al carecer de armas, no habían sido capaces de hacer nada salvo encogerse y esperar, mientras sus teóricos defensores kif obraban con inteligencia y salían corriendo como si todos los diablos de un infierno mahen les pisaran los talones.
—Un maldito embrollo —dijo Pyanfar, colocando el rifle que llevaba en una posición más visible, mientras caminaban por el centro de un pasillo de kif con el capitán de la Ikkhoitr envuelto en su negra túnica, y los stsho se apartaban para contemplarlas desde sus escondites con aterrorizados ojos color piedra lunar.
Y entonces un nombre kif apareció por encima de un dique, y la rampa de la Harukk se abrió ante ellas.
Pyanfar se subió un poco más la pistolera e intentó calmar su estómago. Había empezado a picarle la nariz y tuvo que buscar otra píldora en el bolsillo, sin poder preocuparse del lapso temporal. El metabolismo hacía cosas raras después del salto. Estaba muy tensa y todavía se estaba poniendo más nerviosa, suspendida al borde del puro agotamiento. Si su cuerpo hubiera tenido alguna posibilidad de escoger en cuanto al asunto, ella no habría sentido el menor deseo de subir por esa rampa; pero a medida que el frío terror se convertía en cautela, su cerebro lograba imponerse sobre él.
Dioses, Pyanfar Chanur, tenemos que pensar, tenemos que pensar en todos esos stsho de la estación, aunque sólo sean unos malditos stsho. Que los dioses ayuden a las hani y a los mahendo’sat… el hakkikt acaba de conquistar otra estación espacial, eso es todo, y esta vez tiene la presión sanguínea un poco alta y necesita demostrar algo. Que los dioses les ayuden a todos, piensa, piensa, haz que tu mente despierte del todo.
Estas malditas píldoras te dan sueño, condenadas sean.
No tengo fuerzas para aguantar esto. No soy ninguna niña. Mis rodillas van a ceder. Voy a caer de bruces aquí mismo, en esta condenada rampa, y si lo hago todo habrá terminado, moriremos todas y el maldito Pacto saltará en pedazos sólo porque no puedo impedir que mis rodillas dejen de temblar, no puedo hacer que cese el dolor del vientre ni devolver la visión a mis ojos.
Diez pasos más, Pyanfar Chanur, y luego otros diez. Dentro de poco descansaremos, podremos apoyarnos en la pared de ese ascensor, ¿verdad que sí? No se darán cuenta.
Por el pasillo, el lúgubre pasillo negro que apestaba a amoníaco, dejaron atrás la compuerta de la Harukk. Jik y Kesurinan caminaban tras ella, flanqueándola… Sin reconocer las señales por las que acaban de pasar, maldita sea nuestra suerte…
Tully, dónde está Tully, por todos los dioses…
Entonces lo vio, junto a Skkukuk, mientras ella entraba ya en el ascensor con el capitán de la Ikkhoitr, Jik, Kesurinan y Tahar.
—¡Tully! —gruñó, y él se lanzó hacia adelante y logró llegar a la puerta y cruzarla antes de que se cerrara ante el primer grupo, dejando a las otras para que hicieran el segundo viaje en el ascensor. Pyanfar esperaba por todos los dioses que todas acabaran juntas en el mismo sitio.
Sí, ella, y Jik, y Tully, y Skkukuk, con Tahar y el capitán kif y los suyos: el ascensor los dejó en el pasillo superior de la Harukk, un lugar angosto, frío y húmedo, qué olía a amoníaco y a incienso.
Morirán si nos equivocamos. Toda la gente de Punto de Encuentro. Mi tripulación. Nosotras en esta nave. ¿Cómo se puede razonar con un kif?
Al otro extremo del pasillo les esperaban más kif vestidos con dermotrajes y túnicas modificadas para trabajar en caída libre. Las luces de sodio brillaban sobre aquellas pieles teñidas de negro y gris, haciendo brillar las armas y los ojos húmedos mientras aguardaban para dar la bienvenida a los invitados del hakkikt. Mostraban una hospitalidad que tanto Jik como Tully tenían muchos motivos para recordar.