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… salió perfecto.

La Orgullo entró en el espacio real y Pyanfar parpadeó, tragó aire con un jadeo y sintió un agudo dolor cerca de su corazón que la dejó totalmente confundida. Los ojos de la capitana se despejaron al ver los tableros de la Orgullo y las luces parpadeantes, y sus oídos recibieron los zumbidos de aviso del tablero de comunicaciones: Despierta, despierta, despierta

¿Punto de Encuentro?

Pyanfar localizó los datos en la pantalla, se le nublaron los ojos y logró que se enfocaran de nuevo con un agónico esfuerzo.

—Hemos pasado —dijo, dominando el redoble de su corazón—. Haral, hemos pasado.

Y desde otro lugar, muy lejos, con ecos dentro y fuera del espacio:

Chur, ¿me oyes? ¿Me oyes?

Y desde un lugar distinto:

Recibimos señal pasiva. ¡Capitana! No tenemos señal de baliza. ¡Han ocultado la imagen de Punto de Encuentro!

Por todos los dioses… ¡Geran!

—Ya estoy en ello, capitana, ya estoy en ello.

… Intentaba cazar a sus compañeros, que podían cometer un error fatal en un salto a tan escasa distancia unos de otros; buscaba el primer atisbo de una señal. Ellas mismas viajaban a toda velocidad hacia Punto de Encuentro, hacia un espacio demasiado repleto, donde las pantallas de observación sólo podían indicarles los objetos cuando ya era demasiado tarde y la recepción pasiva quizá no contuviera todos los datos necesarios. Estaban ciegas. Punto de Encuentro quería tenerlas así. Alguien les había preparado una trampa.

—Prioridad —intervino Hilfy—. Aviso de baliza: reducir velocidad inmediatamente.

—No te precipites —dijo Pyanfar.

Con dos naves siguiéndolas a toda velocidad en su salida del hiperespacio, no sentía el menor deseo de reducir velocidad e interponerse en su camino. Una colisión delantera era un dato en las posibilidades astronómicas; un choque por la cola entraba en las probabilidades estadísticas.

Y los kif que les habían dado las órdenes hablaban en serio.

—Algo entra en tu número uno, Haral —dijo Geran.

—En el dos —dijo Haral; y unos segundos después de que apareciera la imagen, el monitor número dos de Pyanfar se iluminó con una señal de identificación. La Aja Jin estaba emitiendo.

—¿Qué tenemos aquí? Geran…

—Estoy trabajando en ello. El lugar está lleno de señales en pasivo, nadie emite imagen; hay mucho ruido, demasiado ruido, tenemos naves aquí…

—Coordenada dentro de veinte segundos —dijo Haral.

—Eso es, eso es, preparadas para reducir velocidad.

Pyanfar conectó el automático y la Orgullo volvió a entrar en el hiperespacio, aunque esta vez sólo a medias, y emergió con menos energía…

… dioses, dioses, me encuentro tan mal como una novata… Por todos los infiernos mahen, ¿qué hay en este sistema? Vamos, Geran. Clasifícalo. Oh, dioses… A un cuarenta y cinco por ciento de la velocidad de la luz. El sistema se lanzaba hacia sus caras. Su propia señal salía de esa maldita baliza traicionera a la velocidad de la luz. Ellas mismas estaban a punto de convertirse en un blanco inmenso para quien estuviera esperándolas. Buscó a tientas los recipientes que tenía junto al codo, le dio un mordisco a uno y dejó que un chorro salado le hiciera olvidar sus náuseas. Un poco más allá de donde terminaba su laringe, hubo un desagradable encuentro de sabores, y la nariz, las manos y todos los pliegues del cuerpo le empezaron a sudar, como si estuviera enferma.

—Geran. La identificación.

—Estoy trabajando en ello.

Un montón de escombros ensuciaba la pantalla; nada estaba en el lugar que debería ocupar; el ordenador, sobrecargado con un exceso de datos, intentaba poner un poco de luz en la confusión de posiciones existente, antes de enfrentarse al trabajo de analizar las señales de identificación que mandaban las naves.

—Señal múltiple —dijo Hilfy—. Aún no hay nada claro. Varias especies.

—Llegada —intervino Jik—. Aja Jin estar dentro.

—En las coordenadas —añadió Haral—. Segunda reducción de velocidad, preparadas.

Estaban frenando muy aprisa. El dolor que sentía en el pecho se negaba a esfumarse. Las náuseas estaban a punto de vencer su resistencia pero, aun así, Pyanfar logró accionar el control…

… abajo, otra vez.

… Siluetas de andar desgarbado recortadas contra una luz blanca. Capitana, dijo una voz, y ahí estaba Chur, rodeada por una aureola de luz, en el centro de un gran vestíbulo oscuro. Haces de luz ondulaban como lanzas a su alrededor, pero ella apenas se movía. Una inclinación del hombro, una mirada hacia la luz…

Chur

… otro cambio de potencia, de nuevo en el espacio real. Y una oleada de dolor y debilidad le recorrió los músculos, dominándolo todo. Luchó con esta sensación y buscó a tientas otro paquete. Le dio un mordisco y tragó esa sustancia aborrecible entre bocanadas convulsivas.

—Tenemos señal de la Luna Creciente. —La voz de Geran llegaba hasta ella sin matices. Oyó hablar a Tully, que balbuceaba como si estuviera medio borracho.

—Chur —estaba diciendo—. Chur, contestar. Por favor, tú contestar.

Así pues, Chur no había dicho nada. Podía ser todavía la acción del sedante. La máquina se encargaría de anestesiarla durante una situación tensa. Y no les habían faltado tensiones. Pyanfar volvió a parpadear, flexionó el brazo derecho, sostenido por el soporte, lo sacó de él y apartó el mecanismo a un lado para que no le estorbara. Le temblaban las manos. Oyó el apagado y monótono zumbido de la voz de Tully, extraña y desesperada:

—Chur, Chur, ¿tú oír?

Mientras tanto, Geran luchaba con el ordenador para obtener las identificaciones que tan desesperadamente necesitaban, con la mente concentrada en su labor.

—Recibimos señal de Punto de Encuentro —dijo Hilfy—. Muchas emisiones. Deben estar ocupados. Estoy intentando establecer contacto con nuestros compañeros, localizar esas naves…

—Tenemos que seguir adelante —murmuró Pyanfar—. Tenemos que hacerlo. No hay dónde elegir, maldita sea. Ciegas. Tenemos nuestras órdenes, tenemos que…

—Kif —dijo de repente Skkukuk—. ¡Señales kif!

—En el dos de audio —dijo Hilfy.

Lo eran. Alguna nave kif estaba transmitiendo en código. Quizá todavía no se había dado cuenta de su presencia. O quizás estaba lo bastante cerca como para haberlas localizado, entrando en el sistema desde Kefk.

—Vamos a tener encima una nave de intercepción en cualquier momento —murmuró, y empezó a sudar—. Akkhtimakt. Aquí está, en guardia. O quizás está dirigiendo toda la condenada estación…

—Imagen, prioridad —dijo Geran—. Dioses.

Las pantallas de observación pasiva se aclararon: a un lado se veía una masa de luz y al otro los distintos colores que indicaban los vectores y el movimiento relativo, que casi era nulo. Donde debería estar Punto de Encuentro se veía una gran bola de contornos nebulosos. Resplandor a menos setenta treinta sesenta. Otra bola en el uno diez. Lo único que tenía sentido eran los datos que les proporcionaba el sistema, la misma Masa de Punto de Encuentro, grande, oscura y muerta desde que se había formado, muchos eones atrás. Y la estación en sí. El resto…

—Khym —ordenó secamente Pyanfar—. Comunicaciones internas. ¡Tully, el audio uno! Y presta toda tu atención. No sabemos qué hay aquí. Podrían ser humanos, podría ser cualquier cosa. En cualquier caso, son muchos.

—Entendido —dijo Khym, y Tully lo repitió.

El panel del ordenador principal, situado entre Haral y Hilfy, mostraba un continuo parpadeo de preguntas entre los puestos, acciones y directivas procedentes de sus complejos lóbulos que compartían un tiempo de acción único. Era igual que un tc’a lunático: tenía varias mentes y ahora todas estaban muy atareadas.

Pyanfar se frotó el pecho allí donde se había aposentado el dolor y luego se pasó el dorso de la mano por la nariz, que le picaba.

Escuchó a Khym, intentando hablar con Chur por el comunicador repetidas veces.

—Chur —dijo de repente—. Geran… ¡la recibo, está contestando! Chur, ¿cómo te encuentras?

Estaba viva. Alguien se encargó de pasar la respuesta de Chur al tablero. Era tan escatológica como obscena.

Pyanfar tragó una dolorosa bocanada de aire y luego otra más.

—Alabados sean los dioses —murmuró Haral de forma casi inaudible.

Y Khym dijo:

Ker Chur, tenemos un problema en estos momentos…

—Eso es stsho —dijo Hilfy—. Estoy recibiendo algo cerca de la estación. Stsho. Y hani. Más de una. Geran, vas a recibir datos, Jik… Ya he oído eso. —Dirigiéndose a quien fuera por el comunicador. Y Geran:

—Maldita sea, estoy trabajando. —Y luego—. Sí, limítate a tomártelo con calma, ¿entendido?

—Entender —dijo Jik en voz baja—. Estar aquí entonces no…

—Diez minutos para entrar en la zona de observación astronómica de la estación —dijo Haral—. Coordenadas.

Pyanfar tragó de nuevo una bocanada de aire y flexionó los dedos.

—Hilfy, emisión al control de tráfico de Punto de Encuentro: vamos a entrar de la forma habitual.

—Bien. Hecho, datos de aproximación acostumbrada en transmisión.

Aja Jin hacer reducción —dijo Jik.

—Preparadas para nuestra última reducción.

La ola que su llegada había creado no había alcanzado aún a la central de Punto de Encuentro. El faro robot situado en la zona de salto averiguaba cuanto podía la inteligencia artificial que tenía por cerebro, pero la baliza no devolvía ninguno de esos datos, ni aunque hubieran tenido tiempo para recibir el gemido de su señal identificadora.

Era una trampa, no había duda. Los stsho no tenían el valor suficiente como para irritar a un enemigo armado, no las habrían dejado ciegas mientras entraban en el sistema. Para eso contrataban a los centinelas.

—No hay forma de saber dónde está Sikkukkut —murmuró Pyanfar—. Puede que le haga falta otra hora para salir de Kefk con todas esas naves. Pero es rápido.

—Kkkkt —dijo Skkukuk, y ese sonido hizo que a Pyanfar se le erizara el vello de la espalda. Ningún comentario aparte de ese chasquido que podía significar un millar de cosas.

—¿Estáis todas bien ahí atrás? Skkukuk, ¿te encuentras bien? —le preguntó al kif. Sabía que eso bastaría para tener contento al maldito bastardo. Pero la pregunta era también sincera: su alimento era un problema. No quiero a esas condenadas alimañas en mi puente, ése había sido su ultimátum; y Skkukuk había logrado encontrar su propia respuesta al problema. Bastaba con azúcar y agua, por vía intravenosa.

—Kkkkt —repitió él—. Sí, hakt’. —Indudablemente, había llegado a un montón de equivocadas conclusiones kif sobre su posición, la de la tripulación, la de Jik y la de Tully. Ese cerebro de contornos alargados y mentalidad predatoria estaba formado para procesar continuamente este tipo de informaciones, de forma tan inexorable como una estrella seguía su rumbo. Usar las garras, arrastrarse y subir trepando. Demostrando sentido del humor sólo cuando ascendía y exhibía su poder.

Dioses creadores, al inventar tal criatura, algún objetivo tendríais. Pero ¿cuál?

—Imágenes —dijo Tirun—, prioridad canal cuatro.

—En tu dos —dijo Haral; pero el cambio ya aparecía en la pantalla, con la confusa bola de Punto de Encuentro distinguiéndose de todo un globo de puntos. Otra de las masas luminosas repitió el proceso. Otra siguió tan confusa como antes.

—Tenemos mucha compañía —dijo Haral.

Era un enjambre, desde luego. Un enjambre monstruoso, inmóvil alrededor de Punto de Encuentro, como insectos en torno a un cadáver.

—Dioses… —murmuró Pyanfar.

Otro manchón luminoso se materializó. Faltaban unos diez minutos luz para el nadir de la estación. El manchón era pequeño y todavía no se distinguía con claridad. Podía crecer mucho más.

—Hay otro —dijo Haral y, un segundo después, tanto Geran como Jik hablaron por el comunicador.

—Entendido —musitó Pyanfar, la mitad de su mente estaba allí y la otra mitad se concentraba en los datos que obtenía del ordenador, emparejando sus códigos de colores con la masa de la estación que indicaba identificación stsho hani.

Más identificaciones. En la imagen de la estación había stsho y hani, y más al exterior, mahendo’sat y kif. Pero en la emisión no se descubría ni un solo respirador de metano, lo cual tanto podía indicar que esas imágenes los pasaban por alto como que ninguno de los respiradores de metano emitía, o que éstos habían husmeado algo raro hacía tiempo y habían huido a toda velocidad hacia sus propios territorios.

—Capitana —dijo Geran.

—Lo tengo, lo tengo.

—No se ve ni un solo respirador de metano en ninguna parte —murmuró Haral—. Esto no me gusta.

—Eso que se ve ahí fuera debe ser Akkhtimakt —dijo Tirun—. Parece que vamos a tener un auténtico enfrentamiento.

—Naves mahen en el exterior —dijo Pyanfar—. Dientes-de-oro. Te apostaría huevos contra perlas a que anda por ahí. Y hay demasiadas naves. Dioses, mirad eso.

—Humanos —musitó Haral con un hilo de voz. No por el comunicador del puente, sólo con su voz.

—Sí.

Tully lo sabe. Tiene que saberlo. No es sordo. Y tampoco está ciego.

—Pyanfar —dijo Jik—. Dar comunicación.

—Lo haré cuando me encuentre en uno de tus infiernos. Quédate sentado y no te muevas.

¿Stsho y hani que no se movían del muelle aun con kif a la vista, naves kif que tenían la ventaja de su posición y de haber salido antes y, además, con la masa de la enana oscura de Punto de Encuentro para atraerlas hacia el interior del sistema?

Pero así reaccionaban también los demás manchones de las pantallas, tanto los mahen como los desconocidos. Sí, desde luego iba a ser todo un enfrentamiento.

Tenemos problemas, dioses, tenemos problemas.

—Hilfy: a las dos naves que nos acompañan; preparaos para una buena reducción de velocidad en la coordenada de las dos unidades. No vamos a meternos de cabeza en eso, por los dioses… Reducción de velocidad y frenado. Vamos a inmovilizarnos.

—¡Tú tener malditos kif venir detrás nuestro, poner todo patas arriba! —gritó Jik—. ¡Dar comunicación, maldita sea, yo hablar!

—¡Quédate sentado si quieres conservar las orejas!

—La Aja Jin emitiendo —dijo Hilfy—. Jik, traduce.

Era más rápido que la traducción mecánica.

—Hacer identificación. Decir hola Ana. Decir que tener kif viniendo detrás nuestro.

—Que los dioses les…

Los monitores cambiaban continuamente de imágenes. Ahora las señales de ordenador los inundaban demasiado rápidamente como para que los operadores pudieran manejarlas. Llegaban muchas transcripciones. Comunicaciones kif. Naves hani en la estación. Los stsho eran presa del pánico. La ola de su llegada había llegado por fin en la estación, pero no había alcanzado hasta los que estaban más lejos en la imagen pasiva. Tres minutos más para que los kif de Akkhtimakt se dieran cuenta de su llegada. Siete para esas señales sin identificar que podían ser los mahendo’sat. Ocho para las que estaban más lejos, que podían ser los humanos. Y el doble como tiempo de respuesta.

—Vamos a tener montones de kif a la espalda.

—¡Tener malditos kif pasando a través de todo el sistema, ellos no detener! ¿Tú oír? ¡Pyanfar, dar comunicación!

—Cállate. ¡Haral! Reduce la velocidad.

Haral movió los interruptores. La Orgullo se desprendió de su velocidad al pasar en una sola sacudida a un estado de existencia inferior; el espacio se volvió al revés…

… otra sacudida. El universo giró sobre sí mismo… revisándose.

Los instrumentos se despejaron de nuevo. Luego quedaron inutilizados con un salto que les hizo vacilar el pulso y volvieron a despejarse: alguna nave demasiado cercana a ellas había hecho que sus coordenadas de navegación sufrieran un desplazamiento cuando el campo las hizo bajar por la pendiente gravitatoria.

El índice de velocidad era mucho menor. A partir de aquí las cosas serían fáciles. Otras dos señales reaparecieron: la Luna Creciente y la Aja Jin habían hecho lo mismo que ellas y ahora entraban de nuevo en el espacio, bastante separadas de la Orgullo y un poco por detrás de ella.

—Buscad los nuevos datos —dijo Geran.

—Emisiones del ordenador a mi tablero —dijo Pyanfar y, cuando se encendió la luz, añadió—: A todas las naves. Aquí Pyanfar Chanur, de la Orgullo de Chanur. Tomad precauciones, que todo el personal de la estación se dirija a las áreas interiores más seguras. Mantened el orden. Que todas las naves reduzcan velocidad para su propia protección. Tenemos un tiempo limitado. Aquí la Orgullo de Chanur y sus naves aliadas, pidiendo a todas las naves que mantengan sus posiciones y no intenten ninguna acción. El hakkikt Sikkukkut se dirige hacia el sistema con un gran número de naves. Tomad precauciones…

—¡Sheshe sheshei-to! —exclamó Jik.

—¡Prioridad, prioridad! —gritó Geran, al quedar roja toda la parte superior del monitor de observación. La mancha se extendía detrás de ellas y por todo el espacio de salto como una plaga.

—¡Dioses! —chilló Pyanfar y conectó la alarma.

Inútil. A su espalda y bajo sus vientres aparecían naves a una velocidad tal que podían cruzar un diámetro planetario en segundos. La ola de informaciones caía sobre ellas a velocidad lumínica, pero a las naves les faltaba sólo una fracción para igualar tal velocidad…

Los instrumentos saltaron en un ataque de locura. El corazón le golpeó duramente en el pecho. El primer disparo de sus neuronas, aterrorizadas, le comunicó que estaban muriendo… y el segundo, que no habían muerto y que el encuentro había terminado en cuestión de nanosegundos.

Todo pasó como una tormenta. Ahora se dirigía a Punto de Encuentro, se alejaba con el estruendo deformado de sus emisiones, como demonios aullando por encima de la estación condenada. Punto de Encuentro sólo tenía unos minutos y no había esperanza alguna de que los reflejos de criaturas mortales pudieran responder a los sucesos…

—Oh, dioses —dijo Pyanfar por tercera vez. Las palabras brotaron con lo que ella pensó era su último aliento.

—Dar comunicación —gritó Jik—. Dar…

—¡No te muevas de tu asiento! —exclamó Tirun a modo de respuesta.

—Prioridad, comunicaciones —dijo secamente Hilfy—. ¡Tully!

Y, siguiendo ese chorro de lenguaje desconocido, la voz de Tully, a toda velocidad:

—… todas las naves —iban apareciendo las naves en el monitor, que operaba como traductor—. Aquí # Tully #, pedir # que mantenerse #…

El mensaje se interrumpió por completo. Hablaba en algo que, desde luego, no estaba en el diccionario del ordenador.

—Maldición —dijo Jik—. ¡Ana!

Al mismo tiempo que una masa de emisiones kif corría por delante de ellos, Sikkukkut se lanzó con un aullido rumbo al nadir, sobre una estación llena de stsho incapaces de combatir y en dirección a un grupo de naves hani que sí podían hacerlo. Y que estaban dispuestas a morir en la lucha.

—Los dioses maldigan a ese bastardo —murmuró Pyanfar, y sintió un profundo dolor en las entrañas, algo que dejaba pequeño el dolor de su corazón—. Haral, a mis tableros. Hilfy: comunica a nuestros compañeros que no hagan nada. Haral: rumbo hacia Urtur.

—Bien —dijo Hilfy.

—Hazlo —dijo Pyanfar—, Haral.

Un código apareció en su pantalla. Prioridad cuatro. Emergencia de personal. Tirun se lo había enviado.

—¡Pyanfar! —La voz de Jik. Hizo girar su asiento y vio a Jik, que se había quitado el cinturón, poniéndose en pie mientras Khym luchaba en su propio cinturón y Skkukuk se movía todavía más aprisa.

Pero Jik se quedó quieto. Totalmente inmóvil. Y los demás hicieron lo mismo cuando ella alzó una mano.

—Pyanfar, tú tener que dar mí comunicaciones…

—La Aja Jin está emitiendo en código —dijo Hilfy—. Introdúcelo en el sistema de códigos, Haral.

—Jik —dijo Pyanfar—, no quiero que mi tripulación sufra daños. Ni tú tampoco. No me dejas elección ¿comprendes lo que te digo?

—Maldita hani estúpida, ésa ser Mahijiru, Ana esperar señal… él recibir tu mensaje, él ir de aquí. El tener que ir de aquí. Yo dar ti mensaje. Tú enviar: decir Sheni. Él entender, dar ti misma cooperación. Yo decir verdad, Pyanfar.

—De aquí no puede salir ningún tipo de directriz para esa nave —dijo ella, con las orejas gachas. Apenas si lograba oír lo que decía. El corazón le latía con fuerza—. ¿Acaso quieres que nos frían a todas, Jik? Las naves mahen de ahí fuera no pueden moverse. Están atrapadas, igual que las hani. No tenemos dónde escoger y Sikkukkut no está muy contento de nosotras. Khym, Skkukuk: creo que será mejor que saquéis a Jik del puente.

—¡No! ¡Pyanfar! Condenada estúpida, tú necesitar mí. Necesitar yo aquí. ¡Tú enviar mensaje!

—No puedo confiar en ti. Te pido que te vayas. Sin armar jaleo. Ahora mismo, o de lo contrario siéntate en ese puesto.

Los dedos de Jik apretaron el respaldo del asiento. Pyanfar pensó que no iba a moverse y el instante pareció durar una eternidad. Khym jamás sería capaz de esperar tanto tiempo. Los segundos se enroscaban sobre sí mismos, como durante el salto. Tenía que pensar en su nave y en la pistola que llevaba en el bolsillo. La usaré, Jik; la usaré si me obligas a ello, por todos los dioses, no lo hagas, no me obligues a usarla, tengo que proteger mi nave

Jik volvió a sentarse. Y Pyanfar dejó escapar ese aliento que casi había olvidado e hizo girar nuevamente su asiento.

Las traducciones se multiplicaban en la pantalla. La Aja Jin enviaba mediante el ordenador una oleada de explicaciones codificadas y dirigidas a las naves mahen. Tully seguía lanzando el mensaje por su puesto de comunicaciones, sin dejar su tarea ni por un segundo. Resultaba imposible adivinar qué enviaba. Estaba diciendo todo lo que ellas no podían decir, todo lo que no se atrevían a decir, y en un código que nadie podía descifrar.

Una traición contra el hakkikt. Quizá contra ellas.

O contra la misma humanidad.

Pero ¿qué esperaba el hakkikt al enviarlas primero, para dejar paralizado el sistema… cuando su propia llegada, casi pisándole los talones, haría que las naves empezaran a correr igual que hojas al viento?

Pasó eso al monitor de Jik. No obtuvo más que silencio por todo comentario.

Se está haciendo, Jik, y puede que nos mate a todos.

La emisión de Tully no tenía el menor sentido, los errores o las utilizaciones codificadas de vocabulario estaban volviendo loco al traductor. Lo que brotaba de la Aja Jin sí entraba en la lógica sintáctica, pero algunas de sus partes carecían de sentido. Aunque otras sí lo tenían. Poseían el significado de esas palabras-código. Si Kesurinan realmente hubiera sospechado algo, podría haber utilizado otra alternativa a ese código, suponiendo que los mahendo’sat tuvieran otros códigos. Pero Kesurinan no sospechaba. Ésa era la mejor hipótesis: Kesurinan, como mínimo, no sospechaba que ellas poseían esas palabras o que Jik se las hubiera entregado contra su voluntad, en una nave que tenía un programa de traducción mahen.

Mientras tanto, la nave seguía avanzando con su velocidad reducida y las estaciones del puente se hablaban entre ellas con voces apagadas, con el zumbido y el chasquido del instrumental en los tableros.

Para Jik ya había pasado todo. Ante él estaban los kif y una hani que le había mantenido apartado de su nave en un instante que podía ser el más decisivo de toda la historia.

A ella tampoco se le ocurría nada que decir.

Los kif de Sikkukkut se lanzaban para atacar a los de Akkhtimakt, a Dientes-de-oro y a los humanos, si es que ellos constituían la masa que había ahí fuera. Mientras tanto, los stsho y cualquier otro grupo de no combatientes esperaban el resultado en la estación, indefensos y aterrorizados.

—Prioridad —dijo Geran. Los bordes de la pantalla se volvieron rojos: un grupo de naves situadas al exterior pasó del azul estacionario al parpadeo azulado de una nave con poca velocidad, ya que la recepción pasiva había captado cierta actividad. Algo parecido a motores poniéndose en funcionamiento.

Akkhtimakt.

Sus garras se clavaron en el acolchado.

—¿En qué posición se encuentran respecto a la estación?

—Ése es nuestro mensaje —dijo Tirun—. No saben todavía que Sikkukkut está aquí. Llegaremos a esa zona en menos tres. Tengo la identificación de algunas naves hani de la estación. Negativo de Ehrran. Son la Industria de Harun y la Estrella de Tauran, y la nave stsho Meotnis; también están las naves hani Viajera de Vrossauru, Tejedora de Luces de Pauraun, Esperanza de Shaurnurn

Viejos nombres, nombres del espacio. Los clanes de Araun. Pyanfar los oyó y tensó las manos sobre los brazos del asiento.

Mientras tanto, la señal de los kif de Akkhtimakt pasó del azul a un parpadeo verde. Luego al púrpura, como la imagen de las naves de Sikkukkut. Pero doce de las naves de Sikkukkut estaban cambiando también de color, adquiriendo un azul verdoso más brillante, y otras dos eran aún más brillantes. Misiones distintas. Se detenían en mitad del sistema, donde podían cambiar su dirección y atacar a la estación Punto de Encuentro. O a los mahendo’sat.

—Prioridad —dijo Geran.

—Ya lo he visto —dijo ella—. Desde luego, Sikkukkut se asegura de tener la retaguardia bajo vigilancia.

—Nuestro mensaje ha llegado —dijo Tirun con voz monótona—. La posición actual de Akkhtimakt.

—Dioses. —El vector, por todos los dioses, Geran. ¿Qué vector lleva Akkhtimakt?— Geran, ¿puedes conseguirme un…?

La proyección tomó forma.

—Prioridad, prioridad —dijo Geran. Y su respuesta apareció con dos vectores, una parte del grupo de Akkhtimakt se dirigía hacia el nadir, veinte naves para Urtur y diez para Kshshti. Su corazón pareció aumentar de tamaño, latiendo dolorosamente a causa de la tensión del momento.

—Dioses y truenos.

—Puede que Sikkukkut se limite a perseguirlas —dijo Haral—. Ojalá los dioses le manden detrás de ellas hasta Urtur, que se lo lleven de aquí, por todos los…

—Dar mí comunicación —dijo Jik en voz baja, como si ya hubiera perdido la esperanza de lograr sus deseos—. Dar mí comunicación. Yo hablar con Ana…

Pero, de repente, también la imagen de Dientes-de-oro empezó a parpadear. Un movimiento inminente, todavía no definido por el ordenador. La distancia causaba una variación que podía indicar la magnitud del movimiento, y el ordenador intentaba conseguir la cifra exacta.

—Pyanfar.

—No, maldita sea… Dioses, ese bastardo acaba de recibir la señal del movimiento que Akkhtimakt ha hecho y no piensa tardar ni un segundo en largarse. No importa lo que le envíe la Aja Jin, no le llegará antes de partir. Va a moverse. ¿Hacia dónde? ¿Qué distancia recorrerá?

—No saber —dijo Jik.

—¿Fuera del sistema? ¿Dar la vuelta y entrar de nuevo?

—Dar comunicación. ¡Yo decir él, él hacer! Código. ¡Dios! ¡Kif no huir rápido bastante! Dar comunicación.

—Puede que no consigas llegar a él a tiempo. Y puede que no te escuche. Y eso nos dejaría aún con los kif, ¿no? Solas por completo, transmitiendo en código a sus enemigos. No, gracias.

Mientras tanto, detrás de ellas y a su lado, la Aja Jin se mantenía en silencio. Quizá Kesurinan creía que la orden de silencio procedía de Jik y que ellas la habían transmitido por no encontrarse Jik en el puente; o tal vez Kesurinan confiaba todavía en ellas. Quizás.

—Naves mahen recibiendo nuestro mensaje número dos —dijo Tirun con tranquila monotonía. Parte de su misión era contabilizar el tiempo relativo de todo lo ocurrido mientras el desastre seguía tomando forma a su alrededor—. Tardarán un poco en avisar de ello a Kesurinan. Puede que no lo consigan.

La masa que representaba a Dientes-de-oro y los humanos se volvió de color verde. Se retiraban. Con velocidad creciente.

Jik blasfemó. En mahensi.

—Todo ser engaños, Pyanfar. Ti, yo, Ana. ¡Maldición, maldición!

—Cállate.

—Kif… maldición, kif hacer esto, tú no entrar en combate, no entrar, Pyanfar.

—Eso ya lo has conseguido. No podemos meternos en eso.

Mientras tanto, el pasado más reciente se desplegaba en la pantalla, el ordenador luchaba por darle algún sentido y mandaba al monitor de identificación imágenes que tenían dos tonalidades del color de los kif.

—Esos condenados kif apenas han reducido velocidad —murmuró Haral junto a ella—. Ahora avanzan con un sesenta y cinco por ciento de la velocidad lumínica. Dioses, mirad eso.

—Preferiría no hacerlo —le replicó ella. Y sintió que le temblaban todos los miembros y un malestar en el estómago—. Ese bastardo lleva suficiente velocidad como para saltar al hiperespacio ahí mismo, en la cola de Akkhtimakt.

—Peligroso —dijo Haral. Se refería a colisiones en el otro lado, allí donde caerían casi hasta el fondo del pozo gravitatorio de Urtur sin conocer cuál era ni el estado ni la capacidad de ajuste exacta de las naves que tenían por delante. Era como pedir que ocurriera el desastre.

Y el mahendo’sat, que los dioses le maldijeran, estaba saliendo del sistema, las abandonaba. Había otras conclusiones posibles, pero ninguna les daba esperanzas. Típico de Dientes-de-oro, cuyas prioridades eran únicamente los mahendo’sat.

Otra deuda que tengo contigo, Dientes-de-oro, bastardo.

Tenemos naves hani en la estación. Tenemos a trescientos mil stsho que son incapaces de protegerse a sí mismos.

Extendió la mano hacia el último paquete de alimentos que había junto a su puesto y lo cogió: en la boca notaba un regusto a cobre y vello reseco. Era agudamente consciente de que el vello que se le desprendía rozaba su piel, atrapado entre ella misma y el cuero del asiento; de que al frotarse el brazo había dejado el borde de la consola cubierto de vello; de que el sudor le había empapado los pantalones y humedecido el cuero del asiento allí donde estaba en contacto con su cuerpo.

Una vez en Urtur Akkhtimakt, contando con la ventaja de la velocidad, podría dar la vuelta para regresar, aunque para ello precisara cuatro meses. Pero más allá de Urtur estaba el territorio hani, el conflicto podía continuar extendiéndose.

Cuatro meses fuera y luego regresar, una vez más, y otra, y otra. Años de maniobras o así se lo parecería a quienes estuvieran en los planetas. Simplemente semanas en el tiempo de naves que, prácticamente, no pasaban ningún lapso perceptible dentro del sistema. Años de combate, con las tripulaciones de las naves atrapadas en éxtasis virtual, sin envejecer.

¿Cómo se puede sobrevivir en esa especie de locura? ¿Qué tendremos cuando haya terminado?

Que los dioses le frían, ¿cuál es el juego de Dientes-de-oro ahora? Él y los humanos. Todos corriendo de un lado a otro. Por el infierno mahen, ¿de qué sirve todo esto?

¿Qué tipo de treta están planeando los humanos?

¿Qué les dijo Tully?

—Prioridad —dijo Hilfy—. Mensaje de Sikkukkut, textualmente: Bajar al muelle y apoderarse de la estación.

Tenemos nuestras órdenes, ¿verdad? Besar los pies del hakkikt, hacer su trabajo, movernos cuando lo manda. ¿Meternos ahí dentro como si fuéramos una condenada banda de piratas?

Ojalá hubiera muerto antes de que ocurriera todo esto.

—Advierte a la Aja Jin y a Tahar —dijo.

—Bien —dijo Hilfy. Y, un instante después—. Acusan recibo. Último mensaje: Seguimos vuestra señal.

Nos estábamos preocupando por lo que haría Dientes-de-oro. Lo que haría Akkhtimakt. Olvidábamos algo importante: Sikkukkut no es ningún estúpido. Ha tenido tiempo para meditar sobre esto. Ha planeado algo. Lleva ventaja sobre todo lo que haya podido pensar Akkhtimakt, Dioses, ¿cuál es la siguiente jugada?

—Llévanos adentro —dijo.

—Bien —respondió Haral. Y empezó a preparar el rumbo. Se movían aproximadamente en la dirección adecuada. Haral conectó los direccionales y empezaron a desprenderse de la velocidad que aún tenían, girando y haciendo que los motores principales entraran en acción. Éstos se encargaron de frenarlas, con el impulso de una gravedad, un golpe brusco y sólido se oponía a la gravedad que les proporcionaba la rotación, causándoles un profundo malestar.

—¿Se encuentra bien Chur ahí abajo? —preguntó—. ¿Khym?

—Chur ha preguntado qué estamos haciendo —contestó Khym—. He intentado explicárselo. Creo que está drogada. Dice que quiere soltarse de la máquina. Le he dicho que no, que ya tenemos bastantes problemas.

—Ya tenemos bastantes problemas —murmuró Pyanfar, apretando la tecla del comunicador general—. Chur, estamos bien. Tenemos mucho trabajo aquí arriba, ¿eh? No hagas que tu hermana se preocupe.

—Bien —le llegó la voz de Chur. Había sido la compañera de Geran en ese tablero. Ahora debía permanecer acostada, escuchando, mientras que las pantallas de observación intentaban mantenerse al corriente de una situación que se había quintuplicado en dificultad y que seguía empeorando—. Geran… me voy a… dormir… condenada máquina.

—Tensión gravitatoria —dijo Pyanfar.

¿Lo es? Dioses, prima, aguanta.

—Nos dirigimos hacia la estación —dijo Geran—. ¿Has oído eso, hermana mía?

—Entendido —murmuró Chur. O eso creyeron oír. Pero se encontraba bastante lejos del comunicador.

Los motores principales se pusieron en marcha con una potente aceleración. Y luego volvieron a desconectarse.

—Vamos en el rumbo correcto —dijo Haral—. Pasaremos a estado de inercia. Tardaremos un poco en llegar.

Preservar nuestras opciones. Haral estaba leyéndole la mente una vez más. Y el tiempo que pasaran en inercia era tiempo para descansar.

Pyanfar apartó la mano de los tableros y se quedó inmóvil durante un segundo en el asiento, percibiendo la debilidad de sus músculos, sin estar segura en absoluto de poder levantarse. El intervalo entre los dos grupos de kif se iba estrechando cada vez más: los cambios sólo se percibían en los resúmenes de datos, pero eran irreversibles. Seguirían produciéndose durante casi una hora, hasta que alguien lograra colocarse en posición adecuada para hacer algo, lo que fuera. Respectivamente, saltar y disparar. Luego sólo quedaba por ver qué haría Sikkukkut.

¿Dejará que controlemos Punto de Encuentro mientras él persigue a ese bastardo hasta cogerle?

¿Dejará que nos encarguemos de Punto de Encuentro con Dientes-de-oro suelto? Dientes-de-oro está escogiendo sus opciones. No saltará hasta que no se vea obligado a ello, quiere saber qué está haciendo Sikkukkut; y Sikkukkut no piensa dejarle elección, se va a mantener justo en su cola hasta que salte. Hay una pequeña posibilidad de que Sikkukkut se marche, si puede hacer que Dientes-de-oro desaparezca de la escena. Podría limitarse a tomar cuanto pudiera de aquí y luego seguir en pos de Akkhtimakt hacia Urtur. Akkhtimakt tendrá que dar la vuelta lentamente una vez allí, con todo ese condenado polvo. Tendrá que hacerlo. Entonces Sikkukkut podría atraparle y encargarse de darle una buena paliza.

Si estamos en lo cierto respecto al funcionamiento de la mente de Dientes-de-oro. Las naves kif van a seguir a su espalda, haciéndole saltar hacia Tt’a’va’o; le llevan ventaja en velocidad, tampoco tiene dónde elegir ahora.

Y una vez que Dientes-de-oro se haya ido, él y los humanos tendrán que dar un rodeo de tres o cuatro meses para volver aquí. Dioses, Pyanfar, ¡piensa! ¿Cuáles son las opciones?

—Tirun, encárgate del turno de guardia. Las demás estáis libres de servicio. Comed algo. Geran, puedes ir a popa; Skkukuk, a la cubierta inferior. Come lo que puedas y descansa. Jik, quiero hablar contigo.

Movimiento de asientos, chasquidos de cinturones al abrirse. Todo el mundo se puso en acción, Haral incluida. Pyanfar hizo girar su asiento y se detuvo. Jik seguía sentado en su puesto, contemplando las pantallas. Tirun estaba junto a él, en su puesto. Y Tully, aunque Hilfy le había cogido por el codo, seguía mirando con expresión confusa y apenada hacia los tableros. Hacia… sólo los dioses podían saberlo, ¿hacia los suyos que estaban empezando a retirarse con Dientes-de-oro y le abandonaban, tal vez para siempre? No era el momento de hablar. Pyanfar les miró hasta que Hilfy logró imponer su voluntad y los dos cruzaron el umbral del puente.

—Haral —dijo—. Quiero que descanses. Tirun, el tablero pasa a tu cargo, quedarás libre cuando lleguemos a la última etapa. Lo siento.

—Entendido —dijo Tirun con voz ronca—. Me encuentro perfectamente, capitana.

Todavía quedaba el asunto de Jik por resolver. Khym se había detenido en el corredor. Pyanfar le vio cerca de la puerta de Chur, la mirada vuelta hacia el puente.

Por si acaso.

—Haral —dijo, utilizando su hani más gutural e impenetrable—, quiero que me traigas un sedante, algo que pueda tomar nuestro invitado. Por si debemos recurrir a eso…

—Bien, capitana —respondió Haral.

—Estaré en la cocina.

Quería limpiarse. Quería volver a su camarote y meterse bajo la ducha. El puente entero apestaba a sudor hani, humano y mahen, mezclado con el olor del amoníaco, un hedor que ni siquiera los ventiladores lograban dispersar por completo. Pero no había tiempo para eso. Las cosas no habían llegado a su fin, ni mucho menos.

Ni tan siquiera en la cubierta de su nave.

—Incorpórame —dijo Chur, moviendo uno de sus brazos pese al dolor—. Oh, dioses, levanta un poco esta maldita cama. Estoy hecha un desastre.

—No pasa nada. —Geran, sentándose junto a la cabecera, empezó a comprobar los tubos con una rápida ojeada, agujereó de un mordisco el paquete que había traído y se lo ofreció a Chur—. Toma esto y conseguirás que la cama se levante.

—Unnhhn. —Le bastó la imaginación para sentir cómo caía el alimento en su estómago y allí se quedaba, indigerible—. Levántala primero.

—Lo prometiste.

—Los dioses te… Te arrancaré las orejas.

Geran tocó un control y la cama se levantó. Chur dobló las rodillas para cambiar de posición y torció el gesto a causa del dolor provocado al caer el brazo donde tenía conectados los tubos. Pero Geran, sin dejarse impresionar por ello, pasó el brazo por detrás de su cabeza y sostuvo el paquete de forma que le fuera posible beber.

El alimento cayó en su estómago, tal y como ella había temido.

—Basta —dijo—, basta. —Y Geran tuvo el suficiente sentido común como para ceder y permitir que Chur se quedara inmóvil durante un segundo, como a la deriva: había descubierto un lugar donde el dolor no era tan penoso—. ¿Dónde está el tiroteo? —acabó preguntando.

—Eh, hemos logrado esquivarlo.

Chur siguió tendida en silencio durante un par de segundos más, incorporando ese nuevo dato a sus pensamientos, y luego giró la cabeza para mirar a su hermana, una mirada silenciosa que pareció durar mucho rato.

—¿Dónde tenemos que ir para esquivarlo? ¿Eh?

—Los kif van a destrozarse mutuamente a mordiscos a unos quince minutos de distancia. Nos dirigimos a la estación para descansar y divertirnos un poco. Quizá pueda invitarte a una copa, ¿eh?

—¿Hemos sufrido daños? —Recordó una sacudida, algo semejante al impulso de los motores principales desde un ángulo erróneo… algo que no podía ocurrir. Recordó una larga y dura aceleración, hasta que la máquina la hizo desvanecerse—. Geran, ¿qué está pasando?

—Lo que te he dicho. Estamos enteras y vamos a la estación mientras los kif resuelven sus asuntos entre ellos. Eso es todo.

Demasiado alegre, Geran. Demasiado condenadamente alegre.

—Dime la verdad —dijo Chur—. Me parece una acción bastante idiota, por los dioses. Quedarnos en el muelle… ¿quién sabe lo que nos puede caer encima, eh? ¿Qué está pasando?

—¿Quieres intentarlo con alimento sólido?

—No —dijo ella con voz átona. Y se quedó respirando, sin moverse, y luego volvió la cara de nuevo hacia el rostro de Geran, callada y llena de preocupación. Dioses, qué dolor había en su rostro—. Pero tengo que hacerlo, ¿verdad? —Sólo de pensarlo su estómago se rebelaba—. Un poco de sopa, quizá. Nada pesado. No me atosigues, ¿de acuerdo?

—Claro —dijo Geran. Las orejas se le habían erguido de inmediato. Los ojos le brillaban como los de una niña agradecida—. ¿Quieres terminarte esto?

Oh, dioses. No permitáis que vomite.

—Sopa —dijo, tensó las garras e intentó no pensar en ella—. Voy a descansar un poco, ¿eh?

—Descansa —dijo Geran.

Cerró los ojos para apartarse de todo.

Sigues mintiendo, Geran. Pero no tenía las fuerzas necesarias para enfrentarse a lo que Geran le ocultaba, fuera lo que fuera. Esperaba no descubrirlo. Su mundo sólo comprendía el dolor en las articulaciones y el tormento del brazo y de la espalda. El mundo podría volver a su estado normal si lograba mantener tranquilo a su estómago y calmar un poco el dolor. Lo único que deseaba era no vomitar de nuevo como si fuera a echar las tripas, cualquier otro problema superaba sus energías, al menos de momento.

No le era posible contenerse, tenía que preguntar. Pero, en cierto modo, aturdida y agotada, con todos los datos que llegaban por el comunicador confundidos en su cabeza y aportando malos presagios, le daba gracias a los dioses porque Geran no le revelara las respuestas.

—Jik —dijo Pyanfar.

Éste se reclinó un poco más en su asiento y miró el tablero que tenía delante, todas las pantallas oscuras y muertas. Después hizo girar su asiento y la miró, el puente los separaba.

Una palabra era demasiado. A menos que Pyanfar tuviera algo que ofrecerle por su parte. El tiempo parecía dilatarse más y más, como durante el extraño estado que reinaba en el salto. Y no había modo de escapar a ese callejón sin salida donde se hallaban. Él estaba en el puente de la Orgullo. La Aja Jin, sin saber nada, guardaba silencio detrás de ellas.

Sus aliados, impotentes. A menos que, por un vuelco monumental e inexplicado de la situación, todos los kif persiguieran a sus enemigos y les dejaran a solas.

Y nadie creía en esa posibilidad.

El ascensor funcionaba al final del pasillo: la puerta se abrió y dejó paso a Haral. Pyanfar se puso en pie, llegó hasta la puerta del puente y salió de él para recibirla en el pasillo, donde Haral le entregó un par de píldoras.

—Gracias —le dijo—. ¿Estás segura de que servirán?

—Desde luego, pero con esto será todavía más seguro —dijo Haral, y sacó un frasco de su espacioso bolsillo. Parini. Pyanfar lo cogió y, con un gesto de la mandíbula, le indicó a Haral que volviera por donde había venido. Haral se marchó.

Pyanfar se volvió hacia el puente. Jik seguía sentado en su puesto, sin decir palabra, trataba de forma ostentosa no dar la vuelta cuando Pyanfar se acercaba a él. Pyanfar siguió andando hasta la parte delantera del puente y, una vez allí, le miró.

—Quiero hablar contigo. En privado. —En los tableros sólo quedaba Tirun y ésta no se encontraba en condiciones de enfrentarse mano a mano con un mahendo’sat más alto y corpulento, aunque también él estaba debilitado por el salto. Estúpida, pensó. Pero a veces no había más remedio que seguir por ciertos derroteros. Aunque la nave corriese peligro—. Vamos, Jik —le dijo.

Jik se puso en pie. Pyanfar retrocedió un poco y apartó deliberadamente los ojos de él, aunque estaba segura de que Tirun se mantenía alerta ante cualquier movimiento brusco por su parte.

Pero Jik la siguió dócilmente por todo el corto pasillo que conducía hasta la cocina.

Y Tirun, lo sabía muy bien, se encargaría de controlarlo todo por el intercomunicador y transmitiría la noticia de que, por el momento, la cocina era zona prohibida.

Cuando hubo llegado hasta la mesa y ante el armario que contenía las tazas de gfé, Pyanfar se dio la vuelta.

Capitana —dijo Tirun por el comunicador—. Pido disculpas. El grupo de Dientes-de-oro ha empezado a cambiar de fase, el primero acaba de esfumarse. Antes de que pudiera llegarles el mensaje de Kesurinan. Faltó muy poco, pero no van a recibirlo. Pensé que te gustaría saberlo.

—Ya —dijo ella—. Comunícalo a la tripulación.

Bien. —El contacto auditivo quedó cortado. El comunicador seguía funcionando, el indicador brillaba todavía en la unidad de la pared.

Y Jik estaba ante ella, sin moverse, con los hombros encorvados y una expresión pétrea en el rostro.

—Siéntate —le ordenó. Él la obedeció, utilizó el banco que había en la pared y apoyó los codos sobre la mesa. Pyanfar sacó un vaso del armario y luego, tras extraer el frasco del bolsillo, sirvió una ración y se la puso delante.

—No —dijo él.

—Órdenes del médico. Bebe, ¿me oyes?

Jik cogió el vaso, tomó un sorbo y se estremeció perceptiblemente. Luego siguió sentado contemplando la nada. Quizás estaba pensando en la amistad. O en Dientes-de-oro, que se dirigía hacia un lugar del cual no podría volver en meses.

O en su nave, tan cercana, y en lo imposible que le resultaba comunicarse con ella.

—Tómate otro —le dijo. Lo hizo, se estremeció también después del segundo trago, pero esta vez no dejó de temblar. Le cayó licor sobre la mano y cuando dejó el vaso en la mesa formó un charco en la superficie. Jik se llevó la mano a la boca y chupó el nudillo sobre el cual se había vertido el líquido. No apartaba la mirada de ella.

Pyanfar tomó asiento delante suyo. Si Tirun la necesitaba para algo, siempre estaba la alarma. Sus propios dolores podían esperar. Estaba preparada para esperar el tiempo que hiciera falta.

Pasó bastante rato antes de que Jik se moviera, y aun entonces lo único que hizo fue levantar el vaso y apurar el contenido de un solo y prolongado trago. Se estremeció por tercera vez, dejó el vaso vacío sobre la mesa y Pyanfar volvió a llenarlo.

Hay una caja entera en la bodega. Se lo meteré todo dentro, si es necesario.

—Hao’ashtie-na ma visini-ma’arno shishini-to nes mura’ani hes. —Jik no sabía con quién estaba hablando, y a ella le resultó imposible entender lo que decía. Algo sobre la oscuridad y el frío. Era ese dialecto que había utilizado con Kesurinan—. Muiri nai, Pyanfar.

—Mishio-ne. —Lo siento.

—Hao. Mishi’sa. —Sí. Lo sientes—. ¿Neshigot-me pau taiga? —¿De qué infiernos sirve todo esto?

—De nada. Eso ya lo sé. El interés de la especie, Jik. Ya te avisé de ello. Ahora puedes intentar romperme el cuello. Eso no te conseguirá tus códigos de acceso. Lo único que sacarás de ello es dolor y pena. Ni tú ni yo queremos que eso ocurra. Somos viejos amigos. Y tú sabes que por uno de los caminos sólo hay problemas y malos resultados, mientras que por el otro hay una hani cuyos intereses, a largo plazo, podrían acabar por ser similares a los tuyos.

Durante unos segundos Jik guardó silencio. Después volvió a coger el vaso y tomó un sorbo.

—Merus’an-to he neishima kif, ¿he?

Algo sobre un maldito kif, él mismo y acuerdos.

—Quiero que mi gente esté segura, Jik.

—¡Tú condenada estúpida! —Su mano bajó bruscamente hasta la mesa y provocó que el líquido se moviera—. Dar mí comunicación.

—¿Para que puedas volver a engañarme? No. Esta vez no. Hay demasiadas vidas en juego.

Mientras, los stsho, eternos pacifistas, corrían aterrorizados por los pasillos de su propia estación y descubrían que había ciertas especies a las cuales no se podía contratar ni sobornar para que dejaran de ser unos predadores.

—Humanos y mahendo’sat —dijo ella—. Si Tully está en lo cierto, si Tully dice la verdad, y yo creo que sí… entonces hay otro engaño en todo esto. Los humanos traicionarán a Dientes-de-oro, ¿me entiendes? Y tú sabes y yo sé que Sikkukkut tiene algo que ver en todo esto. Tu compañero va a conseguir que los kif luchen entre ellos. Eso cree él. Pero, mientras tanto, ¿de quién será la sangre derramada? Ellos harán que se aparte del espacio manen. ¿Correcto? ¿Quién quedará entonces? ¿Los stsho? ¿Los tc’a? Dientes-de-oro no quiere eso. Sólo quedará el espacio hani… amigo. No se te ocurra presionarme ahora. Mi gente me tiene cogida entre ellos y eso, Jik, ¡no me presiones!

—Tú… —Jik se quedó callado, tosió y se quedó inmóvil con la mano sobre los labios, como si hubiera olvidado cuál iba a ser su argumento—. Merus’an-to he neishima kif. Shai.

Tratos y nuevamente los kif. Luego: Yo. O algo parecido. Hablaba en mahensi. Como si hubiera olvidado que no se hallaba en su propia nave. O como si, debido al cansancio le faltaran fuerzas para traducir. Los ojos del mahen estaban vidriosos. El salto curaba, pero también le pasaba una factura al cuerpo. Y Jik había sufrido profundas heridas, tanto físicas como espirituales.

Seguía mostrándose razonable. Seguía siendo un profesional, sacando todo el provecho posible de la situación. Pyanfar contaba con ello.

—Tengo que ir ahí, a Punto de Encuentro —le dijo—. Tengo que sacar lo que pueda de esto. No te engañaré. No le haré daño alguno a los mahendo’sat. Lo juro, haur ma ahur. Pero tampoco quiero tenerte enfrentado a mí. No quiero que trates de llegar a los controles ni que intentes algo contra mi tripulación. Y cuanto me digas va a ser mentira, ¿no? Engañar una vez más a la hani. —Buscó en su bolsillo y puso las dos píldoras sobre la mesa—. Tómalas cuando quieras. Son píldoras para dormir, nada más. Ya tengo suficientes problemas y tú también. Estás agotado. Lo sabes. Quiero que salgas de aquí, que tengas cuidado en cómo tratas a mi tripulación y que duermas un poco. Eso es cuanto tú puedes hacer y cuanto puedo hacer yo por ti. Como una amiga, Jik. Pero antes quiero hacerte una pregunta: ¿has hecho algo en mi contra? ¿Me has engañado, me has utilizado? ¿Crees que hay algo que debiera saber? Porque vamos a entrar allí. Y si esto es una trampa, acabaremos hechas pedazos en el infierno mahen. Y puede que Sikkukkut no nos acompañe, lo cual sería una auténtica vergüenza.

Jik deslizó el vaso sobre la mesa hasta hacerlo chocar con la mano de Pyanfar.

—¿Querer hablar? Tomar un poco.

Con una nave que manejar, con la situación que estaba desarrollándose ahí afuera, recién salida del salto… no, no podía tomar nada de eso en tales momentos. Pero resultaba más sencillo que discutir. Cogió el vaso y tomó un sorbo que le golpeó ferozmente la deshidratada garganta y le ardió en las fosas nasales, para caer al estómago como algo incandescente. Dejó nuevamente el vaso sobre la mesa y lo hizo resbalar hasta los dedos de Jik. Él tomó otro sorbo y parpadeó. El sudor trazaba senderos por su cara y relucía sobre el negro vello; tenía los ojos inyectados en sangre y cada vez que parpadeaba le lloraban. Y después de todo ese licor con el estómago vacío, tan recientemente repuesto de las heridas y del salto, no daba señal alguna de ir a perder el conocimiento.

—Yo querer estar en puente —dijo—. Py-an-far. Mismo tú no confiar en mí, eso yo saber. Todos mismo preguntar.

—No puedo pasarme todo el tiempo ordenándote callar. No puedo consentir que distraigas a mi tripulación. No puedo correr ese riesgo. Como lo oyes, no puedo. ¿Quieres que tu nave sobreviva a todo esto? Ayúdame, maldito seas, coopera.

Y entonces Jik alzó el rostro hacia ella, los ojos le ardían.

—Supervivencia, Jik. ¿Hay algo más que debamos saber? Porque ahí fuera tenemos a dos kif que están luchando por apoderarse de cuanto tenemos y, Jik, por todos los dioses, odio esto, pero no tenemos nada más donde elegir.

Su boca se convirtió en una tensa línea recta. Cogió el vaso y bebió la mitad de lo que quedaba. Luego se lo mandó con un empujón.

—Yo tratar con ese maldito kif, yo disponer toda maldita cosa. —La mano le temblaba apoyada en la mesa—. Beber, maldita seas, yo no beber sin tener nadie con quien hacerlo.

Pyanfar cogió el vaso y apuró su contenido. El licor golpeó el fondo de su estómago, se unió al que ya había tragado, haciendo que le escocieran los ojos hasta llorar.

—Tener que hacer amigo este maldito kif —dijo él con voz ronca—. Yo no saber dónde Ana ir, no saber qué hacer él. Nosotros, nosotros tener que hacer buen amigo este kif. Esto ser trabajo, ¿eh? Tener que ser corteses. —Un tic le retorció el rostro, lo que le confirió una expresión horrible—. Pyanfar. Tú, yo, viejos amigos. Tú, yo. ¿Cuánto tú pagar él, eh?

Pyanfar sintió un escalofrío en la espalda y el vello se le erizó entre los omóplatos.

—No te pondré en sus manos. Otra vez, no.

—No. —Jik alargó el brazo y le clavó una de sus romas garras en la mano—. Yo decir verdad. Tener que hacer, tener que tratar con este maldito kif. Tú tener que hacer, entonces tú dar mí él, tú darle tu hermana, tener que hacer rodear… —Su dedo se movió trazando un semicírculo en el licor vertido sobre la mesa—. Quizás Ana maldito estúpido. Quizás humanos montón problemas. Nosotros ser con-tin-gen-cia. Con-tin-gen-cia para todo el maldito Pacto. Nosotros estar dentro. ¿Entender?

—No volveré a entregarte.

—Tú hacer. Sí. Yo hacer trabajo. Mismo mi nave. Mismo nosotros tener que hacer trato. —Le temblaban los labios—. Tener que ir quizá cama con ese maldito kif. Largo tiempo yo trabajar alrededor ese bastardo. —Empujó nuevamente el vaso hacia ella—. Llenar.

—No voy a beber contigo. Tengo una… —una nave que dirigir. Se tragó esas palabras antes de que salieran—. Por todos los dioses, debes meterte algo auténtico en el estómago. —Llenó el vaso y se puso en pie. Cogió un paquete de sopa del armario y arrancó uno de sus extremos, luego lo vertió en un tazón y lo colocó en el percolador. Nubecillas de vapor ascendían del tazón. Olía a sal y a carne, prometiendo consuelo al estómago tras el crudo ataque del parini. Pyanfar tomó un sorbo y se dio la vuelta para encontrar a Jik con la cabeza apoyada en los brazos—. Vamos —le dijo—. Levanta y me tomaré esto contigo. ¿Me has oído? Trágate las píldoras.

Jik levantó la cabeza y tomó un sorbo del tazón. Torció el gesto y se lo ofreció.

Uno y uno. Pyanfar le dejó tomar el siguiente sorbo.

—Sigue comiendo —dijo—. Tengo que echarle un vistazo a una tripulante enferma. —Le hervía el estómago. Seguía notando el sabor del parini y no quería volver a probarlo en toda su vida. Pero ese sabor no era nada comparado con lo que representaba encerrar a un amigo en una prisión minúscula y dejar que un kif andará suelto por donde le viniera en gana como un tripulante más. Así eran las cosas.

Jik tenía razón. Estaba absolutamente en lo cierto y cuanto más lo pensaba, más se convencía de ello.

Quizá no les quedara ni una sola opción.

—Vamos mientras aún puedas caminar —le dijo—. Me encargaré de acostarte personalmente. Las píldoras en la boca, ¿eh?

—No. —Las cogió, cerrando el puño sobre ellas—. Yo guardar. Quizá necesitar. Ahora yo dormir. A salvo, ¿afirmativo? Con amiga.

Se apartó con esfuerzo de la mesa. Se tambaleaba, pero logró recuperar el equilibrio.

Pyanfar le indicó el pasillo número dos. Era el otro camino hacia el ascensor, el que no pasaba a través del puente y sus delicados controles.

Jik cooperó. La siguió sin protestar y sin hacer ruido, cuando tenía todas las oportunidades de intentar algo. Pero eso sería una estupidez y en una nave que no podía controlar, no le serviría de nada.

Y, aunque había hablado mucho, no le había dicho nada nuevo.

Eso, por sí solo, ya era preocupante.

Bajaron en el ascensor y luego siguieron por el último nivel prácticamente hasta el final, donde se encontraba el camarote de Tully. Junto al de Skkukuk.

Tully no estaba ahí. Eso quería decir que estaba en la zona de la tripulación, y no le sorprendía.

—Duerme un poco —le dijo.

—Afirmativo —respondió él. Apoyó sus anchos hombros en el marco de la puerta, sosteniéndose en ella, apestaba a parini y daba la impresión de que se caería de bruces antes de poder llegar a la cama.

—Y no te olvides del seguro, ¿eh?

La puerta de al lado se abrió y en ella apareció Skkukuk, con los ojos brillantes y ansioso de prestarle algún servicio.

—Tú no ser estúpida —le dijo Jik—. Amiga.

Y, girando sobre sí mismo, entró al camarote y cerró la puerta entre los dos.

Pyanfar la cerró y luego, dándose la vuelta, miró a Skkukuk.

—Es valioso —le dijo. Lógica kif.

—Peligroso —respondió Skkukuk.

Pyanfar lo dejó ante el camarote. Sacó un comunicador de bolsillo en lugar de usar las estaciones del intercomunicador que había a lo largo de su trayecto.

—Tirun, todo está asegurado abajo.

Los kif se están dando una buena paliza entre ellos. Tenemos contacto de aproximación en Punto de Encuentro. Los stsho se muestran más que corteses, no tendremos ningún problema a no ser que los pobres bastardos entren en Fase antes de que atraquemos. No estoy segura de hablar con el mismo stsho de un minuto a otro. Están asustados, realmente asustados. Tengo la sensación de que los kif encargados de las comunicaciones no se muestran nada educados. Las naves que se dirigen hacia el interior del sistema son la Ikkhoitr y la Khafukkin.

—Dioses. Maravilloso, el esbirro número uno de Sikkukkut. Sí, era lo lógico.

¿Vas a descansar un poco?

—Ahora subo. —No había forma de reposar, no hasta haber conseguido una respuesta. A pesar de que sentía cómo le temblaban las rodillas. Envidiaba las píldoras de Jik. Pero no el descanso que podía conseguir gracias a su situación actual.

Cuando entró en el puente vio que Tirun la miraba con expresión preocupada, como deseando preguntarle algo. Y también Tirun parecía a punto de morir de agotamiento.

—No hay cambios —dijo Tirun—. Sólo malas noticias. El grupo de Dientes-de-oro tenía dos cazas en la cola cuando se esfumaron. Akkhtimakt tiene que saltar dentro de unos instantes. Debe hacerlo, le están disparando por la cola. Puede que algunas de esas naves no consigan llegar al otro lado. Tienen que salir de aquí.

Pyanfar miró la pantalla. Todas las naves seguían corriendo hacia el punto de salto. La última nave de Dientes-de-oro ya había desaparecido. Se divisaba un grupo de stsho, por fortuna estaban donde no podía alcanzarles ninguno de esos desastres y no se encontraban atados a una estación. Ni una sola señal de los respiradores de metano. En ningún sitio.

Ninguna de las hani se movía. Estaban atrapadas en los muelles. Y no tenían ni una sola oportunidad de conseguir un vector hacia el espacio hani teniendo en cuenta el ángulo y la velocidad que les llevaban de ventaja las dos naves de Sikkukkut con rumbo a la estación. La Ikkhoitr y la Khafukkin llegarían incluso antes que ellas. Los kif iban a conseguir el control de ese muelle, y que los dioses ayudaran a las hani que pretendieran oponerse a ello.

—Tenemos otra identificación: una nave de Faha. La Viento Estelar.

—Munur. —Una capitana bastante joven. Una nave muy pequeña. Y prima lejana de Hilfy por el lado materno—. ¿Y Ehrran?

—Ni rastro.

—Debe de estar con Dientes-de-oro o habrá partido rumbo al hogar hace mucho tiempo. ¿Quieres apostar por alguna de las dos soluciones? —El cansancio y el nerviosismo estaban a punto de vencerla. Se estremeció, y supo que gran parte de ese temblor se debía al hambre—. Bueno, sigue con ello. —Señaló hacia la cocina y, con un gran esfuerzo, logró que su voz sonara firme—. Jik va a descansar un poco. Está bastante irritado y medio loco por el cansancio. Por los dioses, espero que se tome esas píldoras y se calme un poco, pero no creo que quiera hacerlo. A lo mejor se cae en la cama durante un rato y puede que luego tenga la cabeza más clara. En estos momentos es un auténtico problema. No piensa con claridad. Y yo tampoco. Cuando despierte, le pondremos en operación de comunicaciones. Puede que le permita subir aquí, todavía no lo sé. No confío demasiado en mi juicio actual. Voy a limpiarme un poco y a descansar unos minutos. ¿Qué tal vas tú?

—Estoy bien —dijo Tirun. Era su secuencia habitual: Haral la primera en asearse, la primera en descansar, la que necesitaba tener el ingenio más aguzado y los reflejos más rápidos debido a su puesto en el panel de entrada. Pero, generalmente, Haral abreviaba el tiempo de reposo para hacer una visita a su hermana a cambio de ello—. Aunque ya va siendo hora de que me tome un descanso… —Y, antes de que Pyanfar pudiera dejar la silla donde se apoyaba, añadió—: Capitana, Chur quería tomar algo caliente. Geran ha ido abajo para preparárselo.

Eran las mejores noticias que habían tenido de ella desde su entrada en el espacio real.

—Huh —dijo—, huh. —Relajó un poco los tensos músculos. Se apartó del respaldo y volvió por el pasillo. Quería comer. Quería un baño. Quería, bien lo sabían los dioses, alejarse años luz de todo esto. Pero no tenían esa elección. Podían empezar a correr y salir del sistema de Punto de Encuentro mientras Sikkukkut estuviera ocupado. Pero las encontraría, y también encontraría a quien estuviera con ellas. Tenía a su planeta como rehén, por no mencionar la amenaza inmediata de esos trescientos mil malditos stsho y un puñado de naves hani.

Un kif no olvidaría un insulto.

No más de lo que una hani olvidaría el daño causado a sus amistades.

No se oía ruido en la zona de la tripulación, el área central donde tenían un microondas y un pequeño almacén de comida instantánea, una de esas comodidades que habían instalado junto con los soportes para altas velocidades y las automáticas que habían adquirido en el mercado negro. Un par de literas no muy grandes, una mesa o dos en la salita y una habitación comunal para dormir, donde podrían haber instalado paneles de separación aunque nunca habían encontrado el momento de hacerlo y, a decir verdad, no era algo que realmente desearan. Un cuerpo aprendía a dormir al mismo tiempo que sus primas entraban y salían de la habitación, y nunca hubo razón apremiante para cambiar esa situación, ni tan siquiera en aquellos días en que tenían algo de riqueza.

Y en estos momentos Hilfy pensaba que había una excelente razón para seguir así; en esta crisis un cuerpo pedía compañía. Geran entró un momento y volvió a salir con dos tazones de sopa y, por los dioses, Hilfy esperaba que en el camino hasta arriba al menos se metiera uno en el estómago. Evidentemente, Chur estaba dispuesta y con ánimos suficientes para intentar comer, lo que resultaba el único acontecimiento un poco alegre entre tantas malas noticias. Haral estaba sentada en la litera que había frente a ella con un pedazo de tasajo en una mano y la boca llena, mientras utilizaba la otra mano para ordenar un poco su mojada melena. En los ojos tenía ese vidrioso y distraído cansancio que el salto dejaba en un organismo. Tully salió del baño comunal con una toalla sobre los hombros, con unos pantalones de Khym de seda color óxido, tan grandes que debía sujetárselos con un alfiler en la cintura, pero a Haral se le habían terminado los pantalones de recambio y el otro par estaba lavándose. Tully se acercó con paso vacilante al armario, cogió un tazón y lo llenó con agua y sopa instantánea, luego lo metió en el microondas y se sentó para secarse la barba y la melena con la toalla. Tenía la blanca piel de los hombros surcada por viejas cicatrices pálidas y otras, más recientes, de un tono rosado.

Akkhtimakt ha saltado —les informó el boletín del puente. Y luego—: Los de Sikkukkut están frenando, por supuesto, aunque parece que éste ha ordenado que un par de ellos salten para tenerle preocupado, igual que hizo con el grupo de Dientes-de-oro. Parece bastante claro que Sikkukkut va a quedarse con nosotras. Pensé que os gustaría saberlo.

—No me sorprende —murmuró Haral—. No podíamos tener tanta suerte. Habría sido demasiada fortuna que Dientes-de-oro nos ayudara. Antes de que regrese Sikkukkut habrá arrancado hasta las placas metálicas del suelo.

—Hará lo que le venga en gana, eso desde luego —dijo Hilfy.

—Un maldito jaleo…

Tully había levantado el rostro de la toalla y las miraba con el rubio pelo totalmente revuelto, los ojos rodeados por pequeñas arrugas creadas por la tensión. Algunas veces parecía tan cansado que no podía hacer ni el esfuerzo de hablar, o de escuchar el chisporroteante susurro del traductor que le daba su maltrecha versión de cuanto ocurría a su alrededor. Lo que resultaba más difícil de transmitir por el aparato eran los temas delicados, como: ¿Qué tal está Chur… con sinceridad? O: ¿Qué crees que hará Jik? Y: ¿Qué haremos cuando los kif lleguen a la estación? A veces parecía estar muy lejos. En otras ocasiones parecía desesperado, como si intentara decirles algo tan difícil que ni valía la pena intentarlo.

Cosas como: Los míos se marchan. Hablé con ellos, pero el mensaje no les llegó. Al menos, estuve cerca.

No os he traicionado.

Juro que ni lo intenté.

El microondas zumbó anunciando que había terminado. Tully se puso en pie, y cogió su sopa junto con un paquete de carne en tiras y otro de fuyas mahen, que tanto él como Haral consideraban comestibles y que todo el resto de la tripulación aborrecía. Le ofreció uno de los tallos a Haral, ésta lo cogió y empezó a remover la sopa con él. Tully tomó asiento con los demás paquetes entre sus ágiles dedos. Sostenía el tazón con ambas manos, los codos sobre las rodillas, bebió un sorbo y después suspiró, sumido en el más profundo agotamiento.

—Creo que Dientes-de-oro concertó una cita aquí con la flota humana —dijo Hilfy, para ocupar el silencio y para responder a preguntas que Tully no había hecho—. Por eso nos dejó en Kefk. Él y Ehrran vinieron aquí y él se encontró atrapado, sin escapatoria posible a causa de Akkhtimakt. Quizá logró que Akkhtimakt saliera de la estación y la dejara libre. Al menos, algo hizo por los stsho. Pero Ehrran se dirige a Anuurn. Me jugaría lo que fuera.

—Esa condenada tiene que ir hacia ahí, cierto —murmuró Haral—. Pero con Dientes-de-oro metido en el asunto tenemos que hacernos ciertas preguntas al respecto, ¿no?

—Tales como, ¿qué ocurrió aquí?

Eso la inquietaba. El modo en que se habían hecho los acuerdos la preocupaba. Que no hubiera respiradores de metano. Y que Akkhtimakt y Sikkukkut, si es que los dos deseaban comportarse como idiotas, siguieran pasándose uno a otro esa posición hasta que se helaran los soles. En unos pocos días de tiempo nave, o en unos cuantos meses de tiempo planetario, uno de los bandos podía dar la vuelta en Urtur, en Tt’a’va’o, en Kefk o donde fuera, y aparecer para lanzarse sobre el otro, que se habría apoderado de Punto de Encuentro. O de Kefk. O de lo que fuera. Si las naves empezaban a intercambiar sus posiciones de ese modo, entonces la dilatación temporal haría que las vidas se dilataran más y más, no habría ningún tránsito por el interior de los sistemas. Nada de tiempo lento. Sólo correr sin cesar tanto como pudiera aguantarlo la nave y mientras que el organismo fuera capaz de soportar el desgaste. Una nave mercante hacía sus saltos con mucho tiempo lento y con intervalo en los muelles; y semejante juego de naves podía extender el tiempo en un mes de su propia percepción tanto como hacía una comerciante en toda una década. Antes de que la carne, los huesos y el acero llegaran al límite.

—Me pregunto por qué no apareció en Kefk.

—Kefk tiene dos estaciones de vigilancia y le aventaja por su posición.

Tully las estaba mirando. Probablemente eso no lo había captado. Pero, de repente, el problema había logrado encontrar un punto helado donde alojarse, en las entrañas de Hilfy. Tomó un sorbo de su tazón para disipar ese frío y luego se lamió la sopa de los bigotes.

—Sikkukkut tiene algo en la cabeza. Lo cierto es que no va a quedarse aquí, inmóvil.

—En el universo hay algo llamado estupidez —dijo Haral.

—¿Y si él no es de ésos? ¿Y si piensa quedarse aquí quieto? ¿Y si tiene algo más en la cabeza?

Pero Dientes-de-oro había partido con dirección a Tt’a’va’o. Territorio de los respiradores de metano. La elección lógica: los stsho temían a los humanos igual que a una plaga. Los stsho tratarían con Ehrran, negociarían con los kif antes que con Dientes-de-oro y sus aliados humanos. Preferirían marcharse con los villanos a quienes ya conocían.

Los stsho no tenían armas. No poseían la capacidad necesaria para ese tipo de tensiones. Si podían, los stsho saldrían corriendo. Huirían de todo el problema.

Tc’a y chi y… que los dioses nos salven, los knnn… no están aquí, y siempre están aquí. ¿Dónde se encuentran? Los knnn no le temen a nada. No huirán. Puede que se echen a un lado, pero correr presas del pánico… no, los knnn no. Nunca.

—Los respiradores de metano —dijo Hilfy—. Maldita sea, Haral. Es una trampa. Tanto de Sikkukkut como de Dientes-de-oro.

Las orejas de Haral cayeron para erguirse de nuevo y un brillo pensativo logró abrirse paso a través del cansancio que había en sus ojos.

—Hilfy. —Tully sostenía su tazón entre las rodillas y bajo un halo de pálidos cabellos empapados, fruncía el ceño debido a la preocupación—. Dientes-de-oro no ir Tt’a’va’o.

—¿Quieres decir que lo sabes?

—Yo creer. El ir… vuelta, ir zumm, como a Tt’a’va’o. No.

—¿Quieres decir que fingió dar un salto? ¿Que se detuvo luego, en mitad del espacio? ¿Crees que puede hacer eso?

Quizás Tully hubiera entendido cuanto le decía, quizá no.

—Mahen —dijo—. Humanos hacer.

—¿Frenar en seco durante un salto?

—Mismo.

—Bondad divina.

—Tiene sentido —dijo Haral—. Si poseen el equipo para hacer eso. Si lo han conseguido de los humanos… Entonces, espera aquí para fingir que sale huyendo.

—Y Ehrran se va realmente, sin trucos, y deja aquí a las hani para que se enfrenten a lo que ocurrirá cuando llegue Sikkukkut… ¡Dioses, tiene un tratado con los stsho!

—Bueno, algo de razón tiene. ¿Qué podía hacer… si Akkhtimakt estaba aquí primero? Dientes-de-oro quería a ese kif intacto. ¡Está empujando a los dos kif a una pelea, por los dioses, eso es lo que está haciendo! —Haral se frotó la encanecida nariz y luego la arrugó de nuevo—. Quiere que se debiliten entre sí antes de lanzarles encima a los humanos y antes de que las fuerzas mahen lleguen aquí. Eso es lo que pretende. Que Jik se meta en líos; que Jik mantenga al menos medio domesticado a uno de esos condenados kif mientras que Dientes-de-oro prepara las cosas de forma que pueda acabar con los dos. Eso es lo que les gustaría realmente a los mahendo’sat. Lanzarles encima a los humanos, dejar que éstos reciban los disparos. Por eso dejó atrás a Jik en Kefk.

—Apostaría a que en la estación no quedan obreros mahen.

—Puedes estar condenadamente segura. Dientes-de-oro ha tenido tiempo más que suficiente para difundir el aviso. Habrá evacuado la estación. Seguramente lo despejó todo cuando los stsho rompieron ese tratado.

—Te apuesto huevos contra perlas a que Dientes-de-oro ha dejado aquí algo para que le sirva de indicador.

—No pienso apostar a eso.

—Sigue dentro del sistema —dijo Hilfy—. Sigue en una posición desde la cual puede recibir todo lo que ocurre aquí y tal vez haya más de uno, ¿eh? Quizá tenga un par de aparatos, uno debe de moverse muy despacio, a la deriva, listo para ponerse en marcha cuando se encuentre fuera del alcance normal de recepción para desaparecer luego. Y si Dientes-de-oro está ahí fuera, en el espacio, y esos estúpidos kif que le seguían saltan todo el trayecto hasta Tt’a’va’o…

Las orejas de Haral se levantaron. El cansancio pareció desaparecer de sus ojos y en su lugar quedó un brillo muy, muy duro.

—Sigue hablando.

—Dientes-de-oro podría estar a la espera de noticias. Antes del cambio de rumbo, si es que lo hace. Puede que haya puesto más de uno o dos aparatos detectores en el exterior de este sistema. Ya no le queda crédito alguno con Sikkukkut, se encuentra en la oscuridad con los humanos, con el tc’a junto al cual estaba trabajando Jik. Tiene todavía cierto crédito entre el han y puede que algo ante los knnn. ¿Y si ha decidido que no tiene elección y se limita a dejar que los kif lo decidan todo en combate?

—Quizá es lo más seguro para todos.

—Pero…

—Te escucho.

—Pero… ya sabes que los mahendo’sat pretenden salvar sus pellejos antes que nada. Ehrran le ha dejado. No podemos hablar en nombre del han. Tenemos a los kif dispuestos a lanzarse unos contra otros, y a los humanos a su espalda. Si los dos bandos se encuentran muy ocupados, si los mahendo’sat les atacan por detrás… ni Akkhtimakt ni Sikkukkut pueden correr ese riesgo. Están en un lío. No pueden dejar a esos mahendo’sat armados en su espalda. Son kif, Dientes-de-oro atacará y ellos lo saben. Dioses, tenemos a un kif amenazando Anuurn. Entonces, ¿qué debe amenazar Akkhtimakt, eh? ¿O, sencillamente, se limitará a dar la vuelta y mandar una nave a cada mundo y estación mahen?

Las orejas de Haral estaban erguidas al máximo. La escuchaba.

—Preguntar Skkukuk —dijo Tully de pronto.

—Preguntarle, ¿qué? —replicó Hilfy.

—El kif. Preguntar qué hacer kif.

—No está al nivel de Sikkukkut. Si fuera capaz de pensar mejor que él, entonces deberíamos preocuparnos de Skkukuk.

—Mente kif. Mucho oscuro. Yo ir preguntar.

—Tiene parte de razón —dijo Haral—. Pero nada de hablar con el kif. Será mejor que hablemos con la capitana. Py-an-far, ¿me comprendes, Tully?

—¿Crees que estoy en lo cierto?

—Llevo unos cuarenta años en el espacio, niña, y nunca me he encontrado realmente cerca de los kif en su ambiente. Tú sí. Y hablas kif básico. Cosa que yo sigo sin poder hacer, al menos no bien del todo. Pero le he echado un vistazo a nuestro pasajero y ha bastado para que se me ocurran una o dos ideas. Y entre el mahendo’sat y ese kif, estoy realmente nerviosa. Tenemos esa otra bomba a bordo. Y, aunque lo siento mucho por él, me da más miedo que Skkukuk.

—Jik —murmuró Hilfy. Tomó otro sorbo de sopa, pero no logró que le calentara las entrañas.

—Lleva mucha carga encima —dijo Haral—, y aunque le debemos mucho y él nos debe bastante a nosotras… En primer lugar, no se encuentra bien, en segundo lugar, le han hecho daño, tanto los kif como su propio socio y también nosotras y, en tercer lugar, es un mahendo’sat y ve que toda su especie está en peligro. Quizá tenga más información de la que le hemos podido sacar. ¿Qué hará?

El frío estaba empeorando. Durante un incómodo segundo, Hilfy no fue capaz de mirar a Tully. Durante un incómodo segundo él fue como Jik, extraño y lleno de extraños e impredecibles motivos. Y ella era una hembra y él no, con toda la locura que eso conllevaba. Éste no es sitio para él. Escuchándonos. Dioses, ¿y si durante todo este tiempo no hubiera hecho más que esperar? Es de otra especie, ¿no? Igual que Jik. Y hemos pasado por tantas cosas juntos, maldita sea y no sé lo que está pensando ahora mismo. Yo… Se estremeció mentalmente y miró la hora.

—Dioses, Tirun —dijo—, será mejor que subamos. Tirun…

—Sí —dijo Haral, y añadió—: ¿Quieres que hable con la capitana?

—A ti te escuchará más que a mí.

—Eh… —dijo Haral, y fijó en ella sus tranquilos ojos, con las orejas gachas. Una reprimenda por esa pequeña observación. Hilfy agachó las orejas.

—Kif —dijo Tully.

—No —dijo Haral—. Dejemos que duerma. Tú quédate aquí. Descansa, ¿entiendes? Si se te ocurre bajar para hablar con ese kif, te arrancaré la piel, ¿me has oído?

—Yo entender —dijo Tully. En los labios tenía ese fruncimiento que, en él, expresaba infelicidad—. No bien, Haral. Yo quedar aquí.

—Discutiendo, ¿eh? —dijo Haral.

—En su nave no era ningún novato —dijo Hilfy—. Lo sé. No es una criatura, Haral.

—¿Y quién lo es aquí? Tully, ¿quieres venir? ¿Quieres hablar con la capitana?

A Tully aún le quedaban unos cuantos mordiscos para acabar con su ración. La engulló de un solo bocado, apuró el tazón hasta vaciarlo y se puso en pie, intentando todavía acabar de tragar lo que se había metido en la boca.

—¿Qué tal va todo? —preguntó Pyanfar en voz baja, aún mojada por la ducha, apoyándose agotada en el respaldo del asiento de Tirun. Khym había vuelto a su puesto: le faltaba mucho para ser capaz de relevar a Tirun pero, al menos, estaba ahí para ayudar un poco. Tirun se volvió a mirarla con las orejas no muy firmes y un desesperado agotamiento en la expresión. Ella no había tenido ocasión de ducharse, eso estaba claro.

—Todavía no hay respuestas —dijo Tirun—. Creo que na Jik está dormido. Un poco después de que oyera funcionar la red de seguridad en la cama dejó de removerse. —Inclinó una oreja hacia la parte inferior de la nave—. Ya tenemos nuestras instrucciones rutinarias, las acabo de meter en el automático. Todos los kif siguen el horario previsto y las dos naves de Sikkukkut acaban de entrar en la última fase anterior al salto. Mientras, los stsho siguen sudando de miedo.

—Huhhhh. —Pyanfar observaba con un solo ojo la pantalla, que mostraba a todas las naves siguiendo tranquilamente su rumbo. Por el momento nadie había hecho nada definitivo ahí fuera. Se acercó al oído de Tirun, con el codo sobre el respaldo del asiento—. Sal de aquí, ¿eh? Yo me encargo de los controles.

—Haral vendrá pronto. —La voz le salió bastante ronca—. ¿Quieres comer algo? Puedo aguantar un poco más, en realidad lo único que hago es seguir sentada aquí.

—Eso mismo haré yo. Vete, me encargo de los tableros. —Se apartó del respaldo y durante medio latido de corazón pensó en su esposo, que durante todo este tiempo no había apartado ni una sola vez los ojos de la pantalla. Se había encargado de tenerla bajo vigilancia mientras ella distraía a Tirun, aunque el tablero poseía una alarma auditiva y ella misma, automáticamente, se había fijado en la pantalla durante esos segundos en que Tirun se volvió hacia ella. Tirun había sabido que ella vigilaba… experiencia, décadas enteras. Pero Khym se había mantenido alerta. Eso también formaba parte de las reglas del puente. Dio una pequeña palmadita al respaldo del asiento de Khym, en señal de aprobación, sintiendo que algo se aflojaba levemente en sus entrañas. Cada vez era más digno de confianza, se estaba acercando a la categoría de sus mejores tripulantes. De pronto sintió un impulso y se quitó un anillo de la oreja.

—Eh —dijo, y se inclinó sobre él hasta que el aliento de la capitana le agitó el suave vello interior de la oreja.

—Uh —dijo él, como si estuvieran haciendo algo muy íntimo.

—No te muevas. Estáte quieto. —Pyanfar le perforó el pabellón de la oreja. «¡Owwh!», gruñó él, y se movió para volverse hacia ella, indignado, y entonces, quizá pensando que se trataba de alguna extraña prueba para ver hasta dónde era capaz de mantener su concentración, se giró rápidamente hacia los tableros.

Pyanfar metió el anillo justo en la herida y lo cerró.

—Uhhhn —musitó él, al saber lo que había hecho. Sin volverse ni una sola vez.

—Bien. —Le dio una palmada en el hombro y entonces recordó que hubo una época en que había reaccionado con irritación ante ese gesto de palmearle el hombro. Pero quizás ahora le parecía algo muy distinto. No protestó. Pyanfar se dirigió a su puesto, se instaló en el asiento y activó las imágenes de la pantalla y del comunicador.

Sikkukkut seguía su rumbo. La Ikkhoitr y su compañera estaban atracando antes que ellas, y la Orgullo seguía una trayectoria limpia y precisa por el sendero de aproximación central.

Pronto les darían instrucciones específicas sobre dónde atracar. La Orgullo, la Aja Jin y la Luna Creciente se colocarían donde los kif pudieran llegar a ellas con facilidad.

Y donde Sikkukkut no tuviera problemas en pedirles cosas. Jik, por ejemplo. Sí, Jik, y ese «por ejemplo» era muy grande. O incluso Tully. O Dur Tahar. Todos eran mercancía cuya devolución podía exigir. Pyanfar permaneció inmóvil, mordiéndose los bigotes, y deseó conversar claramente con Dur Tahar ahora mismo ya que seguramente ella debía saber algo sobre la mentalidad kif. Pero en esos instantes la mejor política parecía ser la ausencia total de comunicaciones. Bien sabían los dioses que no deseaba recibir preguntas de la Aja Jin, donde Kesurinan aún seguía sus órdenes sin cuestionar nada, aunque bien podría haber hecho preguntas: ¿Cómo está mi capitán? ¿Se ha recuperado? ¿Por qué no recibo instrucciones de él?

Kesurinan quizá creía que Pyanfar tenía las respuestas a todas esas preguntas. Y conservaba la paciencia. Al menos, hasta ahora.

Pero en ese muelle, Kesurinan haría preguntas a las que necesitarían mentir de forma directa. Y, además, con inventiva.

Dientes-de-oro, los dioses te maldigan, ¿qué has preparado aquí?

Has hecho un acuerdo con alguien, ¿no?

¿O acaso tenemos algo acechando fuera del sistema, algo que vamos a descubrir cuando nuestro frente de ondas le llegue por fin y se ponga en acción a toda velocidad para atacarnos?

Dioses, dioses, ésta no es una buena situación.

¿Qué está haciendo Sikkukkut? ¿Acaso depende realmente de nosotras, por todos los dioses? ¿Acaso somos nosotras todo su respaldo?

Sikkukkut, estúpido. ¿Puede llegar a confundirse tanto una mente kif como para confiar en nosotras ahora?

¿O es que no tienes nada de estúpido?

Un zumbido del comunicador.

—Py —dijo Khym, al mismo tiempo que introducía la llamada en su tablero.

—La tengo. —Era la estación, hablándoles en un parloteo de lo más efusivo. Un stsho les dijo que, si lo deseaban, podían ocupar cualquier dique libre, pero sugirió los números veintisiete, veintiocho y veintinueve. Los que había sugerido el señor capitán de la Ikkhoitr, alabado fuera el hakkikt.

—Afirmativo —dijo ella y, con las orejas abatidas, añadió—: Alabado sea el hakkikt.

—Realmente no tenemos elección, ¿verdad? —le preguntó Khym.

—Podemos elegir entre vivir o morir. Al menos nos queda eso.

—¿Qué haremos? —En la voz de Khym había una nota casi imperceptible de miedo y desesperación. Un macho pidiéndole a su esposa que le tranquilizara. Dime que puedes hacer algo. Dime que las cosas no están demasiado mal, que todavía hay esperanzas. El macho vivía dentro de las fronteras de su pequeña propiedad y jamás había que hablarle de nada: nunca había que preocuparle con problemas para los cuales no tenía capacidad, con los que no podía tratar. No podía hacer nada. Viejas costumbres, Khym, maldita sea, ¡crece de una vez!

No. Es un tripulante hablando con su capitana. Eso es todo. No te metas con él, Pyanfar.

—Que me emplumen si lo sé —murmuró. Sin compasión, Khym—. ¿Tienes alguna idea?

—Va a pedir que le demos a Jik.

—Me temo que sí.

—¿Qué haremos entonces?

—Ya se me ocurrirá algo.

No podía hacer nada salvo ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Obedecer las instrucciones, bajar al dique.

Ahí lo tienes, esposo. No hay respuesta. No tengo ningún truco en la manga. Por el infierno mahen, no tengo ni idea de lo que haremos y, por encima de todo, no sé cómo vamos a salir de aquí.

Gracias sean dadas a los dioses porque Ehrran va camino a casa para advertir al han. Aunque en ese proceso se lance sobre Chanur. Prefiero ver caer al clan antes que al planeta entero. No hay nada peor que eso.

Pero, dioses, Ehrran es una estúpida. ¿Qué les dirá una estúpida como ella? ¿De qué les convencerá una estúpida a esas idiotas, qué les hará hacer?

Dioses, dale sentido común por una sola vez y me volveré piadosa. Juro que lo haré. Me reformaré. Haré que

Haral la asustó al aparecer igual que un fantasma a su lado.

—Capitana —dijo—, ¿qué ha ocurrido?

Pyanfar hizo dar media vuelta a su asiento y vio a Tirun fuera de su puesto y a Tully y Hilfy que se instalaban en los suyos como fantasmas silenciosos moviéndose bajo el ruido de los sistemas en continuo funcionamiento.

—Hemos recibido las instrucciones para atracar. Le daremos tiempo a Tirun para que llegue a los camarotes. Podemos frenar un poco más tarde. Estoy segura de que Punto de Encuentro no protestará porque violemos las reglas. —Giró nuevamente su asiento y apretó la tecla del comunicador. Dos tripulantes veteranas en su sitio y dos novatos. Pero la operación de atraque era rutinaria, no importaba qué más estuviera ocurriendo a su alrededor—. Geran —dijo—. Cinco minutos.

Ya llego —respondió Geran desde algún lugar de la nave.

—Capitana —dijo Haral—, Hilfy tiene una idea…

—Tahar acusa recibo de las instrucciones para atracar —dijo Hilfy—. Nos siguen.

—… Akkhtimakt ya no tiene razón alguna para contenerse —dijo Haral—. Está perdiendo. Los mahendo’sat ya no tratan con él. Ha partido hacia Urtur y puede hacer dos cosas. Una es lanzarse sobre nosotras. Otra es hacerlo sobre los mahendo’sat. La situación podría ponerse fea, realmente fea. Eso es lo que hemos estado pensando.

—Huhhhhn. —Otro cuerpo cayó sobre el acolchado de un asiento con un fuerte golpe. Oyó el chasquido de los cinturones. Geran había llegado. Oyó acercarse un salvaje y agudo zumbido por el pasillo, un kif lanzado a toda velocidad se dirigía a su puesto e intentaba decirles que le esperasen: un leve impulso de los motores principales de la Orgullo le mandaría hacia atrás, le estrellaría contra la puerta del ascensor con tanta fuerza como si hubiera caído desde lo alto de un tejado.

—Te oímos —dijo por el comunicador general—. Tienes tiempo, Skkukuk.

Y pensó en la red de corredores para el salto que rodeaban a Punto de Encuentro y los lugares a que conducían.

Sólo los dioses pueden saber qué han lanzado ya contra nosotras.

—Los mahendo’sat no se quedarán sentados esperando —dijo—. No es su estilo.

—Si hacen algo —dijo Haral— conseguirán que ese bastardo retroceda al interior del espacio hani. Hemos pensado que pronto habrá algún tipo de acción. Capitana, Tully dice que las naves humanas pueden abandonar el hiperespacio de golpe. Que pueden dar la vuelta. Dice que, según cree, los mahendo’sat también pueden hacerlo.

Sus ojos volaron por un segundo hacia el rostro de Haral. Ese frenazo con giro era una maniobra knnn. O tc’a.

—Amigos que aparecen de repente en sitios insospechados…

—Capitana, a partir de aquí y yendo por Kura el trayecto es muy corto.

Cierto: el espacio hani era un apéndice del espacio accesible, justo bajo la zona mahendo’sat, cerca de la estrella natal mahen. Pero los accesos en aquella dirección eran pocos y fáciles de proteger.

—Ya —dijo ella, pensando en esa geometría y, de repente, sus pensamientos cobraron una forma clara y coherente—. Ya, podría funcionar. Si realmente pueden hacer ese tipo de cosas. Pero eso querría decir que las naves humanas no tienen nada de cargueros… ¿verdad? ¿Para qué necesita compartimentos de carga una nave con ese equipo, eh?

—No lo parecerían, desde luego. Y si hay un ataque de esa clase aquí, lo recibirán las hani. Otra vez.

—Cierto. Si pueden hacer eso… —Otra idea, aún peor—. Si los mahendo’sat son capaces de esto… no sería la primera vez que poseen un nuevo equipo del cual no nos han dicho nada. No sería la primera vez que los kif lo consiguen antes que nosotras, desde luego. Alabados sean los mahendo’sat, siempre tan condenadamente cuidadosos respecto lo que descubren sus aliados antes de fijarse en lo que consiguen sus enemigos.

Dioses, no permitáis que Ehrran se comporte como una estúpida.

Y luego, en los tableros:

—Prioridad —dijo Geran—. Prioridad, hay un cambio de fase en curso, un cambio de vector de algunas naves de Sikkukkut. Son la Noikkhru y la Shuffikkt

El cambio apareció en el monitor, parte de la imagen varió nuevamente de color al terminar de frenar las naves kif y empezar a moverse en nuevas direcciones.

Seguían ángulos que las apartaban de Sikkukkut.