Escribo esto con prisa en Mkks. No se debe retener ni poner en peligro a quien lleve este mensaje. La crisis actual me obliga a clarificar mis acciones en apoyo de Ismehanan-min, dado que el rumbo de sus operaciones se ha cruzado con el mío. Confío en que su informe os haya llegado, pero he dispuesto que envíen una copia al Personaje de Kshshti por si el mensajero fracasara. Dado que Stle stles stlen ya no cumple los acuerdos, tanto Ismehanan-min como yo estamos tomando medidas para apoyar a otros candidatos y evitar que reemplacen el personal mahen por hani. En Mkks hemos recuperado a todos los rehenes y por el momento no hemos sufrido daños. Sikkukkut nos pide que apoyemos su candidatura dirigiéndonos contra Kefk. No conozco el paradero de Ismehanan-min y no puedo hacer especulaciones al respecto. Me dirijo a Punto de Encuentro por esa ruta. Todos los informes de fuentes te’a indican que Stle stles stlen actúa igual que en el informe anterior, y los informes de nuestro contacto dentro del espacio stsho no son muy tranquilizadores…
Los contactos tc’a informan en términos apremiantes sobre la agitación de los knnn.
Le he dado a Ehrran un paquete falso. Evidentemente, se trata de una agente stsho y me limito a proporcionarle información falsa. Su buena disposición para participar en todo esto es sólo una tapadera para recoger información sobre nuestras actividades, estoy seguro. Tampoco dudo de que ya ha conseguido información mediante sus propios contactos stsho y que por dos veces ha intentado transmitirla mediante entrevistas furtivas con agentes stsho, algunos de los cuales han eludido la red. Se da información de nuestros movimientos mediante un eficiente sistema de mensajeros y mantengo una estrecha vigilancia sobre las transmisiones de Ehrran.
Por el momento Chanur sigue siendo de confianza. El apoyo hacia esta agente debe ser llevado a cabo con extremada discreción en todos los niveles. La enviaría a Maing Tol, pero no veo forma de hacerlo pasando por alto las objeciones de Sikkukkut y considerando lo que pretende ahora Ehrran. Por lo tanto, Chanur sigue con nosotros, bajo la más absoluta prioridad de protección. Chanur es objeto de considerables atenciones por parte de Sikkukkut, hecho particularmente alarmante. Deberán ponerse en marcha medios de presión para contrarrestar este…
Pyanfar apartó los ojos de la traducción que aparecía en la pantalla y Jik, sentado en la estación de comunicaciones del puente, rodeado de tripulantes Chanur, se encogió de hombros en un gesto de pena mientras las orejas de la capitana se abatían.
—¿Qué medios?
—Dinero —dijo Jik con voz débil—. Deudas. Quizá como… ah, Pyanfar yo no arreglar esta cosa. Esto asunto gobier-no. Ellos también ayudar. ¿Quién reparar tu nave, eh? ¿Quién sobornar Stle stles stlen para conseguir devolver tu licencia? —Miró a su alrededor, un rostro después de otro. Cuando Khym alzó su enorme mano del respaldo del asiento, se volvió hacia él y sus ojos subieron hasta el rostro iracundo del macho Chanur antes de que se le ocurriera hacer algo más y luego miró de nuevo a Pyanfar—. No bueno este leer mensaje —dijo Jik—. Maldición, tú leer correo, tú encontrar cosas que no contener toda verdad. Verdad, verdad yo no poder decir en carta… ¿Qué querer, yo escribir Personaje decir que yo querer ayudar amiga, decir que yo querer ellos hacer bien ti? No. Yo hacer sin ruido. Empujar para hacer Personaje tu amigo, empujar para sacarte de problemas, bajar rodilla, pedir Personaje tratar bien Chanur… —Se inclinó hacia ella y su mano señaló hacia la pantalla—. Esto, esto ser evidencia en ley. Tú saber qué querer decir yo. Tú no escribir ciertas cosas. No querer qué enemigos conseguir, no enemigos kif, no enemigas hani, no mahen, no stsho. Dios, Pyanfar, tú saber lo que yo intentar decir.
Pyanfar le miró con el rostro inexpresivo, percibió el temblor de su mano y las líneas de dolor dibujadas alrededor de los ojos y la boca, vio… quizá quería ver todo eso más allá de las malditas palabras que aparecían en la pantalla como una acusación.
—Lo sé —dijo, y observó que el brazo le temblaba todavía más que antes de bajarlo. Jik el orgulloso, Jik el presumido, obligado a ofrecer explicaciones que no habría dado bajo ninguna amenaza, sólo ante la esperanza de conseguir ayuda de las amigas a las cuales había engañado. Su nave seguía como rehén, algo más que su libertad y su reputación estaba en juego. Lo que veía Pyanfar era doloroso. Y era mucho más claro que cualquier protesta—. Lo sé, maldita sea, los dos tenemos un buen lío. Haral, ¿qué informes hay de nuestros aliados?
—La Aja Jin y la Luna Creciente siguen el horario establecido. Informé que nosotras también y que todo iba bien a bordo.
—Bien, así que le hemos dicho a Kesurinan que te encuentras perfectamente —le murmuró Pyanfar a Jik—. Entonces, ¿cuál era la esperanza… mandarme hacia otro lado más o menos cuando tú saltabas hacia Punto de Encuentro con Sikkukkut?
—Nosotros no querer perder ti —dijo Jik.
—Debería sentirme halagada —dijo Pyanfar con voz gutural y alzó la vista hacia los otros. Tully estaba en el puente con los demás, todos estaban ahí salvo Skku-kuk. Tully, como de costumbre, parecía perdido y confuso. Sus tripulantes también ofrecían el mismo aspecto, confusas y al borde de la ira—. Tenemos un valor para los mahendo’sat —dijo—. Les gusta que sus amistades sobrevivan. Sólo los dioses saben qué más quieren. Supongo que es justo. También nosotros favorecemos más a unos mahendo’sat que a otros, y no hay demasiado mal en ello, mientras no se pierda el control. Estáis libres de servicio. Todos. Meteos una buena comida en el estómago: sólo los dioses saben a qué nos enfrentamos. En la memoria de navegación hay algo más que Punto de Encuentro, por si lo necesitamos.
Miró hacia Jik. Estaba reclinado en su asiento, con las manos cruzadas sobre el estómago y algo más desenvuelto de lo habitual. En los ojos del mahen había cansancio. Pero ese gesto al menos parecía propio de Jik, por muy maltrecho que estuviera y aunque sus ropas y adornos no tuvieran el esplendor habitual.
—Tú también —dijo. Y, por un instante, los párpados bajaron hasta casi ocultar los ojos, en un aviso casi imperceptible.
No me des órdenes, le decía. Ya he tenido bastante. Bueno, era Jik y lo único que intentaba era recobrar parte de su dignidad. Pyanfar dejó que sus orejas se inclinaran: está bien.
Después de eso Jik movió los brazos y se levantó con esfuerzo del asiento para seguir a Tirun Araun, que le indicaba el pasillo de la cocina.
Estúpida, se repitió Pyanfar. No estaba confiando solamente en Jik. Se trataba de un mahen en quien su propia especie había delegado toda su capacidad sin límites, uno de los pocos que se movían con toda libertad y que tomaban decisiones a distancias tan grandes que no se podía recurrir al gobierno central a cada pequeño cambio y reajuste de la política, en lugares donde los agentes no tenían tiempo para consultar. Un capitán de caza como Jik tenía que hacer su propia ley y sus tratados, debía dirigir las naves locales con la autoridad de todo el gobierno mahen a su espalda.
El personaje era algo más que un individuo en Maing Tol y otro en Iji. Era todo un concepto por el cual los mahendo’sat tomaban las decisiones: cuando un mahen estaba en lo cierto, su palabra era la ley; y cuando cometía un error, se le derribaba del poder. Sus superiores le desautorizaban. Y si cometía un error demasiado grande, el superior que le había nombrado caía también, con lo cual podía haber más de un agente en acción haciendo acuerdos contradictorios entre sí.
El más viable de esos acuerdos sería el aceptado y los agentes que se hubieran destacado de forma demasiado ostentosa por apoyar las políticas que no eran factibles serían derribados, en tanto que el gobierno mahen seguía funcionando sin problemas.
El engaño era la forma habitual de hacer negocios, así como la traición a todos los niveles, con excepción del superior inmediato. Que protegiera a sus propios agentes era un rasgo de honestidad que redimía a Jik y a Dientes-de-oro, quien había huido abandonando a Jik porque no tenía otro remedio. Una vieja hani debía pasar muchos años en el espacio para entender cómo funcionaba todo eso y para comprender además que, en efecto funcionaba.
Y todavía quedaba la cuestión de si Jik acabaría por dar la espalda al acuerdo que había hecho, repudiándolo personalmente.
Bien sabían los dioses que el trato con Sikkukkut había sido difícil y duro. Y que Jik había hecho un acuerdo con ella que lo contradecía.
Frunció el ceño y se fue por el mismo camino que los demás, hacia la cocina, donde Tirun había hecho sentar a Jik ante la mesa y donde Haral, Hilfy, Khym y Tully estaban ya revolviendo en los armarios y el refrigerador en busca de algo que se pudiera comer rápidamente. En la atmósfera flotaba el olor amargo del gfé seco: Tirun preparaba las raciones. Ruido de plástico: envases desechables. Pyanfar apoyó las dos manos sobre la mesa y fijó su mirada en los ojos de Jik.
—Tengo que hacerte una pregunta. Digamos que has hecho dos acuerdos. Y que los bandos con los cuales hiciste esos acuerdos… llegan a encontrarse en oposición. ¿Cómo resuelves eso?
Jik frunció el ceño. Todavía le lloraban los ojos y el sudor de su cuerpo olía aún a droga y amoníaco.
—¿Tú, Sikkukkut?
—Yo y Sikkukkut.
—Mantener mejor acuerdo.
—El que sirva mejor a los mahendo’sat.
—Afirmativo. —Jik parpadeó, mirándola como un niño cansado—. Siempre.
—Era sólo por curiosidad —dijo ella—. Por si llegara el caso.
Cuando se volvió hacia el armario y sacó de él un paquete de carne seca tuvo otra idea.
Por alguna razón, Jik había dicho la verdad. En contra de su propio Personaje y de todos esos intereses. Lo cual, en términos mahen, le convertía en un mahen deshonesto.
Dioses, ¿qué nos ha ocurrido en esta nave? En la tripulación todos se han desviado de lo que es bueno para su propia especie y sus intereses… Tully, Skkukuk, todas nosotras, Mahn… y ahora Jik también empieza a caer.
La traición es contagiosa, eso es lo que pasa.
Cogió una taza y arrugó la nariz mientras Khym echaba en su gfé una buena dosis de tofi. Pyanfar llenó su taza en el percolador y contempló a su extraña tripulación, apretada en el reducido espacio de la cocina. Miró a Jik. Estaba sentado con aire abatido, con dolor en todo el cuerpo, intentando con su mejor voluntad engullir un bocadillo y una taza de leche reconstituida: nadie de Chanur había dado muestras de hostilidad hacia él, ni tan siquiera Hilfy o Khym.
Bien. La tripulación iba a darle una oportunidad. Lo harían por razones particulares, entre las cuales podía incluirse la confianza en el buen juicio de su capitana; pero quizá fuera a causa de las viejas deudas.
Siendo hani, era difícil no pensar como tal. Hubo momentos en los que se alegraron tanto de ver a Jik como, seguramente, se habría alegrado él de ver que Pyanfar venía a buscarle en la Harukk, incluso aunque por su parte todo se basaba en política y acuerdos. Les había salvado la piel muchas veces.
Aunque siempre hubiera sido para hacer que volvieran a jugársela.
Chur abrió un poco los ojos, arrugó la nariz y miró hacia su hermana, parpadeando, medio dormida. Su pulso se aceleró un poco. Había soñado que unas cosas negras corrían por los pasillos, que algo merodeaba por la nave. Ruido en los pasillos. Tenía la sensación de que había pasado algún tiempo.
Su hermana había notado ese pequeño aumento en su pulso. Tenía la desconcertante costumbre de mirar a los monitores cuando hablaba y cada vez que reaccionaba ante algo, fuera lo que fuera. Las orejas de Geran, cargadas de anillos, se agitaron ante lo que veía ahora y, para aumentar su incomodidad, al estar acostada de espaldas le resultaba difícil ver la pantalla.
—Hemos logrado liberar a Jik —dijo Geran.
Chur volvió a parpadear. Gran parte de lo que sucedía era pura ilusión, y de lo que más desconfiaba era de las buenas noticias, de las cosas en las que realmente deseaba creer.
—¿Se encuentra bien?
—Golpes, algunos morados y todo eso. Le dijo a Tirun que se había golpeado con una pared cuando intentaba huir. Suena verosímil. Ya sabes que no hay forma de que te cuente dos veces la misma historia. ¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera dado con la misma pared que él. ¿Qué piensas hacer con esa condenada máquina? ¿Vas a dormirme?
—Habrá bastante ruido por aquí. Pensé que te haría falta dormir un poco.
—¡Y un infierno mahen! —Chur alzó su cabeza apoyándose en el codo que tenía libre—. ¿Quieres que me suba el pulso?
—Tiéndete. ¿Quieres que me suba a mí?
—¿Qué pasó ahí afuera? —Se reclinó nuevamente en el lecho, sintiendo que la cabeza le daba vueltas, y trató de enfocar la mirada—. Dioses, aún tengo el cuerpo lleno de esas sustancias. Párala, Geran. Por todos los dioses, estoy muy cansada, lo suficiente como para que me resulte muy duro ir en contra del viento…
—Eh… —Geran la cogió del hombro.
—Estoy despierta, estoy despierta.
—¿Quieres tratar de comer algo?
—Dioses, no quiero más de esa cosa.
Ruido de papel metalizado al arrugarse. Un aroma dulzón invadió la atmósfera esterilizada que sólo olía a medicinas. La comida, fuera del tipo que fuera, era toda una prueba. Chur hizo acopio de voluntad y cooperó con Geran, que le alzaba la cabeza con un brazo y le hacía entrar en la boca algo salado. Chur se lamió los labios y aceptó una segunda ración sin desearla realmente. Ya era suficiente.
—No está tan mal —dijo. Era cierto. Había echado de menos la sal. Los efectos en su boca eran algo más agradables que los de la última comida que le había traído Geran. Calculó cautelosamente el rumbo que seguiría hacia su estómago, lo sintió llegar al fondo y quedarse allí: sin moverse, gracias a los dioses. Miró a Geran, en cuyo rostro había una mezcla de esperanza y desesperación—. ¿Te preocupa algo, Gery?
La orejas se agitaron.
—Todo va bien.
Mentira.
—¿Dónde están esas condenadas cosas negras?
—Hemos logrado cogerlas todas. —Cambio de tema. Chur pareció rápidamente aliviada por eso. Y la maldita máquina traicionera emitió un zumbido que registraba la aceleración del pulso. Geran se volvió hacia ella y bastó con la agonía de esa mirada para que toda la fachada de su expresión se derrumbara.
—¿Nos atacan? —preguntó Chur.
—Nos estamos preparando para el salto —dijo Geran.
Asustada. Dioses, Gery, harías que el monitor se saliera de la escala…
—Huhn —dijo Chur—. ¿En qué estás pensando? ¿En que no voy a conseguirlo?
—Claro que lo conseguirás.
—¿Hasta dónde vamos?
Las orejas de Geran se abatieron y volvieron a levantarse. Los músculos que rodeaban su nariz estaban tensos, como si le dolieran.
—Uno de estos días, a casa.
—¿Un salto múltiple?
—No lo creo.
—Pero quizá sí, ¿eh?
—Maldición divina, Chur…
No tengo fuerzas. No puedo soportarlo. Mírala. Dioses, mírala.
—Oye, lo que debes hacer es no perder el control y ocuparte de lo que tienes delante, por todos los dioses. ¿Qué quieres, que yo me ponga bien y que tú te encargues de juntar esta nave con una roca? Contrólate. Yo estoy perfectamente aquí. Siempre dándome de comer… —El monitor empezó a sonar de nuevo. Chur no le hizo caso—. ¿Cuándo has comido, eh? Cuida de ti misma. ¿Tengo que preocuparme de si estás cumpliendo con tu trabajo ahí arriba?
—No —dijo Geran. Lanzó una furtiva mirada al monitor y, con un esfuerzo, logró que su rostro adquiriera una expresión tan impasible como la de un viejo señor de clan—. Lo único que quiero es asegurarme de que en tu estómago entra todo lo posible.
—No confías en esta máquina, ¿verdad? Haré un trato contigo. Encárgate de suprimir ese maldito sedante y yo intentaré comer. ¿Me has oído?
—Debe seguir tal y como ellos la dejaron preparada.
El monitor volvió a zumbar.
—¡Que los dioses frían a esa condenada cosa! —gritó Chur y el zumbido intermitente se hizo continuo. Geran alargó la mano y apretó un interruptor, evitando así la dosis de sedante.
—Tranquila —dijo Geran.
Chur se fue calmando. Le dolían las sienes. La habitación iba y venía a su alrededor, pero en el centro veía a Geran más claro de lo normal, como en la visión de caza, mientras que en los límites de su campo visual todo aparecía borroso.
Puedo volver a casa con el pensamiento, se dijo, y eso era la locura, pura y simple, los gimoteos de un cerebro debilitado. Lo único que debo hacer es mantenerme junto a la nave y llegar ahí con ella.
Locura, eso era. Pero durante un segundo le pareció que estaba fuera de las paredes, que sabía cuanto estaba teniendo lugar en la nave, sintiendo cómo giraba la estación de Kefk, cómo se movía el sol en una hiperextensión de sí misma, que era como el tiempo alargado del salto, donde el tiempo y el espacio volvían a definirse. Una vieja navegante espacial podía utilizar ese camino para volver a casa. No podría haberlo explicado a quien nunca había salido de su planeta, a nadie que no hubiera volado libremente por esa gran oscuridad… y dejó de tener miedo. Era demasiado peligroso. Podía ver las corrientes entre las estrellas, conocía dónde estaban los agujeros y los pliegues, los abismos y los bajíos formados por los planetas y las estrellas. Sonrió por haber llegado tan lejos con su mente y estar aún en su nave.
Puedo encontrar el camino a casa con el pensamiento. Llevarnos a todas al hogar.
—¿Chur?
—Estaré contigo —le dijo—. No te preocupes. Ojalá hubieran colocado este maldito aparato en el puente. —Cerró los ojos durante un segundo, también ese ojo interno que hacía señas a todo el infinito, y luego miró a Geran con absoluta calma—. ¿Cuándo?
—¿Traerle, capitana? —No era propio de Tirun Araun discutir las órdenes, pero había razones suficientes para que lo hiciera. Pyanfar dejó caer sus orejas y volvió a erguirlas en una especie de encogimiento cuyo efecto fue que Tirun, obedientemente, agachara también las suyas y hablara con cierta vacilación—. Eso es decir que…
—Skkukuk no es el que me preocupa —dijo Pyanfar en voz baja. Estaban fuera del ascensor, en el pasillo principal del nivel superior, y la nave zumbaba y latía a causa de las continuas pruebas y el cierre de los sellos, la preparación automática para moverse. Y si había un lugar en el cual debía estar Tirun, ése era ante sus tableros de la cubierta inferior, en el puente de carga; y la Orgullo tendría que disponer de un cargamento para transportar, cumpliendo con su honrado oficio de comerciantes. Pero esos días habían pasado para ellas. Por delante no tenían más que temor. Pyanfar iba y venía de una tripulante a otra y hablaba con ellas, sin levantar la voz, de cosas que debían hacerse, evitando comentar la situación en la cual se habían metido. Con Tirun el asunto se limitaba a darle órdenes e indicarle, sutilmente, del mismo modo en que habían hablado durante más de cuarenta años, que estaba perfectamente enterada de lo mucho que le pedía. Entonces el gesto preocupado de Tirun se calmaba y volvía a quedarse silenciosa y serena, igual que el océano—. ¿Cuántos anillos tienes, prima?
—Oh, no lo sé. —Tirun agitó sus orejas haciendo balancear los que llevaba puestos—. Los suficientes para demostrar que tengo sentido común, capitana.
—Cuando salgamos de ésta, prima, te compraré una docena más.
—Huh —dijo Tirun—. Bueno, ya tengo suficientes. Cuando salgamos de ésta, capitana, las dos nos quedaremos muy sorprendidas y Sikkukkut se sorprenderá tanto como cualquiera en su lugar.
—Todos nuestros aliados se sorprenderán —dijo Pyanfar—. Skkukuk no es problema. Está en la nave, ¿verdad? Los kif no comprenden ese tipo de suicidio. ¿Sabes que Jik tuvo que explicarle a Sikkukkut que realmente haríamos volar la nave? No lograba imaginarse ninguna razón para que lo hicieras. Puedes decirle a un kif cuanto quieras al respecto, pensará que es una, mentira. Una fanfarronada. Creo que Skkukuk no es diferente. Dile que voy a encargarle un trabajo: manejará las comunicaciones con los kif. Le pongo a las órdenes de Hilfy.
—Dioses, capitana…
—Durante este salto, Tully estará también sentado en comunicaciones. No tenemos opción, ¿verdad? Tú tienes que manejar el armamento… y me temo que esta vez la cosa irá en serio. También servirás de apoyo a los tableros de Haral y mantendrás un ojo en las pantallas. Pondré a Jik en el asiento de Chur pero su tablero seguirá inactivo, tenga como tenga las manos; y tan seguro como que la lluvia cae hacia abajo que no pienso dejarle meter baza en las comunicaciones. Mientras estemos en Kefk tenemos una excusa, en Punto de Encuentro tal vez debamos inventarnos otra. Pero no quiero ponerle en un dilema entre su ética y nuestra supervivencia. Sólo los dioses pueden saberlo, pero quizá con eso logre quitarle un peso de encima, dado lo extraña que es la mente mahen. Quiere ayudarnos, quiere cumplir sus órdenes, probablemente quiere salvarle el cuello a Dientes-de-oro pese a cuanto le hizo ese bastardo y quiere también un montón de cosas que se excluyen unas a otras. O, al menos, eso puede llegar a suceder sin que tengamos mucho tiempo de aviso. Y bien saben los dioses que no le pondré cerca de tu tablero y las armas.
—No le gustará que Skkukuk esté ahí.
—Pero sabrá por qué razón está. Creo que en su fuero interno lo sabrá y que obrará en consecuencia.
—Conoce a los kif, cierto.
—Conoce a los kif y sabe lo que su propio bando quiere de él, los dioses le salven… y que nos salven de los mahendo’sat y todos sus trucos. Y, por todos los dioses, prima, si localizamos a Dientes-de-oro, vigílale, danos constantemente una línea de tiro sobre él. Tampoco a mí me gustan las reglas de este juego, pero no las hemos inventado nosotras. Son suyas, son de ese bastardo llamado Sikkukkut, y sólo los dioses saben quién más ha metido la mano en ellas. Vigílalos a todos.
—Bien —dijo Tirun con voz ronca y débil—. A ellos y a Ehrran.
—Si a eso vamos, a todos. No recuerdo que tengamos ninguna amistad por aquí.
—Tahar —dijo Tirun.
—Tahar —repitió ella al recordarla.
Una pirata, una fuera de la ley.
—¿Que tengo a Skkukuk? —dijo Hilfy. Se le había aflojado la mandíbula y tenía las orejas gachas.
Pyanfar asintió. Estaban en la cocina, donde había encontrado a Hilfy. Tully estaba sentado ahí, sorbiendo una taza de gfé. Los ojos azules del humano seguían sus movimientos y las inmóviles orejas lo captaban todo. Su comunicador-traductor le estaría susurrando ahora.
—Te ha tocado en el reparto. Estará junto a Tirun en el asiento de salto, pero trabajará en tu tablero. Limítate a mantener el dedo cerca del interruptor de cierre, por si llega a ser necesario. Y procura recuperarte pronto cuando salgamos de la caída. Tengo que hacerte una pregunta: ¿qué tal andas en cuanto a interpretar matices del lenguaje kif?
—Soy buena en eso.
—Quiero que seas objetiva: ¿eres lo bastante buena como para captar todas las sutilezas de una transmisión kif?
Hilfy se quedó callada y cogió la taza que había en el estante. Miró a Tully y luego nuevamente a Pyanfar. En sus ojos dorados había total calma y control.
—Sé a qué te refieres. No. Pero Skkukuk puede hacerlo. Lo que debo hacer es vigilar lo que él diga. Y ser rápida con el interruptor de cierre.
—Respóndeme: ¿hay algún kif interesado en atacar una nave porque Skkukuk esté a bordo?
Hilfy pensó durante unos instantes en su pregunta. Sus orejas se abatieron y volvieron a levantarse.
—No —dijo—. No si lo planteas de esa forma. Pero existe un punto en el que se volverá contra nosotras, y nos traicionará.
—Estaría solo. La tripulación no le seguiría como en una nave kif. Una tripulación kif se volvería contra su capitán, amotinándose. Una tripulación hani no. Creo que Skkukuk ya se ha percatado de ello y eso le hará portarse bien.
Una nueva inclinación de las orejas de Hilfy, el tintineo de un anillo. Pero los ojos ya no eran los de una joven.
—Te diré lo que está pensando ese kif. Piensa que la tripulación conserva su propia posición y que te apoya porque le teme, eso es lo que piensa. Cree que si nos metemos en apuros entonces cometeremos alguna gran estupidez y que seguiremos apoyándote sólo por miedo a él. Piensa que si probamos ser lo bastante duras, entonces otras hani se nos unirán en el bando de Sikkukkut. Para él todo es muy sencillo. He descubierto que los kif se hallan asombrosamente libres de prejuicios como especie.
—Creo que tienes razón.
Eso pareció aliviar algo a Hilfy. Sus orejas se irguieron de nuevo y esa expresión la hizo parecer otra vez joven. Y cuando miró a Tully, se agitaron, bajando un poco.
Así que no eres ninguna estúpida, pensó Pyanfar. Gracias le sean dadas a todos los dioses, tanto grandes como pequeños. Y no se le escapó la mirada de preocupación que habían intercambiado Tully y Hilfy. Ahí tampoco había ningún prejuicio de especie. En realidad, había una excesiva ausencia de prejuicios. Oh, Hilfy, te encuentras muy lejos del hogar y bien saben los dioses que no me importa el que os portéis como dos idiotas en ese aspecto. Debería sentir disgusto. Ya no soy capaz de eso. Que los dioses os salven a los dos, espero que hayáis hecho eso en lo que ni tan siquiera me atrevo a pensar. Espero que hayáis tenido algo de lo que yo he disfrutado durante cuarenta años.
Y, ¿qué forma de pensar es ésa?
Cuando entró en el camarote, Khym estaba durmiendo. Pyanfar dejó caer los pantalones al suelo, sin hacer ruido, dejando la pistola en el bolsillo. Se metió en la cama con forma de cuenco, en el centro, donde reposaba Khym, una masa cálida y cubierta de duros músculos, y se acurrucó junto a él igual que si fuera una niña. Rodeó su espalda con los brazos y enterró la cabeza en el hombro. Él se dio la vuelta y su nariz le frotó el hombro.
Duerme, deseó ella, aunque lamentara un poco ese deseo. De entre los placeres de la vida, una cama caliente y dormir en los brazos de su esposo no era precisamente uno de los menos importantes. No podía despertarle, no cuando estaba tan profundamente dormido.
—Py —murmuró él, con ese trueno ahogado que le servía para susurrar. Y se agitó, quizá para encontrarse más cómodo, quizá sencillamente, por las razones que tenía un macho cuando se sabía querido: por bondad, para una esposa cansada que acudía a él en busca de refugio. Lo que hicieron no tenía nada que ver con la estación del año. Eso habría dejado atónitas a las viejas patillas grises del hogar. Los maridos y las mujeres dependían de las estaciones: los machos estaban siempre dispuestos y las hembras se dedicaban a ello cuando estaban en el hogar, ya fuera en soledad o en parejas. Durante la primavera, el hogar era una confusión de hembras a punto de saltar por cualquier tontería, acosando con sus peticiones al único macho de la casa. Entonces el señor de la mansión tenía que expulsar a todos los jóvenes que habían rebasado su infancia, antes de que ocurriera algún escándalo: las hembras jóvenes partían a la aventura mientras que las hermanas mayores se encargaban de expulsar a cualquier hermano cercano a la edad adulta que el señor de la casa hubiera olvidado. Era la limpieza del hogar, un acontecimiento anual, como las lluvias de primavera.
Quien viajaba por el espacio perdía el ritmo de las estaciones. Pyanfar volvía a casa cuando podía e intentaba que su visita coincidiera con la primavera. Entonces hacía una pequeña visita a su hermano Kohan, que tenía los ojos vidriosos y que en ese momento estaría muy distraído con los asuntos de Chanur, rindiendo una breve cortesía a sus esposas y a cualquier hermana o prima que viviera en la casa o que estuviera por azar en ella…
… y después llegaba el momento decente de la diversión en las colinas de Mahn, donde tenían su corte Khym y las esposas que nunca salían del planeta. Las otras esposas jamás se habían interpuesto en su camino: habrían perdido y lo sabían, y la odiaban cordialmente en calidad de rivales conscientes de que se iría al cabo de una o dos semanas, volviendo a su nave y a sus vagabundeos. Si no había más remedio que tener una rival imposible de expulsar, al menos era mejor que no estuviera nunca en casa.
Y ahora, ¿dónde estaban esas esposas? ¿Seguían odiándola porque al fin le tenía totalmente para ella y no había muerto decentemente en su derrota? La compadecerían y la odiarían, y dirían que todo eso era indecente, como si él no hubiera podido decidir entrar en una nave de Chanur para ser llevado muy lejos, a una especie de reserva tan prolongada como antinatural. Eso destrozaba su reputación y afectaba el honor de ellas. Probablemente imaginaban justo el tipo de lascivia libertina no sujeta a las estaciones que le había conducido ahora mismo a él, o algo peor, que era el juguete y el orgullo de toda la tripulación.
Pyanfar pensó en ello.
—¿Qué opinas? —murmuró en su oído—. ¿Te molestaría tener de vez en cuando a una de las tripulantes? ¿Qué sentirías al respecto?
—No lo sé —dijo él—. Quiero decir… ellas son… —Se quedó callado durante largos segundos—. Son amigas mías.
—No digo que debieras hacerlo. —Le arregló la melena, pasando la punta de una garra junto a su oreja—. Nunca quise decir eso. Te estaba preguntando si alguna vez lo has deseado.
—Son tus amigas.
Pyanfar notó que su corazón latía más rápido. Como si tuviera pánico. Y se maldijo por haber desencadenado todo aquello.
—Nunca lo pidieron. Dioses, qué jaleo… Ni pienses en ello. Lamento haberlo dicho. Sencillamente, sentía pena por ellas.
—Yo también. Lo haría. Díselo si quieres. Como amigas. Creo que sabrían entenderlo. Creo que sería posible.
Pedirle a un macho que lo entendiera. Confiar en él. Dioses, eso es lo que ha cambiado, ¿no? Es firme como una roca. No jugaría con ello. Ni ellas jugarían con él. Le respetan. Le tratan igual que a una hermana… en asuntos de la tripulación. Ninguna de ellas es mezquina y ninguna pertenece a ese tipo de hembras que necesitan demostrarse algo a sí mismas en la cama o después del amor. Eso es algo que llegas a saber cuando trabajas durante cuarenta años con alguien; sabrían que sólo se trataba de un préstamo. Estaría dispuesta a correr ese riesgo con ellas.
Pero lo importante es lo que sea bueno para él, eso jamás lo discutirían. Yo tampoco lo haría, bien lo saben los dioses.
—Creo que podrías confiar en ellas —le dijo—. Debes entender que si se empieza con una, eso implica que luego vendrán todas. Estoy diciendo que por mi parte no hay problemas, eso es todo. No me hará feliz ni desgraciada. Sencillamente pensé… bueno, si alguna vez ocurre no tienes que andar escondiéndote.
—¡Yo nunca…!
—Ya lo sé. Te estoy explicando lo que siento, nada más. Si alguna vez ocurre con una, ocurrirá con todas. Recuérdalo. Dioses, cuando estábamos en el hogar, me lanzaba sobre ti durante unos días y echaba a tus demás esposas, la vez que duró más fueron cinco días, ¿no? Me estoy sintiendo culpable por tenerte conmigo durante tanto tiempo. Se está convirtiendo en una obsesión. Pensé que si las cosas acaban arreglándose otra vez, quizás… —Y enseguida pensó que todo eso era tan remoto y tan falto de esperanzas que incluso hablar de ello resultaba estúpido, pero había venido aquí en busca de paz: apartó de su cabeza Punto de Encuentro y fingió que no existía—. Bien, pensé que debería darte un poco de espacio para que respires. Te metí a empujones en mi camarote y no te di mucho donde elegir, ¿verdad? Quiero que sepas que en esta nave tienes un lecho. Para ti solo. Puedes estar tan solo como quieras, o donde quieras. Si no quieres compartir mi cama durante un tiempo, perfecto. Te echaré de menos. Pero no quiero que llegues a pensar nunca que estás a bordo para eso.
—Estoy a bordo porque soy un idiota de pies a cabeza. —Tenía el ceño fruncido—. El resto vino después. Py, no hables de esta forma.
—Dioses, no lo entiendes.
—No soy propietario de esta nave. Es de Kohan. No puedo venir aquí, acostarme con sus parientes…
La forma de pensar masculina, llena de ilusiones, siempre vuelta del revés. La forma de pensar del planeta. Le enfurecía ver que aún pensaba así cuando tantas cosas que les rodeaban eran extraordinarias.
—Esta nave es mía, maldita sea, Kohan no tiene nada que ver en esto. Y si quieres irte a la cama con Skkukuk, también él es mío. Y además te haré pedazos las orejas.
Eso le pareció divertido. Y le hizo arrugar la nariz en una mueca de disgusto.
—No consulté con Kohan —dijo—. Tampoco lo hago ahora. Sabes condenadamente bien cómo funciona el Sistema, cómo ha funcionado siempre, con tu sudor y con tu sangre y sin que jamás hayas sido propietario de nada. Puedes hacer lo que te venga en gana, maldición, debes hacerlo, esposo. Llevo aquí fuera cuarenta años. Tú llevas dos y ya no puedes pensar correctamente. Al menos, escucha mis locuras. Durante todos esos años en Mahn solías preguntarme cómo eran las estrellas. Ahora sabes de dónde vengo, por qué no me llevo bien con el resto de las hani… por qué nunca pude hacer que mi hija me comprendiera. Tahy piensa que estoy loca. Probablemente me cree una especie de pervertida. Kara sabe que en efecto lo soy. Pero, en resumidas cuentas, ya no me puedo enfadar o preocupar por lo que piensan ahí abajo. Ya no tengo esa especie de equipo nervioso. Sus pequeñas leyes no me parecen importantes, aunque también creo que eso es peligroso. No sé cómo volver adonde estuve antes. Ninguna de nosotras sabe cómo hacerlo. Haral tiene una bastarda en Faha; Tirun tuvo un hijo en algún sitio y sigue vivo porque lo dejó en Gorun. Bien saben los dioses que normalmente toman precauciones. Pero nunca se han casado y nunca lo harán, se limitan a tomarse sus libertades entre los ermitaños con quien les viene en gana, y no les hago preguntas al respecto. ¿Sabes por qué hacen eso? Yo tuve suerte. Mi hermana Rhean… una primavera coincidimos en Chanur y le pregunté qué tal era su esposo. No se lo pregunté con ninguna intención oculta, ya lo sabes. Pero en su rostro apareció una expresión de dolor, como si estuviera muriéndose centímetro a centímetro, y dijo: «Pyanfar, él no sabe dónde está Punto de Encuentro. No sabe qué es. Así es mi esposo». Y nunca más le hice preguntas. Estaba hablando del señor de Fora.
—No es ningún estúpido. Le conocí estando con los ermitaños.
—No, no es un estúpido. Sencillamente, Rhean no puede hablar con él. No viven en el mismo mundo. Ahora va a casa tan poco como puede. Si le fuera posible pasar con los ermitaños el tiempo que está en el planeta, creo que lo preferiría. Si escoges a un macho en las colinas, él fingirá que tú eres todo lo que ha soñado, ¿no?
—¿Lo hiciste alguna vez?
Pyanfar vaciló. Y eso era lo mismo que decir sí. Se encogió de hombros.
—No después de casarnos.
—Así me ocurrió una vez con una hembra de Morhun y me abandonó una semana después. Yo, un niño perdido en la espesura, con la esperanza de encontrar una aliada. Jugar con una criatura como yo… es una crueldad.
—Yo fui sincera. Dije que estaba de permiso, y lo estaba… Cuando era más joven tenía un aspecto muy honrado.
—Ningún chico de esa edad habría entendido que pensabas irte a la mañana siguiente. Ningún chico habría sabido que esa nave valía para ti más de lo que él nunca podía llegar a valer. Ningún chico habría sabido que no podía seguirte adonde ibas, que el territorio que tú querías no era… no era algo que pudiera conquistar para ti. Y él habría deseado dejar el mundo entero en tu regazo, Py, cualquier macho lo habría deseado, y habría intentado hablar contigo y quizás cuando llegara la mañana habría aprendido que no podía darte nada que te importara. Eso es muy duro, Py. Lo fue para mí.
—¡Tú eras señor de Mahn!
—Era señor del sitio adonde tú solías ir a cazar, de la casa en que te refugiabas cuando querías descansar un tiempo. Era una diversión, nada más. Jamás pude darte nada. Y quería dártelo todo.
—Oh, dioses, Khym… Ya dije que fui afortunada.
—Pero jamás pude darte nada. Y lo deseaba. Cuando fui a Gaohn para luchar por ti, dioses, ésa fue la primera vez en que sentí que valía algo. Cuando quisiste que viniera contigo… bueno, te seguí igual que un muchacho y abandoné a los ermitaños, ¿no? Para marcharnos y abrirnos paso luchando contra el mundo, igual que dos adolescentes… Entonces no sabía lo grande que era la granja que habías elegido para que yo la conquistara. ¡Dioses, menuda ambición la tuya! ¿Tengo que darte una estación espacial o dos?
—Dioses, ojalá pudieras. —Durante un segundo Punto de Encuentro había vuelto a estar en la cama con ellos. La habitación le pareció fría. Los brazos de Khym la rodearon en un abrazo tenso. Le había dado cuanto tenía y ella seguía ignorando si eso era fruto del deber o de la necesidad, pero al menos lo había dado libremente, no era algo que ella le hubiera exigido con su simple presencia. Eso era lo que esperaba haber conseguido después de todos esos años, por mucho que se apartara de todas las reglas—. Jamás fuiste una diversión —dijo—. Eras mi santuario. El lugar donde podía refugiarme, el oído que me escucharía.
—Que los dioses me ayuden, mis otras esposas siempre sabían a quién estaba esperando. Siempre, siempre esperando… Se lo hicieron pagar a Tahy y Kara. Intenté impedirlo. Py, me pasé treinta años sobornando a mis demás esposas para que dejaran en paz a nuestros hijos, pero no funcionó.
Era como si una luz se encendiera iluminando zonas en sombra. Rincones de la vieja casa en Mahn que nunca había visto. La razón de tantas cosas, tan evidente y tan huidiza.
—Nunca me lo dijiste, maldición.
—Cuando estabas en casa… esos momentos eran demasiado buenos. Y no podías quedarte. Lo sabía. Hice lo que pude.
Dioses, envenené toda la casa. Todos los demás matrimonios. Destrocé a mis hijos… y, a largo plazo, le hice daño a Chanur cuando mi hija se volvió contra Khym y acabó con nuestro aliado más sólido. Obra mía, todo fue obra mía.
Khym suspiró y el enorme cuerpo del macho se agitó junto al suyo.
—No tenía intención de contarte esto. Maldita sea, Py, no pude conseguirlo, eso es todo.
Ésa era su vida. Ésa era la razón de que caminara por entre las mujeres como si pisara cascaras de huevo, porque había perdido a los niños. Oh, dioses. Y, finalmente, acabó perdiendo Mahn. Y volvió a Chanur como un mendigo cuando yo regresé a casa. Había perdido a sus hermanas, eran como extrañas. Todo. Sus hermanas… por una extraña. No podían perdonar eso. Y las esposas de los clanes tampoco. Todo por una esposa. Es una locura.
Pero, dioses, lo que yo hice… por un esposo. Creo que amo a este gran tonto. Eso ya es algo, ¿no? Le amo como si perteneciera a mi clan, como si fuera pariente mío o parte de mí. Todo se ha hecho demasiado íntimo. Necesita a otra persona para recuperar el equilibrio. Alguna sensación de perspectiva. Y yo también. Y no me interesa. El macho más apuesto de toda Anuurn podría pasar ante mí, totalmente desnudo, y yo preferiría a Khym. Le preferiría siempre. Y él a mí. Nunca vi esa parte del asunto. Nunca vi que eso era lo que andaba mal entre nosotros, y mira lo que hice. Causamos mucho daño sin tener intención alguna, le hice mucho daño. Dioses, ojalá pudiera dejárselo a las demás.
No sabrían cómo tratarle, pero lo intentarían. Incluso Tirun.
Desea tanto ser uno del grupo. Eso es lo que realmente quiere. Y se olvidarían de eso. Lo olvidarían porque no tengo ninguna forma de explicarles lo que ocurre dentro de él, de hacérselo entender.
Haral lo haría. Haral sería capaz de abrir brecha en Tirun, la vieja réproba: dioses, Khym, si supieras lo bien que se ha estado portando Tirun… no te ha puesto ni un dedo encima, ¿verdad? Porque eres mío. Sería capaz de salir contigo, de emborracharse y de traerte otra vez intacto, lo haría, porque ella es de la nave y tú estás fuera de los límites, y bien saben los dioses cómo le gustas, lo especial que te encuentra. No lo sé. Tú eres todo un caballero y ella podría ser toda una dama para ti. Gracioso, qué caminos tan extraños seguimos.
No, si conocieras todos los aspectos de Tirun, si la conocieras realmente, te gustaría.
Geran y Chur… Dioses, ojalá las hubieras conocido antes de todo este lío. Tan hermosas. Pero las dos son aguas muy profundas. Y oscuras. No se te ocurra nunca pelearte con ninguna de ellas. Aun así, tienen un sentido del humor condenadamente grande… a ti nunca te han contado esas historias. No son para contarlas en el planeta. Casi nunca bajan. No se encuentran cómodas entre los habitantes del planeta. Eso es lo horrible: algunas veces quieres tener el suelo bajo los pies y el sol en la espalda, y entonces tienes que tratar con la gente que vive ahí.
Y Hilfy… ¿ves lo que está pasando entre ella y Tully? Mi pobre macho conservador, explanetario… no ves ni una chispa de ello. Estamos demasiado bien educados. No vemos. No sabemos qué hacer al respecto, así que no lo vemos y, por todos los dioses, les deseamos que todo vaya bien porque tú y yo, Khym, ya vamos cuesta abajo en la vida y ya tenemos bastante que hacer con nosotros mismos y el jaleo en el que estamos metidos.
No podrías acostarte con Hilfy; con ella, nunca. Ella es la que se queda fuera de todo esto. Puede llegar hasta otra especie, pero no tiene un puente con el cual cruzar las generaciones. No puede entenderme, dioses, ni tan siquiera puede entenderse a ella misma. Lo confundirías aún más todo. Y eres su tío, siempre lo serás, aunque no tengáis en común una sola partícula. Eres el sustituto de Kohan. Ama tanto a su padre… Por eso anda siempre a tu alrededor, preocupándose por ti igual que una abuela.
Traerla hasta aquí, no dejarla reposar en el hogar mientras crece… Hace todo lo que puede. Lo tuvimos tan fácil. Y perdimos tanto tiempo. Creo que eso es bueno para ella. Es bueno para Hilfy. Gracias a los dioses, estás aquí.
2342 y la Orgullo estaba tensando sus músculos, impulsos electrónicos hacían correr las comprobaciones a lo largo de sus sistemas y elevaban el nivel del funcionamiento interno al máximo, en tanto que las luces del puente parpadeaban y los instrumentos zumbaban, con toda la rutina preparatoria de la salida.
Inmóvil aún sobre el eje de la estación había una nave kif con el casco situado de forma que, durante el giro, los cañones se encontraban continuamente en línea de tiro con cada una de las naves que había en la estación, pero principalmente sobre aquéllas cuyos sistemas se hallaban ahora activados, las naves de tripulantes que no eran kif, que pensaban de forma impredecible y distinta a la de los kif.
Pero las comunicaciones seguían fluyendo con naturalidad entre la Orgullo y la central de la estación, que en parte estaba formada por personal de la Harukk. E, igualmente, las comunicaciones iban y venían entre la Orgullo, la Aja Jin y la Luna Creciente de Tahar, evitando tocar cuanto pudiera ser comprometedor, sólo intentaban lograr la coordinación precisa entre esas tres naves que planeaban despegar muy cerca una de la otra. Podrían haber utilizado el codificador. Había lenguajes que los kif quizá no entendieran.
Pero también había esa nave sobre sus cabezas y, pensando en ello y en la potencia de fuego que contenía, se abstenían de utilizar esas opciones.
—Hilfy —dijo Pyanfar—, los mensajes a tu puesto número tres: lo primero que debemos hacer en Punto de Encuentro es mandar automáticamente el rumbo de evasión a nuestros dos compañeros.
—Bien —dijo Hilfy—, entendido.
Hilfy, Haral y Tully ya estaban en sus puestos, mientras Khym se estaba instalando en el suyo. Haral seguía manejando el tablero de Geran desde su asiento de copiloto, pero en realidad no era necesario: en ese momento las pantallas no podían darles ni una maldita pista. Si los kif decidían disparar, lo harían. Eso era todo. Y perderían una parte de su estación en el acto.
—Geran viene —dijo Tully haciendo el trabajo para el cual le había entrenado Hilfy en ese tablero, los dioses eran testigos: tenía un punzón para utilizarlo allí donde sus pobres dedos sin garras no servían de nada, y lo estaba metiendo en los agujeros adecuados siguiendo la secuencia correcta y, al menos, era capaz de vigilar un poco las operaciones internas de la nave. Incluso confiarle eso era correr un riesgo: Tirun estaba abajo con Skkukuk y Jik se encontraba libre, pero Pyanfar no pensaba perder los nervios e imaginaba que (y ojalá los dioses las salvaran de tal locura) entre Tirun y Skkukuk podrían manejar a Jik si es que éste tenía alguna idea en la cabeza.
Mientras tanto, Tully, si se encontraba en un buen momento y tenía a los dioses de su lado, podría encargarse de cualquier llamada de emergencia ahí abajo: habían conectado la capacidad de autorreconocimiento de la Orgullo con el grado Prioridad, palabra que nadie mencionaba en una operación si no era exactamente ésa la situación. Prioridad se encendía simultáneamente en los tableros de Hilfy y Haral, y Tully tendría que cometer una secuencia de errores bastante improbable para dejar los pasillos inferiores fuera del alcance del monitor.
Geran había llegado. Pyanfar la vio reflejada en el monitor, una sombra procedente del pasillo principal superior cada vez más grande, hasta que las luces del puente permitieron distinguir el vello rojo y marrón de Geran junto al destello del oro en el pabellón de sus orejas.
—Hola —dijo Geran. Después de haber dejado a Chur en su lecho y haber salido de la habitación. Con todas las posibilidades de que ésa fuera la última vez que la veía. Hola, dirigido a Hilfy, cuando Geran normalmente no decía nada al incorporarse a su puesto. Estoy bien, quería decir. No hace falta que dudéis de mí.
—Nos encontramos en situación rutinaria —dijo Hilfy sin levantar la voz, y ésa era la forma adecuada de tratar a Geran. Sin ponerse nerviosa, sin ninguna carga emocional. Pyanfar se mantuvo levemente atenta a lo que ocurría en el puente mientras tecleaba un acuse de recibo al muelle, que les había informado de que iban a cortar la energía.
—Tirun —dijo Tully.
—Lo tengo —dijo Khym, el segundo en comunicaciones, al recoger la señal, y añadió—: Bien. Se lo diré. Na Jik, puedes subir, Tirun viene de camino.
—Geran —dijo Pyanfar por el comunicador del puente—. Jik está a tu cargo, es lo mejor que he podido conseguir. —Estaba el asunto de las manos de Jik, cuyas heridas sanarían en el tránsito subjetivo de varios días que precedería a la entrada en el sistema; pero la recuperación y el salto no eran temas que deseara tratar con Geran en ese momento—. No quiero que te estorbe, pero no tengo otro sitio donde ponerle.
—Le vigilaré.
Bien, eso bastaba. Si Geran estaba ocupada en su puesto, todavía podía contar con Tirun al otro lado de Jik. Y eso dejaba a Tully al final de los tableros, por ese extremo, con Skkukuk. Podría haber puesto a Khym en ese asiento. Pero Khym se estaba acostumbrando al tablero de comunicaciones y, a decir verdad, realmente valía la pena tenerle allí en un caso de apuro. Poner a Khym en la situación más compleja de segundo transmisor a Tirun sería entregarle un sistema con un juego totalmente distinto de órdenes para el acceso. Tully podía aprender una secuencia desde el principio; Khym, confundido por el salto y en una situación de emergencia, podía tocar un control creyendo conocerlo. Y de forma desastrosa.
—Sí, comunicaciones de la Harukk —dijo Hilfy—. Datos actuales. Capitana, preguntan de nuevo por la hora de salida y la ruta.
—Siguen siendo las mismas que en las instrucciones.
Las operaciones para el desacoplamiento estaban empezando con una serie de golpes que tenían lugar a medida que la Orgullo se desprendía del muelle, cuando Haral hubo dado la señal al otro lado del muro de la estación y hubo accionado los controles de su tablero. Oyó el zumbido grave de la voz de Khym que enviaba mensajes y advertencias rutinarias a los obreros del muelle y a la central de comunicaciones de la estación, y la voz de Hilfy hablando suavemente con la Aja Jin y la Luna Creciente.
—Capitana —dijo Tully—, Tirun viene.
—Recibido —murmuró Pyanfar.
Si Tirun venía ya de camino era la última y podrían cumplir fácilmente con el horario previsto. Tanto mejor, puesto que estaban rodeadas de kif nerviosos. Pyanfar agitó las orejas e intentó calmar sus nervios, mientras la Orgullo y el funcionamiento de sus sistemas hacían suficiente ruido como para enmascarar el funcionamiento del ascensor, dejándoles sin pistas de posibles movimientos dentro de la nave. Estaban los indicadores del tablero… si decidía teclear la matriz en el monitor de acceso. Le picaba la nariz sólo de pensar en la proximidad de Skkukuk. No se había atrevido a tomar las píldoras para la alergia. Necesitaba sus reflejos. Se frotó ferozmente la nariz con el dorso de la mano, torció el gesto y alzó la vista hacia el reflejo que le ofrecía un monitor apagado justo cuando las luces internas del ascensor le permitían distinguir unas siluetas confusas que se acercaban por el pasillo que tenía a su espalda.
Sus ojos volaron hacia el cronómetro.
2304.
—La Luna Creciente informa que todo está preparado —dijo Hilfy.
—Entendido —contestó Haral.
Tahar, como en una exhibición, rebasando el horario previsto y sacándole ventaja. Lo cual implicaba mucho trabajo.
El clan Tahar era el clan Tahar, incluso aunque debiera a Chanur su piel hipotecada.
La puerta del ascensor se había cerrado. Las sombras reflejadas en el cristal estaban más cerca. Pyanfar hizo girar lentamente su asiento para encararse a las que llegaban a última hora. Cortesía. Tirun estaba junto a Jik y al lado de éste se veía la silueta de Skkukuk, envuelto en telas oscuras. Habían lavado las ropas de Jik, sin atreverse siquiera a permitir que le mandaran ropas limpias de la Aja Jin, por miedo a despertar las sospechas de los kif. Y alguna tripulante tenía que haberle prestado el brazalete que llevaba en la muñeca. Los kif le habían robado los abigarrados adornos que solía lucir.
—Esta persona —dijo Skkukuk apenas cruzar la puerta—, esta persona rechaza tus órdenes, hakt’.
—Se refiere al arma —dijo Tirun.
—No llevamos armas de fuego aquí arriba —dijo Pyanfar con paciencia. De hecho, pensó que lo decía con una paciencia espectacular—. Y tampoco cambiamos de capitanas bajo el fuego enemigo. —Con un estremecimiento interno y pensando en Jik añadió mentalmente: Espero—. Tirun te dará instrucciones. Si eres tan bueno como dices, pruébalo.
Al infierno la psicología kif.
Pero Skkukuk se puso en movimiento. Jik seguía mirándola.
—¿Cómo mi nave? —preguntó, con voz muy suave, muy civilizada. Pyanfar no se habría mostrado tan contenida en circunstancias similares.
—Hilfy, dale a su estación el flujo de comunicaciones, pero sólo la recepción.
—Bien —dijo Hilfy—. Ya está conectado.
—El puesto dos —dijo Pyanfar, refiriéndose al asiento que le había asignado, Jik asintió educadamente con su oscura cabeza y se dispuso a colocarse el cinturón, con un leve respingo al sentarse. Habló en voz baja con Geran. Pyanfar descubrió que tenía las garras clavadas en la tapicería del asiento y las fue soltando, cuidadosamente. De nuevo hizo girar su asiento.
2313.
—Estamos dentro de la cuenta —dijo Haral—. La Aja Jin informa que está preparada. Estamos listas.
—Esperad.
—¿Vamos a ser puntuales con el hakkikt?
Pyanfar tuvo en cuenta el potencial de provocación que había en ello. Consideró a los kif. Y luego contempló otra posibilidad y conectó los motores. Junto a su mano había otro juego de interruptores, ahora protegidos e inmovilizados gracias a toda una serie de precauciones que podían saltarse mediante un programa. Bastaba con entrar tres breves códigos y el juego de ranuras y teclas se iluminaría. Y la Orgullo tendría una última oportunidad para llevarse consigo una estación espacial llena de kif, un puñado de inocentes respiradores de metano, una nave aliada de poca confianza que incluía uno de los dos planes mahen para lograr la hegemonía sobre el Pacto, un kif que estaba muy cerca de lograr la hegemonía sobre los suyos y que, con intencionada frialdad, amenazaba a toda la especie hani. La mitad de todo el problema que tenía ahora el Pacto se encontraba aquí, en la estación, y la solución se encontraba muy cerca de sus dedos. Teniendo en cuenta cómo eran los negocios, que una sola nave lograra que se desvanecieran la mitad de los problemas del universo no era un mal arreglo.
Con ello también se aseguraba, claro está, el éxito inmediato de sus rivales, cuyas intenciones eran también la hegemonía para los mahen y los kif, quizá la de los humanos, una acción por parte de los respiradores de metano y la caída inmediata de los stsho y luego del han para pasar al control de una u otra de las hegemonías. Lo cual implicaba años de sangrientos combates. Sin tener en cuenta a la humanidad, que ya tenía problemas y disputas dentro de su propio pacto, y de cuyas naves se sabía que iban armadas.
Eliminar aquí mismo a todo un grupo de contendientes o encargarse de jugar por Jik y enfrentar un poder contra otro.
El pensar en la secuencia de pasos necesarios ni tan siquiera le causaba pánico. Lo único que sentía era una especie de distanciamiento atónito: podía hacerlo y sólo Haral lo sabría, la miraría agachando levemente las orejas y no transmitiría aviso alguno a la tripulación. Sólo habría una mirada que le diría: Lo sé. Ahí vamos.
Quizás Haral pensaba ahora lo mismo, que era una última oportunidad, mientras seguían con el morro metido en las entrañas de la estación y formaban parte indiscutible de su masa. Haral seguía accionando los interruptores, el cierre de algunos sistemas que ya no eran necesarios, mientras comprobaba la sincronización de los sistemas y los propulsores para desatracar.
2314.
—Nos separaremos según el plan previsto —dijo Pyanfar con el tono de voz habitual en esas secuencias de comprobación que realizaban pasándose de una a otra—. Advierte a los del muelle y a la estación.
—Bien —dijo Haral—. Hilfy.
—Entendido —contestó Hilfy.
El minuto iba transcurriendo.
2314.46.
—Ahora —dijo Pyanfar—. Abrazadera.
Clang. La estación dejó de sujetarles.
Thump. Retiraron las abrazaderas justo cuando el cronómetro señalaba las 2315; y Pyanfar conectó los impulsores. Con precisión. Y con fuerza. Una variación de gravedad, un impulso que produjo una desviación corregida por reactores y luego una aceleración al soltarse la Orgullo, dejando atrás el muelle y el riesgo de chocar con la nave kif que colgaba sobre ellas.
Otra variación de gravedad, algo poco adecuado para estómagos que nunca hubieran dejado el suelo, y Pyanfar hizo girar a la Orgullo sobre su eje, manteniendo los reactores continuamente encendidos.
—Enséñales algo a esos bastardos —murmuró Haral junto a ella. Y la Orgullo terminó sus giros sin un solo movimiento de más, con el ángulo exacto en los reactores para que la nave saliera impulsada hacia el exterior del sistema.
—La Aja Jin ha despegado según el horario previsto —dijo Geran—. Exacta.
Pyanfar agitó las orejas, los anillos tintinearon y el corazón aceleró el pulso.
Sí, eso les enseñaría algo a aquellos bastardos. Les enseñaría el nuevo motor que llevaba la Orgullo y que la relación entre las grandes toberas de salto y su masa sin carga había aumentado mucho desde Kshshti. Cualquier kif que viera a la Orgullo y la Aja Jin moviéndose juntas notaría la peculiar similitud de sus contornos, excepto por los soportes para la carga que formaban parte inseparable de la Orgullo y que no aparecían en la delgada silueta de la nave de caza.
—Tahar está en marcha.
Todo había sido pura rutina. Habían conectado los motores principales en el momento exacto, la Aja Jin lo hizo también entonces y Tahar la imitó en idéntico juego insolente.
En el puente reinaba el silencio. Nada de parloteo, nada de la habitual conversación entre los distintos puestos, circunstancia normal entre parientes que conocen su trabajo tan a fondo como para desempeñarlo con los ojos cerrados. Pero en este viaje no todos eran parientes. Y ninguna de ellas se encontraba de humor para eso. Solo Pyanfar miraba a Haral como la había mirado un millar de veces durante los viajes de la Orgullo: por reflejo.
Haral se dio cuenta de que la miraba y se volvió hacia ella, agachando levemente una oreja y alzando el mentón con una vivacidad que no se parecía en nada al rostro adusto de Haral cuando se entregaba al trabajo.
Podría haberla mirado del mismo modo si hubiera decidido hacer volar la nave. Pyanfar frunció levemente los labios y, observando a la vieja bribona, le hizo el viejo signo que anteriormente, en sus días salvajes, se habían pasado la una a la otra en los bares.
Adjudicaban una frase a ese signo. Una vieja broma íntima. Nos veremos en la puerta.
Tragó algo más de aire, flexionó las manos extendiéndolas y colocó el soporte para el brazo hacia arriba, para cuando les hiciera falta.
Nunca había tenido tanto miedo en toda su vida.
—Nos acercamos —dijo por fin Haral. Pero Pyanfar ya lo sabía. Los números desfilaban con un tic-tac hacia el instante del salto. Habían escogido el rumbo de salida hacia el exterior del sistema con un poco más de calma de la conveniente al horario que les habían dado los kif. Quedaba un poco de tiempo libre, ahora la tripulación tenía la oportunidad de levantarse de los asientos para estirarse y relajar tanto la mente como el cuerpo; pero nadie salió del puente. Ni tan siquiera Haral.
Está dormida, había dicho Geran cuando Pyanfar le ofreció la ocasión de abandonar su puesto ante las pantallas para ir rápidamente adonde estaba tendida Chur, aprovechando que ahora se encontraban en giro normal y bajo inercia. Y eso fue todo. Pyanfar se mordisqueó los bigotes y no intentó ofrecerle consuelo alguno: Geran no era de las que siguen hablando cuando ya le han puesto punto final a un tema y ahora estaba concentrada en su trabajo, más bien tensa. Lo único que hizo fue quedarse en pie junto a su puesto, sin apartar la mirada de los controles: a los escasos comentarios de Jik contestaba con sólo una o dos palabras.
—Tully —dijo Pyanfar—, prepárate.
—Yo hacer —dijo él. Ya tenía las drogas que los humanos o los stsho necesitaban para el salto. Pronto se quedaría medio dormido en el puesto, con una dosis de sedantes tal en el cuerpo que apenas sería capaz de mantenerse en pie.
Una idea interesante… una horda entera de naves humanas, todas ellas automatizadas. Sería como enfrentarse a una multitud de máquinas.
¿Y para qué las habían programado? ¿Para reaccionar ante las balizas y aceptar el rumbo sin que interviniera el piloto?
¿Para defenderse a sí mismas? ¿Para atacar? ¿Una horda de máquinas implacables cuyas tripulaciones se habían confiado a las decisiones metálicas y a la moralidad de un ordenador, porque su especie no tenía otra elección?
Los stsho obraban de ese modo, porque sus mentes también sufrían en el espacio del salto; pero los stsho no eran violentos.
Dioses, habla, tan condenadamente poco, las palabras que tiene a su disposición son tan condenadamente reducidas.
—Tully. ¿Están programadas las naves humanas para disparar en cuanto salen del salto?
Tully guardaba silencio, no respondía.
—Tully, ¿comprendes la pregunta?
—¿Fuego humano?
—Que los dioses nos salven… Sus máquinas… ¿disparan después del salto? ¿Pueden hacerlo?
—Pueden —contestó Tully con un hilo de voz—. Nave ser.
Un chisporroteo del traductor.
—Capitana —interrumpió Hilfy—, ahora tiene que dormir. Es necesario.
Su mente corría peligro.
—Duérmete —otorgó Pyanfar, sin mirar a su alrededor, sin volverse. De todos modos, Tully le daba la espalda y el asiento impedía que le viera con claridad.
—No confiar humanos —dijo Tully de pronto.
—Duérmete —repitió Hilfy con brusquedad—. ¿Quieres que me encargue yo misma de meterte la droga en el cuerpo? Hazlo.
Mientras, el cronómetro se acercaba más y más al salto.
—Tully —dijo Pyanfar—. Buenas noches.
—Yo ir —añadió él.
—Ya está —observó Tirun—. No le ocurrirá nada.
—Nos acercamos al momento —intervino Haral.
—Tú dar mí comunicación nosotros pasar —dijo Jik.
—La Aja Jin tiene sus órdenes. —Ya habían hablado de eso. Jik lo intentaba por última vez—. Jik, ¿tienes algo que decirme ahora, aprovechando los últimos segundos? ¿Jik?
—Yo maldito estúpido —contestó él.
—Cuenta atrás —dijo Haral, y los números que había en la esquina del monitor número uno empezaron a moverse.
—Encárgate de la nave —ordenó Pyanfar. Intercambiarse el trabajo era algo que hacían con frecuencia, y Pyanfar lo había decidido en aquel mismo instante.
—Entendido —aceptó Haral. La sección del tablero que manejaba el salto estaba activada—. Referencia localizada, estamos en las coordenadas.
Habían encontrado la estrella y se dirigían hacia ella. Desde el polvoriento sistema de Kefk hasta Punto de Encuentro había un único salto, un salto desde las estaciones de vigilancia, dotadas de armamento, y la austera estación de color gris…
… hasta la luz blanca y las sutilezas opalinas de una estación dirigida por los stsho.
Si es que aún seguía allí.
—Nos vamos —dijo Haral.
Hacia abajo…
Dejaron de estar en Kefk.
… Que los dioses nos salven, pensó Pyanfar, y ese pensamiento se prolongó durante un interminable lapso de tiempo.
Soñó con centenares de naves que luchaban entre sí y ardían como soles.
Soñó con seres extraños que se movían con paso desgarbado y que una vez recorrieron el muelle de Gaohn, un número amenazador de esas criaturas que se parecían a otra de quien era amiga (pero éstos eran demasiados y habían aparecido demasiado repentinamente, los ojos de las criaturas se parecían a los de Tully, aunque eran totalmente azules, extraños y malévolos). Los extraños llevaban armas, hablaban entre ellos con un lenguaje entrecortado y reían fuertemente con su extraña risa que despertaba ecos a un extremo y otro de los muelles.
¿Qué quieren?, le preguntó entonces a Tully en ese sueño.
Vigílales, le contestó. Y uno de ellos sacó un arma y les apuntó.
¿Qué está diciendo?, quiso saber Pyanfar cuando les habló.
Pero el arma hizo fuego y Tully se derrumbó sin un solo ruido. Como a cámara lenta, la silueta que blandía el arma se volvió hacia ella…