3

En la habitación reinó el silencio.

—Conectar las toberas de salto —repitió Sikkukkut, y apoyó las manos sobre las patas de su silla—. Eso sería un gesto curiosamente inútil para ellas.

—¿Qué me importa eso a mí si voy a estar muerta? —dijo Pyanfar—. Pero no dudes ni por un solo segundo de que mi tripulación está dispuesta a obedecerme.

—Mártir —dijo Jik con voz ronca y logró erguirse, agarrándose a las patas de su silla, para encararse con Sikkukkut. Permaneció inmóvil, apoyado en el arco que formaban las patas, con la cabeza sobre los antebrazos y algo parecido a una sonrisa en su rostro—. Ella hani. Ella decir tripulación que mandarnos todos al infierno y ellas hacerlo. Tú tratar con malditamente buena tripulación hani. Ellas ser mucho bueno valientes para ti. Tú usar bien.

Un silencio aún más profundo. Luego Sikkukkut alzó su copa y lamió delicadamente su contenido.

—Bravura. Ésa es otra de las palabras que suenan a kif hasta que uno examina más atentamente el concepto mental del que brotan. Desconfío de ella. Desconfío profundamente de ella.

—Entonces, considérala solamente como un plan de supervivencia a largo término —dijo Pyanfar—. No, no es necesario que pienses en ella. —Agitó su mano—. Lo que me interesa realmente y lo que estoy segura de que nos interesa a todos, hakkikt, es lo que podemos hacer respecto a Punto de Encuentro. Quieres la cooperación de Jik: yo puedo conseguírtela.

—Te recuerdo que fracasaste miserablemente con Dientes-de-oro. Bien, suponemos que fracasaste en ello, aunque a veces me pregunto…

—En ciertos momentos yo también me hago preguntas, hakkikt; y sigo sin saber lo que pretende. Me preocupa más averiguar lo que buscan los humanos. Y hay algo que puedo decirte con toda claridad… —le apuntó con el índice, con la garra extendida—… Tully no lo sabe. Le he interrogado sobre ello y sé muy bien cuándo miente y cuándo no. Era un mensajero que ignoraba el contenido de su propio mensaje: Dientes-de-oro le utilizó y luego lo apartó a un lado. Ésa es una pequeña costumbre de Dientes-de-oro sobre la cual quisiera mantener una conversación con él. Dientes-de-oro engañó a Tully. Engañó a Jik. También me engañó a mí. Y para confundirlo todo un poco más, me ayudó al proporcionarme los suministros médicos que necesitábamos. No sé cómo interpretar sus actos. Estoy siendo absolutamente sincera contigo. Puedo decirte que Ehrran y yo no somos lo que se llama amigas, y que ella está en tratos con los stsho, en quienes todavía confío menos. Ésta es mi posición. Quiero que Jik vuelva. Bajo mis órdenes, hakkikt.

—Maldición —dijo Jik—, hani…

—Es honrado —dijo Pyanfar—. Si le haces ese favor, el que yo te pido, se encontrará en un dilema moral que a su gobierno no le va a gustar nada. Pero no es necesario que les hablemos de ello, ¿verdad que no? Ni tampoco que dejemos a Dientes-de-oro como único representante de los mahendo’sat. Jik está de tu lado. Y si le pierdes, hakkikt, no tendrás ni la menor oportunidad de conseguir que los mahendo’sat firmen ningún tratado, ni aunque acaben en su infierno mahen. Dámelo. Puedo manejarle.

—Pruébalo. Haz que diga la verdad ahora. Hazle decir adonde van los humanos, qué le dijo Ismehanan-min antes de irse y de qué acuerdos con los respiradores de metano está enterado.

Pyanfar dejó escapar lentamente el aire. Su cansado corazón logró descubrir un nuevo nivel de pánico.

Estúpida, Ahora ya has conseguido lo que estabas buscando, ¿verdad, Pyanfar?

Pero ¿qué otra cosa se puede hacer? ¿Cómo vamos a conseguir algo sin este kif?

Miró hacia Jik al sentir que éste cambiaba de postura en la silla para mirarla. Los ojos del mahen estaban rodeados por una fina película de sudor que corría sobre el vello negro, las pupilas relucían bajo la mezcla de oscuridad y luz anaranjada, y junto a los ojos había arrugas que Pyanfar no estaba acostumbrada a ver.

—Jik —dijo—, ya le has oído. Ya sabes lo que quiere.

—Yo saber —dijo Jik, y por su tono parecía que no estaba dispuesto a revelar nada de lo que le habían pedido.

—Escúchame. —Pyanfar se inclinó hacia adelante y le cogió por el brazo que tenía apoyado en la silla. Olió el sudor y percibió el aroma picante de las drogas que contenía, las drogas y el terror puro y simple—. Jik, te necesito. ¿Me oyes? ¿Me has entendido?

El rostro de Jik se retorció en una mueca salvaje y por un segundo le enseñó los dientes, pero luego se calmó por puro agotamiento. Cerró los ojos y los abrió de nuevo.

—Salir de aquí, rápido como de infierno. ¿Entendido? —Y con ello quería decir algo más que salir de la Harukk, eso lo había podido captar Pyanfar con toda claridad.

—Si el hakkikt fracasa —dijo ella—, ¿con qué nos quedaríamos? Jik. Jik… —Hay una razón que no puedo explicarte ahora. Intentó mandarle ese mensaje con los ojos, con la repentina fuerza que imprimió al apretón de su mano y, además, clavándole la garra del pulgar con tanto ímpetu que Jik dio un respingo de dolor.

—¡Maldición! —gritó, apartándose de ella, pero Pyanfar no le soltó.

—Escúchame. Si el hakkikt fracasa, ¿dónde nos encontramos nosotros? Ese bastardo de Akkhtimakt… —Clavó nuevamente la garra de su pulgar. J-i-k, intentó con el código de presiones—. ¿Me oyes? ¿Me comprendes?

Jik ya no intentaba apartarse. Su mano se estremeció rápidamente.

—Oigo —dijo con voz ronca y algo distraída—. Pero…

—Aceptarás mis órdenes. ¿Entendido? —Y fue deletreando sobre su carne: t-r-a-i-c-i-ó-n-h-u-m-a-n-o-s. Riachuelos de sudor corrían junto a sus ojos y resbalaban por las zonas de su cara donde había menos vello—. Jik. Díselo todo.

Jik estuvo dudando durante un instante interminable. Pyanfar sintió cómo le temblaban los músculos del brazo. El olor del miedo se hizo más fuerte. La expresión que vio en el rostro de su amigo era algo que la perseguiría en sueños: estaba concentrando todas sus preguntas en esa mueca, y Pyanfar no sabía cómo responder a ello, no sabía qué mensaje enviarle… si un solo kif se daba cuenta de cómo había estado moviendo el pulgar encima de la mano de Jik, los dos estarían listos. Pese a ello:

C-o-n-f-í-a, le indicó. H-a-z-l-o.

Jik dejó de mirarla y se apoyó en el otro lado del asiento para encararse con Sikkukkut.

—Ana decir… humanos venir Punto de Encuentro. Verdad. Ellos ir luchar con Akkhtimakt. Reunir hani, hacer combate contra kif. Entonces tener… —Se le quebró la voz—. Tener… hani, stsho, humanos, mahendo’sat, todos luchar contra kif.

—Y tu tarea —dijo Sikkukkut sin levantar la voz— es ocuparte de que yo llegue a Punto de Encuentro para enfrentarme con mi rival, Akkhtimakt… mientras que todos los demás le atacan. ¿Fue eso lo que te encargó tu socio?

Un largo silencio.

—Responde —dijo Sikkukkut.

—Él no decirme qué hacer él. Él decir… decir yo tener que ir Punto de Encuentro, esperar órdenes.

—Para volverte contra mí en el momento oportuno. Kkkkt. Y ahora, ¿qué harás?

—Creo que él condenado tonto, hakkikt. —La voz de Jik volvió a quebrarse—. Creo que yo primera vez tener mejor idea, ayudarte vencer Akkhtimakt.

—Y luego te volverás contra mí.

—No. No. Yo pensar que Ana entender mal. Yo mucho asustado, hakkikt, él hacer error número uno primera clase. No pensar que él hacer lo que él hacer, maldición. Yo venir a muelle, intentar sacar Pyanfar de sucio jaleo, yo no saber que mi maldito socio ir a volar todo el maldito muelle, yo no saber que él ir fuera del sistema, yo no saber que él tener trato con Ehrran y los malditos stsho… ¿Qué pasar? Yo recibir disparos, yo verme cogido, recibir sucia droga y golpes. ¿Tú pensar que yo ser tan condenadamente tonto, hakkikt, que yo salir fuera si yo saber lo que él hacer?, ¿eh? Infierno, yo no hacer. Quizás Ana tener mismo tiempo idea inteligente, pero él no saber que yo ahí fuera, yo no saber que él salir de muelle… sucio embrollo. Ehrran ser la que escapar de muelle, ella ser la que matar tu gente. Yo no creo que él saber lo que ella hacer.

—Se encontraron. Hablaron. Eso lo sabemos.

La cabeza de Jik se aflojó bruscamente y sus hombros se encorvaron. Logró alzar de nuevo la vista, apoyándose en los brazos.

—Creo que ellos hablar trato stsho. Yo pensar que Ana no saber, no saber lo que ella hacer… Él tener que moverse rápido, eso ser todo. El plan ir, sí. No entonces. No tan aprisa. El pensar que tener tiempo. Ehrran hacer mover él. Quizás él pensar que yo muerto, no saber, quizás él pensar que todos estar en ese muelle, quizás él pensar que tripulación de la Orgullo ya no estar, quizás pensar que todo haberse ido al infierno… yo no saber, hakkikt. Yo no saber.

—Te contradices.

—No mentir. No saber. Yo no saber.

—¿Y los respiradores de metano? ¿Qué tratos hay con ellos?

La cabeza de Jik cayó nuevamente sobre sus brazos. Por un instante se quedó totalmente inmóvil y un kif dio un par de pasos hacia él. Pyanfar no hizo gesto alguno, se obligó a mantener tranquilos sus nervios hasta conseguir que su mente también se calmara.

Estamos hablando de que todo el maldito Pacto se está haciendo humo, por los dioses.

Podemos acabar con él en cualquier momento, podemos acabar con este bastardo kif si estamos dispuestos a morir… y los dos ya estamos muertos, tanto Jik como yo. No importa. No importa que esté sufriendo, no es nada, en el equilibrio final eso no es nada, nada que importe realmente. Lo siento, Jik, no puede importarme, no puedo permitirme el lujo de que me importe, no puedo oler a miedo, no me atrevo. No, si tenemos una oportunidad. Y pienso aprovecharla, cueste lo que cueste, Jik, si no tengo otro remedio. Eres un profesional, sabes lo que estoy haciendo, sabes que no puedo hacer otra cosa, bebido y drogado como estás. Luego podremos arreglar las cuentas.

—Respóndele, Jik. —Y, dioses, intenta dar con una buena respuesta.

Te necesito, Jik.

No puedo hacer esta jugada yo sola.

Jik se movió y alzó de nuevo su cabeza.

—Tc’a —dijo con voz pastosa.

—¿Qué ocurre con los tc’a? —preguntó Sikkukkut.

—Yo hablar con ellos. Mucho miedo. —Le resbalaron las manos. Logró agarrarse de nuevo y levantó la cabeza con un esfuerzo—. Knnn mucho inquietos. Humanos venir a través espacio knnn. Quizá disparar nave knnn.

—Kkkt.

—Condenado estúpido. Tc’a querer mantener tranquilos knnn. Ellos querer que mahendo’sat calmar todo, rápido. Tc’a mucho enfadados con Ana. Hablar mí… hablar mí… querer hacer tranquilos a los knnn. Yo decir tc’a… tc’a… tener que ayudar Sikkukkut. Bueno, Sikkukkut. Así que tc’a venir con nosotros a Kefk. Pero knnn…

—Los knnn se lo llevaron.

—Llevar. No sé razón. Quizás querer preguntar por qué venir con nosotros. Quizás querer preguntar qué hacer nosotros. Knnn mucho locos. No saber mente knnn. Yo decir Ana… él estar loco querer hablar con knnn. Callar, yo digo Ana, tú tener que estar callado. Knnn ser molestias, yo no saber, yo no saber, yo no saber…

Sus dos manos resbalaron de golpe. Jik golpeó el arco formado por las patas de la silla y se quedó inmóvil.

Pyanfar levantó cuidadosamente su copa y tomó un sorbo de ella. No pienses, no reacciones, ahora no siente dolor. Sé fría y cautelosa, y no dejes que te afecte. No tenemos ninguna garantía de lo que ese bastardo hará con Jik o conmigo, ahora que ya tiene lo que deseaba.

—Creo que eso era la verdad. Encaja bastante bien con otras cosas que ha dicho. Los mahendo’sat actúan de forma peculiar a veces. Y es muy probable que Dientes-de-oro esté siguiendo otro rumbo y dé con ello una segunda opción a su Personaje. Por desgracia, Ehrran parece estar metida en ese rumbo de acción, y el ayudarla a que me arruine… la amistad tiene valor, hakkikt, pero en el caso de Dientes-de-oro el interés de su especie es algo mucho más potente. Lamentará verme arruinada, ver cómo se rompe mi influencia… le fui útil una vez, llegamos a tener una deuda personal. Pero no irá más allá de los lamentos. Ehrran, según piensa, tiene lo que él necesita ahora: influencia en el han. Jik está siguiendo un rumbo totalmente distinto en pro del Personaje al cual sirven los dos… así que Dientes-de-oro no trabajará directamente en contra de Jik, pues le interesa que el Personaje pueda elegir entre los dos planes. Pero, por todos los dioses, cuando crea que ha llegado el momento decisivo, no vacilará en cortarle el cuello a Jik si lo cree necesario. Y cuando todos vayamos a Punto de Encuentro, la crisis estallará. Así tratará Dientes-de-oro con los respiradores de metano: matará a Jik y eliminará al único que puede tratar con los tc’a… porque Jik puede trabajar con ellos. —Tomó un segundo trago—. En Punto de Encuentro me dijiste que un día desearía vengarme de mis enemigos. Pukkukkta. Tuve que buscar el significado de esa palabra. Ahora sé lo que me ofreciste. Aquella vez dijiste que si no la quería entonces, más tarde la desearía. Eso ocurrió antes de saber yo que mi enemiga era una bastarda hani que desde el principio pretendía acabar conmigo. Te diré una palabra hani. Haura. Disputa de sangre. Ahora Ehrran tiene esa disputa conmigo, con Chanur, con Geran y Chur Anify; y también Haral y Tirun Araun tienen uno o dos agravios personales. Y conseguiré acabar con Rhif Ehrran aunque deba pasar por encima de Dientes-de-oro, de los stsho, los mahendo’sat y los humanos para lograrlo. La pukkukkta es una emoción fría, la haura es cálida, pero eso no quiere decir que no pueda durar durante años enteros. ¿Soy lo bastante clara? Acabaré con ella, no importa el tiempo que precise para ello.

—Muy clara, cazadora Pyanfar.

—Tahar también tiene una disputa de sangre con Ehrran. Y los intereses de Tahar están unidos a los míos. Soy su única esperanza de recobrar la reputación. Y el poder que tenía.

—Eso también me parece claro.

—También tengo un asunto que arreglar con Dientes-de-oro, un asunto personal. Y Jik es el mejor recurso de que dispongo para ello. Ésa es la razón de que quiera recuperarle.

—Ningún kif hablaría de forma tan directa.

—Ningún kif puede ofrecerte lo que yo.

A su alrededor se oyó un susurro de túnicas y unos leves chasquidos, las armas seguían activadas.

—¿Qué ofreces?

—Una alianza con los no-kif.

—Kkkt. —Sikkukkut apoyó sus manos en la silla, al mismo tiempo que alzaba, la mandíbula—. ¿Dónde está esa alianza?

—Sentada en esta silla y medio tendida en aquélla. Y los dos somos importantes. Ninguno de los dos tiene lazos que vayan más allá de una nave y una pequeña autoridad. Dame a Jik y la Aja Jin y le utilizaré para ajustar las cuentas con Dientes-de-oro y Rhif Ehrran. Si yo tengo un arma, tú también la posees.

—¿Es así?

—Sí, puesto que tenemos intereses comunes. Es muy fácil entender a una hani, siempre busca el interés del clan. Y Rhif Ehrran pretende destruir mi clan, con la ayuda de Dientes-de-oro. Te dije que ninguno de los demás me detendrá para acabar con ella, y eso es exactamente lo que haré.

Sikkukkut apoyó su larga mandíbula en el puño y la manga ribeteada de plata cayó hacia atrás, dejando al descubierto un brazo delgado y musculoso, en tanto que la luz hacía brillar sus ojos.

—Algo sí puedo decirte, cazadora Pyanfar: tendrás oportunidad de probar la veracidad de cuanto dices. —Su índice se alzó ante ella—. Tendrás todo lo que pides.

Oh, dioses, se le ocurrió de repente. Demasiado fácil. Demasiado rápido. Demasiado completo.

—Te llevarás a la Luna Creciente y la Aja Jin e irás a Punto de Encuentro para apoderarte de la estación.

Hakkikt

—Has dicho grandes cosas de ti misma. ¿Eres capaz de darme algo más que palabras? ¿O quizá… desertarás para unirte a mis enemigos?

—¿Unirme a Ehrran? —Sus orejas se abatieron de golpe. No le hizo falta fingir—. No.

—Me das ánimos. —Un segundo dedo se alzó para unirse al primero—. Por lo tanto, te entregaré a Keia. Con una condición.

—¿Cuál, hakkikt?

—Irá a bordo de la Orgullo. Estará a tu cargo.

—Es el mejor piloto…

—Conozco su habilidad. Y conozco la de Kesurinan, que es considerable, aunque carece de la osadía de Keia. Te diré cómo pienso disponer las cosas, cazadora Pyanfar, y tú deberás aceptarlo por tu propio bien. Keia traicionaría tus intereses si le dejaran libre para seguir a sus superiores. En lugar de eso, te lo entrego y tú lo usarás en lo que más provechoso te resulte pero, básicamente, en lo que me beneficie a mí. Insisto en ello. ¿Me comprendes?

Sus orejas se agitaron de nuevo y tampoco esta vez el gesto era fingido.

—Hablas con mucha claridad. Y puede que tengas toda la razón. Acepto.

—Puede que tenga razón. Qué generoso por tu parte… ¿Acierto con la palabra… generoso?

—Acepto tus órdenes. Quienes me conocen quedarían muy sorprendidos al oír eso. Soy una bastarda, hakkikt, y además soy una bastarda con la nariz cubierta de canas, y no tengo por costumbre aceptar órdenes. Sin embargo, acepto las tuyas. —No hace falta que me des tu respaldo. No me trates como si perteneciera a tu pandilla de orejas roídas—. Me impresionas y tus opiniones me han parecido absolutamente correctas. Si me entregas a Jik aquí mismo, me ocuparé de controlar a Kesurinan. Y a él también. Sé lo que estás diciendo y, sí, tienes razón. Quieres que tome Punto de Encuentro. No puedo hacer eso, ni tan siquiera utilizando a Jik como cuña. Pero si vienes detrás de mí y lo que quieres es que los stsho no puedan reaccionar… —Y eso es lo que estás planeando, ¿verdad que sí?—… entonces, por los dioses, puedo mantenerles ocupados.

Sikkukkut tomó un sorbo de su bebida.

—Tendrás que hacer algo más que eso, skku mía. Puedo prescindir de una nave. ¿Sabes lo que una sola nave de caza puede hacerle a un planeta habitado?

Oh, dioses.

—Ningún mensaje de advertencia podría viajar más rápido que esa nave. Atacaría y se iría con igual rapidez. Y las hani desaparecerían del problema. El poder que te doy habría desaparecido, skku mía. Recuerda siempre que puedo quitártelo en cualquier momento. Puedo eliminar Anuurn de la lista de los mundos habitados. ¿Me entiendes?

—Por completo. —Bastardo. Gracias por el aviso. Haura, bastardo. ¿Sabes cuánto tiempo sobreviviría Akkht a una acción como ésa? Hablemos de la vida en el Pacto. Hablemos de borrar especies del mapa—. ¿Cuándo debo partir?

—Tengo algo para ti. Se te entregará junto con la persona de mi amigo Keia. Trátalo con amabilidad. —La nariz de Sikkukkut se agitó levemente—. Y no le dejes en libertad bajo ninguna circunstancia. Le tengo destinados ciertos usos: es un préstamo, no un regalo. —Otro lametón al interior de la copa. A un gesto de la mano de Sikkukkut, varios de los kif que estaban cerca de él se apartaron de la oscuridad y desfilaron ante una de las luces, proyectando largas sombras sobre la mesa.

Las sombras kif la envolvieron y se tragaron a Jik para hacer que se levantara con suaves chasquidos, hablando entre ellos. Jik colgaba entre sus manos como un saco, de tal forma que desmentía cualquier tipo de fingimiento: sus brazos pendían a los lados, su cabeza cayó hacia atrás cuando le pusieron en pie y el brazo que cogieron para sostenerlo carecía de tono muscular alguno. Cuando le hicieron girar para llevárselo, los dedos kif se hundieron profundamente en su carne.

—Con tu permiso —murmuró Pyanfar, dejó su copa sobre la mesa y se puso en pie. Hizo una reverencia tan cuidadosa y formal como cualquiera de las que había hecho con anterioridad ante los líderes del han. Mantuvo las orejas erguidas y el rostro tranquilo mientras contemplaba cómo los kif manejaban a Jik, y luego miró nuevamente a Sikkukkut en busca de instrucciones.

Sikkukkut agitó una vez más la mano. Pyanfar hizo otra reverencia y salió por la puerta a la penumbra del pasillo exterior, para encontrarse con varios kif de rango inferior. Éstos se apresuraron a ceder el paso a una visitante que poseía una posición tan clara como la suya, y se apartaron inclinando los rostros hacia el suelo y convirtiéndose en sombras pegadas a los muros y conducciones.

Pronto tendría débiles las rodillas. El olor del amoníaco la mareaba: no había estornudado, gracias fueran dadas a los dioses, había tenido que resoplar una o dos veces pero había logrado disimularlo. De repente, sintió un vacío en el estómago, y su corazón, agotado de tanto terror, latía con dolorosa lentitud.

La pesadilla no iba a terminar de golpe. Traerían a Jik, tenía que recoger a sus tres compañeros, mahen, hani y kif, antes de salir; luego tendría que bajar a ese muelle y obedecer las instrucciones que el kif decidiera enviarle. Tenía que hacerlo.

—Le tengo —fueron sus lacónicas palabras a Kesurinan en cuanto los kif trajeron a sus compañeros al corredor de salida—. Está bajo mi custodia.

Y en el fondo de su alma, allí donde había dejado toda la sensibilidad que aún le quedaba, sintió un tenue dolor al ver cómo se alzaban rápidamente las orejas de Kesurinan y el abatimiento de su rostro. Instantáneamente Kesurinan ahogó toda reacción, porque no era ninguna tonta y sabía dónde se hallaban y quién estaba escuchando. También sabía que deberían cumplir con cuanto pidieran los kif para sacar a su capitán de la Harukk. Kesurinan creía estar hablando con una aliada.

Sikkukkut había acertado por completo: los mahendo’sat serían aliados hasta llegar a un punto en que predominara el interés de su especie. Y entonces Jik salvaría a los suyos.

Y, según había descubierto, ella haría lo mismo.

Avanzaron lentamente a través de los muelles, aún no totalmente seguros: un grupo de skkukun kif llevaba a Jik fuertemente atado a una camilla, Kesurinan caminaba a su lado, con una pistola en la cadera. Podía leerse ira y preocupación en cada línea de su espalda. Pyanfar caminaba un poco más atrás, con Dur Tahar a la derecha y Skkukuk a la izquierda, Tahar permanecía tan inescrutable como le permitía su trato con los kif, y con Skkukuk tampoco emitía muchas señales… salvo porque llevaba los hombros erguidos, porque demostraba mucho menos nerviosismo que en cualquier otra ocasión; salvo porque cada uno de sus movimientos, incluso el más sutil, decía que se trataba de un kif cuya posición ya no era la de un esclavo, un kif cuya capitana acababa de tratar con el hakkikt y había ganado. Llevaba un arma bajo su túnica, y sólo los dioses podían saber qué ambiciones albergaba su estrecho cráneo. Si alguna vez hubo un kif complacido, Skkukuk irradiaba un claro placer ante su cambio de fortuna, olía las oportunidades que flotaban en la atmósfera, paladeaba la visión de los enemigos del hakkikt que habían sido sacrificados, sus horribles señales para el tráfico… y también paladeaba la visión de su capitana subiendo de posición.

Frío en todos los lugares calientes y con el ardor de la fiebre en todos los lugares fríos, dioses, en un giro de ciento ochenta grados. Alienígenas. Sí, eso son los kif, doblan o triplican el significado de esa palabra.

Mantén la calma, Pyanfar Chanur. Consérvala, no la malgastes. Jik es un trozo de carne. Tahar una aliada que te ha traído la suerte, Kesurinan un problema en potencia, y este condenado kif no es más que algo útil.

Kesurinan no planteará problemas, todavía no. Nos dejará que llevemos a Jik a bordo.

Dioses, no permitáis que Jik se nos quede entre las manos aquí fuera.

Lenta, muy lentamente, fueron recorriendo el muelle hasta rebasar la compuerta de la sección y entraron en la zona donde no había peatones, donde no había tráfico alguno salvo el de su grupo.

Y ante ellas se encontraba el dique de la Orgullo, con las luces de advertencia aún parpadeantes. Cogió su comunicador de bolsillo, puesto que ahora ya se encontraban en el radio de recepción.

—Aquí la capitana. Voy a entrar.

—Bien —le llegó la voz de Haral, agudizada por la estática: la formalidad que acababa de cumplir era un aviso, y Haral lo había tomado como eso. Tengo compañía, Haral; no me dejes entrar con demasiada facilidad.

Otra eternidad de recorrer ese muelle tan frágil y, que los dioses las ayudaran, Tahar y Kesurinan aún tenían más trecho por andar.

—Skkukuk —dijo Pyanfar, y el kif, que andaba junto a ella, le prestó total atención—. Dile al skkukkun-hakkiktu que quiero una escolta para Tahar hasta su nave, por la ruta más rápida y segura. Si es posible, por los corredores centrales.

—Hakt —dijo Skkukuk, aceptando la orden. Se acercó a los que llevaban la camilla y les transmitió esas instrucciones con todos los matices kif que exigían las órdenes de una superiora y dejando bien claro lo alta que era su propia posición ante la capitana. Luego retrocedió un par de pasos y alzó el rostro hacia ella con satisfacción.

Pyanfar no le dijo nada a Tahar y ésta no abrió la boca: así estaban las cosas.

Bien, hacia la entrada de la Orgullo, pues.

—Esperad aquí —les dijo Pyanfar a Tahar y Kesurinan. Al acercarse al umbral procuró que en su mirada hacia Kesurinan hubiera una frialdad muy especial. La ansiedad que leía en el rostro de Kesurinan, surcado por las cicatrices, le estaba produciendo escalofríos.

—Bien, capitana —dijo Kesurinan, que no sabía nada de lo ocurrido.

Y traicionó a su propio capitán, entregándolo a unas desconocidas de otra especie.

—Chanur-hakto —dijo el primero de los kif cuando hubieron depositado la camilla de Jik dentro de la compuerta de la Orgullo. Ese mismo kif sacó un hato con las ropas del mahen y se lo ofreció.

Skkukuk lo interceptó con un rápido movimiento. Agitó su mano y despidió a los demás kif hacia la compuerta.

—Poned el sello —dijo Pyanfar al aire y a la tripulación que les estaba observando por el monitor.

La compuerta se cerró con un silbido y luego se oyó el golpe del cerrojo electrónico.

—Quitad la energía —dijo Pyanfar.

Bien —le respondió la voz de Haral. Ni en esos instantes había perdido su seriedad. Pyanfar cogió el paquete que Skkukuk le tendía ceremoniosamente, con la camilla y su contenido junto a sus pies. Ahora los escalofríos pedían que se les dejase nacer, pero Pyanfar mantuvo erguidas las orejas y contempló las oscuras pupilas de Skkukuk, ribeteadas de rojo.

—Buen trabajo —le dijo.

—Kkkkt —contestó el kif—. Me necesitas, hakt. ¿Quién de entre toda tu tripulación posee los modales adecuados?

Pyanfar sintió un nudo en la garganta. Logró tragar saliva y metió el paquetito en su bolsillo. Luego se agachó sobre la camilla de Jik para darle unas suaves palmadas en el rostro. Tenía la carne fría y no obtuvo reacción alguna.

—¿Es un aliado? —preguntó Skkukuk.

—La situación es complicada —dijo, intentando explicar la verdad a un kif, y entonces se le ocurrió algo que le hizo erizar el vello de la espalda. Dioses, estoy hablando con un asesino. Con reflejos que penden de un hilo—. Sí, es un aliado. —Puso la mano en el cuello de Jik y notó que le latía el pulso—. Haral, que baje Khym. Tenemos que trasladar a Jik. Sigue inconsciente.

Ya viene, capitana. ¿Te encuentras bien?

—Perfectamente. Estoy perfectamente. Logramos salir sin ningún problema. Abre esa puerta. —Volvió a palmear el rostro de Jik—. Eh, amigo. Venga, despierta. ¿Me oyes? Todo va bien.

Amigo.

Estaba inconsciente. Del todo. Oyó funcionar el ascensor: o Khym ya venía en camino cuando llamó o se había lanzado a la carrera por el nivel superior. Y la Orgullo procedía a desconectar su energía con una serie de sutiles ruidos que su oído reconocía en cada matiz.

—Skkukuk, ayudarás a Khym. Harás lo que él te diga.

—Kkkt. Es tu compañero.

Pyanfar se incorporó y miró a Skkukuk con las orejas gachas. Sintió la pestilencia del amoníaco en sus fosas nasales y que los antialérgicos le resecaban la boca. En sus palabras había algo que le hizo sentir una profunda inquietud. Este alienígena, tan extraño que no había palabras para describir su personalidad, estaba intentando averiguar a quién debía respetar entre la tripulación, a quién podía eliminar de su posición, a quién podía superar y a quién no.

Ése es un puesto al cual no podrás llegar nunca, escurridizo bastardo sin orejas. No dejes que el nombre de mi esposo aparezca en tus labios. Será mejor que comprendas eso, y rápido.

Mil milenios de instinto hani recorrían velozmente su espina dorsal. Y Skkukuk supo leer su mirada y respondió rápidamente con un cambio de expresión.

Cautela.

Pasos en el corredor del nivel inferior. Pasos rápidos, más de un par de pies.

No corras, Khym. Dignidad, Khym. Delante del kif, por todos los dioses, Khym.

Cuando Khym apareció en el umbral con Tully pisándole los talones, Pyanfar seguía mirando al kif, con la espalda rígida.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Khym.

—Estoy perfectamente. Lleva a Jik a la enfermería. Que Tirun empiece a ocuparse de él. Skkukuk…

El kif seguía esperando. Armado. Su exprisionero poseía un arma capaz de agujerear una placa de blindaje. Y esperaba en su pequeña y agresiva alma kif haberse ganado la libertad con su acción.

—Estás relevado de servicio —le dijo a Skkukuk—. Conservarás esa arma en tu camarote. Puedes moverte libremente por la cubierta inferior. ¿Me has comprendido?

—Kkkt. Ciertamente.

—Venga.

Todos se pusieron en movimiento. Skkukuk se esfumó, había interpretado correctamente cuál era su estado de ánimo. Khym y Tully cogieron los dos extremos de la camilla y la levantaron, con el nada desdeñable peso muerto del mahendo’sat, maniobrando para sacarla de la escotilla.

Tirun va de camino a la enfermería, capitana. —Su sobrina. Mientras, seguía la secuencia de quitar la energía.

—Entendido —dijo Pyanfar con voz tranquila. Y se quedó inmóvil durante un segundo, contemplando la pared. Tenía las órdenes de un kif en el bolsillo. Las sacó y desgarró el frágil sello para examinar el escrito.

«Salida a las 2315», eso era lo principal. En ese momento, era cuanto le interesaba. Los kif les habían dado suficiente tiempo para organizarse, aunque no habían sido generosos. Tendría que trazar unas instrucciones de rumbo muy precisas y olvidar su antiguo plan.

—Hilfy.

—le respondió su voz, en tono bastante bajo.

—Mensaje a Kesurinan y Tahar: preparaos para salir. Diles que tendrán algo más de seis horas. Nosotras tenemos lo mismo.

Una pausa.

Bien.

Después, el silencio. La Orgullo descansaba de nuevo. La tripulación del puente podía verla. La cámara estaba activada. Pyanfar miró hacia ella.

—Las cosas podrían ir peor —dijo sin demasiada alegría—. En estos mismos instantes se me ocurre una posibilidad al respecto. Pero Jik está bajo nuestra custodia, tenemos a Tahar y la Aja Jin con nosotros, y debemos obedecer las órdenes del hakkikt: se trata de Punto de Encuentro. Y a su modo.

Una pausa más larga.

Bien —se limitó a decir Hilfy, como si acatara una orden rutinaria.

La mayor estación espacial de todo el Pacto.

Y, además, una estación ya en estado de alerta.

—Despejad los tableros y tomaos un momento de descanso; tengo que ocuparme de Jik.

—Bien, capitana.

Pyanfar se alejó de la escotilla. Y sólo entonces, como se recuerda al fantasma de una vieja costumbre que ya no tiene significado, se le ocurrió que hacía apenas unos minutos había enviado a su esposo y a otro tripulante para que atendieran a un macho de otra especie, sabiendo con absoluta seguridad instintiva, si es que al instinto se debía, que Jik estaba tan a salvo con ellos como lo estaba ese kif a quien había enviado en dirección opuesta por el pasillo. Incluso el kif tenía una mente racional, cuerda e inteligente, mientras que el universo temblaba y oscilaba a su alrededor, a punto de caerse.

Pyanfar fue por el corredor hacia la puerta de la enfermería, que estaba abierta; era una estancia tan pequeña que apenas si parecía un armario. Tirun se le había adelantado. Khym y Tully estaban sacando a Jik de la camilla y lo acostaban sobre la mesa.

—Tendrá unos cuantos morados —dijo Pyanfar—. Será mejor que le hagas un examen, porque quizá tenga algo más que eso. —Se dirigió al compartimento de las medicinas, abrió el cerrojo mediante una secuencia especial en los botones y empezó a rebuscar en una bandeja de botellas: específicos y drogas hani, que podían tener extraños efectos sobre algunos mahendo’sat. Resultaba imposible averiguar qué le habían dado los kif y no lo conseguiría ni consultando la Biblioteca; lo mejor era limitarse a los remedios sencillos. Sacó de la bandeja una botellita con las anticuadas sales de amoníaco y la sostuvo bajo la nariz de Jik.

Ni un solo gesto.

—Dioses… —Pyanfar tapó de nuevo la maloliente botellita y abofeteó el helado rostro de Jik—. Despierta. ¿Me oyes?

—¿Qué le dieron? —preguntó Tirun mientras alzaba uno de los párpados de Jik y se inclinaba para observar el ojo—. Huele igual que un almacén de drogas.

—Es el capitán de una nave de caza, maldita sea, y su precioso gobierno habrá hecho que le bloqueen la mente y sólo los dioses saben hasta qué profundidad habrá llegado el bloqueo. —Pyanfar se dio la vuelta, apartó a Khym sin demasiada suavidad y llegó hasta el intercomunicador—. ¡Puente! Hablad con la Harukk y decidles que quiero saber qué le han dado a Jik, y aprisa.

Bien —respondió la voz de Haral.

Tirun estaba contando los latidos del corazón. Y fruncía el ceño.

—Dioses, no tiene ni idea de dónde se encuentra… —Pyanfar atravesó de nuevo la habitación, apartando bruscamente a los dos machos, y agarró a Jik por los hombros—. Jik, los dioses te frían, soy Pyanfar, Pyanfar Chanur, ¿me oyes? Esto es una emergencia, Jik, ¡despierta!

Jik abrió la boca. Su pecho se expandió para aspirar un poco más de aire.

—Vamos, Jik… ¡por todos los dioses, despierta! —Estaba gritándole al oído y empezó a sacudirle—. ¡Jik! ¡Ayúdame!

Empezó a recobrar el tono muscular y el rostro adquirió de nuevo sus líneas familiares.

—Vamos —le dijo—. Soy yo, Pyanfar.

Ayúdame, había dicho. Y el condenado idiota estaba volviendo a la conciencia por ella. Estaba trepando por el pozo mental que su gente le había preparado igual que había salido corriendo a ese muelle a luchar por ella y su tripulación, cuando la más absoluta lealtad de su especie le dictaba que se salvara a sí mismo. Ayúdame. Otros desconocidos le habían manejado, pasándole de la camilla a la mesa, dioses, más o menos igual que habrían actuado los kif, y él se había alejado de ellos, cada vez más y más profundo, y sólo el más lejano nivel de su conciencia percibía que le estaban tocando.

Y ahora sabía que una hani le estaba maldiciendo a gritos, hasta dejarle casi sordo y pidiéndole algo, pero no sabía nada más.

Oh, dioses. Dioses, Jik.

Sus párpados se abrieron una fracción de centímetro. Seguía estando muy lejos.

—Eh —le dijo—. Estás bien. Estás en la Orgullo. He logrado sacarte. Kesurinan ha vuelto a la Aja Jin, ¿me oyes, Jik?, ya no estás con los kif. Estás en mi nave.

Parpadeó. Su boca se movió con los lentos gestos de una lengua reseca. Pyanfar pensó que algún nivel de su ser la había oído. Estaba explorando la posibilidad de la consciencia e intentando decidir si era algo deseable.

—Soy yo —le dijo de nuevo—. Jik… —Le dio una palmada en el brazo y se inclinó sobre él. Sintió un vuelco en el estómago al ver que él intentaba apartarse de su mano—. Amiga.

—¿Dónde? —dijo él o, al menos, eso había parecido.

—En la Orgullo. Estás a salvo. ¿Me entiendes?

—Entender —dijo. Sus párpados ocultaron nuevamente las pupilas. Había vuelto a perder la conciencia, pero esta vez de forma no tan profunda. Pyanfar vaciló durante unos segundos y presa de rabia se volvió hacia los dos machos idiotas que no habían tenido el suficiente sentido común como para dejar libre el angosto recinto de la enfermería y proporcionarles espacio para trabajar.

Y sus ojos se encontraron con los de Tully: con Tully, que había estado por dos veces en el mismo sitio que Jik, y cuyo rostro estaba blanco como el de un stsho, con círculos blancos alrededor de los ojos. Había estado a punto de gritar, pero la expresión que había en el rostro de Tully hizo que el sonido se ahogara en su garganta.

—Fuera —dijo Pyanfar, casi atragantándose con la palabra—. Salid de aquí, no estáis haciendo nada útil.

Khym agachó las orejas y, extendiendo un brazo, tiró de Tully para hacerle salir. Tully le siguió sin dar muestras de saber que era Khym quien le había tocado. El humano estaba profundamente afectado.

Y también ella lo estaba, a punto de perder el control. Tenía el vello de la espalda totalmente erizado.

Capitana —era la voz de Haral—, es sothosi. La biblioteca lo está enviando ahora mismo al ordenador del laboratorio.

—Nos ocupamos de ello.

Era Tirun quien se ocupaba, se movió rápidamente hacia la unidad del ordenador, dio un rápido vistazo a la pantalla y, sin perder un segundo, se dirigió al compartimento de las medicinas. Abrió un paquete, cogió una ampolla y un tampón astringente, y empezó a desinfectar una zona del brazo de Jik.

El estimulante entró en su cuerpo. Un instante después, Jik boqueó en un intento de conseguir aire y luego repitió el gesto, mientras una saludable oscuridad iba volviendo a su nariz y sus labios.

—Ya lo tenemos —dijo Tirun, controlando sus latidos—. Ya lo tenemos.

Pyanfar encontró una silla y se instaló en ella antes de que le cedieran las rodillas. Se dobló sobre sí misma y se pasó las manos por la cintura, sintiendo el incómodo peso de la automática en la cadera y cómo se le clavaba el arma del otro bolsillo. Apestaba. Quería darse un baño.

Deseaba poder cambiar el pasado, no haber cometido todos los errores en que había caído. Deseaba no ser Pyanfar Chanur, responsable de un número excesivo de acciones y errores, y que ahora debía pensar en lo impensable.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tirun.

Pyanfar alzó la vista hacia su prima, su vieja amiga, una tripulante que había estado con ella desde la juventud.

—Tirun… —Ahora había pasado a utilizar un dialecto de provincia hani y hablaba en voz muy baja—. Se quedará aquí. Quiero que la enfermería esté vigilada, quiero que no pueda moverse de aquí…

Intentó mantener la fría distancia que había utilizado a bordo de la Harukk, pero le resultó difícil cuando miró a los ojos de una vieja amiga y vio una reacción tan natural como las orejas de Tirun agachándose.

—Tirun… —le dijo; aunque había tenido la intención de no justificar ninguna de sus decisiones, se encontró de repente casi suplicando, y descubrió que le temblaban todos los miembros—. Tenemos un problema. Hablaremos de ello después. Haz lo que te he dicho, ¿puedes? Quédate con él hasta que despierte y asegúrate de que respira bien. Y, por todos los dioses, no le quites las ataduras. ¿Eres capaz de hacer todo eso?

—Sí —dijo Tirun. Ninguna duda. Ninguna pregunta por parte de una hani honrada que había entregado a su capitana cuantos escrúpulos tenía y esperaba que su capitana se lo explicaría todo. Con el tiempo.

—Dile que volveré a bajar. Explícale que se debe a que tenemos poco tiempo. Quiero que descanse y no se me ocurre ningún otro modo para asegurarme de que lo hará. —Seguía hablando en chaura, un lenguaje que ningún mahendo’sat entendería. Ese factor ya bastaba para dejar bien claro qué cantidad de la verdad le estaba contando. Tirun la miró fijamente y no hizo preguntas. Ni tan siquiera agitó las orejas. Encerrar a un amigo que les había salvado la vida y que volvía en semejante estado justamente por haber hecho eso. Mentirle.

Si pudiera dejarle nuevamente inconsciente sin que su vida corriera peligro, también lo haría.

Se puso en pie y salió de la enfermería, pasándose una mano por la melena, sintiendo el aguijonazo doloroso del cansancio entre los hombros y la quemadura del frío suelo metálico en los pies. Sus fosas nasales seguían saturadas por la pestilencia de los kif.

Arrojó el paquete del kif sobre la consola que había junto a su asiento del puente.

Nadie había dejado su puesto o, si Geran había salido para echar un vistazo a Chur, había vuelto corriendo. Rostros solemnes la miraban: Hilfy, Geran, Khym y Tully; Haral seguía ocupándose del funcionamiento de la nave.

—Déjalo, Haral —dijo Pyanfar.

Haral hizo girar su asiento, igual que habían hecho los demás.

—Ya sabéis cómo llegamos aquí y nos apoderamos de Kefk —dijo Pyanfar—. Tenemos órdenes para hacerlo de nuevo. En Punto de Encuentro.

Todos abatieron las orejas. Tully, el problema humano, no movía un músculo, escuchaba cuanto le era posible entender por cuenta propia y la deformada versión que la conexión del auricular traductor le estuviera susurrando.

—Ya sabéis parte del asunto —dijo ella, sentándose en el brazo de su asiento, el rostro hacia la tripulación—. Sólo podemos elegir entre seguir las órdenes tal y como nos las han dado o hacernos volar en partículas aquí mismo, en este muelle. Eso sólo eliminaría a una facción de los kif y dejaría a la otra como vencedora indiscutible. Y, por los dioses, prefiero que antes se muerdan durante un tiempo una a otra, y dar una oportunidad al Pacto. Eso es un factor a considerar, pero hay otro más. Sikkukkut ha amenazado Anuurn.

—¿Amenazado… cómo? —preguntó Haral.

—Muy sencillo. Una nave… si piensa que nos apartamos del buen camino. No está hablando de un ataque como en Gaohn. Nada de eso. Se refiere a un ataque directo contra el planeta. Ése es el tipo de kif con quien estamos tratando. Una roca cargada de velocidad lumínica que chocaría contra Anuurn, y bien saben los dioses que Anuurn no tendría tiempo de verla llegar. Era una amenaza. Espero que se tratara de una amenaza bastante remota. Estamos tratando con un kif que sabe condenadamente demasiado de las hani y, al mismo tiempo, condenadamente poco: fue un estúpido al decirme eso y quizá ni tan siquiera se imagina lo que haríamos para detenerle… antes o después de que eso ocurra. Pero no creo que sea el único kif capaz de tener esa idea. Tengo la esperanza de que acaben desangrándose entre ellos hasta quedar destrozados. Si nos resulta posible, intentaremos conseguir que eso ocurra… pero ahora debemos hacer lo que se nos ha dicho o nos encontraremos mirando uno de los cañones de Sikkukkut por el extremo más feo, y sin ocasión de advertir a nadie, de evitar meternos en este lío o de salvar algo de este maldito asunto.

—Capitana —dijo Haral—, tenemos un kif ahí arriba, en el cénit. Se ha colocado en una posición que le da ventaja sobre nosotras.

—Lo sé. No vamos a enfrentarnos con ellos. Lo único que haremos será salir de aquí. Dentro de seis horas nos meteremos en una condenada situación en Punto de Encuentro y puede que el Pacto no logre sobrevivir, no al menos de una forma que nos resulte comprensible. Eso es lo que tenemos y a lo que nos enfrentamos. No sé lo que vamos a encontrar en esa estación. Tully… ¿me entiendes, logras seguir todo esto?

—Yo entiendo —dijo con un hilo de voz—. Yo tripulación, capitana.

—¿Lo eres? ¿Lo serás en Punto de Encuentro?

—Tú quieres yo sentar con Hilfy en comunicaciones, hablar con humanos si humanos estar allí. —Su voz adquiría firmeza—. Sí. Yo hacer.

Con todo lo que podía y no podía entender… Pyanfar le miró sintiendo que su voluntad se había paralizado, como si el posponer todas las decisiones fuera algo que podía detener el tiempo y que les daría unas posibilidades de elección que ahora no tenían.

Jik estaba encerrado abajo. Un kif y un humano se movían libremente entre ellas. El humano asistía a sus más críticas deliberaciones.

Pero Tully les había dado la advertencia que ella había transmitido a Jik, la advertencia que no había podido callar en un momento cargado de tensión, cuando Tully se había colocado entre ella y Hilfy, y Pyanfar le había interrogado sobre sus motivos.

No confíes en los humanos, Pyanfar.

Lo estaban apostando todo por una frase, una frase traicionera, cargada de miedo, dicha por alguien que apenas si sabía hablar el hani.

Dioses, ¿arriesgar mi mundo por confiar en él? ¿Miles de millones de vidas? ¿Toda mi gente? Dioses, ¿qué derecho tengo yo a eso?

—Lo pensaré —dijo—. No tengo ninguna respuesta. —Cogió el paquete y volvió a dejarlo caer. Tenemos instrucciones. Tenemos a Tahar con nosotras. Tenemos la nave de Jik. Y tenemos órdenes de conservar a Jik aquí y mantener bajo estrecha vigilancia su nave.

—Hay algo más —dijo Hilfy. Y cogió un pedazo de papel, se puso en pie y se lo acercó. El papel temblaba entre los dedos de Hilfy—. El ordenador ha descifrado el código. Quizás él pretendía que lo descifráramos. No lo sé.

Se detuvo vacilante con el papel en el bolsillo ante el umbral de la enfermería, sumida en la penumbra. Tirun había dicho que Jik estaba despierto.

Lo estaba. Vio brillar sus ojos por entre las rendijas de los párpados y al entrar, aunque no hizo ruido alguno, éstos se abrieron por completo. Pyanfar se inclinó y le puso la mano en el hombro, por encima de la red que le mantenía inmovilizado. Tirun le había colocado una almohada bajo la cabeza y una manta que cubría la mitad inferior del cuerpo.

Sus ojos, ahora capaces de seguirla con toda claridad, se alzaron hacia ella, lúcidos y tranquilos.

—Venir dejarme suelto, ¿eh? Maldita tozuda, tu tripulación.

Pero Pyanfar no percibió en su voz el tono de disgusto que había esperado encontrar. El tono resultaba demasiado tranquilo para Jik, demasiado cauteloso, demasiado falto de fuerza. Era… sólo los dioses sabían qué era.

Temor, comprensión… ¿quizás el darse cuenta de que tal vez no se encontraba entre amigas? ¿Que, por alguna razón, ella podía haber firmado una alianza con los kif… o que estaba actuando impulsada por algún otro motivo que impedía su antigua alianza?

Durante un instante, en la madriguera kif, drogado y con sus últimos recursos a punto de agotarse, había respondido a preguntas ante las cuales llevaba días callando. Había respondido porque ella había logrado atravesar sus defensas mediante una advertencia que en aquel momento superaba su capacidad mental, y porque ella le había indicado que debía hacerlo.

Ahora tenía la cabeza despejada. Ahora sabía dónde se hallaba y quizás recordaba, demasiado tarde, lo que había hecho. Eso era lo que podía percibirse en la debilidad de su voz, en su fallido intento de bromear.

—Eh —dijo ella, y aumentó la fuerza de sus dedos—. No tienes ningún sitio adonde ir, ¿verdad?

Aja Jin.

—De eso ya te hablé. Los kif te volarían la cabeza. No tenemos problemas, todo ha quedado claro con Sikkukkut. Ahora eres asunto mío. Te desmayaste y te has perdido la mejor parte del asunto. Tengo que hablar contigo.

—Tener hablar mi nave.

—Eso puede esperar. Si intentas levantarte de aquí, te caerás de narices. No quiero que lo intentes, ¿me oyes? ¿Te ha informado Tirun?

—No decir.

—Tu nave está perfectamente, el muelle ha sido reparado, he logrado sacarte de ahí y arreglarlo todo con Sikkukkut: es un condenado bastardo, pero al menos escucha lo que le dicen. Todavía sospecha, pero te ha puesto a bordo de la Orgullo, dice que el siguiente paso tienes que presenciarlo desde mi nave y debes dejar que Kesurinan se encargue de la Aja Jin. Eso fue cuanto pude conseguir. Tenemos que vivir con ello.

—Yo tener condenado picor en nariz, Pyanfar.

Alargó la mano y le rascó el puente de la nariz.

—¿Arreglado?

—Soltar. Yo caminar bien.

—No tengo tiempo. Nos movemos, vamos a Punto de Encuentro. Tendrás que hacer el viaje aquí. Lo siento, pero no hay ningún camarote adonde podamos llegar mientras nos soltamos del muelle. Y después de eso, todo irá bastante aprisa.

Jik guardó silencio durante uno o dos latidos de su corazón. Luego dijo:

—Pyanfar…

—Tengo una pregunta para ti. Quiero saber en qué vamos a meternos. ¿Qué te dijo Dientes-de-oro antes de abandonarnos, eh?

Un pánico silencioso se deslizó en sus ojos. Alzó la cabeza y la dejó caer nuevamente sobre la almohada, sin apartar la mirada.

—No gracioso.

—Necesito saberlo, amigo. Por ti, por tu nave y, bien saben los dioses que también por la mía. ¿Hacia qué nos dirigimos? ¿Qué está haciendo?

—Hablamos en puente.

Buena jugada. Pyanfar le miró fijamente y él le devolvió la mirada. Ella sintió un nudo en las entrañas.

—Ya sabes cómo están las cosas —dijo.

—Afirmativo —dijo él—. Claro.

—Tengo que preguntártelo. Quiero saber la verdad. Debes comprenderme.

Jik se pasó la lengua por los labios.

—¿Qué este trato con humanos?

—Tully me dijo… me dijo claramente que no confiara en ellos. Ya conoces a Tully, no siempre resulta claro. Pero lo que dijo, el modo en que lo dijo… creo que piensan engañar a tu compañero. Creo que Dientes-de-oro se equivoca al tomarlos por unos imbéciles. Y no van a cumplir sus órdenes.

—Quizá tu hacer mejor hablar Tully.

—Ya he hablado. Tenemos un problema. Sikkukkut quiere Punto de Encuentro. Quiere que nuestras tres naves, la Orgullo, la Aja Jin y la Luna Creciente vayan primero. Ya ves la confianza que nos tiene. Quiere que vayamos ahí, que pongamos las cosas en movimiento y que abramos las puertas de Punto de Encuentro para que él pueda entrar con toda tranquilidad.

—Akkhtimakt quizás estar ahí.

—Como todo el mundo, ¿verdad? Tengo otra pregunta. ¿Qué hay de los respiradores de metano? ¿Cuál es la auténtica verdad?

—Mucho… mucho locos. —Jik se pasó otra vez la lengua por encima de los labios—. Yo intentar hablar con tc’a. Ellos querer conservar como antes. Knnn… pregunta diferente. Dientes-de-oro dijo… dijo quizá tener problemas.

—¿Quién es Fantasma?

Jik parpadeó. Sus ojos se clavaron en los de Pyanfar, con las pupilas dilatadas.

—Cuando estabas en apuros —dijo Pyanfar—, cogí el paquetito que me diste en Mkks y empecé a pasarlo por el ordenador. Tenemos un equipo lingüístico de primera clase. El mejor. Fabricación mahen, ¿afirmativo? ¿Por qué me entregaste ese paquete, eh?… para que me encargara de llevarlo por ti. ¿En caso de que ocurriera algo en Kefk? ¿Para que yo pudiera llegar hasta Kshshti o Punto de Encuentro? Un código condenadamente descuidado en caso de que llegáramos a descifrarlo… pero, claro, quizá su destino era una nave mahen muy alejada de tu Personaje, ¿no? ¿Alguien como Dientes-de-oro, quizás? Y el auténtico sistema de código está en el lenguaje… ¿no?

—Quizá mismo… querer tú tener.

—Por todos los dioses, ¿sabías que tendríamos que acudir a la autoridad mahen para leerlo? Por todos los dioses, ¿sabías que deberíamos salir corriendo para unirnos a tu bando en cuanto las cosas se pusieran calientes… que nos veríamos obligadas a servirte de mensajeras? ¿Sabías todo eso, era lo que nos habías preparado, así se pudra tu traicionero y mentiroso pellejo?

Jik siguió inmóvil, mirándola y parpadeando.

—¿Era porque pensabas que podía ocurrirte algo, Jik? ¿O ya planeabas hacer lo que Dientes-de-oro hizo aquí, en Kefk? ¿Hacer saltar los muelles, salir corriendo y dejarme sola para que huyera adonde pudiera, por todas las bendiciones divinas, con tu maldito mensaje? ¿Fuiste tú quien ordenó a Dientes-de-oro que saliera del muelle como lo hizo?

—Hani, tú tener condenadamente sucia cabeza.

—Hablo muy en serio, Jik.

—Tú loca. —Jik tiró de sus ataduras—. Maldición, ¿Pyanfar? Yo caminar estupendamente.

—Respóndeme.

—¿Qué pensar tú, que yo salir corriendo, dejarte tú hablando con kif? ¡Yo mismo en ese condenado muelle!

—¡No estabas en la zona que resultó dañada! ¡Jik, por los dioses, como cálculo es soberbio!

—¡Yo no hacer!

—¿No? Creo que sabías que yo no podría salir corriendo debido a la enfermedad de Chur. Sabías que eso acabaría con ella y que yo no me movería por poco que pudiera, aunque tuviera que buscar la ocasión en el más frío de tus infiernos. Dientes-de-oro nos dio esa unidad médica… estupendo, así yo podría huir. Tú me diste ese condenado paquete en Mkks antes de que supiéramos que le encontraríamos ahí… me lo diste por si te sucedía algo, un paquete que debíamos llevar a las autoridades mahen. ¿Y cuál es su contenido? Acuerdos que no van a ser respetados, sólo eso; habla de posibles contingencias, habla de apoyar una candidatura… pero ¿qué candidatura? ¿La de Sikkukkut? ¿Qué acuerdos?

—Sikkukkut. Mismo. Tú conocer acuerdo.

—Estás mintiendo, Jik. Por los dioses, apareces en Kshshti y me ayudas a salir de un jaleo, luego me ayudas durante todo el trayecto hasta aquí, cada vez interviniste para que me metiera más y más en el asunto; tú y tu maldito socio, tú y tus condenados tratos…

—¡Yo salir ese muelle salvar tu condenado cuello!

—¿Dónde planeabas dejarnos tiradas? ¿Dónde, eh? ¿Aquí? ¿O más tarde, en Punto de Encuentro? ¿Dónde debía descubrir que ese maldito paquete era la única moneda de que disponía? ¿Adonde se suponía que debía ir? ¿A Kshshti? ¿Debía volver a través del territorio kif, para que dispararan de nuevo contra mi nave y mis tripulantes? ¿Debía acabar por depender de la caridad mahen porque no me ofrecerías ninguna otra maldita ayuda cuando hubieras acabado de utilizarme, cuando mi gente te hubiera servido en todos tus condenados politiqueos mahen? Quizás habría llegado a Punto de Encuentro y descubierto que me habías descartado, como recurso político ante los stsho, para salvarlos de los kif, en algún juego de fuerza mahen. Les arrojarías un kif desde Kefk, otros desde Kita y Kshshti, les atraparías entre tus naves y los humanos y tirarías de todo el maldito Pacto hasta que cayera en tu regazo. Nos dejarías a mí y al han abandonados tal y como hiciste la última vez, a la intemperie, con las naves dañadas por los disparos, la estación en ruinas y esta vez sin más reacción posible que regresar arrastrándonos en busca de tu condenada caridad. ¿Funcionan así tus favores? ¿Crees poder comprarme con ese paquetito que explica a tus autoridades cómo tratar conmigo?

—¡Yo no hacer! —El cuerpo de Jik cayó nuevamente sobre la litera tras su grito desgarrado, con la respiración jadeante, y los dos se contemplaron en silencio durante un instante.

—Entonces, ¿quién es ese Fantasma? ¿Qué datos ignoro?

Silencio. Jik se limitó a mirarla y a jadear.

—Se trata de otro engaño, ¿no? ¡Han amenazado mi planeta! ¿Me oyes?

Jik parpadeó. Eso fue todo.

—Los dioses te… —Sacó bruscamente el papel de su bolsillo y lo agitó ante su rostro—. ¿Qué significa esto? ¿De qué valdrá este condenado mensaje si los humanos te engañan? —Y al ver que él se limitaba a fruncir los labios con más fuerza—. Jik…

—Mi nariz picar, Pyanfar. —Con voz muy tranquila, perfectamente dueño de sí mismo. Cuando vio que a ella se le había escapado el aliento necesario para gritar, dijo—: Condenada miserable, Pyanfar, condenada ridícula situación, tú y yo. Tú venir buscarme. Ahora, ¿qué hacer nosotros? ¿Qué pensar tú hacer?

Pyanfar dobló el papel, abstraída en esa meticulosa tarea.

—Tú tener demasiado buen corazón cuando tratar con kif —dijo Jik.

—¿Qué opción nos queda? ¿Qué otra opción tenemos, por los dioses? Todo tu plan ha saltado en pedazos, tenemos al Pacto a punto de caer en ruinas a nuestro alrededor…

—Mismo tú, yo, ¿eh? —Torció el gesto, parpadeó para librarse de unas gotas de sudor y alargó el cuello para mirarla—. ¿Qué hacer nosotros, eh? ¿Hasta dónde querer llegar, tú, yo?

—No lo sé. —Se metió el mensaje en el bolsillo y se inclinó sobre él, muy cerca de sus ojos, con las orejas gachas y las rodillas algo temblorosas—. ¿Hasta dónde he de llegar, eh, Jik? ¿Y tú? Este jaleo que has puesto en marcha amenaza con borrar a mi mundo del mapa. ¿Hablamos ahora de amistad? ¿Hablamos de lo que harías por los intereses de tu raza? ¿Hablamos de dos bastardos mahen que han engañado a todos sus amigos, siempre en nombre del Personaje?

—¿Quieres intentar luego drogas?

—No me presiones.

—¿Qué tener nosotros, eh? Malditas hani sentar y esperar, en Anuurn, ¿no, buena amiga? Tú tener largo tiempo mente como roca, Pyanfar, todo condenado han tener intereses propios, dejar que mahendo’sat luchar piratas kif, dejar que mahen hacer, hani demasiado condenadamente ocupadas hacer política…

—¿Por qué culparnos? Vosotros creasteis el han, cogisteis a las pobres bastardas hani, les enseñasteis el vuelo espacial, las metisteis a la fuerza en vuestra maldita política particular con los stsho, y que los clanes se fueran al infierno mahen…

—¿Qué desear tú? ¿Querer estar en planeta, sentada ahí cuando política en el Pacto pasar sobre vuestras cabezas igual que ola en el mar? ¿Estar sentadas ahí cuando kif comer nuestros corazones y venir buscar hani? Quizá todo tiempo tú gustar encontrarte sentada en tu mundo, Pyanfar, quizá tú llegar a vieja, querer entonces estar sentada en maldito polvo y esperar kif, ¿ser eso?

—Entonces, ¿qué tenemos? ¿Debemos elegir entre los kif o vosotros?

—Tú tener elección.

—¡Los dioses te lleven!

—Si nosotros querer tu condenado mundo, Pyanfar, nosotros poder tener al momento. Primera vez nosotros llegar Anuurn, vosotras no tener nada, sólo palos puntiagudos. ¿Tú olvidar? Pedir que irnos, nosotros ir.

—Claro, os fuisteis. Pero nunca nos dejasteis en libertad. Manipulasteis el comercio, disteis forma al gobierno, nos llevasteis en una dirección y luego en otra, y nunca dejasteis que fuéramos más allá por nosotras mismas…

—Estupendo. Hacer trato excelente. Quizá tú preferir mucho mejor kif. Deseo ti suerte, Pyanfar. O tú tener que confiar en mí…

—¡Confiar en ti!

—Maldición, tú venir, yo loco borracho. Tú decir: «hablar kif»; yo hacer, yo hacer, Pyanfar, yo tener esa confianza en ti, yo hacer. Todo distinto, tú decir; tener humanos echar a perder cosas, tener malo problema… «Hablar, Jik: decir al kif lo que quiere, yo sacar ti de aquí»… ¡Dios! ¿Qué clase de idiota ser yo teniendo confianza?

—¿Acaso debería dejarte libre por mi nave? ¿Soltarte entre mis tripulantes? Jik, te saqué de ahí, y lo hice por ti. Si confiaras en mí me dirías lo que hay en este papel, pero no quieres hacerlo. No puedes hacerlo, y yo sé por qué, igual que tú sabes la razón de que no me atreva a soltarte. Tengo que sobrevivir. Tengo que seguir con vida en medio de este condenado embrollo en el que me has puesto. Tengo que mantener una posición en la que pueda seguir siendo capaz de actuar. ¿Me entiendes? Voy a actuar.

—Yo decir ti papel. —La voz de Jik era muy débil, casi inaudible—. Tú conocer mahendo’sat… saber yo tener poder para hacer acuerdo de mi Personaje. Yo hacer ahora… contigo. Con hani.

—Igual que lo hiciste con Sikkukkut, ¿eh? Igual que lo hiciste con Akkhtimakt para conseguir que cada uno se lanzara al cuello del otro.

—Igual yo mantener. Igual yo darle él Kefk, igual yo pelear junto él. Tú mismo conocer mahendo’sat. Yo mantener acuerdo. No decir que Personaje mantener. Pero… —Jik volvió a parpadear, se lamió los labios y los ojos le brillaron como si ya hubiera conseguido apuntarse un tanto—… si tú lograr ventaja este kif, nosotros tener acuerdo contigo y mantener, ¿afirmativo?

—Dime qué hay en el papel.

—Soltar primero.

—Oh, no, amigo. Escúchame bien: vamos a salir de aquí, vamos a meternos a ciegas en lo que tengas preparado en Punto de Encuentro, y Kesurinan irá hasta ahí siguiendo mis instrucciones. La nave es tuya, la tripulación también. Pensaba que te sentirías un poco preocupado al respecto.

—Maldito corazón kif, tú tener corazón kif, Pyanfar.

—Tengo un corazón hani, del mismo modo que tú trabajas en beneficio de los tuyos. —Posó la mano sobre su hombro, aun sabiendo que ese gesto no sería bienvenido—. Escúchame, bastardo, tú y yo no tenemos más remedio que hacer un trato. Acepto tu acuerdo. Llegaría a acostarme con tu maldito Personaje si eso pudiera sacarnos de esta situación, pero lo primero que debo hacer es llegar a Punto de Encuentro entera. Y quiero esos nombres en código y quiero cada uno de los malditos datos que has estado ocultándome. Para empezar, quiero saber qué hay en ese mensaje y qué clase de trato habéis hecho tú y Dientes-de-oro.

Jik cerró los ojos y pestañeó a causa del sudor.

—Papel decir… mayor parte esto tú tener que saber ya; los stsho nos traicionan, los humanos quizás aliados, hani… hani no confianza, yo hacer trato con Sikkukkut para convertirle en hakkikt. Tener también trato con tc’a… Pyanfar, si tú decir esto en oído equivocado, tú hacer saltar Pacto al infierno.

—Eso es realmente soberbio. Lo que nos queda del Pacto… Sigue hablando.

—Tc’a largo tiempo aceptar órdenes knnn: por qué ellos cambiar ahora, yo no saber. Tener algún loco dato nuevo de chi, malditos lunáticos chi tener idea, querer salir de Chchchcho, querer expandir…

—¿Quieres decir que los chi están empujando a los knnn? Bondad divina, esos…

—No seguro. Quizás idea tc’a. Respiradores de metano mucho locos. Pero knnn… no estar seguros, pensar que quizá knnn tener atención puesta en chi. También humanos tener muchos planetarios, tener montones cosas que knnn querer, quizá; tener también humanidad, problema clase uno. Largo tiempo problema. Agitar kif. Agitar los del metano. Gran problema. Tú no saber.

—¿El asunto de Akkukkak?

—Antes de Akkukkak. —Jik exploró con la lengua un corte que tenía en el labio y aspiró una honda bocanada de aire—. Viejos hakkikktun ser cosa pequeña; muchos pequeños hakkikktun ser vecino asqueroso, mucho problema: robar cargamento, hacer pequeñas cosas de piratas; nosotros fácil mantener caminos despejados… pocas naves caza ocuparse de esos bastardos número uno fácil bien. Entonces tener uno llamado Afkkek, mucho montón feo problema. Él caer, entonces tener otro, nombre Gotukkun. Él tener propia autoridad, tomar lo que pertenecer Afkkek también. Después de Gotukkun ser Sakkfikktin. Kasotuk. Nifekekkin. Cada uno más grande.

—Cada uno añadía sus propios seguidores a los que había conseguido.

—Tú entender. Largo tiempo kif combatir en Akkht, montones cosas internas. Largo tiempo nosotros saber que kif y hakkikt hacerse más grandes. Así que nosotros intentar… intentar empujar hakkikktun hacer dificultades con respiradores de metano. Algunas veces funcionar bien. Ahora… cometer error. Gran error. Nosotros tener señal de humanos, largo tiempo.

—¿Les pedisteis que vinieran? ¡Por todos los dioses…!

—No pedir. Intentar echar mirada sin ruido, ver qué ser esta especie. Perder nave. Perder dos naves, pensar que ser knnn, quizá kif coger esas naves. Quizá knnn mismo tiempo tener curiosidad sobre humani-dad. Yo creer, mí, yo creer Akkukkak disponer trampa, traer humanos, coger. Pero esto no sabemos: él estar muerto; quizá nadie saber.

—Por supuesto, no compartiste esta información con nadie.

—¿Quién nosotros decir? ¿Stsho? ¿Han? Tú tener Tully. Nosotros no saber qué más tú tener. No saber qué decir él ti… yo decir ti, Pyanfar, tú venir estación mahen, traer humano… tú confiar nosotros condenadamente demasiado. Salvo que nosotros ser amigos, ¿afirmativo? No decir ti cuanto nosotros saber. Pero luchar contigo para mantener kif lejos Anuurn. Entonces montones cosas nosotros no saber. Tenemos que descubrir. ¿Tú saber cuándo Tully escapar kif? Montón tiempo kif operar en Punto de Encuentro, hacer comercio con stsho. Ellos tener Akkukkak, tener pareja kif ser rivales… mucho problema con kif. Ana intentar… no saber lo que esa nave tener: él saber que una nave kif perseguir otra. Akkukkak venir ahí porque él no tener ruta segura ningún otro lugar. Entonces él realmente no contento de encontrar mi socio Ana venir a puerto. Él miedo quedar, tener otros kif; miedo partir, miedo Ana ponerse en su cola, él entonces tener cola pillada en tenazas número uno buenas. Por eso él quedar quieto en muelle. El tan condenadamente ocupado vigilar Ana que olvidar vigilar otros kif. Un kif dentro nave hacer intento coger Tully; Tully correr como infiernos por muelle… tú tener resto. Ahora Ana mucho preocupado, no saber qué ser esto, no saber si ésta ser especie que nosotros conocer o ser algo mucho diferente. El intentar encontrar Tully. Kif intentar encontrar. Tully ir tu nave y empezar montones condenados problemas. Ahora tú tener stsho locos, todos asustados por knnn, asustados porque humanos venir en su rumbo, condenadamente asustados porque tú dañar estación, mucho enfado… Mahendo’sat trabajar duro, sobornar montón stsho, hacer así para que hani volver Punto de Encuentro. Necesitamos hani. Necesitamos equilibrio con kif, condenadamente seguro stsho no buenos nada, tc’a y knnn mucho inquietos. Tenemos hani volver a Punto de Encuentro, tenemos que intentar hacer cuidadoso nuevo contacto con humanidad, tenemos intentar descubrir qué ser ellos, cuánto grandes, cómo ser sus mentes… descubrir lo que knnn querer.

—Y los kif se ofendieron por eso.

—Kif condenadamente ocupados gran pelea en Akkht. Sabemos que tener preocuparnos si otro hakkikt crecer; así que hacemos oposición, golpear aquí, golpear ahí, intentar hacer muchos pequeños hakkiktun. Entonces nosotros tener Sikkukkut. Mi error. Sikkukkut.

—Quien ya había puesto sus manos sobre la organización de Akkhtimakt. Tenía ese anillo, Jik, ese anillo que Tully lleva en la mano. Lo consiguió de un humano prisionero de Akkhtimakt… Sikkukkut ya estaba en acción con sus espías y su organización antes de que llegáramos a Kshshti, antes de que tú trataras con él en Mkks. No estábamos tratando con un jefecillo de provincias, era un kif que ya tenía el camino trazado para llegar a ser lo que es. Sikkukkut conoce a los humanos. Era el interrogador de Akkukkak, mató a toda la tripulación de Tully excepto al que Tully mató con sus propias manos, cuando las cosas llegaron a ponerse tan mal, Jik, y tú sabes mejor que yo hasta dónde pueden llegar. Estamos tratando con el maldito kif experto en la humanidad, y si los kif tienen algo parecido a una organización de seguridad, supongo que algunos de los viejos esbirros de Akkukkak que se vieron metidos a la fuerza en la organización de Akkhtimakt… nunca trabajaron para él. Fueron siempre partidarios de Sikkukkut. ¿Me equivoco?

Jik la miró.

—Tú tener oídos condenadamente buenos.

—Soy una vieja comerciante y sé cómo sumar. Tú sabías esto. Lo sabías en parte, y a pesar de ello seguiste adelante y te encargaste de hacer que ese kif tuyo fuera ascendiendo paso a paso. El kif equivocado, por todos los dioses. No lo había visto. Tú no lo viste hasta Kefk. Jik, podría llevarme por delante este muelle. Podría detenerle. Y eso sigue dejando el problema de Akkhtimakt…

—Mismo condenado bastardo. Yo estar en lo cierto, Pyanfar, seguir estando en lo cierto sobre ése. Akkhtimakt no tener fondo. Tragar todo. Sikkukkut… querer usar todo. Ana… Ana tener esta idea él usar humanos para destrozar kif. Pero si ellos tener motivo…

—Tully no tiene motivos para mentir. Son grandes, Jik. No estás tratando con un gobierno humano. Está su mundo natal, pero hay otros dos poderes. Tully es de su mundo natal. Están en lucha con los otros dos y quieren acabar con ellos… tú debes decirme cómo. Le han disparado a los knnn. Los knnn están aguantando por razones que sólo los dioses y los knnn conocen; tenemos ahí fuera un planeta humano que se opone a todos los otros humanos del espacio, y a saber cuántos mundos más hay al otro lado de su estrella natal. Su mundo de origen se encuentra aislado, mezclado en disputas de sangre con sus propias avanzadillas… en nombre de los dioses, ¿puedes imaginarte qué tenemos entre manos? ¿Qué andan buscando cuando tienen una docena de mundos en la otra dirección y todos esos mundos se atacan entre sí?

—¿Tully decir esto?

—Poco a poco y por fragmentos. Sí. Eso es lo que me ha contado. Lo único que tenemos es el rabo de la criatura. Cuando se dé la vuelta…

—Dios.

—Si tú y ese Personaje tuyo sin orejas hubierais dicho dos veces la misma verdad durante un día, quizá no estaríamos en este lío. ¿Me comprendes?

—Si nosotros no tener maldita traidora hani, si no tener han hecho desastre… los dos tenemos malditos idiotas, Pyanfar, las dos especies. ¿Nosotros tener que ser idiotas también? Soltar mí. Tú tener una tripulante enferma. Tú querer condenadamente buen piloto, tú querer mí sentar en tableros, tú tener. Tú querer encadenarme a maldito asiento, tú tener. Pyanfar, ¡no querer estar tendido aquí en la oscuridad!

Pyanfar permaneció durante unos segundos suspendida entre el sí y el no.

Su mano fue hacia el seguro de la red y luego volvió a retroceder.

—¿El acuerdo?

—Tú tener.

Quitó el primer seguro y después el segundo.

Y se quedó paralizada al recordar la fuerza que podía tener un brazo manen.

Y el ingenio que había en este mahendo’sat en particular, y todos sus rodeos y desviaciones: no haría nada claramente en su contra… a menos que fuera provechoso.

Estúpida, dijo una vocecita mientras Jik alzaba lentamente las manos hacia el rostro y se limpiaba el sudor, mientras buscaba a tientas el borde de la camilla con un gesto de confusión y debilidad. Parecía estar a punto de caer redondo al suelo.

Pyanfar alargó el brazo y le ayudó mientras él pasaba los pies por encima del borde y se quedaba sentado, pestañeando y torciendo el gesto como si la cabeza le doliera considerablemente. Se llevó la mano a la frente, se frotó los ojos y la miró.

Bien podía admitir a Sikkukkut en el puente mientras daban el salto.

Sería mucho mejor dejar entrar en él a Skkukuk… que realmente estaba de su lado.

De todas las cosas que he hecho, pensó Pyanfar, con los ojos clavados en las extrañas pupilas de Jik, ésta es la que me hace merecer la muerte. Sé que estoy cometiendo un error. Estoy equivocada. Voy a estropearlo todo y los kif lanzarán esa nave, esa nave que nadie podrá detener y a la que nadie podrá alcanzar. No quedará ningún miembro de la especie hani salvo las que nos encontremos por casualidad en el espacio, y los kif nos irán cazando una a una. Todo porque existe la posibilidad de que le necesitemos, y a Tully, y a ese condenado kif que me considera su billete para la gloria de los kif; porque soy una vieja hani estúpida que lleva demasiado tiempo en las tinieblas y no puede apartarse de ellas. Ya no puedo pensar claramente.

—Pyanfar —dijo él con voz suave—, tú ser condenada bastarda.

—Te saqué de ahí, ¿no?

—Tú sacar.

—Ya debes saber que no ocuparás ningún puesto en esta nave.

—¿Qué querer? —Jik extendió sus manos hacia ella, los dedos juntos—. ¿Encadenar a silla? ¡Hacer! Querer estar en puente. Querer hablar mi nave. Querer oír mi nave.

—Dejaré que les escuches.

Estúpida, Pyanfar. Esto no es Anuurn, él no es hani. Su palabra no significa nada para él si para cumplirla tiene que desobedecer sus órdenes.

¿Y cómo puedo tratarle así y confiar luego alguna vez en él?

—El acuerdo, Jik. Has dejado todo esto en mis manos. Estarás en el puente, pero mantendrás la boca cerrada y no pondrás tus dedos sobre los controles.

Sus manos giraron para mostrar las romas uñas mahen que la naturaleza jamás hizo retráctiles o lo bastante delgadas para los pequeños controles de los tableros hani.

Estas uñas estaban hechas pedazos, cubiertas de sangre, las yemas de los dedos hinchadas y envueltas por el plasma con que las había curado Tirun: desde luego, los kif no habían hecho nada por ellas.

Pyanfar sintió un escalofrío en su interior y sus garras retráctiles se agitaron por simpatía en el interior de sus vainas. Pero su rostro no cambió de expresión.

—¿Ésa es toda la respuesta que voy a obtener? ¿O me darás esas palabras del código y un poco de ayuda honrada?

Jik clavó los ojos en ella, un duro resplandor en las pupilas medio ocultas por el negro entrecejo.

—Yo hacer, Pyanfar. Ahora tú tener que creer lo que yo decir, ¿afirmativo?