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Estar sentada en el puente contemplando por el vídeo cómo dos kif armados se dirigían hacia su compuerta no era una situación de la cual Pyanfar gozara especialmente. No llevaban trajes de vacío, sólo las túnicas negras con capuchón que eran el atuendo universal de su especie. Eso quería decir que los kif tenían cierta confianza en los arreglos provisionales que se habían realizado para presurizar de nuevo esa zona del muelle, más confianza de la que a ella le habría gustado tener: las cuadrillas de reparación kif habían estado soldando y dando golpes fuera de la nave, aparecían pequeñas motas en la pantalla, remendando las áreas que la descompresión había debilitado.

Así que finalmente daba la impresión de que el hakkikt había ajustado cuentas con los rebeldes que se hallaban dentro de su campamento. Al menos lo había hecho hasta el extremo de poder enviar un mensaje a las traidoras hani, amigas de los mahen, que habían causado tal agujero en su recién adquirida estación espacial. Eso había sido consecuencia de la inquietud y los disturbios suscitados en el sector tc’a, logrando de pasada que quinientos kif, que nada sospechaban, salieran despedidos al vacío por el repentino vendaval de esa descompresión.

Sikkukkut tenía motivos de queja más que legítimos; incluso una hani debía admitirlo. Aunque los kif que partieron en ese inesperado paseo espacial fueran en gran parte enemigos suyos, una buena cantidad habían estado de su parte. A pesar de que jamás se había visto a un kif que lamentara la muerte de un congénere y aunque el incidente quizás hubiera contribuido a que la rebelión se detuviera, lo cierto es que le había causado molestias y dejado en una posición algo embarazosa… y ser la causante de que algo así le ocurriera a un líder kif era algo muy serio. Tenía la poco usual sensación de que se había equivocado en algo en sus tratos con los kif; y tampoco le gustaba nada saber que mientras esas siluetas de negras túnicas atravesaban los ciclos de la escotilla, la Orgullo no se hallaba en posición de negociar nada, ya que tenía el morro pegado a un muelle prácticamente en ruinas, las naves enemigas la superaban diez veces en número y los efectivos kif ascendían a varios millares contra cada una de ellas. No quería pensar ni por un momento en lo que pudieran decidir todo ese número de naves, ni en cuál era su propia posición dentro de la estructura de poder kif, ni tan siquiera en sus vidas o su seguridad.

Por lo tanto, el juego seguía consistiendo en la apariencia, la posición y el protocolo, y por esa razón se encontraba sentada aquí, royéndose los bigotes y haciendo que sus tripulantes se encontraran con una delegación armada ante la cual ninguna de ellas tenía poder suficiente para negociar. Estaba intentando comportarse como un kif y esperaba por todos los dioses que los kif entendieran ese gesto suyo. El mensaje implícito era que Pyanfar Chanur había dejado de lado su inclinación a recibir los mensajeros del hakkikt con el protocolo y las cortesías hani: ahora se retiraba a un lugar remoto que para un kif (ésa era su esperanza) no indicaba miedo (un kif asustado se mostraría en persona para aplacar a la parte ofendida, y se arrojaría a los pies de su presunto enemigo en un intento de arreglar las cosas). Su nueva actitud más bien indicaba que la capitana de este carguero hani convertido en nave de caza se consideraba merecedora de una posición muy alta en los favores del hakkikt, tan alta que desde ahora tenía la intención de recibir sus mensajes a través de subordinadas. Tenía la sensación de que ese autoascenso era el modo en que funcionaban las cosas entre los kif: la experiencia sobre el modo de obrar kif y los consejos internos que le daba Skkukut corroboraban esta sensación. Su más bien confuso tripulante kif pasaba por fases alternas de encogimiento y expansión a cada cambio pasajero de sus humores. En un momento se veía abatido ante una reprimenda y, un segundo después, los ojos le brillaban y se mostraba lleno de energía al verlas de mejor humor. Celoso y paranoico, sospechaba constantemente que la tripulación intentaba minar su posición… al igual que intentaba hacer él con las suyas, aunque últimamente no con tanta dedicación, como si finalmente en su angosto cráneo de kif hubiera entrado la idea de que no era así como funcionaban las cosas en una nave hani. O quizás era que la tripulación gozaba de forma tan incondicional del favor de la capitana que era inútil intentar arrebatárselo. O tal vez fuera la creciente cortesía que demostraba la tripulación hacia él lo que había hecho trabajar febrilmente su cerebro en una nueva estratagema, siguiendo los retorcidos y tan equivocados procesos mentales de los kif: todo eso bastaba para que a una hani normal le entrara dolor de cabeza. Pero Skkukuk le había enseñado algo vital: que un kif ocupaba durante todas las horas del día tanto terreno como le era posible, siempre, y que si cometía un error y recibía una reprimenda por ello no albergaba rencor como haría una hani, no sentía ofensa alguna. Había situaciones en las que una hani ardería de vergüenza y arrojaría la cordura y el instinto de conservación a los cuatro vientos; si una hani le imponía una corrección a otra, sabía que estaba pidiendo con ello una disputa de sangre que llegaría hasta la segunda o tercera generación, y que complicaría a los dos clanes y a sus afiliados hasta el octavo grado. En cambio, un kif se limitaba a consentir que le dieran una bofetada en el rostro con el mismo inconmovible sentido de conservación que le haría lanzarse al cuello de su propio líder apenas éste pareciera vulnerable, mientras que una hani razonable se mantendría con toda lealtad junto a ese líder. Pyanfar había logrado desenterrar ese enigma y, retorciendo totalmente su lógica, incluso podía comprender que los kif, al carecer de sensibilidad alguna hacia los impulsos altruistas, tenían que seguir rumbos distintos. El más apremiante de ellos parecía ser el impulso de subir centímetro a centímetro en su posición a cada segundo, si le resultaba posible hacerlo y salir bien librado de ello.

Era interesante saber si Skkukuk entendía a las hani la mitad de bien que a la inversa, pese a su fluidez en el lenguaje. Al pensar en eso, ante ella se abrió un abismo lógico, el problema de si un kif podía llegar a comprender realmente el orgullo que sentía en su interior la más humilde montañesa hani, quien sería capaz de gastar hasta su última gota de sangre para saldar las cuentas pendientes que tuviera con otra hani, tanto en deudas como en disputas de sangre, fuera ésta quien fuera, una hani de posición elevada o una mendiga. Los kif no tenían los mecanismos internos para sentir lo que sentía una hani; y, bondad divina, ¿cómo podía una hani llegar a conocer los impulsos que dirigían a un kif, si carecía de ese lo-que-fuera que para los kif era tan natural como la respiración?

Que los dioses nos ayuden, si tuviera la suficiente reputación ante él como para que soltara a Jik… si alguien tuviera esa reputación… si pudiera descifrar el condenado código de Jik, ahí en el ordenador, si supiera lo que Jik ocultaba a Sikkukkut, qué tipo particular de locura me confió en Mkks… ¿acaso son sus últimas voluntades, su testamento’? ¿Algo para su Personaje? ¿Algún maldito plan de ataque?

¿El plan de acción de Dientes-de-oro?

¿Qué quieren esos kif de ahí abajo, por qué han venido en persona, por qué no utilizan el comunicador?

Y, mientras tanto, los kif estaban ya en la escotilla que estaba mascada por los disparos, y se preparaban para tratar con su prima y su sobrina, quienes habían sido heridas ya antes por los kif.

No lo estropees todo, Hilfy, no cedas… Dioses, tendría que haberla hecho subir aquí y mandar a

¿… Geran? ¿Con Chur herida y ella en su estado de ánimo actual?

… A Haral no, Haral me hace falta.

Y ése tampoco es lugar para los machos. Hilfy está bien, no ha perdido el equilibrio, lo hará todo bien… conoce a los kif, les conoce tan bien como cualquier otra… sabe cómo mantener el control

Oh, dioses, ¿por qué las dejé salir a ella y a Chur de la nave en Kshshti? Fue culpa mía, culpa mía. Ya nunca será otra vez la misma

… No es la misma, nadie es igual que antes; yo no soy igual, la nave tampoco, ni Chur; ninguna de nosotras es igual que antes, y he sido yo quien nos ha traído aquí, cada uno de los malditos pasos que se han dado por este camino

Haral dio por terminado el ciclo de la escotilla y dos kif sin escolta entraron en el nivel inferior de la Orgullo. Mientras tanto, Geran conectaba la cámara de la escotilla para seguirlos, y Khym y Tully vigilaban cada uno su monitor. Haral continuaba con sus propias comprobaciones, manteniendo bajo su vigilancia todo el condenado muelle, una pantalla tras otra de las que formaban el puesto de Haral cambiaban de imágenes para que en ningún momento se hallaran más ciegas de lo estrictamente necesario.

No había forma de que las sorprendieran, ni tan siquiera si, los dioses no lo quisieran, los kif arrojaban una granada a través de la compuerta.

—Grabación —dijo Pyanfar.

—Bien —dijo Geran, accionó un interruptor y empezó a registrarlo todo en los archivos de la Orgullo. Un instante después, Geran murmuró—: Eso son rifles.

Los kif llevaban armas pesadas, aparte de las portátiles. Lo tenue de la luz y el escaso aumento de la cámara velaban considerablemente la imagen de esas negras armas que colgaban sobre sus túnicas negras y sin adornos. Pero los llevaban colgados al hombro, no en la mano. Eso resultaba un poco tranquilizador.

—Cortesía —dijo Pyanfar por entre los apretados dientes. Mientras tanto, desde abajo les llegaban las voces captadas por la cámara:

Cazadora Pyanfar —dijo un kif al encontrarse con el comité de recepción de la Orgullo.

—Tirun Araun —dijo Tirun, identificando su vieja persona de navegante espacial con pelos grisáceos en la nariz y abundantes canas en su melena rojo y oro. Su comportamiento revelaba algo de incomodidad respecto al arma que sostenía (seguramente, los seres civilizados no deberían apuntarse mutuamente con armas) y, al mismo tiempo, la impresión de que la usaría dentro de un segundo (en sus ojos no había ni asomo de duda o compunción)—. Confío en que vengáis de parte del hakkikt —dijo Tirun—. Alabado sea —… sin la menor vacilación, pura cortesía kif.

Alabado sea —dijo el kif—. Un mensaje para vuestra capitana. —Cogió un cilindro de su cinturón, sin hacer ninguna objeción ante las armas que le apuntaban o ante las orejas de Hilfy, que aparecían pegadas a su cráneo—. El hakkikt dice: los muelles ya ofrecen seguridad. El asunto es urgente. Éstas son mis órdenes: aguardaremos aquí a la capitana de Chanur.

Tirun extendió la mano y cogió el cilindro. Y perdió un breve segundo para un gesto que nunca estaba de más, especialmente con un kif.

Se cortés, Hilfy.

Perfectamente cronometrado, con una leve inclinación de las orejas que podía ser de respeto o de algo distinto, ambigua incluso a los ojos de una hani: Tirun le había mandado su señal a Hilfy, después se dio la vuelta con lenta dignidad y se fue con paso decidido y lo bastante veloz.

Mientras, Hilfy se quedaba ahí, con el arma en la mano y dos kif a quienes vigilar.

Calma, niña. Por todos los dioses. Tirun lo ha hecho bien, no me falles tú ahora.

Nadie abrió la boca en el puente. El silencio se mantuvo cuando el ascensor se puso en funcionamiento y se oyeron sus puertas en el final del pasillo que conducía hasta el puente. Entonces Pyanfar se levantó de su asiento para esperar a Tirun, que se acercaba por el corredor a un paso mucho más rápido del que había utilizado abajo. Haral y Geran seguían atentas a sus tableros, controlando cuanto rodeaba a la nave, lo que ocurría dentro de ella, así como todo lo que emitía la estación.

—Capitana —dijo Tirun sin más protocolo, y le entregó el cilindro.

Pyanfar tiró de la tapa y sintió que ésta se resistía. Por un horrible instante pensó en explosivos o en un gas letal.

—Espera aquí —dijo. Salió al pasillo y dejó a Tirun en el puente, mientras pulsaba el botón de la puerta para que se cerrara entre ellas dos.

Hincó una garra en el sello protector y, mordiéndose el labio, tiró de la tapa. No hubo ninguna explosión. Nada salió del cilindro. Era un mensaje, un pedazo de papel gris.

La puerta se abrió en ese mismo instante: era Tirun y, por el rabillo del ojo, Pyanfar distinguió su expresión levemente ofendida mientras sacaba el papel y lo leía.

Cazadora Pyanfar, me has hecho peticiones. Te daré mi respuesta a bordo de mi nave a las 1500, suponiendo que acudas con personal de alto rango de tus naves aliadas.

—¿Capitana? —dijo Tirun.

Pyanfar le entregó el mensaje y miró el cronómetro del puente: 1436.

—Es una trampa —dijo Tirun.

Incluso Haral por un segundo se volvió en el interior del puente para mirarlas.

—Una invitación de los kif —dijo Pyanfar—. Personal de alto rango de las nuevas aliadas. En su nave. Y rápido.

—Dioses —exclamó Khym.

—Por desgracia… —dijo Pyanfar, y pensó en Hilfy, sola en el pasillo con los dos kif—… por desgracia no tenemos dónde elegir. Habla con Tahar y con Kesurinan. No pienso llevarme a ninguna de vosotras…

Sus bocas se abrieron en una expresión de incredulidad.

—Es una trampa —dijo Khym, y su ronca voz sonó algo temblorosa debido a la irritación—. Py, Tirun tiene razón, escúchala.

—No voy a llevarme a ninguno de la nave —dijo ella, lenta y cautelosamente—, con excepción de nuestro amigo el kif. Ocúpate de ello, Geran, y que nuestros amigos se vayan preparando para salir.

—Ese muelle… —dijo Geran.

—Debemos correr peligros peores que un muelle con filtraciones, prima; uno de ellos es llegar tarde y otro es que se nos escape algún indicio de los kif. Voy a salir, quiero a Tahar y Kesurinan tal y como han pedido los kif, y apenas cierre la compuerta a mis espaldas ahí abajo, quiero que la Orgullo ponga la energía al máximo y que siga así hasta que yo regrese. Quiero dejarles bien claro que todavía tenemos dientes, ¿entendido? Y que mi tripulación se encuentra en estado de alerta.

—Bien —murmuró Haral, quien distaba mucho de parecer feliz ante sus palabras.

Tampoco Pyanfar lo estaba. Se dirigió al compartimento que había en la salida del puente, cogió una de las automáticas y luego volvió por el corredor con la pesada pistola y su cinturón en la mano.

Pero no se encaminó directamente a la cubierta inferior.

Primero hizo una parada en su camarote para un rápido cambio de ropas: unos cuantos oropeles, pues las apariencias eran importantes, era un arma psicológica tan esencial como la automática que llevaba en su costado.

Sikkukkut tenía intención de actuar. En alguna dirección.

Apretó las mandíbulas y empezó a realizar una veloz lista de las cosas que deseaba hacer, por si se producía la eventualidad de que estuviera despidiéndose de su tripulación y de su esposo.

Dioses, Khym se había limitado a quedarse quieto, aceptando la respuesta de Pyanfar a su protesta. El corazón le dio un leve vuelco de orgullo y dolor al darse cuenta, algo tarde, de cuánto le había costado hacer eso: ya no era el ignorante encantador con el que se había casado, ni tampoco el macho imprudente que había salido a dar un paseo por los muelles de Punto de Encuentro para meterse de cabeza en una trampa kif. Si Pyanfar moría hoy a manos de los kif, Khym no actuaría como un macho típico; no saldría corriendo de la nave igual que un lunático para enfrentarse a los kif con sus manos desnudas: Khym había crecido mucho durante este viaje, y lo había hecho cuando ya no era un muchacho, cuando ya empezaba a ser viejo. Finalmente sabía qué se hallaba fuera de sus límites y cómo era el universo. Había encontrado la amistad, por los dioses, la amistad de esas hani e incluso la de otro macho. De repente se dio cuenta con dolor y pena de que Khym jamás había tenido esa amistad con nadie durante toda su vida de adulto, salvo con ella y sus otras esposas, y aun en este caso a duras penas. Como señor de clan, se le protegía de todo contacto con el mundo gracias a sus esposas, sus hermanas e hijas, y finalmente había emergido al mundo real para descubrir cómo era. Ahora ya no era solamente su Khym, ni tan siquiera el Khym señor de Mahn, era algo más que eso. De repente, mucho tiempo después de que hubiera debido morir entre los ermitaños, gastado e inútil… había crecido hasta convertirse en lo que siempre había sido. Descubrió el universo lleno de gente honesta y de canallas de todas las especies, y aprendió a ganarse el respeto, a ignorar las pullas pese a ser el más novato de la nave, y logró abrirse camino durante esa segunda juventud que tenía unas reglas totalmente distintas de la primera. Ese cambio era tan grande que casi ninguna hani habría tenido el valor suficiente para afrontarlo en su vida pero, por los dioses, él había logrado llevarlo a cabo. Se encargaría de luchar desde ese puente y ese tablero bajo las órdenes de Haral, si es que algo no iba bien, y formaría parte de la tripulación de una nave que tenía la masa y la energía suficientes como para convertir a Kefk, Sikkukkut y todas sus ambiciones en una breve estrella incandescente.

El estado de los muelles era el que había esperado, el metal grisáceo seguía helado bajo sus pies descalzos y había una gran cantidad de luces que todavía no funcionaban: habían estallado al bajar la presión y quedar el muelle expuesto al espacio. En la parte derecha de los diques se alzaban las grúas, que se inclinaban levemente para seguir la curvatura del muelle. Éste formaba la parte más exterior de la estación y su silueta toroidal, que cualquiera que observara desde fuera identificaría con una rueda. Aquí ese aro era el abajo y el suelo era de metal desnudo: Kefk tenía instalaciones mineras y explotaba los ricos cuerpos metálicos que flotaban alrededor de su doble estrella y, por lo tanto, Kefk era gris y mate, con la única excepción del sucio resplandor anaranjado de las luces de sodio preferidas por los kif. A esa especie, ciega al color, jamás se le había ocurrido pintar nada con un propósito decorativo, únicamente para protegerlo. En realidad tenían que utilizar instrumentos para determinar de qué color era una cosa y sólo los dioses sabían si Akkht, su mundo natal, les ofrecía algún otro color que no fuera el negro. Sin embargo se rumoreaba que habían aprendido el gusto por los colores de los stsho, quienes preferían los tonos pastel y opalescentes, y desdeñaban la explosión de colorido con que gustaban de ataviarse mahendo’sat y hanis. Los kif habían descubierto toda una gama de distinciones que se hallaban más allá de sus sentidos. Dado que tenían ante ellos el pálido ejemplo de los stsho y al estar impresionados por su concepto del valor (ya que consumidores tan ricos imponían la moda a toda la economía del Pacto) y todavía más por el desprecio que aquéllos sentían hacia todas las especies amantes de los colores fuertes, los kif no estaban muy seguros de su propia dignidad ante los stsho y otras especies. Por encima de todo, los kif no deseaban que nadie se riera de ellos. El negro total era algo que podían distinguir, así como el blanco; por ello escogieron la oscuridad que tan bien encajaba con su hábitat y con su deseo de moverse sin que les vieran, y se convirtieron en estetas de un solo color: el más profundo negro. Apreciaban más la plata que el oro porque a sus ojos ésta brillaba más. En su estética valoraban el tacto por encima de los demás sentidos porque sus centros del placer se estimulaban más por el tacto que por la vista: de hecho, debían de ser virtualmente ciegos a la belleza, y les encantaba tocar toda superficie interesante. Eso era lo que le había oído decir hacía mucho tiempo a un viejo stsho que se había mareado considerablemente con una tacita de té de Anuurn (había en él una sustancia que reaccionaba de forma muy interesante con el metabolismo stsho, y que no tenía ningún efecto para el hani: tales eran las rarezas del vicio y el placer entre especies distintas). Según decía este stsho, al principio los kif fueron víctimas de muchas bromas pesadas mahen, quienes les vendían colores imposibles de combinar, y los kif no olvidaron nunca esa humillación.

Lo cierto es que los kif habían cambiado mucho en los últimos años. Antes habían sido miserables bandas de piratas, ladrones de muelles a quienes una hani podía asustar fácilmente para que se retiraran; su estilo era gemir, hacer acusaciones y, muy frecuentemente, embarcarse en pleitos ante los tribunales stsho, los cuales podían hacer que un comerciante pagara sin haber llegado a decidir, sólo para librarse del asunto. Ése era el típico bandidaje kif antes de Akkukkak.

Y ahora Pyanfar caminaba por este muelle acompañada por la escolta de un príncipe y con su propio guardaespaldas: Skkukuk caminaba junto a ella, armado con la pistola que le había quitado a otro kif durante los combates, igual que cualquier otro kif con la túnica negra, el capuchón y la total ausencia de adornos. Si miraba a otro lado y mientras tanto Skkukuk cambiaba de lugar con otro de los kif que la escoltaban, Pyanfar no tendría modo alguno de distinguirlos sin un examen cuidadoso. Ése era otro efecto del traje kif, de los negros capuchones que dejaban el rostro sumido en sombras y sólo permitían que la luz llegara al hocico negro y gris: hacía muy difícil escoger un blanco concreto entre ellos.

En el dique de la Aja Jin no se veía nada de esa nave ni de ninguna de las otras, sólo la confusión de cables y las grúas que mantenían esos mismos cables separados de las distintas compuertas repartidas por la nave.

Detrás de esa confusión apareció un par de siluetas mahen, una de ellas un macho. La segunda era Soje Kesurinan, la primer oficial de Jik. Kesurinan era una mahen alta y negra, cubierta de cicatrices y a quien le faltaba media oreja, pero tenía un porte y una forma de moverse que la hacían atractiva. Todo lo que en Jik era animación, en ella era apagada seriedad, pero cuando vio a Pyanfar alzó el mentón y sus pequeñas orejas mahen se agitaron en un saludo, tanto la que estaba entera como la mutilada.

—Kesurinan —dijo Pyanfar sin alzar la voz, mientras ésta se le acercaba. «Kkkkt», dijo su escolta kif—. Tahar ya viene. Una escolta ha ido a recogerla; podemos seguir.

—Entender —dijo Kesurinan, con lo cual quería decir que estaba de acuerdo: debía de estar preocupada y podía permitirse no hablar mucho y hacerlo de forma inexpresiva. Sí, estaba muy preocupada. Pero tenían que mantener su fachada ante los kif que las observaban y no revelarles nada. Pyanfar hizo una seña a la escolta y reemprendieron la marcha a lo largo del muelle. Notaba el peso del cinturón y la automática alrededor de sus caderas, una pistola de bolsillo golpeando a cada paso la pierna contraria. Los kif iban armados hasta los dientes y por lo tanto ella y Kesurinan también lo iban. Sin hacer caso del gusto y el sentido de la vista kif, Pyanfar había aprovechado ese viaje a su camarote para cambiarse los pantalones de tripulante de tosca tela azul que se había acostumbrado a usar en la nave por unos de seda; sí, pantalones de seda y su mejor cinturón, el que tenía al final de los cordoncillos piedras semipreciosas y ui, esqueletos de un pólipo de los mares de Anuurn que valían más que los rubíes fuera de ese planeta. Las hani por regla general no buceaban, pero eran comerciantes y, al conocer la sustancia, inmediatamente habían sospechado que los stsho apreciarían mucho su pálida escasez… y habían acertado, como se vio luego. En todo ese esplendor y con un par de brazaletes de oro y uno de plata, por no mencionar todo el surtido de pendientes, se dirigía con toda la arrogancia que podía reunir una capitana hani hacia una cita con quien se había nombrado a sí mismo príncipe de los piratas.

Había salido de su camarote con el tiempo suficiente, había bajado por el ascensor hasta reunirse con Hilfy en el pasillo de la compuerta y había comunicado a los kif que estaba esperando a su propia escolta. Mientras tanto, Haral usaba el intercomunicador y los mandos de su tablero central para liberar a Skkukuk de su prisión y dirigirle hacia el ascensor a través de otro pasillo más alejado, adonde Tirun llevó su pistola: todo se había hecho de forma que no dañara la dignidad de Skkukuk. Después de eso, el bergante había llegado hasta ellas con la misma estrategia que había seguido Pyanfar, envuelto en un aura de amoníaco, armado y con suficiente arrogancia ante los demás kif. Su capitana tenía una cita con el hakkikt nada menos, y le habían elegido como escolta por encima del resto de la tripulación. Skkukuk estaba francamente contento.

Hilfy, por su parte…

Cuando vio lo que se aproximaba, las orejas de Hilfy se desplomaron y en sus ojos brilló el más puro horror, cosa que el kif muy bien podía atribuir al hecho de haberse visto despreciada por una escolta kif: habría acertado, pero su interpretación sería errónea.

Pero la niña había mantenido la boca cerrada y lo había aceptado todo con un ceñudo silencio. Bien sabían los dioses que Hilfy diría algo bastante considerable cuando estuviera arriba, adonde probablemente había ido apenas se cerró esa compuerta, tan rápido que la cubierta debió de echar humo.

Una luz empezó a parpadear detrás de ellas, rápidas pulsaciones luminosas que rebotaban en las grúas y las viguetas. Pyanfar sabía lo que era, lo sabía nada más volverse Kesurinan, y cuando los kif se volvieron todos al mismo tiempo…

—Kkkt —dijo uno de ellos—, kkkt…

Y luego se giró para mirarla al hacerlo los demás, con la cabeza alzada en un gesto de amenaza, moviendo la lengua veloz y nerviosamente como un dardo, con el rifle deslizándose lentamente entre sus manos.

Pyanfar no se movió. Le sonrió, gesto que en una hani no revelaba buen humor, como en un mahendo’sat o un humano; pero que en este momento se acercaba a ello. La Orgullo de Chanur acababa de conectar su energía. Los sensores montados en los cables de las grúas que alimentaban la nave habían cortado el flujo y habían hecho sonar la alarma, la misma alarma que sonara cuando la Mahijiru de Dientes-de-oro y la Vigilancia de Ehrran conectaron sus motores para salir del muelle, aunque en la estación todos estaban demasiado ocupados como para reaccionar ante ello.

—No nos vamos —le dijo casi alegremente al kif—. Es algo honorífico. Para que así sepáis con quién estáis tratando… Alabado sea el hakkikt.

Los kif podían ser ciegos a muchas cosas pero no al sarcasmo, a la arrogancia y a un gesto dirigido hacia toda la estación de Kefk y hacia todo el poderío del hakkikt. No se agruparían alrededor de su hakkikt tal y como lo harían las hani en torno a un líder; Pyanfar apostaba su vida por ello: él era, sencillamente, el Hakkikt y en cualquier momento podía surgir otro sin aviso. Los kif no le defenderían contra alguien que tuviera suficiente posición como para hacer un gesto de este tipo ante él: una posición semejante lo único que hacía era ponerles nerviosos, al no tener órdenes que les dieran una pista sobre cómo actuaría el hakkikt en su lugar. También podían crear un problema al hakkikt e irritarle. Pyanfar tenía ante ella a un par de kif muy nerviosos. Y mientras se daba la vuelta y seguía caminando como antes por el muelle, sonrió con algo muy parecido al humor de los primates. Tenía a los kif a su espalda, Kesurinan a su lado y Skkukuk guardándole el flanco, armado y letal. Quizás él fuera otro kif muy preocupado: su propia hakt’-mekt, su gran capitana, acababa de lanzar un desafío al más alto poder que había en esa zona del espacio.

Por los dioses, Pyanfar le acababa de indicar a ese Poder qué estaba en juego y cuánto valoraba la tripulación la vida de su capitana.

Ése era un poder que ningún kif tenía en sus manos, el tipo de poder que ningún kif podía prever.

El martirio era un concepto que había logrado que hasta Kikkukkut se estremeciera.

—Mensaje de la Harukk —dijo Hilfy, con toda la calma y frialdad de que era capaz, aunque su mano temblaba sobre la consola de comunicaciones—. Cito: Pedimos causa para esta violación de las reglas.

—Contestación —dijo Haral Araun, sin alzar la voz, inmutable y tranquila—. Obedecemos instrucciones de nuestra capitana.

Hilfy Chanur sintió que se le erizaba el vello de la columna. Sabía hablar el kif básico mucho mejor que la mayoría de hani y, de hecho, mucho mejor que la mayoría de oficiales de comunicaciones, aunque éstas la superaran en edad. Y lo que Haral le estaba diciendo al kif era precisamente la respuesta correcta, algo muy típico de los kif, lo supiera o no la vieja navegante espacial: Hilfy habría apostado la totalidad de sus escasas pertenencias a que Haral había calculado su respuesta no siguiendo los libros, sino gracias a la experiencia proporcionada por décadas de tira y afloja en los muelles con los kif. Tecleó el mensaje en kif básico, y lo envió a la oficina de comunicaciones del hakkikt, quien dejó pasar un considerable margen de tiempo en silencio después de recibirlo.

Click.

—La Harukk ha cortado la comunicación —dijo Hilfy, todavía con voz tranquila, aunque el corazón le golpeaba ferozmente contra las costillas. Junto a ella estaban Geran, Tully y Khym con los ojos en los monitores, vigilando lo poco que podían ver con el morro pegado a la estación y a la espera de las emisiones que ésta les mandara. Tirun Araun se encargaba de las funciones de copiloto para Haral desde su puesto situado junto al mamparo de popa, el segundo puesto de control en importancia, y actuaba como distribuidora de trabajos y secuencias, tarea que normalmente recaía sobre Haral. Y también allí, Tirun tenía activado el armamento. Por si acaso.

—Haa —murmuró de repente Khym.

—Acabamos de perder las emisiones de la estación —dijo Geran.

Los funcionarios de Sikkukkut las habían cegado, la estación las había dejado tan ciegas como podía. Sin duda ahora alguien estaba hablando personalmente por el comunicador con Sikkukkut, para decirle que una nave hani, armada, había conectado sus motores y tenía su potente nariz metida justo en las tripas de kefk.

Por no mencionar, claro, lo que podían hacer esos motores de ahí atrás si conectaban el ciclo de las toberas de salto estando en el muelle. Algunas de sus partículas se quedarían en el espacio real, provistas de una poderosa agitación; otras, siguiendo caminos imprevisibles, entrarían en el hiperespacio y se lanzarían hacia las profundidades de los pozos gravitatorios locales, el mayor de los cuales era la estrella principal de Kefk. La despedida final sería más bien irremisible: o se convertirían en un punto brillante o fracasarían en su intento de crear un agujero negro, devorando su propia sustancia hasta cero dado que carecían de otra posible dirección salvo la estación y el propio movimiento de la estrella a través del continuo. Probablemente no sería lo bastante como para impedir la implosión. Hilfy, siguiendo un capricho momentáneo, activó su tablero e introdujo en él la masa de la Orgullo y lo que suponía era aproximadamente la masa total de la estación, a la que añadió el número de naves unidas a la estación. Sintiendo una lúgubre diversión ante sus propios actos, dejó que su mente se llenara de números y cálculos de libro de texto.

Resultaba significativo que los kif no les hubieran pedido de inmediato que desconectaran su energía interna: sabían que no podían obligarlas a ello hasta que no tuvieran a Pyanfar en sus manos.

Y Hilfy no quería pensar en eso por ahora. Dejó desfilar los números que hablaban de su propia y posible disolución, de si formarían o no la burbuja hiperespacial y de si con todas las naves, la estación y toda su masa, podrían llegar a tener un efecto hiperespacial sobre la estrella más grande cuando entraran en ella.

Lo mandó todo al tablero de navegación, dado que las variables de la burbuja se encontraban allí, en ecuaciones básicas. De repente el monitor de su puesto parpadeó, lanzó un timbrazo y empezó a emitir demasiado rápido como para haber tenido tiempo de responder a su compleja pregunta: DSLING/PR1, decía la pantalla, CTRSÑ.

¿Contraseña?

¿Consulta de naves?

Ésos fueron los dos pensamientos que acudieron rápidamente a su cerebro mientras que sus ojos volvían hacia la parte superior de la pantalla donde se daba el nombre del programa: descubrieron el código PRIORIDAD UNO y el Diseñador de Sendas Lingüísticas junto a él. Las implicaciones de lo que veía le produjeron la repentina impresión de una ducha helada.

YN, tecleó, que era el nombre de ciudad más corto de toda Anuurn y la contraseña habitual en los sistemas no muy codificados: eran teclas fáciles de golpear y no se perdía tiempo en ello.

Sintaxis terminada, dijo la pantalla. ¿Visual/Impresión/Cinta? ¿Todo?

Apretó V e I; en la pantalla apareció un texto lleno de huecos y con errores sintácticos: el ordenador utilizaba un descifrador de códigos habitual dando por sentado que era mahensi, pero no se trataba del mahen básico sino de algún maldito lenguaje relacionado con él. Sin embargo había logrado sacar algún sentido a través de las relaciones. El mensaje de Jik. El paquete en código que les había dejado caer sobre el regazo en Mkks.

Un dialecto. ¿Cuál?

Tecleó nuevamente con desesperación, para pedir el original descifrado. Éste apareció en pantalla, vagamente reconocible como fonemas mahen.

—Dioses —murmuró—, Haral, Haral, el ordenador acaba de escupir el mensaje de Jik, pero sigue confuso. Ha conseguido relacionar una ristra de palabras pero todavía está buscando… creo que hemos logrado abrir brecha en él.

La pantalla se iluminó con una tira roja en lo alto: era Tirun que usaba su teclado para pasar información a su tablero y, probablemente, al de Haral.

—Sigue en ello —dijo Haral—. Tirun, encárgate de comunicaciones.

—Bien —dijo Tirun. Hilfy murmuró otro «bien» sin dejar de pulsar teclas. Tenía el vello de la nuca erizado y las orejas se le agitaban velozmente en un irritado disgusto hacia el ordenador, el cual le había arrojado un problema a medio resolver que entraba en su campo, justo ahora y aquí, al borde de la nada.

En cualquier segundo los kif pueden decidir que aceptan nuestro desafío.

Haral podría apretar ese botón.

Podríamos salir disparadas hacia ese sol y que los dioses pudran el lenguaje que está usando y que el ordenador no conoce. ¡Oh, dioses! ¿Cuándo va a sonar esa alarma? Vamos a morir, maldita sea, y ahora el ordenador me suelta algo para que lo persiga y lo descifre y, por todos los dioses, Haral, déjame terminar con este ridículo problema antes de que aprietes ese condenado botón, es malo morir con una pregunta en tu cabeza, si esta cosa tiene toda la explicación de lo ocurrido, las maniobras de Jik, todos sus secretos… no aprietes aún el botón, Haral, avísame cuando nos vayamos a ir, no quiero morir basta que no haya resuelto esto

El ordenador seguía zumbando mientras investigaba y clasificaba, lanzado ahora a una nueva cacería gracias a un empujoncito hani en cierta dirección para que buscara. Parpadeaba como si hablara consigo mismo, mientras que Hilfy tenía las manos apretadas sobre la boca y clavaba los ojos en la pantalla, con la mente en blanco, sin percibir el paso del tiempo.

Probablemente es una carta a su esposa. Sólo los dioses lo saben. ¿Tiene esposa? ¿Hijos?

Vamos a morir aquí y esta máquina idiota no puede ir más rápida y, de todos modos, ¿qué podemos hacer? Pyanfar ya está ahí fuera con los kif.

Y no podemos llegar hasta ella. Pase lo que pase.

La Harukk ocupaba un dique a bastante distancia en dirección al borde, fuera de la sección dañada pero aún dentro de la zona de deterioros: estaban rodeadas de escombros, y tanto los muros como la cubierta aparecían ennegrecidos por el fuego y mostraban las señales de los proyectiles y los disparos láser.

Acercarse a la nave del hakkikt fue peor que antes y más horrible, pues ahora transcurrían a través de un auténtico bosque de Soportes metálicos sobre los que éste había puesto las cabezas de sus enemigos y de los rebeldes que se oponían a su poder.

Pyanfar ya había visto antes esa exhibición, y también Kesurinan. Espero que las cambie, se le ocurrió de pronto al inquieto cerebro de Pyanfar. Dioses, la putrefacción… Las cosas a las que debe enfrentarse el sistema de apoyo vital en esta pobre estación… los filtros deben hallarse en un estado lamentable.

… Pero su mente se enfrentó al espectáculo con una mezcla de distracción e insensibilidad, pues ya se había acostumbrado a tales horrores. El corazón se le encogió sólo durante unos segundos al recordar, con dolorida melancolía, que existían lugares donde no ocurrían cosas así, donde gentes ingenuas y agradables vivían sin que vieran nunca la cabeza de un ser racional separada de su cuerpo y colgada ante todos como un cartel de tráfico.

Este kif no se quedará en Kefk. Irá… sólo los dioses saben hasta dónde. Que los dioses ayuden a los mundos civilizados.

Le entraron ganas de estornudar. Contuvo el impulso, convirtiéndolo en un gruñido, y se limpió la nariz. Era alérgica a los kif: cuando se cambió de ropas tomó otra píldora, pero en este lugar la atmósfera era casi irrespirable. Le lloraban los ojos. Había vidas que dependían de su dignidad y ahora iba a estornudar. La sola idea del estornudo bastó para que le picara la nariz y sus ojos empeoraran todavía más. Pero irguió los hombros y apartó el escozor de su mente, clavó la mirada en la rampa, en la entrada que se abría ante ellas.

—Ya sale, ya sale —murmuró Hilfy mientras la pantalla se iluminaba con un creciente número de palabras completas, a medida que el sistema lograba romper el código en algunos vocablos clave y el esquema se ampliaba cada vez más. El código era bastante artesanal, el tipo de código que el ordenador de una nave podía crear y que podía ser descifrado por cualquier otro que contara con los sistemas adecuados para tal operación; y la Orgullo los tenía. La oficial de comunicaciones de la Orgullo, que siempre había tenido el capricho de estudiar campos del conocimiento bastante extraños, había aceptado el regalo que le hizo su padre como despedida. Ese regalo consistía en el mismo sistema que había usado en Anuurn para estudiar la red de ordenadores. Era caro, y por los dioses que funcionaba, era capaz de rebuscar en sus vastos y costosos diccionarios para encontrar distintos modelos, extendía sus tentáculos y se apoderaba de cada pedacito de memoria libre que era posible arrancar a los demás sistemas, clasificaba, hacía comprobaciones y pasaba programas fonéticos de prueba. Si se unía al programa descifrador del complicado nuevo segmento del ordenador que los mahendo’sat habían instalado en la Orgullo cuando se encontraba en Kshshti… sólo los dioses sabían de cuánto sería capaz. Aunque nadie que deseara tener un documento en clave iba a ser lo bastante idiota como para dejar caer nombres propios en su contenido o usar claves tan delatadoras como las extensiones t’, -to o -ma, su aparato tenía la ventaja de poder utilizar ese programa de código mahen para sus comprobaciones de referencia. El resultado les estaba llegando en forma abreviada, truncado, lleno de palabras antiguas y frases en código que ninguna máquina era capaz de descifrar, pero estaba empezando a cobrar sentido.

Primero escribe rápido # no # corredor/mensajero accidente # ojo/ver.

Acontecimientos traen necesidad clarificar acciones tomadas # primero /audacia

En dos ocasiones añadió su propia opinión sobre cuál debía ser la elección a tomar. El ordenador descartó otro cambio de programa y la pantalla se alteró.

Número Uno escribe apresuradamente (?). No retener este mensajero o correr riesgo de su descubrimiento. Los acontecimientos me obligan a clarificar las acciones tomadas por el Número Uno

—Haral —dijo, y sintió que todo su cuerpo temblaba mientras introducía otra sugerencia en el ordenador.

… dado que (¿fantasma?) no esta manteniendo los acuerdos con su apoyo iremos (¿a?) la oposición todos los esfuerzos sosteniendo la candidatura

—Tenemos algo aquí —murmuró Tirun—. Jik está diciendo que alguien practica un doble juego.

—¿Quién es Fantasma? —dijo Hilfy—, ¿Dientes-de-oro?

—¿Akkhtimakt? —se preguntó a su vez Tirun.

—¿Ehrran? —preguntó Geran. La posibilidad de que fuera ella la que estaba jugando a dos bandas hizo que Hilfy sintiera un escalofrío en la espalda.

—Quizás algún humano —dijo Haral, y su vello se erizó ya del todo.

Oh, dioses, Pyanfar necesita saber esto.

Y tal vez nunca llegue a saberlo.

Si le ponen las manos encima, si hacemos estallar todo este sitio, sólo los dioses saben lo que podemos llevarnos con nosotras… si no tenemos otro remedio. Si nos obligan a ello.

Bondad divina, estamos hablando de una conspiración que llega hasta Maing Tol o donde sea… Candidatura, ¿quién, dentro de toda la creación, tiene aquí una candidatura de la cual preocuparse…?

… salvo el hakkikt.

Los pasillos de la Harukk aparecieron para siempre en sus sueños: sumidos en la penumbra, con el característico olor de amoníaco, sin que nada de ellos le recordara a los suaves tonos claros de los paneles que había en la Orgullo. Todo se encontraba a la vista y en las superficies había series de nudos que Pyanfar interpretó repentinamente como la versión kif de códigos de colores. Esos códigos proporcionaban a la maquinaria sombras todavía más extrañas, sombras proyectadas por la espantosa iluminación de sodio cuyas luces naranja parecían estar en todas partes a la vez, rotas sólo por el ocasional brillo verde amarillento de una luz fría. Sombras cubiertas con túnicas las precedían y otras caminaban tras ellas. Una puerta se abrió y dejó que ella, Kesurinan y Skkukuk entraran en la sala de audiencias del hakkikt.

Sikkukkut las aguardaba en una estancia cercada por oscuras sombras kif. Dos globos de incienso situados sobre largos soportes emitían hilillos de humo picante que se enroscaba ante las luces de sodio. Éstas estaban en un extremo de la habitación, mientras que otra luz, situada arriba, iluminaba con su pálido resplandor la baja mesa de Sikkukkut, a él mismo y a su asiento, cuyas patas se arqueaban hacia arriba y le rodeaban igual que las patas de un insecto agazapado. Sikkukkut estaba sentado allí donde debería encontrarse el cuerpo del insecto; se cubría con su habitual túnica negra adornada de plata, que reflejaba la luz naranja, y el brillo de ésta caía sobre su largo hocico prácticamente lampiño. Cuando alzó la cabeza, sus negros ojos emitieron un brillo fugaz.

—Cazadora Pyanfar —dijo—. Kkkt. Siéntate. Y ella, ¿es Kesurinan de la Aja Jin?

—La misma, hakkikt —dijo Kesurinan. Y no añadió: ¿dónde está mi capitán?, aunque sin duda ésa era la pregunta que ardía en su cerebro.

Pyanfar se instaló en otra de las sillas que parecían insectos y colocó los pies hacia arriba, al estilo kif. Mientras, uno de los skkukun, le trajo una copa, una de las copas en forma de bola y cubierta de gruesos adornos que tanto gustaban a los kif, y otro se la llenó de parini. Kesurinan había vacilado ante una de las sillas y seguía en pie.

—Tú también —dijo Sikkukkut, y mientras Kesurinan se instalaba junto a Pyanfar, el hakkikt se volvió hacia donde estaba Skkukuk—. Kkkkt. Sokktoktki nakt, skku-Chanuru.

Un instante de duda. Se trataba de una cortesía, una invitación hecha a un esclavo kif para que tomara asiento en la mesa con el hakkikt y su capitana.

—Huh —dijo Pyanfar, percibiendo la crisis que sufría Skkukuk; y su vello se erizó levemente ante la repentina y decidida agilidad de movimientos que mostró Skkukuk al rodear la mesa y ocupar grácilmente el asiento contiguo al de Pyanfar… Era como si reptara sobre sus dos pies. De pronto reconoció esos movimientos: no se movía al acecho furtivo, sino que lo hacía con esa fluidez que mostraban los kif muy peligrosos, los kif muy potentes, los kif cuyos movimientos Pyanfar había aprendido a vigilar instintivamente cuando se los encontraba en los muelles o en los bares. Skkukuk era un luchador y pertenecía a una especie de luchadores natos. Y, de momento, era suyo en cuerpo y alma.

Tomó un sorbo de su parini. Sikkukkut tomó otro sorbo de lo que estaba bebiendo, fuera lo que fuera, en tanto que un skku servía a los demás.

—Tahar está a punto de llegar —dijo Sikkukkut—. Y tu nave está activada, cazadora Pyanfar. ¿Te has dado cuenta de ello?

—Me he dado cuenta —dijo ella, sin dejarse impresionar.

La delgada lengua de Sikkukkut brotó por entre la abertura en forma de V que formaban sus mandíbulas, penetró en la copa y se retiró un segundo después.

—Yo también. Tu tripulación afirma que está siguiendo órdenes. ¿Es así?

—Sí.

—Kkkt. —Un instante de silencio—. Mientras tú estás en el muelle.

—Espero —dijo Pyanfar, y jamás había hablado con mayor suavidad que ahora—… espero que no se tome ninguna medida contra mi nave… teniendo en cuenta que dentro de la estación pueden haber todavía fuerzas a las que les gustaría dañar a la aliada del hakkikt. Espero que el hakkikt nos protegerá contra algo semejante.

Un silencio de muerte. El hakkikt lamió de nuevo su copa y pestañeó con lo que, para un kif, era plácido buen humor.

—Te has portado como una tonta, cazadora Pyanfar. Hay demasiadas posibilidades de que se produzca un error. Y has delegado en manos de tus subordinadas excesivo poder. Ya hablaremos de esto.

Otro silencio cargado de presagios, quizá destinado a que ella contestara. Pyanfar se limitó a seguir sentada, sin moverse, pues al fin había logrado encontrar una postura que le permitía encontrarse cómoda y mirar con aire pensativo al hakkikt.

Bastardo sorbehuevos, pensó. ¿Dónde está Jik, asesino sin orejas?

Intentó no pensar en el tipo de exhibición de la que era capaz Sikkukkut.

—Luego discutiremos sobre el asunto —dijo Sikkukkut. En el pasillo exterior se oyeron los leves murmullos que anunciaban la llegada de alguien—. ¿Es Tahar? Sí. Y viene sola, con excepción de mi escolta. Esta nueva táctica hace que me plantee ciertas preguntas.

Tahar vaciló durante unos segundos en el umbral y se acercó a ellos, andando sin hacer ningún ruido. Luego tomó asiento con igual sigilo cuando el hakkikt le indicó con una seña que se les uniera en la mesa: una hani del sur, con abundante melena y vello color bronce, con una cicatriz negra que le cruzaba los labios y le proporcionaba una apariencia ceñuda y algo salvaje.

—Así que ahora —dijo Sikkukkut, mirando a Pyanfar—, todas las naves que posees están en mis manos.

—Soy yo quien está en tus manos —dijo Pyanfar, con aquella voz firme e implacable que le había servido para enfrentarse a más de un funcionario de muelle decidido a imponerle multas y castigos. Pero nunca debes sugerir que esas naves están fuera de tu control, no, a un kif no. Posición, Pyanfar Chanur. Lo único que puede servirte ante él es la posición—. Se trata de una situación complicada, hakkikt. Después de todo, las mentes hani no funcionan igual que las kif. Pero ése es el valor que yo represento para ti.

—Un maldito montón de palabras sin sentido —dijo Haral desde su puesto. El listado de la impresora tenía diez páginas de largo y estaba lleno de palabras en código que sólo Jik y su Personaje podían interpretar. Hilfy Chanur estaba contemplando otro listado igual y pasaba las hojas rápidamente en un intento de hacerse alguna idea sobre cuál era su significado y utilidad.

… Fantasma está siguiendo el rumbo sugerido en el informe anterior que nos hizo llegar.

Fragmentos, briznas de información que dependían de otras informaciones.

… informes de inconvenientes/¿Inconveniente? son negativos.

—Creo que Inconveniente es otro nombre en código —dijo Hilfy.

—Sabíamos que estaba metido hasta el cuello en tratos secretos —dijo Tirun, desde su puesto al final de las consolas.

—¿Quiénes somos nosotras? —se preguntó Haral—. ¿Podríamos ser ese Fantasma?

Inconveniente —sugirió Hilfy—. Si…

—Prioridad —exclamó Geran, ahogando con ello lo que empezaba a decir Tully—. Prioridad, motor activado, procedente del borde de la estación en las cercanías del dique 23…

Cerca de la Harukk. Una nave kif.

—Me complace saberte enterada de cuál es tu valor para mí —dijo Sikkukkut, escogiendo cuidadosamente sus palabras—. Siempre resulta útil dejar claras ese tipo de cosas. —Sus dedos se movieron con delicadeza sobre los salientes de la copa que sostenía en un gesto tan inquieto como cargado de sensualidad—. Ya he mantenido una discusión parecida con mi amigo Keia. Ha intentado explicarse. No estoy muy seguro de que haya tenido éxito.

—Es muy valioso —dijo Pyanfar, y el corazón le retumbó con mayor fuerza contra las costillas. Cuidado, cuidado, no comprometas a la tripulación y todos nuestros intereses. Es una fuerza que echaríamos en falta al luchar contra Punto de Encuentro.

—Das por sentado que se trata de Punto de Encuentro.

Hakkikt, hace horas que espero esa orden.

—¿Por eso has ordenado activar los motores de tu nave?

Pyanfar sonrió y esta vez fue una auténtica sonrisa hani.

—Estoy totalmente preparada para salir de aquí.

—Kkkt. Mi skku.

—Intereses comunes.

—¿Y tus subordinadas comparten tu entusiasmo?

—Me seguirán.

—Te han seguido hasta aquí. Punto de Encuentro podría resultar mucho más peligroso.

—Son muy conscientes de ello.

—¿Qué motivo crees que tienen?

—Interés personal. Supervivencia.

—Entonces, piensan que si tú las guías, lograrán una posición mejor que la actual.

—Evidentemente, eso es lo que piensan. Están aquí.

—En el exterior de mi nave puedes ver los resultados de un similar error de cálculo.

—Ya los he notado, hakkikt.

—Sigues considerando a Keia Nomesteturjai como un amigo, cazadora Pyanfar.

Hakkikt, cuando utilizas esa palabra me pones nerviosa. No estoy segura de entenderte.

—Cuando tú dices subordinados yo sufro una aprensión similar. ¿Qué está haciendo esa nave tuya?

—Está siguiendo mis órdenes.

—¿Cuáles son?

—¿Vamos a pasar al después? Estoy dispuesta a discutir, si de eso se trata. —Tomó un sorbo de su copa en tanto que el hakkikt guardaba un pétreo silencio—. Por otra parte, estábamos hablando de Punto de Encuentro. Es ahí adonde tenemos que ir.

—Ten muchísimo cuidado, cazadora Pyanfar.

Pyanfar agachó las orejas y volvió a erguirlas. Pero quizás un kif no fuera capaz de interpretar esa disculpa hani y, por mucho que le disgustara ceder en terreno verbal, se vio obligada a hacerlo.

—Entonces, retiro esa pregunta.

—Nankt. —El kif agitó una mano. Se abrió una puerta y alguien se movió: lo que había dicho era un nombre o, al menos, sonaba a algo parecido. La mano se agitó nuevamente en el aire y cogió la copa que había sobre la mesa—. Es bueno que aprendas a ser cautelosa, cazadora Pyanfar.

—Se mantiene inmóvil —dijo Geran. En su propio monitor, Hilfy observó lo que ocurría allí donde el limitado alcance de sus sensores recogía a una nave que se había colocado en el cenit de la estación, suspendida en un lugar que le permitía disparar libremente contra todo y contra todos.

—Ésa es la Ikkhoitr —dijo Haral—. Uno de los primeros animalitos domésticos que tuvo el hakkikt.

—Si no emiten —dijo Tirun—, y si no se mueven, eso quiere decir que han llegado al límite de sus órdenes.

—Un movimiento y una respuesta —dijo Haral.

Hilfy sacó las garras y volvió a esconderlas con un esfuerzo. Le dolía el estómago. Cada vez que pensaba en ese botón que había cerca de los dedos de Haral, sentía un estremecimiento. ¿Nos avisarás antes de apretarlo? ¿O te limitarás a darnos una buena sorpresa, prima?

Con un esfuerzo mental hizo que sus ojos se concentraran nuevamente en el problema de traducción y se ocupó de él, dejando que Haral se cuidara de la nave que tenían sobre sus cabezas.

De Khym y Tully, ni una palabra; silencio. Chur no había conectado su monitor: Geran había ido unos minutos al camarote de la enferma cuando empezó todo y pulsó un botón de la maquinaria, ordenó más calmantes para hacer dormir a su hermana antes de que pudiera oír el ruido de las compuertas al abrirse y los motores de la nave entrando en funcionamiento, antes de que pudiera enterarse de otras cosas que Chur quizá quisiera escuchar, y descubriera con ello demasiado sobre ciertas situaciones en las cuales no podía hacer nada. Sin decir palabra, Geran durmió a su hermana, le dio la espalda y volvió al puente para encargarse de su trabajo tal como estaba haciendo ahora, concentrada en los asuntos presentes y sin que su voz temblara o hubiera un rastro de preocupación en su cara.

Hilfy Chanur, maldita cobarde, haz tu trabajo y deja de pensar en todo eso.

Hicieron entrar a Jik en la estancia: una silueta oscura que se movía como si estuviera medio dormida. Dos kif lo sostenían por los brazos, y no tuvieron más remedio que seguir sosteniéndolo en pie incluso cuando ya estaban ante la mesa. Jik alzó la cabeza como si ese gesto bastara para consumir todas sus fuerzas. Pyanfar sintió que el estómago le daba un vuelco y sus orejas se agitaron a pesar de que estaba completamente decidida a no permitir que se agacharan. Unos instantes después, pese a todo, se permitió el gesto: cualquier hani que oliera ese sudor tan cargado de drogas y dolor tendría que fruncir la nariz y agachar las orejas, aunque quien se encontrara en tal estado, ante sus mismos ojos, no fuera un amigo.

—Keia —dijo Sikkukkut—, tus amigas han venido a verte.

—Maldita tonta —dijo Jik con voz pastosa. Kesurinan se levantó muy despacio y se quedó inmóvil, con las manos a los costados y los dedos de una mano rozando la funda de su pistola. Kesurinan tenía el suficiente sentido común para no ir más allá de eso. Tahar tensó el cuerpo en su asiento, pero tampoco hizo nada más. Pyanfar señaló con la cabeza hacia Jik.

—No pareces tener muy buen aspecto.

—Montón droga —dijo Jik, con la cabeza oscilando fláccida—. Tú maldita tonta. Ir nave. Privado, ¿eh?

—Es la droga —dijo Sikkukkut—. Le perdono su falta de cortesía. ¿Quieres cederle tu asiento en nuestro consejo, Kesurinan? También puedes negarte, como prefieras.

¿Repudias a tu capitán? ¿Quieres su puesto?

Quizá Kesurinan no tenía idea de cuál era el auténtico significado de la pregunta. Dio un paso hacia adelante y apartó un brazo de Jik del kif que lo sostenía, lo rodeó con el suyo y lo depositó suavemente en la silla.

—Kkkt. El comportamiento mahen… —Sikkukkut lamió el interior de su copa mientras Jik se apoyaba en una de las patas de la silla que le había cedido su primer oficial y sus ojos contemplaban a Pyanfar por entre otro par de patas.

—H’la —dijo Jik—. Maldito lío.

—Desde luego, es un maldito lío. ¿Qué le has estado diciendo al hakkikt, eh? ¿Irás con nosotros a Punto de Encuentro?

—No saber —dijo él. Cerró los ojos como si por un instante se hubiera marchado de allí, y luego los abrió de nuevo. Bajo esa claridad anaranjada se leía en ellos un oscuro fulgor desesperado, y las lágrimas que brotaban sin cesar manchaban su negro vello. Sus fosas nasales se dilataron, absorbiendo el aire—. Ir nave, Pyanfar.

—Ya ves que nos movemos a bastante velocidad —dijo Sikkukkut—. Kesurinan, Tahar, os digo lo mismo que a mis demás capitanes: seguid vuestras órdenes. Habéis venido hasta aquí y eso es bueno. Ahora os marcharéis a otra habitación y os quedaréis allí hasta que yo os deje marchar. Diles que harán esto, cazadora Pyanfar, y manda fuera a este skku de tu nave.

—Hacedlo —dijo Pyanfar. Protocolo, todo era protocolo. O una demostración de poder. No tenía elección, ni tan siquiera teniendo en cuenta que todas ellas estaban armadas. Cuando Tahar se puso en pie, Pyanfar miró al rostro de la pirata, que estaba cubierto de cicatrices, y ella le devolvió la mirada con esa misma calma inexpresiva que la había hecho salir adelante durante dos años de trato muy íntimo con los kif. Skkukuk se puso también en pie.

Y entonces:

—Tú ir —murmuró Jik sin que nadie se lo hubiera pedido, dirigiéndose a Kesurinan.

—Bien —dijo Kesurinan.

—Kkkt —dijo Sikkukkut, a quien al parecer no se le había escapado, pese a lo breve del diálogo, la pequeña distinción que implicaba sobre quién controlaba la situación. Agitó su mano: los kif dejaron libre un pasillo y uno de los skkukun de mayor rango le hizo una seña a Tahar, Kesurinan y Skkukuk. Pyanfar se dio cuenta, con cierto alivio, de que no se había mencionado para nada las armas que llevaban, y Skkukuk no le había hecho ninguna advertencia encubierta… siempre que no hubiera decidido cambiar totalmente de bando cuando se había sentado en esa mesa.

—¿Te gustaría beber algo, Keia? —dijo Sikkukkut cuando los demás se hubieron marchado.

—No —dijo Jik con voz gutural.

—Todavía controla sus acciones —dijo Sikkukkut, volviendo un poco la cabeza hacia Pyanfar—. Y sigue conservando todo aquello con lo que nació, por órdenes estrictas mías. En consideración a una vieja amistad, kkkt, Keia. Pero no se te ocurra darle órdenes a la Aja Jin, cazadora Pyanfar. Ni a él tampoco. Lo he dejado perfectamente claro, ¿verdad que sí?

—Hará lo que yo le pida. Como aliado.

—Si hace lo que tú le pidas, como aliado, ¿harás tú lo que él te pida?

—Lo hice en el pasado. Creo que está en deuda conmigo.

—Comerciantes… Pero Keia afirma no ser un comerciante, nada de eso. No creo que tenga intención de hacer tratos. ¿Quieres hacerlos, Keia?

Silencio. Un largo silencio.

—Tozudo. Es muy tozudo. —Su lengua lamió de nuevo la copa—. Dime, Chanur-skku, ¿qué debo pensar de esa nave tuya?

—Que estamos listas para ir a Punto de Encuentro, hakkikt.

Sikkukkut alzó su larga mandíbula. No era un gesto amistoso en esa cabeza que tendía a mirar de frente, a lo largo de la nariz: ese gesto era más bien de amenaza. En los ojos del kif brillaba un frío resplandor teñido por la luz sulfurosa de la estancia.

—Ismehanan-min fue a Punto de Encuentro, skku mía: ahora no pienso consentir nada parecido. En estos momentos tengo una nave sobre el eje de la estación con los cañones apuntando a la tuya. Y nos encontramos en una situación de tablas.

Hakkikt, cuando vuelva a mi nave desconectaré los motores. Mi tripulación tiene órdenes que debe cumplir hasta que llegue ese momento.

—Se trata de un reto muy estúpido, cazadora Pyanfar.

—No es un reto ni una fanfarronada, hakkikt. Puede que todos muramos aquí. No estás tratando con un kif. Soy hani, ¿lo recuerdas?

En la estancia hubo una agitación general de cuerpos, una serie de chasquidos y, a continuación, el brillo rojizo de los indicadores de las armas preparadas. Y Jik, sosteniéndose con las manos sobre la pata de su silla, alzó levemente la cabeza.

—Tu nave no atacará a la mía porque sé que no deseas ver averiada tu estación —dijo Pyanfar—. Y la mía no hará nada. No les he ordenado que abandonen el muelle. Les dije que si muero aquí o si se ven atacadas por los tuyos, debían conectar las toberas de salto.