La posada había cambiado muy poco en todos estos años.
Todavía era cómoda, apacible e impecablemente limpia. El alegre propietario había muerto hacía dos años y había dejado la posada a su hija, una muchacha rellena y rebosante de vida. Lizzie y su esposo se encargaban de todo con eficiencia y amabilidad.
Durante la última semana se había portado maravillosamente conmigo. Me había cuidado como si fuera una reina y había llenado la habitación con flores y chismes. Me había dado dos de sus vestidos y una enagua de algodón, e incluso los había arreglado a mi medida. Lizzie me veía como una criatura fascinante y le encantaba cuidarme mientras me reponía de la «tragedia» que había dado tema de conversación a todo Natchez.
Los ciudadanos de Natchez no tenían la menor idea de lo que realmente había sucedido esa noche. Sólo sabían que Roseclay había ardido en llamas, que Helmut había muerto en el incendio y que yo había sido rescatada por uno de sus «socios de negocios» de Nueva Orleans quien, milagrosamente, había llegado a tiempo para salvarme. Derek se encargó de todo.
Mandó llamar a Meg y a James Norman, quienes llegaron dos días más tarde. Me sentía demasiado mal para asistir al entierro de Helmut, pero al día siguiente ya me sentí mejor y con una firma entregué todas las propiedades de Helmut a mi cuñada, sin quedarme yo con un solo centavo. Tanto Meg como James estaban sorprendidos; en un primer momento se negaron a aceptarlo, pero finalmente les convencí de que era algo que necesitaba hacer.
Roseclay ya no existía, pero todas las vastas propiedades de Helmut pertenecían ahora a los Norman. James puso inmediatamente un sello de PAGADO en todos los pagarés que Helmut tenía en su poder y que pertenecían a esos plantadores tan endeudados con él. Él y Meg ya hablaban de construir una nueva iglesia, una escuela, una biblioteca. La ciudad de Natchez se iba a beneficiar enormemente de la muerte de mi esposo.
Los Norman venían a verme todos los días. Eran una pareja joven, hermosa, que vivía feliz y enamorada. Si Meg se sentía apenada por la muerte de su hermano, no lo demostraba. Estaba radiante, con un color intenso en las mejillas, y sus enormes ojos azules brillaban de felicidad. Su esposo no podía quitarle las manos de encima. Todo el tiempo que estaban en la habitación le apretaba una mano, o la cogía por la cintura, o le rodeaba los hombros. Cuando cada visita estaba por llegar a su fin, él siempre se mostraba ansioso por irse para poder estar solo con ella. Era evidente que para Meg todas estas ardientes galanterías significaban la gloria, el éxtasis. Resultaba difícil de creer que no hubiera sido siempre tan dichosa.
También Jack Reed había venido a verme. Jack y Derek habían ido componiendo el rompecabezas de lo sucedido aquella horrible noche. James Norman había visto el anuncio que Derek había insertado en un periódico de Nueva Orleans, se había puesto en contacto con él y le había dicho dónde podía encontrarme. Derek había tomado el primer barco para Natchez. Al desembarcar había tropezado con un hombre ensangrentado que balbuceaba cosas incoherentes y que luego se había desplomado en el muelle.
Derek logró encontrar el médico que había venido con él en el barco, y entre los dos le llevaron a bordo, donde le curaron las heridas. Cuando por fin la cabeza de Jack comenzó a aclararse y él pudo hablar con coherencia, rogó a Derek que le llevara a Roseclay. Eso, por supuesto, sorprendió a Derek, pues de todas maneras pensaba ir allá. Cuando Jack les explicó a Derek y al médico la desesperante situación en que yo me encontraba, fueron a buscar un carruaje y se dirigieron a la mansión a toda velocidad.
La casa ya había comenzado a arder cuando ellos llegaron.
Derek, que entró corriendo a la mansión, se encontró con Helmut cuando éste acababa de encerrarme en mi habitación.
Lucharon, pero a Derek no le resultó difícil derribar a ese hombre borracho. Derek me había sacado a tiempo de la mansión en llamas, pero nadie había podido volver a entrar para sacar a Helmut. Nadie lamentó su desaparición.
Jack aún tenía la cabeza vendada, pero su sonrisa era más amplia que nunca. Cuando le pregunté sobre su herida se rió.
—Sólo me quedó un chichón —me informó—. Se necesitaría algo más que un trozo de madera para lastimar este cráneo, eso te lo puedo asegurar. Se necesitaría una tubería de plomo por lo menos. No me he quitado aún la venda porque las muchachas dicen que así parezco más romántico. Ésa es la única razón.
—Jamás podré agradecerte lo que hiciste, Jack.
Se sintió incómodo y no supo qué decir.
—No fue nada. Será mejor que olvides todo lo que pasó. Supongo que te irás de Natchez en cuanto estés mejor. Este lord inglés parecía enloquecido cuando le dije que tenías problemas, que necesitabas ayuda. Supongo que te irás con él.
—Supongo que sí, Jack.
—Que seas feliz —dijo.
—Y yo te deseo lo mismo.
Eso había sido ayer. Hoy, el médico me había autorizado por fin a levantarme de la cama. Aunque estaba completamente repuesta de lo sucedido, aún tenía algunas moraduras. Además estaba un poco débil, pero me sentí mejor después del largo baño con agua caliente. Ya casi era de noche, y mientras me vestía no pude evitar sentir una ligera aprensión nerviosa. Esta noche sería la primera vez que bajaba a cenar. Derek pasaría a buscarme dentro de menos de una hora. Había venido a verme todos los días y habíamos hablado, pero nunca habíamos hablado de nuestro futuro. Traté de no preocuparme, pero aún me costaba creer que de veras estuviera aquí.
Me había puesto el vestido más atractivo que Lizzie y yo habíamos arreglado a mi medida. Era de algodón, color amarillo intenso. No podía compararse con la seda y el terciopelo, a los que me había acostumbrado, pero de todas maneras era bastante bonito. La falda y las enaguas crujieron cuando me acerqué al espejo para mirarme por última vez. Aún tenía en los párpados algunas sombras oscuras y el rostro estaba un poco tenso, pero la palidez había desaparecido.
Lizzie llamó a la puerta y entró para ver si necesitaba algo.
Cuando me vio frente al espejo emitió un profundo suspiro y sacudió la cabeza.
—Ese vestido nunca me ha quedado así —se quejó—. No es justo que a alguien le caiga tan bien ¡y, además, recién salida de la cama! ¿Estás segura de que puedes bajar esta noche?
—Me siento muy bien, Lizzie.
—Sospecho que ese atractivo lord Hawke tiene algo que ver con tu mejoría —observó—. Supongo que estarás ansiosa por pasar un rato largo con él… ¿Y quién podría culparte? Las dos criadas no hacen más que sonreírle y, si no fuera por mi Johnny, creo que yo también me uniría a ellas.
Lizzie estaba tan gorda como hacía cuatro años y sus dorados rizos saltaban al caminar. Incluso llevaba los mismos pendientes de azabache. Sin embargo, aquella muchacha alegre e impetuosa había desaparecido y en su lugar, después de tres años de matrimonio, había una cálida y serena mujer. Lizzie se sentó en el borde de la cama y me observaba mientras yo me ponía colonia detrás de las orejas.
—Me acuerdo de cuando viniste aquí con ese atractivo Jeff Rawlins —dijo—. Qué alegre era… tan rebosante de vida. Después volviste a Natchez y te casaste con Helmut Schnieder, el hombre más rico de todo el territorio… no voy a decir que me importaba, pero era por cierto un hombre misterioso. Ahora tienes a ese extraordinario lord inglés que se muere por llevarte con él. Hay mujeres que tienen toda la suerte del mundo.
Sonreí, y Lizzie volvió a suspirar.
—La primera vez que te vi, yo también quise ser una aventurera. Pensé que sería algo fantástico, maravilloso, pero creo que, al fin y al cabo, yo no hubiera podido serlo. Sólo he tenido un hombre, mi Johnny, y con él tengo más que suficiente para toda la vida. Creo que en eso he sido muy afortunada.
—Mucho más de lo que tú misma imaginas, Lizzie.
Lizzie se levantó y se apartó de la cara un rubio mechón de cabellos.
—Será mejor que vuelva a mi trabajo. He reservado para ti y su señoría la mesa más apartada que pude conseguir, pero de todas maneras la gente va a mirar. Esperan que vayas vestida de negro y que estés llorosa y apenada, aunque no creo que eso te importe demasiado.
—Ni un comino.
Lizzie sonrió, encantada con mi aspecto travieso y picarón.
Luego salió corriendo de la habitación y oí el crujir de sus faldas de algodón azul. Todavía faltaba media hora para que viniera Derek y me llevara abajo, al comedor. Estaba cansada de estar en mi habitación y sabía que no podría estar sentada durante tanto tiempo, así que decidí ir a pasear un rato por los jardines.
Mientras avanzaba por el pasillo y bajaba por la escalera de servicio, recordaba la última vez que había pasado por aquí.
Llevaba puesto un vestido rojo y tenía toda la intención de huir de Jeff. Lo recordé todo claramente cuando salí por la puerta de atrás y vi los rayos de sol que morían.
Parecía haber pasado tanto tiempo y sin embargo, por otra parte, parecía ayer. Recordaba haber bajado por el acantilado, correr por Natchez-bajo-el-monte y encontrarme con Helmut en el muelle. Recordaba el rostro cansado y amistoso de Jeff mientras caminaba lentamente hacia nosotros. Él llevaba su ropa de cuero. Sentí una tremenda tristeza. Aquella noche habíamos salido a estos jardines y él había hecho añicos el documento por el cual yo era una esclava, para arrojarlos luego al viento. Habían volado como diminutas polillas blancas en la oscuridad. Me había dada la libertad y yo no había podido darle el amor que tan desesperadamente él quería.
Pensativa, llena de tristeza, caminaba por los cuidados parterres de flores hacia el borde del acantilado. El cielo estaba pálido, manchado de amarillo en el horizonte mientras el sol comenzaba su lento descenso. Abajo, el río se había teñido de azul oscuro, manchado con brillantes reflejos de plata, y en la otra ribera los árboles proyectaban largas sombras negras. Recordaba el modo en que Jeff me había rodeado con sus brazos cuando estuvimos aquí, juntos. Jeff querido. Cómo deseé haber podido cambiar la marcha de los acontecimientos que siguieron.
Mientras estaba allí, de pie cerca del acantilado, de espaldas a los jardines, el viento me agitaba las faldas y movía los volantes amarillos del vestido. Estaba despeinada, con mechones de cabello en el rostro. Los aparté y pensé en lo que Lizzie había dicho hacía sólo unos minutos. Ella era de veras afortunada. Me veía a mí como una criatura fascinante, cuya vida había estado colmada de aventura y romances, una exótica aventurera que vivía plenamente la vida. Me envidiaba y le iba a resultar difícil creer que era yo quien envidiaba esa felicidad que ella había encontrado tan fácilmente y tan pronto. Por fin la verdadera felicidad estaba a mi alcance, pero me había costado tanto y había llegado después de tanto dolor…
Oí sus pasos en el sendero, pero no me volví. Supe instintivamente que era Derek.
—Te he visto desde la ventana —dijo—. No sé si deberías haber salido. El médico dijo que necesitabas un largo descanso y sólo ha pasado una semana. No quiero que te canses demasiado.
—Estoy muy bien, Derek.
—He estado muy preocupado por ti.
—¿De veras?
—Muy preocupado —admitió—. Por eso me he mantenido todo lo alejado que he podido; sólo venía a verte unos minutos cada día. No quería cansarte. Tenemos que hablar de tantas cosas, y quería estar seguro de que te habías repuesto por completo.
Me volví y le miré a los ojos. Vestía pantalones negros, impecables, y levita, chaleco de raso blanco bordado con flores de seda marrón y corbata de seda marrón haciendo juego. Tenía todo el aspecto de un aristócrata inglés. Delgado, atractivo, de mirada severa, aunque algo más suave que antes. Un Derek más tierno del que yo conocía.
—Pareces triste —dijo.
—Estaba recordando el pasado.
—Ahora debes pensar en el futuro —dijo.
—¿Qué clase de futuro será, Derek?
—Maravilloso. Para los dos.
Hablaba con voz baja; sus ojos grises me miraban solemnes.
—Te amo, Marietta. Te amo con toda mi alma y todo mi corazón. Siempre te he amado, aun desde el primer momento.
Tardé en darme cuenta, e incluso luché contra ese amor. Aun después de que volviera a Inglaterra y ganara el caso para obtener mi herencia, sentí que mi triunfo valía muy poco. Sin ti no significaba nada. Volví a buscarte porque tenía que hacerlo. La vida sin ti no tiene sentido.
—Jamás pensé que te oiría decir eso.
—He querido decírtelo tantas veces… Y cada palabra que te he dicho ha sido dictada por el corazón.
—Derek…
Me cogió en sus brazos y me besó, con un beso que me demostraba toda su pasión y toda su increíble ternura. Cuando levantó la cabeza, vi que el amor brillaba en sus ojos, esos ojos que nunca más volverían a ser fríos, lejanos. Me volví para mirar el río y me rodeó con sus brazos, y volvió a atraerme hacia él.
Sentí su fuerza, su calor, y la felicidad que iba creciendo dentro de mí era tan maravillosa que pensé que podría llegar a morirme de alegría. Derek agachó la cabeza y me rozó la mejilla con sus labios.
—Jamás te dejaré ir —murmuró—. El pasado ha quedado atrás, Marietta. El futuro es nuestro… juntos.
—Juntos —murmuré.
—Desde este momento —dijo.
Y el futuro comenzó.