X

—Deja de llorar, Cassie —dije en tono severo—. No vas a solucionar nada con eso, y además… ¡además estoy empezando a cansarme!

—A usted no le importa —dijo entre sollozos—. El amo encadenó a Adam y le encerró en el cobertizo, y mañana va a venir ese hombre para llevárselo.

—Ya lo sé, Cassie.

—¿Por qué tuvo que encadenar a Adam? ¿Por qué tuvo que encerrarle así? Adam no iba a escapar. Tiene su orgullo, señorita Marietta. Encadenándole así le hace… le hace sentir como un negro despreciable. Se va a morir de vergüenza, y yo también me voy a morir. Si se lo llevan, por Dios que me muero…

—No sigas, Cassie.

Se me partía el corazón al tenerle que hablar así, pero ya no podía soportar su llanto.

Cassie fue a refugiarse al otro extremo de la cocina, y ahí se quedó, de pie, retorciéndose las manos y con los ojos llenos de lágrimas. Quería cogerla entre mis brazos, abrazarla, consolarla, pero no podía. No era el mejor momento para dejarse llevar por los sentimientos. Tenía muchas cosas en la mente, muchas cosas que hacer, y necesitaría toda la fuerza y todo el valor que pudiera reunir. Sabía que debía mantenerme tan fría y tranquila como me fuera posible.

—Es cruel lo que está haciendo —gimió Cassie, ahogada en el llanto—. El amo siempre había sido bueno, justo, y ahora…

—Salgo un minuto para ver a Mattie —interrumpí—. El amo va a llegar en cualquier momento y querrá encontrar la cena lista. Será mejor que pongas la mesa, Cassie. Saca los guisantes del fuego y echa una mirada al pan de maíz. ¿Ya has cortado la carne?

Cassie, destrozada, asintió con la cabeza, y yo me sentía como una traidora mientras salía y cruzaba el patio hacia la cabaña de Mattie. No había revelado mis planes a Cassie y tampoco le había dicho nada a Adam por miedo a que, en un momento de descuido, se delataran. Sólo había hablado con dos personas: Mattie y Elijah Jones. La noche anterior, corriendo un riesgo tremendo, después de que Derek se fuera a dormir, salí sigilosamente de la casa. Había ido caminando hasta la granja de Elijah y había regresado poco antes de que amaneciera. Todo estaba listo. Sólo le pedía a Dios que me diera fuerzas para llevarlo a cabo.

Por la mañana, Derek y yo habíamos tenido una violenta discusión. Yo creía innecesario encadenar a Adam, pero Derek insistía en que era una precaución que debía tomar. Adam estaba atónito mientras Derek le llevaba al cobertizo y le colocaba las esposas, pues hasta ese momento ni él ni Cassie habían tenido la más remota sospecha de que le iban a vender. Cassie había estado llorando todo el día, y cuando llevé el almuerzo a Adam éste se había mostrado silencioso y malhumorado, en un esfuerzo desesperado por esconder su angustia. Apenas salí del cobertizo, Derek me quitó las llaves y cerró la puerta otra vez. Sin dirigirle la palabra, caminé rápidamente hacia la casa.

Caleb vagaba frente a la cabaña de Mattie, aturdido y asustado como todos los demás esclavos. Casi no podían creer que Adam estuviera encerrado en el cobertizo, que mañana se lo iban a llevar y jamás volverían a verle. El aire era tenso. No estaban los chicos semidesnudos que siempre jugaban en los escalones. No se oía el alegre y cálido bullicio de las mujeres mientras trabajaban. Todo se había vestido de luto; el silencio sólo era roto por el cacareo de las gallinas y el gruñido de los cerdos en el corral detrás de las cabañas.

Mattie había corrido las cortinas en su cabaña y el interior estaba tan oscuro que casi no se veía nada. Pesadamente, con dificultad, Mattie se levantó de la silla y caminó hacia mí. Estaba nerviosa y tenía los ojos desorbitados por el miedo cuando me entregó el pequeño paquete.

—¿Es esto? —pregunté.

Mattie asintió con la cabeza.

—Lo único que tienes que hacer es ponérselo en el café.

—No… no le va a hacer daño, ¿verdad?

—No; sólo se va a sentir soñoliento y cansado. Va a estar profundamente dormido antes de una hora y mañana, cuando se levante, que será ya tarde, ni siquiera le va a doler la cabeza.

—¿Está segura?

—Segura, señorita Marietta. Empecé a recoger hierbas y a molerlas mucho antes de que usted naciera. Sólo le va a dar sueño y va a dormir como un corderito toda la noche. Ni un terremoto podría despertarle. Se lo pone en el café como ya le dije. Ni siquiera va a notar el sabor.

—Espero que todo salga como usted dice, Mattie.

—Conozco mis brebajes, nena.

—¿No… no lo ha comentado con nadie?

La mujer negó con la cabeza.

—Cuando descubra que los dos negros se han ido, el amo se va a poner furioso, nos va a acribillar a preguntas porque pensará que los ayudamos. Nadie va a saber nada, excepto yo, y sé mantener la boca bien cerrada. Si nadie la ve o la oye esta noche, nadie nunca va a pensar que tuvo algo que ver con el asunto.

—Así es como quiero que sea —le dije—. Él… él no debe enterarse.

—Está haciendo algo muy arriesgado, nena. Algo muy valiente. Creo que yo me moriría de miedo. Esos dos tienen suerte de tenerla a su lado.

Derek volvía a la casa mientras yo cruzaba el patio. Parecía exhausto; la camisa, empapada de sudor, estaba pegada a su espalda, y los pantalones estaban llenos de tierra. Sin decir palabra, entré rápidamente en la casa y, más tarde, mientras le servía la cena, también seguí en silencio. Se había lavado y cambiado de ropa, pero todavía parecía cansado. Yo sabía que le resultaba difícil, que odiaba la idea de separarse de Adam, pero tenía que mantenerme fuerte y no demostrarle que lo comprendía. Estaba preocupada por Adam y Cassie. Más tarde ya me preocuparía por Derek. Me temblaba ligeramente la mano mientras llevaba el café al comedor. El líquido era espeso y caliente, humeante mientras lo servía. Me aliviaba descubrir que la sensación de culpa era mínima.

Le encontré bostezando cuando volví con el pastel de arroz que había preparado de postre. Los ojos se le cerraban y vi que luchaba por mantenerse despierto.

—¿Te sientes bien? —pregunté—. Pareces… más cansado que de costumbre.

—Debo haber trabajado más de lo que pensaba. Casi no puedo mantener los ojos abiertos. No quiero postre, Marietta. Voy… voy a subir a mi cuarto. Quiero acostarme temprano.

Media hora más tarde entré sigilosamente en su habitación.

Yacía atravesado en la cama, sobre las mantas, profundamente dormido. Se había quitado las botas y la camisa, pero todavía llevaba puestos los pantalones y había dejado la lámpara encendida. La apagué, y mientras la luz de la luna inundaba la habitación le acomodé y le apoyé la cabeza en la almohada. Derek gimió e hizo una mueca cuando le cubrí con una ligera manta, pero no se despertó. Le dejé allí, en la oscuridad, y bajé rápidamente a la cocina, donde Cassie estaba lavando los platos.

—Quiero que me escuches con atención —le dije—. No hagas preguntas, haz sólo lo que te digo. Ve a tu cabaña y prepara tus cosas. También las de Adam. Pero no hagas ruido. Que nadie te vea ni te oiga. Nos encontraremos junto al granero, en la parte oscura.

—No… no entiendo, señorita Marietta. ¿Qué…?

—¡Sin preguntas, Cassie! Es importante que hagas todo exactamente como yo te digo.

Entonces comprendió. Parecía no creer lo que le decía, después se mostró asustada y al fin asintió y me abrazó con fuerza mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Apagué la lámpara de la cocina y Cassie salió sigilosamente mientras la noche la envolvía con su negro manto. Con suerte, los demás esclavos ya estarían en sus cabañas. Miré de reojo por la ventana y casi no pude ver a la muchacha que cruzaba el oscuro patio, siguiendo el recorrido de las sombras. De pronto me di cuenta de la magnitud de lo que yo estaba haciendo y me asaltaron las dudas. Realmente se pondría muy furioso cuando descubriese que la pareja se había fugado. Haría que los buscaran por todas partes. Pero ¿qué pasaría si descubriese que yo era la responsable…? Otra vez traté de mantenerme fuerte. No podía darme el lujo de pensar en las posibles consecuencias, y menos en este momento.

Crucé rápidamente el vestíbulo y entré al despacho. La lámpara estaba encendida y llenaba la habitación de una luz apacible, dorada; todas las cortinas estaban descorridas. Me sentía culpable y las corrí para que nadie pudiera verme desde fuera. Después caminé hasta la mesa del despacho, abrí el último cajón y saqué la cigarrera. Necesitarían una cierta cantidad de dinero antes de llegar a un lugar seguro. No pensaba sacar mucho. Tal vez Derek ni siquiera se daría cuenta, me decía a mí misma mientras cogía cuidadosamente varios billetes. Los doblé y los guardé en el bolsillo de mi falda. Luego volví a poner la cigarrera en su lugar y cerré el cajón.

Todavía estaba nerviosa cuando salí y caminé entre las sombras hasta el granero. A pesar de mi resolución, a pesar de tener la seguridad de que la justicia estaba de mi lado, sentí que algo temblaba dentro de mí cuando entré al oscuro granero y, a ciegas, busqué el estante en el que hacía unas horas había escondido el martillo y el formón. Las gallinas dormían y se alborotaron cuando recorrí el estante con la mano. Por fin encontré las herramientas. Me habían preparado una trampa y había sido sentenciada por un delito del que no era culpable. Ahora estaba cometiendo un delito que, al menos legalmente, era mucho más serio.

Cogí las herramientas y salí de ese granero que olía a heno y cuero viejo. Caminé en silencio hacia donde estaba encerrado Adam. La luna brillaba demasiado y el cobertizo estaba demasiado cerca de donde vivían los demás esclavos. Los caballos se movieron inquietos en las cuadras cuando pasé frente a los establos. Me asustó el grito de una lechuza. La fachada del cobertizo estaba totalmente iluminada por la luz de la luna, cubierta por negras sombras que parecían encajes que se balanceaban y se mecían cada vez que la brisa hacía mover las ramas de los árboles. Miré al cielo y vi que la luna estaba a punto de desaparecer detrás de un grupo de nubes. Esperé.

Cada minuto parecía una eternidad, porque el factor tiempo era esencial. Elijah no podía arriesgarse a esconderlos en su habitación secreta, ya que estaba demasiado cerca de Shadow Oaks. Tendría que llevarlos a una granja a unos quince kilómetros de allí, y después volver a su propia granja antes del amanecer. Con todas las sospechas que caían sobre él, no podía correr el riesgo de que llegara la mañana y él no hubiese regresado. Le llevaría casi toda la noche realizar su misión, y cada minuto que pasaba le restaba posibilidades de regresar antes del alba.

Un grupo de nubes cubrió la faz de la luna, y aquel plateado resplandor comenzó a palidecer. En pocos minutos todo estuvo cubierto de una profunda y aterciopelada oscuridad. Lo que yo necesitaba. Caminé hasta la puerta del cobertizo, introduje el filo del formón entre la madera y el borde de la cerradura, y comencé a golpear con el martillo. Tenía miedo de hacer demasiado ruido.

No pude coger las llaves porque Derek las tenía en el bolsillo de los pantalones y, aunque hubiera podido sacárselas, no me habría arriesgado. Todo debía parecer como si Adam se hubiera escapado con la ayuda de Cassie. La cerradura debía quedar suelta, y la madera, astillada como la estaba astillando yo.

Era un trabajo lento. Tenía los nervios tensos y estaba terriblemente impaciente. Respiré hondo y, con todas mis fuerzas, di un último martillazo. Sonó tan fuerte y tan claramente como si un herrero hubiera golpeado su yunque, pero al fin la cerradura se soltó. Abrí la puerta y entré al cobertizo. Estaba completamente oscuro y olía a humedad, a alimento podrido y a alquitrán. No podía ver a Adam, pero sentía su presencia.

Sentía su miedo y su humillación. Se movió. Oí el ruido de las cadenas.

—¿Quién… quién anda ahí? —gruñó. Aunque la voz era grave y áspera, descubrí en ella un ligero temblor que antes no tenía.

—Soy yo, Adam. Voy a sacarte de aquí.

—¿Señorita Marietta? ¿Ha venido… a ayudarme a escapar?

—Sí. Todo está arreglado.

—No, señorita, no puedo permitir que haga eso. Es demasiado peligroso. El amo la… si se llegara a enterar, la…

—¡No discutas, Adam!

—Usted es un ángel, un ángel precioso, y yo le agradezco lo que quiere hacer, pero no puedo permitírselo. El amo se pondría furioso. La azotaría, señorita Marietta, la…

—No se va a enterar. Voy a tener que abrir el candado de las esposas, Adam. Sólo voy a tardar unos minutos.

En ese momento la luna reapareció por detrás de las nubes. El cobertizo se inundó de una luz plateada, opaca. Vi a Adam agachado en el suelo, con esposas de hierro en ambas muñecas y la cadena atada a un poste de madera. Se levantó cuando me acerqué. Sacudía la cabeza. Me saqué una horquilla del cabello, le cogí una de las muñecas e introduje la horquilla en el diminuto agujero destinado a la llave. Adam observaba con mirada de reprobación.

—Jamás logrará abrirlas con esa horquilla, señorita Marietta. Tardaría toda la noche.

—No estés tan seguro —le respondí, y en ese momento se oyó un ruido agudo y seco y la esposa se abrió. La muñeca estaba libre.

—¿Cómo… cómo lo ha hecho?

—Había una muchacha en el… en el barco de prisioneros, una muchacha que se llamaba Angie. Decía que no existía en el mundo un candado que ella no pudiera abrir con una horquilla, me enseñó cómo usarlas. De momento dejaremos la otra como está. Tenemos que darnos prisa…

—Señorita Marietta, yo no puedo permitir que usted…

—Cassie nos está esperando junto al granero —interrumpí—. Los dos estaréis a salvo antes de que amanezca.

—¿Está… está segura de que quiere hacer esto, señorita Marietta?

—Claro que estoy segura. Vamos. Tendremos… tendremos que tener cuidado. Nadie debe vernos, ni siquiera los otros esclavos. La única que está enterada de todo es Mattie. Tuve… tuve miedo de que alguno de los otros pudiese hablar.

Adam dudó por un momento, y después me siguió hacia la puerta. Nos quedamos allí de pie, esperando la colaboración de las nubes otra vez, y cuando estuvo suficientemente oscuro salimos corriendo del cobertizo en dirección al granero. Adam apretaba la cadena con la mano para que no hiciera ruido. Cassie nos esperaba entre las sombras, con un enorme bulto en la mano.

Lo dejó caer y, sollozando, se abrazó a Adam. Él la apretó con tanta fuerza que parecía que los huesos se le iban a romper.

Cassie seguía sollozando, y sus hombros se agitaban con el llanto. Adam la apartó de su lado con gesto severo.

—¡Deja de hacer tanto escándalo, mujer! ¿Quieres despertar a todos los negros?

—Es que… es que estoy tan contenta.

—¿Te ha visto alguien, Cassie? —pregunté.

Cassie negó con la cabeza.

—Ni un alma, señorita Marietta. Entré a la cabaña como un ladrón y caminé sin hacer ruido. Esperé… esperé que nadie se moviera antes de venir hacia aquí. Pero ese Caleb… le vi pasar hace un minuto camino del retrete. Debe estar a punto de volver.

Antes de que terminara de hablar oímos los lentos pasos del muchacho que regresaba a las cabañas. Arrastraba los pies y tarareaba en voz muy baja. Caminaba con increíble lentitud, como si deliberadamente quisiera perder el tiempo. La lechuza volvió a gritar. Caleb se detuvo e inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Dónde estás, lechuza?

Aunque todo estaba cubierto por las sombras, la luna volvió a derramar su luz por el borde de las nubes, y pudimos ver claramente al muchacho. Frunció el ceño y miró entre los árboles en un esfuerzo por localizar la lechuza.

Los minutos pasaban y él no se movía. Pensé que no podría contenerme y que iba a gritar. Adam percibió lo que yo sentía y entre dientes profirió un juramento. Pareció que las orejas de Caleb se movían. Giró sobre sí mismo para mirar hacia las sombras que nos protegían. Tenía los ojos desorbitados por el miedo, la boca abierta.

—¿Quién… quién anda ahí? ¿Qué… qué ha sido ese ruido?

—¡No debe vernos, Adam! —murmuré desesperada.

Adam asintió con la cabeza y se agachó para coger una enorme piedra. La tiró. La piedra cruzó el patio y fue a dar contra un árbol con un tremendo impacto. Caleb saltó por lo menos un metro y se volvió hacia donde había oído el ruido. Ahora nos daba la espalda. Adam salió de las sombras como una flecha y cayó sobre el muchacho por detrás. Le tapó la boca con una mano y con un brazo le apretó la garganta. Caleb luchaba con todas sus fuerzas, agitando los brazos, dando puntapiés, pero todo era inútil. Adam caminó hacia atrás, levantó al muchacho del suelo y le apretó brutalmente el cuello. En pocos minutos, Caleb se quedó inmóvil; su cuerpo estaba distendido mientras Adam le arrastraba hasta donde estábamos nosotras.

—¿No… no le habrás…?

—No, no le he matado. Sólo le apreté hasta que perdió las fuerzas y se desmayó. Le va a doler el cuello, pero estará bien. Volverá en sí dentro de pocos minutos.

—Dará la voz de alarma…

—Supongo que sí —afirmó Adam—. Había una soga en el cobertizo. Le voy a llevar allá y le ataré bien… y creo que será mejor que también le amordace, o gritará como un cerdo. Hay unos trapos en uno de los estantes.

—Rápido, Adam —le pedí.

Adam levantó al muchacho y lo cargó sobre un hombro como si fuera un saco de patatas. Luego caminó rápidamente hacia el cobertizo. Cassie y yo nos recostamos contra el granero y esperamos. Ella temblaba de miedo. Le cogí la mano y se la apreté con fuerza. Yo también tenía miedo. Aquella serena resolución se había esfumado, y ahora sentía una nerviosa aprensión que me resultaba difícil de controlar. La luna volvió a desaparecer. El patio quedó oculto entre las sombras. Adam volvió tan silenciosamente que tanto Cassie como yo nos sobresaltamos al oír el ruido de las cadenas justo frente a nosotras.

—¡Santo Dios! —exclamó Cassie—. Por poco me muero del susto.

—Lo he atado bien, señorita Marietta —me informó Adam—. Empezaba a volver en sí cuando terminé de atarlo. Abrió la boca para gritar, pero le metí unos trapos y le amordacé con fuerza. No va a gritar y tampoco va a ir a ningún lado.

—Supongo… supongo que estará bien.

—Sólo un poco incómodo. Antes de salir de allí volví a poner la cerradura en su lugar y puse los clavos en los agujeros para que todo parezca normal. Nadie va a sospechar nada hasta que lo vean de cerca. Me imagino que se van a llevar una sorpresa.

—Ya lo creo. Será… será mejor que partamos mientras todavía está oscuro. El señor Jones nos está esperando con su carreta camino arriba.

En silencio, rápidamente, pasamos frente a las cabañas de los demás esclavos. Adam sostenía la cadena para que no hiciera ruido; Cassie apretaba el fardo que llevaba. Pasamos junto a la casa y bajamos hacia el camino, siempre envueltos en el manto de aquella bendita oscuridad. Tropecé, Adam me sujetó por un brazo. Mis ojos se estaban acostumbrando ya a la oscuridad, y también los de ellos; por eso podíamos caminar con más rapidez, casi corriendo. La luna volvió a aparecer cuando llegamos al camino, pero los árboles que crecían a ambos lados nos ofrecían el amparo que necesitábamos. Cuando Shadow Oaks por fin quedó atrás, redujimos la marcha y luego nos detuvimos un momento para recobrar el aliento.

—Será mejor que abra la otra esposa —dije—. Supongo que no querrás arrastrar esa cadena a todas partes.

Realicé la tarea con toda facilidad. Cassie estaba tan sorprendida como lo había estado Adam.

—¿Cómo lo hace, señorita Marietta?

—Adam te lo explicará luego —le respondí.

Adam arrojó la cadena y las esposas al otro lado del camino.

Cayeron en la zanja con estrépito.

—Me… me siento como… como un hombre libre —dijo. Había miedo y emoción en su voz—. Ya no soy un esclavo.

Sois libres, Adam —le dije—. Tú y Cassie. Vuestro hijo nacerá en el norte. Ambos encontraréis un trabajo y os ganaréis la vida y… y todo va a salir bien.

—Gracias a usted, señorita Marietta —expresó con voz serena—. Usted es una mujer excepcional, y siempre le estaremos agradecidos…

—Tomad —dije mientras metía la mano en el bolsillo y sacaba el dinero—. Necesitaréis esto.

—¡Se lo… se lo ha robado al amo! —exclamó Cassie—. ¡Santo Dios! Señorita Marietta, si se entera…

—No va a enterarse —le aseguré—. Será mejor que sigamos caminando. La carreta debería estar allá, después de aquella curva.

Aceleramos el paso, sin apartarnos de las sombras. Elijah había colocado la carreta fuera del camino, y casi no se la veía entre las sombras. Si uno de los caballos no se hubiese desviado hacia un lado habríamos pasado a su lado sin verla. El predicador bajó y nos esperó al pie de la carreta.

—Se nos ha hecho un poco tarde —le expliqué—. Hubo… complicaciones. Pero nadie nos ha visto. Éstos son Adam y su esposa Cassie. Cassie, Adam, éste es el señor Jones. Os llevará a una granja, a unos quince kilómetros de aquí. Allí hay un hombre que os esconderá y os tendrá a salvo hasta que pueda llevaros más lejos. Mucha gente va a ayudaros en el futuro.

Cassie comenzó a sollozar. Se abrazó a mí con desesperación.

—No… no quisiera dejarla —dijo entre lágrimas—. Ha sido tan buena y generosa… Nunca conocí a nadie como usted. Voy a estar muy preocupada…

—No hay por qué preocuparse, Cassie. Sólo… sé feliz.

Cassie asintió con la cabeza mientras seguía abrazada a mí.

Elijah Jones la cogió suavemente por un brazo y la ayudó a subir al asiento de la carreta. Luego él también subió y se sentó a su lado. Adam seguía de pie, mirándome. Me tomó las manos y las apretó con fuerza. Estaba emocionado, demasiado emocionado para hablar. Tenía lágrimas en los ojos, y yo traté de sonreírle.

Cuando me soltó las manos le acaricié una mejilla.

—Cuídala, Adam. Y tú cuídate también.

—Así lo haré, señorita Marietta. Nunca… nunca la olvidaremos.

—Vamos, muchacho —dijo Jones con impaciencia—. No podemos perder tiempo.

Adam subió a la carreta, se sentó junto a su esposa y le rodeó los hombros con su brazo. Jones tomó las riendas y las chasqueó, y los caballos volvieron al camino, bajo la luz de la luna. La carreta comenzó a avanzar rápidamente camino abajo cuando los caballos empezaron un galope tendido.

Cassie se volvió para agitar una mano, y yo le devolví el saludo, aunque permanecía en las sombras y sabía que ella no podía verme. Oí los cascos de los caballos que golpeaban contra el suelo, las ruedas que giraban cuando la carreta dobló la curva, y luego el ruido se hizo cada vez más distante, hasta que por fin sólo se oyó el ronco canto de los grillos y el suave murmullo de las hojas.

Comencé a caminar lentamente hacia la casa, triste, cansada, orgullosa de lo que había hecho. Derek se pondría furioso y su situación económica sería desesperada, pero estaba segura de que, de alguna manera, podría solucionarla. Adam y Cassie estarían juntos, y eso era todo lo que importaba por el momento.

Al entrar en la cocina pensé en Caleb, que seguía atado en el cobertizo, y deseé poder ayudarle. Pero descarté la idea, por supuesto. Sólo tendría que estar incómodo el resto de la noche.

Subí las escaleras y me detuve para asomarme al cuarto de Derek.

Estaba aún profundamente dormido. Me quedé de pie junto a la puerta por un momento, mirándole dormir; sabía que le había traicionado. Luego crucé cansada el vestíbulo hasta mi habitación. Temía la llegada del nuevo día.