En casa del abuelo.

Cuando tía Dete hubo desaparecido, el Viejo se volvió a sentar sobre el banco y empezó a sacar de su pipa grandes nubes de humo, la mirada fijada en el suelo, sin decir una palabra.

Mientras se hallaba sumido en sus meditaciones, Heidi examinó con visible satisfacción todo cuanto la rodeaba. Poco tardó en descubrir el establo de las cabras adosado a la casa, y echó un vistazo en el interior. Estaba vacío. La niña continuó entonces sus exploraciones y llegó hasta los viejos abetos, detrás de la cabaña. El viento soplaba con tanta fuerza en las ramas, que se oía gemir y aullar en las cimas. Heidi se detuvo para escuchar. Cuando el viento amainó un poco, la niña dio la vuelta a la cabaña y se encontró otra vez frente a su abuelo. Vio que no se había movido del sitio. Entonces se colocó delante de él y, con las manos a la espalda, le contempló. El abuelo alzó los ojos.