Prefacio

Este ensayo no es una contribución a la filosofía. Es tan solo una exposición de ciertas ideas que debieran tenerse en cuenta a la hora de lidiar con la teoría del conocimiento.

Por lo general, la lógica tradicional y la epistemología han originado disquisiciones sobre la matemática y los métodos de las ciencias naturales. Los filósofos consideraron la física como el modelo que debía seguirse en la ciencia y supusieron alegremente que todo conocimiento debía ajustarse a dicho modelo. Obviaron la biología, complaciéndose de que algún día las generaciones futuras podrían reducir con éxito los fenómenos de la vida a operaciones de elementos descritas completamente por la física. Desdeñaron la historia calificándola de «mera literatura» e ignoraron la existencia de la economía. El positivismo, esbozado por Laplace, bautizado por Auguste Comte y resucitado y sistematizado por el positivismo lógico o empírico contemporáneo es, en esencia, panfisicalismo, un montaje para negar la existencia de cualquier otro método científico más allá de aquel basado en el registro, por parte del físico, de «enunciados protocolares». A tal materialismo se opusieron los metafísicos, quienes se dieron el gusto de inventar entidades ficticias y sistemas arbitrarios de lo que llamaron «filosofía de la historia».

Este ensayo quiere poner de relieve que las ciencias naturales no pueden contribuir en absoluto a la descripción y al análisis de algunas cuestiones presentes en el universo. Fuera del ámbito de estas cuestiones, los procedimientos de las ciencias naturales son capaces de observar y de describir. No es el caso de la acción humana.

Hasta la fecha, nada se ha hecho para sortear el abismo abierto entre los acontecimientos naturales, en cuyas consumaciones la ciencia es incapaz de encontrar finalidad alguna, y los actos conscientes del hombre que aspiran constantemente a determinados fines. Referirse a la acción humana sin aludir a los fines perseguidos por los actores no es menos absurdo de lo que fueron los intentos de recurrir a la finalidad en la interpretación de los fenómenos naturales.

Sería una equivocación insinuar que todos los errores concernientes a la interpretación epistemológica de las ciencias de la acción humana deban ser atribuidos a la adopción injustificada de la epistemología positivista. Han existido otras escuelas de pensamiento que han confundido el tratamiento filosófico de la praxeología y de la historia de forma más severa que el positivismo, por ejemplo, el historicismo. Aun así, el siguiente análisis examina en primer lugar el impacto del positivismo[15].

Con el fin de evitar confusiones en el enfoque del ensayo, es conveniente, incluso necesario, subrayar el hecho de que este trata sobre el conocimiento, la ciencia y las creencias razonables, y que solamente se refiere a doctrinas metafísicas para ilustrar en qué aspectos difieren estas del conocimiento científico. Sostiene, sin reservas, el principio de Locke de «no mantener ninguna proposición con mayor seguridad de la que garantizan las pruebas en las que se basa». Los vicios del positivismo no deben ser encontrados en la adopción de este principio, si no en el hecho de no reconocer ninguna otra manera de demostrar una proposición más que aquella practicada por las ciencias naturales experimentales y de calificar de metafísicos —lo que, en la jerga positivista, es sinónimo de disparatados— los demás métodos de disertación racional. Evidenciar las falacias de esta tesis fundamental del positivismo y determinar sus desastrosas consecuencias es el único tema de este libro.

A pesar del gran desprecio que le merece todo aquello que considera metafísica, la misma epistemología del positivismo se basa en un tipo concreto de metafísica. Está fuera de lugar por parte de toda inquisición racional entrar en ningún análisis sobre las variedades de la metafísica, intentar valorar su trascendencia o su sostenibilidad y confirmarla o refutarla. Lo que puede conseguirse mediante el razonamiento es simplemente mostrar si la doctrina metafísica en cuestión contradice lo que ha sido establecido como verdad científicamente probada. Si esto puede ser demostrado en lo que concierne a las afirmaciones del positivismo en relación con las ciencias de la acción humana, sus argumentos deben ser rechazados en tanto que son fábulas injustificadas. Los mismos positivistas, desde la perspectiva de su propia filosofía, no podrán más que aceptar tal veredicto.

La epistemología general solo puede estudiarse si se está perfectamente familiarizado con todas las ramas del conocimiento humano. Los problemas epistemológicos específicos de los distintos campos del conocimiento son solo accesibles a quienes disponen de un perfecto entendimiento en el campo respectivo. Sería innecesario mencionar este punto si no fuese por la escandalosa ignorancia de todo lo que atañe a las ciencias de la acción humana y que caracteriza las obras de casi todos los filósofos contemporáneos[16].

Se podría incluso cuestionar si es posible separar el análisis de los problemas epistemológicos del tratamiento de los asuntos propios de la ciencia. Las contribuciones esenciales a la epistemología moderna de las ciencias naturales fueron logros de Galileo, no de Bacon, de Newton y Lavoisier, no de Kant y Comte. Las dignas aportaciones dentro de las doctrinas del positivismo lógico se hallan en las obras de los grandes físicos de los últimos cien años, no en la «Enciclopedia de la Ciencia Unificada». Mis contribuciones a la teoría del conocimiento, aunque modestas, se encuentran en mis escritos sobre economía e historia, especialmente en mis libros La Acción Humana y Teoría e Historia. El presente ensayo es un simple apéndice de lo que la economía afirma sobre su propia epistemología.

Quien desee comprender el sentido de la teoría económica debería familiarizarse, en primer lugar, con aquello que la economía enseña y solo entonces, habiendo reflexionado una y otra vez sobre sus teoremas, dirigirse al estudio de los aspectos epistemológicos de la misma. Sin un examen concienzudo de al menos algunas de las cuestiones más importantes del pensamiento praxeológico —como por ejemplo la ley de los retornos (también llamada ley de los rendimientos decrecientes), la ricardiana ley de asociación (más conocida como la ley de la ventaja comparativa), el problema del cálculo económico, entre otras— no se puede aspirar a comprender el significado de la praxeología ni las implicaciones de sus específicos problemas epistemológicos.