Algunas observaciones preliminares relativas a la praxeología en lugar de una introducción

1. El sustrato permanente de la epistemología

Πἁυτα ῥεῖ, todo fluye, dice Heráclito; no hay nada permanente; todo es cambio y devenir. Debe dejarse a la especulación metafísica tratar los problemas de si esta proposición puede ser verificada por parte de una inteligencia sobrehumana y, asimismo, si es posible que una mente humana pueda concebir el cambio sin suponer el concepto de un sustrato que, a medida que cambia, permanece en algún aspecto y sentido constante en el progreso de sus estados sucesivos. Para la epistemología, la teoría del conocimiento humano, existe algo que no puede más que considerarse permanente, a saber, la estructura lógica y praxeológica de la mente humana, por un lado, y el poder de los sentidos humanos, por el otro. Plenamente consciente del hecho de que la naturaleza humana, tal y como se encuentra en esta era de cambios cósmicos en la que vivimos, no existió desde el comienzo ni permanecerá para siempre, la epistemología debe considerarla como inmutable. Las ciencias naturales pueden intentar ir más lejos y estudiar las complejidades de la evolución. Pero la epistemología es una rama —o mejor dicho, la base— de las ciencias del hombre. Trata sobre un aspecto de la naturaleza del hombre desde el momento en que este emergió de las vicisitudes del cosmos hasta el mismo periodo de la historia del universo en que nos encontramos. No trata sobre el pensamiento, la percepción y el entendimiento en general, sino sobre el pensamiento, la percepción y el entendimiento humanos. Y es que para la epistemología hay algo que debe tomarse como inmutable, a saber, la estructura lógica y praxeológica de la mente humana.

No debe confundirse el conocimiento con el misticismo. El místico puede afirmar que «la sombra y la luz del sol son lo mismo»[17]. El conocimiento parte de la nítida distinción entre A y no-A.

Sabemos que ha habido períodos en la historia del cosmos en que no existían seres tales como el llamado Homo sapiens y somos libres de suponer que llegarán nuevamente tiempos en que esta especie dejará de existir. Pero en vano cabe especular sobre las condiciones de seres que, en la estructura lógica y praxeología de su mente y en el poder de sus sentidos, son esencialmente diferentes del hombre como lo conocemos hoy. El concepto de superhombre preconizado por Nietzsche carece de todo sentido epistemológico.

2. Sobre la acción

La epistemología trata sobre los fenómenos mentales de la vida humana, sobre el hombre en tanto que piensa y actúa. El mayor defecto de los intentos de la epistemología tradicional se encuentra en su desatención a las consideraciones praxeológicas. Los epistemólogos concibieron el pensamiento como un campo inconexo con otras manifestaciones del empeño humano. Abordaron los problemas de la lógica y las matemáticas, pero no lograron comprender los aspectos prácticos del pensamiento. Ignoraron el apriorismo praxeológico.

Los fallos de esta postura se pusieron de manifiesto en las enseñanzas de la teología natural en contraste con la teología revelada. La teología natural vio en la liberación de las limitaciones de la mente y la voluntad humanas el rasgo característico de la deidad. La deidad es omnisciente y todopoderosa. Pero, mientras elaboraban estas ideas, los filósofos no consiguieron advertir que un concepto como el de deidad, que conlleva un Dios actuante, esto es, un Dios que se comporta de la misma manera en que se comporta un hombre al actuar, es contradictorio. El hombre actúa debido a su insatisfacción con el estado de cosas a que se enfrenta en ausencia de su actuación. El hombre actúa porque carece del poder de hacer que las circunstancias resulten enteramente satisfactorias y, así, recurre a los medios apropiados con tal de que resulten lo menos insatisfactorias posibles. No obstante, para un ser supremo y todopoderoso no puede haber ningún tipo de insatisfacción con el estado de cosas prevalente. El todopoderoso no actúa, porque puede convertir en plenamente satisfactorio todo estado de cosas sin acción alguna, es decir, sin recurrir a ningún medio. Para él, no existe tal distinción entre medios y fines. Atribuir a Dios la capacidad de actuar es antropomorfismo. Teniendo en cuenta las limitaciones de la naturaleza humana, el razonamiento discursivo del hombre no podrá nunca circunscribir y definir la esencia de lo omnipotente.

Sin embargo, debe enfatizarse que lo que impidió prestar atención a los asuntos praxeológicos no fueron las consideraciones teológicas. Fue el vehemente deseo de construir la utópica quimera del País de Jauja. Al tiempo que la economía, la rama de la praxeología mejor elaborada hasta la fecha, refutó las falacias de cualquier tipo de utopía, fue esta proscrita y estigmatizada como carente de rigor científico.

El rasgo más característico de la epistemología moderna es el total abandono de la economía, parte del conocimiento cuyo desarrollo y aplicaciones prácticas fueron el acontecimiento más espectacular de la historia moderna.

3. Sobre la economía

El estudio de la economía ha descarriado una y otra vez debido a la presuntuosa idea según la cual la economía debe proceder con arreglo al modelo de otras ciencias. Los desmanes cometidos por tales tergiversaciones no pueden eludirse condenando al economista a reprimir su ávida mirada sobre otros campos del conocimiento o incluso a ignorarlos completamente. La ignorancia, en cualquier campo, no es en ningún caso una cualidad que pueda resultar conveniente para la búsqueda de la verdad. Para evitar el embrollo del estudioso de los asuntos económicos por el empleo de los métodos de la matemática, la física, la biología, la historia o la jurisprudencia, no es necesario menospreciar y olvidarse de estas ciencias sino, por el contrario, tratar de comprenderlas y dominarlas. Quien pretenda lograr algo en praxeología debe estar versado en matemática, física, biología, historia y jurisprudencia con tal de no confundir los cometidos y los métodos de estas otras ramas del conocimiento. El problema de las diversas Escuelas Históricas de economía era, en primer lugar, que sus adeptos eran meros diletantes en el campo de la historia. Cualquier matemático competente es capaz de advertir las falacias subyacentes en todas las variedades de la denominada economía matemática y, especialmente, en la econometría. Ningún biólogo fue nunca persuadido por el organicismo más bien amateur de autores como Paul Lilienfeld.

Cuando una vez manifesté esta opinión en una conferencia, un joven entre el público se opuso. «Pide usted demasiado para un economista», objetó; «nadie puede obligarme a dedicar mi tiempo al estudio de estas ciencias». Le respondí: «Nadie te obliga a ser un economista».

4. El punto de partida del pensamiento praxeológico

El conocimiento a priori de la praxeología difiere totalmente —es categorialmente distinto— del conocimiento a priori de la matemática o, más concretamente, del conocimiento matemático a priori tal como es interpretado por el positivismo lógico. El punto de partida de todo pensamiento praxeológico no consiste en axiomas arbitrariamente seleccionados, sino en proposiciones evidentes en ellas mismas, plena, clara y necesariamente presentes en la mente humana. Un puente infranqueable separa aquellos animales en cuyas mentes se presenta esta cognición de aquellos otros en cuyas mentes no se presenta de manera plena y clara. Solo en el primer caso el apelativo «hombre» es adecuado. El rasgo característico del hombre es precisamente que este actúa conscientemente. El hombre es el homo agens, el animal actuante.

Todo lo que —al margen de la zoología— ha sido científicamente estipulado para distinguir al hombre de los mamíferos no humanos se halla implícito en la proposición «el hombre actúa». Actuar significa esforzarse para alcanzar fines, esto es, escoger un objetivo y recurrir a medios para alcanzar el objetivo perseguido.

La esencia del positivismo lógico consiste en negar el valor cognitivo del conocimiento a priori, señalando que todas las proposiciones a priori son meramente analíticas. No aportan nueva información, son simplemente verbales y tautológicas, redundando en lo que ya se ha derivado de la definición y de las premisas. Solamente la experiencia puede conducir a proposiciones sintéticas. Existe una obvia objeción a esta doctrina, a saber, que esta proposición según la cual ninguna proposición puede ser sintética y a priori a la vez es ella misma —aunque este autor la considere falsa— una proposición sintética a priori, puesto que no puede ser establecida por la experiencia.

Sin embargo, toda esta controversia carece de sentido con respecto a la praxeología. Se refiere esencialmente a la geometría. Su condición actual, especialmente su tratamiento por el positivismo lógico, se ha visto profundamente influenciado por la sacudida que la filosofía occidental recibió del descubrimiento de las geometrías no euclidianas. Anteriormente a Bolyai y Lobachevski, la geometría era, a la vista de los filósofos, el arquetipo de ciencia perfecta; se asumía que podía proporcionar una inquebrantable certeza para siempre y para todo el mundo. Proceder asimismo en otras ramas del conocimiento more geométrico constituía el gran ideal de los que buscaban la verdad. Todos los conceptos epistemológicos tradicionales empezaron a tambalearse cuando fructificaron los intentos de construir geometrías no euclidianas.

Mas la praxeología no es geometría. La peor de todas las supersticiones consiste en asumir que las características epistemológicas de una rama del conocimiento deban necesariamente aplicarse a otras ramas. Al tratar con la epistemología de las ciencias de la acción humana, no debe seguirse el ejemplo de la geometría, la mecánica o cualquier otra ciencia.

Los supuestos de Euclides se consideraron por un tiempo verdades autoevidentes. La epistemología contemporánea las considera postulados libremente seleccionados, el punto de partida de un hipotético encadenamiento de razonamientos lógicos. Signifique lo que signifique, esto no atañe a las preocupaciones de la praxeología.

El punto de partida de la praxeología es una verdad autoevidente, la cognición de la acción, esto es, la cognición del hecho de que existe algo que conscientemente aspira a fines determinados. Es inútil poner reparos a estos enunciados refiriéndose a problemas filosóficos que no mantienen ninguna relación con nuestra discusión. La verdad de esta cognición es tan evidente e indispensable para la mente humana como lo es la distinción entre A y no-A.

5. La realidad del mundo exterior

Desde el punto de vista praxeológico no es posible cuestionarse la verdadera existencia de la materia, de los objetos físicos y del mundo exterior. Su realidad se revela por el hecho de que el hombre no es omnipotente. Hay algo en el mundo que opone resistencia al cumplimiento de sus deseos y aspiraciones. Vano es cualquier intento de eliminar por real decreto lo que le importuna y de sustituir por un estado de cosas que le es más favorable otro que le es menos. Si pretende lograr sus objetivos, debe proceder de acuerdo con los métodos ajustados a la estructura de algo sobre lo cual la percepción pueda proporcionarle algún tipo de información.

Podemos definir el mundo exterior como la totalidad de cosas y eventos que determinan la viabilidad o inviabilidad, el éxito o el fracaso de la acción humana.

La tan discutida cuestión sobre si los objetos físicos pueden o no ser concebidos como existentes con independencia de la mente es estéril. Durante miles de años las mentes de los médicos no percibieron los gérmenes y no por ello divinizaron su existencia. Pero el éxito o el fracaso de su empeño por mantener la salud y la vida de sus pacientes dependían de la manera en que estos gérmenes influyeran en la actividad de los órganos del paciente. Los gérmenes eran reales porque condicionaban el resultado de los acontecimientos, bien interfiriendo o no interfiriendo, bien estando presentes o estando ausentes.

6. Causalidad y teleología

La acción es una categoría que las ciencias naturales no tienen en cuenta. El científico actúa al emprender su trabajo de investigación, pero en la órbita de los acontecimientos naturales del mundo exterior que él mismo explora no existe tal acción. Hay agitación, estímulo y respuesta y, sea lo que sea lo que puedan objetar algunos filósofos, hay causa y efecto. Hay lo que parece ser una inexorable regularidad en la concatenación y secuencia de fenómenos. Hay relaciones constantes entre entidades que permiten al científico establecer el llamado proceso de medición. Pero no hay nada que pueda sugerir la persecución de fines; no hay ningún propósito establecido.

Las ciencias naturales se basan en investigaciones sobre la causalidad; las ciencias de la acción humana son teleológicas. Al establecer esta distinción entre los dos campos del conocimiento humano, no expresamos ninguna opinión acerca de la cuestión sobre si el curso de todos los acontecimientos cósmicos está o no determinado en última instancia por los designios de un ser sobrehumano. El tratamiento de este vasto problema trasciende el ámbito de la razón humana y está fuera del dominio de las ciencias del hombre. Se halla en el territorio reclamado por la metafísica y la teología.

El propósito al que las ciencias de la acción humana se refieren no consiste en los planes ni en los modos de Dios, sino en los fines perseguidos por hombres que actúan al perseguir sus propios designios. Los intentos de la disciplina metafísica de la frecuentemente llamada filosofía de la historia por desvelar mediante el flujo de los acontecimientos históricos los planes ocultos de Dios o de cualquier entidad mítica (como por ejemplo, en el esquema de Marx, las fuerzas productivas) no son ciencia.

Al tratar sobre un determinado hecho histórico, por ejemplo la Primera Guerra Mundial, el historiador debe descubrir los fines perseguidos por los diversos individuos y grupos que desempeñaron papel decisivo en la organización de aquellas contiendas o en luchar contra los atacantes. Tiene que examinar el resultado derivado de las acciones de toda la gente involucrada y compararlo con el estado de cosas previo, así como con las intenciones de los actores. Pero no corresponde al historiador encontrar un sentido «elevado» y «profundo» revelado o producido por estos hechos. Quizás exista tal cosa como un significado o propósito «elevado» o «profundo» en la serie de acontecimientos históricos. Pero para los mortales no hay manera de entender tales significados «elevados» y «profundos».

7. La categoría de la acción

Todos los elementos de las ciencias teóricas de la acción humana se deducen de la categoría de la acción y se hacen explícitos al discurrir sobre su contenido. Si bien entre estos elementos de la teleología se encuentra también la categoría de la causalidad, la categoría de la acción es la categoría fundamental de la epistemología, el punto de partida de cualquier análisis epistemológico.

La propia categoría o concepto de acción comprende los conceptos de medios y fines, de preferir y renunciar, a saber, de valoración, de éxito y fracaso, de beneficio y pérdida, de coste. Puesto que ninguna acción puede ser concebida y emprendida sin ideas definidas sobre la relación entre causa y efecto, la teleología presupone la causalidad.

Los animales se ven obligados a adaptarse a las condiciones naturales del entorno; si no logran fructificar en este proceso de adaptación, terminan desapareciendo. El hombre es el único animal capaz —dentro de unos límites— de acomodar intencionadamente su entorno para adaptarse mejor.

Podemos imaginar el proceso evolutivo que transformó los ancestros no humanos en seres humanos como un continuo de cambios pequeños y graduales durante millones de años. Pero nos es imposible imaginar una mente en que la categoría de acción haya estado presente solo de forma incompleta. No existe nada a mitad de camino entre un ser guiado exclusivamente por instintos e impulsos fisiológicos y un ser que escoge fines y los medios para la consecución de estos fines. No podríamos concebir un ser que actuara y no distinguiera in concreto qué es un fin y qué es un medio, qué es éxito y qué es fracaso, qué prefiere más y qué prefiere menos, qué beneficios o pérdidas se derivan de su acción y cuáles son sus costes. Al tratar de alcanzar todas estas cosas, puede, por supuesto, equivocarse en sus juicios sobre el papel que múltiples factores externos y objetos desempeñan en la estructura de su acción.

Un determinado modo de conducta puede considerarse acción solo si estas distinciones están presentes en la mente del hombre en cuestión.

8. Las ciencias de la acción humana

La lengua alemana ha acuñado un término apropiado para denotar la totalidad de las ciencias que se ocupan de la acción humana en contraste con las ciencias naturales, a saber, el término Geisteswissenschaften. Por desgracia, algunos autores han lastrado este término con implicaciones místicas y metafísicas, restándole utilidad. En inglés, el término «pneumatología» (sugerido por Bentham[18], en contraposición a la somatología) habría cumplido su función, pero no fue nunca aceptado. El término «ciencias morales» empleado por John Stuart Mill no resulta satisfactorio debido a su vinculación epistemológica con la disciplina normativa de la ética. El término «humanidades» se usa tradicionalmente para referirse exclusivamente a las ramas de la historia de las ciencias de la acción humana. Así pues, nos vemos obligados a emplear un término más bien pesado como «ciencias de la acción humana».