4. Certidumbre e incertidumbre

1. El problema de la precisión cuantitativa

Los experimentos de laboratorio y las observaciones de los fenómenos exteriores permiten a las ciencias naturales proceder a la medición y cuantificación del conocimiento. Al referirse a este asunto, uno solía considerar a estas ciencias como ciencias exactas y lamentarse de la falta de exactitud de las ciencias de la acción humana.

Hoy en día nadie niega que, dada la insuficiencia de nuestros sentidos, las mediciones jamás son perfectas y precisas en el sentido completo del término. Son solamente más o menos aproximadas. Además, el principio de Heisenberg muestra que hay relaciones que el hombre no puede medir en absoluto. No hay tal cosa como la exactitud cuantitativa en nuestra descripción de los fenómenos naturales. Sin embargo, las aproximaciones que las mediciones de los objetos físicos y químicos pueden brindar son, en términos generales, suficientes a los fines prácticos. La órbita de la tecnología es una órbita de medición y de precisión cuantitativa aproximadas.

En el ámbito de la acción humana no existen relaciones constantes entre ninguna de las variables. Consecuentemente, no hay medición ni cuantificación posible. Todas las magnitudes medibles que las ciencias de la acción humana encuentran son cantidades de la naturaleza en que el hombre vive y actúa. Son datos históricos, por ejemplo, datos de la historia económica o militar, y deben ser claramente diferenciados de los problemas que aborda la teórica ciencia de la acción humana —la praxeología y, especialmente su parte más desarrollada, la economía—.

Engañados por la idea de que las ciencias de la acción humana deben imitar las técnicas de las ciencias naturales, muchos autores intentan cuantificar la economía. Creen que la economía debe imitar a la química, que avanzó desde una etapa cualitativa hacia una etapa cuantitativa[54]. Su lema es la máxima positivista: la ciencia es medir. Apoyados por fondos ricos, están ocupados reimprimiendo y reacomodando datos estadísticos provistos por los gobiernos, por asociaciones comerciales y por corporaciones y otras empresas. Tratan de computar las relaciones aritméticas entre muchos de estos datos para, de allí, determinar lo que llaman, análogamente a las ciencias naturales, correlaciones y funciones. No logran darse cuenta de que en el campo de la acción humana las estadísticas son siempre historia y las supuestas «correlaciones» y «funciones» no describen nada más que lo que sucedió en un instante determinado del tiempo en una determinada área geográfica como resultado de la acción de un número determinado de personas[55]. Como método de análisis económico, la econometría es un juego infantil con figuras que no contribuyen en nada al esclarecimiento de los problemas de la realidad.

2. Conocimiento cierto

El empirismo radical rechaza la idea de que el conocimiento cierto relativo a las condiciones del universo esté al alcance de la mente de los mortales. Considera las categorías a priori de la lógica y de las matemáticas como supuestos o convenciones libremente elegidas por su conveniencia para la obtención del tipo de conocimiento que el hombre es capaz de adquirir. Todo lo que se infiere de la deducción de estas categorías a priori es meramente tautológico y no brinda ninguna información acerca del estado de la realidad. Aun si aceptáramos el indefendible dogma de la regularidad en la concatenación y sucesión de eventos naturales, la falibilidad e insuficiencia de los sentidos humanos haría imposible dotar de certidumbre cualquier conocimiento a posteriori. Nosotros, como seres humanos que somos, debemos conformarnos con este estado de cosas. El modo en que las cosas «realmente» son o pueden aparecer cuando son vistas por una inteligencia sobrehumana, esencialmente distinta a la del hombre que opera en este siglo de la historia cósmica, es para nosotros inescrutable.

No obstante, este radical escepticismo no se refiere al conocimiento praxeológico. La praxeología también comienza con una categoría a priori y procede mediante razonamiento deductivo. Y aun así las objeciones planteadas por el escepticismo respecto de la contundencia de las categorías y el razonamiento a priori no se aplican a ella. Porque, enfatizamos nuevamente, la realidad cuya elucidación e interpretación es tarea de la praxeología tiene el mismo género que la estructura lógica de la mente humana. La mente humana genera tanto el pensamiento humano como la acción humana. La acción y el pensamiento humanos emanan de la misma fuente y son, en este sentido, homogéneos. No hay nada en la estructura de la acción que la mente humana no pueda explicar de manera completa. En este sentido, la praxeología brinda un conocimiento cierto.

El hombre, tal como existe en este planeta en el período presente de la historia cósmica, podría un día desaparecer. Pero mientras existan seres de la especie Homo sapiens habrá acción humana del tipo categorial que la praxeología estudia. En este sentido restringido, la praxeología provee un conocimiento exacto acerca de las condiciones futuras.

En el campo de la acción humana todas las magnitudes cuantitativamente determinables corresponden solamente a la historia y no brindan ningún conocimiento que signifique algo más allá de la específica constelación histórica que las generó. Todo el conocimiento general, esto es, todo el conocimiento aplicable no solo a una constelación definida del pasado sino a todas las constelaciones praxeológicamente idénticas del pasado así como del futuro, es conocimiento deductivo derivado de la categoría a priori de la acción. Se refiere estrictamente a cualquier realidad de la acción como ha aparecido en el pasado y como aparecerá en el futuro. Brinda conocimiento preciso acerca de cosas reales.

3. La incertidumbre del futuro

De acuerdo a una frase a menudo citada de August Comte, el objetivo de las ciencias —naturales— es conocer para predecir lo que sucederá en el futuro. Estas predicciones son, en tanto se refieran a las consecuencias de la acción humana, condicionales. Ellos dicen: si A, entonces B. Pero no dicen nada acerca del surgimiento de A. Si un hombre absorbe cianuro de potasio, morirá. Pero si decide o no tomar el veneno es algo que queda abierto.

Las predicciones de la praxeología son, dentro de su rango de aplicación, absolutamente ciertas. Pero no nos dicen nada acerca de los juicios de valor de los individuos que actúan y el modo en que determinarán sus acciones. Todo lo que podemos saber acerca de estos juicios de valor tiene el carácter categorial de la comprensión específica de las ciencias históricas de la acción humana. Si nuestras anticipaciones respecto de los futuros juicios de valor —nuestros o de otros— y de los medios a los que se recurrirá para ajustar la acción a esos juicios de valor, son correctas o incorrectas no podemos saberlo con antelación.

Esta incertidumbre respecto del futuro es una de los rasgos distintivos de la condición humana. Tiñe todas las manifestaciones de la vida y de la acción.

El hombre se encuentra a la merced de fuerzas y poderes que están fuera de su control. Actúa de manera de evitar tanto como sea posible lo que, según piensa, le hará daño. Pero en el mejor de los casos, solo puede tener éxito dentro de un margen estrecho. Y no puede saber jamás de antemano hasta qué punto su acción logrará alcanzar el fin deseado y, si lo alcanza, si en retrospectiva su acción se verá —a sus ojos o a los de otras personas— como la mejor alternativa entre todas aquellas que en el momento de su decisión se encontraban disponibles para él.

La tecnología basada en los logros de las ciencias naturales aspira al control completo dentro de un ámbito definido que, por supuesto, abarca solo una fracción de los sucesos que determinan el destino del hombre. Si bien el progreso de las ciencias naturales tiende a agrandar el ámbito de tales acciones científicamente dirigidas, jamás podrá cubrir más que un estrecho margen de eventos posibles. Y aun con este margen jamás podrá haber certeza absoluta. El resultado al que se aspira puede frustrarse por la invasión de fuerzas aún no conocidas suficientemente o fuerzas que estén más allá del control humano. La ingeniería tecnológica no elimina el elemento aleatorio de la existencia humana, meramente restringe un poco su campo. Siempre queda una órbita que frente al limitado conocimiento humano aparece como una de puro azar y hace de la vida una apuesta. El hombre y sus trabajos siempre están expuestos al impacto de eventos no previstos e imposibles de controlar. No puede evitar descansar en la buena suerte de no ser nunca alcanzado por ellos. Incluso los necios no pueden evitar darse cuenta de que su bienestar depende en última instancia de la operación de fuerzas que están más allá de la sabiduría, el conocimiento, la previsión y la provisión humana. Respecto de estas fuerzas toda planificación humana es fútil. Esto es lo que la religión tiene en mente cuando hace referencia a los decretos inconmensurables del cielo y se encomienda al rezo.

4. Cuantificación y comprensión en la acción y en la historia

Muchos datos relacionados con la mente, ya sea en retrospectiva o en la planificación para el futuro, pueden expresarse numéricamente. Otras magnitudes relevantes solo pueden ponerse en un lenguaje no matemático. Respecto de esas magnitudes, la comprensión específica de las ciencias de la acción humana es un sustituto, por así decirlo, de la inviabilidad de la medición.

En este sentido el historiador, así como el hombre que actúa, habla de la importancia de diversos eventos y hechos con respecto a la producción de otros eventos y estados de cosas determinados. En este sentido ellos distinguen entre hechos y eventos más y menos importantes y entre hombres más y menos grandes.

Los juicios equivocados en estas evaluaciones cuasicuantitativas de la realidad son perjudiciales si ocurren en la planificación de la acción. Las especulaciones están condenadas a fracasar si se basan en una anticipación ilusoria de las condiciones futuras. Aun cuando fueran «cualitativamente» correctas, es decir, si las condiciones que hubieran anticipado realmente aparecieran, pueden traer el desastre si son «cuantitativamente» erróneas, es decir, si se equivocaron respecto de las dimensiones de los efectos o respecto del tiempo de su aparición. Es esto lo que hace que las especulaciones de largo plazo de los hombres de estado y los hombres de negocio sean especialmente peligrosas.

5. La precariedad de los pronósticos en los asuntos humanos

Al pronosticar lo que podría o puede suceder en el futuro, el hombre puede errar o acertar. Pero su anticipación de los eventos futuros no puede influenciar el curso de la naturaleza. No obstante lo que el hombre espere, la naturaleza tomará su propio curso inalterada por las expectativas, deseos y esperanzas humanas.

Esto es distinto en el campo donde la acción humana puede operar. Los pronósticos pueden ser incorrectos si inducen a los hombres a proceder con éxito en un camino diseñado para evitar la aparición de los eventos pronosticados. Lo que impele a las personas a escuchar las opiniones de los adivinos y consultarles es a menudo el deseo de prevenir el surgimiento de eventos no deseados que, de acuerdo con estas profecías, el futuro tiene preparados para ellas. Si, por el otro lado, sus deseos están de acuerdo con lo que el oráculo les prometió, pueden reaccionar a la profecía de dos maneras. Confiando en el oráculo, pueden volverse indolentes y dejar de hacer lo que debe hacerse para que el fin pronosticado llegue. O podrían, llenas de confianza, redoblar sus esfuerzos para obtener dicho fin. En todos estos casos el contenido de la profecía tiene el poder de desviar el curso de los acontecimientos de las líneas que habrían seguido en ausencia de un pronóstico supuestamente fidedigno.

Podríamos ilustrar el asunto refiriéndonos a los pronósticos comerciales. Si en mayo les informamos a los empleados que el boom se extenderá por varios meses y que no finalizará en un estallido antes de diciembre, ellos intentarán vender lo antes posible, a cualquier precio, antes de diciembre. Entonces, el boom llegará a su fin con anterioridad al día indicado en la predicción.

6. La predicción económica y la doctrina de la tendencia

La economía puede predecir los efectos esperados de recurrir a determinadas medidas o políticas económicas. Puede responder la pregunta acerca de si una política determinada puede lograr los fines propuestos y, si la respuesta es negativa, cuáles serán sus verdaderos efectos. Pero, por supuesto, esta predicción solo puede ser «cualitativa». No puede ser «cuantitativa» puesto que no hay relaciones constantes entre los factores y los efectos en cuestión. El valor práctico de la economía debe verse estrictamente circunscrito al poder de predecir el resultado de determinadas medidas.

Aquellos que rechazan la apriorística ciencia económica por su apriorismo, los adeptos a las diversas escuelas de historicismo e institucionalismo, deben, desde el punto de vista de sus propios principios epistemológicos, procurar no expresar ningún juicio acerca de los efectos futuros que pueden esperarse de una medida determinada. Ni siquiera pueden saber lo que una medida determinada, cuando utilizada, produjo en el pasado. Dado que lo que pasó siempre fue el resultado de la operación conjunta de una multitud de factores. La medida en cuestión fue solamente uno de los muchos factores que contribuyeron al surgimiento del resultado final. Pero aun si estos estudiosos fueran tan audaces de afirmar que una medida determinada en el pasado resultó en un determinado efecto, no estaría justificado —desde el punto de vista de sus propios principios— si asumieran que, entonces, el mismo efecto se producirá en el futuro también. Los historicistas e institucionalistas consistentes deberían abstenerse de emitir opinión alguna respecto de las consecuencias —necesariamente futuras— de cualquier medida o política. Deberían restringir sus enseñanzas al tratamiento de la historia económica. (Podríamos hacernos la pregunta de cómo podría abordarse la historia económica sin teoría económica).

Sin embargo, el interés del público en los estudios económicos está enteramente ligado a la expectativa de que uno puede aprender algo acerca de los métodos a los que debe recurrirse para el logro de determinados fines. Los estudiantes que asisten a los cursos de los profesores de «economía», así como los gobiernos que contratan asesores «económicos», están ansiosos por conseguir información sobre el futuro, no sobre el pasado. Pero todo lo que estos expertos pueden decirles, si se mantienen fieles a sus propios principios epistemológicos, debe referirse al pasado.

Para satisfacer a sus clientes —funcionarios, empresarios y estudiantes— estos estudiosos han desarrollado la doctrina de la tendencia. Ellos asumen que las tendencias que prevalecieron en el pasado reciente —desafortunadamente llamado a menudo el presente— también continuarán en el futuro. Si consideran que la tendencia no es deseable, recomiendan medidas para cambiarla. Si la consideran deseable, se inclinan a declararla inevitable e irresistible y no toman en consideración el hecho de que las tendencias que se manifiestan en la historia pueden cambiar, que a menudo y casi siempre han cambiado y que pueden incluso cambiar en el futuro inmediato.

7. Toma de decisiones

Existen modas y tendencias en el tratamiento de los problemas científicos y en la terminología utilizada en el lenguaje científico.

Lo que la praxeología llama elegir es llamado hoy, en lo que respecta a la elección de medios, toma de decisiones. El neologismo es diseñado para desviar la atención del hecho de que lo que importa no es simplemente hacer una elección, sino hacer la mejor posible. Esto significa: proceder de manera tal que no se satisfaga ninguna necesidad de urgencia menor si su satisfacción evita el logro de un fin más urgentemente deseado. En los procesos de producción dirigidos en la economía de mercado por los comercios sedientos de ganancias esto se logra en la medida de lo posible con la ayuda intelectual del cálculo económico. En un sistema autosuficiente, cerrado, socialista, que no pueda recurrir a ningún cálculo económico, la toma de decisiones relativa a los medios es un mero juego de azar.

8. Confirmación y refutación

En las ciencias naturales solo puede mantenerse una teoría si está de acuerdo con los hechos experimentalmente establecidos. Este acuerdo fue, hasta hace poco tiempo, considerado como una confirmación. Karl Popper, en 1935, en Logik und Forschung[56], señaló que los datos no pueden confirmar la teoría; solamente pueden refutarla. Luego una formulación más correcta debería declarar: una teoría no puede mantenerse si es refutada por los datos de la experiencia. De esta forma la experiencia restringe la discreción del científico al construir teorías. Una hipótesis debe abandonarse cuando los experimentos muestran que es incompatible con los hechos establecidos por la experiencia.

Es obvio que todo esto no puede referirse de ninguna manera a los problemas de las ciencias de la acción humana. No existen en este campo cosas tales como los hechos establecidos por la experiencia. Toda la experiencia en este ámbito es, y debe repetirse una y otra vez, experiencia histórica, esto es, experiencia de fenómenos complejos. Tal experiencia no puede jamás producir algo que tenga el carácter lógico de lo que las ciencias naturales llaman «los hechos de la experiencia».

Si uno acepta la terminología del positivismo lógico y también específicamente la de Popper, una teoría o hipótesis es «acientífica» si en principio no puede ser refutada por la experiencia. En consecuencia, todas las teorías a priori, incluyendo las matemáticas y la praxeología, son «acientíficas». Esto es meramente un problema verbal. Ninguna persona seria pierde su tiempo discutiendo esa pregunta terminológica. La praxeología y la economía retendrán su primordial importancia para la vida y acción humana como quiera que se las quiera clasificar y describir.

El prestigio popular que las ciencias naturales disfrutan en nuestra civilización no se basa, desde luego, en la condición meramente negativa de que sus teoremas no han sido refutados. Existe, aparte del resultado de los experimentos de laboratorio, el hecho de que las máquinas y otros implementos construidos de acuerdo a las enseñanzas de la ciencia funcionan de la forma esperada sobre la base de estas enseñanzas. Los motores eléctricos proveen una confirmación de la teoría de la electricidad sobre la que su producción y operación se basaron. Sentados en cuarto iluminado por bombillas eléctricas, equipado con teléfono, refrigerado por un ventilador eléctrico, y limpiado con una aspiradora, el filósofo y el hombre de a pie no pueden no admitir que debe haber algo más en las teorías de la electricidad que el hecho de que hasta el momento no hayan sido refutadas por la experiencia.

9. El examen de los teoremas praxeológicos

El epistemólogo que comienza sus elucubraciones con el análisis de los métodos de las ciencias naturales y a quien las anteojeras le impiden percibir nada más allá de este campo nos dice meramente que las ciencias naturales son las ciencias naturales y que lo que no son ciencias naturales no son ciencias naturales. Sobre las ciencias de la acción humana no sabe nada y por lo tanto todo lo que pronuncia acerca de ellas no tiene importancia.

No es un descubrimiento de estos autores que las teorías de la praxeología no puedan ser refutadas por experimentos ni confirmadas por su exitosa utilización en la construcción de diversos aparatos. Estos hechos son precisamente un aspecto del problema.

La doctrina positivista implica que la naturaleza y la realidad, al proveer la información sensorial que las oraciones de protocolo registran, escriben su propia historia sobre la hoja en blanco de la mente humana. El tipo de experiencia al que hacen referencia al hablar de verificación y refutación es, como piensan, algo que no depende de ninguna manera de la estructura lógica de la mente humana. Brinda una fiel imagen de la realidad. Del otro lado, suponen, la razón es arbitraria y entonces pasible de error y malinterpretación.

Esta doctrina no solo no considera la falibilidad en nuestra aprehensión de los objetos sensoriales; no se da cuenta de que la percepción es más que la sola aprehensión sensitiva, que es un acto intelectual de la mente humana. En este aspecto tanto la psicología del asociacionismo como la gestáltica están de acuerdo. No hay motivo para adjudicarle al funcionamiento de la mente en el acto de advertir un objeto exterior una dignidad epistemológica superior que a la operación que la mente lleva a cabo al describir sus propios modos de funcionamiento.

De hecho, nada es más cierto para la mente humana que lo que la categoría de la acción humana pone de manifiesto. No hay ser humano que sienta extraño el intento de sustituir mediante la conducta apropiada un estado de cosas por otro que prevalecería si él no interfiriera. Solo donde hay acción hay hombres.

Lo que sabemos sobre nuestras acciones y sobre aquellas de otras personas está condicionado por nuestra familiaridad con la categoría de acción que debemos a un proceso de introspección y autoanálisis, así como a la comprensión de la conducta de las otras personas. Cuestionar este enfoque no es menos imposible que cuestionar la vida misma.

Aquel que quiera atacar un teorema praxeológico debe rastrear su origen, paso a paso, hasta llegar al punto en que, en la cadena de razonamientos que resultó en el teorema en cuestión, pueda descubrirse un error lógico. Pero si el proceso regresivo de deducción termina en la categoría de la acción sin que se haya descubierto un nexo viciado en la cadena de razonamientos, entonces el teorema es confirmado por completo. Los positivistas que rechazan tales teoremas sin haberlo examinado de esta forma no son menos tontos que aquellos astrónomos del siglo XVII que se rehusaban a mirar por el telescopio que les habría mostrado que Galileo tenía razón y que ellos estaban equivocados.