La negación, la noción de la ausencia o la no existencia de algo o la negación de una proposición es concebible para la mente humana. Pero la noción de una negación absoluta de todo, la representación de una nada absoluta está más allá de la comprensión humana. También lo es la noción del surgimiento de algo de la nada, la noción de un comienzo absoluto. El Señor, enseña la Biblia, creó el mundo de la nada, pero el mismo Dios estuvo allí desde la eternidad y estará por siempre allí, sin comienzo ni final.
Como la mente humana lo ve, todo lo que pasa, le pasa a algo que previamente existía. La emergencia de algo nuevo es vista como la evolución —la madurez— de algo que ya estaba potencialmente presente en lo que existía antes. La totalidad del universo como era ayer incluía potencialmente la totalidad del universo como es hoy. El universo es un contexto omnicomprensivo de elementos, una continuidad extendiéndose hacia atrás y hacia adelante en el infinito, una entidad a la cual encontrarle un principio o un final está más allá de la capacidad mental del hombre.
Todo lo que es, es tal como es y no algo distinto, porque lo que lo precedió tenía una estructura y una forma definidas y no una estructura y una forma distintas.
No sabemos lo que una mente sobrehumana, una mente absolutamente perfecta pensaría acerca de estos asuntos.
Como hombres solo venimos equipados con una mente humana y no podemos siquiera imaginar la potencia y capacidad de una mente más perfecta, esencialmente diferente de nuestros poderes mentales.
Se sigue que la investigación científica jamás podrá lograr brindar respuestas completas a lo que llamamos acertijos del universo. Jamás podrá mostrar cómo de una nada inconcebible emergió todo lo que es y cómo un día todo lo que existe puede nuevamente desaparecer para que la «nada» sola permanezca.
Tarde o temprano, pero de manera inevitable, la investigación científica se encuentra con algo finalmente dado cuyo origen no puede encontrarse en algo más de lo cual sea derivación regular o necesaria. El progreso científico consiste en rastrear aún más atrás a este dato último. Pero siempre quedará algo que —para la mente humana sedienta de conocimiento pleno— es, en determinado momento de la historia de la ciencia, el punto provisional de finalización. Solo fue el rechazo de todo pensamiento filosófico y epistemológico, por parte de algunos brillantes pero tendenciosos físicos de las últimas décadas, el que interpretó como refutación del determinismo el hecho de no poder encontrar el origen de ciertos fenómenos —lo que para ellos era un dato último— en algún otro fenómeno. Tal vez sea cierto, aunque no es muy probable, que la física contemporánea haya llegado en algunas áreas a barreras más allá de las cuales no sea posible una expansión ulterior del conocimiento. De cualquier manera, no existe nada en las enseñanzas de las ciencias sociales que pueda en absoluto ser considerado incompatible con el determinismo.
Las ciencias naturales están enteramente basadas en la experiencia. Todo lo que saben y todo aquello con lo que trabajan se deriva de la experiencia. Y la experiencia no podría enseñar nada si no hubiera regularidad en la sucesión y concatenación de sucesos.
Pero la filosofía del positivismo trata de afirmar mucho más de lo que podemos conocer mediante la experiencia. Presume de saber que no hay nada en el universo que no pueda ser investigado y totalmente clarificado por los métodos experimentales de las ciencias naturales. Pero es admitido por todo el mundo hasta el momento que estos métodos no han contribuido en nada a la explicación de los fenómenos de la vida distintos de los fenómenos físico-químicos. Y que todos los desesperados esfuerzos para reducir el pensamiento y la valoración a principios mecánicos han fracasado.
De ninguna manera es el objetivo de los comentarios anteriores expresar opinión alguna acerca de la naturaleza y estructura de la vida y de la mente. Este trabajo, como se ha dicho en las primeras páginas del prefacio, no es una contribución a la filosofía. Tenemos que hacer referencia a estos problemas solo con el fin de mostrar que el tratamiento que el positivismo les da a ellos implica un teorema para el cual no puede ser provista ninguna justificación experimental, a saber, el teorema de que todos los fenómenos observables pueden ser reducidos a principios físicos o químicos. ¿De dónde derivan los positivistas este teorema? Sería ciertamente incorrecto calificarlo de suposición a priori. Un rasgo distintivo de las categorías a priori es que cualquier suposición distinta relativa a un tema en cuestión es considerada imposible y contradictoria por la mente humana. Pero este definitivamente no es el caso del dogma positivista que estamos abordando. Las ideas enseñadas por ciertas religiones y sistemas metafísicos no son ni impensables ni contradictorias. No hay nada en su estructura lógica que pueda forzar a cualquier hombre sensato a rechazarlas por las mismas razones que, por ejemplo, tendría que rechazar la tesis de que no existe diferencia entre A y no-A.
En epistemología, el abismo que separa los sucesos del campo investigado por las ciencias naturales de aquellos del campo del pensamiento y la acción no ha podido estrecharse por ninguno de los hallazgos y logros de las ciencias naturales. Todo lo que sabemos acerca de la mutua relación e interdependencia de estas dos ramas de la realidad es metafísica. La doctrina positivista que niega la legitimidad de cualquier doctrina metafísica no es menos metafísica que cualquier otra doctrina o variantes de ella. Esto significa: lo que un hombre en el estado presente de la civilización y el conocimiento humanos dice acerca de asuntos como el alma, la mente, las creencias, el pensamiento, el razonamiento y la voluntad no tiene el carácter epistemológico de las ciencias naturales y de ninguna manera puede ser considerado conocimiento científico.
Un hombre honesto, perfectamente familiarizado con todos los logros de las ciencias naturales contemporáneas, debería tener que admitir libremente y sin reservas que las ciencias naturales no saben lo que la mente es ni cómo funciona y que sus métodos de investigación no son adecuados para tratar los problemas con los que tratan las ciencias de la acción humana.
Habría sido inteligente por parte de los campeones del positivismo lógico tomarse a pecho el consejo de Wittgenstein. «Allí donde uno no puede hablar, allí donde uno debe permanecer en silencio»[48].
Las estadísticas son la descripción en términos numéricos de experiencias relativas a los fenómenos no sujetos a regularidad uniforme. En la medida que exista una regularidad discernible en la sucesión de los fenómenos, recurrir a la estadística no es necesario. El objetivo de las estadísticas vitales no es establecer el hecho de que todos los hombres son mortales, sino dar información acerca de la longitud de la vida humana, una magnitud que no es uniforme. Las estadísticas son, por tanto, un método específico de la historia.
Cuando existe regularidad, las estadísticas podrían no mostrar nada más que A es seguido en todos los casos por P y en ningún caso por algo distinto de P. Si las estadísticas muestran que A es seguida por P en el X % de los casos y en el (100-X) % de los casos por Q, debemos asumir que un conocimiento más perfecto deberá dividir A en dos factores B y C, de los cuales el primero sea regularmente seguido de P y el último de Q.
La estadística es uno de los recursos de la investigación histórica. Existen en el campo de la acción humana ciertos acontecimientos y sucesos cuyos rasgos distintivos pueden ser descritos en términos numéricos. De aquí que, por ejemplo, el impacto de una doctrina determinada sobre las mentes de las personas no admita expresión numérica alguna. Su «cantidad» solo puede establecerse mediante el entendimiento específico de las disciplinas históricas[49]. Pero el número de personas que perdieron su vida en las luchas por obtener, mediante la guerra, la revolución y el asesinato, condiciones sociales acordes a una doctrina definida sí pueden ser determinadas de manera precisa en cifras si toda la documentación requerida se encuentra disponible.
La estadística proporciona información numérica acerca de hechos históricos, esto es, sobre eventos que sucedieron en un período definido de tiempo a personas definidas en un área definida. Lidia con el pasado y no con el futuro. Como cualquier experiencia del pasado, puede ocasionalmente brindar servicios importantes en la planificación para el futuro, pero no dice nada que sea directamente válido para el futuro.
No existen cosas tales como las leyes estadísticas. La gente recurre a los métodos de la estadística precisamente cuando no está en posición de encontrar una regularidad en la concatenación y sucesión de eventos. El logro más celebrado de la estadística, las tablas de mortalidad, no muestran estabilidad, sino cambios en las tasas de mortalidad de la población. La longitud promedio de la vida humana cambia durante el curso de la historia, incluso cuando no hubiera cambios en el medio ambiente natural, porque muchos factores que lo afectan son el resultado de la acción humana, es decir, violencia, dieta, medidas médicas y profilácticas, la provisión de alimento y otros.
El concepto de «ley estadística» se originó cuando algunos autores, al tratar la conducta humana, no pudieron darse cuenta de por qué ciertos datos estadísticos cambiaban solo lentamente y, con un ciego entusiasmo, se apresuraron a identificar la lentitud con la ausencia de cambio. De aquí que se creyeran que habían descubierto regularidades —leyes— en la conducta de los individuos sobre las cuales ni ellos mismos ni ninguna otra persona tenían explicación aparte de la suposición —y debemos enfatizar, sin fundamento— de que la estadística las había demostrado[50]. De la frágil filosofía de estos autores, los físicos tomaron prestado el término «ley estadística», pero le dieron a él una connotación que difiere de la que se le adjudica en el ámbito de la acción humana. No es tarea nuestra lidiar con el significado que estos físicos y las generaciones posteriores atribuyeron a este término o con los servicios que la estadística pueda brindarle a la investigación experimental y a la tecnología.
La órbita de las ciencias naturales es el campo en el que la mente humana puede descubrir relaciones constantes entre diversos elementos. Lo que caracteriza el campo de las ciencias de la acción humana es la ausencia de relaciones constantes aparte de aquellas de las que se ocupa la praxeología. En el primer grupo de ciencias hay leyes (de la naturaleza) y mediciones. En el último no hay mediciones y —aparte de la praxeología— no hay leyes; solamente hay historia, incluyendo las estadísticas.
El hombre no es, como los animales, un títere obsequioso de los instintos y los impulsos sexuales. El hombre tiene el poder de suprimir los deseos instintivos, tiene voluntad propia, elige entre fines incompatibles. En este sentido es una persona moral; en este sentido es libre.
Sin embargo, no es admisible interpretar esta libertad como la independencia del universo y sus leyes. El hombre también es un elemento del universo, desciende de un X originario del que todo se ha desarrollado. Ha heredado de la línea infinita de sus progenitores el equipamiento fisiológico de su ser, en su vida posnatal fue expuesto a una variedad de experiencias físicas y mentales. Él es en cada momento de su vida —su viaje por la tierra— un producto de la historia completa del universo. Todas sus acciones son el resultado inevitable de su individualidad moldeada por todo lo que lo precedió. Un ser omnisciente podría anticipar correctamente todas sus decisiones. (Sin embargo, no tenemos que abordar los intrincados problemas teológicos que el concepto de omnisciencia trae aparejados).
El libre albedrío no significa que las decisiones que guían la acción del hombre vengan, por así decirlo, desde afuera hacia la estructura del universo y agreguen algo a él que no tenga relación y sea independiente de los elementos que formaron al universo con anterioridad. Las acciones son dirigidas por ideas, y las ideas son el producto de la mente humana que definitivamente es parte del universo y cuyo poder está estrictamente determinado por la estructura total del universo.
El término «libre albedrío» se refiere al hecho de que las ideas que inducen al hombre a tomar una decisión (elegir) no están, como todas las demás ideas, «producidas» por «hechos» externos, no «reflejan» las condiciones de la realidad, y no están «únicamente determinadas» por ningún factor externo definido al cual podamos imputarle, en el modo en que imputamos en el resto de los acontecimientos, un efecto a una causa definida. Nada puede decirse acerca de una instancia determinada del accionar de un hombre que no sea su adjudicación a la individualidad de ese hombre.
No sabemos cómo, a partir del encuentro de una individualidad humana (es decir, un hombre formado por todo lo que heredó y por todo lo que vivió) y una nueva experiencia, aparecen ideas definidas que determinan la conducta del hombre. No tenemos siquiera una pista acerca de cómo puede ser adquirido ese conocimiento. Más aún, nos damos cuenta de que si ese conocimiento fuera accesible a los hombres y si, consecuentemente, la formación de ideas y por tanto la voluntad pudiera ser manipulada como las máquinas que operan los ingenieros, las condiciones humanas se verían esencialmente modificadas. Existiría un abismo enorme entre los que manipulan las ideas y la voluntad de los demás y aquellos cuyas ideas y voluntad son manipuladas.
Es precisamente la falta de ese conocimiento lo que genera la diferencia fundamental entre las ciencias naturales y las ciencias de la acción humana.
Al referirnos al libre albedrío estamos indicando que en la producción de sucesos puede haber algo instrumental sobre lo cual las ciencias naturales no pueden ofrecer información, algo que las ciencias naturales no pueden siquiera percibir. Aun así, nuestra impotencia para establecer un comienzo absoluto que surja de la nada nos fuerza a asumir que este algo invisible e intangible —la mente humana— es una parte inherente del universo, un producto de su historia[51].
El tratamiento tradicional del problema del libre albedrío se refiere a la vacilación del actor frente a la resolución final. En este momento el actor vacila entre dos cursos de acción cada uno de los cuales parece tener algunos méritos y deméritos de los que el otro carece. Al comparar sus pros y contras busca encontrar una decisión que se adecúe a su personalidad y a las condiciones específicas de ese instante para así satisfacer mejor todas sus necesidades. Esto significa que su individualidad —el producto de todo lo que ha heredado al nacer por sus ancestros y todo lo que él mismo ha experimentado hasta este momento crítico— determina la decisión final. Si más tarde él revisa su pasado, se dará cuenta de que su comportamiento en cualquier situación estuvo completamente determinado por el tipo de hombre que era en el momento de la acción. Es irrelevante que en retrospectiva él mismo o algún observador imparcial puedan describir claramente todos los factores que fueron instrumentales en la formación de su decisión pasada.
Nadie está en posición de predecir con la misma precisión con la que las ciencias naturales predicen cómo él mismo y otras personas actuarán en el futuro. No existen métodos que puedan permitirnos conocer todo lo que necesitaríamos sobre la personalidad para hacer tales pronósticos con el grado de certeza que la tecnología logra en sus predicciones.
El modo en que los historiadores y los biógrafos proceden al analizar y explicar las acciones de los hombres a quienes estudian refleja una mirada más correcta acerca del problema en cuestión que los voluminosos y sofisticados tratados de filosofía moral. Los historiadores se refieren al entorno espiritual y a las experiencias pasadas del actor, a su conocimiento o ignorancia de todos los datos que podrían influir en su decisión, a su estado de salud y a muchos otros factores que podrían haber desempeñado rol importante. Pero luego, aun después de prestar total atención a todos estos asuntos, algo permanece que desafía todo intento por una interpretación ulterior, a saber, la personalidad o individualidad del actor. Cuando todo ha sido dicho sobre el caso, no hay finalmente otra respuesta a la pregunta de por qué César cruzó el Rubicón que porque era César. No podemos eliminar, al abordar la acción humana, las referencias a la personalidad del actor.
Los hombres son desiguales: los individuos difieren entre sí. Difieren porque tanto su historia prenatal como su historia posnatal jamás son idénticas.
Todo lo que sucede estaba, en las condiciones imperantes, destinado a suceder. Sucedió porque las fuerzas que operaban para su producción fueron más fuertes que las que lo contrarrestaban. Su aparición fue, en este sentido, inevitable.
Aun así el historiador que en retrospectiva se refiere a la inevitabilidad no está enredándose en un pleonasmo. Lo que intenta es calificar un evento definido o un grupo de eventos A como la fuerza motora de un segundo evento B; la condición: siempre y cuando no aparezcan factores suficientemente poderosos que lo contrarresten, se sobre entiende. Si tal fuerza contraria no existe, A está condenada a dar como resultado B, y puede permitirse calificar a B de inevitable.
Al pronosticar los hechos futuros, aparte del campo cubierto por la ley praxeológica, la referencia a la inevitabilidad es un irrelevante adorno del discurso. No agrega nada a la fuerza conclusiva de una predicción. Simplemente da fe del capricho de su autor. Esto es todo lo que necesita decirse en relación a las proféticas efusiones de diversos sistemas de filosofía de la historia[52]. La «inexorabilidad de la ley de la naturaleza» (Notwendigkeit eines Naturprozesses) que Marx adjudicó a su profecía[53] es solamente un truco retórico.
Los cambios trascendentales que ocurren en el curso de la historia cósmica y humana son el efecto compuesto de una multitud de eventos. Cada uno de estos eventos contribuyentes está estrictamente determinado por los factores que le precedieron y produjeron y así también es la parte que ellos desempeñan en la producción del cambio trascendental. Pero si, y en tanto, las cadenas de causalidad de las que depende cada uno de estos factores contribuyentes son independientes unas de otras, puede darse una situación que ha inducido a muchos historiadores y filósofos a exagerar el papel que el azar desempeña en la historia de la humanidad. No logran darse cuenta de que los hechos deben ser graduados de acuerdo a su tamaño desde el punto de vista del peso de sus efectos y de su cooperación en la producción del efecto compuesto. Si solo se modifica uno de los eventos menores, entonces la influencia sobre el resultado total también será menor.
Constituye un modo insatisfactorio de argumentación decir: Si el 28 de junio de 1914 la policía en Sarajevo hubiera sido más eficiente, el archiduque no habría sido asesinado y la Guerra Mundial junto con todas sus desastrosas consecuencias se habría evitado. Lo que hizo —en el sentido referido anteriormente— que la gran guerra fuera inevitable fueron los conflictos irreconciliables entre los diversos grupos lingüísticos (nacionalidades) de la monarquía de los Augsburgo por un lado, y los esfuerzos germanos de construir una marina suficientemente fuerte para derrotar las fuerzas navales británicas. La revolución rusa estaba destinada a suceder en tanto en sistema zarista y sus burocráticos métodos eran apasionadamente rechazados por la inmensa mayoría de la población; el estallido de la guerra no aceleró su advenimiento; más bien lo demoró brevemente. El fiero nacionalismo y estatismo de los pueblos europeos no puede sino resultar en la guerra. Estos fueron los factores que hicieron que la gran guerra y sus consecuencias fueran inevitables, más allá de que los nacionalistas serbios triunfaran o fracasaran en sus intentos por asesinar al heredero del trono de Austria.
Los asuntos políticos, sociales y económicos son el resultado de la cooperación de todas las personas. Si bien sigue habiendo diferencias considerables respecto de la importancia de las diversas contribuciones individuales, estas son relativas y a grandes rasgos sustituibles por aquellas de otros individuos. Un accidente que elimine el trabajo de un individuo, sea él incluso uno relativamente eminente, desvía el curso de los acontecimientos solo un poco de la línea que habría seguido si el accidente no hubiera ocurrido.
Las condiciones son diferentes en el ámbito de las más grandes realizaciones artísticas e intelectuales. El carácter del genio está fuera del flujo regular de asuntos humanos. El genio también está en muchos aspectos determinado por las condiciones de su entorno. Pero lo que le da a su trabajo el lustre específico es algo que es único y que no puede ser reproducido por nadie más. No sabemos ni qué combinación genética produce las potencialidades innatas del genio ni qué tipo de condiciones ambientales se necesitan para hacerlas florecer. Si logra evitar todos los peligros que podrían dañarlo a él y a sus producciones, mejor será para la humanidad. Si un accidente terminara con él, todos perderíamos algo irremplazable.
Si Dante, Shakespeare o Beethoven hubieran muerto en su niñez, la humanidad se habría perdido lo que le debe a ellos. En este sentido podríamos decir que el azar sí tiene un rol en los asuntos humanos. Pero enfatizar este hecho no contradice en lo más mínimo la categoría a priori del determinismo.