El rasgo característico del hombre es la acción. El hombre aspira a cambiar algunas de las condiciones de su medio ambiente con el fin de sustituir una situación menos agradable por otra que le siente mejor. Todas las manifestaciones de la vida y de la conducta respecto de las cuales el hombre difiere de todos los demás seres y cosas conocidas por él son instancias de la acción y solo pueden ser abordadas desde un punto de vista que podemos llamar activista. El estudio del hombre, siempre que no se trate de la biología, comienza y termina en el estudio de la acción humana.
La acción es una conducta deliberada. No se trata simplemente del comportamiento sino del comportamiento provocado por juicios de valor que aspira a alcanzar fines definidos y que está guiado por ideas concernientes a la idoneidad o falta de idoneidad de los medios escogidos. Es imposible abordarla sin las categorías de causalidad y finalidad. Es comportamiento consciente. Es elegir. Es volición, es un despliegue de voluntad.
La acción suele ser vista como la variedad humana de la lucha por la supervivencia común a todos los seres vivientes. Sin embargo, el término «lucha por la supervivencia» como se aplica a los animales y las plantas es una metáfora.
Sería un error inferir cosa alguna de su uso. Al aplicar literalmente el término lucha a animales y plantas uno les estaría adjudicando a ellos la capacidad de reconocer los factores que amenazan su existencia, la voluntad de preservar su propia integridad, y la facultad mental de encontrar medios para su preservación.
Contemplado desde el lado activista, el conocimiento es una herramienta de la acción. Su función es asesorar al hombre acerca de cómo proceder en sus esfuerzos por remover el malestar. En las etapas superiores de la evolución del hombre, desde las condiciones de la Edad de Piedra hasta aquellas de la era del capitalismo moderno, el malestar también se siente por la mera existencia de una ignorancia relativa a la naturaleza y al significado de todas las cosas, sin importar que el conocimiento acerca de estas cosas fundamentales sea de uso práctico para alguna planificación tecnológica. Vivir en un universo cuya estructura final y real no nos resulta familiar crea per se una sensación de ansiedad. Eliminar esta incertidumbre y darle al hombre certezas sobre estas cuestiones finales ha sido desde los primeros tiempos la preocupación de la religión y la metafísica. Más tarde, la filosofía de la ilustración y las escuelas afiliadas a ella prometieron que las ciencias naturales resolverían todos los problemas en cuestión. En cualquier caso, es un hecho que meditar acerca del origen y la esencia de las cosas, la naturaleza del hombre y su rol en el universo, es una de las preocupaciones compartidas por muchas personas. Visto desde esta perspectiva, la búsqueda pura del conocimiento, no motivada por el deseo de mejorar las condiciones externas de la vida, también es acción, es decir, un esfuerzo por obtener un estado más deseado de casas.
Una cuestión distinta es si la mente humana está preparada para encontrar la solución completa a estos interrogantes. Podría argumentarse que la función biológica de la razón es ayudar al hombre en su lucha por la supervivencia y remoción del malestar. Cualquier paso más allá de los límites establecidos por esta función, suele decirse, lleva a especulaciones metafísicas fantásticas que no están sujetas ni a demostración ni a refutación. La omnisciencia está negada por siempre al hombre. Cualquier búsqueda de la verdad debe, más temprano, más tarde, pero inevitablemente, llevarnos a un dato último[37].
La categoría de la acción es la categoría fundamental del conocimiento humano. Implica todas las categorías de la lógica y la categoría de la regularidad y la causalidad. Implica la categoría del tiempo y la del valor. Engloba todas las manifestaciones específicas de la vida humana distinguibles de las manifestaciones de la estructura fisiológica que tiene en común con todos los demás animales. Al actuar, la mente del individuo se ve a sí misma diferente de su entorno, el mundo exterior, e intenta estudiar este entorno para poder influir en el curso de los acontecimientos que en él suceden.
Lo que distingue el campo de la mente humana del campo de los eventos externos investigados por las ciencias naturales es la categoría de finalidad. No sabemos de ninguna causa final que opere en lo que llamamos naturaleza. Pero sí sabemos que el hombre persigue fines determinados que él ha elegido. En las ciencias naturales investigamos relacionas constantes entre diversos eventos. Al tratar con la acción humana investigamos los fines que el actor quiere o quería obtener y los resultados que su acción produjo o producirá.
La clara diferenciación entre un campo de la realidad sobre el cual el hombre no puede aprender nada más que el hecho de que está caracterizado por una regularidad en la concatenación y sucesión de eventos y un campo en que tiene lugar la persecución deliberada de fines elegidos es el logro de un largo proceso de evolución. El hombre, él mismo un ser actuante, se inclinó primero a explicar todos los eventos como manifestaciones de la acción de seres que actuaban en una forma que no era esencialmente diferente a la suya. El animismo le atribuía a todas las cosas del universo la facultad de acción. Cuando la experiencia hizo que la gente abandonara esta creencia, todavía se asumía que Dios o la naturaleza actuaban de una manera no distinta a la de la acción humana. La emancipación de este antropomorfismo es uno de los fundamentos epistemológicos de la ciencia natural moderna.
La filosofía positivista, que en la actualidad también se autodenomina filosofía científica, cree que este rechazo al finalismo por parte de las ciencias naturales implica una refutación de todas las doctrinas teológicas, así como de todas las enseñanzas de la ciencia de la acción humana. Esperan que las ciencias naturales puedan resolver todos los «acertijos del universo» y que provean una respuesta supuestamente científica a todas las preguntas que incomodan a la humanidad.
Sin embargo, las ciencias naturales no contribuyeron y no pueden contribuir en nada a la clarificación de aquellos problemas con los que la religión trata de lidiar. El repudio al antropomorfismo naif que imaginaba a un ser supremo como dictador o relojero fue un logro de la teología y de la metafísica, Con respecto a la doctrina de que Dios es completamente distinto del hombre y que su esencia y naturaleza no pueden ser captadas por el hombre mortal, las ciencias naturales y una filosofía de ellas derivada no tienen nada que decir. Lo trascendente está más allá de la rama sobre la cual la física y la fisiología proveen información. La lógica no puede probar ni desaprobar el núcleo de las doctrinas teológicas. Todo lo que la ciencia —aparte de la historia— puede hacer al respecto es exponer las falacias de las supersticiones y las prácticas mágicas y fetichistas.
Al negar la autonomía de las ciencias de la acción humana y su categoría de las causas finales, el positivismo enuncia un postulado metafísico que no puede corroborar ninguno de los hallazgos de los métodos experimentales de las ciencias naturales. Es un mero pasatiempo emplear para la descripción de la conducta del hombre los mismos métodos que las ciencias naturales emplean en el tratamiento de la conducta de los ratones o del hierro. Los mismos eventos externos producen en hombres distintos, y en los mismos hombres en diferentes momentos, reacciones distintas. Las ciencias naturales quedan desamparadas frente a esta «irregularidad». Sus métodos solo pueden aplicarse a sucesos gobernados por un patrón de regularidad. Además, no tienen ningún lugar para los conceptos de significado, valoración y fin.
La valoración es la reacción emocional del ser humano a los diferentes estados de su naturaleza, tanto aquellos del mundo exterior como los de las condiciones psicológicas de su propio cuerpo. El hombre distingue entre estados más y menos deseables, como lo expresaría el optimista, o entre mayores y menores males, como los pesimistas están listos para decir. Él actúa cuando cree que la acción puede resultar en la sustitución de un estado menos deseable por uno más deseable.
Los fracasos en los intentos por emplear los métodos y los principios epistemológicos de las ciencias naturales a los problemas de la acción humana están ocasionados por el hecho de que estas ciencias no tienen herramientas para lidiar con la valoración. En el campo de los fenómenos que estudian, no hay lugar para ninguna conducta deliberada. El físico en sí mismo y la investigación física son entidades que están fuera de la órbita que él investiga. Los juicios de valor no pueden ser percibidos por los métodos de observación del experimentador y no pueden ser descritos por las sentencias protocolares del lenguaje de la física. Y aun así son, incluso desde el punto de vista de las ciencias naturales, fenómenos reales, ya que son un nexo necesario en las cadenas de acontecimientos que producen fenómenos físicos definidos.
El físico de hoy puede reírse de la doctrina que interpretaba ciertos fenómenos como la consecuencia de un miedo al vacío. Pero no puede darse cuenta de que los postulados del panfisicalismo no son menos ridículos. Si uno elimina toda referencia a los juicios de valor, es imposible decir nada acerca de las acciones de los hombres, es decir, acerca de todos los comportamientos que no sean la mera consumación de los procesos fisiológicos que tienen lugar en el cuerpo humano.
El fin de todas las ramas del positivismo es silenciar las ciencias de la acción humana. Por el bien de la argumentación nos abstendremos de analizar las contribuciones del positivismo a la epistemología de las ciencias naturales tanto con respecto a su originalidad como a su consistencia. Tampoco tenemos que indagar mucho en los motivos que incitan los apasionados ataques de los autores positivistas en contra de los «procedimientos acientíficos» de la economía y de la historia. Ellos están recomendando determinadas reformas políticas, económicas y culturales que, según creen, traerán la salvación de la humanidad y el establecimiento de una dicha eterna. Como no pueden refutar las devastadoras críticas que sus fantásticos planes reciben de parte de los economistas, quieren suprimir la «ciencia sombría».
La pregunta acerca de si el término «ciencia» debe ser aplicado solo a las ciencias naturales o también a la praxeología y la historia es meramente lingüística y su solución varía según los usos de las distintas lenguas. En inglés, para mucha gente, el término «ciencia» se refiere únicamente a las ciencias naturales[38]. En alemán se usa hablar de Geschichtswissenschaft y llamar a diferentes ramas de la historia Wissenschaft, como Literaturwissenschaft, Sprachwissenschaft, Kunstwissenschaft, Kriegswissenschaft. Uno puede desestimar el problema y considerarlo meramente verbal, una objeción baladí sobre las palabras.
Auguste Comte postulaba una ciencia empírica de sociología que, moldeada a partir del esquema de la mecánica clásica, debía lidiar con las leyes de la sociedad y los hechos sociales. Los cientos y miles de adeptos a Comte se llamaron a sí mismos sociólogos, y a los libros que publican, contribuciones a la sociología. De hecho, abordan diversos hasta ahora medianamente ignorados capítulos de historia y a grandes rasgos proceden de acuerdo a los muy comprobados métodos de la investigación histórica o etnológica. Es irrelevante si mencionan en el título de sus libros el período y el área geográfica con la que están trabajando. Sus estudios «empíricos» necesariamente se refieren siempre a una época definitiva de la historia y describen los fenómenos que surgen, cambian y desaparecen en el flujo del tiempo. Los métodos de las ciencias naturales no pueden aplicarse a la conducta humana porque esta conducta, aparte de lo que la califica como acción humana y es estudiado por la ciencia apriorística de la praxeología, carece de la peculiaridad que caracteriza los acontecimientos observados en el campo de las ciencias naturales, a saber, la regularidad.
No hay forma ni de confirmar ni de refutar mediante razonamiento discursivo las ideas metafísicas que están en la base del ostensiblemente anunciado programa de la «Ciencia Unificada» como está expuesto en la Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada, el santo grial del positivismo lógico, el panfisicalismo y el empirismo intolerante. Es suficientemente paradójico que estas doctrinas, que partieron de un rechazo radical a la historia, nos pidan que miremos todos los acontecimientos como parte del contenido de una comprensible historia cósmica. Lo que sabemos acerca de los sucesos naturales, por ejemplo el comportamiento del sodio o el mecanismo de palancas, puede, como ellos dicen, ser válido solamente para el período de agregación cósmica en que nosotros mismos y las generaciones precedentes de científicos vivieron. No hay motivo alguno para asignar a las afirmaciones de la química o la mecánica «ningún tipo de universalidad» en lugar de tratarlas como afirmaciones históricas[39]. Desde este punto de vista, las ciencias naturales se transforman en un capítulo de la historia cósmica. No hay conflicto entre el fisicalismo y la historia cósmica.
Debemos admitir que no sabemos nada acerca de las condiciones de un período de la historia cósmica para el cual las afirmaciones de lo que en nuestro período llamamos las ciencias naturales ya no sea válido. Al hablar de ciencia y conocimiento tenemos en mente solamente las condiciones que nuestro vivir, pensar y actuar nos permiten investigar. Lo que está más allá de las condiciones de este —tal vez temporalmente limitado— estado de cosas es para nosotros un área desconocida e imposible de conocer. En aquel sector del universo accesible a nuestra mente investigadora prevalece un dualismo en la sucesión y concatenación de eventos. Está, por un lado, el campo de los sucesos exteriores, sobre los cuales solamente podemos aprender que imperan relaciones mutuas y constantes entre ellos y está el campo de la acción humana, sobre el cual no podemos aprender nada sin recurrir a la categoría de finalidad. Todos los intentos por desestimar este dualismo son dictados por prejuicios metafísicos arbitrarios, crean meros sinsentidos y son inútiles para la acción práctica.
La diferencia que existe en nuestra naturaleza entre el comportamiento del sodio y aquel de un autor que en sus escritos se refiere al sodio no puede eliminarse haciendo referencia a la posibilidad de que alguna vez esta no haya existido o alguna vez deje de existir en los futuros períodos de la historia cósmica sobre cuyas condiciones nada conocemos. Todo nuestro conocimiento debe tomar en consideración el hecho de que respecto del sodio no sabemos nada acerca de las causas finales que dirigen su conducta, mientras que sí sabemos que el hombre, por ejemplo, al escribir un ensayo sobre el sodio, aspira a lograr determinados fines. Los intentos del behaviorismo (o de los «behavioristas»[40]) de abordar la acción humana de acuerdo al esquema estímulo-respuesta han fracasado estrepitosamente. Es imposible describir acción humana alguna si uno no se refiere al sentido que el actor ve en el estímulo, así como también al fin que su respuesta intenta alcanzar.
También conocemos el fin que motiva a los campeones de todas estas modas pasajeras que hoy en día desfilan bajo el nombre del Ciencia Unificada. Sus autores están guiados por el complejo dictatorial. Quieren lidiar con sus semejantes de la misma forma en que un ingeniero lidia con los materiales con los cuales construye casas, puentes y máquinas. Quieren reemplazar las acciones de sus conciudadanos por su «ingeniería social», y los planes del resto de las personas por sus propios planes omnicomprensivos.
Se ven a sí mismos en el rol del dictador —el duce, el führer, el zar de la producción— en cuyas manos todos los demás especímenes de la humanidad son solamente títeres. Si se refieren a la sociedad como un agente actuante, quieren decir ellos mismos. Si dicen que la imperante anarquía del individualismo debe ser reemplazada por la acción consciente de la sociedad, se están refiriendo a su propia conciencia y a la de nadie más.
Existen dos ramas de las ciencias de la acción humana, la praxeología por un lado y la historia por el otro.
La praxeología es a priori. Comienza por la categoría a priori de la acción y desarrolla a partir de ella todo lo que ella contiene. Por razones prácticas, la praxeología no le presta como regla mucha atención a aquellos problemas que no aportan mucho a al estudio de la realidad de la acción del hombre, sino que restringe su trabajo a los problemas que son necesarios para la elucidación de lo que está sucediendo en la realidad. Su objetivo es abordar la acción que tiene lugar bajo las condiciones que el hombre que actúa debe enfrentar. Esto no altera el carácter puramente apriorístico de la praxeología. Simplemente circunscribe el campo que el praxeólogo individual por costumbre elige para su trabajo. Ellos se refieren a la experiencia solamente para separar aquellos problemas que son de interés para el estudio del hombre como realmente actúa y es, de otros problemas que ofrecen un interés meramente académico. La respuesta a la pregunta de si son aplicables o no los teoremas de la praxeología a un problema determinado de la acción depende del establecimiento del hecho de si los supuestos especiales que caracterizan ese teorema tienen valor alguno para el conocimiento de la realidad. Para estar seguros, no depende de la respuesta a la pregunta si estos supuestos se corresponden con el estado real de las cosas que el praxeólogo quiere investigar. Las construcciones imaginarias que son las principales —o, como algunos preferirían llamar, las únicas— herramientas mentales de la praxeología describen las condiciones que jamás pueden estar presentes en la realidad de la acción. Sin embargo, resultan indispensables para concebir lo que está sucediendo en la realidad. Incluso los más intolerantes defensores de la interpretación empirista de los métodos de la economía emplean la construcción imaginaria de una economía de giro uniforme (estado de equilibrio), aunque tal estado de cosas humanas no pueda ser alcanzado nunca[41].
Continuando por la senda de los análisis de Kant, los filósofos elevaron la pregunta: ¿Cómo puede la mente humana, por pensamiento apriorístico, lidiar con la realidad del mundo exterior? En lo que concierne a la praxeología, la respuesta es evidente. Ambos, tanto el pensamiento y el razonamiento a priori por un lado y la acción humana por el otro, son manifestaciones de la mente humana. La estructura lógica de la mente humana crea la realidad de la acción. La razón y la acción son homogéneas y pertenecen al mismo género, son dos aspectos del mismo fenómeno. En este sentido podemos aplicar a la praxeología la frase de Empédocles: γνῶσιϛ τοῦ ὁμοίου τῷ ὁμοίψ. Algunos autores han traído a colación la relativamente estrecha pregunta de cómo reaccionaría un praxeólogo frente a una experiencia que contradiga los teoremas de su doctrina apriorística. La respuesta es: de la misma forma en que un matemático reaccionaría frente a la «experiencia» de que no hay diferencia entre dos manzanas y siete manzanas o un lógico frente a la «experiencia» de que A y no A son idénticos. La experiencia concerniente a la acción humana presupone la categoría de la acción y todo lo que de ella deriva. Si uno no se refiere al sistema del a priori praxeológico, uno no debe y no puede hablar de acción, sino meramente de eventos que deben describirse en los términos de las ciencias naturales. La conciencia del problema con el que lidian las ciencias de la acción humana está condicionada por la familiaridad con las categorías a priori de la praxeología. A propósito, también tenemos que remarcar que cualquier experiencia en el campo de la acción humana es experiencia específicamente histórica, es decir, la experiencia de fenómenos complejos, que jamás pueden falsificar ningún teorema en la forma en que los experimentos de laboratorio pueden hacerlo respecto de las conclusiones de las ciencias naturales.
Hasta el momento, la única parte de la praxeología que se ha desarrollado como un sistema científico es la economía. Un filósofo polaco, Tadeusz Kotarbinski, está tratando de desarrollar una nueva rama de la praxeología, la teoría praxeológica del conflicto y la guerra como contraposición a la teoría de la cooperación o economía[42].
La otra rama de las ciencias de la acción humana es la historia. Ella comprende la totalidad de lo experimentado por la acción humana. Es el registro metódicamente ordenado de la acción humana, la descripción de los fenómenos como han sucedido, a saber, en el pasado. Lo que distingue las descripciones de la historia de aquellas descripciones de las ciencias naturales es que ellas no son interpretadas a la luz de la categoría de la regularidad. Cuando el físico dice: si A se encuentra con B, el resultado es C quiere decir, más allá de lo que digan los filósofos, que C aparecerá cuando sea y donde sea que A y B se encuentren bajo las mismas condiciones. Cuando el historiador se refiere a la batalla de Cannas, él sabe que está hablando del pasado y que en esta particular batalla no volverá lucharse jamás.
La experiencia es una actividad mental uniforme. No hay dos ramas diferentes de la experiencia, una a la que se recurra en ciencias naturales, y otra para la investigación histórica. Todo acto de la experiencia es una descripción de lo que pasó en términos del equipamiento lógico y praxeológico del observador y su conocimiento de las ciencias naturales. Es la actitud del observador la que interpreta la experiencia al añadirla a su almacén de hechos experimentados previamente acumulado. Lo que distingue la experiencia del historiador con la del naturalista y el físico es que busca el significado que el suceso tuvo o tiene para aquellos que fueron o bien instrumentales para que este se origine, o bien fueron afectados por su aparición.
Las ciencias naturales no saben nada acerca de las causas finales. Para la praxeología, la finalidad es la categoría fundamental. Pero la praxeología se abstrae del contenido concreto de los fines a los que los hombres aspiran. Es la historia la que se encarga de los fines concretos. Para la historia la pregunta principal es: ¿cuál fue el sentido que los actores le otorgaron a la situación en que se encontraron y cuál fue el sentido de su reacción y, finalmente, cuál fue el resultado de esas acciones? La autonomía de la historia o, como podríamos decir, de las distintas disciplinas históricas consiste en su dedicación al estudio del significado.
Tal vez no sea superfluo enfatizar una y otra vez que cuando los historiadores dicen «significado» se refieren al significado que los individuos —los actores mismos y aquellos afectados por sus acciones o los historiadores— vieron en la acción. La historia como tal no tiene nada en común con el punto de vista de las filosofías de la historia que pretenden conceder el significado que Dios o un cuasi-Dios —como las fuerzas materiales de producción en el esquema de Marx— le da a los distintos sucesos.
La praxeología es a priori. Todos sus teoremas son productos del razonamiento deductivo que comienza con la categoría de la acción. Las preguntas acerca de si los juicios de la praxeología deben ser analíticos o sintéticos o si sus procedimientos deben ser clasificados como «meramente» tautológicos tienen un interés solamente verbal.
Lo que la praxeología sostiene sobre la acción humana en general es estrictamente válido para cualquier acción sin excepción. Hay acción y hay ausencia de acción, pero nada hay en el medio. Toda acción es un intento de intercambiar un estado de cosas por otro, y todo lo que la praxeología afirma respecto del intercambio se refiere estrictamente a él. Al tratar con cada acción nos encontramos con los conceptos fundamentales de fines y medios, éxito o fracaso, ganancia o pérdida, costes. Un intercambio puede ser directo o indirecto, es decir, efectuado a través de la interposición de un estado intermedio. La experiencia es la que debe determinar si una acción determinada fue, o no, un intercambio indirecto. Y si fue un intercambio indirecto, entonces todo lo que la praxeología dice respecto del intercambio indirecto en general se aplica de manera estricta a este en particular.
Todo teorema de la praxeología es deducido mediante el razonamiento lógico a partir de la categoría de la acción. Comparte la certeza apodíctica provista por el razonamiento lógico que parte de una categoría a priori.
En la cadena de razonamientos praxeológicos, el praxeólogo introduce ciertos supuestos relativos a las condiciones del ambiente en que tiene lugar la acción. Después trata de descubrir cómo afectan estas condiciones especiales el resultado al que su razonamiento debería arribar. La pregunta acerca de si las condiciones del mundo exterior se corresponden con estos supuestos debe ser respondida por la experiencia. Pero si la respuesta es afirmativa, todas las conclusiones emanadas del razonamiento praxeológico lógicamente correcto describen estrictamente lo que está sucediendo en la realidad.
En su sentido más amplio, la historia es la totalidad de la experiencia humana. La historia es experiencia y toda experiencia es histórica. La historia abarca también toda la experiencia de las ciencias naturales. Lo que caracteriza a las ciencias naturales como tales es que se aproximan al material de la experiencia con la categoría de una estricta regularidad en la sucesión de eventos. La historia en su sentido más estrecho, es decir, la totalidad de la experiencia relativa a la acción humana, no se refiere y no debe referirse a esta categoría. Esto la distingue epistemológicamente de las ciencias naturales.
La experiencia siempre es la experiencia del pasado. No hay experiencia ni historia del futuro. Sería innecesario repetir esta obviedad si no fuera por el problema de los pronósticos comerciales hechos por los estadísticos, sobre los que algo diremos más adelante[43].
La historia es el registro de las acciones humanas. Establece el hecho de que el hombre, inspirado por ideas determinadas, hizo juicios de valor determinados, eligió metas determinadas y recurrió a medios determinados para alcanzar los fines elegidos, y aborda también los resultados de sus acciones, el estado de cosas que la acción produjo.
Lo que distingue las ciencias de la acción humana de las ciencias naturales no son los sucesos investigados, sino el modo en que se los observa. El mismo evento se muestra distinto cuando es visto a la luz de la historia y cuando es visto a la luz de la física o la biología. Lo que interesa al historiador en el caso de un asesinato o en un incendio no es lo que interesa al psicólogo o al químico a menos que estén trabajando como expertos para un tribunal de justicia. Para el historiador los hechos del mundo exterior estudiados por las ciencias naturales importan solo en la medida que afecten a la acción humana o sean producidos por ella.
El dato último de la historia se llama individualidad. Cuando el historiador arriba al punto más allá del cual no puede seguir investigando, se refiere a la individualidad. «Explica» un hecho —el origen de una idea o la realización de una acción— rastreando su origen en la actividad de un hombre o una multitud de hombres. Aquí se enfrenta a la barrera que impide a las ciencias naturales abordar las acciones de los hombres, a saber, nuestra incapacidad para aprender cómo determinados hechos externos producen en la mente de los hombres reacciones determinadas, es decir, ideas y voluntades.
Vanos intentos se han hecho para rastrear el origen de la acción humana en factores que podrían ser descritos por los métodos de las ciencias naturales. Enfatizando el hecho de que la urgencia por preservar la propia vida y propagar la especie es innata en toda criatura, el hambre y el sexo fueron proclamados como los más importantes, incluso los únicos, motores de la acción humana. No obstante, uno no puede negar que existen diferencias considerables entre el modo en que estas urgencias biológicas afectan el comportamiento del hombre y aquel de las especies no humanas y que el hombre, además de aspirar a satisfacer sus impulsos animales, también intenta conseguir otros objetivos que son específicamente humanos y por tanto suelen llamarse fines superiores. Que la estructura fisiológica del cuerpo humano —en primer lugar los apetitos del estómago y de las glándulas sexuales— influyan en las elecciones de los seres actuantes no fue jamás olvidado por los historiadores. Después de todo, el hombre es un animal. Pero es el animal que actúa; elige entre fines en conflicto. Es precisamente este el tema tanto de la praxeología como de la historia.
El ambiente en el que actúa el hombre está determinado, por un lado, por los sucesos naturales y, por el otro, por la acción humana. El futuro para el que planea estará codeterminado por las acciones de las personas que también están planeando y actuando como él. Si quiere tener éxito, debe anticipar su conducta.
La incertidumbre del futuro está causada no solo por la incertidumbre relativa a las acciones futuras de los otros, sino también al conocimiento insuficiente concerniente a los diversos eventos naturales que son relevantes para la acción. La meteorología provee algo de información acerca de los factores que determinan las condiciones atmosféricas; pero este conocimiento en el mejor de los casos permite al experto predecir el clima con alguna probabilidad por algunos días, nunca para períodos prolongados. Existen otros campos en donde la predicción humana es aún más limitada. Todo lo que el hombre puede hacer con respecto a estas situaciones insuficientemente conocidas es utilizar lo que las ciencias naturales le brindan, por más limitado que esto pueda ser.
Radicalmente distintos de los métodos aplicados para lidiar con los eventos de la naturaleza son aquellos a los que recurre el hombre para anticipar la conducta de su prójimo. Durante mucho tiempo la filosofía y la ciencia prestaron poca atención a estos métodos. Eran considerados acientíficos y no merecían la atención de los intelectuales serios. Cuando los filósofos comenzaron a tratar con ellos, los llamaron psicológicos. Pero este término se volvió inapropiado cuando se desarrollaron las técnicas de la psicología experimental y casi todo lo que las generaciones anteriores habían llamado psicología se fue o bien rechazado como acientífico, o bien asignado a una clase de pasatiempo desdeñosamente tildado de «mera literatura» o «literatura psicológica». Los campeones de la psicología experimental confiaban en que un día los experimentos de laboratorio brindarían una solución científica a todos los problemas acerca de los cuales, como dicen, las ciencias tradicionales de la acción humana discuten en charlas infantiles o metafísicas.
De hecho, la psicología experimental no tiene nada que decir y jamás ha dicho algo respecto de los problemas que la gente tiene en su mente cuando se refiere a la psicología en relación con las acciones de su prójimo. El problema central y principal de la «psicología literaria» es el significado, algo inaceptable para cualquier ciencia natural y cualquier experimento de laboratorio. Mientras que la psicología experimental es una rama de las ciencias naturales, la «psicología literaria» lidia con la acción humana, es decir, con ideas, juicios de valor y voluntades que determinan la acción. Como el término «psicología literaria» es relativamente torpe y no permite que uno se forme un adjetivo correspondiente, he sugerido sustituirlo por el término timología[44].
La timología es una rama de la historia o, como dijo Collingwood, pertenece al «ámbito de la historia»[45]. Aborda las actividades mentales del hombre que determinan su acción. Aborda los procesos mentales que resultan en un tipo determinado de comportamiento, con las reacciones de la mente a las condiciones del ambiente del individuo. Aborda algo invisible e intangible que no puede ser percibido por los métodos de las ciencias naturales. Pero las ciencias naturales deben admitir que este factor debe ser considerado real incluso desde su punto de vista, ya que es un nexo en la cadena de sucesos que da como resultado cambios en el ámbito cuya descripción ellos consideran su campo exclusivo de estudios.
Al analizar y demoler los argumentos del positivismo de Comte, un grupo de filósofos e historiadores conocidos como südwestdeutsche Schule elaboró la categoría de la comprensión (Verstehen) que ya había sido, en un sentido menos explícito, familiar a autores anteriores. Esta específica comprensión de las ciencias de la acción humana aspira a establecer el hecho de que los hombres otorgan un significado definido al estado de su medio ambiente, que ellos valoran este estado y que, motivados por estos juicios de valor, recurren a medios determinados para preservar o conseguir un estado de cosas diferente del que prevalecería si se abstuvieran de realizar cualquier acción deliberada. La comprensión se ocupa de los juicios de valor, de la elección de fines y de medios a la que se recurre para alcanzar estos fines, y de la valoración del resultado de las acciones que se llevaron a cabo.
Los métodos de indagación científica no son distintos de los procedimientos aplicados por todos en su vida cotidiana. Son meramente más refinados y en la medida de lo posible libres de inconsistencias y contradicciones. Comprender no es un método de proceder particular de los historiadores solamente. Es practicado por los niños pequeños en cuanto superan el estado meramente vegetativo de sus primeros días o semanas. No hay ninguna respuesta consciente del hombre a ningún estímulo que no sea dirigida por la comprensión.
La comprensión presupone e implica la estructura lógica de la mente humana con todas las categorías a priori. Las leyes biogenéticas representan la ontogenia del individuo como una recapitulación abreviada de la filogenia de la especie. De manera análoga uno debe describir los cambios en la estructura intelectual. El niño recapitula en su desarrollo posnatal la historia de la evolución intelectual de la humanidad[46]. El amamantamiento se vuelve timológicamente humano apenas aparece en su mente la idea de que un fin determinado puede ser alcanzado mediante una conducta definida. Los animales no humanos nunca proceden más allá de las urgencias del instinto y los reflejos condicionados.
El concepto de comprensión fue elaborado, en primer lugar, por filósofos e historiadores que querían refutar las opiniones positivistas acerca de los métodos de la historia. Esto explica que haya sido originalmente tratada solo como la herramienta mental del estudio del pasado. Pero los servicios que brinda la comprensión al echar luz sobre el pasado es solo un estado preliminar en los esfuerzos por anticipar lo que puede suceder en el futuro. Visto desde el punto de vista práctico, el hombre parece interesado en el pasado solo para poder estar listo para el futuro. Las ciencias naturales tratan con la experiencia —que es siempre necesariamente el registro de lo sucedido en el pasado— porque las categorías de regularidad y causalidad permiten que esos estudios sean útiles para guiar la acción tecnológica, que siempre inevitablemente aspira a lidiar con condiciones futuras. La comprensión del pasado brinda un servicio similar en hacer que la acción sea tan exitosa como sea posible. El entendimiento aspira a anticipar las condiciones futuras en la medida que dependan de ideas, voluntades y acciones humanas. No existe, salvo para Robinson Crusoe antes de encontrarse con su amigo Viernes, ninguna acción que pueda ser planeada o ejecutada sin prestar atención a lo que los otros individuos harán. La acción implica comprender las reacciones de los demás.
Esta anticipación de eventos en el campo bajo estudio de las ciencias naturales se basa en la categoría de la regularidad y la causalidad. Existen algunos puentes que colapsarían si un camión cargado con diez toneladas les pasara por encima. Pero no esperamos que un camión de dichas características haga colapsar el puente George Washington. Creemos firmemente en las categorías que están en la base de nuestro conocimiento químico y físico.
Al abordar las reacciones de nuestro prójimo, no podemos apoyarnos en tal regularidad. Asumimos, en términos generales, que la conducta futura de la gente, si permanece lo demás inmutable, no se desviará de su conducta pasada sin un motivo particular, porque asumimos que lo que determinó su conducta en el pasado determinará también su conducta futura. Si bien sabemos lo diferente que podemos ser de otros individuos, tratamos de adivinar cómo reaccionarán a cambios en el entorno. Con lo que sabemos sobre su comportamiento pasado construimos un esquema que llamamos su carácter. Asumimos que ese carácter no cambiará de no mediar algún motivo especial y, dando un paso más adelante, tratamos también de predecir cómo determinados cambios en el entorno afectarán sus reacciones. Comparado con la aparentemente absoluta certeza provista por alguna de las ciencias naturales, estos supuestos y todas las conclusiones que de ellos se derivan parecen poco firmes; los positivistas pueden ridiculizarlas y tildarlas de acientíficas. Sin embargo, son la única aproximación disponible para tratar los problemas en cuestión y son indispensables para que cualquier acción pueda realizarse en un medio social.
La comprensión no trata el lado praxeológico de la acción humana. Se refiere a los juicios de valor y a la elección de fines y medios de parte de nuestros congéneres. No se refiere al campo de la praxeología y la economía, sino al campo de la historia. Es una categoría timológica. El concepto de carácter humano es un concepto timológico. Su contenido concreto en cada instancia se deriva de la experiencia histórica.
Ninguna acción puede planearse ni ejecutarse sin un entendimiento del futuro. Incluso la acción de un individuo aislado es guiada por supuestos definidos acerca de los futuros juicios de valor del actor y es, por tanto, determinada por la imagen que el actor tiene sobre su propio carácter.
El término «especulan» era originalmente empleado para describir cualquier tipo de meditación y formación de opinión. Hoy se utiliza con una connotación de oprobio para rebajar a aquellos hombres que, en la economía de mercado capitalista, consiguen anticipar las reacciones futuras de los demás mejor que el hombre promedio. El fundamento de este uso semántico debe encontrarse en la incapacidad de los cortos de vista para advertir la incertidumbre del futuro. Estas personas no pueden darse cuenta que todas las actividades productivas buscan satisfacer las necesidades más urgentes del futuro y que en la actualidad no existe la certidumbre respecto de estas condiciones. No están al tanto de que existe un problema cualitativo en la provisión para el futuro. En todos los escritos de los autores socialistas no hay ni la más mínima alusión al hecho de que uno de los problemas principales de la conducción de las actividades productivas consiste en anticipar las demandas futuras de los consumidores[47].
Toda acción es una especulación guiada por una opinión definida relativa a las condiciones inciertas del futuro. Aun en las actividades de corto plazo esta incertidumbre se mantiene. Nadie puede saber si algún hecho inesperado será capaz de invalidar todo lo que había sido provisto para el día o la hora siguiente.