XXVI
Valencia

DISTRAÍDA con el paisaje radiante de sol olvido las últimas tristes horas de Madrid. Pasamos por ruinas de pueblos sin una sola casa en pie, pero con habitantes. Algunas mujeres cosen al sol entre las ruinas, y los chicos juegan saltando sobre las piedras… En el coche alguien dice:

—¡Apegaos a las piedras como si fueran ratones!

—¡Qué van a hacer! —suspira una mujer rubia vestida de negro—. ¡Qué van a hacer! Aquí está lo poco que tienen… la tierra para trabajar… Afuera serían unos pordioseros…

Otra vez se hace silencio en el coche donde todo el mundo parece abstraído con sus pensamientos. Las dos mujeres rubias, vestidas en negro, van sentadas frente a mí. A mi lado, un hombre de pueblo y un soldado.

Llegamos a Villaverde a mediodía. Ya conozco este pueblo en el que para el ómnibus y por donde, con esta vez, he pasado tres veces.

—¡Paramos una hora! —dice el chófer—. El que quiera bajar… En la plaza dan malte sin azúcar.

Bajamos todos. Van delante de mí en grupos. Sólo yo, que no conozco a nadie, voy sola.

Las calles, calientes de sol, huelen a paja y estiércol… mezclados con humo de piornos. Olor de pueblo tibio y agradable.

Unos pasos cercanos y un muchacho que se empareja conmigo.

—Discúlpeme, señorita… ¿Usted es Celia Gálvez… la de «Blanco y Negro»?… La que contaba cuentos y…

—Sí, señor…

—Me han dicho que usted sabe leer las líneas de las manos, ¿es verdad?

Me río.

—¡Qué tontería! No haga caso… Una vez leí un libro de quiromancia y me dio por mirar las manos de todo el mundo… pero ¡era por broma, sin creer en ello!

—¿Querría usted leer mis manos?

Y las extiende hacia mí con las palmas hacia arriba.

—¡No, aquí no! ¿Usted va a Valencia?

—Sí… soy el ayudante del chófer.

—Pues allí, allí se las veré… Pero… de veras que no entiendo nada… que es por broma únicamente.

El muchacho guarda sus manos en el bolsillo y dice:

—Si va usted a la plaza le acompaño… Tomaremos malte en el café. ¡Otra cosa no hay!

Tomamos malte sin hablar. Es un muchacho alto y que ha debido ser muy fuerte, pero está flaco y palidísimo…

—He adelgazado veinticinco kilos —me dice al ver que le miro—. ¡Es el hambre! Soy vasco, pero nacido en Argentina… ¡soy vasco! —repite con orgullo—… pero la Argentina es tierra hermana… sin embargo…

Se calla. Volvemos al coche y ya no le veo más.

Según nos acercamos a Valencia los pueblos están menos castigados… ¡Ya huele el azahar de los huertos!

Se hace de noche. Se oyen aviones y caen bombas en un pueblo al que nos acercamos, y cruzamos bajo las bombas. Alguien comienza a cantar la Internacional y todos seguimos. Es un canto enérgico que da valor. Luego cantamos el Himno de Riego, y cantando seguimos ya fuera del pueblo por una carretera negra apenas iluminada por las luces bajas del ómnibus…

Me duermo. Al despertar, rodamos por las calles de Valencia, oscuras y solitarias.

De pronto, el coche se para. Todo el mundo baja, y yo también, y entramos por un portal abierto en un patio iluminado… No sé qué hacer… Es tarde para buscar casa ni fonda. No hay nadie para llevarme la maleta, ni sé dónde dejarla… Busco al vasco y le encuentro hablando por teléfono.

—Lo mejor es quedarse a dormir en el coche —me dice—. No es hora ya de ir a ninguna parte.

Vuelvo al coche y veo que otros han vuelto también. Con el abrigo convierto en cama el asiento del fondo… y a dormir. ¡Qué frío tengo en los pies…! Me descalzo y los envuelvo en la bufanda de lana. Luego me duermo profundamente… ¡Dios mío, mira por mí…!

Al amanecer, una voz fuerte me despierta.

—¡Abajo todo el mundo, que el coche se marcha de aquí! ¿Han oído? ¡Abajo!

Sin protestar, nos levantamos todos, recogemos nuestros paquetes y bajamos.

—¿Me permite dejar aquí la maleta? —pregunto a una muchacha medio dormida que riega unos geranios en el portal.

—Déjela… ¿Tiene su nombre escrito? —Sí…

Tengo poca fuerza y la arrastro hasta un rincón donde hay otras maletas. Con el cuello del gabán subido hasta las orejas salgo a la calle solitaria y trato de orientarme…

¡Pero si estoy en la calle donde viven Fifina y sus tías…! En aquel momento el portero abre la puerta del portal y entro.