—Tu padre pasará los Pirineos, y… yo me quedaré aquí… pase lo que pase —dice como si hablara para ella—. Me quedaré aquí… y no sé lo que harán conmigo por mi pecado de democracia…
—Pero ¿es seguro que…?
No entiende mi ansiedad y dice:
—Por lo menos me llevarán a la cárcel… Es lo lógico… Yo también les llevaría a ellos con el único fin de que no me inquietaran…
Vuelvo a casa triste… Además estoy triste porque Jorge, que me ha mandado dos postales en tres meses, hace cuatro que no se acuerda de mí. Las últimas noticias me las ha dado papá en su carta del mes pasado:
Jorge está en el frente del Ebro. Es un héroe.
Todos son héroes. Papá, Jorge, la señorita Amelia, el papá de María Luisa, por conservar su ánimo entre tantas desgracias… Pero yo soy una pobre chica perdida entre tanta gente, sola, sin familia… sin saber qué hacer…
Por la noche me duelen la cabeza y el estómago. Ya hace días que lo poco que como me produce náuseas. Hoy justamente la señora de Aguilar me ha llamado para llevarme al médico…
Vamos a las tres. Es un sanatorio cerca de la calle de Alcalá. El doctor nos recibe en su despacho. Luego nos hace pasar a una habitación donde hay rayos X y cama de reconocimiento.
—Desnúdese el torso… —me dice—. Hace frío… pero no hay otro remedio. Quiero auscultarla detenidamente.
Con ayuda de Rebeca voy quitándome la ropa y en los brazos se me pone carne de gallina. Luego me aplica a la espalda un disco de metal y escucha por los tubos de goma. Sólo se oye el ruido de un reloj en el despacho.
—¡Bah, no es nada! Debilidad, cansancio del estómago por la ingestión de tantas cosas absurdas… Vístase…
Mientras me visto, le oigo hablar con Rebeca.
—Hoy es un gran día… ¿Ya sabe la noticia? ¿No? ¡Es buena noticia! ¡Han tomado Barcelona!
Vuelvo la cabeza, aterrada.
—¿Quién? ¿Quién ha tomado Barcelona?
—Franco… los militares… Han entrado hoy a las tres… la radio ha dado la noticia…
Las manos me tiemblan de tal manera que no acierto a ponerme el abrigo.
—¡Mi padre está allí! Mi padre que es coronel…
—Ya no están —dice el médico—. Van doscientas mil personas hacia la frontera…
Al salir, todo me parece cambiado. Las calles, el sol, el cielo azul. Rebeca me habla:
—No te inquietes así, criatura. Tu padre estará a salvo… y tú… te vienes con nosotros.
Los sollozos me ahogan… ¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué ha sido de mi padre?… Y dentro de mí un dolor agudo pregunta: «¿Qué ha sido de Jorge?».
Llego a Chamartín desolada. El frío me envuelve como un manto infinito de desgracia. ¡Todos se me van! Todos me dejan… Mami, el abuelito, tía Julia, Gerardo… mis niñas, Valeriana, y ahora… ¡Dios mío, Dios mío!
Guadalupe llora también…
—Kinoto está muy malo… ya no puede andar —me dice.
¡Gatito mío! Abre los ojos al oírme, le saco de su cesto y le llevo a la cama conmigo… Los tres nos acostamos sin cenar.
Lo que vino de América lo repartimos a todos los que nos habían favorecido a nosotros y hace una semana que nada nos queda.
—Y gracias a que estamos tristes —dice Guadalupe.
—¿Por qué dice «gracias»?
—Por eso, porque no tenemos nada para cenar, pero como estamos tristes, no nos importa.
¡Esta pobre Guadalupe es inefable, como dice siempre María Luisa!
A medianoche unos maullidos dolorosos y tenues me despiertan. Enciendo la luz… ¡Kinoto se está muriendo! ¡Se muere de hambre…! ¡Pobrecito mío! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!
La voz débil del gato me contesta y sus ojos tristes se vuelven hacia mí…
—¿Qué haría?
Escondida como un tesoro para cuando el hambre nos haga sufrir demasiado, tengo una latita de leche condensada. Abro en la tapa dos agujeros y saco unas gotas de leche en la punta de una cuchara que lame Kinoto ansiosamente…
—¡Pobrecito! ¡Pobrecito! ¡No te mueras tú, gatito mío!
Se toma una cucharada más, pero de pronto deja caer la cabeza y creo que se ha muerto… ¡No! ¡No! ¡Gatito! ¡Gatito!
Abre los ojos y aún me contesta con un quejido humano… luego vuelve a dejar caer la cabeza y respira penosamente… ¡Pobre! ¡Pobrecín mío!
La cabecita se hace gris ceniza, el hocico palidece y asoman los colmillos agudos y los dientes afilados… La piel marca el contorno de los huesos y tiene un gesto de fiera… ¡Se ha muerto!
Le envuelvo en una toalla y le dejo sobre la alfombra…