—¡Allí, allí! ¡Mire allí!
Dos hombres se abren paso entre la gente… Son dos empleados de la Cruz Roja. Traen agarrado de las puntas un hule azul con restos sangrientos…, trozos que parecen brazos, piernas, cosas sin forma, rojas de sangre… ¡Qué horror!
Me retiro del balcón porque siento que se me va la cabeza y una náusea terrible me contrae el estómago y la garganta… Ellas no se dan cuenta, hipnotizadas por el horrible espectáculo, y siguen en el balcón.
Sentada en una butaquita del salón espero a papá, que ya debía de haber llegado. ¿Le habrá ocurrido algo? ¡No, no; no le ha pasado nada! ¡Yo sé que no le ha pasado nada!
Me pongo a rezar maquinalmente… y siento los pasos de papá por el pasillo. Abre la puerta de su cuarto y se asusta:
—¿Qué te pasa, hija?
—Nada, papá, ¿y a ti?
—Nada… El bombardeo ha sido por el centro… Justamente a la hora de salir los chicos de los colegios… Así hay docenas de criaturas muertas…, y lo que es peor, vivas pero sin brazos o sin piernas… o con la cara destrozada… ¡No puede haber perdón para este crimen de los bombardeos…! ¡Ah! La casa de tu amiga Lydia ha quedado cortada por el centro, de arriba abajo, como un queso…, y como no tienen escalera para bajar los que aún están vivos, los están sacando los bomberos… Acabo de verlo…
—Pero ¿Lydia?
—No le ha pasado nada… Ni a su familia tampoco… Los bajaban ahora.