El marido de María Orduña es de la Junta de Evacuación, y él puede resolver mi viaje en seguida. Voy a verle. Un chiquito que tenía de botones para los recados y que ahora ya no lleva uniforme, me abre la puerta y me hace pasar al salón.
Allí la encuentro con sus manos pulidas y blancas, haciendo solitarios junto al balcón abierto. Sigue tan gorda, tan sorda y tan feliz como siempre.
El chiquito se queda para gritarle al oído mis palabras que no oye jamás:
—¿Qué te quieres ir de Madrid? Haces mal… En Valencia hace más calor. Es estación de invierno.
—Papá dice que hay que obedecer al Gobierno.
—¿Cómo? ¡Qué cosas tiene el loco de tu padre! Cuando gobernaban los buenos, sí… se les podía hacer caso, aunque yo hice siempre lo que quise, pero ahora gobiernan los malos…
El chiquito la mira, furioso, sin decir nada. Y ella continúa:
—Ayer estuvo aquí mi amiga Rosarito, la de Riñuelos, ¿no sabes?… pues ésa, y me contó horrores… El marido de su lavandera alquila sillas y bancos a real para ir a ver fusilar… y el otro día fusilaron a un chico de catorce años y el pobrecito lloraba que partía el alma…
El chiquito se va poniendo colorado y dice, burlón: —¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!
María, como no se entera, continúa:
—Ella oye Radio Salamanca todos los días y dice que dentro de un mes está aquí Franco… es un hombre muy piadoso y oye misa todos los días… su mujer es toda una señora… y tienen una niña que es un encanto…
El chico, indignado, dice mirándome a mí:
—No he matado a esa tía porque es visita de la casa… porque si no…
Al fin logro ver al señor Orduña, y me facilita todo, aunque me dice:
—Vas a ir muy mal, hija. Desde que bombardearon la vía del ferrocarril y se acabaron los trenes, salen camiones de los que transportan tropas todos los días. Ponen unas tablas que sirven de bancos, pero no hay ventanillas ni puertas… tienen un toldo de lona que preserva del sol y la lluvia, y eso es todo… Pero haces bien en irte.
Decide que para que no tenga contratiempos vale más aumentar la edad.