VII
Chamartín de la rosa

PAPÁ está mejor y quiere ir a casa. ¿Cómo llevarle sin taxis?

En una casucha cerca del Hospital hay un cartel que dice «Comité Anarquista de Carabanchel» y a la puerta suele haber siempre coches.

Me decido a entrar. Un hombre de aspecto patibulario está sentado junto a una mesa donde hay una botella de vino y un vaso.

Le digo que tengo a mi padre herido en el Hospital y que no sé cómo llevarle a casa.

—El compañero presidente es el que puede proporcionar coche para el traslado de heridos, pero ahora no viene… anda resfriado… Si quiere ir a su casa, aquí están las señas.

Hoy por la mañana salgo más temprano que de costumbre para ir a la calle de Argumosa, donde vive el compañero presidente.

Es una casa con pobreza, de escalera carcomida, que huele a cocido y a cloaca.

Me recibe una muchacha de mi edad, muy seria, con aire de dignidad, arreglada para salir.

—Mi padre no está, pero vendrá en seguida. Ha ido a cortarse el pelo aquí abajo. Pase a la sala.

La sala es una habitación con un balcón a la calle. Está abierto, con persianas viejas de madera echadas por encima de la barandilla, y macetas en el suelo. Claveles en flor, blancos y rosas, geranios y albahaca. Todo recién regado.

—Siéntese, compañera.

En lo que ha dicho «sala», que es una habitación pequeña, hay una mesa de comedor, un sofá y un armario de espejo… La muchacha me observa un minuto; luego dice:

—¿Viene por alguna recomendación?

Le digo lo que deseo.

—Sí… pues en cuanto venga papá le dará una nota para el comité. Le traen loco con tanto jaleo de comités y presidencias… ¡Cómo es muy conocido en el barrio!… y honrao y querido de todos…

Me dice que su padre es anarquista porque no está conforme con los gobiernos, con ninguno, que sólo sirven para «chupar». Las naciones sólo deben tener un cuerpo administrativo y nada más. Ella también es anarquista desde que oyó hablar al compañero Muñoz en un mitin… y eso le ha costado pelearse con las amigas… que casi todas se han hecho comunistas.

—Y tú, ¿de qué partido eres, compañera?

Le digo que no soy de ninguno. No entiendo de política. Mi padre es republicano y siempre está hablando de eso… Antes en casa jamás se decía nada de política, ni de guerras, ni de revolución, ¡pero ahora…!

—¡Cómo que es mucha nuestra responsabilidad, compañera!

Ahora comprendo su aire diferente.

Llega el padre, que es un hombre bajo y flaco, con el pelo casi blanco, y la mirada digna de su hija.

Hablamos y se pone a escribir a lápiz trabajosamente.

—Todo lo que necesite puede pedirlo a los compañeros del Comité… y cuando estén en su casa, si en algo puedo servirles, no tiene más que decírmelo… para eso estamos, para ayudarnos unos a otros y conseguir juntos la «vitoria» que no tiene ya que tardar…

Vuelve a escribir. De pie como estoy, miro alrededor. Sobre el sofá hay un uniforme.

—¿Es usted Guardia Civil?

—¡No, compañera! ¿Lo dice por el uniforme? Es de uno que le dimos anoche el paseo… y me he traído eso por si le sirve a la chica para hacerse algo para el invierno…

El papel con garrapatos presentado en el Comité me proporcionó un coche inmediatamente. Papá, mi papaíto, sube conmigo y apoya la cabeza en mi hombro…

Valeriana nos espera en la casa de Chamartín ¡que yo no he visto! La cocinera del Albergue acompañó ayer a Valeriana a abrir la casa. Vino haciendo aspavientos:

—¡Asús, mujer, qué casa más maja de too! Es como una caja de caramelos toa forrá. ¡Qué sillones y qué mesa reluciente y qué armarios, y qué aparadores, y qué too! Te digo que es como estar en la gloria, ¡y de cacerolas…! Mira que en casa de tu abuelo no faltaba de ná… pero ¡claro!, ya estaba usao y requeteusao… y aquí está todo como si lo sacaran de la tienda…

—No he tenido tiempo, papá, no he tenido tiempo de ir a ver la casa…

La Castellana llena de sol, el Hipódromo… la Colonia de la Prensa… luego el canal con sus álamos… tierra amarilla… jardines descuidados… El coche deja el camino de Chamartín y entra por una carretera. Al fondo, cerrando el horizonte, la Ciudad Lineal…

—Aquí… siga a la derecha —dice papá—. La última casa de la esquina.

¡En la puerta está Valeriana con las nenas! Teresina comienza a hablar antes de que bajemos del coche:

—… y hay un estanque muy hondo que no se le ve el fin… y si se cae dentro María Fuencisla se ahoga… Ha dicho Valeriana que tendremos pollitos…